El volumen colectivo La Gran Guerra en América Latina. Una historia conectada, coordinado por Olivier Compagnon, Camille Foulard, Guillemette Martin y María Inés Tato, representa una valiosa contribución al proyecto de generar, desde una perspectiva comparatista, una nueva forma de escribir la historia de la primera guerra mundial, una que se tome en serio ese segundo epíteto que caracteriza la manera en que nos referimos al acontecimiento histórico: una historia global (es decir, auténticamente mundial) de la Gran Guerra. Integrado por contribuciones de 25 autores y autoras, el volumen continúa de este modo la tentativa, comenzada por historiadores como Stefan Rinke o el propio Compagnon, de ir más allá de los límites impuestos por una visión eurocéntrica y convencional del conflicto. Y es que, como esta obra demuestra desde diversos puntos de vista, narrar de manera integral tanto los acontecimientos sucedidos entre 1914 y 1918 como sus secuelas en la década de los años veinte supone la cabal consideración de esas regiones que han sido vistas tradicionalmente como periféricas al conflicto bélico, como es el caso de América Latina.
La clave metodológica para este relato integral de la Gran Guerra reside, como sostienen los coordinadores del volumen en su introducción, en efectuar un par de giros fundamentales en nuestra percepción historiográfica del conflicto: comprender la guerra más allá de su dimensión estrictamente bélica -la ocurrida en los campos de batalla- para adentrarse en el terreno más extenso de sus representaciones, así como en el espacio (necesariamente extraeuropeo) del conjunto de redes e interconexiones políticas, culturales y comerciales dentro de los cuales los acontecimientos bélicos tuvieron lugar. Esta ampliación del enfoque de la percepción sobre la guerra es la que abre la posibilidad de una nueva geografía del conflicto capaz de revelar su dimensión global.
Existen, de acuerdo con los coordinadores del volumen, unos “contornos” específicos de la experiencia latinoamericana de la primera guerra mundial. En un primer lugar, resaltan aquellos que contribuyen a repensar el lugar de América Latina en la Gran Guerra. Sobresale, en este sentido, la propuesta de Pierre Purseigle de descentralizar la experiencia del conflicto redefiniendo la geografía de la guerra al considerar en su estudio no solo a los países con movilización militar, sino también a aquellos con otros tipos de participación. Si partimos de la premisa, como lo hace Purseigle, de que la experiencia global de la guerra supone una diversidad de experiencias, se sigue lógicamente la necesidad de proponer un mapa del acontecimiento que no se reduzca a las meras operaciones militares, sino que integre la “movilización de recursos” como parte central de todo el proceso. En este cambio de énfasis, la labor historiográfica se propone ir más allá del “estado de guerra” propiamente para fijar su atención en la serie de procesos de “adaptación” ante las numerosas exigencias industriales del conflicto. Por su magnitud, estas exigencias involucraron a muchos de los países oficialmente “neutrales”. Desde esta perspectiva, América Latina deja de ser una simple “zona externa” y emerge como parte cabal del mapa de la guerra, tal como el suministro de alimentos provenientes de América del Sur -vital para los Aliados- lo atestigua.
En este mismo panorama destaca el caso de México, en buena parte debido al hecho de la simultaneidad temporal entre la revolución mexicana y la Gran Guerra. Como detalla Sandra Kuntz Ficker en su contribución, aunque la declaración de neutralidad del gobierno de Venustiano Carranza fue interpretada por los Aliados como una forma de inclinación tácita hacia Alemania, lo cierto es que México contribuyó notablemente a la causa de los Aliados, no mediante el combate, sino por medio del comercio de su sector exportador, que incluía la producción de bienes estratégicos para las actividades relacionadas con la guerra, como fibras y productos minerales, así como petróleo. De esta manera, México terminó abasteciendo a los Aliados (no tanto por preferencia política, sino por la sola dinámica de la economía) mediante su participación en el intercambio comercial atlántico que benefició a Gran Bretaña.
En un segundo momento, se perfila otro gran “contorno” de la experiencia global de la Gran Guerra en América Latina. Este tiene que ver con los efectos políticos y culturales del conflicto en la región. En este sentido, a lo largo de las contribuciones del volumen, se delinea un hallazgo principal: la constatación de que la primera guerra mundial fue una experiencia fundacional del siglo XX latinoamericano. Esta constatación supone, adicionalmente, la propuesta de una nueva periodización de la historia latinoamericana que incluya los años de 1914-1918 como un punto de inflexión o, en palabras de sus coordinadores, “una verdadera ruptura dentro del largo curso de la historia de América Latina desde las Independencias” (p. 12).
La Gran Guerra aparece entonces como el catalizador para la formación de una intensa conciencia regional latinoamericana. Se trata de un territorio histórico que Olivier Compagnon había explorado ya en América Latina y la Gran Guerra: El adiós a Europa (Argentina y Brasil, 1914-1939), obra en la que postula la hipótesis de un vínculo entre el “giro identitario” de América Latina en la primera mitad del siglo XX y la primera guerra mundial. Tras la devastación de la guerra, Europa ya no podía ser percibida como modelo de civilización por una buena parte de los sectores latinoamericanos. América Latina, en consecuencia, debía buscar su propia vía a la modernidad mediante la consecución de una “segunda independencia”: el proceso de una búsqueda de emancipación intelectual, que durante los años veinte y treinta iba a reactivar la problemática nacional en torno a la identidad y el nacionalismo cultural.
No son pocas las contribuciones de La Gran Guerra en América Latina que aportan nuevos elementos para pensar desde otros puntos de vista (y desde otros materiales historiográficos) las tesis de Compagnon. Romain Robinet especifica las maneras en que el conflicto europeo reforzó el nacionalismo latinoamericano y, en especial, el mexicano, mientras que Juan Pablo Scarfi establece la manera en que una consecuencia indirecta de la guerra fue la redefinición de conceptos como el panamericanismo y el latinoamericanismo. David Marcilhacy, por su parte, detalla cómo el hecho de compartir una postura neutral frente al conflicto unió a España con la América hispánica y permitió la “emergencia de una conciencia común” (p. 48) tanto diplomática como cultural en torno a una interpretación de la hispanidad como espacio de paz y fraternidad en contraste con la barbarie de la guerra europea. Como expone Susana Monreal, de manera paralela a la revaloración de la hispanidad ocurrió también, entre algunos círculos intelectuales latinoamericanos, una celebración de la latinidad, en especial bajo la pluma de José Enrique Rodó y su “interpretación arielista de la Gran Guerra”.
Otro grupo de contribuciones detalla las aristas de una consecuencia adicional de la guerra en la región: la entrada de los Estados latinoamericanos en el orden mundial creado por y tras el conflicto. De esta manera, el volumen reseñado complementa y va más allá de trabajos clásicos, como La guerra secreta en México: Europa, Estados Unidos y la revolución mexicana, de Friedrich Katz. Mientras que la obra de Katz analizaba ya a una nación latinoamericana -México- como ejemplo de la política europea, durante la guerra, de enlistar movimientos nacionalistas y revolucionarios al servicio de sus propias estrategias globales, La Gran Guerra en América Latina explora otra dimensión de esos entrelazamientos internacionales al documentar que una de las secuelas del conflicto fue nada menos que el proceso de transformación de los Estados latinoamericanos en sujetos activos del orden internacional. A pesar del antecedente de las Conferencias de la Haya a principios de siglo, no fue sino hasta la aparición de los foros e instituciones internacionales de la posguerra, en especial la Conferencia de París y la Sociedad de las Naciones, que surgió el primer espacio para la participación diplomática efectiva de los Estados latinoamericanos.
Como señala Yannick Wehrli, fue la primera guerra mundial la coyuntura que creó las condiciones para la irrupción de las naciones de América Latina en tanto agentes de la diplomacia mundial. Esto ocurrió, en primer lugar, mediante la intervención de once países latinoamericanos en la Conferencia de Paz de París. Y aunque esta participación fuera anecdótica desde el punto de vista de la Conferencia, para los países latinoamericanos representó el inicio de un modelo multilateral de integración en la vida internacional. Más adelante, la Sociedad de las Naciones, regida por el principio de igualdad entre los Estados, suscitaría nuevas esperanzas entre los Estados de la región. Como detalla Juliette Dumont, países de América Latina se adhirieron con “cierto entusiasmo” al nuevo orden global establecido por la Sociedad, porque este representaba la posibilidad de participar en una organización de naciones que antes había sido solamente europea (p. 235). Si bien la participación de países latinoamericanos en la Sociedad no les aseguró un mayor protagonismo internacional, les permitió definir una identidad común pacífica en contraste con las antiguas potencias beligerantes, así como obtener la esperanza de un contrapeso frente a la amplificada influencia de Estados Unidos en el continente.
La Gran Guerra en América Latina ofrece, en suma, una serie de estimulantes materiales para estudiar la historia de los orígenes del siglo XX latinoamericano desde una nueva perspectiva, eminentemente conectada con el resto del mundo; contribuye así a la posibilidad de pensar a contracorriente una era de la historia de la región que se ha solido interpretar, paradójicamente, desde el todavía influyente tópico histórico e intelectual de su supuesta “soledad”.