Introducción*
Este trabajo se integra en la investigación que estamos llevando a cabo sobre los antecedentes de la literatura gótica o de terror, género que se constituye a partir de la segunda mitad del siglo XVIII en Inglaterra (Ferreras 1973 y 1991; Carnero 1993; López Santos 2010) y que da lugar, posteriormente, a las letras fantásticas (Roas 2000; López Santos 2008). Se desarrolla en un momento histórico en el que ya no se cree en lo numinoso, lo que permite la recuperación de lo sobrenatural con una finalidad estética y de deleite (Lovecraft 2010; Llopis 2013; Ferreras 1973; Carnero 1983; Olavarría 1989; Glendinning 1994; Roas 2000; Martínez de Mingo 2004; López Santos 2008 y 2010, pp. 18-24; Sánchez-Verdejo 2013; Aldana 2017). En relación con lo dicho, todos los expertos avalan la existencia de ciertos precedentes que habrían marcado el camino conducente al género de terror1, aunque unos más cerca del horror que otros2.
Por su misma idiosincrasia, en España no se dio la misma eclosión de estas letras que en otros países europeos3, pero no se le puede negar una literatura gótica y fantástica, aunque en otra jerarquía, tal como han demostrado Roas (2000) y López Santos (2010), entre otros. Tanto si consideramos que en España faltó un mayor desarrollo del terror (Ferreras 1991), como si reconocemos que existieron representaciones del género (Díez de Revenga 2006; Roas 2000; López Santos 2010), es necesario indagar sobre aquellos textos anteriores a la decimoctava centuria que pueden considerarse de gran interés por la presencia de pasajes y elementos terroríficos; en definitiva, por su goticismo. En nuestro caso, nos centraremos en aquellas muestras en las que el horror sobrenatural colinda de algún modo con la magia. Como Lovecraft (2010) ha reconocido: el horror, la magia y la brujería están estrechamente relacionados; es más, aquél nace de éstas en gran medida.
El hecho de que hayamos optado por La cruel aragonesa de Antonio de Castillo Solórzano, relato cortesano incluido en las Jornadas alegres, de 1626, se debe a que el texto reúne, precisamente, ingredientes que tienen que ver tanto con la hechicería como con lo siniestro y mortuorio, con la monstruosidad y la crueldad, con el homicidio y la venganza y, por último, con lo espectral. Hay, evidentemente, otros textos llamativos con tales ingredientes, como ciertos pasajes de Varia fortuna del soldado Píndaro, de Gonzalo de Céspedes y Meneses, o La fuerza del amor, de María de Zayas. No obstante, La cruel aragonesa ha recibido menor atención y presenta ciertos aspectos que se hallan ausentes en otras obras que también pueden considerarse precedentes de la literatura gótica.
En el presente artículo se tratarán todos estos puntos, con el fin de reconocer la importancia del texto de Castillo Solórzano en cuanto al tema que nos ocupa. En posteriores trabajos se aportará, de forma más general, un panorama más amplio de los principales precedentes de las letras de terror, una vez analizadas pormenorizadamente las muestras más cruciales en distintos artículos.
La cruel aragonesa de Alonso de Castillo Solórzano
Evidentemente, La cruel aragonesa no es un relato de terror, pues el género todavía no existe como tal en el siglo XVII. Se trata de una novela corta sentimental de Alonso de Castillo Solórzano incluida en las Jornadas alegres, de 16264. Su núcleo, por tanto, es la relación amorosa entre doña Clara, la protagonista, y don García. Eso sí, la relación se inicia gracias a las artimañas de la joven, que decide arrebatarle el amado a su amiga doña Marcela. Tales tretas ya comienzan a definir a esta mujer, que actúa resueltamente y no renuncia a conseguir su objeto de deseo.
Sin embargo, don Artal, su pretendiente, desbarata el idilio con la ayuda de la criada Dorotea, mediante una maquinación que hace creer a don García que doña Clara no lo ama. La joven no comprende el rechazo de su enamorado, hasta descubrir el embuste, y aunque intenta recuperarlo, no lo consigue, puesto que en el ínterin él ha regresado junto a doña Marcela y van a casarse. La frustración de doña Clara, alimentada por la conciencia de injusticia, va creciendo en su interior y transformándose en crueldad y ansias de venganza.
Aquí es cuando comienzan a asomar los elementos góticos, cuyo punto de partida coincide con el momento en que doña Clara acude a una hechicera “que tenía fama de ser la mayor hechicera de la Europa, á quien declaró su agravio, ofreciéndole buena paga si la vengaba con muerte de don Artal, y Teodora” ( Castillo Solórzano 1909 [1626], p. 162)5. La mujer, que no se describe y que no posee más papel en la trama que ser la artífice, sin nombre y sin rostro, de la revancha de la joven protagonista, “codiciosa de la buena paga que doña Clara la ofrecía, la prometió dejarla vengada muy á su satisfacción. Y así la pidió que mirase qué género de muerte quería que les diese, si breve ó dilatada” (id.). Nada se aclara acerca de las capacidades de la mágica ni de los medios concretos que aplica para lograr sus propósitos6; solamente se especifica que, teniendo en su poder dos prendas de las potenciales víctimas, hizo sobre ellas sus conjuros (p. 163). Lo que sí sabemos es que en ningún momento se pone en duda la eficacia de sus artes. Así pues, ante las alternativas que se le ofrecen, doña Clara solicita que el final de sus enemigos sea dilatado, y así lo cumple la hechicera: “dentro de cuatro días los dos cayeron enfermos una tarde, á una misma hora. Y por espacio de un mes se les fué apurando la virtud, de tal modo que vinieron á perder las vidas, casi hechos unos esqueletos sin entender los médicos su mal” (p. 163).
Tras un mes de enfermedad, fallecen tanto don Artal como Teodora. Poco tiempo antes, había muerto también el padre de doña Clara, con lo cual queda dueña absoluta de sí misma y de sus bienes. Sólo se consuela de su dolor cuando descubre que sus oponentes han recibido su merecido. Lo que sucede a continuación supone la culminación del proceso de transformación de doña Clara en un monstruo:
Mas el día que vió muerto a don Artal, y Teodora, como estaba tan vivo en ella el deseo de la venganza se consoló de la pérdida de su padre; infundiéndosele en su femenil sujeto un afecto tan cruel que la hizo degenerar de su primero ser, manifestándolo en la misma noche que enterraron á los dos difuntos, con una acción la más inhumana que en historias antiguas y modernas se ha visto escrita.
De la iglesia donde don Artal y Teodora se enterraron, hizo aquella noche llamar al sacristán secretamente, á quien ofreció una buena dádiva, por que á la media noche le abriese la iglesia, y juntamente la bóveda donde los dos estaban sepultados (pp. 163-164).
La crueldad de la joven eclosiona de tal manera que todo su ser se metamorfosea y se vuelve capaz de las más grandes atrocidades. El primer paso consiste en llegar hasta el lugar donde habían sepultado los cuerpos de ambos finados, y el momento propicio para ello es la media noche. Ya en la iglesia, el sacristán “encendió una hacha para alumbrarles: á la bajada de la bóveda…; y mostrándole entre otras la caja que depositaba el cuerpo del malogrado don Artal, la abrió la misma doña Clara, descubriéndose el difunto cuerpo” (p. 164). A ese cadáver dedica la joven unas desagradables palabras y unos actos que implican la profanación más abominable:
Esto decía al mismo tiempo que con un cuchillo que llevaba hacía pedazos el hábito del seráfico padre San Francisco, con que don Artal se había enterrado, y luego la mortaja. El sacristán temeroso de perder el donativo que esperaba, no osaba irle á la mano en lo que hacía, y la criada nueva en su privanza tampoco, y así la dieron lugar los dos para que abriese al difunto por la parte del pecho y estómago; y sin darla horror y asco lo que hacía, metió la mano por la herida, sacándole el helado corazón, al cual viéndole en sus manos, dijo:
-Este fué el archivo que guardó tantos ofensivos pensamientos; que forjó tantas ignominias contra sus prójimos, y la aljaba de donde salían tantas ofensas para todos. Entre los cuales salió de esta aleve oficina, el rayo que desacreditó mi honor para que don García no fuere mi esposo.
Decía esto con tanta cólera y pasión, que parecía despedir centellas por los ojos; y de cuando en cuando, rabiosa, como la leona despojada de sus recién nacidos hijos, daba bocados en el difunto corazón… No bien satisfecha con lo que había hecho, quiso hacer otro tanto con el cuerpo de Teodora (pp. 164-165).
Hallamos, como se puede observar, el motivo medieval del corazón arrancado y comido, como también resalta Zerari (2014, p. 251) 7. Sin embargo, es Isabel de Riquer (2007) quien analiza en profundidad esta leyenda, en la que también se centra Marín Pina (2012). Vemos que siempre se repite de la misma manera: la dama recibe o ingiere el corazón del amante, por obra del personaje negativo de la trama, y lo hace de forma involuntaria; de hecho, al enterarse de lo sucedido, desfallece, o bien termina suicidándose. Se trata de un acto de crueldad de quien se opone a la relación de los enamorados. En esta ocasión, no obstante, la mujer que devora el corazón actúa de forma voluntaria y cruenta, con plena conciencia de lo que está haciendo, para que su venganza sea más palpable luego del acto precedente de profanación del cadáver. De la misma manera, Zerari (2014, p. 251) se refiere a las historias trágicas de Bandello8; en concreto, hemos de fijarnos en la novena novela, en la que aparece también el corazón comido: “De la crueldad de Pandora, dama milanesa, contra el propio fruto de su vientre, por verse desamparada de quien le avía engendrado”. En este texto, la dama protagonista se venga de su amante, Parthenopeo, por haberla dejado sola y embarazada9. Intenta abortar y, como no lo consigue, malpare y sacrifica al niño; incluso lo despedaza a dentelladas y toma entre sus dientes el pequeño corazón, órgano que da a comer finalmente a un mastín. Es evidente que la crueldad de Pandora supera a la de doña Clara10.
Volvamos al texto. Cuando el sacristán comienza a presenciar los abominables despropósitos de doña Clara, la increpa y le advierte que no dejará que siga adelante con semejantes actos de perversión, oposición que sólo acarrea su propia muerte a manos de la enajenada muchacha. No habrá consecuencias inmediatas para doña Clara, pero a partir de ese momento se ve aquejada de una gran melancolía: “Todo esto nacía de haber oído en su aposento todas las noches, después que se hizo la rigurosa crueldad en el cuerpo de don Artal y dado muerte al sacristán, unos dolorosos suspiros que no la dejaban dormir” (p. 168). Esto, sin embargo, no impide a la joven continuar cometiendo mayores agravios. El encuentro con don García reactiva su locura:
Y así volviendo á verse con la hechicera, la consultó su pena y prometió nuevo premio, si la vengaba de don García, recibiendo el daño su esposa, á quien él tanto estimaba. La experiencia de la buena paga por lo hecho, hicieron solícita en servirla á la impía maga y así la prometió darla gusto con mucho cuidado en lo que deseaba; fuese con esto á su posada, y con sus embustes11 y conjuros, invocando demonios hizo que dentro de seis días cayese doña Marcela mala en la cama, con los más intolerables y recios dolores en todos sus miembros que sujeto humano ha sufrido… Desta suerte pasó doña Marcela un mes, dejándola los intensos dolores hecha un cadáver, los cuales sufría la inocente señora con grande paciencia (pp. 171-172).
Tras el fallecimiento de su “amiga”, y ya casada con don Rodrigo, retoma la relación con su amado don García. Además, “quiso, pues, doña Clara conservar esta amistad con don García y que él no fuese señor de su voluntad, y así, acudiendo a los ilícitos remedios de la hechicera, la pidió hiciese de modo que don García la quisiese con grande extremo, sin divertirse con otra mujer” (p. 174). Así lo hace la malvada con sus “embustes diabólicos” (p. 175)12, de tal manera que el enamorado, ya fuera de sí, sólo encuentra dicha cuando se halla en presencia de la dama.
Este comportamiento temerario hace que el marido burlado descubra el adulterio y trame su venganza. El desgraciado final de la cruel aragonesa viene precedido de las voces que han estado acompañándola desde que cometió su primer crimen. Después, se apaga la lamparilla “con la violencia de un recio soplo que oyeron” (p. 180); posteriormente:
En esto cesaron por un rato los dolorosos suspiros, y doña Clara quiso entretener á su galán de aquel cuidado, y para ponerle en más obligación, para que la tuviese amor con más veras que hasta allí; le dió cuenta de cómo ella había sido la causa de la muerte de don Artal y Teodora, su criada, vengándose de la ofensa que los dos la habían hecho, levantándola aquel falso testimonio de que la había gozado, y últimamente le hizo relación de la inaudita crueldad que hizo en la bóveda con el difunto cuerpo de don Artal, por mitigar la cólera que contra él había concebido.
Al tiempo que estaba diciendo esto á don García, teniéndole absorto lo que la escuchaba, se oyó una dolorosa y dilatada voz al cabo de la pieza en que estaban, con que don García y su dama se quedaron helados de temor; y erizándoseles los cabellos se estuvieron inmóviles, sin poder hablarse palabra el uno al otro. Prosiguió con otras dos voces, diciendo á la tercera:
-Presto llegará el riguroso castigo que mereces.
Apenas se oyó esto, cuando al mismo tiempo abrieron la puerta de aquel aposento, y por ella entró don Rodrigo (pp. 180-181).
Don García consigue escapar, pero doña Clara es herida. Y al no poder el marido ofendido vengarse del amante, “redundó su enojo en la imprudente doña Clara, á quien quitó luego la vida á puñaladas13, sin darla lugar siquiera a arrepentirse de sus culpas, digno castigo de sus rigurosas crueldades” (p. 182)14. Don García será el único superviviente de este triángulo amoroso -y tomará el hábito-, puesto que don Rodrigo fallece por una grave e insondable enfermedad.
El propósito moral del relato no puede ponerse en duda15. Hay un castigo muy evidente tanto para doña Clara como para don Rodrigo, quien también fallece -si bien por causas naturales- sin poder completar su venganza. Don García no es condenado porque en realidad es un títere en las manos de doña Clara. Tampoco se comenta nada acerca de la suerte de la hechicera, pues se limita a cumplir un encargo, por lo que la culpa se transfiere a quien solicita sus servicios y no a la maga en sí, que es la que practica la magia negra, como evidencia el relato, totalmente efectiva.
La cruel aragonesa como antecedente de la literatura gótica
Comenzaremos este apartado haciendo referencia a lo expuesto hasta ahora sobre este texto, de mano básicamente de Zerari (2014) y alguna otra mención superficial hallada en estudios como el de Grouzis Demory y López del Barrio (2014).
El conjunto de los elementos más monstruosos o macabros que podemos hallar en este relato es lo que impulsa a Zerari a decir que el texto “forma parte de la vertiente grave del corpus cortesano” (2014, p. 244), junto con los Desengaños de María de Zayas y los “sucesos trágicos” de las Calenturas de amor de Luis de Guevara, “entre otras obras de tinte oscuro”, aunque asegura que las Jornadas de Castillo Solórzano no presentan la gravedad trágica de los novellieri y los novelistas franceses, lo cual avalamos tras la investigación que hemos llevado a cabo. Esta experta profundiza en el carácter monstruoso del personaje principal, y afirma: “No sería de extrañar que, además de horrorizados, los lectores del Siglo de Oro quedaran un tanto turbados ante las sugestivas imágenes generadas por la evocación de una feminidad tan intensa como transgresora” (p. 245)16, cuyo motor sería en un principio la curiosidad17, la cual generaría un amor fruto de la envidia y el orgullo, que desemboca en el dolor antes de transformarse en una pasión aniquiladora. Es la venganza, que deriva de dicha fuerza destructora, la que otorga a la novela corta un tinte sombrío, tomando como núcleo la figura de doña Clara y su animalización en la escena en que arranca y da bocados en el corazón de don Artal. Por ello, Zerari la ve como arpía, dama monstruo cuyo “peso textual es de carácter intertextual, por ser una figura no muy hondamente caracterizada, mas repleta del tenebroso carisma de toda una tradición artístico-literaria muy atenta a la feminidad, a la par que muy misógina” (p. 251)18. Zerari termina esa parte de su estudio aduciendo que este relato
Constituye, pues, una atrayente novela de oscura tonalidad. A pesar de su propósito moralizador…, el texto de Castillo Solórzano se presenta como una entretenida y atrevida historia de eros y thanatos llena de espectacular violencia y de erotismo intertextual. De hecho, si la novelita logra destacarse e incluso lucirse, es por medio de la fábrica de un monstruo mujer: una cruel del siglo XVII… La cruel doña Clara se presenta como una impresionante figura intermedia entre la furiosa trágica y la diabólica romántica y posromántica (p. 253)19.
Si nos hemos detenido tanto en esta aportación de Zerari, es porque no hay otro trabajo que estudie de modo tan particular, y exclusivamente, La cruel aragonesa. Por tanto, ha de servirnos como punto de partida para exponer las tesis que constituyen el núcleo del presente artículo. Una vez desgranados los principales argumentos que esta experta presenta, no es necesario volver sobre las mismas cuestiones que ella trabaja. Avalamos su planteamiento y sus afirmaciones, y a partir de ellos elaboramos nuestra aportación.
Ciertamente, doña Clara se perfila como un monstruo femenino. No posee una profundidad psicológica que la ponga al nivel de la Pandora de Bandello o de la Lucretia de Sansovino, pero el relato, en general, posee ciertos elementos que lo llevan a destacar sobre otras narraciones de la época. Zerari resalta básicamente la paulatina transformación de la protagonista en un engendro, desde un punto de vista moral, que hace gala de una crueldad desmesurada. Esta característica también aparece bien representada en la figura de Pandora, que es capaz de despedazar el fruto de su propio vientre como revancha contra su amante, al igual que Medea.
En La cruel aragonesa, a esa barbarie se unen otros aspectos de interés. El primero es el recurso de la hechicería20. Si bien su presencia no aporta oscuridad al texto, pues no asistimos a sus prácticas ni se incide en la figura que la ejerce, en el argumento se introduce la magia negra21. De hecho, en la obra se explicita que la hechicera alcanza sus propósitos (o, mejor dicho, los de su cliente) “con sus conjuros, invocando demonios” (p. 171). De esta manera, uno de los núcleos del terror para H.P. Lovecraft destaca especialmente en el relato, pues afirma: “El terror cósmico… fue, sin duda, un rasgo destacado de la rebuscada magia ceremonial, con sus rituales de invocación de demonios y espectros” (2010, p. 33). Se trata, además, de una acción efectiva, de la que no se duda en ningún momento y que no supone un choque con la realidad del lector, y ésa sería una de las características más genuinas de los antecedentes del género de terror, pues la creencia en lo preternatural forma parte del horizonte de expectativas del lector y se opone, por tanto, a lo que diría Todorov (1980, p. 68) acerca de la función tautológica de lo fantástico: que no tendría una realidad exterior al lenguaje. No se percibe escepticismo alguno, cosa que sí es habitual en las distintas muestras de la literatura gótica de los siglos XVIII y XIX, aunque es sobre todo el punto de vista del lector el que se transforma durante estas centurias.
El segundo es el pasaje del descenso a la bóveda, de noche (lo cual remite a los corredores y pasadizos que pueblan los castillos y mansiones propios de las narraciones de horror)22, con el consiguiente descubrimiento de las tumbas (lo cual supone la presencia de lo macabro y funerario)23, su profanación, el ensañamiento con el cadáver de don Artal, el acto de devorar el corazón (que acerca a doña Clara a la antropofagia propia de las brujas)24 y el asesinato a sangre fría del sacristán, así como la amenaza proferida contra la pobre sirvienta que acompaña a esta homicida.
El tercero tiene que ver con las voces espectrales que atormentan incansablemente a doña Clara y que le anuncian, justo antes de que suceda, que se acerca su castigo final25. Este augurio de lo que está por venir, mediante susurros fantasmales, aporta una dosis de terror complementaria al fragmento en el que don Rodrigo acecha a los amantes y se toma la justicia por propia mano, quitándole con fiereza la vida a su adúltera esposa.
Si comparamos La cruel aragonesa con otros textos que también pueden considerarse precedentes de las letras góticas26, no en su totalidad, pero sí en alguno de sus pasajes -nos referimos a la literatura de terror sobrenatural con ingredientes mágicos-, como la Silva curiosa, de Julián de Medrano (1583) 27, La fuerza del desengaño, en Sucesos y prodigios de amor, de Juan Pérez de Montalbán (1624), Varia fortuna del soldado Píndaro, de Gonzalo de Céspedes y Meneses (1626), La fuerza del amor, de María de Zayas, una de sus Novelas amorosas y ejemplares (1637), el suceso primero, Qué son dueñas, de las Intercadencias de la calentura de amor de Luis de Guevara (1685), nos damos cuenta de que, si bien todos estos textos aportan ingredientes fundamentales muy dignos de ser analizados, esta novela corta de Castillo Solórzano reúne varios elementos que, armonizados, le otorgan una especial relevancia en el estudio que estamos llevando a cabo.
En la Silva curiosa de Julián de Medrano, concretamente en los pasajes importantes desde el punto de vista terrorífico, el tema amoroso no alcanza relevancia. Tanto el género como la forma de concertar los motivos que nos interesan alejan esta obra de la que motiva nuestro estudio. Sí se incide mucho en lo siniestro y macabro, en las tumbas, cadáveres, incluso espectros, e igualmente comparece la magia negra, aunque no de forma que permita trazar demasiados paralelismos entre ambos textos. La crueldad y el homicidio, por ejemplo, se hallan ausentes. Por ello, no nos detendremos más en esta muestra.
La fuerza del desengaño de Juan Pérez de Montalbán es una narración sentimental del estilo de La cruel aragonesa, por lo que los puntos en común pueden ser más evidentes, desde el triángulo amoroso entre Narcisa, Valerio y Teodoro, hasta la gótica escena en que Lucrecia, amante despechada de Teodoro, intenta conseguir el corazón del difunto Andronio (asesinado por aquél) para dar a beber al esquivo amado sus cenizas mezcladas con vino, con la esperanza de recuperarlo. Encontramos, en efecto, otro caso de hechicería. Lucrecia va en busca de este ingrediente impulsada por una hechicera a la que ha recurrido, pero las artes mágicas a que iba destinado nunca llegan a ponerse en práctica -aunque son el resorte que permite el desarrollo del episodio oscuro y terrorífico. De hecho, el cadáver de Andronio impide que se concreten al levantarse de la tumba para increpar a la joven, que pronto se arrepiente de su comportamiento. Faltan aquí, con respecto a lo que podemos hallar en la novela corta de Castillo Solórzano, la funcionalidad de la hechicería y la crueldad monstruosa de doña Clara.
Es cierto, por lo demás, que el pasaje de la Varia fortuna del soldado Píndaro, en que el capitán Céspedes y don Francisco topan con una vieja que causa espanto, en medio de un bosque, de noche y durante una terrible tormenta, resulta francamente llamativo. La vieja es una hechicera que practica una potente magia amatoria -aunque su aspecto, el entorno en el que actúa, su capacidad para influir en el tiempo atmosférico y el uso de un muñeco de cera para conseguir su propósito llevan a pensar que podría ser catalogada más bien como una bruja-, y el hallazgo que hacen los protagonistas de cierto objeto que usa para sus artificios los pone en una situación de peligro -pero no hay asesinatos, como en La cruel aragonesa, ni profanación de cadáveres, ni crueldad alguna comparable con la de la muchacha zaragozana. Hay, además, un aspecto que destaca especialmente en el texto: al final de este episodio se deja muy en claro que todo lo sucedido sirve para aleccionar al personaje principal, quien se mostraba escéptico ante la posibilidad de esta clase de acontecimientos. Este tipo de episodios suele aparecer con mucha frecuencia en las posteriores letras de terror, pues lo sobrenatural irrumpe en los relatos cuando se ha dejado de creer en lo numinoso28.
La fuerza del amor de María de Zayas interesa en la medida en que, nuevamente, es el desamor el que conduce a la mujer a buscar remedio a sus males en la hechicería. Nunca ejecuta ella misma los hechizos, sino que se apoya en otras que son diestras en estas artes. Aquí, como en el caso de Juan Pérez de Montalbán, el acto mágico no llega a concretarse, pero la búsqueda de los elementos necesarios -o supuestamente necesarios, pues muchas veces se tilda a las hechiceras de embusteras- desemboca en el episodio que nos permite considerar estos textos como antecedentes de las letras góticas. Por ello termina Laura en un humilladero donde se encuentran los cuerpos de los ahorcados, pues ha de ser ella misma quien se provea de barbas, cabellos y dientes de estos ajusticiados -sólo así podrá volver a atraer a su marido, quien, además de tener una amante, la maltrata. Esta situación tiene lugar durante una noche especialmente tenebrosa, en la que sale embozada y sola para terminar paseándose entre finados. Sin embargo, no está presente la fuerza de doña Clara, su carácter vengativo, su falta de escrúpulos a la hora de optar no por la magia amatoria, sino por la magia negra, para hacer morir a quienes la han ofendido. Laura no tiene contacto directo, finalmente, con los ahorcados, así que no hay profanación de cadáveres ni aplicación de violencia, en ellos o en algún otro personaje.
Para terminar con este breve repaso, comentaremos sucintamente Qué son dueñas, de Luis de Guevara, ya que las relaciones amorosas también son clave, como en las narraciones anteriores, y la hechicería está presente en su dimensión de maleficio, puesto que, con sus ardides, la dueña Gómez no sólo ha terminado con el matrimonio de doña Engracia y don Blasco, sino que también está a punto de acabar con la vida de doña Luisa, prima de la protagonista, por medio de unos hechizos29. El pasaje cuyo ambiente invoca el espanto se intercala cuando don Ramiro, valedor de Engracia, regresa a Jaca y entre “negras nubes y horribles sombras” (2018 [1685], p. 256) topa con un bulto: la dueña moribunda, quien confiesa todos sus actos y desvela cómo doña Luisa puede recuperar la salud. Al amanecer, sin embargo, don Ramiro sólo ve la mula de la dueña Gómez revolcándose en su propia sangre y, cerca, otro lago de sangre con señales de que alguna persona ha estado tendida sobre él. Parece que se trata de un horrendo suceso que puede tener que ver con lo fantasmal, aunque no se dan más detalles. Gómez es la causante de todos los males de la historia, aunque no llega a la talla de doña Clara.
Vistas las razones de la elección de La cruel aragonesa para un estudio independiente del texto, trataremos a continuación todas las características que cumple la narración para poder, efectivamente, hablar de goticismo. En primer lugar, iremos mencionando cada uno de los requisitos aportados por Carnero (1993, pp. 525-527); en segundo, realizaremos las especificaciones necesarias con respecto al texto que nos ocupa:
Época preferentemente remota, abunda el medievalismo, aunque no es requisito imprescindible. En La cruel aragonesa el tiempo no se especifica, pero suele ser contemporáneo. Como ese pasado remoto no es cuestión indispensable, que este ítem no se cumpla no tiene demasiada importancia.
Lo terrorífico moral está representado por el tirano gótico, que practica sin pudor el asesinato, la tortura, los castigos corporales y los abusos sexuales. El tirano gótico, que por lo regular es quien atormenta a la protagonista del relato y le inflige daño, no está presente en esta novela corta, pues no se puede considerar a don Artal tal tirano. En todo caso, más bien habría que hablar de tirana en referencia a la figura de doña Clara, cuyo comportamiento revela tales características. Existe, podemos concluir, una tiranía de la joven aplicada en los personajes tanto de doña Marcela como, sobre todo, de don García. Pensemos, además, que doña Clara es homicida, directamente porque asesina al sacristán a sangre fría, e indirectamente en los casos de don Artal, Teodora y doña Marcela. No duda tampoco en descargar su ira en un cadáver, arrancarle el corazón y devorarlo. Por último, podemos considerar también que abusa de don García en cuanto que lo manipula por medio de hechizos, y él no es libre, al final del relato, para decidir si quiere o no pasar tiempo con la joven.
Los héroes o personajes positivos carecen de la fuerza o entidad de los malvados. Solución del conflicto por un “deus ex machina”. En efecto, los actantes positivos, como doña Marcela, resultan superficiales. Evidentemente, con toda su carga de crueldad, es doña Clara el personaje del relato con mayor fuerza. Don García, al igual que doña Marcela, también podría considerarse, a fin de cuentas, una figura positiva manipulada por doña Clara. Efectivamente, el desenlace no viene propiciado por este personaje, sino por el marido despechado que actúa. Don García se encuentra bajo un hechizo de amor y no vuelve en sí por sus propios medios; se libra de esta situación de control por la intervención de don Rodrigo, que es quien provoca el trágico final.
Entre los personajes secundarios aparecen los que se encuentran fuera de la ley o marginados. Aquí sólo las criadas podrían desempeñar un papel semejante, sobre todo si pensamos en Teodora, quien no da muestras de tener ningún reparo ante el engaño de que su señora es víctima. No obstante, no se puede considerar a las sirvientas como figuras marginadas o fuera de la ley. Por ello, este requisito no se cumple.
La heroína atribulada es el principal resorte de las emociones que pretende suscitar este tipo de literatura y sufre todo tipo de horrores. En este caso, no se puede hablar de heroína, sino, como ya hemos dicho, de tirana. No hay ninguna heroína atribulada en el texto, pero la gran víctima femenina de la historia sería, sin duda, doña Marcela.
Presencia de lo terrorífico natural: fuerzas desencadenadas de la naturaleza, cavernas, bosques… En el texto no hallamos tormentas ni tempestades, tampoco grutas ni zonas montañosas o bosques. Por lo tanto, no está presente lo terrorífico natural.
Presencia de lo terrorífico arquitectónico: castillos, conventos, ruinas, pasadizos, criptas, cementerios… Sí encontramos en La cruel aragonesa la bóveda (dentro de la iglesia) a la que desciende doña Clara en busca de los ataúdes, por lo que se puede hablar de cripta o cementerio.
Presencia de lo terrorífico sobrenatural: fantasmas, cadáveres, magia negra, intervención del diablo… Este requisito se cumple sobradamente, pues no sólo los fantasmas comparecen, al menos a través de los suspiros y gemidos; de la misma manera, se profana el cadáver de don Artal y está presente lo macabro y mortuorio. Por último, la magia constituye un núcleo fundamental, al provocar tres muertes y un comportamiento enajenado en don García por obra de los hechizos amatorios.
Presencia de lo terrorífico religioso: anticlericalismo, torturas, condenas, castigos, inquisición… No asistimos a una condena pública de doña Clara, pero sí al castigo, por la finalidad moral del relato. De ahí que don Rodrigo tienda una trampa a su esposa y a don García, y embista a puñaladas, con ensañamiento, a la adúltera. Eso sí, también don Rodrigo muere, aunque a causa de una enfermedad, y no puede dar caza a don García, el único que consigue escapar de la muerte.
En síntesis, se podría decir que de los nueve requisitos expuestos por Carnero se cumplen seis. Sin embargo, como el primero no se considera indispensable, en realidad serían seis de ocho -hay que tener en cuenta que el quinto no lo encontramos como tal, sino con variantes. Por lo tanto, existen suficientes elementos como para hablar de un marcado goticismo en la obra.
Pasemos a continuación a comprobar en qué medida se ajusta La cruel aragonesa a los parámetros marcados por López Santos (2008a) en relación con el argumento, los personajes, el narrador y las coordenadas espaciotemporales. Procederemos del mismo modo que en el caso anterior:
Argumento como sucesión de enigmas; todo elemento de la narración parece esconder algo, causalidad oculta, presencia de algo misterioso que se presenta como desconocido, ambigüedad con respecto a lo sobrenatural; escenografía de elementos espeluznantes; exploración del sentimiento del miedo. Dos grandes pilares temáticos: muerte (ahí estaría el fantasma) y dolor físico (asesinatos, torturas y agresiones) y moral (mediante temas prohibidos como el triángulo amoroso)30. Como no estamos ante un texto que pertenezca al género gótico, no hallamos ni el misterio ni el enigma; tampoco la ambigüedad en cuanto al elemento sobrenatural; la escenografía está poco trabajada (se le presta más atención en otras obras precedentes que hemos mencionado más arriba), y causar miedo no es lo que pretende el relato. No obstante, sí están presentes los dos pilares temáticos, tanto la muerte como el dolor. La primera no solamente por las voces o gemidos espectrales que persiguen a doña Clara, sino también por los homicidios perpetrados y por su ensañamiento con el cuerpo de don Artal. El segundo, tanto en su vertiente física por los asesinatos y la tortura -que supone el lento consumirse de sus enemigos por acción de la magia- como en su dimensión moral, ya que se presentan dos triángulos amorosos, el de doña Marcela, don García y doña Clara, y el de doña Clara, don Rodrigo y don García, que termina con el castigo final del personaje principal, por adulterio y por todo el daño causado a otros. Añadiremos aquí el dolor o daño moral provocado por el hecho de recurrir a la magia demoníaca. Si bien es la hechicera quien arriesga personalmente su alma, doña Clara representa la intención.
Actores del relato (siempre fijos y estereotipados): el villano, verdadero protagonista de las novelas góticas (seres perturbados y satánicos, que rompen con los valores establecidos); la mujer fatal (perversa, dominante y atroz, se rinde a las maldades del mundo, su comportamiento afecta a la débil y angelical heroína); el caballero (apuesto galán que pretende la mano de la heroína, agraciado y virtuoso); la heroína (representante de todas las virtudes y bondades, suele aparecer en un segundo plano, expuesta a las maldades del auténtico protagonista, que es el villano). En esta novela corta, se podría decir que el villano y la mujer fatal se han conjugado para dar lugar a doña Clara, aunque también podríamos prescindir del villano y apostar únicamente por la mujer fatal, pues la joven cuenta perfectamente con las características de este tipo. El caballero, sin duda alguna, sería don García, quien no siempre se comporta como tal, dado que se deja seducir por doña Clara con facilidad y abandona a doña Marcela. La heroína, habida cuenta de que puede quedar en un segundo plano, en todo caso sería doña Marcela.
El narrador suele perfilarse como testigo de los hechos para dar credibilidad a la historia, pero no deja de ser un narrador omnisciente tradicional. Se muestra normalmente algo escéptico ante lo insólito del relato. El narrador de La cruel aragonesa, evidentemente, no se muestra como un testigo directo ni duda de lo expuesto por su carácter insólito -por la presencia de lo preternatural-, pues nos hallamos en la segunda década del siglo XVII. Eso sí, es omnisciente.
Coordenadas espaciotemporales: espacio terrorífico que posee gran entidad, lugares concretos como el castillo, el monasterio o la abadía; tiempo pasado remoto y oscuro, preferentemente medieval; tiempos internos a veces inconexos entre sí; tiempo más bien psicológico. En esta obra, el espacio terrorífico se halla ausente como tal, con la fuerza y la relevancia que posee en las muestras representativas del género. Sin embargo, aunque no topamos con castillos, monasterios ni abadías, sí lo hacemos con la iglesia en la que se encuentra la cripta; el descenso a la bóveda sí cumple con estos principios, pero la descripción del escenario está ausente. El tiempo no es pasado, remoto, oscuro y mucho menos medieval, como ya advertíamos anteriormente, y hay un orden cronológico en la concatenación de sucesos que conducen al desenlace, por lo que este parámetro no se cumple.
En definitiva, podemos resaltar la presencia en el texto de los dos grandes pilares temáticos y de algunos de los personajes imprescindibles en la narrativa gótica, con sus variantes, claro está. En cuanto al espacio-tiempo, nos acercamos a uno de los escenarios góticos en el pasaje de la bóveda, nada más. Aun así, hay una cantidad suficiente de elementos como para hablar de goticismo.
Para terminar, sólo resta añadir un par de observaciones importantes que avalan el carácter terrorífico de la novela corta de Castillo Solórzano. La primera tiene que ver con la curiosidad a la que se refería Zerari (2014, p. 246) como resorte, que lleva a doña Clara a querer saber más sobre don García, y que tan importante es para Castillo (2010) a propósito del horror barroco. Este afán por saber lo precipita todo y es un factor que destaca en relación con lo terrorífico. La segunda se deriva de los pilares temáticos ya discutidos: se trata de la violencia, que tiene que ver, por supuesto, con el dolor físico; pero Martínez de Mingo (2004, p. 17) le otorga la suficiente entidad como para resaltarla nuevamente, dado que tal violencia comparece en varios momentos del relato, por parte de doña Clara y contra la propia joven.
Conclusiones
Tras el estudio planteado, podemos concluir que La cruel aragonesa, al igual que otros textos con los que la hemos puesto en relación, reúne ciertas características o requisitos de entre los marcados por dos especialistas de la talla de Guillermo Carnero y Miriam López Santos que permiten hablar de un goticismo indiscutible. Es más, se debería incluir entre los relatos que hemos dado en denominar pseudoterroríficos31, que presentan un número suficiente de elementos espeluznantes, pero no se pueden considerar integrantes del género. Las novelas cortas del siglo XVII ofrecen ejemplos de diferentes acercamientos al terror, si bien a veces solamente en algunos de sus pasajes. Si nos hemos concentrado en la historia protagonizada por la zaragozana doña Clara es, como ya hemos argumentado a lo largo de este trabajo, porque en el texto confluyen diversos elementos que no suelen aparecer de forma conjunta en otros relatos: la perversidad de la protagonista, que estalla a partir de un desengaño amoroso; el afán de venganza; el recurso a la hechicería con un fin homicida; la apertura de una tumba y el ataque furioso a un cadáver, con el consiguiente motivo del corazón comido -lo cual lleva a hablar indefectiblemente de violencia, aunque sea contra un finado-; la voluntad de dominio y manipulación del amado -por medio de la magia amatoria-; el horror de la sangrienta revancha perpetrada por don Rodrigo, y las voces espectrales.
La cruel aragonesa de Alonso de Castillo Solórzano es, por tanto, una narración que la crítica ha visto casi sistemáticamente con indiferencia. Sólo Zerari (2014) le ha prestado realmente atención al dedicarle todo un trabajo; el resto de menciones, dispersas en distintas investigaciones, son de carácter superficial y suelen centrarse en algún punto muy concreto. Y puesto que no hay una edición crítica de las Jornadas alegres, y al día de hoy sólo disponemos de la versión que recoge González de Vega (2015) en su antología, cuyos textos no están anotados, no contamos siquiera con una aproximación a la novela por parte de ningún editor. Quizás a ello se deba que la obra no se haya estudiado como merece.
Por lo demás, la obra resulta muy sugerente en lo que toca a la mujer monstruosa, cruel y despiadada, que aquí, más que víctima, es verdugo, aunque al final reciba el correspondiente y obligado castigo. Indudablemente, esa feminidad terrible despierta el interés, pero se debe advertir que la relevancia del relato es mucho mayor de lo que parece a simple vista y a la poca luz de las aportaciones de que disponemos en este momento. Doña Clara no es únicamente una mujer fiera y vengativa, un monstruo, sino también una figura que, a pesar de no presentar la profundidad de personajes como Pandora o Lucretia, refleja la fusión entre el villano gótico y la mujer fatal de la posterior literatura de terror. La cruel aragonesa se adelanta así a su tiempo. No es la única novela corta que lo hace, pero sí la única que presenta esta combinación tan genuina de ingredientes góticos. Por todas estas razones, se perfila como una obra que habría que desempolvar para estudiarla más concienzudamente y para restituirle el valor que merece.