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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.74 no.1 Ciudad de México jul./sep. 2024  Epub 23-Ago-2024

https://doi.org/10.24201/hm.v74i1.4790 

Artículos

La rebelión yaqui en la frontera con Estados Unidos: 1926-1929

The Yaqui Rebellion on the U.S. Border: 1926-1929

Edna Lucía García Rivera1 

1Universidad de Sonora


Resumen:

Este artículo analiza las rebeliones yaquis entre los años de 1926 y 1929, para conocer los factores que los llevaron a integrarse y unificar esfuerzos. Se utilizan los Estudios Subalternos con el objeto de observar las acciones para destituir a las autoridades, el de diálogo e insurrección. Con la finalidad de fundamentar lo anterior, se emplearon fuentes periodísticas donde se destaca el interés del movimiento en la zona fronteriza de Sonora y Arizona, y las posiciones políticas que se conformaron en torno a éste. Como hallazgo se observa que los grupos rebeldes del Yaqui utilizaron el diálogo con las autoridades y la insurrección, por la intervención en su territorio y eliminación de políticas que beneficiaban sus formas de vida. Asimismo, se muestra que su integración se caracterizó por una conciencia reflexiva dentro del grupo, cuyo objetivo principal radicaba en la oposición al gobierno en turno.

Palabras clave: rebelión yaqui; frontera con Estados Unidos; siglo XX

Abstract:

This article analyzes the Yaqui rebellions from 1926 to 1929 in order to understand the factors that led them to come together and unite their forces, making use of Subaltern Studies to observe actions aimed at overthrowing the authorities, dialogue and insurrection. It utilizes journalistic sources that emphasize the interest in the movement in the border region of Sonora and Arizona and the political positions that were constituted around it. It observes that groups of Yaqui rebels turned to dialogue with the authorities and insurrection due to the intervention in their territory and the elimination of policies that benefited their ways of life, as well as that their incorporation was characterized by a reflective consciousness within the group, whose primary objective lay in opposition to the government in power.

Keywords: Yaqui rebellion; U.S. border; twentieth century

Introducción

En los años de 1926 y 1927, el retrato de la llegada de los yaquis a la zona fronteriza de Nogales, Sonora, fue una constante en los periódicos estadounidenses. Numerosos periódicos, entre ellos El Tucsonense de Arizona, el Madera Tribune, San Bernardino Sun, Calexico Chronicle y Healdsburg Tribunede California, así como El informador del estado de Jalisco, presentaban en sus portadas principales la llegada de grupos de yaquis armados en pos de consolidar el movimiento de Adolfo de la Huerta. En dichas fuentes, se mostraba un movimiento que consistía en llegar a la ciudad de Nogales para poder reunirse con Adolfo de la Huerta y sus adeptos. En este tenor, los yaquis eran mencionados como un brazo armado en favor de Adolfo de la Huerta y fueron combatidos vigorosamente por las tropas del ejército federal mexicano. Sin embargo, el discurso que se conformó favorecía a la voz de las élites y no permitía conocer las motivaciones y los propósitos que tenían los yaquis para anexarse a un movimiento armado de este tipo y apoyado desde el exterior. Por lo anterior, este artículo tiene como objeto principal proponer otra interpretación y atender a las siguientes preguntas: ¿Qué intereses existieron entre los grupos yaquis para anexarse a Adolfo de la Huerta? ¿Cuáles fueron los factores que influyeron en la integración de yaquis en rebeliones y movimientos de 1926 a 1929? ¿Existió o no una conciencia reflexiva dentro de los grupos rebeldes, identificada por la búsqueda de objetivos concretos?

Los pueblos indígenas: una visión de resistencia gestada desde adentro

Durante los siglos XIX y XX, los yaquis han conformado una historia de insurrección, resistencia, negociación y liderazgos indígenas1 que ha permeado en el desarrollo político, social y económico del estado de Sonora. Numerosos estudios historiográficos han profundizado en la trascendencia de este grupo indígena en la política decimonónica sonorense, así como durante el siglo XX. Si bien sus insurrecciones han sido vistas como una acción refleja de las élites por la historiografía tradicional, es en nuevas propuestas historiográficas que se da cuenta de los intereses y motivaciones para participar en movimientos armados con objetivos precisos, como la no entrada de blancos a su territorio, su autonomía como grupo, la conservación y defensa de sus recursos naturales.

Con el objeto de comprender a los pueblos indígenas y las líneas historiográficas en las que se ha retratado su actuación y participación política, a continuación se realiza una breve semblanza de algunos estudios latinoamericanos de países como Bolivia, Colombia y Ecuador, cuyo punto en común destaca que a partir de la entrada del liberalismo y la construcción del Estado-nación, los pueblos originarios presentaron un importante grado de afectación mediante políticas como el blanqueamiento,2 políticas paternalistas y de servidumbre,3 cuya fundamentación radicaba en considerarlos el origen del retraso de la nación; asimismo, destacan los beneficios de sus servicios en las guerras civiles que se suscitaron durante los siglos XIX y XX.4

En el mismo tenor, estudios provenientes de otras latitudes latinoamericanas, como Argentina y Chile, nos muestran las relaciones fronterizas que se forjaron en periodos conflictivos. En el caso mapuche, a partir de continuas décadas de crisis, la sociedad mestiza comenzó a centrar su mirada en los territorios de la Araucanía, para incentivar la colonización de las zonas fértiles. Esto trajo a su vez una intervención indígena de suma importancia, en donde los grupos se integraron a bandos políticos representados por las élites para cubrir sus demandas.5

En el caso de Argentina, son notables las políticas establecidas por medio del negocio pacífico de indios6 según dos vertientes: el negocio establecido para la supervivencia de los asentamientos tradicionales y como fuente para el control de los servicios militares. Así pues, las tribus amigas prestaron servicios militares a cambio de protección en territorio fronterizo.7 Los estudios argentinos han constituido una fuerte corriente que observa la conformación de liderazgos indígenas en las interrelaciones con la sociedad mestiza, por medio de encuentros bélicos pero también de convivencias cotidianas, intercambios y contactos armoniosos.8 Para lo anterior, analizan el liderazgo étnico para poder determinar las transformaciones, los cambios y la relación que establecían con sus seguidores. En el mismo sentido, muestran un marco conceptual para abordar el liderazgo por medio de la antropología política, y de concepciones referentes al tipo de poder por autoridad o posición.9

A partir de lo anterior, se pueden concebir algunas ideas relevantes para la presente investigación: si bien el grado de afectación que vivieron los grupos indígenas a partir de la introducción de las políticas liberales impactaba su organización, defensa y autonomía sobre el territorio, ellos mismos tuvieron a la mano mecanismos para poder accionar y resistir ante dichos enfrentamientos en un clima cada vez más hostil. Por lo anterior, utilizaron resquicios relacionados con el pacto y negociación con las élites cuando era conveniente, así como de insurrección y levantamiento cuando no existían medios para pactar sus condiciones de vida y supervivencia como grupo. Lo que resulta importante destacar es la conformación de actores colectivos conscientes de sus circunstancias, promotores de sus demandas y protagonistas de sus rebeliones. De tal forma, los medios que utilizaron para lograr dichos objetivos radicaron en la integración a grupos políticos, militares, de distintos bandos ideológicos y relacionados con las élites. El punto a considerar es conocer qué hay detrás de dichas anexiones, que a simple vista retratan a actores pasivos, poco reflexivos y secundarios en su propia historia.

En consecución de lo anterior, en los estudios mexicanos podemos encontrar algunos elementos que nos permiten vislumbrar los procesos de subalternidad10 mediante la representación de actores indígenas en escenarios locales, regionales y nacionales; en una primera escala se explican negociaciones entre campesinos y hacendados en torno de alianzas relacionadas a la tierra, ejidos y control del comercio.11 En el mismo tenor, otras investigaciones nos han permitido conocer los mecanismos que utilizaron los indígenas para defender sus bienes materiales y costumbres; de acuerdos, resistencias simbólicas, revueltas y rebeliones, considerándolos como actores de sus demandas. Romana Falcón, en sus estudios sobre pueblos indígenas y campesinos, explica la conformación de la Junta Protectora de las Clases Menesterosas cuyo funcionamiento radicó, en cierta medida, en ser intermediaria de las demandas indígenas relacionada con la propiedad y el usufructo de la tierra y aguas comunales.12

En cuanto a la historiografía regional, y en correspondencia con el objeto de este estudio, vemos una notoria coyuntura a partir de la década de 1970. Por ejemplo, Edward H. Spicer, Héctor Hernández Silva, Cynthia Radding, Alejandro Figueroa y Evelyn Hu-deHart impulsan el conocimiento sobre el desarrollo histórico del pueblo yaqui por medio de herramientas antropológicas e históricas. Se destaca especialmente la fuerte influencia del periodo postindependencia en su concepción como grupo diferenciado ante la sociedad mestiza; asimismo, las rebeliones indígenas que trae consigo.13 A partir de esta mirada, estudios como los de Raquel Padilla,14 Zulema Trejo, José Marcos Medina, Ana Luz Ramírez y Edna Lucía García les otorgan un nuevo papel de participación en los distintos conflictos en que se vieron inmersos durante los siglos XIX y XX. Para lo anterior, han estudiado la relevancia de los cargos políticos indígenas,15 los liderazgos dentro del grupo,16 así como los procesos de resistencia durante el proceso de conformación del Estado posrevolucionario.17

Los objetivos dentro de la insurrección: un análisis a partir de los estudios subalternos

A partir de la corriente de los estudios subalternos, se conformaron nuevas miradas para analizar al “subalterno”. Dicha corriente, proveniente de historiadores de la India formados en el Reino Unido, propugnaba por una historia más equilibrada, cuya búsqueda se centrara en rescatar las voces marginadas por la historia, revelando el punto de vista de los subalternos y sus historias negadas.18

Por lo anterior, los estudios subalternos observaron el “estatismo” en los discursos de la élite. Dichos discursos, sustentados en la historiografía de la insurgencia campesina en la India colonial, promovían una visión política del pasado que pretendía evitar que los dominios coloniales fueran desmembrados por las insurrecciones campesinas.19 Como el poder del Raj sobre la India se agrietaba, la historiografía intervino para proporcionar “un discurso vital para el Estado”;20 en este sentido, la insurgencia se relacionó a la causalidad, inmediatez y falta de conciencia dentro de sus movimientos. Desde la perspectiva de Guha “al campesino se le negó el reconocimiento como protagonista de la historia por derecho propio, incluso dentro de un proyecto que le pertenecía”.21 Por lo anterior, el resultado fue la exclusión del insurgente, de sus enmiendas, acciones, conciencia reflexiva, así como ser el propio sujeto de su historia.

Los estudios subalternos tienen como principal propósito reconocer a éstos como autores de sus propias rebeliones y atribuirles una conciencia dentro de sus grupos; asimismo, rechazar la idea de una relación de actividades espontáneas en sus movimientos y observar los liderazgos, pero no de las clases altas o de organizaciones políticas avanzadas, sino de miembros dentro del grupo que se conforman como tales. No observar lo anterior provocaría la reconstrucción de visiones únicas, elitistas y erróneas sobre un solo discurso historiográfico.

Ranajit Guha apunta que no había nada espontáneo, deliberado o irreflexivo en las insurrecciones campesinas. “El campesino sabía lo que hacía cuando se sublevaba. El hecho de que su acción se dirigiese sobre todo a destruir la autoridad de la élite que estaba por encima de él y no implicase un plan detallado para reemplazarla no lo pone fuera del reino de la política”.22 Por lo anterior, la insurgencia no se puede concebir como movimientos verticales, de líderes de clases altas; tampoco como ornato o detalle conmemorativo folclórico. Si no, se deberían comprender por medio de los intentos previos de negociación, de diálogo y reconociendo su conciencia reflexiva dentro de los grupos. Lo anterior provoca el reconocimiento de su naturaleza, motivación de la insurrección y, como se mencionó anteriormente, los promueve como autores o protagonistas de su propia rebelión.

En este tenor, hay que poner especial atención no solamente a las acciones ejecutadas por los movimientos, rebeliones o insurrecciones, sino a la contraparte: la resistencia y la negociación de los grupos. Asimismo, la idea definida de sus motivaciones, “el hecho que su acción se dirigiese sobre todo a destruir la autoridad de la élite que estaba por encima de él”.23 En lo que compete a esta investigación, el marco conceptual anteriormente presentado posibilita dar sentido a las rebeliones y movimientos yaquis en el periodo de estudio. Para lo anterior, es necesario contemplar los antecedentes de las insurrecciones, las formas de resistir, la unión de grupos rebeldes con miembros de la élite política opositora, así como las acciones del propio Estado, mismas que afectaban las condiciones de vida de los grupos indígenas.

Antecedentes de insurrecciones de yaquis y su unión a grupos revolucionarios

Para contextualizar lo sucedido en los años que competen al estudio, es necesario indagar en los inicios del siglo XX. A partir de 1900, y a razón de numerosos elementos como el interés del gobierno porfirista por colonizar el territorio yaqui; la muerte de importantes líderes como Cajeme y Tetabiate; la conformación de guerrillas y las rebeliones por parcialidades indígenas que se resguardaban en la sierra del Bacatete, el Estado analizó diversas formas de contener las rebeliones yaquis. En primera instancia, se pensó en la guerra de exterminio, la deportación de indios a lugares lejanos de Sonora y la colonización, siendo esta última la más factible.24 Desde la perspectiva de Raquel Padilla, posterior a la batalla de Mazocoba comienzan con mayor ahínco las deportaciones de yaquis, especialmente a los estados de Campeche y Yucatán.25 Lo anterior trajo consecuencias diversas: la fragmentación de nuevas partidas rebeldes bajo el mando de Luis Bule, Luis Matus, Sibalaume e Ignacio Mori. Mientras que Luis Bule aceptó el pacto de unirse a las fuerzas del ejército estatal, los últimos tres regresaron a la sierra del Bacatete en posición de rebeldía.26 No solamente la sierra del Bacatete fue un refugio para los yaquis que no se integraron a las filas del ejército, sino también, cruzar la frontera hacia Arizona fue una práctica habitual en ellos.

Posterior al porfiriato y a partir de la deportación a Yucatán, Campeche y el centro de México, se estima que en los pueblos yaquis quedaron alrededor de 35 000 habitantes; otros tantos vivían en la sierra del Bacatete, mientras que una cantidad considerable de yaquis habían huido a Arizona.27 Durante la Revolución, los yaquis no formaron un “frente unido” ante las agresiones a sus comunidades y su participación se debió a diversos factores; entre los más relevantes, fueron forzados a unirse a las filas revolucionarias, llevándolos de nueva cuenta a otras partes de México como Querétaro y Veracruz. 28

Francisco I. Madero demostró en numerosas ocasiones su interés por las problemáticas que enfrentaban los yaquis, especialmente en relación con su reconocimiento como dueños legítimos de sus territorios.29 A pesar de lo anterior, los grupos del interior del Yaqui, sobre todo aquellos que habitaban en la Sierra, se desligaron del movimiento maderista y acordaron no participar en el levantamiento; el general Sibalaume fue uno de aquellos que respondió a Maytorena en ese sentido.30 Sin embargo, existieron personajes como Fructuoso Méndez quien fue un factor clave para promover el movimiento maderista y sus enmiendas dentro de los pueblos del Yaqui.

A partir del ascenso del gobierno maderista, se realizó una proveeduría de ropa y alimentos para los grupos rebeldes de la Sierra, para que no tuvieran la “necesidad de robar”.31 Asimismo se les solicitó portar permiso para transitar y una bandera blanca. Los yaquis quedaron principalmente divididos entre los hombres de Sibalaume, quienes mantenían la resistencia en la Sierra, y los seguidores de Luis Espinosa, quienes seguían en contacto con las autoridades. A pesar de lo anterior, los yaquis de Espinosa y de Ignacio Mori mantuvieron una actitud neutral ante Sibalaume y se negaron en primera instancia a combatirlos en la sierra del Bacatete.32

Sin embargo, no es sino hasta el movimiento constitucionalista que los yaquis rebeldes representados por Ignacio Mori y Sibalaume se unen a los contingentes obregonistas al mando del general Fructuoso Méndez.33 A decir de Claudio Dabdoub, 29% de las fuerzas constitucionalistas se integraban por contingentes yaquis; alrededor de 741 pertenecieron a la campaña.34 En este contexto, Álvaro Obregón se comprometió a garantizar los intereses de los habitantes del valle del Yaqui y les ofreció que cuando estuviera “al frente del Gobierno Constitucional se les devolverían las tierras que indebidamente fueron usurpadas”.35

A partir de 1915, con el triunfo del constitucionalismo, Obregón se desligó del compromiso con los yaquis y de nuevo se inició una campaña en su contra. Dicha maniobra fue realizada por medio de una operación militar, legislaciones para castigar a los rebeldes y a quienes los ayudaran. Así, fueron obligados a portar un pasaporte con sus datos de identificación para no ser considerados como rebeldes. Asimismo, se instalaron una serie de campamentos militares dentro del valle del Yaqui y cercanos a la sierra del Bacatete, con el objeto de concentrar a los yaquis rebeldes y sacarlos del estado hacia el centro del país. Dichas campañas no sólo se centraron en los hombres, sino también en mujeres y niños; una buena parte de los hombres fueron obligados a convertirse en “federales”. Según Ricarda León Flores “los hombres no tuvieron de otra que convertirse en federales y a nosotras nos dijeron que teníamos que ser sus soldaderas”. En gran parte de los casos, mujeres y niños se unieron también a la fuerza a campamentos militares de la ciudad de México; así pues, su estancia en dichos campos fue porque “a ellos, la leva los hizo a la fuerza”.36

Las intersecciones: los yaquis y Adolfo de la huerta

Para 1919, Adolfo de la Huerta resultó electo como gobernador del estado de Sonora; de junio a noviembre de 1920, fue nombrado presidente sustituto de acuerdo con el Plan de Agua Prieta, mientras se realizaban elecciones generales para renovar los poderes Ejecutivo y Legislativo. Durante ese periodo, estableció diálogo y contacto con los yaquis rebeldes y militaristas; asimismo se le adjudicaron acciones en favor del regreso de yaquis militaristas a sus tierras de origen. Por medio de negociaciones y diálogos establecidos con Ignacio Mori, mandó construir casas y capillas en el pueblo de Pitahaya para los recién llegados.37

Desde la perspectiva de Ana Luz Ramírez Zavala38 y Enrique Plasencia de la Parra,39 Adolfo de la Huerta fue el único gobernador de Sonora que, en sus relaciones con los pueblos yaquis, mostró una actitud diferente de la tradicional; es decir, la guerra de exterminio y la deportación no fueron las formas que utilizó para detener la resistencia indígena. En contraposición, se dictaron medidas de ayuda directa al pueblo yaqui dedicando un presupuesto para el abastecimiento de los indios. Lo anterior consistía en la instauración de nuevos campamentos asistenciales, rehabilitación de canales de irrigación y erogaciones mensuales; en ese sentido se construyeron iglesias, caminos, préstamos de manutención, maquinarias, escuelas y otros implementos agrícolas.40

Rebelión delahuertista: un contexto para comprender las insurrecciones

Otro momento relevante de fuerte influencia política de Adolfo de la Huerta fue la rebelión delahuertista en 1923. En dicha rebelión se conjugaron diversas posturas políticas de distintos bandos militares y civiles con un propósito en común: evitar la imposición de Plutarco Elías Calles para la candidatura de las elecciones de 1924, misma que estaba respaldada por Álvaro Obregón. Para ese momento, los integrantes del “triángulo sonorense”,41 conformado por Obregón, De la Huerta y Calles, ya se habían escindido por distintos intereses políticos; de tal forma, comenzaron dos movimientos en torno de los hombres que tenían más posibilidades de obtener el poder: De la Huerta y Calles.42

Desde la perspectiva de Sánchez Amaro, el año de 1923 se puede analizar mediante distintas etapas. En primera instancia, la primera, referida desde inicios de 1923 a septiembre de ese mismo año. La segunda, una vez postulados los dos candidatos: inicialmente Calles y posteriormente De la Huerta, hasta el 5 de diciembre, cuando estalla la rebelión, pasando de una beligerancia verbal a una militar.43 Esta última fue secundada por generales del ejército como Enrique Estrada y Guadalupe Sánchez, con algunos jefes a su mando en Jalisco y Veracruz.

Por una parte la lucha de Adolfo de la Huerta era más contra Álvaro Obregón que contra Calles,44 y en este sentido, se aglutinaron un conjunto de fuerzas políticas y militares que ha sido denominado como “la rebelión sin cabeza”.45 El movimiento de diciembre de 1923 se convirtió en un enfrentamiento militar motivado por traiciones, deslealtades, cohechos, corrupciones, ambiciones personalistas y caudillistas. Desde un inicio, la rebelión aglutinó varias fuerzas, entre ellas la de una élite que veía amenazadas sus prebendas políticas, “canonjías económicas y cacicazgos regionales”.46 La victoria de Obregón en febrero de 1924 sobre los delahuertistas significó el triunfo electoral de Calles y el exterminio y persecución de los grupos rebeldes, entre ellos el propio De la Huerta, Enrique Estrada y Antonio I. Villarreal, que vivieron en el exilio.47

Si bien la victoria sobre los delahuertistas en 1924 significó el cese a la violencia, los que habían quedado en el exilio buscaron las formas de conseguir partidarios para su movimiento, así como apoyo económico y traspaso de armas. La búsqueda de grupos de apoyo se centró en cualquier oposición al gobierno de Plutarco Elías Calles, como los cristeros, el clero y los petroleros estadounidenses. Asimismo, los yaquis mostraban también signos de descontento, a razón de la creación de asentamientos no indígenas en su territorio, el tendido de nuevas vías férreas y la administración de las autoridades mexicanas de los recursos del valle, promovida por el expresidente Álvaro Obregón.48 Lo anterior coadyuvó a los posibles enlaces políticos entre delahuertistas y grupos yaquis, para las insurrecciones que se suscitaron al año siguiente.

Lo expuesto anteriormente resulta relevante en dos sentidos: las enemistades políticas que se forjaron en este periodo entre los delahuertistas y los aliados de Obregón y Calles son un importante antecedente de la rebelión de 1926. El hecho de adjudicarle a De la Huerta dicho movimiento y de utilizar su influencia en el Yaqui para conformar a sus aliados son elementos fundamentales relacionados a la rebelión delahuertista y sus líderes en el exilio quienes, desde Estados Unidos, buscaron gestionar recursos de guerra para penetrar en territorio mexicano. Para 1926, los delahuertistas establecieron contacto con las jerarquías militares del Yaqui, como el general Luis Matus, para negociar la solución de problemas de la tierra en el valle y el regreso de los indígenas deportados a otras partes de México y Estados Unidos.49

En este mismo tenor, a partir de 1926, la situación entre el gobierno estatal y las instancias federales trajo consigo otro panorama: un nuevo despojo territorial para conformar el centro de distribución de la zona, que se convertiría en la nueva ciudad de Obregón, Sonora. Lo anterior, aunado a una campaña de guerra que utilizó aproximadamente 15 000 efectivos y aviación militar para bombardear a los rebeldes de la sierra del Bacatete.50 Dabdoub retoma lo anterior, denominándolo el “último levantamiento de la tribu” cuando, en septiembre de 1926, los yaquis asaltaron un tren de pasajeros en el que viajaba Obregón. A De la Huerta se le adjudicó el origen de la rebelión, por fomentar una revolución en un país en el que había distintos movimientos como el cristero.51

Otra investigación que aborda el suceso propone que la campaña contra los rebeldes del Yaqui duró aproximadamente entre 1926 y 1927. En ese periodo, Álvaro Obregón pactó, por medio de su directa intervención con Ignacio Mori, la propia jefatura de la tribu y garantías a sus vidas, mientras se realizaban ataques y bombardeos en la sierra del Bacatete a los seguidores de Luis Matus. Desde su perspectiva la política divide et impera explicó el éxito de la campaña y su completa pacificación.52 Si bien lo anterior explica en cierta medida las acciones de esta particular rebelión yaqui, es necesario reconocer, dentro de los grupos rebeldes, las causas de su integración, sus intereses, acciones y formas que tuvieron para lanzar la guerra, mismas que no culminaron completamente en 1927 y se siguieron presentado posteriormente, por medio de movimientos y asonadas, robos, ataques de partidas de yaquis en el centro de estado y otros lugares aledaños a la línea fronteriza entre Sonora y Arizona.

El diálogo perdido y la unión de los grupos rebeldes

Desde febrero de 1926, El informador,53 periódico de Jalisco y con estrecho contacto con la ciudad fronteriza de Nogales, Sonora, describía el inicio de las hostilidades: “Cría cuervos” se intitulaba un apartado de “comentarios al día” en su sección editorial. En éste, se mencionaban los robos y ultrajes que había sufrido Álvaro Obregón por los yaquis que tenía a su servicio; asimismo, se destacaba que probablemente “no sean totalmente ajenos al incendio que hace poco tuvo lugar en las propiedades del mismo expresidente”. El título de la nota hace alusión a que “el pago que le han dado es el que dan los cuervos a quien los cría”,54 ya que el mismo Obregón los había armado y, culminada la campaña revolucionaria, había sido su principal benefactor al ofrecerles trabajo en sus haciendas.

A partir de la información anterior, es posible considerar el “estatismo” de los discursos públicos en donde la causalidad de sus acciones, lo espontáneo y la falta de conciencia llevaban a ciertos grupos yaquis a actuar contra un miembro de la élite, como Álvaro Obregón, que anteriormente los había beneficiado con armas y trabajo, con el fin de ser apoyado en su propia campaña en 1914. De la misma forma, en 1923, durante la rebelión delahuertista los yaquis se mantuvieron al margen. Lo anterior se debió a las promesas realizadas por Obregón desde 1920, relacionadas con la construcción de iglesias en Bácum, Vícam Pueblo, Pótam, Belem, así como los haberes, como provisiones y ropa.55 Por lo anterior, ¿cómo entender sus acciones contra su antiguo benefactor si no es mediante la falta de conciencia, causalidad e inmediatez?

Asimismo, podemos observar que el periódico buscaba responsabilizar a Obregón de que los yaquis estuvieran armados. Para comprender esta visión, es importante mencionar que este periódico fue incautado durante la rebelión delahuertista siendo presidente Álvaro Obregón, lo que permite mostrar una versión contraria a este último. Sin embargo, las razones de los yaquis distaban mucho de ser espontáneas, irracionales o de falta de conciencia como la prensa lo indica. Justo en estos momentos, se anunciarían nuevas medidas que tomaría el gobierno federal para los pueblos yaquis y que daban sentido a sus acciones.

El 1o de julio de 1926, El informador anunciaba que “El gobierno federal va a cubrir el pago de la deuda agraria a los indios yaquis”; se mencionaba, especialmente, que el “gobierno mexicano está tratando de pagar la deuda que tiene con los indios por la confiscación de sus tierras -[…] hace mucho que los yaquis, tribu que es tratada mal es capaz de cometer actos de suma crueldad al perder sus ricas tierras”. Se explicaba también que habían “abandonado sus sentimientos pacifistas”, asumiendo una “actitud bélica y de retiro a la región montañosa del Bacatete”. Así pues, “el gobierno actual había puesto especial atención en esa cuestión” y se anunciaba la “devolución de la tierra a los que la trabajan…”; para lo anterior, el gobierno había formado un plan bajo sus propios términos, en el cual se pedía el pago de las tierras ilegalmente adquiridas o su inmediata devolución. Asimismo, “Las tierras que hubieran sido expropiadas por el gobierno serán devueltas a los antiguos propietarios bajo la condición única de que las trabajen”.56

Si bien la nota anterior muestra el interés del gobierno mexicano en la devolución de tierras en el Yaqui, también en esa misma nota se menciona un plan que contempla “el debido pago de tierras y la condición única que las trabajen”. Por lo anterior, era relevante establecer un diálogo con las autoridades para los términos del pago y condiciones; la misma nota declaraba que “el gobierno por conducto del secretario de Hacienda, está dispuesto a prestar la ayuda financiera necesaria para que los yaquis adquieran nuevamente sus propiedades”.57 De tal forma, era necesaria la intervención de los jefes de la tribu para poder intermediar en el plan contemplado por el gobierno, ya que, de no ser así, las condiciones y la usurpación de su territorio eran un peligro latente.

A partir de las notas anteriores es perceptible la concepción de la cuestión del Yaqui para este año: “sus sentimientos pacifistas”58 habían sido abandonados por los yaquis rebeldes; asimismo, habían atacado a sus propios “protectores”,59 como Álvaro Obregón. La opinión pública se dirigía a plantear de nueva cuenta el “problema indígena” ocasionado en parte por sus anteriores benefactores, como Adolfo de la Huerta, considerado enemigo del gobierno desde la insurrección delahuertista. De igual manera, se encontraban los compromisos que De la Huerta había adquirido con la tribu durante su gobierno. Para lo anterior, Álvaro Obregón establecía que “por fin el presidente Plutarco Elías Calles resolvería uno de los últimos problemas del gobierno federal” que refería a la organización y armamento de los yaquis, así como a las subvenciones mensuales, que costaban “varios miles de pesos que eran erogados del Erario Nacional”.60 La forma de terminar dicho problema era eliminar las subvenciones mensuales de los yaquis, quienes habían adoptado una “actitud de franca rebeldía”.61

Por lo anterior, es necesario apuntar que las “acciones bélicas” retomadas por los yaquis no eran producto de la inmediatez, causalidad o falta de conciencia, sino de nuevas disposiciones en torno de su territorio y autonomía. De tal forma, necesitaban establecer el diálogo para negociar condiciones favorables ante los nuevos preceptos, y de insurrección si las nuevas medidas no los beneficiaban. Asimismo, el hecho de que, el nuevo gobierno desde las instancias federales y estatales buscara quitar la subvención y erogaciones especiales para los yaquis propiciaba que el clima político que se gestaba contra ellos fuera contrario al de gobiernos anteriores. Así pues, existió un suceso particular en donde los yaquis buscaron establecer el pacto mediante el diálogo o la guerra.

El pacto o la guerra: “inició el movimiento de los indios”

En septiembre de 1926, el periódico El Informador dio a conocer un comunicado dirigido a la “población mexicana” por el presidente Plutarco Elías Calles, explicando cómo se había llevado a cabo el inicio “del movimiento de los indios”. Así pues, describió que el general de división Álvaro Obregón había sido detenido por un grupo de yaquis en las inmediaciones de Vícam, y que solicitaban la liberación de sus compañeros.62 Por medio de dicho comunicado, se estableció la forma en la que sucedieron los hechos: Álvaro Obregón debía viajar en el tren con Juan Rivera, intérprete y secretario particular del general Matus, jefe de la tribu yaqui; sin embargo, éste y su escolta “se quedaron en Hermosillo para conferenciar con el Gobernador del Estado”. Esta demora fue mal interpretada aparentemente o “tomada como pretexto” para que los yaquis detuvieran el tren de pasajeros en el que viajaba Obregón hasta tener “noticia exacta de Rivera y su escolta”. Por tal motivo, el gobierno federal lanzó “órdenes para que se movilizaran fuerzas suficientes con objeto de hacer al orden a los yaquis” con una fuerza de alrededor de 150 hombres sitiando el pueblo de Vícam.63 Posterior al suceso, Obregón culpó a De la Huerta de ser el promotor de dicha acción; sin embargo, éste negó toda participación.64 Si bien Obregón acusó a De la Huerta por “intento de asesinato”, éste lo negó rotundamente, pero apoyó la causa que propugnaban los yaquis e “hizo pública su intención de encabezar a este grupo en una rebelión en México”.65

La situación anterior trajo consigo la circunstancia perfecta para el Estado, de anular definitivamente las subvenciones que destinaban un presupuesto específico al abastecimiento de indios,66 argumentando que “el gobierno estuvo soportando todas esas exigencias sólo por cumplir con promesas del gobierno anterior, pero ahora recibe con agrado el momento de relevar al país de una obligación indebida y de una erogación onerosa”. Asimismo,

[…] el gobierno federal ha ordenado la inmediata movilización de columnas competentes que se encargarán de llevar a cabo una campaña de exterminio contra aquella tribu […] y de resolver para siempre el problema eterno del yaqui que tanto ha costado a la Nación, aplicando a esos indios el castigo que merecen las incontables depredaciones que han venido cometiendo desde tiempo inmemorial.67

Durante el mes de septiembre de 1926, los yaquis asediaron la ciudad de Nogales, Sonora, en numerosas ocasiones68 durante ese año. El periódico El Tucsonense mostraba la “connivencia con los yaquis y De la Huerta”. Dichos asedios a Nogales tenían como propósito “apoderarse de la ciudad fronteriza para así cruzar libremente y sin violar las leyes norteamericanas”.69 Sin embargo, para enero de 1927, a tan sólo cuatro meses de comenzar la llegada de yaquis a Nogales, estos mismos se deslindaron de Adolfo de la Huerta declarando su “repudio” por haberse desviado de los propósitos iniciales de su movimiento.70

El fragmento anterior nos brinda la posibilidad de reconocer en estos grupos yaquis un sentido de autonomía y protagonismo en su insurgencia. Si bien existe una evidente relación con Adolfo de la Huerta, la insurgencia desde el punto de vista de Guha no se puede observar solamente como un movimiento vertical, de líderes o de clases altas.71 De esta forma, desligarse de ciertos personajes políticos les permitía por una parte ocultar sus verdaderas intenciones, así como mostrar públicamente su poder dentro de la insurrección. Dicho poder radicaba tanto en reconocer como en desconocer a un líder de la élite si no convenía a sus intereses; asimismo, estas declaraciones les permitían mostrar situaciones opuestas a lo que realmente ocurría. Por otra parte, en congruencia con la visión “estatista” que proponen los estudios subalternos, era necesario en los discursos públicos la fragilidad de las alianzas en las insurrecciones para mostrar la debilidad y falta de organización del movimiento. Lo anterior provoca que el Estado se fortalezca ante dichas insurrecciones desorganizadas.

Si bien la historiografía local muestra la participación de yaquis al lado de De la Huerta en el movimiento de 1926 y 1927, las insurrecciones siguieron sucediendo en Guaymas y Nogales después de deslindarse de él. Como se mencionó anteriormente, el punto medular de su unión fue contra la reelección de Álvaro Obregón y las medidas impuestas por el gobierno de Calles; sin embargo, aliarse a De la Huerta significaba mayores probabilidades de éxito. Así pues, de acuerdo con Guha, quien establece que el subalterno sabía lo que hacía cuando se sublevaba, “el hecho de que su acción se dirigiese sobre todo a destituir la autoridad de la élite que estaba por encima de él y no implicase un plan detallado para reemplazarla, no lo pone fuera del reino de la política”.72 Así pues, el propósito principal se dirigía a contrarrestar a todas aquellas autoridades como Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, quienes amenazaban sus propios intereses y las anuencias ya obtenidas.

Los motivos dentro de los grupos rebeldes que ocasionaron dicha insurrección radicaban en los siguientes: en primera instancia, es notorio el propósito del gobierno de Calles de deslindarse de las subvenciones y partidas presupuestarias para el abastecimiento del Yaqui, así como para la construcción de iglesias y programas de irrigación. Asimismo se hallaba la falta de compromiso por parte del gobierno federal en el cumplimiento de la deuda agraria con los indios yaquis, que a pesar de hacerse pública, no se había efectuado en ese momento.73 A partir del testimonio de Dominga Tava, hija de uno de los líderes yaquis que estuvieron al frente de lo sucedido en las inmediaciones de Vícam, el propósito de la detención del tren era establecer un diálogo directo con Obregón, en donde se le solicitaría la liberación de sus compañeros de las prisiones de Hermosillo, así como la demanda de sus tierras. Desde su punto de vista, era razonable establecer este diálogo directo ya que muchos de ellos lo conocían personalmente;74 sin embargo, dicho encuentro fue “malinterpretado”75 por las autoridades, dando inicio a las hostilidades entre yaquis rebeldes y el gobierno y la inevitable insurrección del Yaqui.

Los fragmentos anteriores son relevantes en el sentido de un primer intento, por parte de los yaquis, de establecer el diálogo para una posible negociación como un antecedente de la insurrección. En primera instancia, por las demandas de sus tierras, así como para la liberación de sus compañeros yaquis. Es probable que el contacto cercano que tenía Obregón con Luis Matus y sus soldados yaquis, haya sido la razón para establecer el diálogo para la búsqueda de estos fines. Sin embargo, la posición de las autoridades y del mismo Obregón distaba de emplear en este momento la negociación, y lo demostraron lanzando sus tropas contra la población indígena.

La visión y apoyo del exterior: ¿quién armó a los yaquis?

En este apartado, se recuperan las distintas visiones que periódicos estadounidenses mostraron en torno de la rebelión yaqui. Lo anterior muestra la trascendencia de este movimiento para la frontera entre Estados Unidos y México y la diversidad de opiniones, de acuerdo con distintas tendencias políticas. Por ejemplo, en la nota editorial de El Tucsonense76 del 26 de septiembre de 1926, es posible ver una mirada no oficialista y contrapuesta a las autoridades mexicanas. “La campaña Yaqui” se adjudicaba al Estado mexicano, “ahora agravada la circunstancia de que los mismos hombres que están en el poder fueron quienes desde 1913 pertrecharon, instruyeron a los indios en el arte terrible de la guerra, dándoles privilegios que a ningún soldado yori”. Además de lo anterior, se relacionaba estrechamente a los yaquis con Álvaro Obregón ya que “siempre los consideró sus soldados predilectos y el general Calles tiene aún su guardia preferida formada de yaquis, y yaqui es el General Secretario de Guerra […] Fructuoso Méndez”.77 Esta nota determinaba que Obregón era el responsable del armamento que los yaquis rebeldes habían adquirido durante 1914 y 1915 al lado de las fuerzas constitucionalistas. Asimismo, recordaba la nota el testimonio de un “comerciante sonorense expatriado, que declaró a voz en cuello: Habeis hecho lo peor que podiais hacer contra Sonora: armar a los indios yaquis. Mañana podeis esperar mucho daño en esa conducta”.78

A pesar de lo anterior, existen otras fuentes que exponen que el armamento utilizado por los yaquis fue obtenido principalmente del apoyo y compra de los yaquis de Arizona, así como de Adolfo de la Huerta durante el periodo de 1926 a 1928.79 Por ejemplo, El Stockton Independent, periódico de California, explicaba que desde el año de 1920, los yaquis habían obtenido armas desde Estados Unidos. La nota mencionaba que “han venido obteniendo armas y municiones desde Estados Unidos acorde a las informaciones de los oficiales mexicanos”. Dichas armas habían sido recogidas de un enfrentamiento que tuvieron en Santa Bárbara, que se encontraba 18 millas debajo de la frontera con Estados Unidos. En dicho enfrentamiento fueron asesinados nueve soldados mexicanos y hubo cinco heridos; finalmente los yaquis huyeron a las montañas de Santa Bárbara, dejando las armas adquiridas en Estados Unidos en el lugar de los hechos.80

En el mismo tenor, otras fuentes hablan del apoyo recibido por los yaquis de Arizona respecto al armamento que obtuvieron para la guerra de 1926-1927. En Mujeres yaquis, Dominga Tava, quien pertenecía a una familia yaqui que vivía en Arizona, narraba la participación activa de ella y su familia en los planes de la guerra del Yaqui; la forma de participación se circunscribía a adquirir armas para la rebelión, en donde su padre, Vicente Tava, desempeñó un papel activo.81 Posterior al incidente en Estación Vícam, Vicente se internó en la Sierra, desde donde mantuvo contacto con Dominga; ella misma sirvió de enlace de cartas e información sobre jefes yaquis, armas y otros asuntos.82 Por los sucesos anteriores y por medio del testimonio de Dominga, Adolfo de la Huerta fue en secreto a Tucson desde su exilio en California para entrevistarse con los jefes yaquis. Dominga recuerda cómo Vicente Tava fue uno de los jefes yaquis que se entrevistaron con De la Huerta. En ese momento, Adolfo de la Huerta era un refugiado, pero contaba con numerosos amigos en California quienes “estaban consiguiendo dinero para comprar armas, las que serían enviadas a Tucson y luego transportadas a pie por los senderos de las montañas del Bacatete”.83 Desde California, trajeron a Tucson un cargamento por parte de Francisco Ferriz a la casa de la madre de Dominga; los agentes federales arrestaron a los hombres, sin embargo, la familia de Dominga siguió trabajando por la causa hasta que terminó la guerra.

Otra visión proporcionada por los periódicos estadounidenses acerca del armamento corresponde al Calexico Chronicle y el San Bernardino Sun, de Los Ángeles, ambos del estado de California. En Calexico Chronicle, de febrero de 1928, Adolfo de la Huerta fue acusado de violar la neutralidad del país, al transportar cerca de 20 rifles y municiones a la ciudad de Nogales. En su testimonio explicó que tanto él como Luis Gayou pretendían colaborar con las autoridades policiales de Nogales, en el caso de que los yaquis capturaran la ciudad. En el mismo sentido, negaron todo intento de dotar a los indios con municiones y que había ido a la frontera con el total conocimiento de las autoridades americanas.84 Posteriormente, el periódico San Bernardino Sun publicó, el 14 de febrero de 1928, que “Huerta y otros habían sido liberados de violación de la neutralidad” del vecino país. En dicha nota, se mencionaba que fueron liberados por un jurado federal, el cual dio el veredicto de “no culpable”. Las otras personas que también fueron juzgadas fueron Francisco Ferriz, Luis Gayou, Alfonso G. Moreti y Enrique Berceda [sic]. La defensa se centró en el uso de argumentaciones tales como la imposibilidad de que “un hombre como De la Huerta que poseía un gran equilibrio de dignidad y era conocedor de las leyes estadounidenses, intentara hacer una “revolución” con tan solo unas cuantas armas y municiones”. Asimismo, puntualizaban que dicho armamento era para ayudar a la “policía de Nogales” en el caso de que los yaquis pudieran tomar la ciudad y “por esa razón, Gayou fue arrestado en Arizona por transportarlas”.85

Es relevante resaltar de las notas anteriores la defensa de De la Huerta y sus colegas exiliados en la prensa de California; si bien se mencionaba que habían sido acusados de violación de la neutralidad, retomaban su testimonio de defensa además de argumentaciones en cuanto a su dignidad, ser hombre conocedor de las leyes y su afán de hacer bien a la misma sociedad que lo exilió. Es importante observar una visión con una clara tendencia política que favorecía a De la Huerta y sus allegados. Una posible razón fue la colaboración de los exiliados delahuertistas en distintos periódicos de California y Arizona, así como la realización del periódico El Eco de México en Los Ángeles.86 Asimismo, la prensa mostraba un gran interés por la vida cotidiana de los exiliados, registrando todo lo relacionado a sus problemas legales, su vida familiar y presencia en espacios públicos; lo anterior puede explicar la especial atención hacia este asunto.87

Si bien Adolfo de la Huerta, Luis Gayou, Alfonso Gómez Morentín y Enrique Breceda fueron exonerados de los cargos, es interesante puntualizar en la figura de Francisco Ferriz como promotor y principal contacto para el transporte de armas, así como el contacto con los yaquis de Arizona y del Bacatete. En este sentido, tanto el testimonio de Dominga Tava, como el hecho de haber sido juzgado en Estados Unidos por transportar armas, confirman que sí fraguaba introducir armas y municiones para apoyar los movimientos rebeldes del Bacatete. Por último, considerar que el testimonio de De la Huerta retomado por el Calexico Chronicle cuyo fin era apoyar a las autoridades estatales con armas y municiones, no resulta convincente. Las mismas autoridades lo habían denunciado como cabeza y apoyo del movimiento de los indios yaquis, siendo un notorio opositor de la reelección de Álvaro Obregón.

Los gritos de la guerra: aeroplanos y bombardeos en la sierra del Bacatete

En 1926 en la campaña contra los yaquis se vinculan principalmente dos líderes “quienes habían tenido antes diferencias, y se han vuelto a unir, y que ellos han iniciado sus actividades juntamente contra el gobierno federal”; sus nombres son Ignacio Mori y Luis Matus. En la nota describe que:

El jefe Mori, quien había sido depuesto de su cargo anteriormente por un Concejo de la tribu, y quien había recibido armas y parque para ayudar al gobierno federal en su campaña contra los yaquis en rebelión, se ha unido a éstos, y hecho causa común contra el gobierno, habiendo atacado a un regimiento de soldados federales, en que perecieron 27 de ellos y 30 yaquis al mando de Mori y Matus.88

Ante la situación anterior, el general Manzo intervino con infantería en Vícam y cuando marchaban al norte de la Pitahaya fueron emboscados por indios yaquis, quienes “abrieron un terrible fuego mortífero […] habiendo aniquilado casi por completo el regimiento vigésimo-noveno de infantería”. Para ese momento, el gobernador del estado de Sonora, Alejo Bay, declaró al periódico El Tucsonense que “Los yaquis están en connivencia con los enemigos políticos del gobierno pues en los combates, sostenidos con fuerzas del General Manzo ellos han lanzado gritos de ‘Viva De la Huerta’.89

Las acciones y tácticas de guerra permitieron que la insurrección traspasara la sierra del Bacatete y llegara en ese momento a las inmediaciones de Guaymas. Después de lo sucedido en la estación Oroz,90 se temía la llegada a Guaymas y su avance hacia el norte. El gobierno estatal comunicó que las tácticas de los yaquis consistían principalmente en “hacer cacería de oficiales y jefes federales”; de tal forma, ocasionaban la desmoralización del resto de las tropas del gobierno. Debido al aumento de dichas acciones, el gobierno instó al ataque de los campamentos yaquis mediante el uso de aeroplanos; sin embargo, la espesura de los bosques obstruía la visión para el ataque. Como orden, las tropas federales no tomaban prisioneros yaquis de guerra, sino que “todos los yaquis que caigan en poder de las tropas federales serán ejecutados en el campo”. Asimismo, se mencionaba el uso de gases asfixiantes lanzados por medio de bombas en aviones; el uso de las bombas de gases asfixiantes se dirigía especialmente a los campamentos de los rebeldes.91

En el Madera Tribune, periódico de California, se mencionaban las preparaciones que hacían los federales para exterminar a las bandas de rebeldes con ametralladoras, aviones y una gran cantidad de municiones. Por su parte, “los indios estaban equipados también con ametralladoras que han sido proveídas por hombres blancos, y guardando el paso sobre las montañas para atacar”.92 En este mismo sentido, el Calexico Chronicle ahondó en la ayuda que había recibido el gobierno de Sonora por parte del gobernador de Baja California, Abelardo L. Rodríguez, para la compra de aviones de guerra. En la nota se hablaba de ocho aviones militares que habían sido entregados al teniente Samuel C. Rojas, comandante de las fuerzas aéreas mexicanas, desde el Douglas Airplane Corporation en Santa Mónica. Cuatro de los aviones fueron comprados por el gobierno federal, mientras que los otros cuatro por el gobierno de Abelardo L. Rodríguez. Éstos estaban destinados a la campaña del Yaqui y habían sido equipados con ametralladoras, equipos de bombardeo y armas ofensivas. Se mencionaba que cada aeroplano era capaz de cargar gran cantidad de explosivos para bombardear las posiciones estratégicas de los yaquis rebeldes.93

Para este momento, las formas de diálogo o negociación se encontraban fuera del alcance. Los movimientos cuyos líderes principales eran Luis Matus e Ignacio Mori habían comenzado a mermar a los soldados federales; el temor de la llegada de los rebeldes a la frontera era inminente y su subsistencia en la sierra del Bacatete los volvía más inasequibles. Para contrarrestar el avance, se iniciaron ataques constantes de bombardeos, que eran un arma innovadora para el momento e infundían el terror entre los yaquis de la Sierra y de pueblos aledaños. Ante esta situación, era necesaria la resistencia, la alianza y el uso de armamento adquirido de Estados Unidos como una forma de sobrevivir ante la amenaza de sus vidas.

“Muera la reelección fue el grito de los alzados” y los sucesos posteriores a 1927

A partir de enero de 1927, las acciones de guerra de los yaquis incluyeron otras enmiendas; el postulado principal de su insurrección era evitar la reelección de Álvaro Obregón. A partir de “hojas volantes” y del grito de los alzados, los yaquis rebeldes “han repudiado a De la Huerta” porque él se había desviado de sus propósitos iniciales. El Tucsonense hacía mención de por lo menos “400 yaquis que sorprendieron a un tren de marcha en Las Cuevas, próximo a Guaymas”. En esta intervención, los yaquis exclamaron que “a partir del año nuevo no darán misericordia ni cuartel en esta guerra, que será de vida o muerte”.94 Sin embargo, en posteriores notas periodísticas, el jefe yaqui Luis Matus anuncia su llegada y toma de Nogales, Sonora. Aseguraba que traía consigo más de 1 800 hombres “perfectamente armados y hechos al combate desde hace muchos años”. En ese momento, la demanda de la rendición de la ciudad corría a cargo de Adolfo de la Huerta; sin embargo, la misma nota aclaraba que “nadie ha podido verificar dicho informe”.95

Para mayo de 1927, numerosas partidas yaquis llegaban a las puertas de Nogales, Sonora. De primera cuenta, se enfrentaron a las tropas federales del general Ríos Zertuche quienes reforzaban la plaza de Nogales. Asimismo, en ese mismo mes, se sospechaba de la llegada de Alfonso de la Huerta, hermano de Adolfo, cuyo propósito era buscar aliados. El Madera Tribune reportó el día 11, que los oficiales federales mexicanos negaban que Luis Matus hubiera tomado la ciudad de Nogales, y que al contrario, las tropas habían defendido a la ciudad en una batalla contra ellos.96 El mes de septiembre de 1927 fue coyuntural para el movimiento. El San Pedro News Pilot reportó el asesinato y la exhibición del cuerpo de Alfonso de la Huerta en Nogales, Sonora.97 Se mencionaron dos escenarios: Alfonso se había unido a la batalla que sostenían las bandas de yaquis cerca de Imuris, en la cual se reportó su asesinato. El segundo escenario era que había sido secuestrado e incomunicado por oficiales militares mexicanos, y posteriormente ejecutado por un pelotón de fusilamiento. Se describía cómo su cuerpo fue exhibido por los militares victoriosos en la plaza principal de Nogales donde fue visto por la multitud.98

El 7 de mayo de 1927, la nota principal de El Tucsonense describía una escena dramática en donde “se ordenaron que se suspendieran todos los negocios para que el pueblo presenciara a la macabra escena”. Dicha escena respondía al ahorcamiento público de un indígena yaqui; las autoridades militares ejecutaron y celebraron el asesinato como represalia a las matanzas de federales. Otra nota del mismo periódico mencionaba a los “Cadáveres que penden de siete yaquis de unos postes de telégrafo y de árboles”; dichos yaquis fueron tomados como prisioneros y expuestos por las autoridades militares para el escarmiento de la población.99 Posterior a estos sucesos y durante el verano de 1927, el gobierno recrudeció su campaña y lanzó un ultimátum declarando una tregua entre ambos bandos. Para octubre del mismo año, el Estado dio por terminada la campaña; sin embargo, no todos los indígenas se rindieron, como el grupo del general Luis Matus, que se quedó en las inmediaciones de la Sierra.100

Un punto de inflexión para conocer las rebeliones yaquis en este periodo es el asesinato de Álvaro Obregón en julio de 1928; a partir de esta fecha, surgen nuevas fuerzas políticas alrededor del liderazgo de Plutarco Elías Calles101 y en rebelión contra la imposición de Emilio Portes Gil. En este sentido, el asesinato de Obregón abrió la puerta a fuerzas civiles y militares para postular un nuevo candidato a la presidencia. El Plan de Hermosillo, de marzo de 1929, fue el documento donde dieron su reconocimiento como “jefe” a José Gonzalo Escobar, cuya rebelión fue apoyada por Francisco Manzo, Roberto Cruz, Fausto Topete, Marcelo Caraveo, Jesus Aguirre y Francisco Urbalejo.102 Ante estos cambios y posibles amenazas políticas, los yaquis siguieron siendo un problema a pesar de haber culminado con “la última campaña”; sin embargo, se cristalizarían nuevas formas de rebelión, como la escobarista, y levantamientos por parte de los yaquis que aún estaban en su territorio, especialmente en la sierra del Bacatete.

Para observar las repercusiones de lo mencionado anteriormente y la visión de la prensa estadounidense sobre dicha efervescencia política, en abril de 1929, el Madera Tribune publicó en su titular que “Los rebeldes de Nogales están listos para rendirse a las armas federales”. Los rebeldes a los que se hace mención estaban comandados por Fausto Topete, quien había desertado del movimiento escobarista. Lo anterior fue notificado por la cercanía de Nogales a la frontera con Estados Unidos, lugar donde sucedía el conflicto. Asimismo, se temía que los rebeldes se refugiaran en Estados Unidos, especialmente los grupos de yaquis que se unieron al movimiento y no habían sido “controlados” por los líderes escobaristas. Para contrarrestar lo anterior, las tropas federales mexicanas lanzaron una docena de bombas hacia Nogales, contra los que se negaban a rendirse. Asimismo, se mencionaba que no había información sobre el principal líder rebelde, Escobar; por lo tanto, se hablaba sobre la disolución final de la revuelta. A pesar de lo anterior, el gobierno de Estados Unidos temía que los rebeldes cruzaran la frontera y, para evitarlo, enviaron 200 hombres del “tenth United States calvary” como refuerzo de las 1 500 tropas estadounidenses de la frontera.103

En julio de 1929 el Coronado Eagle and Journal publicó una nota intitulada “Yaquis Yield Independence”. En ella, hace un recuento histórico de los yaquis al no sujetarse a las políticas del Estado mexicano o “mexicanizarse”. Explica que en los últimos tres años de guerra, las tropas federales mexicanas han “conquistado” y finalmente desmembrado la gran porción de territorio que poseían y defendían. Se mencionaba que los yaquis controlaban una región que se extendía “desde 100 millas al norte de Guaymas, en donde están las mejores tierras de la república. Su territorio se extendía también al valle del río Yaqui en un distrito más grande que el imperial valle de California y con recursos de agua tres veces mejores que dicho valle”. Desde este momento, la nota explicaba que los territorios y poder de los yaquis se redujeron a la sierra del Bacatete; que muchos de los hombres fueron asesinados, y que predominaban las mujeres, niños y ancianos en dicho lugar. Así pues, mencionaba cómo habían perdido los yaquis rebeldes la revolución y que el gobierno, gracias al más moderno armamento de guerra y aeroplanos, pudo bombardear la zona y esparcir el terror. Así fueron finalmente destruidos.104 La nota culmina con una sentencia que se convertía en una realidad para los pueblos del Yaqui: “Aunque el gobierno mexicano ha hecho todo por pacificarlos, parece que la tradicional lucha del Yaqui que ha existido por 400 años continuará en la memoria de todos los mexicanos, así como en los años venideros”.105

La lucha seguía tanto en la memoria como en los sucesos cotidianos de mestizos y yaquis. Un ejemplo de lo anterior se rescata en el Archivo General del Estado de Sonora; para agosto de 1929 las “Quejas por ataques de yaquis” estaban a la orden del día. Inicialmente, es relevante observar que dichas quejas comienzan a acrecentarse en la documentación, una vez terminada la rebelión escobarista en mayo de 1929. Las quejas hacen referencia a robos, ataques y asesinatos que fueron perpetrados por los yaquis y reportados en las inmediaciones de La Misa, Carbó, Guaymas y Empalme. El abigeato por partidas yaquis fue un tema recurrente; los vecinos reportaban la huida de los mismos hacia la sierra del Bacatete, llevando consigo cabezas de ganado, caballada, sillas para montar.106 El 17 de agosto del mismo año, Juventino Espinosa Sánchez, general de brigada, anunciaba la concesión del presidente de la República para su proyecto de acabar con el “llamado problema del yaqui”. Entre sus propuestas, se encontraba suspender sus autoridades civiles y facilidades para fomentar la colonización de la población blanca en los centros habitados del Yaqui.107

Las anteriores aseveraciones permiten constatar que las revueltas yaquis seguían sucediendo para 1929. Si bien, en apariencia, no se reconocían bajo una enmienda política o cercanía hacia un personaje de la élite, como lo fue en su momento Adolfo de la Huerta, sus formas de hacer la guerra cambiaron para sobrevivir. En este sentido se orientaron a buscar cabezas de ganado y caballos de silla haciendo incursiones en los alrededores de Empalme, San José de Guaymas y demás lugares continuos “siguiendo con rumbo a la Sierra”.108 El número de yaquis por partidas refieren a partidas de 10 o 17 yaquis que constantemente alarman a los pobladores de la zona. Es relevante mencionar que el gobierno de Francisco S. Elías en este momento buscaba negociar su tranquilidad por medio de Francisco Pluma Blanca, de Vícam. En numerosas ocasiones él fue el encargado de buscar las partidas de yaquis en el Bacatete, enviar provisiones de alimentos, caballos e incluso de buscar a jóvenes yaquis bajo sus órdenes para ser becados en la ciudad de México.109

Consideraciones finales

Este trabajo mostró que antes de una insurrección, hay un proceso de diálogo y negociación. A partir de 1926 se presenta un nuevo panorama para los yaquis: un nuevo plan de “reparto de tierras”, la eliminación de subvenciones adquiridas de gobiernos pasados, erogaciones mensuales y apoyos para la construcción de caminos, iglesias e irrigación para sus pueblos. Estas situaciones llevaron a los yaquis a posicionarse ante un diálogo directo con personajes de la escena política del momento, a quienes habían apoyado durante la etapa constitucionalista. Sin embargo, este acercamiento no tuvo éxito y finalmente los yaquis plantaron su resistencia por medio de la insurrección y vinculación con otros grupos opositores del gobierno. La situación anterior fue evidentemente el paso para la insurrección de los grupos rebeldes y la necesaria anexión a un grupo de la élite que podía proveerle armamento para contrarrestar al gobierno federal.

De tal forma, el factor que los vinculó a Adolfo de la Huerta y sus allegados fue la unificación de intereses para destituir a los miembros de la élite en el poder. Asimismo, un punto relevante para su integración fue el lugar estratégico que los exiliados allegados a De la Huerta establecieron en la frontera con Arizona y el traspaso de armamento y municiones para sostener la guerra. Si bien las evidencias apuntan a un trabajo realizado por “los hombres blancos” los testimonios muestran también la ejecución de actividades principales por parte de los yaquis en Arizona y Sonora. Las ametralladoras y municiones que pasaron por California y Arizona hasta llegar a la sierra del Bacatete fueron fundamentales para mermar los esfuerzos de las tropas federales.

A pesar de esta idea en común y de las fuerzas unidas de los aliados de De la Huerta con los grupos rebeldes del yaqui, el gobierno federal utilizó una estrategia novedosa y que causaba terror: el uso de aeroplanos bombarderos para contrarrestar a las fuerzas rebeldes en Nogales. Asimismo, el gobierno de Sonora fue apoyado por otras instancias de gobierno, como la de Abelardo L. Rodríguez, para asegurar la compra de aviones de alta tecnología en Santa Mónica, California. El asesinato de Alfonso de la Huerta y la deportación de líderes yaquis para octubre de 1927,110 pusieron relativamente un fin a la contienda política. Asimismo, el escarnio público fue necesario, no solamente con miembros de la élite como Alfonso de la Huerta, sino también con los yaquis que tomaban prisioneros y eran ahorcados en las plazas públicas como festejo militar. Sin embargo, a pesar del “fin de la campaña” los movimientos del Yaqui siguieron sucediendo. Inicialmente, se integraron a otros movimientos como el escobarista con el objeto, de nueva cuenta, de resistir. Asimismo, por medio de partidas, asonadas, robos y secuestros realizados por parte de los yaquis que huían posteriormente a la sierra del Bacatete.

Mediante la prensa estadounidense podemos observar el interés por los yaquis y por lo que sucedía en la frontera Sonora-Arizona. Observamos también sus visiones y tendencias políticas que permiten analizar visiones “estatistas” del discurso histórico. Lo anterior se caracteriza por dar protagonismo a las élites que se rebelan, como en este caso Adolfo de la Huerta, y a los indígenas como simples actores armados que participan en sus movimientos, sin intereses en común que los definan o una conciencia reflexiva dentro de los grupos. En ese sentido, es relevante cambiar el foco de interés de las élites como protagonistas, a los indígenas como autores de sus propios movimientos e insurrecciones y promotores de sus propias demandas.

Para lo anterior, es necesario realizar una doble lectura de las fuentes de información del periodo de estudio, para que sus intereses y factores para la integración a los movimientos salgan a la luz. Los Estudios Subalternos permiten observar estas historias negadas por una historiografía realizada por el estatismo del discurso público; asimismo, propone pensar en periodizaciones que no solamente contemplan la trayectoria de los miembros de la élite que se rebelan, sino que establecen nuevas rutas para observar a los que integran dichos movimientos. Asimismo, se analizan con mayor profundidad los argumentos de causalidad, inmediatez o falta de conciencia en sus movimientos. El punto relevante es considerar que oponerse o plantear la destitución de la autoridad de la élite que estaba por encima de ellos, aunque no hubiera un plan detallado a seguir, los pone dentro del reino de la política.

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Spicer, Edward, Los yaquis: historia de una cultura, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1994. [ Links ]

1 García Rivera, “Liderazgos, pactos e insurrecciones”.

2Política que buscaba des-indianizar a Colombia a lo largo de varias generaciones, por medio de una asimilación genética. Lo anterior lo lograrían con la importación de inmigrantes europeos atraídos por políticas generosas por parte del Estado. También se pensaba que el matrimonio entre indios y mestizos, y entre éstos y blancos, lograría alcanzar el blanqueamiento genético. Para más información consúltese Larson, Indígenas, élites y Estado, p. 36.

3Consideraban al indio como inferior, como pobre, ignorante e indefenso. Larson, Indígenas, élites y Estado, p. 79.

4 Larson, Indígenas, élites y Estado.

5 Pinto, La formación del Estado.

6Se denominó negocio pacífico de indios a la política implementada por Juan Manuel de Rosas, gobernador de la provincia de Buenos Aires, en donde consagró un rubro particular al presupuesto provincial para sostener el sistema. Ratto, “Una experiencia fronteriza exitosa”, p. 3.

7 Ratto, “Una experiencia fronteriza exitosa”.

8 Néspolo, Cutrera y Morrone, “El líder étnico, liderar y liderazgo”, pp. 83-100.

9 Sahlins, Hombre pobre, hombre rico, gran hombre.

10La noción de subalternidad es recuperada en los escritos de Antonio Gramsci, como expresión de la condición subjetiva del subordinado, determinada por una relación de dominación. Sin embargo, a partir del impulso de los Estudios Subalternos, Ranahit Guha ha propuesto un análisis crítico ante la orientación de considerar las insurrecciones subalternas de un carácter espontáneo y sin una conciencia reflexiva dentro del grupo; asimismo, en correspondencia estricta con los intereses o beneficios propios de la élite a la que dan o retiran su apoyo. Para más información, Guha, Las voces de la historia, pp. 95-112.

11 Mallon, Campesino y nación.

12 Falcón, “Subterfugios y deferencias”, p. 125.

13 Hernández Silva, Insurgencia y autonomía; Hu-DeHart, Yaqui Resistance and Survival; Spicer, Los yaquis: historia de una cultura.

14 Padilla y Trejo Contreras, “Guerra secular del yaqui”, pp. 59-103; Padilla, Donjuan Espinoza, Trejo Contreras y Enríquez Licón, Religión, nación y territorio.

15 Medina, “Cargos militares indígenas”, pp. 29-48; García, “La construcción de la legitimidad en torno al cargo de capitán general”, pp. 105-129.

16 García Rivera, “Historia y memoria en torno a liderazgos indígenas”.

17 Ramírez Zavala, “De todo se han aprovechado esos hombres políticos y revolucionarios”.

18Modonesi, “Subalternidad”, Universidad Nacional Autónoma de México, 2012, p. 8.

19 Guha, Las voces de la historia y otros estudios subalternos, p. 95.

20 Guha, Las voces de la historia y otros estudios subalternos, p. 96.

21 Guha, Las voces de la historia y otros estudios subalternos, p. 98.

22 Guha, Las voces de la historia y otros estudios subalternos, p. 104.

23 Guha, Las voces de la historia y otros estudios subalternos, p. 104.

24 Padilla, Yucatán: fin del sueño yaqui.

25 Padilla, Yucatán: fin del sueño yaqui, pp. 43-46.

26 Ramírez Zavala, La participación de los yaquis en la Revolución.

27 Ramírez Zavala, La participación de los yaquis en la Revolución, p. 33.

28 Jaime, Testimonios de una mujer yaqui, p. 51.

29 Madero, La sucesión presidencial de 1910, p. 308.

30 Jaime, Testimonios de una mujer yaqui, p. 29.

31 Ramírez Zavala, La participación de los yaquis en la Revolución, p. 44.

32 Ramírez Zavala, La participación de los yaquis en la Revolución, p. 44.

33 Ramírez Zavala, “De todo se han aprovechado esos hombres políticos y revolucionarios”.

34 Dabdoub, Historia del Valle del Yaqui, p. 179.

35 Ramírez Zavala, La participación de los yaquis en la Revolución, p. 54; Jaime, Testimonios de una mujer yaqui, p. 3.

36 Jaime, Testimonios de una mujer yaqui, pp. 50 y 51.

37 Jaime, Testimonios de una mujer yaqui, p. 66.

38 Ramírez Zavala, La participación de los yaquis en la Revolución.

39 Plasencia, “El exilio delahuertista”.

40 Solórzano, “El Yaqui al interior del proceso de construcción nacional”, p. 183.

41 Sánchez Amaro, La rebelión delahuertista, p. 71.

42 Sánchez Amaro, La rebelión delahuertista, p. 73.

43 Sánchez Amaro, La rebelión delahuertista, pp. 97 y 110.

44 Sánchez Amaro, La rebelión delahuertista, p. 261.

45 Plasencia, “El exilio delahuertista”.

46 José Valenzuela, “La rebelión delahuertista”.

47 Grijalva, “Mexican exiles are films extras”, p. 3.

48 Ramírez Zavala, “La nueva cara de la violencia política”, p. 28.

49 Ramírez Zavala, “La nueva cara de la violencia política”, p. 29.

50Axel Solórzano afirma que dicho interés radicaba en la conformación de la nueva ciudad de Obregón como centro neurálgico y de distribución de la zona. Solórzano, “El Yaqui al interior del proceso de construcción nacional” p. 185.

51 Dabdoud Sicre, Historia del Valle del Yaqui, p. 220.

52 Solórzano, “El Yaqui al interior del proceso de construcción nacional”, p. 185.

53Periódico que nace en 1917 con Jesús Álvarez del Castillo Velasco a la cabeza. A pesar de considerarse un periódico de índole conservadora desde sus inicios, no se caracterizó por apoyar abiertamente movimientos políticos. Durante la rebelión delahuertista, Obregón ordenó la incautación del periódico a razón de la amistad entre el director y Adolfo de la Huerta. Sánchez Ruiz, “Apuntes para una historia de la prensa en Guadalajara”, p. 13.

54“Cría cuervos”, El informador, Diario Independiente (26 feb. 1926).

55 Dabdoud Sicre, Historia del Valle del Yaqui, p. 219.

56“El gobierno federal va a cubrir el pago de la deuda agraria a los indios yaquis”, El informador, Diario Independiente (1o jul. 1926, p. 1).

57“El gobierno federal va a cubrir el pago de la deuda agraria a los indios yaquis”, El informador, Diario Independiente (1o jul. 1926, p. 1).

58“El gobierno federal va a cubrir el pago de la deuda agraria a los indios yaquis”, El informador, Diario Independiente (1o jul. 1926, p. 1).

59“Cría cuervos”, El informador, Diario Independiente (26 feb. 1926).

60“Pasaron ayer para Sonora otros contingentes militares que van a abatir a los yaquis”, El informador, Diario Independiente (16 sep. 1926).

61“Pasaron ayer para Sonora otros contingentes militares que van a abatir a los yaquis”, El informador, Diario Independiente (16 sep. 1926).

62Existen distintas versiones sobre lo que sucedió en septiembre de 1926. Entre ellas, se menciona que una milicia yaqui esperaba en Vícam a una comisión que viajaba desde Hermosillo. Álvaro Obregón se encontraba en el ferrocarril detenido por los yaquis, quienes buscaron averiguar qué había sucedió con su gente en Hermosillo; lo anterior fue interpretado como una agresión por parte de los yaquis. En lugar de solicitar información sobre la comisión de yaquis, se mandó traer un convoy militar que abrió fuego contra ellos. Ramírez Zavala, “La nueva cara de la violencia política”, pp. 29 y 30. Dabdoud Sicre, Historia del Valle del Yaqui, pp. 220 y 221.

63“Pasaron ayer para Sonora otros contingentes militares que van a batir a los yaquis”, El informador, Diario Independiente (16 sep. 1926).

64 Plasencia, “El exilio delahuertista”.

65 Plasencia, “El exilio delahuertista”, p. 124.

66Para profundizar en esta temática consúltese Ramírez Zavala, “De todo esto se han aprovechado esos hombres políticos y revolucionarios”.

67“Pasaron ayer para Sonora otros contingentes militares que van a batir a los yaquis”, El informador, Diario Independiente (16 sep. 1926).

68“De la Huerta en connivencia con los yaquis”, El Tucsonense (23 sep. 1926).

69 Plasencia, “El exilio delahuertista”, p. 124.

70“Los yaquis empezaron a renovar su actividad guerrera”, El Tucsonense (4 ene. 1927).

71 Guha, Las voces de la historia y otros estudios subalternos, p. 104.

72 Guha, Las voces de la historia y otros estudios subalternos, p. 104.

73 Lorenzana, “El reparto agrario en el valle del Yaqui”, p. 454.

74 Holden, Mujeres yaquis, p. 111.

75Al igual que este testimonio, Claudio Dabdoub retoma esta versión al mencionar que cuando el tren fue detenido en Estación Vícam, Obregón se puso en contacto con Luis Matus para pedir telegráficamente a Hermosillo que se enviara la comisión que esperaban los yaquis, representada por Juan Rivera, pero dio la orden de tal forma que fueron enviadas tropas que iniciaron fuego sobre los indígenas. Dabdoud Sicre, Historia del Valle del Yaqui, p. 221.

76El periódico El Tucsonense, fundado por Francisco Moreno en 1915 y que estuvo en circulación hasta 1959. Sus tópicos principales eran la revolución mexicana, la Gran Depresión, el sistema educativo y política, especialmente durante las guerras mundiales. Sus colaboradores eran mexicanos que residían en Tucson. Es muy probable que fueran mexicanos en el exilio, algunos de ellos ligados a movimientos delahuertistas y que, desde ahí, planteaban sus ideas políticas en torno a la figura de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Kollen, “Historic Mexican and Mexican American Press”, p. 6 y Guzmán, Adolfo de la Huerta, pp. 67 y 68.

77Fructuoso Méndez no era yaqui, fue un militar mexicano con gran influencia entre los yaquis. En 1923, se unió a la rebelión delahuertista siendo fusilado al inicio de la campaña.

78“La campaña del Yaqui”, El Tucsonense (23 sep. 1926).

79“La campaña del Yaqui”, El Tucsonense (23 sep. 1926).

80“Claim Yaqui Indians got arms from U. S.”, Stockton Independent (27 ene. 1920).

81 Holden, Mujeres yaquis, p. 111.

82 Holden, Mujeres yaquis, p. 163.

83 Holden, Mujeres yaquis, p. 165.

84“Mexican claims bought guns to take over Nogales police work”, Calexico Chronicle (11 feb. 1928).

85“Huerta and other freed of Neutrality Violations”, San Bernardino Sun (14 feb.1928).

86 Guzmán, Adolfo de la Huerta, p. 67.

87 Grijalva, “Mexican exiles are films extras”, pp. 6 y 7. Grijalva, “Mexican exiles are films extras”, pp. 6 y 7.

88“Los jefes yaquis Mori y Matus se unen para la campaña”, El Tucsonense (23 sep. 1926).

89“Los jefes yaquis Mori y Matus se unen para la campaña”, El Tucsonense (23 sep. 1926).

90En Estación Oroz, los batallones 4o, 29, 10 y 12o. regimiento de caballería, al mando del general Manzo, sufrieron una emboscada por parte de los rebeldes. Dichos regimientos iban a pie desde Vícam hasta Oroz, ya que los trenes no podían pasar por ahí. En Oroz, donde había un puente quemado, se formaron unos charcos de agua limpia en donde los regimientos se detuvieron a llenar sus ánforas. Los yaquis, aprovechando la situación, rompieron un fuego nutrido sobre la fuerza con mucha violencia y con gritos de combate “Viva De la Huerta”. Así sufrieron las primeras bajas las tropas del gobierno. Fuente: El Tucsonense (23 sep. 1926); El informador, Diario Independiente (21 sep. 1926).

91“Federales y Yaquis estaban combatiendo al norte de Guaymas”, El Tucsonense (23 oct. 1926).

92“Yaquis make final stand at Guaymas”, Madera Tribune (16 nov. 1926).

93“Governor aids in fight on Yaquis”, Calexico Chronicle (1o dic.1926).

94“‘Muera la re-elección’ fue el grito de los alzados”, El Tucsonense (4 ene. 1927).

95“El jefe yaqui Luis Matus pidió la ciudad de Nogales”, El Tucsonense (12 mayo 1927).

96“Mexican Indian uprising traced to De la Huerta”, Healdsburg Tribune (3 ene. 1927).

97En Historia Gráfica de la Revolución Mexicana, en fotografía de Casasola, se observa el asesinato de Alfonso de la Huerta, con fecha del 10 de julio de 1927.

98“Indian’s rebellion enters final stage”, San Pedro Daily News (20 ene. 1927).

99“Con lujo de crueldad colgaron los federales a un yaqui en Nogales, Son.”, El Tucsonense (7 mayo 1927).

100 Ramírez Zavala, “La nueva cara de la violencia”, p. 31.

101 Castro, “El asesinato del general Álvaro Obregón”, p. 144.

102Proclama de Gonzalo Escobar a todos los campesinos del país, 3 de marzo de 1929. Escobar. Proclama a “Todos los campesinos del País”. Torreón Coahuila, 3 de marzo de 1929. Consulta en línea: https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/6/2983/10.pdf

103“Nogales rebels are ready to surrender to federal armies”, Madera Tribune (30 abr. 1929).

104“Yaquis yield independence”, Coronado Eagle and Journal (17 jul. 1929).

105“Yaquis yield independence”, Coronado Eagle and Journal (17 jul. 1929).

106AGES, Oficialía Mayor, tomo 82, Quejas por ataques de los Yaquis, La Misa, Son. 14 de agosto de 1929.

107AGES, Oficialía Mayor, tomo 82, Quejas por ataques de los Yaquis. Esperanza, Son. 17 de Agosto de 1929.

108AGES, Oficialía Mayor, tomo 82, Quejas por ataques de los Yaquis. Guaymas, Son. 19 de noviembre de 1929.

109AGES, Oficialía Mayor, tomo 82, Quejas por ataques de los Yaquis. 6 de agosto de 1929.

110 Ramírez, “La nueva cara de la violencia política”, pp. 31 y 32.

Siglas

AGES

Archivo General del Estado de Sonora

Recibido: 14 de Junio de 2021; Aprobado: 02 de Agosto de 2022

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