Las relaciones interculturales en el sur de Asia, particularmente durante el periodo mogol (siglos XVI-XVIII), constituyen un fascinante tópico que no se ha trabajado del todo. La excelente obra de Audrey Truschke se dedica justamente a explorar aspectos importantes y cruciales para comprender mejor este periodo, concretamente los años de 1560 a 1660.
Si bien antes otros especialistas han analizado algunos factores que atestiguan interacciones intelectuales y culturales, Truschke ofrece aportaciones valiosísimas porque recurre a un corpus muy poco estudiado hasta el momento; a saber: textos originales de la época escritos en lenguas persa y sánscrita preponderantemente. Posiblemente, Truschke es la primera estudiosa capaz de leer los dos tipos de textos y lenguas, y ello se traduce en una herramienta de análisis valiosísima. Esta ventaja lingüística hace de Culture of Encounters un verdadero testimonio crítico de los encuentros eruditos entre diversos actores intelectuales dentro y alrededor de las cortes mogolas; además, también “expone los defectos de los análisis monolingües sobre la modernidad temprana en India cuando los contactos entre culturas eran con frecuencia más centrales que periféricos” (p. 17). El argumento más importante del libro es que, lejos de favorecer únicamente la producción intelectual y científica en persa (la lengua de la élite en Asia central y sur de Asia durante la época), varios miembros de la corte se preocuparon por difundir, traducir y dialogar con textos y saberes sánscritos.
Como muy claramente expresa la autora en el primer enunciado de la obra: “Este libro trata sobre cultura, literatura y poder” (p. ix). Desde luego, el interés de los cortesanos por la cultura sánscrita se debía no sólo a una curiosidad literaria, sino también a las ventajas políticas que podían derivar de esto. El caso es particularmente significativo porque los mogoles eran musulmanes que habían llegado al sur de Asia desde Asia central, de manera que involucrarse con una cultura no musulmana resultaba, cuando menos, poco ortodoxo. Sin embargo, el cariz que el islam adoptó en el subcontinente es muy particular, en parte porque se nutrió de interacciones como las que analiza Truschke. Las directrices que conducen el libro suponen que:
[…] la cultura indopersa durante el siglo XVII y después estuvo moldeada de manera indeleble por la inclinación temprana que los mogoles sentían por crear vínculos con la tradición sánscrita. […] [E]stos diálogos a través de las fronteras lingüísticas ayudaron a solidificar los intercambios entre diferentes tradiciones como una manera prevaleciente de crecimiento y cambio cultural en la modernidad temprana de India (p. 4).
Los puntos de partida epistemológicos del libro reconocen que la dicotomía religiosa no es del todo apta para describir las realidades sociohistóricas de la época. Antes bien, Truschke toma partido por las posturas que otorgan preminencia a esferas de acción mutua donde las identidades culturales (mucho más que sólo religiosas) eran más fluidas que estáticas. Siguiendo a Marshall Hodgson, Shaid Amin, Sheldon Pollock, Azfar Moin, Allison Busch, Cynthia Talbot y Catherine Asher, entre otros indólogos e historiadores, Audrey Truschke lleva su objeto de estudio a un terreno de encuentros interculturales que implicaron un continuo intercambio de ideas y prácticas. Dicho terreno, advierte la autora, implica varios escenarios y no uno solo donde tuvieron lugar dichos encuentros. En consecuencia, en la introducción discute la pertinencia de términos como “índico”, “islamicato”, “persianato”, “indopersa” y otros, los cuales informan parte sustancial del volumen. Fundamental para este libro es que los mogoles hicieron de la corte un espacio multilingüe donde confluyeron de manera importante el persa, el sánscrito y otras lenguas locales.
Son seis los capítulos que componen Culture of Encounters. El primero ofrece una reconstrucción cronológica de los lazos que hubo entre brahmanes e intelectuales jainas en las cortes de Akbar, Jahangir y Shah Jahan, con énfasis en los patrocinios reales. Allí se demuestra que el persa no fue la única vía lingüística que ayudó a definir la cultura mogola, sino que el sánscrito jugó un papel notorio. Cabe destacar que los “vínculos mogoles con los intelectuales sanscritistas no surgieron de una curiosidad apolítica, sino que fueron alimentados por un deseo de emparejar los recursos intelectuales y culturales del sánscrito con la autoridad imperial” (p. 62). Así, el segundo capítulo rastrea los textos sánscritos que se produjeron bajo el patrocinio e interés de los mogoles, varios de los cuales comprendieron tanto tratados sobre teorías estéticas, como alabanzas y biografías de figuras mogolas. Esta producción textual presupone un público mogol y cortesano, lo cual pone bajo una luz completamente diferente al sánscrito, que, según otros estudiosos, había tenido poco peso en esta época. De hecho, este corpus demuestra que “se consideró que los mogoles eran dignos de incorporarse en la tradición literaria sánscrita” (p. 97), al grado de que “Las gramáticas del persa escritas en sánscrito declararon que el sánscrito era una parte relevante del imperio mogol” (p. 99). La encomienda de producir textos en sánscrito va de la mano con la comisión de traducciones al persa de textos sánscritos, como fue el caso de la epopeya del Mahābhārata, un tópico que se estudia con minucia en el capítulo 3. Allí, Truschke dedica especial atención al trabajo constante de traducción y retraducción sobre todo bajo los auspicios de Akbar, con el objeto de sopesar el impacto de ello en la cultura política y literaria mogola.
El cuarto capítulo se centra en Abū al-Fazl, el célebre vizir de Akbar y autor del Akbarnāmah, entonces la crónica oficial del imperio. De acuerdo con Truschke, alFazl redefinió la soberanía de Akbar y el conocimiento del islamicato a través de los modos en que describió las tradiciones indias y sánscritas, sobre todo en el Ā’īn-i Akbarī, el tercer volumen del Akbarnāmah. El biógrafo y cronista mogol “deseaba hacer de los constantes compromisos interculturales e intelectuales una parte necesaria del gobierno en Hindustán” (p. 164). En el quinto capítulo, la autora regresa a la producción de textos en sánscrito sobre el mundo mogol, donde destacan los lazos entre miembros de comunidades jainas y de brahmanes con personajes de la corte. Al discutir sobre el poder imperial mogol y sus actividades interculturales, los intelectuales brahmanes y jainas traían a colación preocupaciones e intereses literarios, religiosos e históricos y, de hecho, consideraban que la representación constituía “una preocupación clave, a veces en detrimento de la verdad empírica, a causa del poder de los textos para moldear tanto la memoria como las realidades futuras” (pp. 200, 202). Los lazos entre los mundos persa y sánscrito dieron pie también a respuestas y reacciones mutuas ante la asimilación recíproca de dichos mundos. En buena medida, esto es lo que analiza el sexto capítulo.
Al inspeccionar las reelaboraciones en persa de historias y cuentos sánscritos (notablemente el Rāmāyāna), Truschke busca aprehender las recepciones de las empresas interculturales de Akbar en el periodo de Jahangir y posteriormente. Dichas recepciones muchas veces insertaron estas historias indias redactadas en persa dentro de la retórica y el imaginario de la autoridad mogola, una suerte de institución en constante proceso que mantuvo y reelaboró sus orígenes centroasiáticos, al tiempo que los combinó ingeniosamente con su cultura persianizada y sus nuevas raíces índicas. La vida que retrata Truschke es de una novedad y un ingenio formidables, donde lo tradicional se renueva en un constante acto de reinterpretación. Como señala la autora en las conclusiones, “Los mogoles nunca se concentraron únicamente en absorber la tradición sánscrita en el mundo indopersa, sino que de manera continua forjaron múltiples modos de conexiones” (p. 232)
Si bien el libro se centra en la India histórica de los siglos XVI y XVII, las discusiones también ayudan a entender mejor una parte crucial de la modernidad temprana. La autoridad política de la dinastía mogola se fundamentó no sólo en la eficacia militar y las estrategias diplomáticas, sino también en sus actividades culturales, de las cuales los patrocinios arquitectónicos son los casos más paradigmáticos, pero no los únicos. Mediante un análisis fino y contundente, la autora demuestra que durante el periodo mogol el sánscrito gozó de tanto prestigio como el persa, tanto en lo estético como en lo intelectual. La presencia de eruditos jainas y brahmanes en las cortes mogolas fue un factor crucial del encuentro cultural, pero también el compromiso que compartieron aristócratas e intelectuales de la corte.
Quizá una de las lecciones que quedan tras leer Culture of Encounters es que para los mogoles el ejercicio del poder implicaba un ejercicio estético. Vale la pena destacar esto: no se trata de un reduccionismo simple según el cual el gobernante mogol abusaba de objetos culturales sólo porque estaba consciente de las ventajas políticas. Truschke destaca convincentemente que las actividades culturales, lingüísticas y literarias de la corte mogola no constituían de manera categórica una estrategia de legitimación ante el pueblo y los súbditos. Por el contrario, se trata de un fenómeno más interesante y harto más complejo: al practicar y administrar el poder imperial, el gobernante procuraba el fomento cultural y, del mismo modo, incursionar en la difusión cultural y literaria equivalía a ejercer eficientemente el poder. Podría decirse, pues, que varios de los emperadores y príncipes de la dinastía mogola pretendían ejercer estéticamente el poder. No había nada más eficaz. Ni placentero.