Como señalaba Marc Bloch en su obra póstuma, cualquier huella dejada por los seres humanos desde su remoto surgimiento es susceptible de convertirse en una fuente para el historiador; sin embargo, en lo que respecta a la prensa en el siglo XIX, ésta, además de adquirir posteriormente estas funciones, fue, en su momento, un agente político y social, pues su intención, más que la noticiosa -que iría ganando relevancia hacia el final de la centuria-, fue la de contribuir a la creación de una esfera pública en donde se llevara a cabo el debate de los asuntos que interesaban a la comunidad. Así, la prensa, quizá de forma más enfática a partir de la segunda mitad del siglo, debería ser entendida por los historiadores con esa doble función: en tanto vestigio que nos informa de hechos y percepciones, y en tanto sujeto histórico, que, sobre todo en el caso de la política, en ausencia de partidos y de otras instituciones que sirvieran para aunar voluntades, fungía como portavoz de las distintas posturas ideológicas.
En el presente volumen, la prensa constituye la principal fuente documental en la que se apoyan los 29 capítulos reunidos bajo la edición científica de Lilia Vieyra Sánchez y Edwin Alcántara Machuca. Trabajos en los que se abordan distintos aspectos de uno de esos periodos de la historia moderna de México, el cuatrienio gonzalista, que, como señalan los editores y casi todos los autores, pasa normalmente desapercibido al quedar subsumido en otro que sí ha adquirido en los últimos tiempos mayor atención historiográfica, el porfiriato; como si en la temprana fecha de 1880, o incluso 1884, ya se supiera que don Porfirio iba a permanecer al frente del Ejecutivo nacional hasta 1911, anacronismo en el que, aunque de forma marginal, incurre algún colaborador del volumen.
Organizada en dos grandes partes -antecedidas por un preámbulo que ofrece al lector una cartografía básica del periodo que va a ser analizado-, esta ambiciosa monografía da cuenta de los muchos y variados aspectos que se pueden historiar por medio de las fuentes hemerográficas. La primera parte, dividida a su vez en cuatro secciones, profundiza en algunos de los temas de los que la prensa de este periodo se hizo eco, mientras que en la segunda -asimismo dividida en tres secciones- son los agentes, tanto humanos, como institucionales, así como las prácticas y géneros periodísticos, los que centran la atención de los colaboradores.
La primera parte se abre con una amplia sección dedicada a las relaciones entre la prensa y la política, que, dado el periodo estudiado, como señalábamos, es casi como hablar de lo mismo. Además de abordar algunos temas fundamentales, como la actividad proselitista desplegada por ciertos medios, como hace en su contribución Miguel Ángel Sandoval García; o mostrar los pactos y alianzas efectuados entre las élites políticas y económicas y recogidos en las páginas de los diarios, como hacen Fausta Gantús y Alicia Salmerón para demostrar la desvinculación entre los gobiernos de Díaz y González, la sección también da cabida a trabajos elaborados a partir del análisis de las “partes blandas” (en terminología de Braudel) de los periódicos, es decir, las viñetas o las ilustraciones, que en muchos casos funcionaban a modo de comentarios políticos, similares a los expresados verbalmente. A esto se dedica la aportación de Gretel Ramos y, desde un enfoque centrado en el diseño y las artes visuales, la de Beatriz López y Javier Ruiz. A la amplitud de temas abordados en esta sección sólo cabría reprocharle la ausencia de alguna contribución dedicada a analizar las ideas políticas, que permitiera superar la adscripción personalista de los distintos actores políticos, e insertar sus reflexiones en la amplia y compleja urdimbre ideológica existente en esos años, que definitivamente ya no puede seguir explicándose con las excesivamente simplificadoras categorías de liberales y conservadores, o porfiristas y gonzalistas.
La siguiente sección, dedicada al desarrollo de la ciencia, resulta innovadora en un volumen de carácter general, como este, pues con frecuencia, desafortunadamente, estos temas son abordados por una historiografía especializada que no siempre dialoga con otros ámbitos historiográficos (o viceversa). Sin embargo, como muestran las distintas aportaciones de esta sección, las relaciones entre la ciencia, la política y el desarrollo económico se encuentran absolutamente imbricadas, como puede apreciarse, por ejemplo, en el capítulo de Luz Fernanda Azuela y Andrés Moreno, en el que se analiza la estrategia política que hubo detrás de la adopción de Greenwich como meridiano cero por parte del gobierno de González. La tercera sección, dedicada a temas económicos, se centra, por una parte, en el debate que suscitó en la prensa la cancelación de la deuda inglesa en 1883; y, por otra, en el análisis de la publicidad como indicador del desarrollo económico. Esta primera parte cierra con una sección dedicada a las relaciones internacionales, tema para el que, como evidencia la contribución de Agustín Sánchez, las fuentes hemerográficas pueden resultar insuficientes, salvo que se opte, como hace Arnulfo Santiago, por el análisis de las percepciones, en su caso, las de Francia sobre el México de este cuatrienio.
La segunda parte abre con la sección “Periodistas”, título que quizá cabría cuestionar, puesto que la mayor parte de los autores que son aquí objeto de estudio no se dedicaron al periodismo de forma exclusiva o prioritaria, sino que combinaron esta actividad con otras. Además, teniendo en cuenta que, como señalábamos al inicio, la prensa en estos años seguía siendo mayoritariamente espacio para la expresión de opiniones más que medio informativo, buena parte de las plumas reconocidas (entre ellas, algunas de las que se analizan en esta sección) pertenecían a miembros destacados de la intelectualidad y de la política, comprometidos con la creación de una opinión pública informada y crítica, pero también con la defensa de sus posturas ideológicas. En este sentido, esta sección adolece -como la inicial de la primera parte- de una mayor y mejor concreción respecto al lugar desde el que enunciaron sus posturas estos autores. Esto permitiría entender mejor el porqué de sus razonamientos y la causa de sus críticas, sobre todo en el caso de publicistas destacados y con una clara definición ideológica, como Enrique Chávarri (Juvenal), del que se ocupa Beatriz L. Cano al analizar la polémica suscitada en la ciudad de México a raíz de la decisión del gobierno federal de asumir la gestión de la beneficencia pública de la capital; o de José María Vigil, en su disputa con el guatemalteco Carlos Selva sobre la interpretación del pasado colonial, como expone en su capítulo Ana María Romero Valle.
La segunda sección se centra en la empresa editorial y las mejoras que ésta experimentó a lo largo del cuatrienio, lo que produjo un incremento en el número de obras publicadas (ya fueran periódicas o no), así como una mejora material en la calidad de éstas. Todo ello llevó, como explica Pablo Mora en su contribución, a un incremento en la elaboración de bibliografías, práctica hasta entonces muy arraigada en el país y que desafortunadamente se fue perdiendo a lo largo del siglo XX. La sección con la que cierra esta segunda parte y la monografía en su conjunto centra su atención en el análisis de los géneros periodísticos y, en general, de los géneros literarios de los que las páginas de la prensa se hacían eco. Respecto a lo primero, resulta interesante la aportación de Irma Elizabeth Gómez Rodríguez sobre la crónica, que durante estos años comenzó a adquirir el tono noticioso que acabaría primando en este género en las siguientes décadas. En cuanto a los géneros literarios, en su capítulo, Rosa Evelia Almanza pone el foco en el teatro y en uno de sus cultivadores de aquellos años, Alfredo Chavero, cuyas obras, al parecer con escaso éxito de público y de crítica, permiten a la autora ofrecer un recorrido por las carteleras teatrales del periodo.
Así, desde los géneros literarios hasta los asuntos económicos, pasando por una amplia variedad de temas y actores, este ambicioso proyecto dirigido por Lilia Vieyra y Edwin Alcántara constituye una significativa aportación al conocimiento del cuatrienio gonzalista, cuya piedra angular es el análisis de la prensa, una fuente tan sencilla como multifacética. En su conjunto, por tanto, los trabajos recogidos en este volumen permiten satisfacer una de las inquietudes básicas del historiador a las que se refería Bloch en la obra a la que aludíamos al inicio de estas líneas: perfeccionar el conocimiento del pasado a través del estudio de las diferentes aristas que lo conformaron.