A lo largo de los últimos años los estudios del periodo de entreguerras han experimentado un creciente interés por parte de una historiografía en constante revisión y renovación. Lejos queda la imagen tan extendida y un tanto frívola de los “alegres años veinte” proyectada desde la sociedad estadounidense. En la mayor parte del mundo occidental, los años veinte fueron tiempos de profundos cambios derivados de lo que Charles S. Maier caracterizó, en su ya clásico estudio Recasting Bourgeois Europe. Stabilization in France, Germany and Italy in the decade after World War I, como un proceso de refundación de las sociedades burguesas. Al finalizar la primera guerra quedaron en evidencia las disfuncionalidades que habían surgido en todos los órdenes sociales, políticos e incluso culturales, poniendo de manifiesto la existencia de una profunda crisis del modelo liberal. Así, tras un crecimiento exponencial del interés por llevar a cabo los procesos de nacionalización, los sistemas liberales oligárquicos quedaron desbordados ante los retos surgidos dentro de sus propias sociedades, tales como la democratización del sistema y las reivindicaciones obreras. Si el triunfo de la revolución rusa aumentó las esperanzas de las clases trabajadoras ante la posibilidad de asumir un protagonismo rector, para los sectores más conservadores del liberalismo se acrecentó el miedo exponencial hacia la expresión de las masas, ya fuera por vías democráticas o revolucionarias. El aumento de la conflictividad social por un lado, y el colapso de los consensos liberales por otro, hicieron tambalear principios rectores asentados, como la idea de progreso, que habían sustentado los viejos sistemas parlamentarios de naturaleza turnista. Esta idea de progreso evolucionista y gradual quedó desbordada por las reivindicaciones de aquéllos que hacían posible el funcionamiento del sistema, recibiendo a cambio una porción raquítica del pastel.
Gracias a conceptos como el de las culturas políticas podemos teorizar acerca de los procesos de transformación de los lenguajes, los discursos y las prácticas políticas, en este caso de las derechas, hacia nuevas formas de interpretar y actuar en el espacio público y privado. Ante los retos mencionados, buena parte de los sectores oligárquicos más conservadores fueron articulando respuestas y estrategias, con el fin de anteponerse a los nuevos desafíos y diseñar políticas que permitiesen canalizar ese miedo a las masas. Un miedo que se extendió globalmente y que desarrolló experiencias y respuestas compartidas, aunque contradictorias, a lo largo de la geografía del planeta. Como resultado de todo ello, tenemos el surgimiento de las derechas radicales en sus distintas vertientes, integristas, tradicionalistas y autoritarias, que fueron contraponiendo al individualismo liberal y al obrerismo revolucionario, alternativas nacionalistas, autoritarias y corporativistas.
El libro que reseñamos es un esfuerzo colectivo por compiladores y autores de distintos países por abordar estas polémicas en el ámbito iberoamericano y es fruto de un encuentro internacional organizado por la Cátedra México-España de El Colegio de México en 2018. Bajo el título Prácticas y culturas políticas de las derechas, desde el final de la Primera Guerra mundial hasta la Gran Depresión, se reunieron distinguidos especialistas en la materia, para debatir sus trabajos y buscar una perspectiva comparada a la hora de abordar las diferentes casuísticas experimentadas por las derechas en España, Portugal, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Uruguay y México. Sin duda, estos países presentan particularidades endógenas acerca de la evolución de sus propias circunstancias nacionales, derivadas de la configuración de sus respectivos regímenes políticos y su composición social heterogénea.
Los editores identifican en su introducción cinco grandes ejes que vertebran la problematización de los estudios de esta monografía. En primer lugar, aquellos aspectos que tienen que ver con cuestiones relacionadas con el funcionamiento de los regímenes políticos del periodo y las tensiones surgidas en su seno. En segundo lugar, destacan el papel transversal de la Iglesia católica como agente vertebrador de las derechas, fuente de inspiración ideológica y de su movilización social, en un contexto como el iberoamericano, donde su preeminencia institucional y política era manifiesta. En tercer lugar, los editores sitúan las preocupaciones políticas surgidas dentro de los actores de las derechas, atendiendo especialmente a la evolución de sus antagonistas sociales. En cuarto lugar, introducen la relevancia de las mutaciones ideológicas que experimentaron las derechas iberoamericanas, así como los cambios en el terreno de las prácticas políticas. Finalmente, aparece la importancia que la violencia política jugó desde dentro del sistema y, también, desde sus márgenes, alentada como un instrumento de coerción social y represión de los oponentes.
Efectivamente, en los capítulos del libro encontramos estos cinco elementos representados y desarrollados. Dentro del primer bloque, el dedicado a estudiar el papel de los regímenes políticos, destacan las aportaciones de Antonio Costa Pinto, para el caso de Portugal, de Ernesto Bohoslavsky, para el caso argentino, y de Magdalena Broquetas para Uruguay. Cada trabajo, con sus particularidades, nos adentra en la evolución institucional de sus respectivos países, atendiendo a diversos factores tales como las pugnas por el control del poder efectivo de los correspondientes Estados o las transformaciones legislativas.
En segundo lugar, la cuestión religiosa está presente de forma preponderante en los casos colombiano y mexicano, abordados por Ricardo Arias Trujillo y Ricardo Pérez Montfort, respectivamente. Así ambos países contrastan a la hora de afrontar la pugna entre los desafíos secularizadores y las reacciones que generan en los sectores más conservadores. En tercer lugar, aparecen las preocupaciones políticas de los actores de las derechas en prácticamente todos los capítulos, pero, especialmente, las podemos identificar en los trabajos de Bohoslavsky, Norberto Ferreras, Verónica Valdivia, Ricardo Pérez Montfort y Sandra McGee. En cuarto lugar, la cuestión de las ideologías cobra un mayor peso en los trabajos de Antonio Costa, Magdalena Broquetas, Joao Fabio Bertonha y Sandra McGee. Finalmente, acerca de la violencia política destacan los trabajos de Eduardo González Calleja, que nos muestra la evolución en España de las Uniones Cívicas como instrumentos radicalizados de control social callejero, promovidas por las patronales, con la aquiescencia de entes gubernativos y el de Norberto Ferreras, para un proceso semejante en Argentina. A estos cinco elementos marcados por los editores, podríamos añadir un sexto que sería la perspectiva culturalista, expresada en los trabajos de Ricardo Pérez Montfort para México y en el último de los capítulos, firmado por Sandra McGee, dedicado a las cuestiones de género.
El resultado es un libro equilibrado que nos permite ahondar en un periodo histórico sumamente complejo desde perspectivas complementarias. Se trata, por tanto, de una lectura rigurosamente concebida y ejecutada que aporta miradas novedosas. Tal vez se echa en falta, al final del libro, un epílogo que trace colectivamente algunas claves para poder establecer esa mirada comparada. Sin duda, la lectura del libro genera nuevas preguntas acerca de aspectos relevantes que aparecen reiteradamente en sus páginas, pero con escaso desarrollo. Una de ellas es el papel de las redes internacionales que funcionaron como transmisores de ideas y experiencias políticas, además de servir como fuente de inspiración en distintos países. Otro elemento al que conviene prestar más atención es la cuestión de la formulación teórica de las derechas iberoamericanas y sus fuentes filosóficas, a la hora de construir nuevos lenguajes que sustenten la evolución como culturas políticas.
En síntesis, bien podemos afirmar que este libro es una aportación necesaria, útil y valiosa que traza un camino de trabajo más que sugerente, además de ofrecernos un buen panorama del estado de las derechas iberoamericanas en los años veinte del siglo pasado. Sin duda, ayuda a romper tópicos y a revalorizar la importancia de la década, no solo como antesala de espera de lo que vendrá más tarde, sino como un periodo esencial para la reconfiguración de diversos espacios políticos. De su lectura se desprende una enseñanza simple, pero fundamental; en la década de los veinte se fraguó una de las señas de identidad más arraigada en las derechas iberoamericanas como es la existencia de una concepción meramente instrumental de la democracia representativa sujeta a sus intereses de clase. La historia de los países iberoamericanos a lo largo del siglo XX es clara muestra de ello.