En Discípulos y maestros 2.0, Wilfrido H. Corral presenta una investigación detallada sobre la novela hispanoamericana y “latinounidense” contemporánea -los políticamente correctos dirían “latinx”. El libro está compuesto por un breve “Preámbulo” de ocho páginas, seis largos capítulos -van de 80 a 102 páginas- y una “Conclusión” de sólo cuatro páginas.
A pesar del tenor antiteórico que se encuentra a lo largo de la obra de Corral, sería un error asumir que éste es un libro fácil, dirigido a un lector de a pie. Como ejemplo, tomo dos páginas al azar. En p. 49, uno encuentra referencias a Roberto Arlt, Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Paz Balmaceda, Víctor Zhirmunski, Philip Rahv, Henry James, Herman Melville, Mark Twain, William Faulkner, Ricardo Piglia; además de mencionar el Diccionario de la teoría de la narrativa, editado por Valles Calatrava. Y, en p. 178, hay referencias a Jacques Rànciere, Diego Cornejo Menacho, Horacio Castellanos Moya, César Aira y Carlos Granés. Éste es un libro erudito y denso, que presupone que el lector tiene un conocimiento amplio, no sólo de la literatura y crítica hispanoamericana, sino también de la española, francesa y, sobre todo, anglo-norteamericana. De esta última, Corral muestra un conocimiento exhaustivo.
Dicho esto, el título de Discípulos y maestros 2.0 podría hacer al lector esperar una monografía que estudiara, por ejemplo, el efecto de las novelas de García Márquez en la obra de las “garcíamárquinas” (sic) “Restrepo… Allende, Buitrago” (p. 349). (A esta lista de discípulos del novelista colombiano, se podría añadir a los realistas mágicos andinos Manuel Scorza y Eduardo González Viaña, además de sinnúmero de autores chicanx y latinx). A pesar de que el estudio ofrece comentarios muy pertinentes sobre las relaciones entre generaciones, como entre autores específicos, Discípulos y maestros 2.0 tiene otro propósito: “Mi valoración comienza preguntando, entonces, no qué es circunstancial en la novela hispanoamericana de hoy sino qué es central y provee plenitud, y para quién, concentrándose en escritores representativos” (p. 13). En otras palabras, el énfasis, más que en las relaciones entre “maestros” y “discípulos”, está puesto en analizar a los “discípulos”, los escritores posteriores al Boom.
Eso no quiere decir que el libro no contenga comentarios pertinentes sobre “el canon” narrativo latinoamericano, o sea, sobre los autores que han logrado el título de “maestros”, aunque no hay una lista a lo Bloom que señale qué libros y autores han logrado entrar en este grupo. Eso sí, Corral se refiere a “los clásicos del Boom” (p. 24) y a algunos predecesores ilustres como Borges y Rulfo (p. 24), y hacia el final del libro, hay una breve lista de autores actuales que deben ser emulados por los nuevos discípulos, ya que han logrado convertirse en maestros, o están cerca de hacerlo: “Sus modelos deben ser el chileno [Bolaño], [Alejandro] Zambra, [Juan Gabriel] Vásquez, [Rita] Indiana (que escribe la novela del futuro según Chirinos), y quizá [Ariana] Harwicz y [Mónica] Ojeda” (p. 546).
En mi opinión, el libro muestra una cierta sobrevaloración del, por cierto, gran novelista chileno. De hecho, para Corral, “toda narrativa que no se centre, como la de él, en la experiencia del nomadismo lingüístico transcontinental, el terrorismo de estado, la naturaleza artesanal y lúdica de la literatura, el exilio voluntario a Europa, o muestre temor de serrucharle el piso a lo políticamente correcto con gran humor, se percibiría como marginal o inexistente” (p. 13). Y en un momento que resulta sorprendente, al escribir sobre “Dante, Joyce y Bolaño”, el crítico ecuatoriano equipara al autor de 2666 con dos de los mayores nombres del canon occidental. A pesar de la centralidad de Bolaño en los criterios evaluativos que señala Corral, el autor chileno no se convierte del todo en una regla canónica con la cual medir a los autores “nuevos”, aunque ninguno parece acercarse a su nivel: “Por eso la crítica debe concluir que ella misma es arbitraria, y no solo por admitir un sinnúmero de contraargumentos. Estos tienen una relación con cómo se interpreta la nueva (llamarla «joven», «última» y «reciente» es igualmente difuso, relativo y subjetivo) narrativa en su cultura de producción, o donde más se comercializa, y por estas ambivalencias un gran número de autores desfila por este libro” (p. 14).
Esta arbitrariedad está ligada a la dificultad que existe hoy en día para hablar de discípulos y maestros. Como señala Corral: “En principio una obra maestra engendra otras, y si el término es relativamente moderno, importa poco a sectores sociales poco literarios, y está ligado a la tradición y gremio artesanal occidental, que exigía a todo aprendiz que demostrara su excelencia en la práctica del oficio, para que luego pudiera ser llamado «maestro», y formar aprendices” (p. 472). Implícito en este comentario se encuentra el hecho de que en el medioevo tardío, una obra maestra era, como se sabe, “una pieza artesanal que debía realizar todo oficial que quisiera acceder a la categoría de maestro”. La categoría de maestro se determinaba por aquellos artesanos que ya habían sido capaces de probar y demostrar sus habilidades técnicas, quienes recibían la anuencia de los gremios para tener discípulos que servían, por cierto, como asistentes, e inclusive como mano de obra barata. Así, crear una obra maestra daba al artesano el derecho a enseñar su oficio a los aprendices. Este sistema entró en crisis en el Renacimiento y, claro, murió en la modernidad. Por un lado, hoy esperamos más que la destreza técnica para que una obra sea considerada “maestra”. Y, a la vez, los criterios utilizados para evaluar las obras literarias son mucho menos claros que los criterios técnicos de los gremios premodernos. Hablando de literatura, y en particular de la novela, el hábil uso del “discurso libre indirecto”, por ejemplo, no basta para que un texto alcance categoría de obra maestra. De hecho, carecemos de criterios unánimemente aceptados que determinen sin dificultad cuándo una obra ha logrado hacerse con tales honores. Los problemas que presentan las teorías del “canon” -de Harold Bloom a Josu Landa- ilustran bien esta carencia de criterios universales e inequívocos.
Además, la relación entre el maestro como creador de una obra preeminente y el maestro como individuo capacitado que enseña su disciplina a principiantes también se ha roto. Por más que sea imposible establecer criterios absolutos para identificar las obras maestras, hay autores cuyas obras han merecido tal categoría, y que, sin embargo, no tuvieron discípulos (por lo menos directos). Martín Adán, autor de La casa de cartón (1928), y el también peruano Gamaliel Churata, autor de El pez de oro (1957), serían ejemplos de maestros sin discípulos, puesto que sus innovaciones no tuvieron resonancia, por lo menos directamente, entre los jóvenes escritores. En cambio, Isabel Allende o Arturo Pérez-Reverte, a quienes muchos consideran sólo autores de best-sellers, ejemplificarían a los novelistas sin obras maestras, pero, eso sí, con no pocos discípulos. Y claro, la proliferación de talleres literarios, los cada vez más numerosos cursos universitarios, incluso los MFA, etc., con frecuencia están dirigidos por escritores que no han producido texto alguno que se acerque a la obra maestra.
Así, en lugar de buscar constituirse en canon de maestros o en monografía acerca de las influencias específicas de maestros ya establecidos sobre los “nuevos”, Discípulos y maestros 2.0 usa este tema como hilo de Ariadna que ayuda a Corral a entrar y salir del laberinto que, como toda tradición literaria, es la narrativa hispanoamericana. Cada capítulo constituye una investigación que, si bien trata sobre un tema discreto, muestra lazos con los comentarios hechos en capítulos previos del libro, y se abre a un sinfín de temas relacionados.
Luego de una breve introducción que enfatiza el surgimiento de numerosos nuevos escritores, el primer capítulo, “De la novela del cambio del siglo a la actual: los «clásicos» resemantizados”, estudia la presencia de los autores del Boom y otros maestros en la narrativa contemporánea. En particular, Corral destaca el contexto cultural y social actual, caracterizado por la comercialización de la literatura y su efecto entre los autores asociados con McOndo y el Crack, así como entre los colombianos Héctor Abad Faciolince y Jorge Franco. Además, este capítulo discute la posible categoría de maestros de los novelistas argentinos César Aira y Ricardo Piglia. De hecho, Discípulos y maestros 2.0 se aleja por mucho de una celebración inequívoca de la novela actual. Por ejemplo, comparando a Bolaño, César Aira y al muy anterior Humberto Salvador con algunos conocidos nombres actuales, Corral señala que “lo peor de Bolaño, Salvador, Aira y otros… siempre será más cautivador que lo mejor de la mayoría de los ungidos en Palabra de América” (p. 58)1.
“Recepción artificial: novelistas nómadas y globalifóbicos. Problemas generacionales”, el segundo capítulo, trata sobre las dos tendencias que Corral considera más características de la literatura latinoamericana, aunque cabe notar que el crítico ecuatoriano no las ve como estáticas, pues señala que “cada secta exhibe preferencias temáticas o cruces que cambian con los años” (p. 104). En cuanto a los nómadas, Corral añade: “El nomadismo es un arma de doble filo, en que algunos autores, generalmente autoexiliados en Europa o Estados Unidos (lugares en sí definidos por el cruce de sus exilios), retoman un cosmopolitismo temático frontalmente, con el resultado paradójico de que sus obras tienen poco impacto en el exterior donde a veces viven” (p. 105). Entre estos autores nómadas y sus obras, se encuentran Jorge Volpi (En busca de Klingsor, 2000), Sergio Galarza (Paseador de perros, 2008) y Catalina Murillo (Tiembla memoria, 2016). Por lo demás, respecto al segundo grupo, Corral señala: “Con «globalifóbicos» me refiero menos a una temática restringida, u oposición al neoliberalismo o compromiso localista mal fundado, y más a una relación problemática con el mundo editorial e intelectual fuera de sus países de origen, que es el caso de varios argentinos más apreciados en España (Marcelo Luján, 1973) y de algunos autores andinos valiosos” (p. 106). Tal vez el más destacado de estos autores andinos sería, para Corral, el novelista ecuatoriano Diego Cornejo Menacho, a quien se refiere a lo largo del estudio.
El tercer capítulo, “La crítica española, el Boom olvidado, el testimonio de los discípulos”, analiza la recepción española de la literatura hispanoamericana, tomando como punto de partida la conocida antología crítica La llegada de los bárbaros (2004), coordinada por Jordi Gracia y Joaquín Marco, que pasa revista a los autores de los años sesenta, algunos predecesores (Borges, Onetti) y continuadores (Scorza). De hecho, para Corral, éste es un libro fundacional, y advierte que “será difícil encontrar en el futuro un volumen individual o colectivo mejor armado y cuidado, inteligentemente conceptualizado y fundamentalmente exhaustivo” (p. 203). El capítulo continúa con un detallado repaso a otros textos críticos, como los de Eduardo Becerra e Ignacio Echevarría, y periodísticos, como los de Winston Manrique Sabogal en Babelia, publicados durante las últimas décadas. Además, toma en cuenta los comentarios de los propios autores reproducidos en entrevistas y libros, incluida la ya mencionada Palabra de América. Para Corral, el examen de estos textos “se debe a la continua importancia de la cultura literaria española para definir los orígenes de la hispanoamericana de las dos últimas décadas” (p. 214).
En “Literatura en la literatura: los últimos cien años y los maestros”, Corral analiza la evolución de la “narrativa ensimismada”, como la llama él, desde sus inicios (Henry James, la vanguardia) hasta autores de hoy, tanto “maestros” (Coetzee o Vila Matas) como discípulos (Fresán, Bellatin, Roncagliolo). Corral se muestra escéptico en cuanto a los logros de esta variante de la novela actual, como se evidencia en las implicaciones que tiene el adjetivo con que la califica. Sin embargo, es consciente de que, en 2018, “esos ejercicios ya no son considerados marginales o derivativos del lenguaje y comunicación literaria, sino una función central de aquel; o una preocupación específicamente contemporánea, como comprueban numerosos narradores hispanoamericanos de la segunda y tercera década del siglo pasado” (p. 361). Además, autores como Zambra, “un narrador muy original” (p. 366), y Carlos Franz, así como los “maestros” ya mencionados, escriben metaficción de valor.
Discípulos y maestros 2.0 continúa el estudio del ensimismamiento de la literatura actual en el quinto capítulo: “Narrativa del selfie: novelas ejemplares y la Generación «me gusta»”. Aquí, siguiendo a Juan Marinello -quien en 1936 había señalado a La vorágine (José Eustasio Rivera, 1924), a Don Segundo Sombra (Ricardo Güiraldes, 1926) y a Doña Bárbara (Rómulo Gallegos, 1929) como “novelas ejemplares” de la narrativa de su época-, Corral identifica a Todos los Funes (2004), de Eduardo Berti, Basura (2000), de Héctor Abad Faciolince, La obra literaria de Mario Valdini (2002), de Sergio Gómez, El libro flotante de Caytran Dölphin (2006), de Leonardo Valencia, y Las segundas criaturas (2010), de Diego Cornejo Menacho, como representantes de la narrativa actual. Pero, como sucede en otros capítulos, Corral utiliza estas obras como punto de partida para escribir sobre muchísimos otros autores y libros, incluidos Guillermo Martínez y La muerte lenta de Luciana B (2007), William Carlos Williams y The Great American Novel (1923), Anthony Powell y Dance to the Music of Time (1951-1975), además de Enrique Lihn y La orquesta de cristal (1976).
El último capítulo, “Encontrados en la traducción: algunos discípulos «latinounidenses»”, se concentra en la literatura escrita en Estados Unidos por autores de ascendencia latinoamericana. La originalidad del acercamiento de Corral radica en que se fundamenta en la idea de la traducción para su análisis. Como señala el crítico ecuatoriano: “En este sentido la traducción es un asilo literario para el narrador que escribe directamente en español, mientras que es una especie de exilio comercial para el latino que escribe directamente en inglés sobre una cultura que por lo general no ha vivido directamente, solo en su versión estadounidense, o a través de viajes esporádicos o peregrinaciones rituales” (p. 467). Luego de estudiar a numerosos autores latinx y latinoamericanos, como Daniel Alarcón, Ernesto Quiñonez o Valeria Luiselli, quienes escriben principalmente para un público anglófono, Corral concluye que “[Junot] Díaz sigue al frente” (p. 515).
El libro termina con unas brevísimas “Conclusiones”, en las cuales Corral declara a “la novela de hoy un documento viviente que crea plataformas estéticas y políticas lo suficientemente amplias como para darles a futuras generaciones laxitud para tomar decisiones” (p. 550).
Discípulos y maestros 2.0 es, en suma, un libro monumental, y no sólo por sus 610 páginas, sino por la destreza crítica que exhibe Corral a lo largo de sus lecturas. No se conforma con estudiar un número impresionante de autores hispanoamericanos actuales, repertorio en el que incluso figuran nombres que han pasado inadvertidos por la crítica, como Cornejo Menacho; también se acerca a textos algo olvidados, algunos clásicos, como La novela y la vida. Siegfried y el Profesor Canella, la única novela escrita por José Carlos Mariátegui, y no tan clásicos, como Mi viaje a la Argentina, de Vargas Vila. Por tales motivos, Discípulos y maestros 2.0 constituye un texto indispensable para la comprensión de la novela hispanoamericana actual.