En 2013 pergeñabaRobin Fiddian , en un breve capítulo (pp. 96-109) de The Cambridge Companion to Jorge Luis Borges, editado por Edwin Williamson, un primer acercamiento a la condición de escritor poscolonial de Borges. Ofrecía en él unas pocas claves, y algunos interesantes comentarios, sobre varias obras del escritor argentino pertenecientes a diversas épocas de su producción. Lo que nos proporciona ahora en este libro es algo de mayor sustancia y de gran interés, a mi juicio, tanto para reevaluar la obra de Borges en su conjunto, como para ampliar el horizonte de la teoría y de la literatura poscoloniales contemporáneas, y no sólo en lengua española.
Entonces (en 2013) apenas se apuntaban cuatro temas de primor- dial interés en la obra de Borges: la cuestión problemática de las fundaciones, esto es, la independencia de las colonias y la constitución de las nuevas naciones latinoamericanas; la relación entre lugar e identidad; las actitudes ante la hegemonía (o el “hegemonismo”) occidental; y la posición de Borges ante el Oriente. Interpretaba Fiddian, de manera sintética, algunos textos borgianos seleccionados de distintas épocas. De tal forma, hacía referencia a los dos primeros poemarios de los años veinte (Fervor de Buenos Aires y Luna de enfrente); a otros poemas del Borges más maduro: “Página para recordar al coronel Suárez, vencedor en Junín” o “Junín” (ambos en El otro, el mismo), “El Oriente” (en La rosa profunda), o “El forastero” (en La cifra); e incluía también narraciones muy diversas: “Tema del traidor y del héroe” (en Ficciones), “Guayaquil”, “La intrusa”, “Historia de Rosendo Juárez”, “El evangelio según Marcos” y “El informe de Brodie” (en El informe de Brodie). Mediante la cita de un artículo pionero de Edna Aizenberg, “Borges, precursor poscolonial” (1997) , Fiddian concluía aquel capítulo señalando que la visión de Aizenberg quedaba incompleta al no reconocer el cuestionamiento de Borges de la historia poscolonial de Argentina y Sudamérica. Ese cuestionamiento de los orígenes, Fiddian lo vinculaba al sentido del lugar dentro del orden geopolítico, lo que lo llevaba a afirmar que la preocupación borgiana por la historia es parte integral de su sensibilidad poscolonial y lo distingue intelectualmente de otros autores poscoloniales pertene- cientes a otros ámbitos.
Claramente, ese final de capítulo dejaba a los lectores con las ganas de saber más; y es precisamente esa demanda de más detalles y de mayor profundidad en el análisis lo que viene a proporcionarnos ahora este libro. Son siete los capítulos que lo constituyen, si bien hay otro introductorio, muy sustancial, y un último que se llama “Conclusión”, que es algo más que un resumen del contenido del libro. Además, hay un apartado de notas finales agrupadas por capítulos, una bibliografía extensa y un índice de nombres propios y materias. Todo ello se completa con un breve prefacio (pp. V-X), en que el autor presenta un estado de la cuestión sobre América Latina en relación con los estudios poscoloniales.
Haciéndose eco de las palabras de J. Jorge Klor de Alva, de 1992, sobre la ausencia de América Latina en el ámbito académico de esos estudios, Fiddian traza una síntesis de los aportes a la historia y la teoría poscolonial en relación con América Latina durante los últimos veinticinco años, en especial en el mundo anglófono; así, destaca las contribuciones de autores como Walter Mignolo, Patricia Seed y Charles Forsdick en un volumen colectivo de ámbito global, The Oxford handbook of postcolonial studies (ed. Graham Huggan 2013). Llama también la atención sobre el interés creciente por América Latina en los estudios poscoloniales a nivel internacional, como ponen de manifiesto el libro Postcolonialism. An historical introduction (2001), del prestigioso teórico Robert Young, o las aportaciones reunidas en la obra colectiva editada por Mabel Moraña, Enrique Dussel y Carlos A. Jáuregui, Coloniality at large. Latin America and the postcolonial debate (2008).
En ese repaso al estado de la cuestión no olvida Fiddian, sin embargo, la reevaluación llevada a cabo en las últimas décadas de autores clásicos de la región muy críticos con el colonialismo, desde Bartolomé de las Casas a José Martí, José Enrique Rodó, José Carlos Mariátegui o Fernando Ortiz. Se acerca también brevemente al uso que, a partir de la década de los setenta del pasado siglo, Roberto Fernández Retamar hace del término “posoccidentalismo” y el desarrollo que ha tenido en época más reciente. De una visión global latinoamericana Fiddian pasa rápidamente a centrarse en el Cono Sur, y más en concreto en Argentina y Uruguay: así llega a Borges, valorando los estudios anteriores sobre su relación con el poscolonialismo. Nos dice que se han enfocado sobre todo en el fenómeno del orientalismo (siguiendo las teorías de Edward Said), hasta el punto de que escritores como el nigeriano Chinua Achebe, el marroquí Tahar ben Jelloun o el indio Salman Rushdie llegaron a convertir a Borges en su “precursor poscolonial”, según la expresión citada de Aizenberg. Es decir, la conclusión de Fiddian en el prefacio, y el punto de arranque de su libro, es que la relación de Borges con Argentina ha estado especialmente desatendida por la crítica poscolonial.
La extensa introducción (“Borges, Latin America, and postcolonial discourse”, pp. 1-29) es un detallado análisis de los debates sobre el colonialismo y el poscolonialismo en la región, pero no de manera aislada, sino en sus interrelaciones con la teoría y la crítica poscoloniales internacionales. Ya desde estas páginas iniciales, y en el análisis de la aplicación de las teorías sobre el orientalismo, el crítico apunta la dificultad para considerar la obra de Borges como “orientalista”, aspecto que desarrollará más adelante, en el capítulo siete. De singular interés me parecen sus observaciones sobre la posición de Mignolo en torno a los conceptos de occidentalismo y posoccidentalismo (en paralelo a los de orientalismo y posorientalismo de Said), con el propósito de evaluar el tratamiento discursivo al que ha sido sometida América Latina a lo largo de los siglos. Fenómenos como los de las culturas indígenas americanas, o el criollismo, o la esclavitud, se examinan en estas páginas, en las que también tienen cabida las posiciones diversas generadas por la Revolución cubana en sus aportes teóricos. Fiddian alude entonces a pensadores como Leopoldo Zea, Fernández Retamar, Santiago Colás, o Alberto Moreiras, entre otros, y acaba resituando a Borges en el contexto de esos debates. El propósito del libro al contemplar a Borges desde esta perspectiva poscolonial es doble, y así lo revela su subtítulo (Argument and artistry): por un lado, se procura destacar su posicionamiento intelectual sobre cuestiones como la historia y geografía de las Américas, su identidad personal, nacional y regional, las relaciones Oriente-Occidente, lo colonial y el imperio… Pero, por otro lado (y paralelamente, claro está), Fiddian estudia su obra en cuanto producto artístico, y por ello analiza las formas poéticas, las imágenes, las simetrías y asimetrías argumentales, el tono narrativo…, lo que hace, en definitiva, original al escritor y le permite desarrollar una obra creativa absolutamente personal.
Curiosamente, el autor resalta el uso que del término “occidentalismo” hace ya Borges en 1920 en su ensayo sobre la poesía expresionista alemana. En él analizaba el fracaso del proyecto de la Ilustración y la decadencia imperial en Europa, no sólo con la desaparición del Imperio austro-húngaro y la Primera Guerra Mundial, sino también con las catástrofes del imperialismo fuera del continente, como la guerra de los bóers, los abusos en el Congo belga, la lucha por la independencia irlandesa y, naturalmente, en el mundo hispánico, las consecuencias del “desastre de 1898”. Es un Borges que escribe eso residiendo entonces en Europa, desplazado de su Argentina natal; pero al regreso, en 1921, mantiene su preocupación y critica a sus paisanos porteños cuando se apartan del criollismo, obnubilados por el atractivo de los Estados Unidos. Fiddian alude aquí (p. 23) a ese compromiso tan contundente del Borges de la época con su país y, sobre todo, con Buenos Aires, citando a críticos como Rafael Olea Franco, que ha identificado muy bien ese deseo de “poetizar la ciudad” como motor que pone en marcha la composición de Fervor de Buenos Aires (1923) y Luna de enfrente (1925). Fiddian llama la atención sobre la presencia en esos poemarios de dos textos “extraños” (o “extranjeros”): “Benarés”, en el primero, y “Dakar”, en el segundo, que rompen la uniformidad de la poetización de su ciudad. Análogamente, en el ensayo “Cuentos del Turquestán” (1926), Borges señala las diferencias entre esas narraciones y el mundo europeo trazando un paralelismo entre las orientales y su propio país: “Hay una generosidad de pampa en estas historias”, dice el escritor, lo que Fiddian interpreta en el contexto de las reivindicaciones borgianas sobre Argentina y el criollismo (p. 24). El mismo trasfondo ideológico late en “Fundación mítica de Buenos Aires” (1929), poema que es analizado con cierto detalle (pp. 24-26) como testimonio del desmantelamiento por parte de Borges de las narrativas históricas imperiales y nacionalistas. Si bien los siete capítulos del libro siguen una línea básicamente cronológica, con el fin de trazar la evolución del pensamiento y la obra desde esa perspectiva poscolonial, hay momentos en los que determinados motivos, u obras, o referencias históricas o persona- les del escritor, llevan a Fiddian a apartarse ocasionalmente de la cronología para centrarse en el análisis de determinados elementos que considera significativos. Ello no impide, sin embargo, la correcta intelección de los argumentos que se exponen, más bien contribuye a reforzar, con análisis profundos y detallados, ciertos aspectos de tales argumentos.
Así, el primer capítulo, como indica su título (“Setting the political and cultural agenda. Selected writings of the 1920s and 1930s from Inquisitions to Discussion”, pp. 31-53), se ocupa de los ensayos del primer Borges, esencialmente de algunos de Inquisiciones (1925), El tamaño de mi esperanza (1926), Evaristo Carriego (1930) y Discusión (1932). En su examen, Fiddian ahonda en los análisis de Borges sobre la historia argentina desde la independencia hasta los años veinte y, especialmente, en el fenómeno del criollismo y de la figura del gaucho en la literatura argentina. Destaca en este capítulo el examen de Evaristo Carriego, pues Fiddian habla de cómo Borges acerca a Carrie- go nada menos que a Shakespeare, o a Horacio, en su determinación por promover a Buenos Aires, e incluso a su barrio de Palermo, como centro de gran potencial artístico, por lo que hace suya la afirmación de Beatriz Sarlo de que “Borges acriolla la tradición literaria universal” (p. 43). Al tratar Discusión, advierte sobre la imagen europea de Whitman, que a Borges le parecía distorsionada, al no calibrar Europa la condición del verdadero “hombre americano”. Fiddian traza aquí un paralelismo entre esa crítica de Borges y su reivindicación del “otro Whitman” y el desarrollo posterior de planteamientos similares en Eduardo Galeano (Las venas abiertas de América, 1973) y en Gabriel García Márquez (El general en su laberinto, 1987), vinculando también el pensamiento borgiano a las teorías de filosofía política y ética de Aimé Césaire y Frantz Fanon (p. 46). En ese mismo libro estudia Fiddian el ensayo sobre Groussac, al que Borges asimila a Ernst Renan y a Samuel Johnson, y trata también la desmitificación borgiana de la poesía gauchesca, y del Martín Fierro concretamente, en su idea de que esos productos responden a una fascinación urbana por el mundo gaucho, más que a la visión nacionalista y romántica de la realidad de la Pampa. Todo ello lleva a Fiddian a concluir que en esa época ya Borges ejerce como pensador independiente y sensible a aspectos como la emancipación, la autoridad de la metrópoli y las especificidades de las identidades nacional y regional, que lo conectan con otros intelectuales latinoamericanos, como Pedro Henríquez Ureña y Leopoldo Zea (p. 53).
En el segundo capítulo: “Giving voice(s) to Argentina. From «The language of the Argentines» to «Pierre Menard, author of the Quixote»”, pp. 55-77, la atención se centra, particularmente, en cómo Borges se distancia de las concepciones imperialistas de la lengua procedentes de la metrópoli (y de la Real Academia Española), así como de “los casticistas o españolados” argentinos, en su ensayo “El idioma de los argentinos” (1927), y del reflejo de ese pensamiento en sus primeros poemarios, tanto los ya citados Fervor de Buenos Aires y Luna de enfrente, como Cuaderno San Martín (1929). Tras el análisis de varios poemas, Fiddian sostiene que en esa poesía temprana no debe verse sólo la vinculación con el criollismo y el desarrollo político y cultural de la Argentina del siglo XIX, sino que textos como los de “Truco”, “Carnicería” y “Al horizonte de un suburbio”, entre otros, “focus on the present moment and on the need to reinvent the nation by redefining and reanimating its cultural vocabulary” (p. 65). Esa conclusión, que incorpora el propio lenguaje como instrumento cultural y de construcción nacional, conduce entonces a Fiddian a indagar en los cambios de estilo que se producen entre la publicación de El tamaño de mi esperanza (1926) y el relato “Pierre Menard, autor del Quijote” (1939). En ese período se publica Historia universal de la infamia (1935), cuya octava narración, “Hombre de la esquina rosada”, permite al autor recordar el uso que hace ahí Borges del lenguaje porteño más popular. Para Fiddian, éste es el momento en que Borges crea una “voz literaria” distinta, que acabará proporcionándole, mediante sucesivas transformaciones, el dominio y control absolutos del arte de la suplantación. El resto del capítulo está dedicado a “Pierre Menard” y su supuesta relación paródica con Groussac, según la hipótesis defendida por Ricardo Piglia en su novela Respiración artificial (1980). Ello le sirve al autor para leer “Pierre Menard” como parodia de la superstición local sobre la aparente superioridad de la cultura europea, a la vez que como modelo de suplantación cultural que Borges explotará en muchos otros textos futuros, como “Deutsches Requiem” (1949), “Brunanburh, 937 AD” (1975), “El conquistador” (1976), “Alexandría, 641 AD” (1977), o “El forastero” (1981). Para Fiddian, esas múltiples voces de distintas épocas y culturas se nutren del ambicioso proyecto literario de “Pierre Menard”, de modo que la temática poscolonial se extiende en nuevas direcciones en las décadas siguientes (p. 77).
Los dos capítulos que siguen se cuentan, a mi juicio, entre los más sugerentes del libro, por su profundidad analítica y la originalidad de sus aportes: el capítulo tres (pp. 79-92) se centra en un relato muy leído y debatido, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” (1941), y el cuarto (pp. 93-108), en otra narración bien conocida y vinculada a la propia vida de Borges, “Tema del traidor y del héroe” (1944). Fiddian lee el primero en relación con las enciclopedias, las narraciones de descubrimientos geográficos y las mentalidades coloniales, tanto en sus aspectos propiamente históricos como ficcionales, y confrontándolo con numerosas obras de la literatura universal. El segundo relato permite al autor ahondar en la representación de la Argentina posindependiente, donde tuvo un papel el bisabuelo de Borges, Isidoro Sánchez, así como en la situación contemporánea del país en el momento en que se escribe el relato. De ese modo, Borges reflexiona sobre el legado poscolonial, y Fiddian abunda en los paralelismos de la situación argentina con la de otros países sometidos a dominios extranjeros, como Polonia o Irlanda. En una última sección de este cuarto capítulo se tratan asimismo ciertos poemas que el autor vincula con la familia y la nación, como “La noche cíclica” o “Poema conjetural” y los relatos de El informe de Brodie (1970), muy en espe- cial “La señora mayor”.
En el capítulo quinto (“Consolidating the postcolonial agenda. Culture and politics in selected writings of the 1950s and 1960s”, pp. 109-130), Fiddian estudia algunos textos de tres libros fundamentales de esa época central de Borges: Otras inquisiciones (1952), El hacedor (1960) y El otro, el mismo (1964). Del primero destaca, entre otros ensayos, “Magias parciales del Quijote” y “Del culto de los libros”, que pone en relación con la célebre conferencia pronunciada el año anterior (1951), “El escritor argentino y la tradición”, para realzar la visión más cosmopolita de Borges y su apertura a tradiciones distintas de la española. “Las alarmas del doctor Américo Castro”, en ese mismo libro, le sirve a Fiddian para resaltar el peculiar criollismo de Borges y su actitud abiertamente anticolonial frente a las críticas de Américo Castro sobre el habla y la literatura argentinas. También se analiza el ensayo/ reseña “Sobre The purple land”, donde de nuevo Borges reclama un criollismo o argentinismo que va más allá de la lengua española (pp. 115-116). En el caso del segundo libro, el crítico repara en los textos (tanto en prosa como en verso) que giran en torno a la genea- logía, a las señas de identidad personal y étnica de Borges, así como los que tocan el fenómeno del Oriente. Los principales textos analizados son “Los Borges”, “Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges (1833-74)”, “La lluvia” y “Ajedrez”. La referencia oblicua en el segundo poema de este último texto a Omar Khayyam obliga entonces a Fiddian a examinar con más detalle (pp. 120-124) el ensayo “El enigma de Edward FitzGerald” (incluido en Otras inquisiciones), con lo que da pie a un breve excurso sobre la continua apertura de Borges a tradiciones orientales seculares.
En El otro, el mismo se repiten algunos de los temas del libro anterior, si bien el Oriente se ve aquí sustituido, nos dice Fiddian, por el interés medievalista de Borges en Inglaterra y Escandinavia. De cualquier forma, prácticamente en todos ellos se mantiene muy viva la preocupación por la genealogía y la identidad; así lo ponen de manifiesto, entre otros, poemas como “A un poeta menor de 1899”, “Poema conjetural”, “Página para recordar al Coronel Suárez, vencedor en Junín”, “Al hijo”, “Alexander Selkirk”, “El forastero” y “A cierta sombra”. Resulta muy interesante el estudio de “Alexander Selkirk”, por su vinculación con Robinson Crusoe (y el juego de máscaras de esa novela), y la afirmación de Fiddian al señalar que la asunción de las máscaras y voces de otros poetas (sobre todo anglófonos) enriquece la identidad compuesta del autor (p. 125).
Los capítulos seis y siete abarcan la producción del último Borges; el seis (“Europe in the dock. An intertextual reading of Brodie’s Report”, pp. 131- 154) hace, a mi juicio, uno de los aportes más originales y sustanciales del libro, pues está dedicado exclusivamente al análisis detallado de El informe de Brodie (1970), que se pone en relación con otros textos de la literatura universal, como Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, la Brevísima relación de Bartolomé de las Casas, el relato “Lispeth” de Rudyard Kipling y Tristes tropiques de Claude Lévi-Strauss. Fiddian profundiza en numerosos detalles entre esas obras y la de Borges para mostrar convincentemente cómo aquí el escritor argentino lleva a cabo una crítica del desarrollo del colonialismo europeo a partir del siglo XVI.
El séptimo y último capítulo (“Borges the post-orientalist. Selected writings of the 1970s and 1980s”, pp. 155-174), como su propio título indica, es un recorrido por diversos escritos de la última etapa en cuanto afecta a lo oriental, y en él Fiddian defiende una visión de Borges como “posorientalista”, es decir, una posición contraria al orientalismo definido por Said en su conocida obra de 1978. Para ello comienza examinando el poema “El Oriente” (en La rosa profunda, 1975), que para el autor es una deconstrucción o metarre- presentación de otras versiones del Oriente (incluida la orientalista) (p. 157); algo similar se da en la conferencia “Las mil y una noches” (publicada en 1980 en Siete noches), donde Borges dejó dicho aquello de que “la cultura occidental es impura en el sentido de que sólo es a medias occidental” (por sus raíces no sólo griegas, sino también judías). Aquí Borges discrepa de la visión tradicional del Oriente y asegura que los pueblos de esta región no se ven a sí mismos como “orientales”, sino como persas, indios o malayos. Análogamente, afirma -en una declaración sin duda polémica- que tampoco existe la identidad latinoamericana, por lo que prefiere la denominación “sudamericanos” para referirse a un conjunto reducido de países del Cono Sur (p. 160).
El resto del capítulo está dedicado a varios poemas de La cifra (1981) y a Los conjurados (1985). En La cifra se repara especialmente en textos como “Aquél”, “Ronda”, “El acto del libro” (que naturalmente se pone en relación con los otros ensayos borgianos sobre el Quijote) y, de un modo más profundo, en dos textos de tema japonés: “El forastero” y “Nihon”, a los que Fiddian dedica casi ocho páginas, para poner de manifiesto el interés de Borges en que los lectores occidentales nos veamos a nosotros mismos como nos ven los otros (p. 166). En el caso de Los conjurados, el foco se coloca en tres textos: en “Milonga del muerto”, una reflexión sobre la gue rra de las Malvinas, que tiene su eco en “Milonga del infiel”, evocación de un episodio histórico de la Argentina del siglo XIX, y finalmen- te en el breve texto en prosa “Los conjurados”, dedicado a Suiza (y a Ginebra, “una de mis patrias”, en palabras de Borges). En su conclusión, Fiddian afirma que esta narración apunta a un orden futuro en el que se disolverán las naciones y los nacionalismos y, con ellos, ese individuo que se llama “Borges”, cuya conciencia e identidad han sido conformadas por la acumulación de planos personales, nacionales e internacionales (p. 174).
Como decía al principio, la última sección de conclusión, titulada “Borges, politics, and the postcolonial” (pp. 175-191), es mucho más que un simple resumen de los contenidos del libro. El autor vuelve a recoger los hilos de su argumentación a partir de cuatro aspectos: la construcción o reconstrucción de la tradición cultural argentina; la identidad, tanto en su aspecto personal como nacional y regional; la historia, de nuevo en lo público y en lo privado; y las oposiciones entre occidentalismo y Occidente, y orientalismo y Oriente. Todo ello lleva a Fiddian a concluir que Borges es más que un “precursor poscolonial”, con lo que se adelanta varias décadas a Edward Said, como ya se ha dicho, toda vez que la obra toda de Borges, durante más de medio siglo, constituye un prototipo de la literatura y de la teoría poscolonial, “comparable in historical terms with writers such as James Joyce and Aimé Césaire and prefiguring the theoretical discourse of transnational critics such as Edward Said and Gayatri Spivak” (p. 189). En tal sentido, la interpretación que hace Fiddian en este libro no se dirige sólo a los lectores de las literaturas escritas en lengua española, sino a otros muchos, tanto a los de las lenguas europeas como a los de aquellas cuyas literaturas nacionales han ido surgiendo y consolidándose en las últimas décadas con figuras y obras de gran distinción. Por ello, este libro de Fiddian merece, a mi juicio, una buena difusión. Ojalá esta primera edición inglesa conozca pronto versiones en otras lenguas.