Introducción: un libro peregrino
Recorrer, en línea recta, el pasillo con libros en lengua árabe del sótano de la biblioteca Daniel Cosío Villegas de El Colegio de México es pasear por los senderos de un jardín de curiosidades cuya existencia es inconcebible fuera del continente americano: libros de poesía de la resistencia palestina; una tesis sobre el descubrimiento de América por los fenicios; novelas de Gamal al-Ghitani dedicadas por el mismo autor “al pueblo de México”; el archivo completo de la revista literaria beirutí Al-Aadab; un diccionario árabe-español publicado en México durante la primera mitad del siglo XX; las primeras traducciones de Dostoievski al árabe; una traducción al árabe de Las huellas del islam en la literatura española de Luce López-Baralt, publicado en conjunto por la Universidad de Puerto Rico y el Centro de Estudios Otomanos y Moriscos de Túnez; ediciones olvidadas de Las mil noches y una noches y una edición crítica publicada en Leiden en 1984; libros sobre marxismo; tratados religiosos, lingüísticos y filosóficos; y libros en árabe cuya circulación fue limitada al territorio latinoamericano que se extiende desde Argentina a México.
Es el caso de una traducción al árabe del poema El gaucho Martín Fierro, del argentino José Hernández, publicada en Buenos Aires en 1956 por la Asociación Cultural Siria y realizada por el sirio-argentino Yauad J. Nader. El libro contiene en la primera página una dedicatoria escrita a mano con pluma. Esta nota es un indicio no sólo de cómo terminó este libro en las estanterías del sótano de la biblioteca, sino también de las redes culturales y literarias que se tejían entre migrantes de origen árabe en el Nuevo Mundo. La nota está escrita en árabe, y así puede ser traducida al español: “Para el periodista y luchador, el dueño de la revista Emir en México, el maestro Alfonso Aued. Con admiración y respeto. El traductor (Buenos Aires, 29 de junio de 1965)”.
Se trata, entonces, de don Alfonso Aued, jefe de redacción de la revista Emir. Publicada en la Ciudad de México entre 1937 y 1968, Emir contaba con colaboraciones de escritores y lectores de ascendencia árabe no sólo de México, sino también de países latinoamericanos como Argentina, Honduras, Cuba y la República Dominicana. Los números de esa revista mensual, una de las más longevas entre las comunidades del mahyar latinoamericano,1 pueden ser consultados también en la biblioteca Daniel Cosío Villegas, a la que Alfonso Aued donó su biblioteca personal, que, además, incluye la edición árabe de El gaucho Martín Fierro de la que hablamos aquí.
Se presenta la traducción del árabe al español de los para textos que acompañan esta edición de 1956; a saber: la introducción, escrita por el orientalista y arabista argentino Osvaldo Machado, y el prólogo, del traductor Yauad Nader. En éste, Nader explica sus motivos para traducir la obra, los métodos que siguió y las decisiones que tomó en el proceso de traducción del poema.
El libro incluye, además, un texto en lengua española: “Analogías entre el ‘gaucho’ y el ‘beduino’”, escrito por Julio Chaij -presidente de la Asociación Cultural Siria en aquel entonces-, de quien poco sabemos. Es interesante notar, sin embargo, que en el prólogo Nader se refiere a Chaij como Jalil y no como Julio, a la manera de los migrantes árabes en América Latina, que solían “devolver” sus nombres latinos al árabe o adquirir nombres españoles en su nuevo hogar.2 No se tradujo al español una breve biografía del autor del Martín Fierro, escrita en árabe, que aparece al principio del libro, pues carece de cualquier valor específico para los propósitos de este artículo por ser una reproducción de información general disponible en otras fuentes.
Antes de presentar la traducción del Martín Fierro al árabe, cabe decir algunas palabras acerca el contexto social y lingüístico en el que se efectuó, y que pueden servir como claves para la lectura de los textos de Machado y Nader.
Claves para leer el Martín Fierro árabe
Si buscamos en Google la combinación de palabras “Martín” y “Fierro” en árabe, el buscador nos remitirá a la que, aparentemente, es la única traducción del Martín Fierro a dicha lengua: la realizada por el egipcio Abd al-Salam Basha, publicada por la casa editorial Safsafa en El Cairo en 2016. Sin embargo, no es la primera ni la única. La edición de 1956 de la Asociación Cultural Siria de Buenos Aires, que consta de 318 páginas y cuyo tiraje se desconoce, es una traducción que se hizo 60 años antes.
Como mencioné, además de la traducción del poema, tanto la introducción del orientalista y arabista argentino Osvaldo Machado como el prólogo del traductor, Yauad Nader, son textos cuyo rescate, hoy, puede resultar de sumo interés para traductores latinoamericanos e investigadores de la traducción.
Osvaldo Machado es un reconocido orientalista y arabista argentino que es presentado por Nader como erudito y maestro de la lengua árabe cuyo nivel es “igual que el de nuestros grandes letrados” en esa lengua (en Hernández, 1956, p. 5). La obra de Machado abarca la filosofía y la historia árabes, y en sus publicaciones destaca una constelación de editoriales relacionadas con la cultura árabe y la actividad cultural de la comunidad del mahyar argentino.3 En su introducción, Machado agradece al traductor por “su brillante esfuerzo y valioso servicio para ambas literaturas -la argentina y la árabe- efectuados con la traducción de la vida de un héroe argentino” (en Hernández, 1956, p. 6), y compara a Martín Fierro con el poeta y caballero andante preislámico Antara ibn Shaddad al-Absi (525-608), cuya poesía formaba parte de los Mu’allaqat, poemas que fueron colgados de la Kaaba en La Meca.
En cuanto a Yauad Nader, su esposa, Florinda Jazhal, narró en un programa de televisión de un canal público argentino:
Nació en Siria, en el pueblo de Bershin [en las cercanías de Homs]. Estudió en la ciudad de Trípoli, en Líbano, en la Universidad Americana. Como tenía hermanos acá en la Argentina, lo mandaron a llamar cuando era joven todavía. Acá siguió trabajando como traductor en los diarios Assalam y el Siriolibanés. Después, trabajó en la embajada de Siria por cinco años, y en los últimos años trabajó en la embajada de Libia como traductor también (Centro Islámico de la República Argentina, 2012).
Como se puede deducir de su prólogo a la traducción del Martín Fierro, Nader también fue miembro de Al-Hizb al-Suri al Qawmi al-Iytima’i (Partido Sirio Nacionalista Social, SNS), cuya actividad política y cultural fue intensa entre las comunidades del mahyar latinoamericano. Establecido por Antún Sa’adeh (1904-1949) en 1932, este partido, de carácter nacionalista y laico, buscó la unificación de la “Gran Siria” (actuales territorios de Siria, Líbano, Palestina/Israel, Jordania y la isla de Chipre) como condición para alcanzar la independencia y la autodeterminación del “pueblo sirio” y superar la fragmentación y la división de su territorio, llevados a cabo por las potencias europeas y sus agentes en la región (Sa’adeh, s.f.).4
Nader hace una alusión directa al “nacionalismo social sirio” y a su líder Sa’adeh cuando lo compara con el autor del Martín Fierro. Ambos, Sa’adeh y Hernández, dice Nader, seña laron “con valor las enfermedades y los efectos psicológicos que obstaculizan el camino de la nación […] hacia el progreso, la excelencia y la gloria” (en Hernández, 1956, pp. 11-12).
Recordemos, en este sentido, que se trata de aquellos años marcados por el primer peronismo y justicialismo en Argentina (un país, además, que fue recorrido por Antún Sa’adeh durante su exilio latinoamericano entre 1938-1946).5 Durante esos años, el culto al gaucho y a la figura de Martín Fierro como símbolo de la nación argentina encontró domicilio en varios brazos educativos y culturales oficiales del país (Casas, 2015).
La formación del SNS se inserta en el marco del proyecto de Al Nahda árabe, del “despertar” que, desde finales del siglo XIX, busca situar a los árabes como herederos de una civilización gloriosa preotomana y como cosmopolitas modernos. Dicho proyecto, que gozó de múltiples capas y disfraces, fue contenido, y luego derrocado, por la colonización europea a finales de la Primera Guerra Mundial. Delegada por aquella precursora de la Organización de las Naciones Unidas, la llamada Sociedad de Naciones, la invasión europea a los exterritorios otomanos tomó la forma de “mandatos” para preparar a las regiones en cuestión, mediante “consejos y auxilios”, a gobernarse en el futuro (Pastor, 2011).
El proyecto Al Nahda incorporó elementos discursivos que fueron comunes en el mundo colonial durante los siglos XIX y XX, principalmente la afirmación de que una nación debe despertar del largo periodo de olvido y letargo que la separa del antiguo esplendor glorificado e idealizado. Así, como proyecto renacentista, la intelligentsia árabe de Al Nahda adoptó la tesis de que su mundo era decadente, y se construyó una Edad de Oro imaginada que abarcaba desde el surgimiento del islam en el siglo vii hasta el comienzo del Imperio otomano y la llamada decadencia en el siglo XIV (Massad, 2007). Trasladada a la actualidad latinoamericana de finales del siglo XIX y principios del XX, esa necesidad de actualizar y reconstruir el pasado, como vemos en los textos de Machado y Nader, encontró un terreno fértil.
La lengua del Martín Fierro árabe
Una de las capas del proyecto Al Nahda fue el fusha, “la elocuente”; a saber, la lengua árabe escrita que hoy se conoce como “árabe estándar moderno”. Esta variante, que emergió del árabe clásico, vino a “satisfacer la necesidad de tener una forma estandarizada del árabe que pueda ser expresada por la escritura” (Bin-Muqbil, 2006, p. 14). Desde finales del siglo XIX hasta hoy, el árabe estándar moderno se ha convertido en “la lengua de los medios de comunicación, sistemas de educación pública, y prácticamente todas las formas técnicas y escritas del árabe, como la de los círculos intelectuales”, una suerte de lingua franca para los habitantes de los países árabes modernos (p. 14).
El surgimiento de esta variante del árabe escrito -basada en textos literarios, religiosos y gramaticales de los siglos vii al ix, que comenzaron a ser considerados como “el archivo canónico del pasado árabe” por los intelectuales de Al Nahda (Massad, 2007, p. 2)- trajo consigo normas estructurales literarias que debían seguirse en la creación literaria moderna, pues aquellos textos antiguos se convirtieron en autoridad moral y lingüística para el quehacer literario. Previsiblemente, a lo largo del siglo XX se produjeron diversos debates acerca de cómo se debía hacer literatura, debates que no se han resuelto hasta el día de hoy.
La vieja e infinita querella acerca de la poesía en verso libre se manifiesta en el prólogo de Yauad Nader. “Primero -dice el traductor del Martín Fierro- pensé en traducir la obra según las normas de la poesía árabe clásica”. Optó por la métrica larga, el metro Tawil fragmentado,6 y versificó, “en traducción, no menos de 200 versos”. Pero la dificultad y la “pérdida de la vitalidad del poema original” implicadas lo llevaron a abandonar ese método. Luego intentó emplear otras formas tradicionales de la poesía árabe; a saber, formas populares locales de la poesía cantada de la región de Siria, que tampoco resultaron eficaces para transmitir lo que él llamó la “realidad tangible del original” (en Hernández, 1956, p. 13). Al final optó por el verso libre, que además permitía traducir el poema verso por verso; es bien sabido que una de las normas de la poesía árabe clásica, luego adoptadas por algunos de los poetas de Al Nahda, es que cada verso debe ser autónomo y transmitir un significado independiente.
Nader explica, y es interesante notarlo, que su decisión de emplear el verso libre en la traducción del Martín Fierro se debió a la necesidad de tener flexibilidad para preservar los esquemas de rima y métrica del original en español, hecho que se nota a lo largo de la traducción árabe del poema, especialmente en las sextillas, donde se conservan a menudo los esquemas predominantes abbccd y abbcbc y se emplean versos cuya métrica es paralela a la del octosílabo.
Como dice Juan Villoro, el traductor a menudo se ve exiliado “a los márgenes de la tipografía, esa Siberia ‘fuera’ de la obra donde apunta con resignación: ‘juego de palabras intraducible’” (Villoro, 2017). En el Martín Fierro de Nader hay lugar para ese exilio. Por ejemplo, en el último verso del cuarteto octosílabo del capítulo 7:
Al ver llegar la morena
que no hacía caso a naides
le dije con la mamúa:
-«va… ca… yendo gente al baile».
(Hernández, 2000, versos 1157-1160)
Una nota a pie de página explica: “Aparece en el original una frase distinta, y no le pude encontrar una traducción correcta” (en Hernández, 1956, p. 70, n. 1). En este caso, Nader inventa un nuevo verso en árabe para remplazar el original intraducible, y el último verso del cuarteto se transforma en: “y dije: / miren cuánta esclavitud hay en este lugar”. Es decir, para Nader existe un juego de palabras donde “vaca” se confunde con “esclava”, y donde la animalización de la morena por la voz del protagonista alude directamente al color de la piel y a su condición histórica y social de morena-negra-esclava.
Lo que sigue es mi traducción del árabe al español del para texto de esta curiosa edición del Martín Fierro. Para el traductor del poema, el tránsito al árabe implicó un viaje geográfico y temporal hacia la historia argentina y el lenguaje de su gente. Fue el viaje por el espacio y el tiempo el que permitió la traducción, y en él me embarco ahora tras el hallazgo de este libro en la biblioteca Daniel Cosío Villegas. Como dice Nader al final de su prólogo: “Debo decir que mi traducción no es perfecta, y espero que mi esfuerzo resulte provechoso” (en Hernández, 1956, p. 16).