Como parte del trabajo del Seminario Interdisciplinario de Estudios Medievales de la Universidad Nacional Autónoma de México, dirigido por Antonio Rubial, Rubén Borden Eng publica esta nueva traducción de un texto latino bien conocido por la crítica cidiana especializada y un clásico de la historiografía hispana latina del siglo XII, los Gesta Roderici Campidocti, título más antiguo conservado en los manuscritos o, como se conoce desde que Manuel Risco en 1792 intentó subrayar sus atributos veristas, Historia Roderici. Aunque ha sido editada en varias ocasiones (muchas, bien es cierto, como apéndice a sendos estudios biográficos sobre Rodrigo Díaz de Vivar), en la discusión académica más reciente se ha conocido a través de las ediciones críticas de Menéndez Pidal (1929) y de Emma Falque Rey (1990), publicada esta última en la prestigiosa colección Corpus Christianorum Continuatio Mediaeualis de la editorial Brepols, junto a la transcripción, edición y estudio del manuscrito I realizados por José Manuel Ruiz Asencio e Irene Ruiz Albi (1999).
El camino de su traducción, donde se inserta el escrupuloso trabajo de Rubén Borden Eng, resulta menos concurrido. Aunque los Gesta Roderici despertaron el interés de la crítica historiográfica especializada desde muy temprano, incluso con alguna anterioridad al Cantar de mio Cid, su circulación estuvo limitada al ámbito de quienes podían mostrar algunas credenciales en los rudimentos básicos del latín. Quienes no, siguieron las claves principales a través de sendas paráfrasis como las que dejó Menéndez Pidal en la España del Cid. De 1983 data la primera traducción integral del texto, realizada por Emma Falque Rey y publicada en el Boletín de la Institución Fernán González, una revista académica de circulación restringida que hoy puede consultarse en línea, pero que el mismo Rubén Borden Eng declara no haber podido examinar en 2013 cuando ultimaba su propia traducción (p. 77). La segunda, tampoco muy difundida fuera del ámbito académico, acompañó el trabajo de transcripción y edición crítica del manuscrito I ya mencionado, todos como complementos indispensables del facsímil del mismo manuscrito que publicara en 1999 el Ayuntamiento de Burgos, en ocasión del noveno centenario de la muerte de Rodrigo Díaz.
La traducción de esta crónica, como sucede a menudo con los textos cidianos, no es una empresa fácil. Su primera traductora avisaba ya sobre las peculiaridades estilísticas que la disuadían de emprender una traducción literaria: “predominio de la parataxis sobre la hipotaxis, numerosas redundancias y, en general, la simplicidad a la que hace referencia el mismo autor” eran razones que justificaban una traducción apegada al estilo del texto latino. José Manuel Ruiz Asencio e Irene Ruiz Albi se propusieron ultimar una “traducción que refleje lo más cerca posible el pensamiento del autor, aunque ello conduzca inevitablemente a un texto menos ágil de leer” debido a la abundante sinonimia y uso de muletillas. En esta nueva traducción, Borden Eng también piensa en una obra cuyo primer destinatario tenga una formación académica y esté al tanto de las peculiaridades del texto latino. En la misma línea de sus predecesores, apuesta por un estilo mimético que refleje, para el lector en castellano, las peculiaridades lingüísticas del original latino en los distintos planos de la lengua: selección léxica, sintaxis y organización discursiva. Este apego luce como un trasfondo permanente que, lejos de obstaculizar la lectura, la enriquece con sorpresas léxicas y giros originales (que, pese a todo, no dejan de ser las formas convencionales de la lengua latina del siglo XII):
Sería muy extenso narrar seriadamente todas las batallas que Rodrigo llevó a cabo con sus socios y el triunfo que obtuvo de ellas, así como las villas y propiedades que depredó y destruyó con su validísima diestra, con la espada y todo tipo de armas, y quizá relatar todo esto llevaría a los lectores al fastidio. Sin embargo, lo que la pobreza de nuestro conocimiento expuso sobre sus gestas, se escribió breve y fielmente, aunque en estilo rudo. Mientras vivió en este siglo, siempre obtuvo de los adversarios, dimicantes en la batalla, un noble triunfo y nunca fue vencido por alguno (p. 145).
En esta sección puede notarse fácilmente la tendencia a una retórica de sinónimos (“villas y propiedades”, “depredó y destruyó”, “con su… diestra, con la espada y todo tipo de armas”) o a los latinismos crudos (como el llamativo dimicantes o la forma depredar), con el propósito de no faltar al estilo tan particular de la crónica latina, aunque Borden Eng tiene algunas concesiones con el generoso hipérbaton de la oración principal (ese “seriatim narrare perlongum esse uideretur” con que termina la oración y que en su traducción abre el párrafo):
Vniuersa autem bella, que Rodericus cum sociis suis fecit et ex eis triumphum obtinuit et quot uillas et uicos dextera ualidissima cum gladiis et cunctis armorum generibus depredatus est atque omnino destruixit, seriatim narrare perlongum esse uideretur et forsitam legentibus in fastidium uerteretur. Sed quod nostre scientie paruitas ualuit, eiusdem gesta sub breuitate et certissima ueritate stilo rudi exarauit. Dum autem hi hoc seculo uixit, semper de aduersariis secum bello dimicantibus triumphum nobilem obtinuit et numquam ab aliquo deuictus fuit (ed. de Emma Falque Rey, cap. 74).
Si se compara con la traducción de Falque Rey en una de sus primeras incursiones por el camino de las crónicas latinas, puede notarse mejor el meticuloso apego de Borden Eng al léxico latino y a la jerarquía y unidad de los grupos sintácticos:
Quizá sería demasiado extensa y podría cansar a los lectores la enumeración de todas las guerras en las que Rodrigo tomó parte junto con sus aliados y en las que alcanzó el triunfo, la relación de cuantas villas y aldeas saqueó y destruyó por completo con su fuerte brazo, con la espada y toda clase de armas. Pero, en la medida en que pudo la pequeñez de nuestro conocimiento, escribimos sus hazañas con estilo tosco pero breve y fielmente. Mientras vivió en este mundo, siempre triunfó de forma manifiesta sobre sus adversarios y nunca fue vencido por ninguno (Falque Rey, 1983, p. 374).
La traducción de Borden Eng se acompaña de una profusa anotación histórica que recoge, en su gran mayoría, la información más pertinente de la España del Cid de Menéndez Pidal. Aunque se echa de menos la presencia de bibliografía más actualizada en todos los órdenes (social, económico, político, polemológico, etc.), lo cierto es que estas notas permiten poner en comunicación a los lectores más ajenos con una obra clásica de la investigación histórica que no puede decirse que haya sido superada todavía. Quizá sea ésta la misma certeza que guía otras decisiones, como la de haber tomado la edición de Menéndez Pidal como texto de referencia para su traducción y no la más reciente de Falque Rey, pese a tenerla siempre en cuenta y a estimarla muy positivamente.
Como avisa Borden Eng en una nota preliminar, su trabajo de traducción se prolonga para “proponer una relectura de la obra que permita, no sólo dar a conocer los problemas que durante décadas se han desarrollado en torno a su estudio, sino también presentar una síntesis clara y precisa de los diferentes puntos de vista que se han generado en la crítica especializada sin que haya sido posible, todavía, llegar a conclusiones definitivas” (p. 24). Borden Eng da cuenta, en un “Estudio introductorio” conciso (pp. 27-77), pero exhaustivo, de problemas no resueltos alrededor de esta crónica latina que son, en el fondo, los de muchos otros textos del periodo, como la indefinición respecto a autoría y fecha de composición. En todos los casos, un minucioso estado de la cuestión acompaña cada cautelosa propuesta de Borden Eng respecto a los tópicos que trata. Sobre la autoría, por ejemplo, después de enlistar las distintas propuestas de la crítica en los últimos setenta años, concluye que no fue escrita en Castilla y que probablemente pueda descartarse una autoría aragonesa o catalana (p. 31); sobre la fecha de composición, ante la incongruencia de los indicios que podrían ayudar a su datación, también desgranados en estas páginas, invita a considerar “una cronología continua”, por lo que “la HR podría fecharse en un margen de ochenta años, a saber, entre 1110 y 1190, pues la obra en su conjunto denuncia la participación de distintos autores, así como la inserción de ciertos pasajes y el uso de fórmulas correspondientes a épocas distintas” (p. 38).
Las secciones subsiguientes pasan lista a los temas de la agenda crítica de los últimos años, con la misma mesura ya comentada, donde los juicios personales se presentan bien atemperados por un estado de la cuestión ajustado, pero suficiente. Así, se refiere al género historiográfico de la crónica (a caballo entre la vita y los gesta, sin perder de vista su originalidad al cubrir la vida de un caballero cuando las crónicas particulares se limitaban a los personajes regios), la naturaleza compilatoria de la crónica (compartida con otras obras del periodo, como la Historia compostelana), su alto grado de compromiso con la precisión histórica (desde, por ejemplo, la genealogía del Cid, hasta la lista de quince cautivos con sus nombres, sus cargos y sus relaciones de parentesco en el capítulo 23), el estilo noticiero tan infrecuente en las obras de la época y su exitosa divulgación a través de varios canales, algunos de ellos inusuales, durante la Edad Media.
Esta traducción, como muchas otras de textos mediolatinos, se propone más que como una estrategia de divulgación para una obra literaria, como una herramienta de trabajo para el especialista en el periodo, sin limitarse al ámbito de los estudios latinos. Se trata de un instrumento académico que igual podrá interesar desde la historia o la polemología que desde los estudios culturales o el análisis literario. Para quien se sienta atraído por la crónica en sí misma y por sus contextos críticos, encontrará en el estudio introductorio un condensado informativo que lo pondrá en antecedentes con eficiencia y rapidez. A través de una traducción rigurosa, Borden Eng alcanza, sin perder de vista las peculiaridades estilísticas en latín de los Gesta Roderici, un español nítido y a ratos incluso gozoso.