Los últimos cinco años han visto cómo la historiografía, desde diversos ángulos, ha enfrentado con una renovada fuerza el estudio de los elementos que eran comunes a los mundos ibéricos y, entre éstos, el estudio de la Inmaculada Concepción ha ocupado sin duda un lugar preeminente. Parece claro así que se ha superado la caduca visión que relegaba los temas de la espiritualidad a un ámbito de la superestructura que carecía de interés y cuyo estudio se dejaba para una historia erudita a la que, en el mejor de los casos, se ignoraba. Los historiadores han incorporado las creencias y sus representaciones a sus análisis sobre la cultura, la política y la sociedad restableciendo una unidad cuya fragmentación no se podía sustentar desde la investigación. La importancia del fenómeno inmaculista ha sido captada en sus diversas dimensiones y desde múltiples puntos de vista ha sido puesto en valor a través de una serie de coloquios y exposiciones celebrados en México, Italia, Portugal y España. Un grupo notable de publicaciones en forma de libros o de monográficos de revistas ha contribuido a contrastar las opiniones y mostrar que, pese al diverso origen historiográfico o a la variada especialización de sus autores, el éxito de la defensa de la Pía Opinión por la Monarquía y la sociedad ibérica es un fenómeno mayor y un punto de encuentro historiográfico para entender cómo y por qué se pensaron y se sintieron esos espacios comunes, pues, como sabemos ahora, el apoyo a la Inmaculada se declinó a la vez en la corte y en la aldea, en Europa y en América, por razones distintas y por causas diferentes. Esta renovación del estudio del inmaculismo ha sumado a los especialistas ya reconocidos en la temática nombres como Bernard Vincent, Gaetano Sabatini, Rosilie Hernández, Antonio Álvarez-Ossorio, Víctor Mínguez, Manfredi Merluzzi, Dimas Ortega, Juan Carlos Ruiz Guadalajara, Gibrán Bautista y, entre otros y de forma destacada, Pablo González Tornel, que es el autor del volumen que aquí reseñamos.
No es la primera vez que el autor se enfrenta al objeto inmaculista, son bien conocidos sus artículos sobre la representación de la Inmaculada y el magnífico catálogo que editó en 2017, con José Ignacio Casar Pinazo, de la igualmente destacable exposición Intacta María que él mismo comisionó en Valencia. Es a partir de ahí, y de una muy rigurosa investigación en bibliotecas y archivos (españoles, italianos…), que González Tornel confronta su estudio y lo hace como historiador de la cultura que es, desbordando con inteligencia y curiosidad notable los límites estrechos de lo que hasta hace unas décadas era la historia del arte, una tendencia que está caracterizando, en América y en Europa, a los autores más estimulantes que se aproximan a las creaciones culturales.
El objeto central del volumen de González Tornel es comprender los mecanismos por medio de los que se logró que una idea teológicamente compleja se convirtiera en una convicción compartida y una creencia generadora de identidades. Para ello divide su libro en una Introducción y cinco capítulos, clausurándolo con una muy interesante coda. El primer capítulo trata de las relaciones de la Monarquía con el fenómeno inmaculista, explicando de forma harto comprensible el debate, haciendo un repaso de los antecedentes teológicos lejanos y haciendo un especial hincapié en los elementos ambientales, sobre todo los plomos del Sacromonte, y los agentes implicados. González Tornel sitúa muy bien a los promotores que desde España, y en concreto desde Andalucía, tomaron como bandera la defensa de la Pía Opinión, lograron que la Monarquía se implicara en su promoción y actuaron como sus agentes, bien en la Península, bien en la Corte romana. Precisamente este capítulo describe con toda claridad las diversas etapas de la siempre difícil negociación con el papa y de los avances y retrocesos que abrieron y cerraron las expectativas de un éxito por la búsqueda de una definición doctrinaria. El capítulo termina mostrando que no se trató sólo de un argumento más del debate perenne de la Monarquía con la curia, sino que en realidad el inmaculismo permeó a la misma Monarquía en su definición, y en el camino le dio un carácter propio. El segundo capítulo se ubica en los mecanismos de representación, en la paulatina construcción y uso de la imagen de esta advocación, un proceso que, apropiándose de los elementos disponibles en las diversas formas de mostrar la Virgen apocalíptica, terminará por lograr adquirir una plena autonomía y así poder ser identificada por sí misma, por sus propios atributos; para hacerlo el autor desarrolla diversas iniciativas de representación, su interacción y circulación entre los ámbitos locales, romanos y cortesanos, identificando los proyectos que resultaron exitosos y que hicieron avanzar una iconografía que terminaría por consagrarse como propia, adquiriendo un carisma y una sacralidad lo suficientemente potente para interpelar a los fieles y superar los torpes intentos de bloqueo de los maculistas quienes, por el contrario, se vieron incapacitados de poner en pie una representación competitiva. Pero no fue sólo una acción de imágenes y pinturas, la ofensiva de los inmaculistas movilizó también a la literatura que, desde los textos latinos hasta las coplillas populares, servía para sostener la Pía Opinión y hacer partícipe de semejante empresa al conjunto de la población; ninguna sorpresa representa el que, como se muestra en el capítulo tercero, en este esfuerzo se implicarían las grandes plumas del Siglo de Oro, que por convicción adaptaron sus rimas a la necesidad de llegar a todos. En ese programa de difusión global las fiestas (capítulo 4) también jugaron un papel decisivo, socializando la participación y haciendo que a la advocación se la apropiaran cofradías y gentes ordinarias, quienes también hacían suyos los mecanismos de representación que se iban depurando. Todo ello, como se muestra en el último capítulo, se hizo en un ambiente de conflicto, respondiendo a la oposición de unos maculistas que, liderados por la orden de los Predicadores y sostenidos por las ambigüedades del papado, no iban a desistir tan fácilmente de su crítica a la Pía Opinión, aunque estaba quedando cada vez más claro que estaban perdiendo la batalla por los espacios públicos, por las mentes y por las devociones de los súbditos del rey católico. El libro se sostiene por una amplia selección de imágenes que incluyen cuadros, grabados, estampas y fotografías de monumentos que ilustran las dudas, las certezas y las apuestas de los grupos y las personas que apostaron por defender y hacer copartícipe al conjunto de la sociedad en la apuesta por la defensa de la Pura Concepción.
Se trata de un volumen verdaderamente fascinante, muy bien escrito, con una espléndida documentación que permite construir una imagen global de lo que fue la gran apuesta por definirse apoyando la Pía Opinión. Es pues un análisis de cómo se construye una hegemonía cultural y cómo se proyecta vía una propaganda multiforme y exitosa. Al tratarse de un libro que centra su eje de estudio en la península Ibérica y Roma, es cierto que el volumen no cierra la temática que propone a escala global, dado que los virreinatos americanos o el mundo lusófono no atraen la atención del autor. Esto no quiere decir, sin embargo, que el volumen y sus resultados les sean indiferentes, más aún cuando dicha temática ya ha sido avanzada en alguno de los volúmenes previamente evocados. En realidad, el magnífico estudio de González Tornel construye una metodología de análisis que será válida para estudiar de forma coherente cómo este fenómeno se articuló en esos espacios y cómo algo que a la postre resultó unificador a todos ellos se movió a través de decisiones concretas, apropiaciones plurales y representaciones que resultaban de la cooperación de múltiples actores, de diversos agentes. Estudio sobre el éxito de una propaganda que terminó por resignificar la definición de la identidad hispánica, el autor no se limita al simple y plano contrapunto entre élite creadora y población paciente, sino que, honrando historia social e historia política, muestra cómo dicho proceso nace de una compleja interacción y cooperaciones, en las que esa población está muy lejos de ser una simple espectadora de su destino, sino que, y en no pocos casos por vías que la élite no espera, en su traducción construye artefactos y puntos de vista que al serle propios no sólo aceleran la permeabilidad hacia el discurso inmaculista, sino que lo naturalizan solidificándolo como algo propio en el corazón mismo de la autorrepresentación popular. Esto que muestra tan bien el autor para el caso ibérico, se podrá desarrollar en otros espacios, construyendo así una perspectiva de conjunto y de singularidades. Los múltiples aportes del volumen van de la simple erudición y el descubrimiento de nuevas fuentes a la construcción de un relato coherente de la política global de la Monarquía hacia la Pía Opinión; sólo por esto el libro ya es sobresaliente, pero sumarle una apuesta metodológica del calibre que tiene y una reflexión sobre cómo se construye la cultura en la Edad del Barroco lo convierten en un trabajo magnífico.