Introducción
El comercio y el consumo de opio en Asia, y particularmente en China, durante los siglos XVIII y XIX, así como sus implicaciones en la historia contemporánea de dichas regiones, han sido objeto de un debate que se ha revitalizado durante los últimos veinte años.1 No obstante, han sido pocos los historiadores que han tratado esta temática a través del enfoque de la historia global, como parte de la expansión colonial europea en Asia, y lo han hecho centrándose en las Guerras del Opio.2 Este artículo pretende seguir la estela de esta nueva corriente de estudio, al plantear que el comercio del opio inglés en China durante los siglos XVIII y XIX no surgió como una actividad ex novo, sino que se asentó sobre dinámicas económicas regionales muy amplias, que echan raíces en procesos sólo entendibles desde una óptica longue durée. En este sentido, debe ser entendido como el punto culminante de un largo proceso, iniciado siglos atrás, de comprensión de las redes mercantiles a ambos lados del Índico, que tuvo sus bases en la experimentación de los portugueses y los holandeses con el comercio del opio en sus actividades productivas. Sólo tras siglos de exploración se consiguió entender su impresionante potencial, como mercancía capaz de funcionar como un elemento disruptivo de las relaciones comerciales. Estas experiencias permitieron al Imperio británico encontrar la “herramienta” que necesitaba para despolarizar un entorno económico -el de los mares de China y el Sureste Asiático- caracterizado por el papel central del Imperio Qing en los intercambios comerciales, gracias a los cambios producidos en el consumo de opio durante el siglo XVII, lo que provocó la introducción del tabaco en Asia. En este proceso, se crearon nuevas relaciones coloniales en la periferia y se rompió la capacidad del imperio para gestionar su propia economía. Sólo cuando dicho cambio se hubo consumado, la superioridad naval y militar europea apareció como vía para evitar cualquier intento de reversión de dicha transformación. En atención a estos aspectos, el objetivo de estas líneas es replantear, desde una óptica global y a luz de las nuevas aportaciones en el campo, el papel del mercado británico de opio en China durante los siglos XVIII y XIX, así como su vinculación con la violenta entrada del entonces imperio manchú Qing en la esfera colonial. En este sentido, mi intención es contextualizar el comercio del opio dentro de la expansión colonial europea en el sur, este y sureste de Asia y explicar, a su vez, su utilización como herramienta durante la apertura colonial de China.
El estudio de la historia del opio, como el de cualquier otra droga,3 es una tarea que requiere de un enfoque interdisciplinario, especialmente si tenemos en cuenta que es uno de los que más intrusiones de otras disciplinas ha recibido, debido a las implicaciones morales y políticas que su producción, comercio y consumo tienen en el mundo actual. Diversos investigadores han planteado que estas últimas son fruto de la creación de un discurso moralizante en nuestra concepción de su historia, cuyo origen aún es discutido4 y que ha pesado no sólo en la percepción de la academia occidental, sino igualmente en la china.5 Este problema hace difícil una visión global de la cuestión del opio dentro de un ámbito mucho más amplio, como es la transformación de la relación del ser humano con la naturaleza a raíz de las progresivas revoluciones agrícolas, y en concreto con aquellos productos fungibles con cierta capacidad de generar un hábito de consumo o adicción, lo cual está a su vez relacionado con el surgimiento del capitalismo moderno.
A diferencia de otras mercancías, como el algodón o las especias, cuyo comercio es esencial en nuestra comprensión de la formación del capitalismo moderno, las drogas se distinguen por ser sustancias que, por sus propiedades psicoactivas, juegan un papel muy complejo en las culturas de consumo en las que se desenvuelven, especialmente por su función dentro de la gestión psicológica del trabajo y el reposo, en lo que algunos especialistas han dado en llamar la “gestión química de la vida cotidiana”.6 En lo que a esta investigación se refiere, este factor plantea aspectos esenciales para comprender el papel que juega el consumo de determinadas drogas en la organización del trabajo y en la reorganización de los códigos sociales cuando su consumo se ve transformado por elementos externos a un colectivo o, incluso, cuando son introducidas en un contexto social al que son ajenas. A la vista de la escasa investigación desarrollada en torno de esta cuestión, Drugs, Labor and Colonial Expansion, obra colectiva dirigida por Daniel Bradburd y William Jankowiak, propone algunas de las líneas argumentales más útiles para la constitución del marco teórico de este estudio. Así, resulta esclarecedora su elegante apropiación de la ruptura de los principios de intercambiabilidad de Appudurai7 en el contexto de la introducción de una droga, como mercancía, en realidades sociales a las que es ajena. Esto nos ayuda a ver las drogas como “bienes que, por su naturaleza, crean y mantienen intercambios y contextos donde ‘valor y precio han quedado […] desconectados’”.8
Así, la capacidad de las drogas para forzar intercambios sin ninguna posibilidad de equivalencia les confiere un gran poder para trastocar los colectivos sociales con los que tienen contacto, siempre que éstos no tengan conocimiento de ellas. Al partir de este potencial, Bradburd y Jankowiak plantean un modelo en el que el papel de las drogas dentro del proceso colonial se ajusta a dos fases. Una primera basada en la “seducción”, en la que se induce a la gente a proveer bienes o trabajo, y una segunda en la que las drogas son empleadas para aumentar la intensidad o la duración del trabajo, una vez que está controlado. Así, la primera tiene relación directa con la “presencia” europea en distintas partes del globo como paso previo a la segunda, relacionada con el “control” de las drogas.9 Esta lúcida distinción que hacen Brardburd y Jankowiak es, como veremos, muy útil para nuestra aproximación a la cuestión, en tanto puede argumentarse que los europeos hicieron uso del comercio de diversas drogas cuando no encontraron el modo de controlar con quién o bajo qué circunstancias los nativos comerciaban.10 La idea de esta característica de las drogas como posibles herramientas de control comercial da un nuevo significado al comercio del opio en Asia durante los siglos XVIII y XIX, así como a su papel en la empresa colonial europea en dicho continente.
El opio y los inicios del colonialismo en Asia
Para contextualizar en su verdadera dimensión el tema del opio en el escenario europeo y asiático en los últimos tres siglos es necesario hablar de esta sustancia con anterioridad, a fin de presentar su historia como la de un viaje de ida y vuelta entre ambos continentes. A pesar de que la relación del ser humano con el opio puede rastrearse hasta la época prehistórica, su consumo ha sido esencialmente vinculado al continente asiático en una tradición que se refleja en los estudios anglosajones sobre la cuestión publicados en la primera mitad del siglo XX, como es el caso del historiador estadounidense David Edward Owen, quien definía el opio como un “vicio distintivo de Oriente”.11 En cambio, estudios arqueológicos apuntan a que el origen del consumo de la adormidera (Papaver somniferum) pudo darse en el sur de la península ibérica;12 también se han encontrado muestras de su uso -datadas en fechas del 3000 al 2500 a.n.e.- en yacimientos de Alemania, Italia y Suiza.13 Del mismo modo, ha sido ampliamente estudiada su mención en las obras de diversos nichos civilizatorios, como Oriente Medio o Egipto; así como la función desempeñada por el opio en las culturas egipcia y griega, o su “fetichización” en la medicina de esta última como base para la confección de la triaca (θηριακή).14 Ya en la época medieval, esta tradición sirvió a los árabes como medio para tomar conciencia de las propiedades de la droga, debido a la adopción de la tradición galénica y triacal por Ibn Sinna (Avicena, 980-1037),15 y sería a través de la primera expansión del islam como llegaría a otras regiones del continente asiático, como China, Tailandia o India;16 de lo que se desprende que el opio fue quizás la primera droga en verse afectada por las etapas más tempranas de la globalización. De este modo, ya antes de 1498, el látex de la adormidera era una mercancía que había sido objeto de un incipiente comercio en distintas regiones del continente asiático, si bien la parquedad de las fuentes que lo refieren, da a atender que su volumen era ciertamente limitado y que se utilizaba por sus propiedades medicinales.17
No obstante, esto no pareció impedir que la relación entre opio y colonialismo europeo en Asia comenzase en los mismos orígenes de este último. Esto es lo que muestra la carta enviada por Alfonso de Albuquerque al rey Manuel I de Portugal, el 1 de diciembre de 1513, en la que aconsejaba al monarca que diera orden de plantar adormidera en las islas Azores para aprovechar la ventaja estratégica que supondría el control de su comercio en India, sobre todo tras las incursiones realizadas por los lusos en el puerto de Adén ese mismo año.18 Aparte de ser la primera muestra documental europea de la presencia del opio como una mercancía de relativa importancia en las rutas comerciales en el siglo XVI, este documento tiene una relevancia sustancial por reflejar la intención del conquistador portugués de hacer de la adormidera un cash crop, extrapolando la incipiente mercantilización moderna del azúcar al opio, y de crear en las Azores una nueva “Madeira del opio” que alimentase el desabastecido gran consumo en India.19 Esta intención nunca llegó a materializarse, lo cual puede explicarse no sólo por la incapacidad de los lusos de tomar el puerto de Adén, lo que les hubiese permitido controlar la ruta comercial del mar Rojo, sino principalmente por el hecho de que en el subcontinente indio ya existía una amplia red productiva de adormidera, como lo demuestra la descripción del comercio del opio en Goa que dio el médico portugués García da Orta tras su llegada a India en 1538.20 Así, se entiende que la alta valoración del opio egipcio en el mercado indio hizo que Albuquerque no reparase en el local, menos apreciado.
Además, el sueño de Albuquerque era inviable ya que, a diferencia del caso del azúcar, una mercantilización colonial del opio habría supuesto hacer lo mismo para un mercado externo al reino de Portugal, de modo que el monopolio comercial era un requisito esencial para el éxito del proyecto. En tanto que esta última premisa nunca llegó a cumplirse, su incapacidad de hacer una mercantilización moderna del opio puede plantearse como una de las muchas pruebas que permite negar la supuesta centralidad de los portugueses como actores comerciales en el Índico entre los siglos XVI y XVIII.21 La crítica planteada por Das Gupta y Pearson demuestra que la dominancia de una supuesta “economía-mundo” no se daría sino hasta la conquista de Bengala por los británicos, en 1757, en un proceso en el que los europeos necesitaron coexistir antes de llevar a cabo un dominio efectivo a través de la reconversión de modelos comerciales ya existentes.22 En este sentido, la empresa portuguesa en Asia durante dicho periodo debe ser vista como un elemento mínimo dentro de un escenario comercial mucho más amplio y complejo.
El opio en la ruptura del sistema comercial internacional chino
Sin embargo, el comercio del opio y sus efectos se hicieron notar en el área de influencia comercial china mucho antes de que los británicos invadiesen India. Las fuentes occidentales no sólo hacen eco de su peso en India en el siglo XVI, como nos dio a entender Albuquerque, sino que además dan muestras de que era una de las principales mercancías de un tráfico que se extendía a los principales puertos del entramado comercial dominado por los “juncos” chinos, y que unía los mares de China con la sección occidental del Índico, en el que el “País del Centro” era uno de los principales compradores de dicha droga.23 Las fuentes Ming hacen ver que esta preponderancia podría estar motivada no sólo por la centralidad del imperio en dicho sistema comercial, sino también por un cambio sustancial en la percepción de la droga en el País del Centro, en el que junto a su uso medicinal se dan las primeras muestras de su consumo recreativo en la corte imperial.24
Respecto a este particular, resulta interesante la perspectiva holística del historiador japonés Takeshi Hamashita, quien ubica un vasto sistema económico “sinocentrado” en las regiones del sureste, noreste, centro y noroeste del continente asiático, que operó hasta bien entrado el siglo XIX y que hacía uso del tributo como sistema en las relaciones económicas y mercantiles.25 Esta perspectiva nos permite ver la presencia europea en Asia, durante los siglos XVI y XVII, más como un proceso de “penetración” que como una conquista progresiva. Hasta la segunda mitad del siglo XIX, los europeos hubieron de realizar sus actividades comerciales dentro de este modelo, lo que explicaría, entre otras cosas, el trato que recibieron los comerciantes europeos, tanto en la época Ming como en la Qing, dentro del sistema comercial articulado a través de Cantón. En este sentido, y conforme el esquema de Bradburd y Jankowiak mencionado anteriormente, el opio sería una herramienta fundamental para la desestructuración del sistema sinocéntrico propuesto por Hamashita, primero en su periferia y después en su centro, como dos partes integradas de un mismo proceso.
La historiografía más tradicional nos ha proporcionado una imagen de las relaciones comerciales chinas durante los Qing, basada en el sistema comercial de “puerto único” 一口通商, por el que todo el comercio internacional con China se articulaba a través de las trece agencias comerciales monopolísticas de Cantón;26 sin embargo, no corresponde a la configuración que tenía a la llegada de los manchúes al poder. Las primeras etapas del comercio del opio llevado a cabo por los europeos en el siglo XVIII se dieron en un periodo marcado por una intensa expansión comercial en el Sureste Asiático, que tiene sus orígenes, como se ha planteado, en 1680. Concretamente, dicha expansión comercial se reinició tras el hiato provocado por la invasión manchú y los conflictos que siguieron una vez que, en 1684, el emperador Kangxi abolió el cierre portuario 海禁 impuesto a causa de las luchas contra el pirata pro-Ming Coxinga, tras la conquista de Taiwan, en 1683. Dicha apertura vino a dar comienzo a un nuevo periodo en las relaciones comerciales chinas con el exterior, caracterizado por un impulso del libre comercio en la política económica imperial.27
Al partir de estas premisas entendemos que el estudio del comercio del opio en Asia, antes de 1757, requiere de un enfoque que integre los estudios sinológicos y los del Sudeste Asiático. El sistema de relaciones comerciales desarrollado entre ambas regiones, a partir del siglo XVII, funcionaba a través de redes de parentesco organizadas que permitieron un control de la diáspora que, aunque extraoficial, servía particularmente a los intereses económicos del imperio.28 Entre los destinos de esta gran emigración se encontraba la isla de Java, en aquel entonces dominada por los holandeses, representados por la Vereenigde Oost-Indische Compagnie. Si bien en la historiografía tradicional se ha justificado la importancia de la empresa holandesa en el Sudeste Asiático por su fuerza disruptiva de los patrones comerciales asiáticos anteriores a las conquistas de Macassar en 1667, y la subsecuente caída en desgracia de puertos como Banten,29 estos efectos no pudieron evitar la creciente influencia de los comerciantes chinos en la región, la cual fue fuente de diversos conflictos.30
Asimismo, Java fue una de las primeras regiones tributarias de China en utilizar el opio como artículo, durante el siglo XV en la corte imperial china, junto con los reinos de Bengala y de Ayutthaya, cuyas ruinas se encuentran en la actual Tailandia. En esta época, esta droga constituía una pequeña parte del gran lote del mercado tributario con China, donde comenzó a consumirse por razones extramedicinales. Sin embargo, llegado el siglo XVII, el consumo de la droga en Indonesia experimentó importantes cambios a raíz de la llegada del tabaco a Asia,31 ya que ambas drogas comenzaron a ser consumidas a la vez en una mezcla conocida como madak.32 Este cambio favoreció la subsecuente extensión de la práctica a Malasia y al resto de los países bañados por el mar de China meridional, y otorgó una nueva dimensión a su consumo, al pasar de ser ingerido a ser fumado en pipa, lo que transformó significativamente su apreciación social, al disociarlo de su función medicinal original.33
En paralelo a este proceso, durante la segunda mitad del siglo XVII, los holandeses en India comenzaron a adquirir y vender opio para obtener una ventaja comercial en las adquisiciones de pimienta, lo que los convirtió en intermediarios del comercio del opio bengalí en la costa malabar.34 Estas experiencias fueron trasladadas de forma extensiva a Java tras la conquista de Batavia en 1619, y generaron un tráfico en el que los agentes de la Vereenigde Oost-Indische se reservaron los derechos monopolísticos del suministro de la droga en dicho puerto a partir de 1659.35 El resultado fue una tendencia de crecimiento del suministro, en un doble proceso de incremento de la oferta y aumento del precio del opio. El análisis realizado por Souza demuestra que, entre 1672 y 1717, tanto el precio del opio en Bengala como el del revendido en Yakarta crecieron más del triple, mientras que, por su parte, el montante de las exportaciones a Batavia se multiplicó por más de nueve veces.36 Si bien estos datos dan cuenta del modo en el que los holandeses se beneficiaron de este tráfico, aquí nos interesa ver cómo éste demuestra la capacidad disruptiva de la droga en los patrones comerciales, que correspondería a la primera fase del modelo Bradburd-Jankowiak. Dado que el opio no consiguió ser cultivado en Java hasta las primeras décadas del siglo XIX, los holandeses se hicieron con el control de un comercio pre-existente que provocaría su sustancial redefinición, y crearía un modelo que concentraba todo el abastecimiento en Batavia, para dejar la distribución por la costa norte de la isla a los comerciantes locales, especialmente los chinos.37 En su caso, el opio se convirtió en el artículo principal en sus actividades, sustituyó productos de lujo como el marfil, los nidos de pájaros o los pepinos de mar, y provocó a su vez la difusión de su consumo a Malasia.38
Volvamos a China. Las actividades holandesas en el Mar del Sur de China se han expuesto como el principal factor que causó la entrada de esta nueva forma de consumo en el ámbito chino. Owen argumenta que este proceso vino provocado por la ocupación holandesa de las regiones meridionales de la costa de Taiwan, entre 1624 y 1662, tras lo cual el hábito quedó entre los isleños; pasó después a la China continental luego de su conquista por las fuerzas Qing, en 1683, factor que ha sido además valorado por Zheng Yangwen, al presentarlo como la principal vía para la subsecuente apreciación del opio entre la élite china del momento.39 No obstante, la visión que intentamos plantear critica este enfoque, en tanto que no toma en consideración ciertos aspectos técnicos como el refinamiento del opio previo a la producción del madak,40 y sobre todo por la poca importancia de la isla dentro de las redes comerciales entre China y el Sureste Asiático.
Vistas desde una óptica más general, las primeras etapas del comercio del opio llevado a cabo por los europeos en el siglo XVIII se dieron en un periodo marcado por el florecimiento de la actividad comercial china en el Sureste Asiático, que se hizo notar no sólo en las costas del mar de China meridional, sino también en Vietnam y Tailandia, Estados cuya formación deriva del crecimiento económico y poblacional acaecidos durante dicho periodo.41 En lo que a China se refiere, durante la primera mitad del siglo XVIII (1724-1750), puertos como Cantón o Fuzhou experimentaron un incremento de la entrada de productos de estas regiones, impulsado por una creciente demanda causada por la explosión demográfica que caracterizó el reinado del emperador Qianlong (1735-1795).42 En este sentido, las actividades de holandeses y británicos no fueron ajenas al papel del opio en el renacer de la actividad comercial en la región, ya que constituía una de sus mercancías más atractivas y rentables.43 En lo que respecta a los segundos, esto se hace perceptible en un contexto en el que, por coincidir con la fundación del reino de Siam, en 1782, y de su capital, Bangkok, surgió un nuevo organigrama de articulación de este renacer de la actividad comercial, del que formarían parte diversos núcleos a los que posteriormente se adheriría Singapur. La presencia de esta droga se constata en los ejes comerciales que conectaron a Bangkok con la Batavia holandesa durante la segunda mitad del siglo XVIII, así como con la Penang británica y Singapur durante las primeras décadas del siglo XIX. Igualmente, ha quedado constancia de ella en la línea comercial que unió a Vietnam con Singapur durante las décadas de 1830 y 1840.44
Desde esta perspectiva se comprende que, en esencia, el comercio del opio y su crecimiento a lo largo de los siglos XVIII y XIX no fueron fruto de dinámicas provocadas por los británicos; pero sí es cierto que, a diferencia de otros actores europeos, ellos fueron los primeros en materializar el sueño de Albuquerque al controlar a través de la East India Company la producción de opio de las provincias de Bengala, Bihar y Uttar Pradesh, principales abastecedoras del mercado asiático de opio en el momento.45 Este cambio vino ligado a una conflictiva redefinición de los criterios de producción, trabajo y organización territorial que tomaron cuerpo con la creación del sistema de contrataciones, ideado por el marqués Charles de Cornwallis (1738-1805), que fue empleado desde 1797 y que adquirió carta de naturaleza jurídica en 1799.46 El opio no jugó ciertamente un papel trascendental en la colonización de India si atendemos a su consumo, pero sí intervino en el desarrollo de ciertas técnicas de explotación, e incluso apropiación, de la fuerza de trabajo por el deseo de controlar la producción;47 además, en lo que a su papel en el ascenso colonial británico en Asia se refiere, cabe resaltar que la creación de este monopolio permitió el abaratamiento sustancial de la obtención de la droga, la cual era después vendida en Calcuta en pública subasta.
Por otra parte, este nuevo mercado de opio desempeñó una función relevante en la consolidación definitiva de los country traders, comerciantes privados, frente a las compañías monopolísticas, como vía de articulación de la presencia colonial en Asia. En esta línea, es necesario puntualizar que el comercio privado fuera del control de monopolios o compañías comerciales había sido ya una característica esencial de la actividad mercantil europea en Asia desde el siglo XVI; surgió como respuesta a la necesidad de los europeos de adaptarse a un entorno comercial marcado por la estacionalidad impuesta por los monzones, lo que hacía necesaria su participación en los circuitos locales a fin de poder rentabilizar la inversión de tiempo que suponía esperar que los vientos fuesen favorables. Sin embargo, esta fórmula no fue apoyada abiertamente por ningún Estado hasta que la situación de la prohibición del comercio y el consumo de opio en China provocó que el contrabando se convirtiera en el modo en que la East India Company podía colocar la droga en China, cumpliendo así una doble función, como era desvincular el comercio de la droga de la Compañía y colocar la plata obtenida de su venta en Cantón, donde le era más necesaria para la compra de té.48 Así, el imparable desarrollo de este nuevo comercio del opio estaría detrás de la formación de grandes empresas privadas británicas en Asia, como la Jardine, Matheson & Co.,49 y supuso una de las causas esenciales de la definitiva disolución del monopolio en 1833, en tanto que este comercio privado comenzó a abastecerse de opio de Malwa, región no controlada por el monopolio, frente al de Calcuta.50 En esta línea, la historiografía más reciente ha demostrado sobradamente la dependencia económica del entonces gobierno de India del comercio del opio con China llegado el ecuador del siglo XIX, ya que era una pieza clave de la financiación no sólo del dominio británico en el subcontinente, sino también de su presencia en toda Asia.51
Conclusiones
A modo de conclusión planteo que el comercio del opio llevado a cabo por los europeos en China y su área de influencia mercatil jugó un papel relevante en la despolarización del sistema productivo sinocentrado en Asia oriental, central y suroriental, que dominó la época precolonial. Al aplicar el modelo de Hamashita de relaciones centro-periferia al comercio del opio es posible vislumbrar un nuevo marco teórico, donde la utilización del opio fue sustancial en su dislocación y en la penetración colonial europea en Asia durante los siglos XVIII y XIX; para ello, es imprescindible recurrir a los recientes aportes de la antropología -como el de Bradburd y Jankowiak- que han sistematizado el uso de las drogas en el proceso colonial con una primera fase centrada en el control comercial. Como he analizado, el caso de estudio se ajusta completamente a este modelo teórico, ya que tanto en las actividades de los holandeses en Indonesia y el Sureste Asiático como, posteriormente, en las operaciones de los británicos en China, el comercio de este artículo fue esencial no sólo en la financiación de la empresa colonial de ambos imperios, sino también especialmente en la transformación de las relaciones comerciales en las regiones involucradas. Sólo un producto como el opio, con su capacidad inherente para transformar los patrones de consumo y trastocar los principios básicos de intercambiabilidad, plasmada en el aumento incontrolado de su demanda y su precio, pudo dar a estos actores la ventaja cualitativa en un entorno que no eran capaces de controlar.
Así, la mercantilización del opio en un sentido moderno comenzó incluso antes de que los británicos se hiciesen con el monopolio del opio indio en 1773, y contribuyó a la penetración holandesa en la periferia del sistema comercial sinocentrado imperante. No obstante, fue en los últimos compases del siglo XVIII cuando entró en sus últimas fases, y trajo consigo el desarrollo definitivo del poder de esta droga para transformar sociedades y economías, a lo que se asocia la necesidad de su control por los poderes políticos en la región hasta bien entrado el siglo XX.52 A este proceso se sumaría posteriormente la legalización del comercio del opio en China, refrendada en 1858, con el Tratado de Tianjin, lo cual debe leerse como una demostración de fuerza de los poderes imperialistas occidentales en un doble sentido, ya que no sólo autorizaba la injerencia del capital europeo en la economía china, sino que además permitía la imposición de una determinada política de consumo que suponía, en definitiva, arrebatar a la administración Qing su soberanía en política económica.