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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.74 no.1 Ciudad de México jul./sep. 2024  Epub 23-Ago-2024

https://doi.org/10.24201/hm.v74i1.4561 

Reseñas

Sobre Rafael Rojas, La epopeya del sentido: ensayos sobre el concepto de Revolución en México (1910-1940)

Ana Sofía Rodríguez Everaert1 

1El Colegio de México

Rojas, Rafael. La epopeya del sentido: ensayos sobre el concepto de Revolución en México (1910-1940). Ciudad de México: El Colegio de México, 2022. 294p. ISBN: 978-607-564-300-7.


La Revolución es un tema central en la vasta obra historiográfica de Rafael Rojas. En una decena de libros y múltiples artículos, el historiador ha estudiado diversos fenómenos revolucionarios a partir de quienes les han dado vida conceptual y política. Con base en una concepción generosa de los sujetos intelectuales de las revoluciones, en los libros de Rojas son protagonistas tanto los hombres de armas y políticos como los intelectuales y poetas. Así, el autor ha analizado las formas y lógicas de las discusiones intelectuales asociadas a los procesos revolucionarios en momentos tan disímiles como el primer republicanismo hispanoamericano y la intelectualidad neoyorquina de la década de 1960.

En La epopeya del sentido: ensayos sobre la Revolución en México (1910-1940), Rojas se propone explorar las muchas connotaciones que adquirió el concepto de revolución a raíz de los levantamientos armados de principios del siglo XX en México y hasta el cardenismo. La tesis central de la obra es que, a lo largo de esas tres décadas, hubo una pugna constante por el sentido de la revolución mexicana en el campo político e intelectual nacional producto de la diversidad de actores y de procesos políticos que se sucedieron desde el levantamiento armado. El autor registra un cambio general que va de la idea de la revolución como una revuelta desordenada a la idea de la revolución como un programa político con el potencial de adaptarse a otras latitudes. En el fondo de este movimiento está la crítica de largo aliento al liberalismo decimonónico que no había podido adaptarse a la realidad de América Latina y, a la par, la sistematización de una serie de demandas sociales concretas con las que los gobiernos posrevolucionarios dialogaron en mayor o menor medida. Pero el libro se dedica sobre todo a reconstruir algunos de los trayectos de estas ideas, nunca únicos ni lineales.

Como en otras de sus obras, el autor opta por lo que denomina “una variante dialógica de la historia intelectual y la historia política” que le permite trazar los itinerarios de las ideas a partir de coyunturas específicas. Esto le permite interpretar las ideas con el doble potencial que tienen de ser contingentes a la vez que programáticas. Se acerca a ellas a partir de autores o de espacios concretos de efervescencia intelectual. Así, el libro se compone de tres grandes partes: la primera, dedicada a las disputas inmediatas por el significado de la Revolución; la segunda, a Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña y José Vasconcelos y sus respectivas interpretaciones del fenómeno revolucionario popularizadas mediante obras e instituciones; finalmente, la tercera parte indaga en la “revolución” en tres espacios culturales: la literatura de la posrevolución, algunas revistas socialistas mexicanas y el Fondo de Cultura Económica como puerta de entrada a la ideología cardenista. Esto obliga al autor a confrontarse con múltiples fuentes, que incluyen los textos de los muchos movimientos armados, las discusiones en el Congreso Constituyente, la correspondencia y publicaciones de los intelectuales exiliados tras la Revolución, las instituciones culturales revolucionarias y sus animadores, así como las revistas y obras de intelectuales indispensables del periodo.

Una de las tesis constitutivas del libro de Rojas es que la reacción y la crítica a la revolución mexicana fueron parte fundamental del proceso de dotación de sentido, tanto del hecho histórico del levantamiento, como del concepto para describirlo. El libro imita las dinámicas de estos debates: la multiplicidad de referentes detrás de cada uno, el ir y venir de argumentos y la extrapolación de los mismos a lugares y momentos aparentemente inconexos. Como nos dice el autor, esto se nutre de un hecho derivado de la propia Revolución: el nacimiento de espacios autónomos que permitieron que la querella se mantuviera en la esfera pública. Esta dinámica sobrevivirá más allá del periodo de definiciones que estudia Rojas, como es claro en las críticas de la Ruptura de mediados de siglo, o en los debates que recuperan las ideas de la Nueva Izquierda durante la década de los sesenta. En ese sentido, en este libro también están las pistas para entender las condiciones para el ejercicio de la crítica intelectual y política en México. Como vamos entendiendo a partir de la lectura, éstas se relacionan con ciertas ideas sobre la revolución mexicana que se vuelven pacto y con la instauración de una suerte de sentido común en la forma de participar de los debates intelectuales en el espacio público.

En términos narrativos, La epopeya del sentido recupera un estilo ya reconocible en el autor, que en este libro alcanza un particular nivel de complejidad. Aunque cada uno de los capítulos está autocontenido y presenta una tesis redonda, no se trata de una colección de ensayos inconexos. De cada uno se desprenden datos e interpretaciones que completan y complementan otros capítulos. Esto ocurre porque Rojas explica cada una de las ideas originales y los debates situándolos en un contexto político e intelectual amplio, que requiere reconstruir simultáneamente la relevancia de otros personajes, momentos e ideas. En esa operación minuciosa, el autor nos va dando elementos para dibujar el gran paisaje político-intelectual de esos treinta años, que seguido se fuga a lugares inesperados. Es el caso del nacionalismo conservador de Francisco Bulnes, que consideraba que los objetivos de la Revolución y el expansionismo imperial de Estados Unidos eran dos caras de la misma moneda, o el de los referentes laboristas del socialismo de Narciso Bassols.

Esta construcción también permite ir señalando conexiones sin necesariamente profundizar en ellas. Por ejemplo, explicar en un lugar el proyecto editorial de Savia Moderna para más tarde poder situar a Pedro Henríquez Ureña en sus primeros años en México; o dar cuenta de que el orientalismo informaba lo mismo a Vasconcelos que a algunas formas de apreciación de la revolución rusa. Sobre todo, en la primera y tercera parte del libro, el autor se concentra en explorar espacios de disputa concretos -el Congreso Constituyente, el exilio y las revistas- que le permiten al lector conocer a muchos personajes que en general no asociamos con las ideas sobre la Revolución. Si bien se trata de una decisión historiográfica deliberada en el capítulo dedicado a los exiliados, en donde Rojas se propone ver con más claridad “las opciones políticas que se abrieron en la coyuntura del cambio que sobrevino a partir de 1910” ampliando el repertorio de personajes que fueron parte de la reacción contrarrevolucionaria, esto es una constante en el libro. Desde Sam Navarro, multifacético líder de los primeros movimientos armados, al traductor Vicente Herrero Ayllón, encargado de traducir para el Fondo de Cultura Económica diversas obras de pensadores ingleses, estos guiños prueban la multiplicidad de personajes e ideas en juego en las discusiones sobre la Revolución. Esto no sólo dibuja un itinerario para futuras investigaciones, sino que es una declaración historiográfica: los caminos de las ideas no se clausuran, pero si uno se limita a seguir la vereda más recorrida, efectivamente permanecen imperceptibles.

La construcción narrativa por ensayos también permite ir contando historias paralelas. Junto con la historia del sentido de “revolución”, se reconstruyen conceptos asociados y que se revelan igualmente polisémicos. No por casualidad el libro abre y cierra con el liberalismo, efectivamente desafiado por la Constitución del 17 y retomado por Cárdenas en su vertiente socialdemócrata europea, adaptable a las necesidades del Estado posrevolucionario. Aunque con menor detalle, vemos esbozados también los trayectos de otras discusiones político-intelectuales: el positivismo, cierto americanismo y, sobre todo, un latinoamericanismo que cuajará con mayor fuerza en la segunda mitad del siglo XX, como nos lo demuestra el autor en otras de sus obras.

Vale la pena señalar que, a lo largo de las discusiones que recrea Rojas, hay dos sombras presentes. Primero, la del socialismo bolchevique y su impacto en el itinerario de la revolución mexicana, en donde funciona como espejo. El autor es cuidadoso en mostrar que las interpretaciones sobre Marx y el socialismo en las discusiones de los intelectuales y políticos mexicanos recorrieron un camino distinto al de las discusiones sobre la revolución bolchevique. Lo vemos en algunas intervenciones en el Congreso Constituyente, en las revistas del comunismo, pero también en el proyecto de traducciones de Cosío Villegas para el Fondo de Cultura Económica, con la biografía de Marx de Isaiah Berlin, por ejemplo. Todo ello es parte del juego que informa la manera en que se interpretó y retomó el programa revolucionario mexicano en otras latitudes latinoamericanas. El árbol de las revoluciones (Turner, 2021), también de Rojas y publicado casi en paralelo, es en ese sentido complemento y continuación de este libro de ensayos.

Por otro lado, está la democracia. Elemento original de la Revolución -con minúscula y mayúscula-, no queda claro si se olvida o se pospone, hasta el capítulo dedicado a Cárdenas, en donde entendemos que, para el presidente, la verdadera democracia suponía la distribución de la riqueza y el acceso de las mayorías trabajadoras al poder. Ésta es una idea emanada de la propia Constitución que, sin embargo, es difícil imaginar que no haya cambiado en las tres décadas que recorremos de la mano de Rojas. El devenir de las expectativas y discusiones sobre la democracia es otro de los temas que se desprenden de la lectura del libro.

Finalmente, se extraña la importancia que las dos guerras mundiales tuvieron para las reflexiones y disputas intelectuales de México en esos 30 años. La de 1914 impactó especialmente en el campo intelectual mexicano, algo que quedó de manifiesto en la vanguardia y en un renovado cosmopolitismo que, entre otras cosas, incluyó a nuevas voces sobre todo en el periodismo. Como han mostrado Yanna Hadatty y Viviane Mahieux, éstas fueron indispensables en la forma en que se modeló la cultura literaria de la revolución mexicana.

Rafel Rojas apuesta por narrar desde la diversidad para construir argumentos más complejos y completos. En ese sentido, este libro está en línea con otros esfuerzos recientes por volver a pensar los fenómenos revolucionarios, por ejemplo, el de Enzo Traverso, que busca acercarse a la revolución no desde sus fuerzas sociales o sus objetivos políticos, sino desde sus “potencialidades múltiples y contradictorias” (Revolution: An Intellectual History, Verso, 2021). Aunque las fuentes son muy distintas y el detenimiento en el detalle es mucho mayor en el caso de Rojas, éste también construye desde la suma de elementos que nos hablan de fenómenos sociales, políticos, intelectuales y estéticos variados.

En el fondo, el autor parece ceñirse a las opiniones de Paul Valéry, que cita en el ensayo sobre Alfonso Reyes de este libro: los hechos históricos tienen una multiplicidad de orígenes que cuestionan la causalidad. Esto es particularmente cierto en el caso de las revoluciones, hechas de novedad, quiebres y duelos. Acercarse a estos fenómenos a fuerza de escenas concretas que se interconectan en distintos niveles parece ser la única manera de aprehender un fenómeno tan complejo y multifacético como la revolución. Es un método difícil, que requiere de la erudición y capacidad narrativa como la que despliega Rafael Rojas. Este autor, que ya tiene un estilo propio de hacer historia intelectual, logra reconstruir una vez más los caminos de las ideas y sus posibilidades infinitas.

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