La relación histórica entre China y España, de tradición comprometida y desconocida a la par, es un tema de estudio relativamente nuevo. Quizá el despertar económico y comercial de la potencia asiática ha suscitado múltiples lecturas culturales y sociológico-históricas que propician el rescate de historias, personajes y nombres propios confinados al olvido. Son prolijos los trabajos académicos y de divulgación que, con esta perspectiva, comparan los curiosos paralelismos en los tiempos históricos de ambos imperios: por un lado, el de la China de los Ming y, por otro, el de la España de los Habsburgo, que dan cuenta de su cenit en torno al siglo XVI. El momento de decadencia coincidió para ambos un siglo más tarde, y en el siguiente también compartieron el sufrimiento del avance geopolítico de nuevas e industrializadas potencias, lo que subrayó su error de no haber participado en la revolución industrial de la época. Las crisis que sufrieron en consecuencia, en forma de guerras civiles en el marco del siglo XX, son una nueva prueba de coincidencia.
En este sentido, la obra que reseño es una joya. En el marco de un excelente trabajo realizado por un familiar directo del personaje que la protagoniza, el libro está escrito en primera persona y el autor consigue con este recurso dar viveza a su lectura de gran nivel literario e histórico. Basta contemplar la edición de la obra y las instituciones y las personalidades que la amparan para reconocer un valor inusual en trabajos de este tipo. Tanto por los complementos visuales provenientes del archivo documental familiar como por el enfoque riguroso que pretende hacer justicia a la labor de la diplomacia española en la historia de China en los albores del siglo XX, la obra es un compendio de conocimiento, historia y política internacional, así como un referente en filosofía de la historia.
Inicialmente, el lector encontrará unas palabras preliminares del presidente del gobierno canario, don Paulino Rivero Baute, que certifican la importancia que el canciller canario don Bernardo Jacinto Cólogan y Cólogan representa para la historia del archipiélago español, así como para España y su diplomacia. Su agradecimiento a las diversas instituciones implicadas en este proyecto, a sus familiares directos y a entidades privadas así lo corroboran. Seguidamente, dos prólogos, uno del actual embajador de España en China, don Manuel Valencia Alonso, y otro de su homólogo en diferentes periodos, don Eugenio Bregolat Obiols, completan esta sección preliminar. Ambos testifican la trascendencia diplomática e histórica del personaje. El primero testimonia la admiración y relevancia del decano del cuerpo diplomático español y el segundo se explaya en un análisis histórico y filosófico-político brillante por su simplicidad y buen gusto. A continuación, el autor de esta recopilación, don Carlos Cólogan Soriano, presenta una declaración de intenciones y la enmarca en una introducción en la que revela la justa necesidad de difundir la vivencia personal de su protagonista con dos objetivos: reconocer la admirable vida dedicada a España de un sobresaliente diplomático de carrera y puntualizar lo ocurrido en el marco del popularmente conocido en la historia de China como “Levantamiento de los bóxers”, que finalizó con la firma, el 7 de septiembre de 1901, del Protocolo Bóxer, con la relevante aportación del diplomático español para que se produjera convenientemente.
La obra se articula en nueve capítulos, un epílogo, índices onomástico y bibliográfico, así como cronologías diplomáticas y políticas entre España y China. Mientras el primer capítulo repasa la biografía familiar del diplomático, sus orígenes irlandeses y la repercusión de esta familia en el comercio internacional del archipiélago, así como su apuesta por la comercialización de una de las principales fortalezas económicas del norte de la isla de Tenerife, la agricultura y, especialmente, la producción vinícola, el capítulo que lo sigue revisa la adolescencia del diplomático canario y su formación. El testimonio de los esfuerzos y rigurosos estudios del tercero de 10 hermanos de una familia de la alta burguesía de finales del siglo XIX es una magnífica muestra de la educación de alto nivel de la época. Para estudiar con rigor científico y cierta presunción comercial se desplazó al Real Seminario de Vergara en Guipúzcoa. A éste le siguió el Liceo Imperial Napoleón, antiguamente conocido como Colegio de Enrique IV y, posteriormente, la Great Ealing School, institución agregada a la Universidad de Oxford.
Los capítulos tercero y cuarto dan cuenta de su ingreso y su madurez en la carrera diplomática. Una vez más representa un modelo singular de las costumbres y los hábitos de la época, principalmente de las fases de promoción interna de la diplomacia y de los nombres propios y referentes. Su biografía profesional justifica su formación, compromiso con la excelencia y el rigor humano. De igual modo, sirve como repaso histórico de una aciaga época en que las revueltas y las revoluciones sociales asolaron y cincelaron la personalidad de las sociedades occidentales. Grecia, el Imperio otomano, Venezuela, México y Colombia son sus destinos, y en ellos es posible evocar una época, una sociedad y, muy especialmente, una España.
A pesar de que disfrutó de una corta estancia en China (1868), no fue sino hasta 1895 cuando regresó como ministro plenipotenciario de primera clase. El capítulo quinto se dedica por completo a esta etapa. La documentación tanto fotográfica como epistolar que acompaña al texto es magnífica. Una de las muchas curiosidades que la narración revela es el origen de las estatuas de león que aún franquean la entrada de la embajada española en Beijing, pues una leyenda apócrifa los denomina los “leones de Cólogan”, apelando a que fueron un regalo del gobierno chino al ministro español por su labor negociadora. Tanto el análisis del origen de la rebelión china como la descripción personificada de cada representante diplomático occidental en aquella época constituyen un material generoso en detalles y ecuánime en su desarrollo. Uno a uno, los cuerpos diplomáticos británico, japonés, ruso, francés, alemán, estadounidense, austrohúngaro, italiano, belga, holandés y portugués son referenciados. Pero la obra no se detiene aquí; ofrece una presentación personal de los representantes de las instituciones chinas con similar propósito.
El capítulo sexto se ocupa de los acontecimientos que sucedieron a la rebelión china a partir de 1900. Explica y documenta el asedio de 55 días y las vicisitudes de la familia diplomática y del gobierno chino, personificados en el dilema de su dirigente, la emperatriz Cixi. La riqueza documental y fotográfica es destacable. La negociación final, que concluyó con el Protocolo Bóxer, cierra el capítulo; no sólo se exponen las condiciones de ese tratado sino que también se presentan las fotografías del texto original e incluso de los sobres. Las condecoraciones que el diplomático español reuniría también ocupan una sección y son prueba irrefutable de su indiscutible e insalvable labor y profesionalidad.
Los capítulos séptimo y octavo testimonian la continuidad de la carrera diplomática de Cólogan y demuestran su apasionante y comprometida vida profesional en Marruecos, Estados Unidos y México.
Finalmente, el capítulo noveno analiza, con la repercusión y la popularidad del estreno de la película estadounidense 55 días en Pekín en 1963, la transmisión de la historia por medios audiovisuales. Se inspira en el artículo del diplomático don Federico Oliván y Bago publicado en el diario madrileño ABC el 14 de mayo de 1964 y reconoce la encomiable labor del cine como herramienta de conservación de la memoria colectiva, aunque no deja de cuestionar la injusticia y el desacierto del séptimo arte respecto a la realidad. Obviamente, el cine bélico procura suavizar su contenido, y en el caso del asalto de las tropas multinacionales, entre las que no se encontraba soldado español alguno -aunque en la película se diga lo contrario-, los bárbaros sucesos acaecidos con posterioridad fueron excluidos. Sin pretender alegar contra las licencias artísticas que justifican las directrices cinematográficas, es cierto que la desafortunada decisión de resaltar el protagonismo del embajador inglés y del americano maltrata al representante español al reducirlo a un papel terciario. Con ello, no sólo se legitima una memoria colectiva desvirtuada, sino que se extiende un paradigma de interpretación histórica: relegar al olvido la verdad de los hechos.
Es ésta, por consiguiente, una obra interdisciplinaria: histórica en cuanto a su contenido y rigor documental; literaria porque al ser narrado en primera persona, el relato adquiere dotes de novela histórica; filosófica, concretamente de filosofía de la historia, en tanto que motiva un estudio posterior que analice cómo es narrada la historia para determinar cuáles hechos son clave y cuáles no lo son y, por ende, exige una reflexión sociológica para estudiar qué tipo de sociedad permite la manipulación de los hechos históricos. Se asoma, por tanto, la necesidad de un estudio teleológico del objetivo y la finalidad de un relato histórico frente a otro, lo que, no obstante, escapa al propósito de una recensión bibliográfica.
Bernardo Cólogan y los 55 días en Pekín es un documento singular que se convertirá en libro de consulta para investigadores y de entretenida lectura para neófitos. Los primeros encontrarán en ella datos suficientes de múltiples disciplinas académicas a partir de los cuales podrán desarrollar enfoques diversos; los segundos, interesantes curiosidades para la distracción o la reflexión propias de las novelas