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Nueva revista de filología hispánica

versión On-line ISSN 2448-6558versión impresa ISSN 0185-0121

Nueva rev. filol. hisp. vol.66 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2018

https://doi.org/10.24201/nrfh.v66i2.3434 

Reseñas

José María Micó, Para entender a Góngora

Emiliano Delgadillo Martínez1 

1 El Colegio de México. em.delgadillo@colmex.mx

Micó, José María. Para entender a Góngora. , Acantilado, Barcelona: 2015. 381p.


El filólogo José María Micó decidió reunir en un volumen sus estudios esenciales de la obra de Luis de Góngora y Argote, con el fin de ofrecer a un amplio público una guía para comprender y disfrutar de mejor forma su poesía. En él se incluyen, casi en su integridad, otros tres publicados previamente: La fragua de las Soledades (Sirmio, 1990), De Góngora (Biblioteca Nueva, 2001) y El "Polifemo" de Luis de Góngora (Península, 2001). Además, se recopilan artículos difundidos en revistas especializadas y libros colectivos. Hay que destacar el rigor académico de revisar y corregir sus textos y también la decisión de suprimir las notas al pie, con lo que el libro se afianza en su propósito de divulgarse entre lectores no especializados. Dividido en cuatro partes ("El texto y sus contextos", "La fragua de las Soledades", "Lectura del Polifemo" e "Intertextualidades"), representa una summa philologiœ que, acaso sin proponérselo, complementa el libro más asequible de la poesía gongorina para el lector contemporáneo -me refiero a la Antología poética (Crítica, 2009; Austral, 2015), editada magistralmente por Antonio Carreira-, a la par que nos prepara para el tan esperado libro que legos y expertos vislumbramos a la vuelta de la década: la biografía del cordobés que escribe Amelia de Paz.

El volumen comienza con una reflexión sobre la difusión de la obra de Góngora, a propósito de la idea de libro. ¿Cuál es el libro de Góngora?, se pregunta Micó, sabedor de que el cordobés solamente se preocupó por la conservación e impresión de su obra en los años finales de su vida, es decir, los de estrechez económica. Un compendio de los usos gongorinos del vocablo y una rauda revisión de los libros de carácter lírico publicados en el Siglo de Oro ayudan al estudioso a enarbolar su tesis: "Góngora fue autor de poemas, no de libros, y sus composiciones están desprovistas de vínculos que permitan organizar-las en torno a una idea post-petrarquista de libro o cancionero" (p. 19). Para Micó, la índole diversa y antipreceptiva del corpus gongorino dificultó su organización según los modelos en boga. Pero, contrario a lo que un lector moderno pudiera esperar, la falta de un libro impreso no frenó la difusión de una obra tan exitosa cuanto polémica: los cauces de su transmisión fueron la oralidad y las copias manuscritas.

Acerca de éstas, Micó se detiene en el ms. Chacón (Ch) para destacar su calidad de codex optimus y para preguntarse sobre la posible participación de Góngora en el momento de organizar los poemas por géneros métricos y no únicamente al elaborar los paratextos. No olvidemos que por Chacón se sabe que Góngora reconstruyó las fechas y circunstancias en que compuso sus poemas. Y si bien no se puede saber si don Luis dio su aprobación del orden propuesto por Chacón, el crítico comprueba fehacientemente la "extraordinaria fiabilidad textual" del manuscrito (p. 89). En dos terceras partes del libro, el estudioso se dedica a cotejar las variantes de Ch con el resto de los testimonios. Y a pesar de los errores textuales de Ch, Micó acepta la tesis de Carreira: "Ch es casi siempre el codex optimus". Cabe decir que, si bien algunos mss. son descritos con detenimiento, hace falta un breve excurso sobre las fontes criticœ gongorinas, pues no todos los lectores reconocemos la treintena de "testimonios principales" ni el sistema de abreviaturas empleado por sus críticos.

Una virtud del libro de Micó se encuentra en la selección del corpus de estudio, motivada por la dificultad de comprensión de ciertos pasajes. Esto suscita una revisión de los comentaristas antiguos y modernos, a quienes cuestiona sus juicios y opiniones con el rigor metodológico de la crítica textual, es decir, con argumentos afianzados en el examen tradicional de la ecdótica (lectio difficilior, usus scribendi, conformatio textus y res metrica) y en la crítica de fuentes y autoridades; por ejemplo, la influencia de Virgilio, Ovidio, Horacio, Claudiano, Opiano, Píndaro, entre los antiguos, o de Dante, Ariosto, Tasso, Marino, Herrera, entre los modernos. No sobra añadir que las labores de traducción que Micó ha hecho de Ariosto y Dante (esta última aún en marcha) le permiten comprobar el interés de Góngora por la obra de ambos poetas, sobre todo a partir de la revisión minuciosa de los procesos de imitatio incluidos en los artículos "Ariosto en el Polifemo" y "Dante y Góngora".

Sobre las Soledades (1613-1614), el autor de La espera se detiene en aspectos de carácter diverso. Por un lado, examina los poemas anteriores a su composición, así como precisa el origen de fuentes, motivos y conceptos, no sin criticar los juicios exagerados de ciertos comentaristas respecto de su condición de "pretextos". Por otro, Micó dedica un estudio al motivo tradicional de los elementos naturales en aquellos poemas en que éste propicia un sistema de correspondencias y un espectáculo de la disparidad. A Micó le interesa defender la tesis de Góngora como poeta elemental, en el sentido físico de la acepción, pero también aprovecha para sugerir el origen de ciertos recursos retóricos, como la alegoría, la analogía, la antítesis y la descripción. El autor traza una genealogía de las posibilidades compositivas del motivo, de los sonetos (cf. OC, I, 32, 219, 397) a las Soledades. Además de destacar que las dos partes de este proyecto inconcluso corresponden a la tierra (los campos) y al agua (las riberas), respectivamente, sugiere que acaso el cordobés tenía "la idea de ofrecer en sus cuatro partes un recorrido completo por el mundo natural" (p. 50), el cual, además, podría simbolizar, por medio de la alegoría, las cuatro edades del hombre, un motivo poético estrechamente relacionado con dicho sistema cuaternario. El autor, sin embargo, advierte que no se deben exagerar "las presuntas implicaciones alegóricas" de las Soledades, pues antes que un poeta alegorizante, a la manera de Calderón, Góngora fue un poeta de los detalles, las cosas y las materias. Sus descripciones y designaciones gozan de una "calidad elemental" (Lope) que delatan una poética de lo simple (mas no de lo sencillo), que tuvo grandes descendientes en poetas modernos como Neruda y sus Odas elementales.

Acerca de la Fábula de Polifemo y Galatea (1612), Micó escribe un estudio sobre el arte de la octava, practicada por Góngora en los años previos a la redacción de este magnífico poema. El autor repasa las primeras octavas gongorinas, como la incluida en 1610 en Las firmezas de Isabela, y termina con un examen estilístico del Panegírico al duque de Lerma (ca. 1617), poema que cifra el ingenio métrico y formal del cordobés. Pero el aporte más importante es su "lectura" del Polifemo, en la que se combinan elementos de crítica textual, etimológicos, filosóficos, históricos, de crítica de fuentes y hermenéuticos. En este apartado se reproducen en su integridad las sesenta y tres octavas del poema, intercaladas con las glosas del crítico, en el mejor estilo de los comentaristas modernos Alfonso Reyes, Dámaso Alonso, Jorge Guillén, Antonio Vilanova y Antonio Carreira. Frente a estas lecturas, la de Micó no desmerece ni un ápice y resulta un reconocimiento lleno de humildad, pues sus aciertos ensayísticos (ofrecer una lectura integral y resolver los problemas textuales) se fundamentan en las simples y generosas lecciones de sus maestros: leer con pausa y atención en aras de comprender -y aun aprehender- "una de las obras más perfectas" de la poesía española. Además, resulta una grata sorpresa descubrir que el libro de Micó incluye en sus páginas una cuidada y didáctica edición de la Fábula de Polifemo y Galatea.

El excelente libro de Micó, sin embargo, tiene un detalle de orden comercial; para adornar la portada se reprodujo una firma que no es la de Luis de Góngora y Argote. Esta falta pasa inadvertida para la mayoría de los lectores, pero no para quien ha trabajado con los autógrafos gongorinos y las ediciones facsimilares. Como no es una falla que afecte la veracidad del libro, sólo me resta agradecer al autor esta comunicación personal y compartir su deseo de publicar una segunda edición que enmiende, por un lado, las típicas erratas que la editorial Acantilado comete -cada vez con mayor frecuencia-en sus lujosos libros y, por otro, la firma apócrifa que ilustra con cierta ironía los escollos que el filólogo debe sortear, con paciencia y cuidado, cuando el objeto de estudio es el corpus gongorino.

José María Micó se despide de la filología y saluda su vita nuova de hombre de pluma y guitarra. Él sabe que otros gongoristas, jóvenes y viejos, continuarán la labor crítica. Se queda con las grandes lecciones de don Luis: el goce de lo elemental, el placer de la inteligencia y las delicias de la poesía. Sin duda, a Micó le quedan grandes libros que ofrecer.

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