Como ocurrió en toda América Latina, los años sesenta en México fueron tiempos de debate y renovación entre los diversos grupos que conformaban la izquierda. La derrota del movimiento ferrocarrilero en la primavera de 1959, aunada a la oleada que significó la revolución cubana, marcaron de inicio una década en la que se renovó la discusión pública a la vez que se redefinían los planteamientos programáticos y los caminos para la acción política y la movilización social. Tanto los comunistas y sus partidos, los cardenistas y los lombardistas, como numerosos intelectuales de la llamada izquierda independiente, participaron en este proceso, mismo que al concluir los años sesenta se expresaría en la consolidación de una nueva izquierda. Conformada mayoritariamente por una nueva generación de estudiantes, intelectuales, activistas y luchadores sociales, sobre todo del ámbito rural, esta nueva izquierda se propuso renovar la lucha democrática a través de distintas vías, desde el impulso a la participación electoral opositora hasta la lucha armada en su momento de mayor radicalización. Otros grupos de la nueva izquierda, sobre todo en el ámbito universitario, optaron por el impulso a nuevos espacios contraculturales que funcionaron a su vez como ámbitos de politización y activismo antiautoritario.1
En el transcurso de la década varios temas fueron el eje de estos debates: en un primer momento, en el marco de la conmemoración del cincuentenario del estallido de 1910 y en un entorno de represión contra los movimientos sociales, para las izquierdas sería evidente el agotamiento de la legitimidad del “régimen de la revolución mexicana” que mostraba sus límites frente a la frescura de los alcances sociales de la naciente revolución cubana. En contraste, el proyecto social del cardenismo y la revitalización de su fuerza política, que bajo el liderazgo del propio expresidente Lázaro Cárdenas se expresó en la formación del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) en 1961, volvió a surgir, como ocurriera en los años treinta, como un punto de referencia fundamental para articular a las izquierdas. El cardenismo como proyecto social inconcluso parecía ofrecer la única salida posible a la revitalización de las izquierdas sin romper con los límites del marco referencial que era la revolución mexicana.
Entre 1961 y 1964 el MLN funcionó como un espacio de discusión ideológica, articulación y organización, sobre todo en el ámbito local, en el que participaron casi todas las fuerzas de la izquierda con la excepción de José Revueltas y quienes se ar ticu la ron en torno a la Liga Leninista Espartaco. El entusiasmo inicial sin embargo se diluyó muy pronto cuando las rivalidades entre la izquierda partidaria y el núcleo cardenista fueron imposibles de ocultar. A mediados de 1962 Vicente Lombardo Toledano rompió con el MLN e hizo evidente que su alianza con el régimen lo alejaba de las nuevas corrientes que exploraban otros caminos para la izquierda. Por su parte la decisión de algunos grupos organizados en torno al Partido Comunista para impulsar el Frente Electoral del Pueblo (FEP) en 1963, y desde ahí ampliar la participación de la izquierda en la elección presidencial de 1964, contrastó con la negativa de los sectores articulados en torno a Lázaro y Cuauhtémoc Cárdenas para participar en una movilización electoral opositora. Sería éste el principio del fin del MLN y el inicio de un nuevo proyecto para el Par tido Comunista que puso en el eje de su agenda la lucha por la democratización de la vida política. En 1963 no sólo impulsó la formación del FEP sino también de la Central Campesina Independiente y la Central Nacional de Estudiantes Democráticos con la intención de generar espacios de organización campesina y estudiantil independiente.
En ese sentido puede decirse entonces que, en un segundo momento de los debates que recorrieron este periodo, el MLN funcionó como un espacio de transición para quienes en la segunda mitad de la década dejaron atrás la “ideología de la revolución mexicana” y su alianza con la “burguesía progresista” a fin de alcanzar el socialismo, y se propusieron en cambio la realización de “una nueva revolución” democrática, socialista y popular que encontró en Cuba su modelo a seguir. Aunque el MLN no logró trascender los límites de la coyuntura electoral de 1964, muchos de sus integrantes fueron partícipes de una nueva oleada de movilizaciones, sobre todo campesinas y estudiantiles, que tuvieron lugar en la segunda mitad de la década. La ruptura con el cardenismo y las dificultades que suponía la participación electoral opositora alimentaron a su vez la radicalización de quienes veían en la lucha por el socialismo un horizonte más allá de la revolución mexicana.
En el transcurso de la década las izquierdas se nutrieron de una renovación generacional que perfiló el tránsito de lo que C. Wright Mills llamó “la metafísica obrera” hacia la relevancia de jóvenes, estudiantes, campesinos e intelectuales como sujetos posibles de la vanguardia revolucionaria.2 En un tercer momento el surgimiento de esta nueva izquierda produjo a su vez otros debates en torno a las vías de acción política para llegar al socialismo: por una parte la organización democrática y la participación en movimientos sociales de toda índole y por la otra la lucha armada, centrada en un primer momento en el foquismo guevarista que habría de generar focos insurreccionales en la segunda mitad de la década. En el campo intelectual la nueva izquierda impulsó con fuerza una revisión del marxismo que se expresó sobre todo en los espacios universitarios y en la publicación de nuevas revistas y editoriales que se nutrieron de estos debates.3
Como lo argumentó Eric Zolov en un artículo precursor la nueva izquierda se expresó también en el ámbito de la cultura con la irrupción de lo que llamó una nueva sensibilidad, cosmopolita y antiautoritaria, la cara contracultural de los proyectos de modernización e internacionalización de las élites. El impacto de la influencia estadounidense que se expresaba en los medios de comunicación y en las formas de consumo alimentó a una nueva izquierda con visión transnacional que hizo propia la lucha contra la guerra en Vietnam o las banderas de los derechos sociales que se formulaban en Estados Unidos. La nueva izquierda y su vertiente contracultural se articularon así con la creciente transnacionalización de los procesos políticos y económicos que se desarrollaban simultáneamente en Estados Unidos y en otros países de América Latina.4 Por lo demás difiero del mismo Zolov en su caracterización del MLN como la nueva izquierda. En mi opinión, solamente el grupo de jóvenes editores de la revista El Espectador, a la que dedicaré unas páginas más adelante, entraría en esa categoría cuando entre 1961 y 1963 formó parte del debate con otros grupos más cercanos a los postulados de la vieja izquierda estalinista que también formaban parte del MLN. Por esa razón, entre otras, considero que el Movimiento de Liberación Nacional fue sobre todo el espacio de un proceso de transición en las izquierdas.5
En el transcurso de la década las izquierdas mexicanas transitaron entonces del paradigma ideológico y político que ofrecía la revolución mexicana en su vertiente cardenista hacia la construcción de otras formas de organización y lucha democrática a la vez que buscaban desarrollar nuevos marcos ideológicos y espacios culturales. Dedicaré las siguientes páginas al análisis de estos procesos.
El regreso de Lázaro Cárdenas
En su temprana Autobiografía publicada en 1966 Carlos Monsiváis narró en tono irónico: “El Comité Amigos de Guatemala me permitió conocer la Izquierda Mexicana […] me halagaba contemplar de cerca a esos semidioses, a esos hombres-que-junto-al-General-Cárdenas-habían-expropiado-el petróleo, a quienes se atrevían a desafiar al imperialismo”.6 Era 1954, Monsiváis era un joven preparatoriano y el gobierno democrático de Jacobo Árbenz acababa de caer a raíz del golpe militar auspiciado por el gobierno estadounidense en su contra. El Comité formaba parte de los trabajos de apoyo a Árbenz que encabezaba la Sociedad de Amigos de Guatemala, constituida en una ceremonia en el Palacio de Bellas Artes en diciembre de 1953. De acuerdo con un reporte de la CIA, la Sociedad se había conformado por iniciativa del embajador de Guatemala, Roberto Alvarado Fuentes, quien había logrado articular a un grupo integrado por reconocidos militantes y simpatizantes del Partido Popular (PP), el Partido Comunista Mexicano (PCM) y el Comité de Partidarios de la Paz, además de algunos reconocidos intelectuales. La presidía el senador Pedro de Alba, de larga carrera diplomática, y sus vocales eran Jorge L. Tamayo, Jorge Carrión e Ignacio González Guzmán, del PP, además del general Heriberto Jara del Comité de Partidarios de la Paz y el poeta Carlos Pellicer.7
Aunque no formaba parte del cuadro directivo de la Sociedad de Amigos, entre sus simpatizantes destacaba el expresidente Lázaro Cárdenas, quien era también una de las figuras más reconocidas en América Latina del Movimiento por la Paz Mundial que promovían la Unión Soviética y los partidos comunistas desde fines de los años cuarenta.8 Ya desde septiembre de 1948 el expresidente había sido invitado por Juan Marinello, senador e integrante del Partido Socialista Popular cubano, quien en representación de un grupo de intelectuales y políticos de ese país le propuso colaborar en la organización de una conferencia latinoamericana por la paz, la democracia y la independencia económica que, además de sumarse a los trabajos por la coexistencia pacífica que promovía el bloque socialista, permitiría expresar el rechazo latinoamericano a la creciente amenaza del imperialismo estadounidense.9
La tensión política de la posguerra y los conflictos que empezaban a gestarse en el ámbito internacional preocupaban al expresidente, quien aceptó colaborar en un esfuerzo de organización que buscaba promover la articulación de quienes en distintos países latinoamericanos trabajaban por la defensa de la soberanía nacional, amenazada por el expansionismo económico estadounidense. Marinello y el grupo que representaba no eran los únicos, también Vicente Lombardo Toledano impulsaba una iniciativa similar acordada en el Tercer Congreso General de la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL) que presidía el propio Lombardo. En su entrevista con Marinello, Cárdenas le hizo saber que también había sido invitado por Lombardo para colaborar en ese proyecto a lo que Marinello contestó que ya había conversado largamente con él y que las iniciativas no se estorbarían, “los esfuerzos serán perfectamente unificados”.10 El expresidente insistió entonces en algo que resultaría clave más de diez años después: “Si el Congreso no es un movimiento, además de ser una gran asamblea ejecutiva, no cumplirá sus fines”.11
El 5 de septiembre de 1949 se inauguró en la ciudad de México el Congreso Americano por la Paz que concretaba la idea discutida un año antes. La inauguración fue presidida por Lombardo Toledano, Ignacio García Téllez y Enrique González Martínez, quien hizo “la declaración del Congreso”. Representando a Cuba se encontraban en el presídium Juan Marinello, Gustavo Aldereguía y Lázaro Peña. De Argentina Margarita Ponce, de Costa Rica Vicente Sainz y de la República Española en el exilio, José Giral. Aunque no asistió, Lázaro Cárdenas envió un mensaje de adhesión a través de García Téllez. Entre los asistentes se encontraban el general Heriberto Jara, viejo amigo y colaborador del expresidente, Diego Rivera, Alejandro Gómez Arias, Esther Chapa, Pablo Neruda, David Alfaro Siqueiros, así como “gran número de estudiantes del Instituto Politécnico Nacional, Universidad Obrera y Universidad Autónoma de México”. La sesión se llevó a cabo pese al ataque con “bombas de gases lacrimógenos que arrojaron elementos anticomunistas”.12
El Comité Mexicano por la Paz se constituyó formalmente en septiembre de 1949 con miras a desarrollar las actividades que tenían como eje la lucha contra las armas atómicas y en favor del establecimiento de pactos entre Estados Unidos, la Unión Soviética, China Popular, Inglaterra y Francia para evitar una nueva guerra. Heriberto Jara presidió el Comité y entre sus miembros más destacados se encontraban Frida Kahlo y Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Efraín Huerta y Enrique González Martínez, además de un nutrido grupo de intelectuales y artistas de distintas filiaciones políticas. Pese al esfuerzo de unidad y conciliación en aras de la lucha por la paz, en el transcurso de los años siguientes el movimiento y el propio Comité se convirtieron en terreno de rivalidades que tenían lugar sobre todo entre los distintos grupos de la izquierda partidaria.13
Si en su origen el movimiento internacional por la paz estuvo asociado al desarme y la condena por el uso de las armas atómicas, en América Latina el movimiento pronto adquirió un perfil antiimperialista y de reivindicación de la soberanía nacional, en el que se articularon diversos integrantes de la izquierda nacionalista latinoamericana. Como habría de señalarlo repetidamente Lázaro Cárdenas, la paz no sería posible si los países dependientes no lograban primero su independencia económica, y ésta no sería posible si los gobiernos se sometían a los dictados del imperialismo estadounidense. La agresión contra Guatemala en 1954 fue interpretada entonces desde el primer momento como la expresión del imperialismo que los partidarios de la paz temían ocurriera desde hacía varios años. La condena contra la caída de Árbenz que el expresidente hizo explícita desde el primer momento se articulaba con la defensa de la soberanía nacional, que tenía como momento cumbre la expropiación petrolera de 1938. Al hacer explícito su rechazo a la intervención estadounidense Cárdenas abogaba en favor de la soberanía económica y política de América Latina frente a los embates del imperialismo.
En otro sentido la movilización en defensa del gobierno democrático de Guatemala hizo evidente el cambio generacional que empezaba a darse en las filas de la izquierda. Así lo dejó ver un amplio movimiento estudiantil en el que participó Cuauhtémoc Cárdenas, entonces estudiante de Ingeniería en la UNAM. El Comité Universitario contra la Intervención Extranjera en Guatemala, presidido por el propio Cuauhtémoc, quien participaba por primera vez en actividades políticas, llevó a cabo diversas actividades para alertar a la opinión pública sobre la gravedad del intervencionismo estadounidense. Pronto el Comité articuló a estudiantes de otras escuelas, dejando de ser universitario para llamarse estudiantil, con la participación de estudiantes normalistas, del Instituto Politécnico Nacional, de la Escuela de Antropología, entre otras. La mayor expresión de su capacidad de convocatoria sería la manifestación en la que participaron diversos contingentes de la izquierda, militantes del movimiento por la paz y a la que acudió en silla de ruedas Frida Kahlo pocos días antes de morir.14
En octubre de 1954, pocos meses después de la movilización en defensa del gobierno de Árbenz, se formó el Círculo de Estudios Mexicanos (CEM), un grupo en el que participaron académicos, intelectuales y políticos de distintas generaciones con el ánimo de “discutir y fijar posiciones sobre los problemas del país”.15 Tal y como lo eran el Movimiento por la Paz y la Sociedad de Amigos de Guatemala, el CEM sería también un punto de confluencia de cardenistas, lombardistas, marxistas y una nueva generación de intelectuales y académicos sin afiliación partidaria interesados en discutir los problemas del país desde una vertiente de izquierda nacionalista. Su primer presidente fue el médico Ignacio González Guzmán, también participante en la Sociedad de Amigos de Guatemala, y en el grupo original de fundadores se encontraban antiguos colaboradores del expresidente Cárdenas, como Ignacio García Téllez y Narciso Bassols, junto con funcionarios como el ingeniero Manuel Mesa Andraca y jóvenes académicos como los economistas Alonso Aguilar y Fernando Carmona. Participaban también Jorge L. Tamayo, los doctores Enrique Cabrera, hijo de Luis Cabrera, Guillermo Montaño y Jorge Carrión, Clementina Batalla de Bassols, las doctoras Matilde Rodríguez Cabo y Esther Chapa, además de una nueva generación de cardenistas en la que destacaba el propio Cuauhtémoc así como sus amigos y compañeros Janitzio Múgica, Luis Prieto y Leonel Durán.16 En el transcurso de los años también se integraron Manuel Marcué Pardiñas, Fernando Benítez, Henrique y Pablo González Casanova, Jesús Silva Herzog y Eli de Gortari entre muchos otros intelectuales y profesionistas. De acuerdo con Alonso Aguilar, el Círculo llegó a tener cerca de 400 integrantes.17
El CEM fue el espacio de una nueva propuesta intelectual que se expresaba en los Cuadernos del Círculo de Estudios Mexicanos, publicados un par de veces al año, además de conferencias, desplegados en la prensa, boletines y folletos. Al igual que en el movimiento por la paz, también en el CEM sería evidente la influencia de Lázaro Cárdenas, no sólo como un personaje central de la vida política sino también y sobre todo por la reivindicación del proyecto de desarrollo social y defensa de la soberanía nacional impulsados durante su gobierno. Así quedaría claro, por ejemplo, en la adhesión de algunos de los participantes del CEM al Manifiesto Cardenista que se publicó el 30 de septiembre de 1957 en la prensa nacional, un mes antes de que se diera a conocer la designación de Adolfo López Mateos como candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional (PRI). En el documento “Bases para elaborar un programa de Gobierno. Manifiesto Cardenista” los firmantes proponían una reestructuración del sistema electoral, la defensa de la soberanía, de la industria petrolera, el fortalecimiento de la reforma agraria y la defensa de los trabajadores, así como la supresión del delito de disolución social, además del fortalecimiento e impulso a la independencia económica nacional.18
A lo largo de la segunda mitad de la década Lázaro Cárdenas incrementó su presencia pública a la vez que se mantuvo al tanto de las acciones pacifistas manifestándose con insistencia en favor de la paz mundial y la soberanía de los pueblos, motivado por la apremiante coyuntura internacional. En agradecimiento a su adhesión y compromiso el Comité Internacional de los Premios por la Paz le otorgó en diciembre de 1955 el Premio Internacional Stalin “Por el fortalecimiento de la paz entre los pueblos”.19 Como quedaría claro en la ceremonia que se llevó a cabo en la ciudad de México en febrero de 1956 para recibir la presea, aunque la lucha por la paz era el eje de la actividad de los comunistas, lo cierto es que el expresidente era tal vez su figura más relevante.20
La importancia que el Movimiento por la Paz Mundial otorgaba al expresidente quedó de manifiesto a lo largo del extenso viaje que Lázaro Cárdenas, acompañado por su esposa Amalia, su sobrina Eréndira y un grupo de amigos inició el 12 de octubre de 1958. Se trataba de un recorrido por varios países de Europa y Asia que expresaba su interés por conocer en persona la experiencia de desarrollo del campo socialista. Pese a tratarse de un viaje privado, no oficial, que el general Cárdenas realizaba por moto proprio, el contexto político nacional e internacional contribuyó a darle una relevancia pública que destacaba el interés del general por acercarse a los países socialistas. A lo largo de su travesía y después, Cárdenas insistiría en la necesidad de conocer los sistemas de organización social y económica de distintos países, al margen de su régimen político, con el propósito implícito de abrir espacios de cooperación que rompieran la creciente hegemonía estadounidense sobre México.21 En la coyuntura internacional de una Guerra Fría que había agudizado la división dentro de la clase política mexicana, el viaje de Cárdenas a tierras “comunistas” generó más de una polémica, sobre todo a partir de los ataques de un vociferante anticomunismo periodístico.
Aunque era un viaje privado, el expresidente fue tratado con deferencia y cortesías oficiales. A su llegada a Nueva York, desde donde el grupo se embarcó dos días después con dirección al puerto de El Havre, el general Cárdenas y su comitiva fueron recibidos por el ministro de Relaciones Exteriores Luis Padilla Nervo, quien se encontraba ahí para asistir a una reunión de la Organización de Naciones Unidas, y por otros funcionarios mexicanos y estadounidenses, entre ellos un representante del Departamento de Estado. En una entrevista de prensa concedida en esa ciudad, el expresidente confirmó que viajaba en forma privada, sin representación oficial, y ratificó los motivos de su viaje, entre los que destacaba su interés por conocer y estudiar “en forma directa el desarrollo de esas naciones en los terrenos industrial, agrícola y cultural”.22
El 24 de octubre el grupo desembarcó en el puerto europeo para iniciar un recorrido que en las semanas siguientes los llevaría por diversas ciudades de Bélgica, Holanda, Alemania, Polonia, Checoeslovaquia y la Unión Soviética. En Berlín el general Cárdenas tuvo especial interés en visitar las instalaciones de la Casa Krupp pues tenía ya en mente el desarrollo del complejo siderúrgico Las Truchas, en su natal Michoacán.23 La visita a centros industriales, sobre todo metalúrgicos, era uno de los objetivos fundamentales del viaje, así como el recorrido por centros y cooperativas agrícolas, además de instituciones científicas. Por otra parte, durante su estancia en los países socia lis tas fue objeto de recepciones y cortesías por su participación en el Movimiento por la Paz. En Varsovia, por ejemplo, el Comité de la Paz le ofreció una recepción a la que asistieron diversas personalidades polacas, además de intelectuales y artistas. Antes de salir del país realizó una visita de cortesía al presidente del Consejo de Estado, Alexander Zawadzki.24 En tierras checoeslovacas Cárdenas fue recibido por el presidente Antonin Novotni y en Bratislava se reunió con el Comité Eslovaco de la Paz.25
El 22 de noviembre la comitiva se dirigió a Moscú, atendiendo a la invitación realizada el 8 de octubre por el embajador de la URSS en México, V. Bazikin, y por el Comité de los Premios Internacionales Lenin “Por el fortalecimiento de la paz y la amistad entre los pueblos”, que ya para entonces había sustituido el nombre de Stalin26 Acompañado por Ignacio García Téllez, Alejandro Carrillo, su hijo Cuauhtémoc, César Buenrostro y Guillermo Álvarez Morphy, Cárdenas prolongó su estancia en la Unión Soviética por 11 días.
La visita del expresidente mereció varias notas en la prensa soviética, que le dio la bienvenida como expresidente de México y como vicepresidente del Consejo Mundial de la Paz. El diario Izvestia, órgano oficial del gobierno soviético, publicó una nota el 25 de noviembre que bajo el titular “Bienvenido, Lázaro Cárdenas”, informaba de la visita de la “destacada personalidad política y social”, que sobresalía por luchar activamente en “contra de la preparación de una nueva guerra y por la coexistencia pacífica de los países con distintos regímenes sociales y económicos”.27 Por su parte, la prensa mexicana también publicó algunas notas de su recorrido por Europa, aunque la estancia en la URSS mereció diversos comentarios y un par de reportajes gráficos en la revista Siempre!, el semanario político más importante del momento.
El 29 de noviembre Lázaro Cárdenas fue recibido en el Krem lin por Nikita Kruschev, con quien sostuvo una conversación por espacio de dos horas en la que abogó por un entendimiento internacional.28 Más tarde, el Comité de los Premios Internacionales Lenin, presidido por el académico D. V. Skobeltsin, ofreció un almuerzo en honor del expresidente y su comitiva.29 Cárdenas reiteró su insistencia en la convivencia pacífica entre todos los países, independientemente de sus sistemas económicos y sociales.30 Como la prensa soviética no publicó el texto completo del discurso, el propio expresidente instruyó a Alejandro Carrillo para que pidiera a la embajada mexicana que se hiciera una traducción al inglés de su discurso y se entregaran copias a las agencias internacionales de noticias, sobre todo la AP y la UPI.31 En declaraciones a la prensa soviética expresó su “convicción de que el pueblo de la Unión Soviética desea la amistad con todos los países, que se empeña por la paz, no quiere la guerra, se empeña por elevar sus condiciones de vida. Más pan, habitación, vestido, ésos son sus principales anhelos”.32 Estas declaraciones fueron enviadas por la oficina de prensa de la embajada soviética en México a los principales diarios mexicanos.
En una nota escrita en sus Apuntes el 10 de diciembre, el expresidente escribió un párrafo que parecía resumir sus impresiones del mundo socialista:
Son países que cantan con arte, música, deportes, unen el estudio al trabajo y desarrollan en forma intensa su agricultura y su industria con sus propios recursos […] No veo dentro de las diferentes formas en que se desarrollan los países del resto del mundo nada en estos países que pueda ser inhumano, supuesto que trabajan para alimentar mejor a su propio pueblo y hacer más rico a su país en el arte, la cultura y en su economía.33
El 14 de diciembre el grupo ya se encontraba en Austria, desde donde se dirigieron a Italia y Suiza. Después de un re corri do por estos países, el expresidente despidió a su esposa que regresaba a México, y en compañía de su hijo Cuauhtémoc se dirigió nuevamente a la URSS, esta vez en dirección a la entonces llamada China Popular.34
A su regreso a México Lázaro Cárdenas se encontró con el triunfo de la Revolución cubana y la movilización que en su favor llevaban a cabo todas las fuerzas de la izquierda. La muy grata impresión del mundo socialista con la que regresaba de su viaje fortaleció su convicción antiimperialista y la necesidad de defender la soberanía económica de México y de América Latina. La defensa de Cuba frente a los embates de Estados Unidos sería la siguiente contienda después de la expropiación petrolera de 1938 y el golpe de Estado en Guatemala de 1954.
Hacia una nueva izquierda
Entre el 14 y el 26 de febrero de 1956 se llevó a cabo el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), que tendría efectos definitivos en la renovación de los partidos comunistas en todo el mundo. La presentación del “informe secreto” de Nikita Kruschev sobre los abusos del estalinismo dio inicio a un profundo proceso de renovación de la izquierda comunista que se enfrentaría meses después a las protestas y los debates que generó la invasión de las tropas soviéticas a Hungría para contener una revuelta que buscaba democratizar la política y ganar independencia frente a Moscú.
El Partido Comunista Mexicano pasaba por su peor momento, desgastado por el sectarismo y las pugnas internas que lo mantenían en un creciente aislamiento, además de la represión y la beligerancia anticomunista que dominaba el discurso público. Desde 1950 rivalizaba no sólo con el Partido Popular de Lombardo, sino también con el Partido Obrero Campesino de México (POCM), conformado por un grupo de expulsados del PCM entre quienes destacaban Demetrio Vallejo, Valentín Campa y Carlos Sánchez Cárdenas entre otros.35 La marginalidad del PCM sería evidente en las acciones convocadas en la lucha por la paz. Aunque se trataba de su línea de acción política central en realidad fueron los lombardistas y los cardenistas los que tuvieron mayor capacidad de convocatoria y presencia en el Movimiento, tal y como lo mostró el viaje de Lázaro Cárdenas por la Europa socialista en 1958.36
Como señala Barry Carr, el lento y complicado proceso de renovación dentro del PCM que se generó desde el XX Congreso del PCUS culminó en octubre de 1960 con el fin de la gestión de Dionisio Encina y el arribo de quienes desde el Comité del DF protagonizaron desde diciembre de 1956 un proceso de crítica y autocrítica a la dirección que llevaba el movimiento comunista en México. Arnoldo Martínez Verdugo, Gerardo Unzueta, Manuel Terrazas y J. Encarnación Pérez, entre otros, encabezaron el proceso de renovación interna que rompía con la línea autoritaria y estalinista que la gestión de Dionisio Encina había seguido desde los años cuarenta. En otro flanco de la discusión interna se situó el enfrentamiento con el grupo articulado en torno a José Revueltas que terminaría dando lugar en septiembre de 1960 a la conformación de la Liga Leninista Espartaco.37
De ahí que las intensas movilizaciones obreras, magisteriales, campesinas y estudiantiles que confluyeron en la segunda mitad de 1958 encontraran a la izquierda partidaria dividida y con intereses diversos. Mientras Encina criticaba a los maestros de la sección IX dirigidos por Othón Salazar, algunos de los dirigentes más destacados del POCM, como Demetrio Vallejo y Valentín Campa, conducían la poderosa movilización ferrocarrilera más allá de las reivindicaciones económicas hacia la exigencia, en ese momento radical, de democracia en los sindicatos nacionales de industria. En el terreno político, mientras el PP se alineaba a la candidatura oficial de Adolfo López Mateos, al igual que los cardenistas, el PCM postuló la candidatura presidencial de Miguel Mendoza López.38
Más allá del sectarismo, de la disputa política de los dirigentes partidarios y las interminables discusiones ideológicas, la movilización de los maestros y los ferrocarrileros fue también un espacio de renovación generacional de la izquierda. En la ciudad de México las movilizaciones sindicales coincidieron con un movimiento estudiantil por el alza de las tarifas en el transporte público.39 Como recuerda Carlos Monsiváis, mientras los estudiantes se pertrechaban en el campus universitario los patios de la Secretaría de Educación Pública tomados por el sindicato magisterial eran punto de encuentro de ferrocarrileros, maestros, estudiantes, padres de familia y simpatizantes de toda índole:
Las manifestaciones [estudiantiles] eran enormes y vociferantes y participaban los maestros y los sindicatos de petroleros, ferrocarrileros y electricistas. Un sábado se produjo una Gran Manifestación, con equipos de sonido y bailables con mu-ni-ci, mu-ni-ci, mu-ni-ci-pa-li-za-ción, y gritos de ¡Viva el diablo! frente a la iglesia de San Francisco.40
A fines de agosto la fuerza de la movilización y la represión gubernamental llevaron a un grupo de “escritores y artistas libres de México, sin ligas con ningún partido político” a expresarse públicamente. En una inserción en la prensa dirigida “Al pueblo y al Gobierno” Carlos Pellicer, Octavio Paz, Alvar Carrillo Gil, Alí Chumacero, Abel Quezada, Carlos Fuentes, Fernando Benítez, Jaime García Terrés, Guillermo Haro, Emilio Uranga, Ricardo Martínez, Juan Soriano y Pedro Coronel expresaron su apoyo a las movilizaciones y pidieron al gobierno detener la represión y atender sus demandas:
Hemos escuchado a los obreros y estudiantes, hemos leído con atención sus argumentaciones y pensamos que en todas estas expresiones alienta un sincero deseo de establecer el verdadero diálogo entre el pueblo y sus gobernantes […] Y afirmamos nuestra amistad con el movimiento del pueblo y nuestra esperanza en que el Gobierno desoiga las apresuradas clasificaciones tendenciosas con que se acostumbra calificar a todo movimiento independiente, no ceda a la presión de fuerzas que tradicionalmente se han mostrado enemigas del bienestar de los mexicanos y tome las medidas que la justicia y la serenidad imponen.41
El desplegado era una expresión del creciente proceso de participación política de intelectuales que cuestionaban abiertamente el anquilosamiento, la cerrazón y el autoritarismo del “régimen de la revolución mexicana”. El llamado sin embargo no fue escuchado y, como si les contestara, el 1o de septiembre, durante su informe presidencial, Ruiz Cortines anunció el fin de la tolerancia hacia “las agitaciones antipatrióticas”. La manifestación convocada por los maestros el 6 de septiembre fue reprimida brutalmente y sus dirigentes fueron detenidos.42
En diciembre de 1958 llegó a la presidencia Adolfo López Mateos, secretario del Trabajo en el gobierno anterior. Lejos de la negociación a la que se vio obligado su antecesor por la coyuntura de la sucesión presidencial, en los primeros meses de 1959 el nuevo gobierno mostró los límites de la tolerancia oficial. En un contexto determinado por el creciente entusiasmo que empezaba a despertar el triunfo de la revolución cubana y presionado por la persistencia de la movilización ferrocarrilera que en marzo de 1959 llamó a una huelga general en el momento en que iniciaban las vacaciones escolares, López Mateos respondió con una escalada represiva legitimada con el discurso anticomunista que permeaba en la opinión pública. Entre los últimos días de marzo y las primeras semanas de abril cientos de ferrocarrileros fueron detenidos en todo el país y varios fueron asesinados mientras el gobierno expulsaba al agregado militar y al segundo secretario de la embajada de la Unión Soviética bajo la acusación de estar implicados en “la conjura vallejista”.43
La represión agudizó la división entre los dirigentes de la izquierda partidaria. El 30 de abril Lombardo Toledano convocó a una conferencia de prensa en la que se deslindó y acusó a Demetrio Vallejo, al PCM y al POCM de haber tomado la decisión de irse a la huelga. Sus declaraciones fueron utilizadas por la PGR, que las integró al expediente para consignar a Vallejo.44 Por su parte el POCM, que ya arrastraba una crisis interna desde la coyuntura electoral de 1958, vio agudizarse la división dentro de sus filas. El grupo articulado en torno a Valentín Campa regresó después de años al PCM, en tanto que el grueso de la dirigencia se acercó al lombardismo.45 Mientras los ferrocarrileros llenaban las cárceles del país o eran vilmente asesinados, algunos en instalaciones de la policía militar, como Román Guerra Montemayor, a quien sus asesinos le pintaron los labios y las uñas de las manos para hacer aparecer el crimen como una riña de homosexuales, los dirigentes de la izquierda partidaria se acusaban mutuamente de haber llevado al movimiento sindical al fracaso.46
La derrota del movimiento ferrocarrilero y la feroz represión que le siguió generaron la formación del Comité Nacional por la Libertad de los Presos Políticos y las Libertades Constitucionales, en el que se encontraron de nueva cuenta personajes representativos de las corrientes de la izquierda.47 La lucha por su liberación y por la derogación del artículo 145 del Código Penal, alusivo al delito de disolución social, por el que muchos habían sido consignados, llevó a diversos grupos a insistir en la necesidad de encontrar elementos comunes en aras de construir una unidad de las izquierdas que permitiera articularse de otra manera con la clase obrera y el campesinado e impulsar sus luchas por la democratización y la justicia social.
Uno de estos grupos sería el que conformaron Carlos Fuentes, Víctor Flores Olea, Jaime García Terrés, Enrique González Pedrero, Francisco López Cámara y Luis Villoro, quienes iniciaron en mayo de 1959 la publicación de una nueva revista mensual, el espectador, así, con minúsculas, que arrancaba, de acuerdo con la presentación del primer número, “en momentos de crisis” y cuando la opinión pública parecía estar enclaustrada entre “la abstención y la tácita censura”. Con una dirección rotativa y sin recibir publicidad, los editores de la revista se proponían vivir de sus lectores y suscriptores para poder ejercer su libertad de crítica. Desde el inicio anunciaban un compromiso: “luchar, desde ahora, por eso que exigen todos: el ejercicio efectivo de la democracia en México”. Y enlistaban la agenda: cumplimiento estricto de la Constitución; respeto incondicional del voto, en las escalas municipal, estatal y nacional; independencia del sindicalismo; definición independiente de actividades políticas, “primer paso hacia la creación de auténticos partidos políticos que encarnen la división real de las fuerzas sociales y de sus respectivos intereses”; eventual integración de un Congreso independiente del Ejecutivo y representativo de las plurales tendencias políticas; manifestación efectiva del pensamiento público “y liquidación de la tácita censura que actualmente hace de la prensa mexicana un coro uniforme del pensamiento oficial”. El otro flanco era la justicia económica. Para lograrla proponían una mejor distribución del ingreso nacional, una política exterior independiente, la reafirmación de la reforma agraria, limitar los intereses “de nuestra burguesía”, la defensa de los recursos naturales, la formulación de un programa inteligente de educación popular y la planificación económica a largo plazo: “En suma: completar, a partir de la realidad de hoy, la etapa revolucionaria incumplida; no aplazar más, sino tratar de resolver democráticamente los problemas populares de hoy”.
De acuerdo con la presentación, la solución de los problemas requería “la concurrencia política de la izquierda”. En ese momento, señalaban, “la izquierda es inoperante en la vida política de México”, aun cuando “su fuerza natural -la clase obrera- existe y existe con una creciente conciencia”. Frente a la “exigencia histórica de la democracia mexicana” la izquierda debía trabajar por la unidad, dejar de ser “la izquierda desde arriba, usada de tarde en tarde como adorno ‘progresista’ del Estado, para convertirse en la izquierda desde abajo […] fundada en el movimiento de independencia sindical”. Al asumirse como una revista de izquierda concluían:
Pero los editores de EL ESPECTADOR no creen que ‘izquierda’ y ‘sectarismo’ sean sinónimos. Una izquierda válida, por definición, es una izquierda abierta, porque reúne a los sectores mayoritarios de una nación. La izquierda, en México, debe ser idéntica a democracia política y a justicia económica.48
Influenciados por los acontecimientos y la reflexión de los marxistas y comunistas europeos que buscaban renovar a la izquierda después del estalinismo, para el grupo articulado en el espectador la construcción de una nueva izquierda era ya una tarea imprescindible. Aunque no buscaban suplantar la organización política o partidaria que correspondía a las clases populares, no a los intelectuales, pensaban que como tales les corres pon día impulsar la transformación del país desde la trinchera de la discusión y el debate. Era parte de su responsabilidad histórica. Como quedaría claro poco más de un año después, la propuesta política de “los espectadores” sería parte esencial del proyecto que ellos y el Círculo de Estudios Mexicanos, la llamada izquierda intelectual, terminaría articulando en el Movimiento de Liberación Nacional.49
En el transcurso de su corta vida, pues sólo se publicó durante un año, el espectador buscó ser un foro para las reflexiones marcadas por una coyuntura en la que destacaba la represión a los ferrocarrileros y a los comunistas, el movimiento en defensa de los presos políticos y la dispersión de las distintas fuerzas de la izquierda partidaria, todo ello en el contexto del cincuentenario de la revolución de 1910. El agotamiento del “régimen de la revolución mexicana” era evidente no sólo en su incapacidad para resolver los grandes pendientes sociales sino también y sobre todo en el ejercicio de la represión y el autoritarismo para contenerlos. El contraste con el ímpetu de la transformación social que se llevaba a cabo en Cuba era indiscutible.
La revista pronto se convirtió en lectura obligada y, tal como lo expresaron las primeras cartas de los lectores que llegaron a la redacción, ésta fue bien recibida, entre otras razones por abrir el espacio a voces que pretendían ser acalladas. En el segundo número, de junio de 1959, por ejemplo se publicó una reflexión de Demetrio Vallejo enviada desde la cárcel en la que hacía un pormenorizado recuento sobre el conflicto ferrocarrilero, acusaba la trampa en la que el gobierno federal había metido a la dirigencia del sindicato y se deslindaba de las acusaciones que lo hacían aparecer como aliado de la embajada soviética para desestabilizar al país. Un mes después se publicó una entrevista al profesor Othón Salazar sobre el texto de Vallejo realizada por el periodista Gerardo Unzueta, quien en noviembre de 1958 había sido destituido del consejo editorial de La voz de México por su postura crítica frente a la dirección de Dionisio Encina.50 En abril de 1960 el propio Encina, quien había sido detenido el 4 de septiembre del año anterior en Torreón, fue una de las voces que se publicaron en el espectador en un número dedicado a los presos políticos que atiborraban las cárceles mientras el gobierno se aprestaba a celebrar el cincuentenario de la revolución.51
Aunque no todos los editores participaban en el Círculo de Estudios Mexicanos era evidente la confluencia de intereses y propuestas. En julio de 1959, a propósito del centenario de las Leyes de Reforma, el CEM preparó un documento en el que, además de analizar “el carácter revolucionario, económico y social de la Reforma”, se proponían hacer “hincapié en los abandonos, retrocesos y desviaciones” que a cien años obstaculizaban su continuidad. Su publicación como inserción pagada fue rechazada por todos los periódicos, preocupados por “disgustar al clero político” y considerando que el documento contenía “elementos de disolución social”. El texto en cuestión se publicó en el espectador, con la explicación del caso, como una muestra de la ausencia de libertad de información, por una parte, y por la otra como una muestra de solidaridad con el pensamiento crítico.52 Un mes después la revista publicó el último escrito de Narciso Bassols, “Disolución social y presos políticos”, como un homenaje “al gran dirigente de la izquierda mexicana” por su trágico fallecimiento ocurrido apenas unos días antes. En el texto que dejó inconcluso, Bassols explicaba las razones de la constitución del Comité Nacional por la Libertad de los Presos Políticos y señalaba que se proponían “invitar a la opinión pública a reflexionar sobre la alarmante y sistemática violación de las normas constitucionales”.53 El propio Bassols era un ávido lector de la revista, como lo señaló su hijo Ángel en un sentido recuento de la última vez que vio a su padre.54
El ejemplar publicado en abril de 1960 dedicó buena parte de sus páginas a los presos políticos, cuya liberación era uno de los ejes de las actividades de la izquierda. En un recuadro los editores señalaban que, aunque no se hablaba del asunto en los “medios de expresión”, el tema centralizaba “el malestar de la vida pública mexicana”. La celebración del cincuentenario de la revolución se llevaría a cabo con dirigentes sindicales y políticos encarcelados, en coincidencia con “quienes, en 1910, ocupaban las celdas de Belem y San Juan de Ulúa”. Los editores de la revista consideraban su deber darle voz a “esos hombres injustamente encarcelados”, razón por la cual se incluían breves textos de Dionisio Encina, Demetrio Vallejo, Alberto Lumbreras y Miguel Aroche Parra, más un comentario de Víctor Rico Galán y otro de Benjamín Fernández. En una muestra de los intereses de los editores, el ejemplar publicaba también un texto de Jean Paul Sartre sobre Cuba y dos entrevistas, una con Ernesto Guevara y otra con C. Wright Mills.
La revolución cubana era el otro motor que inspiró al grupo a publicar el espectador. Ahí se expresó el entusiasmo que sintieron desde el primer momento por el proceso revolucionario cubano, que contrastaba con su fuerza renovadora frente al anquilosado y autoritario “régimen de la revolución mexicana”. En el que habría de ser el último número de la revista, publicado con fecha de mayo de 1960, Cuba fue el tema central. Justo ese mes apareció el primer número de Política, una nueva publicación dirigida por Manuel Marcué Pardiñas y Jorge Carrión, que surgía con el compromiso explícito de defender a la revolución cubana y a la que se sumaron “los espectadores” invitados a colaborar por Marcué con la promesa de mantener total libertad editorial.55 A esas alturas era innegable que el esfuerzo de unificación de las distintas fuerzas que integraban a la izquierda encontraba en la defensa de la revolución en Cuba un punto de encuentro fundamental. Así resultaría evidente durante el Encuentro de Solidaridad con Cuba el 1o de mayo, cuando un nutrido contingente integrado por los dirigentes del CEM y “los espectadores”, junto con Fernando Benítez y Pablo González Casanova, Marcué y Jorge Carrión, Lombardo Toledano, Mario Orozco Rivera y David Alfaro Siqueiros, se encontró en La Habana. En el transcurso de los años siguientes Política fue el principal foro de la discusión pública y los debates entre las distintas corrientes de la izquierda.56
En ese mismo mes de mayo se llevó a cabo el XIII Congreso Nacional del PCM en condiciones de casi clandestinidad. A partir de la derrota ferrocarrilera la represión contra los comunistas se incrementó, aunada a la deserción de militantes y el agudizamiento de las disputas internas. Dionisio Encina estaba en la cárcel y una nueva dirección colectiva en la que participaban Martínez Verdugo, Terrazas y Edelmiro Maldonado llegó a la secretaría general. Pocos días después del Congreso la nueva dirigencia del Partido convocó a sus comités estatales para aprovechar la próxima visita del presidente de Cuba, Oswaldo Dorticós, con el fin de impulsar una “intensa campaña de esclarecimiento de lo que significa la revolución cubana para la lucha antiimperialista, democrática y popular de los pueblos latinoamericanos en la hora presente”.57 En un resolutivo se planteaba la necesidad de hacer una nueva revolución, “una revolución democrática de liberación nacional, a la que habrá de llegarse mediante la integración de un poderoso movimiento de frente democrático de liberación nacional”.58
A fines de 1960 el embate contra Cuba era cada vez más fuerte y cundían los rumores sobre una posible intervención auspiciada por Estados Unidos. En enero de 1961, preocupado por la falta de dirección y coordinación de los esfuerzos solidarios con la revolución, el Comité Central del Partido dirigió una carta firmada por Arnoldo Martínez Verdugo y Manuel Terrazas a todos los partidos políticos para unir y concentrar esfuerzos en defensa de la revolución. La convocatoria se articuló con un documento firmado por todas las organizaciones que ya trabajaban en la solidaridad con la isla, algunas de las cuales habían formado parte de un acto realizado en La Habana el 4 de enero.59 Era imprescindible avanzar en la formación del frente democrático que articulara la defensa de Cuba con la lucha antiimperialista y contribuyera a impulsar la democratización de la vida política en México.
El esfuerzo organizativo del Partido Comunista corrió en paralelo a los trabajos que realizaban en ese momento el expresidente Cárdenas y los dirigentes del Círculo de Estudios Mexicanos para organizar una conferencia regional que retomara el esfuerzo realizado en 1949 en la ciudad de México. Se proponían impulsar la idea que Lázaro Cárdenas había esbozado desde 1948, hacer de la defensa por la paz, la independencia económica y la soberanía nacional un gran movimiento latinoamericano.
El movimiento de liberación nacional
A su regreso a México después del largo viaje por Europa y Asia, Lázaro Cárdenas se encontró con el triunfo de la revolución en Cuba y enseguida se involucró con entusiasmo en la defensa del proceso revolucionario que parecía avanzar en algunos puntos centrales de lo que había sido su proyecto de gobierno.
Casi recién llegado, el 16 de febrero Cárdenas se reunió en su casa con la delegación de revolucionarios cubanos que recorría diversos países de América Latina para explicar la revolución. Todos recordaron el apoyo que brindó al grupo de integrantes del movimiento 26 de julio cuando entre julio y agosto de 1956 contribuyó a que salieran de la cárcel en la ciudad de México Fidel Castro, Calixto García y Ernesto Guevara. Después de recibir a Fidel, quien lo visitó para agradecerle sus gestiones, el general Cárdenas escribió en sus apuntes: “Es un joven intelectual de temperamento vehemente, con sangre de luchador”.60 Iniciaba así una relación de afecto mutuo que se expresaría públicamente cuando en julio de 1959 el expresidente viajó a La Habana para festejar al lado de Fidel el triunfo de la revolución.
La solidaridad y compromiso de Lázaro Cárdenas con la revolución cubana no dejó margen de duda en un momento en el que el gobierno de López Mateos buscaba mantener cierto equilibrio ante la creciente radicalización de las fuerzas políticas. Pese a su postura de no intervenir en política expresada en múltiples ocasiones, el expresidente empezaba a convertirse en una presencia de gran calado político que redundaría en su compleja relación con López Mateos en los años siguientes. A ello se agregaba el compromiso de Cárdenas con la defensa de los presos políticos por cuya liberación insistió en varias ocasiones en sus encuentros con el presidente, al que incluso propuso derogar el delito de disolución social.61
Fue también en el mes de julio cuando el expresidente Cárdenas recibió la invitación para formar parte de la presidencia colectiva del Consejo Mundial de la Paz, propuesta que aceptó en octubre de ese año “después de consultarlo con el Comité Nacional de la Paz mexicano”. Desde ahí se propuso concretar la recomendación surgida del Congreso por el Desarme y la Cooperación Internacional que se llevó a cabo en julio de 1958 en Estocolmo, en el que se sugirió realizar conferencias regionales para centrar la acción sobre los problemas que afectaran a cada región en particular.62 Contaba con la colaboración de las figuras más prominentes del Círculo de Estudios Mexicanos, como Jorge L. Tamayo, Guillermo Montaño, Alonso Aguilar y Fernando Carmona, quienes junto con Narciso Bassols desde 1958 se habían involucrado activamente en los trabajos del movimiento por la paz.63
En septiembre de 1960 la profesora chilena Olga Poblete, parte del secretariado para América Latina del Consejo Mundial de la Paz, viajó a México invitada por Lázaro Cárdenas para empezar a trabajar en la organización del encuentro latinoamericano.64 En el transcurso de las semanas siguientes el ingeniero Tamayo sería el principal intermediario del expresidente para tratar los asuntos relacionados con su organización. En diciembre la profesora Poblete regresó a México acompañada de Alberto T. Casella de Argentina y Domingos Vellasco de Brasil, integrantes también de la presidencia colectiva del Consejo Mundial de la Paz, quienes diseñaron junto con el general Cárdenas y los dirigentes del Círculo de Estudios la reunión latinoamericana.65
El 5 de marzo de 1961, bajo la presidencia colectiva de Lázaro Cárdenas, Alberto T. Casella y Domingos Vellasco se inauguraron en la ciudad de México los trabajos de la Conferencia Latinoamericana por la Soberanía Nacional, la Emancipación Económica y la Paz, con la presencia de delegados de los países de América Latina, además de observadores y delegados de Estados Unidos, Canadá y varios países de Europa, África y Asia.
La capacidad de convocatoria de los organizadores quedó de manifiesto en la delegación mexicana que, presidida por Heriberto Jara y Natalio Vázquez Pallares, integró a toda la gama de las izquierdas representada por líderes sociales como Arturo Orona, Ramón Danzós Palomino y Othón Salazar, dirigentes partidarios como Lombardo Toledano y Alejandro Martínez Camberos, artistas como José Chávez Morado y Arturo García Bustos e intelectuales como Eli de Gortari, Carlos Fuentes, Víctor Flores Olea y Enrique González Pedrero. Lombardo fue invitado a participar desde el primer momento por Lázaro Cárdenas y fungió como presidente de la comisión de trabajo de Soberanía Nacional durante el encuentro.66
En su declaración final la Conferencia Latinoamericana incor po ra ba los elementos centrales de la agenda en la que coincidían tanto los cardenistas y la izquierda intelectual como los partidos de izquierda, además de los elementos comunes con los sectores progresistas latinoamericanos. Se definía al imperialismo estadounidense como el obstáculo central para el desarrollo de los países de América Latina y se llamaba a rescatar los recursos naturales que se encontraban en manos extranjeras y a nacionalizar a esas empresas; parte central del proyecto económico era el impulso a una reforma agraria integral que continuara el proyecto cardenista para el campo, así como el desarrollo de una industrialización nacional. El apoyo y defensa de la revolución cubana y la lucha por la independencia de Puerto Rico eran los ejes de la propuesta de política exterior hacia América Latina, así como la defensa y promoción de la agenda pacifista. La declaración finalizaba con un llamado a organizar comités nacionales y movimientos en los otros países latinoamericanos, lo que en la práctica implicaba darle continuidad al proceso de movilización de las izquierdas progresistas. Como lo señalara Cárdenas a Juan Marinello desde 1948, se trataba de organizar un gran movimiento latinoamericano por la defensa de los intereses comunes en su lucha contra el imperialismo.
Resultó revelador que ante la magnitud del reagrupamiento de la izquierda el vacío informativo fuera total. En un ambiente de vociferante anticomunismo mediático, ni la prensa ni la radio o la televisión le concedieron un espacio a la Conferencia. Ello llevó a Lázaro Cárdenas a promover sus resolutivos durante la gira que realizó pocos días después por los estados de Guanajuato, Querétaro, Michoacán y Jalisco acompañado por una treintena de los delegados y una comitiva en la que se encontraban también Carlos Fuentes y Francisco López Cámara, quienes publicaron sus impresiones en las páginas de Política. En muchos puntos del recorrido fue recibido con entusiasmo, como ocurrió en Guadalajara, donde “numerosos estudiantes estuvieron frente al hotel lanzando vivas al Gral. Cárdenas, al Dr. Castro Ruz y a Cuba”.67 En sus encuentros con ellos o con los grupos de campesinos que lo buscaban en la gira la respuesta sería la misma: “organícense”. Así se lo explicaría a Fuentes:
Formando unidades políticas capaces de hacerse oír y defender los intereses de los jóvenes, los campesinos, los obreros y todos los que sufren nuevas formas de explotación, mediante la organización de todas las fuerzas populares, no con fines puramente electorales, sino para apoyar un programa económico y social coherente, que responda a las aspiraciones de la juventud y que señale soluciones prácticas para resolver los problemas […]. No basta estar en desacuerdo con el PRI: hay que ofrecer algo más.68
En un entorno determinado por el apremio y la movilización que generó el intento de invasión contra Cuba organizado por el gobierno de John F. Kennedy en abril, y atendiendo al resolutivo de la Conferencia que llamaba a integrar comités nacionales que dieran seguimiento a los propósitos de la reunión latinoamericana, el 4 de agosto se inauguró la Primera Asamblea Nacional por la Soberanía Nacional, la Emancipación Económica y la Paz, que formalizaba la existencia del Movimiento de Liberación Nacional. El general Heriberto Jara hizo la Declaratoria de Apertura y después Lázaro Cárdenas dirigió un saludo que terminó con las siguientes palabras: “Será un organismo que contribuya a la realización de los postulados de la Revolución Mexicana, consagrados en nuestra Constitución Política”.69
Además de 24 delegaciones estatales y 70 comités locales, se integraron también al MLN representantes del Partido Comunista Mexicano, del Partido Popular Socialista, del Partido Obrero Campesino de México, así como representantes de diversas organizaciones sociales, académicos, intelectuales y artistas.70 El Círculo de Estudios Mexicanos, cuyos dirigentes, en coordinación con el general Cárdenas, también estuvieron a cargo de la organización de la Asamblea, dejó de existir y sus integrantes pasaron a formar parte de la nueva organización.71
La constitución del MLN articuló la confluencia de los grupos que se mantenían movilizados desde mediados de 1959 en torno a la lucha por la liberación de los presos políticos, así como en la defensa de la revolución cubana. La polarización de las fuerzas políticas se incrementaba y la unidad de la izquierda se hacía indispensable. La organización nacía con la intención expresa de ser el espacio de encuentro, deliberación y acción política de las izquierdas en su compromiso por impulsar una agenda común.
En el documento final se enlistaban “las exigencias del pueblo de México” que el MLN recogía y por las que se comprometía a trabajar:
Plena vigencia de la Constitución, libertad para los presos políticos, justicia independiente, recta y democrática, libre expresión de las ideas, reforma agraria integral, autonomía y democracia sindical y ejidal, dominio mexicano de todos nuestros recursos, industrialización nacional sin hipotecas extranjeras, reparto justo de la riqueza nacional, independencia, dignidad y cooperación internacionales, solidaridad con Cuba, comercio con todos los países, democracia, honradez y bienestar, paz y libertad, soberanía y paz.72
El MLN recogía los planteamientos que habían articulado la participación política de los distintos grupos de la izquierda tanto en la coyuntura de las movilizaciones sociales de 1958-1959 como en el contexto de la celebración del cincuentenario de la revolución de 1910. El autoritarismo con que el “régimen de la revolución mexicana” respondiera a las demandas salariales de los grandes sindicatos, su cerrazón frente a las demandas de democracia sindical, la negativa a liberar a los presos políticos que llenaban las cárceles había puesto sobre la mira el agotamiento de su proyecto social que contrastaba por otra parte con la fuerza transformadora de la revolución cubana.
Frente al fracaso de una idea de democracia formal en el discurso político oficial que se expresaba en el control gubernamental de los procesos electorales el MLN se planteaba una lucha democrática de otra naturaleza. Se trataba de construir un frente de organizaciones con capacidad de presionar por una agenda común desde la organización social, la crítica política y la propuesta intelectual. Aunque en su programa proponía una reforma electoral, así como la reivindicación de los derechos políticos establecidos en la Constitución, en la práctica el planteamiento iba más allá al proponerse como una organización social, un movimiento y no un partido político ante la inutilidad de la lucha electoral. El MLN debía ser un espacio democrático que impulsara la organización social, la crítica y la formulación de un proyecto alternativo, más en la línea de la democracia directa, y no la formación de un partido político. Las discrepancias internas frente a esta propuesta quedarían más claras en los años siguientes.
Por otro lado destacaban los planteamientos del pacifismo y el antiimperialismo al que se habían dedicado en los últimos años los participantes del movimiento por la paz, centrados en la idea de que la lucha por la “libre determinación de los pueblos” en América Latina tenía que ver directamente con la relación con Estados Unidos. La defensa de Cuba era la defensa de México y de América Latina en su conjunto frente a la amenaza que suponía “el imperialismo yanqui”. El otro eje del programa era la reivindicación de impulsar la soberanía económica y con ella la justicia social. El MLN se proponía trabajar en favor de un proyecto de reforma económica nacionalista que recuperara el control sobre los recursos naturales y la nacionalización de empresas extranjeras. La reforma agraria integral era la otra tarea imprescindible.
El interés por construir un frente común que pudiera articular y luchar por una renovación política y la defensa de la soberanía nacional no duró sin embargo mucho tiempo. La intención de unificar a la izquierda disimuló que desde su origen el MLN estaría determinado por sus contradicciones. El primero en romper fue Lombardo Toledano, quien pese a haber sido invitado desde el primer momento a participar en la Conferencia Latinoamericana realizada en marzo pronto acusó al MLN de abrir un frente que debilitaría al gobierno de López Mateos frente al “imperialismo”.73 En una coyuntura en la que la izquierda se fortalecía Lombardo se cargaba cada vez más hacia el oficialismo aunque desde octubre de 1960 hubiera decidido cambiar el nombre del Partido Popular a Partido Popular Socialista (PPS).74 En realidad era evidente que en la medida en que el MLN avanzaba en la formación de comités locales y ganaba presencia política terminaría por desplazarlo de espacios como el Movimiento por la Paz, cuyo comité nacional estaba integrado por los coordinadores del MLN.75 En junio de 1962 el PPS dio a conocer un boletín en el que aclaraba que no pertenecía al MLN y prohibía a sus militantes afiliarse pues sus estatutos no admitían la doble militancia “de las organizaciones políticas”.76 En un artículo Flores Olea le respondió: “Para Vicente Lombardo Toledano, este compatriota ilustre e inteligente, no hay más izquierda que la suya. Para la nueva izquierda mexicana, en cambio, Lombardo Toledano simple y llanamente no es de izquierda”.77
El otro motivo de la ruptura de Lombardo con el MLN tenía que ver con los trabajos que realizaba el Partido Comunista para formar una nueva central campesina que sin duda le restaría fuerza a la Unión General de Obreros y Campesinos de México (UGOCM), organización del PPS. La revitalización que generó en las filas del PCM el esfuerzo de unidad y agrupamiento condujo a un fortalecimiento de su militancia y a un renovado interés por avanzar en la organización de su base social. Así ocurrió en particular entre las bases campesinas en las que el Partido Comunista había mantenido cierta presencia pese a la represión. En confluencia con el propósito de formar comités locales que impulsaran la agenda democrática surgida de la Conferencia latinoamericana realizada el año anterior el PCM se propuso avanzar en la creación de una nueva organización campesina que impulsara su propia agenda. En abril, apenas un mes después de la Conferencia, se llevó a cabo una reunión con 300 delegados campesinos de diversos estados en Zamora, Michoacán. Meses después se integraron al MLN y a la que sería una nueva central campesina. 78
En el transcurso de 1962, mientras Lázaro Cárdenas se enfrentaba a una campaña en la opinión pública que insistía en acusarlo de aliarse con los comunistas y a la que respondería invariablemente negando que el MLN fuera o pretendiera serlo, los militantes del PCM a nivel local avanzaron en la organización de lo que en enero de 1963 se constituyó como la Central Campesina Independiente, un nuevo esfuerzo por fracturar la hegemonía de la Confederación Nacional Campesina (CNC) del PRI sobre el campesinado mexicano.79 En la CCI se encontraron personajes como Braulio Maldonado, exgobernador de Baja California, y Alfonso Garzón, dirigente de la Liga Agraria de ese estado, con militantes del PCM como Arturo Orona, dirigente de la Unión de Sociedades de Crédito Ejidal de la Comarca Lagunera y Ramón Danzós Palomino, líder campesino del Valle del Yaqui. Se integraron también algunas de las bases campesinas que conformaron en 1951 la Unión de Federaciones Campesinas de México de origen henriquista y que junto con la UGOCM representaron la mayor fractura de las filas de la CNC antes de la CCI, así como múltiples grupos que buscaron independizarse de la central campesina priista a nivel local.80 El expresidente Cárdenas acudió el 6 de enero a la inauguración, lo que le acarreó las acusaciones renovadas en torno a su alianza con los comunistas. En respuesta y como lo hiciera desde 1961 el expresidente defendió el surgimiento de nuevas organizaciones campesinas que contribuirían a la lucha por una reforma agraria integral.81
En el transcurso de 1963 el MLN se enfrentó a otro gran debate interno, mismo que sería definitivo, en torno a la participación en el proceso electoral de 1964. Para los comunistas era fundamental aprovechar la confluencia de las izquierdas para impulsar por la vía electoral la construcción del frente democrático al que habían llamado desde su XIII Congreso en 1960. En marzo de 1963 convocaron a formar el Frente Electoral del Pueblo, al que se unieron los dirigentes de las organizaciones campesinas en las que tenían mayor presencia, recién articuladas en la CCI, además del Consejo Nacional Ferrocarrilero, el Movimiento Revolucionario del Magisterio, representantes del Comité de Defensa de los Presos Políticos, como el periodista Renato Leduc, dirigentes sociales como Genaro Vázquez Rojas por la Asociación Cívica Guerrerense, así como dirigentes estudiantiles. El 3 de noviembre postularon la candidatura presidencial de Danzós Palomino, uno de los dirigentes de la CCI e integrante de la presidencia colectiva del FEP. Pese a que apenas unas semanas antes la Secretaría de Gobernación les negó el registro como partido político, ello no fue impedimento para participar en la campaña electoral.82
La decisión de participar en las elecciones fue rechazada, sin embargo, por los cardenistas y la mayoría de los intelectuales independientes que defendieron la idea del MLN como una instancia de organización y crítica, un movimiento que no debía convertirse en partido político ni operar con una lógica electoral de corto plazo sino fortalecerse como espacio de organización social, formulación de propuestas y de construcción de una conciencia crítica. Mientras para algunos el FEP era la consecuencia lógica del esfuerzo de articulación de la izquierda que había iniciado en marzo de 1961 con la Conferencia Latinoamericana, para otros eso implicaría radicalizar la ruptura con el régimen y llevar a la lucha por el poder a un movimiento que sólo buscaba impulsar y presionar al gobierno para comprometerse con una agenda de desarrollo nacionalista y democrático. El debate interno terminó por fracturar las filas del Movimiento.
Pocos meses antes de la elección presidencial que tuvo lugar en julio de 1964 las dos figuras más relevantes de la izquierda oficial y fundadores del MLN, Lázaro Cárdenas y Heriberto Jara, dieron su apoyo al candidato presidencial del PRI, el secretario de Gobernación Gustavo Díaz Ordaz, un reconocido anticomunista y adversario declarado del MLN. Con esa decisión pusieron el punto final a la alianza con la izquierda comunista y buena parte de la izquierda intelectual que se había integrado a las filas del Movimiento. Las condenas y críticas en las páginas de Política no se hicieron esperar, como en el artículo “Implicaciones del voto razonado de Lázaro Cárdenas en pro de Díaz Ordaz” en el que el autor se preguntaba si:
[…] ¿una personalidad que arrastra a las masas hasta organizarlas en un movimiento con un programa concreto de liberación nacional, de reforma agraria y de sustancial modificación de las injustas estructuras económicas y sociales que prevalecen en el país puede sin previo compromiso claro y público de las fuerzas a las que ahora apoya, y del candidato oficial que las representa, declararse a favor de éste sin menoscabar la responsabilidad adquirida ante aquellas masas por toda una vida de actuación revolucionaria y por ser el promotor principal del programa de liberación?.83
En respuesta a las críticas, en una carta fechada el 26 de julio de 1964 y que se publicó en Política el 15 de agosto, Fernando Benítez, Víctor Flores Olea, Carlos Fuentes, Enrique González Pedrero y Francisco López Cámara se dirigieron al director de la revista para pedirle que retirara sus nombres del cuadro de colaboradores, acusando un creciente sectarismo, dogmatismo e intransigencia. Hacía meses que en la práctica se habían retirado ya del MLN. En septiembre de 1965 el grupo de fundadores proveniente del Círculo de Estudios Mexicanos conformado por Alonso Aguilar, Ignacio Aguirre, Clementina Batalla de Bassols, Fernando Carmona y Guillermo Montaño renunciaron a la dirección del MLN por conflictos con el ingeniero Heberto Castillo, quien desde marzo de 1964 era el nuevo coordinador general de la Comisión Ejecutiva del Movimiento y trataría de mantener viva a la organización en los años siguientes.84 De nuevo en voz de Carlos Monsiváis, en 1959, “los intelectuales iniciaban una radicalización que luego, a fines del sexenio, habría de morir sin aspavientos”.85
Los caminos de la nueva izquierda
El impulso renovador que el Movimiento de Liberación Nacional produjo en las izquierdas iría más allá de su fracaso como organización. Como quedaría más claro en la segunda mitad de los años sesenta, el MLN fue el espacio de transición entre una vieja izquierda en la que destacaban las figuras del nacionalismo revolucionario como Lázaro Cárdenas y Heriberto Jara o dirigentes partidarios como Lombardo Toledano o en su momento Dionisio Encina, y una nueva izquierda que no sólo impulsaba una nueva oleada de organización social, sino también y sobre todo un nuevo proyecto político. Frente a quienes consideraban que tan sólo había que presionar por el cumplimiento de las promesas perdidas de la revolución mexicana, otros buscaron trascender esa ideología para poner en el centro la aspiración de una “nueva revolución”, cada vez más parecida a la cubana. En ese proyecto se expresaría la creciente politización de dirigentes sociales, campesinos, jóvenes, estudiantes e intelectuales, algunos de los cuales conformaron una nueva oleada guerrillera nutrida por la influencia del foquismo guevarista.
En el transcurso de la segunda mitad de la década el agotamiento del MLN como espacio de organización y las divisiones que muy pronto afloraron en la CCI y culminaron con una ruptura apenas dos años después de constituida cedieron el paso a nuevas formas de lucha. El cruel asesinato del líder agrarista Rubén Jaramillo y su familia el 23 de mayo de 1962 conmovió profundamente a una izquierda que todavía se mostraba optimista frente a los alcances del MLN. La violencia ejercida contra Jaramillo y su familia se articuló con la brutal represión a la movilización postelectoral que tuvo lugar en la ciudad de Iguala, Guerrero, el 30 de diciembre de ese año, con la que el gobierno del estado buscó acabar con el movimiento de la Asociación Cívica Guerrerense en el que participaba el profesor normalista y dirigente campesino Genaro Vásquez Rojas desde 1960. Tanto Jaramillo como Vázquez Rojas se habían integrado al MLN como lo hicieron tantos otros dirigentes sociales y Genaro Vázquez formó parte también de la CCI y el FEP. Después de la represión sufrida a partir de diciembre de 1962 y los embates cada vez más fuertes en su contra, la propia represión lo ra dica li zó y a principios de 1968, después de estar detenido poco más de un año, fue liberado por sus compañeros para lanzarse a la lucha armada.86
Así ocurrió también en 1965, cuando los maestros rurales Arturo Gámiz y Salomón Gaytán, junto con el doctor Pablo Gómez, condujeron el asalto al cuartel de Ciudad Madera, Chihuahua, el 23 de septiembre con la esperanza de iniciar un foco de insurrección inspirados por la guerra de guerrillas guevarista. Formados en la UGOCM, participantes en el MLN, conformaron el Grupo Popular Guerrillero en 1964 con la participación de estudiantes y campesinos. Los reclamos agrarios contra el abuso de los cacicazgos locales no habían sido resueltos desde la organización política. Para ellos sólo quedaba como opción el recurso a la violencia revolucionaria.87 Sería también el caso del grupo articulado por el periodista Víctor Rico Galán, colaborador de Política y Siempre! y Raúl Ugalde, dirigente del FEP, quienes conformaron el Movimiento Revolucionario del Pueblo junto con algunos dirigentes del movimiento médico que sacudió a la ciudad de México recién entrado el nuevo gobierno. Díaz Ordaz se estrenó en la presidencia reprimiendo a los médicos movilizados por mejores condiciones de trabajo y autonomía de su sindicato. Después de la represión algunos de ellos también optaron por la vía insurreccional, junto con militantes del MLN y el FEP. El grupo fue detenido en agosto de 1966, antes incluso de que pudieran realizar cualquier acción.88 Un año después, a mediados de 1967, el profesor Lucio Cabañas, formado en el normalismo rural, la Juventud Comunista y también participante de la CCI, inició otro frente de lucha guerrillera en las montañas de Guerrero después de la terrible matanza de Atoyac en el mes de mayo. Para muchos la primera guerrilla socialista mexicana, la organización del Partido de los Pobres representaría la confluencia de las viejas luchas recurrentes de la historia agraria con una nueva estrategia y un nuevo proyecto que ponía en el centro a la revolución campesina socialista. Ahí se fundía también la militancia de las normales rurales que eran desde fines de los años cincuenta espacios de articulación y politización de estudiantes y campesinos.89
Las movilizaciones estudiantiles que se radicalizaron bajo la influencia de la revolución cubana politizaron a su vez la vida universitaria dando lugar al surgimiento de lo que C. Wright Mills analizaba en su carta a la Nueva Izquierda, el nacimiento de un nuevo sujeto político. En el transcurso de los años sesenta distintos movimientos tuvieron lugar en varias universidades del país en las que participaban las distintas corrientes de la izquierda y que terminarían por confluir en la movilización de 1968. Ése fue el caso en Puebla, en Morelia, en Iguala, en Sonora y en Sinaloa, por mencionar algunas. En 1963 la creación de la Central Nacional de Estudiantes Democráticos por iniciativa del Partido Comunista, en paralelo a la formación de la CCI y el Frente Electoral del Pueblo, hacía evidente que para la izquierda la clase obrera dejaba de ser la vanguardia revolucionaria y en su lugar los estudiantes y los jóvenes empezaban a ocupar un espacio central de la transformación política.90
Aunadas a la movilización estudiantil las universidades fueron el ámbito natural y privilegiado de la discusión y la renovación intelectual y cultural. En forma paralela a su militancia en el MLN, y después con mayor dedicación, González Pedrero, López Cámara y Flores Olea, por ejemplo, impulsaron una renovación en la vida académica de la entonces todavía Escuela Nacional de Ciencias Políticas de la UNAM, en la que un tema de discusión recurrente en conferencias y seminarios sería la nueva izquierda. El director de la Escuela hasta 1965, Pablo González Casanova, y sus sucesores, González Pedrero hasta 1970 y después Flores Olea hasta 1975, promovieron la visita de algunos de los más destacados pensadores de los años sesenta y setenta. Por los pasillos de la Escuela, después Facultad, desfilaron C. Wright Mills, Herbert Marcuse, André Gorz y más adelante Rossana Rossanda y Leszek Kolakowski.91 Surgieron también en estos años nuevas revistas y espacios de discusión y debate, como la revista Estrategia, fundada por el grupo del Círculo de Estudios Mexicanos que salió del MLN en 1965 y que más adelante creó la editorial Nuestro Tiempo dirigida por Alonso Aguilar, o Historia y Sociedad, dirigida por Enrique Semo y Roger Bartra.92
Al mismo tiempo, en la segunda mitad de la década cobraba fuerza un proceso de renovación en el ámbito cultural del que se desprenderían también otros caminos para la izquierda. De nuevo, Monsiváis:
[…] a partir de la derrota abrumadora de los movimientos huelguistas, los jóvenes radicales se refugiaron en los cine-clubes […] He visto en los cine-clubes cómo otra generación se va haciendo, cómo ante el derrumbe inmisericorde de la vieja sensibilidad y la vieja cultura, los mejores de entre los jóvenes acuden a la mitología cinematográfica para nutrirse, para auspiciar su anticonformismo.93
La articulación de política y cultura implicó una renovación profunda en ambos terrenos. Las actividades de instancias como la Dirección de Difusión Cultural de la UNAM y la Casa del Lago permitieron la confluencia de una nueva izquierda en lo político que podía ser también contracultural. La guerra contra Vietnam renovaba la lucha antiimperialista entre estudiantes e intelectuales mientras una nueva oleada de expresiones artísticas y culturales daba paso a otra manera de hacer y entender la revolución. Como lo ha analizado Zolov, la nueva izquierda no era sólo la vanguardia guerrillera o el intelectual comprometido y nacionalista, sino también la expresión de una transformación del arte, de la lucha por los derechos humanos o de las relaciones de género. Cosmopolita e irreverente, esa nueva izquierda encontraría en las expresiones contraculturales europeas y estadounidenses una fuente de inspiración, tal como lo había sido en su momento la nueva izquierda intelectual de fines de los años cincuenta y principios de los sesenta.94
Al iniciar 1968 la CNED organizó la llamada Marcha por la Li ber tad que ponía de nuevo en el centro la lucha por los presos políticos. Pocos meses después esa demanda sería uno de los puntos básicos del pliego petitorio que surgió de la movilización estudiantil que iría en crescendo entre agosto y septiembre de ese año.
Como señala Ilán Semo, el movimiento estudiantil de 1968 recogió las demandas políticas que venían desde las movilizaciones obreras de 1958-1959 y que encontraron un momento de articulación fundamental en el MLN: democracia, libertad a los presos políticos, derogación del art. 145. Sólo que ahora, en la iconografía del movimiento, Lázaro Cárdenas era reemplazado por el Che Guevara, Ho Chi Min y Emiliano Zapata como símbolos de la revolución deseada. La ideología de la revolución mexicana como eje articulador de la izquierda había quedado atrás.95
Frente a la represión del 2 de octubre muchos jóvenes, algunos de ellos militantes comunistas de a pie, optaron por la vía armada para transformar la realidad política y social. Como plantea Barry Carr, el impulso de la nueva izquierda quedaría más claro después del 68, cuando en los años setenta la militancia trascendió a los partidos y las universidades para participar en las luchas de colonos, campesinos, obreros y en una nueva oleada de organizaciones armadas.96
Por lo demás, la ruptura entre el Partido Comunista y los cardenistas que se expresó en la coyuntura de la sucesión pre si den cial de 1964 y que terminó desintegrando al MLN y fracturando a la CCI no fue, sin embargo, definitiva. Poco más de 20 años después, comunistas y cardenistas se reencontraron, esta vez en el apoyo a la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas en 1987-1988, que dio un nuevo giro a la añeja relación entre ambas fuerzas políticas. No deja de resultar paradójico que después de tantos desencuentros haya sido hasta entonces cuando la construcción de un nuevo frente político electoral abriera un camino definitivo para la izquierda mexicana en los años por venir.