Los Moӯāhedīn-e Jalq-e Iran son una organización que se creó a mediados de los años sesenta con el objetivo de derrocar a la dinastía Pahlevī en Irán y crear, sobre la base de su análisis social y religioso, una alternativa política para su país. Su participación en las protestas y los enfrentamientos armados contra las fuerzas policiales, militares y de inteligencia de la monarquía iraní coadyuvó estratégicamente al triunfo de lo que hoy se conoce como la Revolución islámica de Irán, proceso donde dicha organización desempeñó un papel relevante no sólo por su capacidad de movilización entre las masas de la clase media iraní, sino también por la eficacia de sus ataques selectivos contra el gobierno y el ejército monárquicos.
Sin embargo, tras la revolución de 1979, el choque de intereses creados entre los moӯāhedīn y la nueva élite comandada por el ayatola Jomeini originó un ambiente de tensión y desconfianza que desembocaría en una nueva confrontación armada entre ambos actores. Dicho conflicto llevó a este grupo a establecer una alianza con el gobierno de Sadam Husein, quien les dotó de armas, dinero y entrenamiento militar suficientes para golpear a la naciente República Islámica de Irán en su propio territorio, asesinando a varios personajes clave de la política iraní de aquella época e iniciando un conflicto que persiste hasta el momento de escribir estas líneas.
La posición estratégica que los moӯāhedīn tuvieron en Iraq se desvaneció ante la invasión estadounidense a ese país en 2003, y dejó a la organización con el dilema de desaparecer o cerrar filas con influyentes políticos de los gobiernos invasores, decisión la última que fue adoptada por sus líderes Mariam y Masud Rayavi en aras de lograr su supervivencia política, con una retórica que buscaría una “República Islámica Democrática” en Irán.
Tras el inicio de una nueva etapa de mutua demonización entre Irán y Estados Unidos, en 2002, algunos cuadros políticos de las potencias occidentales y de Tel Aviv dejaron claro que los moӯāhedīn podrían ser de mucha utilidad ante cualquier escenario de confrontación bélica con Teherán.2 Este discurso es repetido por las élites más conservadoras de ambas partes, incluso tras el reciente acuerdo alcanzado entre el G5+1 y Teherán, en la denominada cuestión nuclear.3
Así, con sedes en París, Washington y Londres, lugares donde han cosechado un amplio respaldo entre las derechas, los moӯāhedīn usan un discurso de defensa de la democracia, el Estado laico y el respeto a los derechos humanos como mecanismo de justificación política. Sin embargo, en este artículo se defiende la hipótesis que ve la supervivencia de este grupo como un producto de la articulación de intereses con diversos actores políticos a lo largo de su historia y no tanto por la efectividad que tenga dicho discurso entre la sociedad iraní.
Si bien se trata del actor de oposición mejor organizado fuera de Irán hoy en día, los moӯāhedīn siguen vivos debido a la manera en la que han vendido sus servicios a los aliados que alguna vez fueron sus más acérrimos enemigos en la escena internacional, lo cual se denomina, en términos de Bob Clifford, marketing político, es decir, la comercialización de ideas políticas y la articulación de intereses que un grupo hace con otro para empoderarse y que, en el caso que se presenta, busca convertir una causa local (la suya) en una causa global, para tener una mayor validación social.4
Ideología fundacional de los Moӯāhedīn-e Jalq-e Iran en tiempos de la Revolución islámica
De acuerdo con su historia oficial, los moӯāhedīn se definieron, en sus orígenes, como un grupo que “deseaba establecer una organización musulmana, revolucionaria, nacionalista y democrática para el cambio en Irán”, cuyas características se inspiraron en las organizaciones político-militares de insurgencia que hicieron posibles las luchas de liberación nacional en África; de manera particular, en el movimiento de la descolonización argelina.5 La ideología fundacional de los moӯāhedīn se basó en una interpretación propia del Corán y los dichos y hechos del Profeta, esto desde una metodología marxista, la cual, según ellos, “estaría encaminada a darle un sustento científico e intelectual a su activismo político al entenderla como el único medio capaz de sacar a los pueblos de la opresión del capitalismo”.6
Aplicar dicha metodología al islam implicaba generar una opinión particular de los moӯāhedīn sobre el profeta Muhammad, al decir que ciertamente “el Profeta había aparecido en la tierra no para imponer una nueva madhab-i tawhīdī (religión monoteísta), sino para instaurar toda una comunidad sin clases (‘ummat-ttawhīdӯa) con características dinámicas, constantes y tendentes hacia el progreso, el igualitarismo y la eventual perfección”.7 Así, al justificar el potencial de la institución del iӯtihād (interpretación) en la shī‘a, la organización defendió la capacidad de adaptación del Corán a las nuevas características del tiempo, tal como el acto de sacrificio del imam Husein en los episodios de Kerbalá, el cual no era más que “el vivo ejemplo de cómo, mediante una revuelta armada y una conciencia de clases, un buen musulmán, revolucionario, creyente y dispuesto a morir por defender su causa, pudo ser capaz de cambiar el curso y el significado de la historia al pelear a muerte contra los ostentadores del poder”.8
Los moӯāhedīn inyectaron nuevos significados a viejos términos del islam en general, y de la shī‘a en particular. En sus trabajos, por citar algunos ejemplos, el significado de ‘umma cambió de “comunidad de creyentes” a “sociedad dinámica tendente a la perfección”; tawhīd, de “monoteísmo” a “igualitarismo”; yihād, de “esfuerzo” a “lucha de liberación”; shahīd, de “mártir religioso” a “héroe revolucionario”; moӯāhed, de “guerrero religioso” a “luchador por la libertad”; tafsīr, de “estudio académico de los textos sagrados” a “proceso de la revelación revolucionaria”; iytihād, de la “práctica del uso de la razón para deducir algunas leyes específicas del islam” a la “práctica de diseñar leyes revolucionarias para las mismas leyes”; mo‘men, de “creyente pío” a “verdadero luchador por la justicia”; kāfer, de “incrédulo” de la religión a “apático e indiferente” a la revolución; ‘imām, de “líder religioso” a “líder revolucionario”; bot parast, de “pagano” o “adorador de ídolos” a “adorador de la propiedad privada”, y uno de los más notables, mostaża‘fīn, de “manso” o “desprotegido” a “oprimido” o “privado de algo”. Este último término sería uno de los más usados durante el marketing de la organización con Jomeini, en el advenimiento de la revolución de 1979.9
Los inicios del marketing político de los moӯāhedīn en los años sesenta y setenta descansaban en dicha terminología, la cual no tenía como objetivo, en principio, el descalificar a la rūhaniӯat10 sino al capitalismo y al imperialismo comandado por Estados Unidos y sus aliados regionales, pues, según los moӯāhedīn, el imperialismo estadounidense tendría el objetivo de apoderarse de los recursos naturales de Irán y, mediante la alianza con el shah, fortalecer un sistema capitalista que llevaría a la miseria y a la desigualdad en el país. Su lema fue, por excelencia, “morĝ beh amrīkā” (muerte a Estados Unidos) y la táctica consistió en elaborar una campaña de legitimación de la lucha armada como único medio para la liberación.11
Y aunque la ideología de los moӯāhedīn no era bienvenida entre muchos movimientos de la época con tendencias marxistas, comunistas, islamistas o nacionalistas, todos estos grupos tenían el firme objetivo de terminar con la monarquía Pahlevī.12 En este contexto de pluralidad ideológica con metas comunes, la organización optó por vender sus ideas a través del pensamiento de autores de la talla de Maḥmud Ṭaleqani, Mehdi Bazarĝan, y Ali Shariati,13 cuyos escritos y reformulaciones sobre el islam revolucionario fueron ampliamente reconocidos entre la gente joven y universitaria dentro y fuera de Irán, y con quienes la organización se identificó rápidamente al creer que ellos propagarían su ideología entre las masas mientras, de manera clandestina, fraguaban las primeras operaciones armadas contra el aparato de seguridad del régimen que incluía al ejército, la policía y la Savak.14
Entre 1969 y 1971, los moӯāhedīn crearon una base de operaciones clandestina en Teherán y formaron un Comité Central que albergaría a los miembros más influyentes de la organización, entre ellos, Masud Rayavi, actual líder ideológico (y en estado de ocultamiento). Bajo dicho empeño, el entrenamiento de los primeros cuadros se dio a través del contacto que los moӯāhedīn establecieron con líderes palestinos de al-Fataḥ, organización que contaba con algunos responsables en Dubai, Qatar y Siria, lugares donde llegarían los primeros emisarios de los moӯāhedīn, en 1970.15 Y es que la articulación de intereses con “la revolución palestina” tenía un gran simbolismo para la organización iraní, pues muchos de sus líderes se sentían identificados con ella y con su forma de lidiar contra el sionismo, otro de los agentes del imperialismo mundial y con quien el shah de Irán tenía excelentes relaciones, especialmente de carácter militar, lo cual llamó la atención de la organización para entablar lazos ideológicos y causas de lucha compartidas.16
A pesar de esta preparación, no serían los moӯāhedīn quienes iniciarían la actividad militar de la denominada “guerrilla iraní”, pues el 8 de febrero de 1971, en Siahkal, Gilan, se perpetró un atentado de un grupo marxista, los Fedā’iyān-e Jalq, contra un puesto de la gendarmería real, por un lado, y un robo a mano armada contra el embajador de Estados Unidos por una pequeña organización llamada Sāzmān-e Rahāī Bajsh, con sede en Teherán, por el otro; eventos que aceleraron las actividades de los moӯāhedīn, quienes pensaron inmediatamente en dar su primer asalto mediante el boicot a la celebración de los 2 500 años de la monarquía iraní, en agosto de 1971, acto que, sin embargo, fue totalmente frustrado por agentes de la Savak, quienes encarcelaron a muchos líderes de la organización.17
La reacción de la monarquía ante dichos sucesos fue una dura represión policial, así como una violación masiva a los derechos humanos de jóvenes universitarios. Esta situación permanecería hasta finales de 1977, cuando los moӯāhedīn comenzaron a atacar empresas y ciudadanos estadounidenses, mientras otras organizaciones islamistas levantaban al pueblo iraní en diversas partes del país con un discurso religioso. Entre estas últimas organizaciones estaba la Organización de Clérigos Combatientes, que graduaba a figuras fundadoras del posterior Partido de la República Islámica; entre ellos, Muhammad Bahonar, Muhammad Ḥusein Behesti, Ali Jamenei, Ali Hashimi Rafsanyani, Musavi Ardebili, y Mir Ḥusein Musavi.
Las protestas continuaron durante cuatro meses, hasta que una huelga general, en octubre de 1978, paralizó las refinerías de petróleo. Aquel día se conoce en la historia contemporánea iraní como el “Viernes Negro de 1978” por la dura represión con la que la huelga fue atacada, hecho que dio inicio a la debacle militar, social y política de la monarquía. Los lemas en las calles de los grupos de izquierda cambiaron de una actitud pacífica a una violenta, entre ellos, “Mi kosham mi kosham har ke baradaram kasht” (Mataremos a cada uno que haya matado a un hermano nuestro),18 en el contexto de una época donde los líderes de la organización alcanzaron una gran popularidad debido a su efectividad militar contra los agentes de la Savak.
Ya en la ola revolucionaria, la organización abrió oficinas de representación en Tabriz, Mashad, Shiraz, Yazd, Kashan y Rasht, y dejó su cuartel general en Teherán al proclamar un número aproximado de 100 000 simpatizantes aunados a las cerca de 9 000 víctimas desde su fundación. Las actividades de propaganda (tablīgāt) se intensificaron tras el regreso de Jomeini al país, en febrero de 1979, mientras que Rayavi lo reconocía como “líder indiscutible” (rahbar-e ‘enqelāb) de la revolución, y cuando personajes como el ayatola Beheshti se animaban a decir que la revolución descansaba en tres pilares; a saber: Jomeini, Shariati y los Moӯāhedīn-e Jalq-e Iran.19
La ruptura con la República Islámica de Irán y la alianza con Iraq
La articulación de intereses entre los moӯāhedīn y los líderes de la revolución estaba encaminada a ganar el favor de Jomeini para asegurar un lugar en la naciente estructura estatal, dado que además se contaba con el apoyo incondicional de Maḥmud Ṭaleqani, Mehdi Bazarĝan y, muy pronto, con el de Abolhassan Bani Ṣadr, primer presidente de la República Islámica de Irán.
El plan de la organización en estos momentos era pedir la disolución de las fuerzas armadas de la monarquía para erigirse como el ala armada del nuevo Estado iraní y así garantizar su supervivencia dentro del Estado. Desde la perspectiva de la República Islámica, esta solicitud no era más que un plan de “inserción y traición”, en el que los moӯāhedīn, una vez en control del ejército, avanzarían con una estrategia de sabotaje y golpista contra Jomeini, por lo que, entonces, “institucionalizar las armas a través de una organización como aquella” significaba “ponerse una soga al cuello”, sobre todo si los moӯāhedīn eran expertos en “actividades terroristas y manipulación de masas”.20 Por su parte, la organización pensaba que sólo las armas y el desmembramiento del ejército regular les daría cierto poder de negociación en caso de ser marginados del gobierno a manos de los hezbollahī.21
Si lo anterior era verdad, entonces el caso de los moӯāhedīn sería uno de los más preocupantes para el gobierno de Jomeini por la cantidad de armas y contactos que habían cosechado en los primeros meses de 1979, cuando tuvieron acceso a información relevante que utilizaron para negociar su posición en la revolución islámica, tal como ocurrió en la denominada crisis de los rehenes.22
La desconfianza entre ambos actores influyó en la creación de los pāsdārān, un cuerpo de seguridad independiente tanto de los moӯāhedīn como del ejército regular de la monarquía (Artesh), que justificó su existencia, por un lado, debido a la necesidad de enfrentar la amenaza externa proveniente de Iraq y, por el otro, por la necesidad de contar con gente de confianza para reprimir y desmantelar a los grupos marxistas dentro del país. Así, estos dos elementos dieron pie a una militarización de la política iraní que no sería llevada cabo por nadie que no fueran los pāsdārān,23 lo que desembocó en el desencanto de los moӯāhedīn y un conflicto retórico y armado entre ellos y la nueva fuerza militar iraní.
El conflicto creció cuando la organización comenzó a señalar a los pāsdārān como “un cuerpo de reaccionarios” que intentaban monopolizar la violencia y la información de los periódicos del país,24 a lo que la República Islámica respondió, en la voz del propio Jomeini, refiriéndose a los moӯāhedīn como unos “hipócritas” (monāfeqīn) “que habían corrompido su visión del islam con ideas eclécticas provenientes del extranjero y se habían convertido en los enemigos más peligrosos del país, incluso más peligrosos que los llamados kāfer”.25
A partir de este momento, los moӯāhedīn dedicaron todos sus esfuerzos a equiparar al régimen Pahlevī y al Partido de la República Islámica, mientras Jomeini los comparaba con los califas de la dinastía Omeya.26 El conflicto creció y se materializó en una guerra declarada en pleno contexto de la denominada “revolución cultural”, donde el periódico de la organización fue censurado, sus instalaciones editoriales fueron saqueadas y sus manifestaciones rotundamente reprimidas, con la del 20 de junio de 1981, conocida como la “Marcha del 30 Jordād”, como una de las más multitudinarias, pero también la más sangrienta tras la revolución.
A una semana de los altercados, la organización intentó asesinar al actual líder supremo iraní, Ali Jamenei, a quien en medio de un acto público le dirigieron un par de tiros e hirieron en un brazo.27 Posteriormente, la organización lanzó otro ataque en contra de la sede central del Partido de la Revolución Islámica, el 28 de junio, ataque conocido en la prensa internacional como el Hafteh Tīr bombing (el bombazo del 28 de junio), el cual sorprendió y asesinó en plena reunión a un total de 120 personas; entre ellos, al mismo ayatola Beheshti, considerado el segundo personaje más influyente después de Jomeini.28 Otro golpe se constituyó el 30 de agosto, cuando la organización detonó una bomba en la oficina del Consejo Supremo de Defensa, donde el entonces primer ministro Muhammad Bahonar se reuniría con el presidente Muhammad Ali Rayai, quien tenía pocos meses de haber tomado el puesto. La detonación asesinó a ambos representantes, a otras dos personas y dejó cerca de 14 heridos.29
Mientras la organización realizaba más atentados de este tipo, Rayavi y el ya entonces ex presidente Abol Hassan Bani Ṣadr habían huido a París en un Boeing 707 comandado por el mismo piloto de la fuerza aérea que había sacado al shah del país un par de años atrás (Behzad Moesi), lo que inició el periodo de los moӯāhedīn en el exilio. Una vez en Francia, Rayavi y Bani Ṣadr establecieron formalmente el Shūra-ӯe Mellī-ӯe Moqavamat o Consejo Nacional de Resistencia de Irán (CNRI), una organización que pretendía reunir en un solo organismo a la serie de grupos y organizaciones que habían mostrado oposición al gobierno de la República Islámica de Irán y, de cierta manera, simpatía hacia los moӯāhedīn. Sin embargo, poco tiempo después, Rayavi echaría a andar una estrategia paralela que consistiría en aliarse con actores opuestos totalmente a Irán, tales como Iraq, lo cual le llevaría a perder popularidad y credibilidad en Irán e, incluso, a perder el apoyo de personalidades como el ex presidente Abolhassan Bani Ṣadr, quien salió del Consejo en 1982.30
La articulación de intereses con Iraq se inició, en enero de 1983, en la sede del Consejo en Auvers-sur-Oise, París. Ahí se negociaría una alianza político-militar entre Rayavi y Tariq Aziz, entonces primer ministro iraquí; Rayavi presentó el encuentro a la opinión pública como “una negociación para alcanzar la paz con Iraq y garantizar la integridad territorial de ambos países, así como de no interferencia en sus políticas internas”,31 aunque en la práctica se estaba gestando la creación de un cuerpo militar de los moӯāhedīn que, totalmente financiado por Sadam Husein, tomó el nombre de Ejercito Nacional de Liberación de Irán (ENLI), brazo que, para finales de 1986, ya se había alineado con Sadam Husein en la guerra Irán-Iraq y trabajaba en el campo Ashraf, un lugar aledaño a Bagdad, que sería ocupado por 3000 soldados moӯāhedīn autodenominados “los liberadores del pueblo de Irán y desde donde se atacaría suelo iraní”.32
Aunque la firma de la paz entre Irán e Iraq llegó, en 1987, mediante la resolución 598 del Consejo de Seguridad de la ONU,33 el ejército de liberación siguió atacando suelo iraní hasta 1988, en un intento por romper la tregua entre Jomeini y Husein, y usó tanques contra la ciudad de Kermanshah, ubicada a sólo 80 kilómetros de la frontera iraquí.34 Por su parte, Sadam Husein había decidido invadir Kuwait, el 2 de agosto de 1990, pensando que así podría amortiguar la crisis económica que había dejado la guerra anterior, hecho que dio inicio a la denominada Guerra del Golfo, escenario donde el ejército de liberación actuó nuevamente en favor de Iraq al reprimir rebeliones kurdas, quienes habían aprovechado la intervención de Estados Unidos para mostrar sus aspiraciones autónomas a la comunidad internacional.35
Aunque Irán no tomó parte efectiva en la campaña de 1991 contra Iraq como se esperaba, la situación creada en la región a partir del embargo contra Sadam Husein y los primeros indicios de la resistencia armada islamista en la zona, convencieron a la Casa Blanca de la necesidad de mantener una relación abierta y pragmática con Teherán.36 De hecho, en esta coyuntura de acercamiento entre Estados Unidos e Irán, un informe elaborado por el experto en Irán Kennet Katzman documentaba, en 1992, que “tanto el CNRI, el ELNI y los moӯāhedīn eran una misma organización que había cometido varios actos de terrorismo donde también habían perecido algunos ciudadanos estadounienses”,37 lo que dio pie a la designación de los moӯāhedīn como una organización terrorista, formalmente en 1997, acto que replicó la Unión Europea, en 2002, bajo argumentos y procedimientos similares.
Sin apoyo del pueblo iraní, con la mala reputación de su aliado iraquí y con la designación de terrorismo internacional por Estados Unidos y la Unión Europea, ciertamente parecía el final de la organización apenas comenzado el siglo XXI y el fin de los moӯāhedīn como grupo de oposición iraní.
Los moӯāhedīn ante la invasión estadounidense a Iraq, en 2003, y el programa nuclear iraní
Pero los moӯāhedīn se resistían a desaparecer como actor político pues echarían mano de una nueva articulación política al tender los primeros lazos hacia los mismos enemigos de su antiguo aliado iraquí, es decir, hacia el gobierno de Washington.
Ante la aguda crisis que propició el régimen de sanciones a Iraq, la organización inició una “revolución cultural interna” para evitar que sus miembros cuestionaran las decisiones de sus líderes. Se desarrolló un culto a las personalidades de Masud y Mariam Rayavi (su esposa) que devino en un estricto control de los miembros y en algunos cambios en la forma de organización interna.38
Este adoctrinamiento interno era necesario para enfrentar cualquier crisis externa a los moӯāhedīn, ya que como organización terrorista tenían muy poco margen de maniobra para lograr una nueva articulación de intereses, como las alcanzadas previamente. Además, con el ascenso de Muhammad Jatami a la presidencia iraní, en 1997, se abrió un nuevo periodo geopolítico, en el cual la política exterior de Teherán se caracterizó por su diplomacia que compatibilizaba islam y democracia, y por el inicio de un proceso de distensión con Estados Unidos en la región del Golfo Pérsico, al menos hasta el inicio de “la guerra contra el terrorismo” que inauguró George W. Bush, en 2001, particularmente después del 11 de septiembre.39
Y es que, justamente, dos acontecimientos -el 11 de septiembre de 2001 y el anuncio del programa nuclear iraní, en 2002- cambiaron el panorama geopolítico de la región, pues favorecieron la posición de los moӯāhedīn y perjudicaron la del gobierno iraní. Un efecto de los acontecimientos del 11 de septiembre fue la proclamación, por George W. Bush, del denominado “eje del mal”; mediante un discurso en enero de 2002, incluyó a Teherán como parte de dicho bloque, junto con países como Iraq y Corea del Norte, lo que dio inicio a la denominada “guerra contra el terrorismo”.40
En este marco se inserta el anuncio de los moӯāhedīn, el 14 de agosto de ese mismo año, mediante una conferencia de prensa de un simpatizante de nombre Ali Reza Yafar Zadeh, quien afirmaba tener “pruebas fehacientes de que Irán tenía un programa secreto para desarrollar armas nucleares” y que dicho plan “constituía una grave amenaza a la seguridad regional e internacional”.41
La noticia de esa conferencia le dio la vuelta al mundo, aunque no toda la información solicitada en la ronda de preguntas y respuestas fue consistente con la inquietud de la prensa. Un punto en tela de juicio fue, por ejemplo, la capacidad real que los moӯāhedīn tenían para ofrecer imágenes por satélite, como las que aquella mañana ofreció Yafar Zadeh, quien ante dicho cuestionamiento explicó: “Bueno, ahora todos, cualquiera de nosotros, tiene acceso a un satélite, pero nosotros no necesitamos satélites para saber quién propaga el terrorismo y las armas de destrucción masiva en el mundo”.42 La respuesta no convenció del todo a especialistas y reporteros, sobre todo porque se trataba de material que fue resultado del uso de tecnología de punta para enfocar sitios nucleares secretos, imprimir a detalle sus imágenes y guardar tajantemente direcciones de lugares y nombres de expertos que trabajaban en aquella construcción, todas labores dignas de una agencia profesional de inteligencia.
Y aunque la mayor parte de la información en años subsecuentes no pudo comprobarse, Irán aceptó la existencia de los sitios de Arak y Natanz, anunciados por Yafar Zadeh, en 2002. El punto importante en este aspecto era saber quién o quiénes habían proporcionado a los moӯāhedīn la tecnología para obtener esas imágenes, ya que era claro que ellos, en época de crisis además, no tenían los medios ni los conocimientos tecnológicos para dar con esos lugares. La organización era un grupo estrictamente militar que se especializaba en los golpes terroristas y en la inteligencia en campo, y por estas razones no tenía la experiencia ni el adoctrinamiento para manejar la tecnología satelital que fue usada para presentar las imágenes que destaparon los lugares secretos que Irán tuvo que aceptar.
Que el material de los moӯāhedīn hubiera sido tomado por ellos mismos a través de estudios e investigaciones en campo o por tecnología satelital sigue siendo muy dudoso, aunque en aquellos años fue muy conveniente para la organización el autoerigirse y reinventarse como una fuente de información y de inteligencia para los enemigos regionales y extrarregionales de la República Islámica de Irán. En este sentido, un ex miembro de los moӯāhedīn, que hasta 1996 era el encargado de las comunicaciones y la seguridad de la organización con sede en Bagdad, Masoud Jodābandeh, menciona que los moӯāhedīn:
[...] no tiene [sic] satélites para vigilar los sitios secretos militares iraníes [...] lo que pusieron de manifiesto fue solamente las instalaciones que las autoridades iraníes han creado para el enriquecimiento de uranio y que no habían informado a la Agencia Internacional de Energía Atómica [...] fueron los estadounidenses y los israelíes los que, de hecho, han puesto de manifiesto las instalaciones de Arak y Natanz y han creado un escenario elaborado por la línea dura del gobierno en el Pentágono para promover el caso de los moӯāhedīn como una palanca contra la República Islámica de Irán.43
Sea cual fuere el origen de los documentos que presentaron los moӯāhedīn a través de simpatizantes en Washington, a partir de entonces “el tema nuclear en Irán” acapararía la atención y sería uno de los más debatidos entre la opinión pública internacional, hecho que ayudó a los moӯāhedīn a ganarse la confianza de Washington como “informantes expertos en Irán” y a que comenzara el proceso jurídico para retirarlos de la “lista negra del Departamento de Estado”. Hay que recordar que la invasión a Afganistán ya estaba en marcha y las amenazas y sanciones a Iraq estaban surtiendo efecto y sirviendo como un preámbulo para su invasión, en marzo de 2003.
Cuando finalmente llegó el desarme de Sadam Husein, una serie de estereotipos se estaban gestando en contra de la imagen del musulmán, y del árabe en particular, de quien se pretendía fuese visto como un sinónimo de terrorista o fundamentalista, lo cual sería aprovechado por los moӯāhedīn para venderse como un ejemplo de “islam progresista”, “verdaderamente compatible con los valores occidentales, como la democracia y la universalidad de los derechos humanos”. Así, comenzó formalmente una articulación de intereses con Washington que incluiría el anuncio público de dejar las armas y una campaña legal para ser eliminada de la lista de organizaciones terroristas extranjeras del Departamento de Estado, mientras, por otro lado, se iniciaba un programa de entrenamiento secreto, con ayuda de Washington, en campos militares de Nevada, de acuerdo con algunas fuentes.44
Los moӯāhedīn y el reformismo en Irán: el caso del Movimiento Verde
En este contexto se tiene que hablar del advenimiento de Maḥmud Ahmadi Neyad a la presidencia iraní, en 2005, la cual vino acompañada de una generación de veteranos de guerra que ocupó algunos cargos importantes dentro del sistema político iraní. Esto es importante porque en ese año comenzaría una nueva relación de poder entre Irán y Estados Unidos, donde pudo apreciarse una retórica de “mutua demonización” que resultaría en un nuevo distanciamiento entre ambos países y en un respiro para los moӯāhedīn, que vendían la idea de que el enemigo de la región no había sido el Iraq nacionalista de Sadam Husein sino su antiguo enemigo, el gobierno islamista de Irán.
La militarización del gobierno iraní aceleró las sospechas de las potencias occidentales de que el programa nuclear nacional estaba dirigido hacia planes bélicos, tal como lo señalaban los moӯāhedīn, a pesar de la negación del asunto por el gobierno de Ahmadi Neyad, y su justificación del enriquecimiento de uranio para fines médicos.45 Ante esto, los líderes de la organización comenzaron a trabajar en una imagen conciliadora de su plataforma ideológica, mientras que la prensa crítica los ubicaba como colaboradores de Israel en el asesinato selectivo de científicos iraníes expertos en cuestiones nucleares.46
Entre las múltiples estrategias que Mariam Rayavi intentó para graduar al Consejo Nacional de Resistencia de Irán como una organización independiente, conformada por miembros de varios sectores de la sociedad iraní, está la organización de mítines, reuniones y protestas en las que supuestamente el grupo logra reunir a “miles personas” en cada una de sus presentaciones, a lo largo de ciudades estadounidenses y europeas.47 Sin embargo, de acuerdo con algunas encuestas recientes, como la realizada en abril de 2013 por la George Mason University, entre los iraníes que radican en Estados Unidos los moӯāhedīn ocupan el último lugar de preferencias, por debajo, incluso, de la popularidad que tiene el hijo del depuesto shah de Irán de la dinastía Pahlevī, y donde la plataforma del Movimiento Verde (Yanbesh Sabzī) lidera las preferencias de los iraníes en suelo estadounidense.48
Para hablar del Movimiento Verde es necesario mencionar las protestas en Irán de 2009, un acontecimiento nacido en medio de la crisis nuclear que es considerado como el movimiento contestatario más grande del país después de la Revolución islámica de 1979.49 Estas protestas se prolongaron hasta febrero de 2011 y se conectaron con el surgimiento de las revoluciones árabes, episodios que han querido ser aprovechados por los moӯāhedīn para lograr apoyo internacional, al buscar que su causa, el derrocamiento del régimen iraní”, se relacionara con la ola de dictadores árabes que estaban en tela de juicio en países del Norte de África y aprovechar con ello la mala reputación del gobierno iraní en los medios de comunicación oficiales.50
Lo anterior puede conducir a algo que diferencia claramente a los moӯāhedīn del Movimiento Verde. Como es conocido, el descontento entre los jóvenes iraníes tras los resultados electorales de junio de 2009 fue contenido con una severa represión del gobierno iraní, particularmente en Teherán. En una de tantas declaraciones de intelectuales que favorecen al gobierno iraní, Mohamed Marandi51 trató el tema: “los miembros de la organización de los moӯāhedīn habían incitado a la violencia en las calles aquel 13 de junio de 2009 y son responsables, incluso, hasta de las protestas de febrero de 2011 (bahman), que dejaron decenas de muertos y miles de heridos y detenidos en la capital”.52 Pero estas declaraciones le daban más importancia y propaganda a la organización de lo que sus capacidades de movilización social en Irán le permitían hacer. Contrario a adjudicarse la responsabilidad de las movilizaciones (lo cual hubiera representado una espléndida muestra de poder dentro de Irán), Mariam Rayavi se limitó a señalar el fraude electoral y a condenar la negativa de las autoridades a anular los resultados de las elecciones presidenciales de aquel año. Además, describió la situación como una crisis y un “terremoto político” dentro del “régimen”, al decir que “Jamenei había cometido un error garrafal al insistir sobre la ridícula cifra de 40 millones de votos en las elecciones a favor de Aḥmadi Neyad, y ahora tenía que mostrar el arma de la represión del levantamiento popular”.53
Y mientras “los terroristas” y “el régimen” se demonizaban mutuamente, el movimiento social que realmente comenzó las movilizaciones alcanzaba una identidad más sólida, pues logró ganarse un nombre de referencia en los medios de comunicación y tener líderes visibles, quienes serían puestos en arresto domiciliario poco tiempo después de refutar los resultados oficiales.54 El Movimiento Verde, a diferencia de los moӯāhedīn, exportó el eslogan “Rāӯ-e man koyāst?” (¿Dónde está mi voto?) que cantaron decenas de miles de ciudadanos en Teherán, y tardó poco tiempo en mandar una señal clara y contundente sobre su posición respecto de los moӯāhedīn en uno de los sitios de Internet más utilizados por sus líderes reformistas (de hecho, atribuido a uno de ellos, Mir-Ḥusein Musavi), donde asentaba que “el movimiento no tenía vínculo alguno con los moӯāhedīn,ya que se trataba, por el contrario, de un símbolo de terror y traición a la sociedad iraní.55
Así, la plataforma del Movimiento Verde ha sido coreada en las calles de Teherán y otras ciudades a pesar de la represión policial y paramilitar de la que fueron víctimas sus ciudadanos, mientras que la plataforma de los moӯāhedīn es repudiada y condenada públicamente. Al hacer referencia a la organización, Mir-Ḥusein Musavi tomó la postura consensuada entre los jóvenes universitarios iraníes, principales propulsores del movimiento de reforma en Irán, de que era “un paria”, no sólo para distanciarse de ella, sino también para señalarla como integrada por “terroristas y traidores a la patria” y “una organización que ha optado por la sumisión a las potencias extranjeras”, a las que se ha mostrado que “la resistencia en Irán se ha convertido en el ejemplo de la resistencia no violenta, de la lucha contra la dictadura y la independencia de otros países, sin aceptar la violencia y la sumisión, y sin ver con buenos ojos cualquier tipo de agresión militar en contra del país”.56
Ciertamente es claro que el Movimiento Verde iraní rechaza categóricamente cualquier vínculo con los moӯāhedīn y está más en armonía con las demandas de los movimientos vistos en las revoluciones árabes, cuando cantan el término refolución (mezcla de revolución y reforma); mientras, el gobierno iraní insiste en que ambos movimientos son exactamente lo mismo, y busca criminalizar la protesta en Irán, tal como lo hace la mayoría de los regímenes poscoloniales a los que la llamada “Primavera árabe” se ha enfrentado.
Y es que el gobierno iraní ha insistido en explotar la mala reputación que los moӯāhedīn tienen entre la población iraní, para fines políticos y para lastimar la imagen del Movimiento Verde. En las calles de Teherán, por ejemplo, hubo momentos entre 2009 y 2010 donde se observaron fotografías que hacían alusión a una supuesta relación entre Mir-Ḥusein Musavi y Masud Rayavi, y los catalogaban como “los líderes de la sedición”, aunado a toda una campaña de marketing para desprestigiar al Movimiento Verde con supuestas relaciones y vínculos con los “terroristas hipócritas de los moӯāhedīn”.57 Incluso, ante la muerte, en diciembre de 2009, de uno de los ayatola más prestigiosos del establishment religioso de la shī‘a iraní, ayatola Montażeri, nuevamente el intelectual simpatizante del líder supremo, Muhammad Marandi, declaró: “el ayatola Montażeri había dejado de ser un gran jugador político en la escena iraní desde que se descubrió que su círculo más íntimo estaba ligado a los moӯāhedīn; en ese momento, los reformistas lo aislaron y perdió potencial político en la nación”.58
Si bien es sabido que el ayatola Montażeri apoyó a los moӯāhedīn en su época de esplendor, no se supo más de ese apoyo cuando los moӯāhedīn eran comandados por los rayavī, y mucho menos a sabiendas de que habían recibido el apoyo iraquí durante la década de 1980 o el apoyo de Estados Unidos ante una hipotética confrontación bélica entre Washington-Tel Aviv y Teherán. La asociación que hace Marandi de los moӯāhedīn con Montażeri parece ser parte de la estrategia que el gobierno iraní ha usado para desprestigiar a los líderes reformistas que buscan reconfigurar las políticas nacionales, por medio no de una revolución sino de transformaciones válidas para todos los sectores de la sociedad y que no buscan derrocar el sistema de gobierno de la República Islámica como lo pretenden los propios moӯāhedīn. Videos en las redes sociales que apoyan esta tesis reviven lo acontecido en la conmemoración de la muerte de Montażeri, al clamar eslogans como “El movimiento no para, seguirá contra tus mentiras de 68%” (en alusión al supuesto 68% de los votos obtenidos por Aḥmadi Neyad) y otros lemas que retomarían Mir-Ḥusein Musavi y otros líderes del movimiento, que repetirían su distanciamiento de la organización, tales como el intelectual religioso y activista Moḥsen Kadivar,59 quien afirma: “el gobierno con tal de desacreditar al Movimiento Verde es capaz de revivir a los moӯāhedīn para reprimir a cualquier sospechoso”.60
Con relación al proceso de las revoluciones árabes, la praxis política de los moӯāhedīn refleja una notable maniobra de alineación con las grandes potencias y sus labores contrarrevolucionarias, más que con los movimientos contestatarios que derribaron a algunos dictadores del Norte de África y el Medio Oriente. Y es que los moӯāhedīn han gastado sus esfuerzos en anunciar “el pronto colapso sirio e iraní, tal como aconteció con el colapso de los regímenes egipcio, libio y tunecino,61 al atacar y criticar exclusivamente a los pāsdārān y a los basīyī en su ola represiva contra el Movimiento Verde, mientras, por otro lado, guardan silencio respecto de lo ocurrido contra otros regímenes “geopolíticamente sensibles”, como Arabia Saudí, Qatar y otras monarquías del Golfo Pérsico.
Consideraciones finales
Después del repaso de las diversas articulaciones de objetivos políticos que la organización ha hecho a través de su historia, puede concluirse que los Moӯāhedīn-e Jalq-e Iran se han mantenido operando como organización política de oposición al gobierno iraní debido a su alianza con actores constituidos como rivales de la República Islámica de Irán, regional e internacionalmente, en diferentes etapas históricas, y no tanto por el éxito en la construcción de sus discursos y narrativa como una organización defensora de los derechos humanos o la democracia, estrategia que ha fracasado por carecer de una base social sólida que apoye dichas reinvenciones y de la credibilidad que sostenga este discurso entre la sociedad iraní.
Tres evidencias pueden ayudar a mantener el argumento anterior, las cuales radican en el relativo éxito que ha tenido su articulación política, económica y militar con diversos personajes, donde ocupa el primer lugar Jomeini, luego Sadam Husein y, posteriormente, la élite conservadora en Washington y algunos países europeos:
El eje de articulación de o bjetivos con Jomeini fue la retórica antiestadounidense, antimonárquica y antiimperialista que ambos actores llevaron a la práctica bajo el eslogan “Morĝ beh amrīkā” (Muerte a Estados Unidos).
En segundo lugar cabe pensar en el uso del eslogan “La liberación de Irán y el derrocamiento de Jomeini” como mecanismo de unión con Sadam Husein, lo cual ocasionó al grupo la pérdida de popularidad dentro de Irán, así como de los principales valores de independencia política que los caracterizaban hasta ese momento.
En tercer lugar, ante la erosión del gobierno de Sadam Husein tras la denominada Guerra del Golfo, en 1991, y la invasión de Estados Unidos, en 2003, los moӯāhedīn echaron mano de una nueva articulación política en favor de la satanización de Irán como actor patrocinador del terrorismo internacional. Esto se hizo al lado de los neoconservadores de Estados Unidos y algunos países de Europa, quienes tenían el objetivo de contener la emergencia de Irán como potencia regional en Oriente Medio y frenar el desarrollo de su actual programa nuclear.
Puede decirse que el fenómeno de la articulación ha sido el condicionante atmosférico más influyente en la supervivencia organizacional de los Moӯāhedīn-e Jalq-e Iran, pues es justo señalar que el éxito de las articulaciones ha dependido enormemente del grado de acercamiento y rivalidad que ha tenido Irán con sus competidores regionales e internacionales en diferentes fases históricas, competidores con los cuales los moӯāhedīn han querido construir un ambiente de confianza que sólo se ha quedado en alianzas militares y políticas coyunturales. Así, por ejemplo, la firma del tratado de paz entre Iraq e Irán, que ponía fin a la guerra de toda una década, significó uno de los momentos más difíciles para la organización, puesto que su principal aliado estaba negociando un cese de hostilidades con Jomeini, quien, en ese contexto, podría haber incluido la deportación de lo que Irán consideraba “una gama de hipócritas y traidores políticos a la patria”, lo cual ponía en gran riesgo su propia existencia como actor político de oposición. Otro ejemplo lo constituyó el acercamiento entre los gobiernos de Jatamī y Clinton, en 1997, año en el que los moӯāhedīn fueron considerados oficialmente como una organización terrorista, bajo los parámetros del Departamento de Estado, e incluidos en la famosa lista negra de organizaciones terroristas extranjeras. En 2012, sin embargo, los moӯāhedīn fueron eliminados de esa lista por Hillary Clinton (tal como lo hizo la Unión Europea en 2009), después de un largo litigio que ganaron con el apoyo de políticos neoconservadores, quienes son considerados detractores del gobierno de Ahmadi Neyad; una evidencia de que la coyuntura internacional ha sido una variante de la que han dependido los moӯāhedīn, mucho más que de sus propias estrategias internas.
Estas consideraciones hacen concluir también que la organización está encaminada a ganar el favor de sus aliados y no el de la ciudadanía iraní, una ciudadanía que ha otorgado su confianza a proyectos de reforma internos, tales como el Movimiento Verde, más que a plataformas que incluyan un hipotético ataque militar a la nación iraní, intervención que en la coyuntura, al momento de escribir estas notas, es sumamente lejano e improbable. Por lo tanto, el interés de los moӯāhedīn es básicamente sobrevivir como organización, pues no tienen ninguna posibilidad de empoderarse socialmente y mucho menos de gobernar Irán dada su historia mercenaria y sus fallas en la articulación de intereses con la ciudadanía iraní.
Finalmente, el acercamiento reciente con Occidente tampoco puede suponer que los moӯāhedīn sean aliados indiscutibles de la élite neoconservadora de Washington, ya que, como se observó a lo largo del artículo, han sido sólo una herramienta temporal para las élites conservadoras de Estados Unidos, que en momentos idóneos los han usado para disentir o consensuar con Irán temas relacionados con su proyecto nuclear y las sanciones económicas. Por tal motivo, aunque los moӯāhedīn siguen vivos como organización política mercenaria de algunos grupos contrarios a Teherán, y aunque son el grupo de oposición mejor organizado fuera de Irán, su proyecto de gobernar bajo una “República Islámica Democrática” ha quedado rebasado, no sólo por sus errores tácticos en la historia, sino también por las condiciones geopolíticas que los han orillado a lo que son ahora, es decir, un pequeño vestíbulo en el exterior y un culto en el interior, sin ningún peso regional significativo y con un objetivo muy claro: estrictamente, la supervivencia política.