Con Mexico City, 1808 John Tutino corona el análisis acerca del capitalismo de la plata en la Nueva España y el naciente México, y sus lugares en la historia del capitalismo mundial, que iniciara con Making a New World (2011). En esta obra, Tutino examinaba el surgimiento de lo que para él había sido la economía más dinámica del Nuevo Mundo en el Bajío, lugar donde se había dado, para la segunda mitad del siglo XVIII, una de las pocas sociedades capitalistas del globo y origen del metal y moneda que alimentaron la economía mundial por siglos. El libro cerraba con el albor de una nueva era, en 1810, momento cuyas insurrecciones y fracturas frenaron para siempre la expansión hacia el norte de este capitalismo de la plata católico, hispano y patriarcal, permitiendo el surgimiento de la hegemonía anglosajona. Mexico City, 1808 es el gemelo de esa monumental obra, con su mirada fija en el régimen político y los protagonistas de clase que imperaban en la magnífica ciudad de México, capital donde se orquestaba el dominio y gobierno del capitalismo de la plata. Juntas, las dos obras nos retratan y explican el nacimiento y muerte repentina de una posibilidad: un México hemisféricamente dominante. En ese sentido, los gemelos pueden leerse como la respuesta tardía pero necesaria a las propuestas del famoso libro de John Coatsworth, Los orígenes del atraso (1990), por no mencionar importantes obras recientes, como The Dead March (2017), de Peter Guardino, esta vez desde la economía política y la historia social.
Mexico City, 1808 consta de dos partes. En la primera, Tutino realiza la biografía colectiva de las tres clases que protagonizarán la segunda parte del libro -la “oligarquía capitalista integrada” (p. 43), la burguesía provincial y los profesionales, y la plebe. Entre los primeros, nos encontramos con los orígenes y lazos familiares de los Condes de Regla y los de Jala, y del Marqués de Rayas, por ejemplo. Eran personajes como estos los propietarios y financistas de las más ricas minas de plata y de los más grandes latifundios dedicados a la explotación agraria comercial. Dominaban el régimen virreinal desde sus más altos rangos. Esto le permite al autor señalar con nombre y apellido a los verdaderos coautores del régimen tardocolonial.
Los rangos medios, a los que correspondían los terratenientes de provincias y los profesionales -gentes dependientes del crédito, de la Iglesia, y de su servicio a la oligarquía y el régimen virreinal-, eran por ejemplo Melchor de Talamantes, Carlos María de Bustamante, Ignacio Allende, Miguel Hidalgo. Los que residen en México articulan su poder por medio del consejo municipal, en el que poseen la mayoría de los escaños, y su papel es regular y “mediar” (palabra predilecta de Tutino en este volumen) la vida cotidiana y política en la ciudad (p. 65), siempre al servicio de la oligarquía y la estabilidad social.
Finalmente, está la plebe. Este capítulo es especialmente rico en detalle acerca de la constitución de este sector social, que comprendía a 100 000 de los 120 000 habitantes de la ciudad. Encontramos entre ellos unos 30000 indios, habitantes de las dos parcialidades de la urbe, pero también a un artesanado gremial en declive, y un vasto sector de productores que trabajaban en talleres y obrajes organizados por mercaderes financistas en lo que Tutino caracteriza, discutiblemente, como “protoindustrialización” (p. 80). Eran estos, hombres y mujeres, indios, castas y españoles pobres, un sector cada vez más numeroso que, a pesar de su creciente dependencia de un salario y consiguiente precariedad, no encontraría aún la forma de superar su fragmentación étnica, de género y urbana para coordinarse a fin de desestabilizar al régimen.
Establecidos los actores colectivos del régimen político del capitalismo de la plata, se abre la segunda parte del libro, dedicada a estudiar el tránsito entre el auge y la destrucción de este régimen. Para Tutino, y reflejando las recientes tendencias historiográficas, existe una esencial continuidad entre el régimen de los Habsburgo y el de los Borbones: los dos comparten el principio de la mediación. Era una monarquía organizada con base en “múltiples derechos y privilegios” que abarcaban tanto a los poderosos como a la vasta población productiva y que funcionaba por medio de la consulta y la mediación jurídica entre sus componentes en casos de conflicto irresoluble en las instancias concejiles (p. 3). Se sustentaba en el principio de la soberanía de los pueblos, tenía gran flexibilidad y porosidad, se extendía globalmente y, contra la narrativa liberal anglófona y latinoamericana, evadía el uso de la fuerza y la coacción para estabilizar contradicciones: clave esta de la longevidad del imperio.
Y de repente, entre 1808 y 1810, en medio apogeo de la productividad minera, pero también de la escasez y la ostentosa especulación y manipulación de precios, irrumpen Napoleón, la crisis de legitimidad y la incertidumbre política en México, la metrópolis de la plata. En los tres últimos capítulos del libro Tutino ahonda en la secuencia y el significado de los hechos que se sucedieron a partir del “verano de política” de 1808, cuando, con los reyes presos en Bayona, se rompe el régimen mediador. En su lugar, surgen varias propuestas para recomponer la soberanía -o mejor dicho-, el dominio. Iturrigaray y el consejo municipal proponen un congreso Americano; los jueces de la Audiencia y muchos mercaderes favorecen a la Junta de Sevilla; la calle exigía el reconocimiento de Fernando y la lealtad a España. Todo culmina en el golpe del 15 al 17 de septiembre, cuando queda claro el éxito de la alianza de comandantes militares, altos cargos virreinales y jueces de la Real Audiencia en movilizar la frustración de los mercaderes y a las milicias españolas e invocar la soberanía popular -del pueblo y de los pueblos- para imponer un nuevo régimen. No se trata, para Tutino, del mero derrocamiento del virrey, sino del fin del régimen de la mediación y del surgimiento de uno de coacción militarizada en nombre del pueblo que sería “la esencia de los estados proclamados modernos que surgieron para organizar y disputar el nuevo mundo cada vez más industrializado forjado en el siglo XIX” (p. 252).
Aquí, en otras palabras, no hay mucho que celebrar. Lejos de ser ésta una narrativa de liberación “nacional”, del triunfo de un pueblo justo y oprimido, el México de Tutino es apenas una de las instancias en las cuales se forjaron los nuevos estados modernos y, agregaríamos, el liberalismo que les dio su programa. Estados estos que volverían más contundente el poder al dotarlo de uniformidades legales, fuerzas armadas, ejecutivos claros. Uno ve en las últimas páginas de este libro el fin de la perspectiva de un capitalismo movilizado desde la plata y el Bajío, y de un “desarrollo” basado en él. Entre 1790 y 1809, la producción de plata acuñada había llegado a promedios inauditos de 24000000 de pesos anuales, alcanzando su tope en 1810. Y de ahí, el desplome, la guerra, la ya imparable penetración comercial inglesa, y el cierre de una era de posibilidades.
Es un libro riquísimo, que explica o reinterpreta los tópicos clave sobre los que se erige la historia tardocolonial mexicana -las reformas borbónicas, la consolidación de los vales reales, el resurgimiento de la minería de la plata, el mundo del comercio, el papel de la plebe, el criollismo y el nacionalismo, las insurrecciones, la independencia-. Todo estudioso del papel de la Nueva España y México en la formación del capitalismo debe leer los dos libros gemelos. Hay que leerlos no solamente por sus interpretaciones, sino por su metodología. Al contrario de la tendencia en la literatura histórica estadounidense, donde con frecuencia imperan más los asertos que las preguntas y explicaciones, el autor procede a partir de problemas históricos. A lo largo del libro, tras páginas expositivas, aparece decenas de veces un refrescante “por qué”. La interrogante central y más evidente del libro es por qué, luego de décadas de próspera estabilidad en el capitalismo de la plata y su régimen de mediación, de repente el sistema entra en crisis terminal en un torbellino de insurrección y golpe de Estado en los años de 1808-1810, y finalmente se desploma sin posibilidad de recuperación en la década de conflictos de poder militarizados que le siguieron. La otra, importantísima, lección metodológica que nos ha dado Tutino a lo largo de su obra, consiste en mostrarnos cómo se hace y por qué vale la pena reavivar el análisis de clase. Aunque no lo nombre. En Mexico City, 1808, esta lección se enfoca en la construcción y funcionamiento del poder político de la oligarquía minera, financiera y terrateniente, y en el papel de las otras clases sociales en el régimen mediador y en su caída.
Seguramente tiene sus defectos. Pero hay decenas de otras razones para estudiar este libro. Enseña, en esta época de creciente desvalorización del pensamiento histórico, cómo interrogar al pasado y extraer de él herramientas de análisis para nuestra época, siendo que se trata de una obra que transciende México para mostrarnos quiénes constituyen los diversos regímenes del capitalismo y cómo. Como concluye Tutino, se trata de examinar cuidadosa, histórica y críticamente la gran ilusión moderna del capitalismo democrático como un régimen del poder popular.