Introducción
Las más antiguas colecciones de cuentos japoneses de que se tiene noticia son las llamadas Konjaku Monogatarishū (今昔物語集) y Uji Shūi Monogatari (宇治拾遺物語). La primera ha sido traducida parcialmente al inglés en dos ocasiones, primero como Ages Ago1 y luego como Tales of Times Now Past.2 En su versión original se componía de una recopilación de cerca de mil cuentos en 31 volúmenes, de los que actualmente sólo sobreviven 28, que giran en torno a enseñanzas budistas, con abundantes elementos fantásticos y una fuerte carga moralizante. Está dividida en tres partes: cuentos de India, cuentos de China y cuentos de Japón; fue compuesta entre los siglos XI y XII de nuestra era. La segunda colección fue traducida al inglés, también de forma parcial, como A Collection of Tales from Uji,3 contiene 200 cuentos en 15 volúmenes que datan del siglo XIII e.c., y también está dividida en cuentos de India, de China y de Japón. Ninguna de estas colecciones ha sido traducida al español.
La presente traducción corresponde al sexto cuento del tercer volumen de Uji Shūi Monogatari: “Ryoshū, pintor de imágenes budistas, se alegra al ver su casa en llamas” (絵仏師良秀、家の焼くるを見て悦ぶ事). Se realizó a partir de la edición japonesa anotada por Miki Sumito y Asami Kazuhiko.4 Este cuento no forma parte de la selección que tradujo D. E. Mills al inglés; el lector tiene ante sí una primicia: es la primera vez que se traduce al español.
Es un texto muy breve pero importante en la historia de la literatura japonesa, debido a que sirvió de inspiración a Akutagawa Ryūnosuke para escribir uno de sus cuentos más famosos: “El biombo del infierno”.
Ryoshū, pintor de imágenes budistas, se alegra al ver su casa en llamas5
En la antigüedad había un pintor de imágenes budistas llamado Ryoshū. Un día ocurrió un incendio en la casa vecina; con el fuerte soplar del viento las llamas se acercaban a su casa, por lo que salió huyendo a la calle. Dentro de la casa se había quedado una pintura budista que alguien le había encargado, así como su esposa y sus hijos, que estaban sin ropa. Sin importarle nada, se alegró de haber podido huir; estaba de pie en el lado opuesto de la calle.
Vio que el fuego se había pasado a su casa y las llamas y el humo se esparcían. Observaba esto de pie en el lado opuesto de la calle. La gente se acercó para ver cómo estaba, pero él no había perdido la calma en absoluto.
Le preguntaban: “¿Qué pasó?”; él asentía con la cabeza viendo cómo se quemaba su casa, y de vez en cuando se reía. “¡Ah, esto sí que es un obsequio! Hasta ahora lo había estado pintando totalmente mal”. Al escucharlo decir esto, la gente se quedó pasmada: “¿Por qué este tipo se queda ahí parado? ¿Estará poseído por un espíritu maligno?”. Al escucharlos decir eso, contestó: “¿Y por qué habría yo de estar poseído? Por mucho tiempo pinté mal las llamas de la imagen budista de Fudō Myō Ō.6 Ahora que lo veo me doy cuenta de cómo es que arden las cosas. ¡Esto sí que es un regalo! Si vivo de pintar imágenes budistas y puedo pintar a los budas de una manera magnífica, una casa se puede construir cuantas veces sea necesario. Lo que pasa es que ustedes no tienen ningún talento, por eso escatiman las cosas”. Se burló así de ellos.
Aún ahora la gente admira su obra de Fudō Myō Ō envuelto en llamas retorcidas, la cual Ryoshū debe haber pintado después de este acontecimiento.