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Nueva revista de filología hispánica

versión On-line ISSN 2448-6558versión impresa ISSN 0185-0121

Nueva rev. filol. hisp. vol.70 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2022  Epub 15-Ago-2022

https://doi.org/10.24201/nrfh.v70i2.3816 

Notas

Folklore y pedagogía. Carolina Poncet, José María Chacón, Ramón Menéndez Pidal y el romancero cubano

Folklore and pedagogy. Carolina Poncet, José María Chacón, Ramón Menéndez Pidal and the romancero in cuba

1Consejo Superior de Investigaciones Científicas carmen.ortiz@cchs.csic.es


Resumen

En el contexto de la historia del folklore cubano y de las relaciones establecidas entre el diplomático y escritor José María Chacón y Calvo y Ramón Menéndez Pidal para mantener un cauce de relación intelectual continua entre Cuba y España a través de la Institución Hispano-Cubana de Cultura, se expone el viaje de Menéndez Pidal a Cuba en 1937. El exilio provocado por el inicio de la guerra civil española y el interés de Pidal por mantener en ese difícil momento el trabajo en sus proyectos de investigación, especialmente en el romancero americano, son los dos aspectos que se han analizado en el texto con respecto al viaje. Finalmente, se subraya la continuidad de la labor romancística en Cuba iniciada por Carolina Poncet y sus discípulas.

Palabras clave: romancero hispánico; exilio español; relaciones culturales; cultura popular; Institución Hispano-Cubana de Cultura

Abstract

Ramón Menéndez Pidal’s research trip to Cuba in 1937 is analyzed in the context of the history of Cuban folklore. Light is shed on his relations with the Cuban diplomat and writer José María Chacón y Calvo and on their efforts to maintain a continuous intellectual dialogue between Cuba and Spain through the Institución Hispano-Cubana de Cultura. The exile in which Menéndez Pidal was forced to live after the outbreak of the Spanish Civil War, together with his interest in pursuing his research projects, especially on the American Romancero, are the two main aspects of this article, which also attempts to underline how work on the Romancero in Cuba was continued by Carolina Poncet and her disciples.

Keywords: Spanish ballads; Spanish exile; cultural relations; popular culture; Hispanic-Cuban Institution of Culture

Organización de los estudios de folklore en Cuba*

La historia de la antropología y el folklore cubanos se ha centrado, de forma lógica, en aquellos autores, proyectos e iniciativas que tenían como eje central el asunto de los orígenes étnicos de la población y sus identidades. A partir de la consecución de la independencia de la relación colonial con España, la cuestión del mestizaje humano, del sincretismo cultural y de la originalidad de los distintos componentes humanos en función de sus orígenes será prioridad para los intelectuales de la isla. Por esto mismo, en la construcción de la “cubanidad”, es decir, de la identidad nacional y de la idiosincrasia de la nueva República, el aporte y la importancia de los elementos afrocubanos serían el aspecto fundamental y más sobresaliente, aparte de problemático, a tener en cuenta (Moore 1997; De la Fuente 2001; Bronfman 2004).

Esto no quiere decir, sin embargo, que los caracteres de origen y tradición hispánica no hayan tenido importancia y atención equivalentes, e incluso mayores, en muchos momentos. Simplemente, no han sido los más “interesantes” en la construcción de una identidad concreta y diferenciada en el contexto de la historia poscolonial propiamente americana en general, y caribeña, en particular.

Así, en el asunto que nos ocupa aquí, que se inscribe en la historia del folklore hecho en Cuba, el elemento de origen español es, de hecho, muy relevante. El folklore, como estudio dedicado a las manifestaciones de cultura tradicional de los diferentes pueblos, es creación del Romanticismo, muy ligada a los nacionalismos europeos emergentes en el siglo XIX (Bendix 1997). De hecho, los intentos por organizar tales estudios en Cuba comienzan en 1882, cuando el abogado Antonio Machado y Álvarez -padre de los poetas Antonio y Manuel-, que sería el primero en sistematizar la disciplina folklórica en España, intente involucrar a algunos efectivos americanos en su proyecto de fundar una asociación folklórica, para aglutinar los dispersos focos de interés en las expresiones populares que estaban surgiendo por las distintas “provincias” españolas (incluidas las ultramarinas de Cuba y Puerto Rico). Recurre para ello a un catedrático de la Universidad de La Habana, el sacerdote y filósofo krausista canario Teófilo Martínez Escobar, quien había sido condiscípulo suyo en la cátedra de Filosofía de Fernando de Castro, en la Universidad de Sevilla (Negrín 2000), y al médico militar español Juan García de la Linde. Nada consigue en ese momento, ni en un segundo intento de 1884 en que aparecen como promotores otras dos importantes figuras en Cuba, el influyente abogado y periodista gallego Waldo Álvarez Insúa (Guichot 1984, pp. 200-201) y el periodista asturiano Carlos Ciaño, quien recopiló y publicó cuentos y costumbres tradicionales asturianas (Portal 2018). Definitivamente, Machado y Álvarez no logrará consolidar sus propuestas en ninguno de los centros folklóricos que se organizan con una vida efímera en la propia España.

Habrá que esperar al período poscolonial para que en la República cubana, en 1923, y en una iniciativa liderada por el fundador de la antropología nacional, Fernando Ortiz, se instituya la Sociedad del Folklore Cubano (Ortiz García 2003; Quiza 2014). En este momento se consigue consolidar una institución que ya se venía fraguando desde antes. En 1910 el propio Ortiz había publicado, en la revista Letras, un artículo titulado “Folklore cubano”, en que se hacía eco de la importancia que tales estudios estaban cobrando en los países europeos “de vieja civilización” y cómo en Cuba no había nada hecho a este respecto. En otro artículo del año siguiente, en la Revista Bimestre Cubana, propone la creación de un Museo Folklórico en el seno de la Sociedad Económica de Amigos del País, que tampoco llegó a tomar forma.

Será en la década siguiente cuando se den las circunstancias que propicien la plasmación práctica de estas ideas. En primer lugar, influyó el papel relevante de Ortiz en la Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana, de la que fue elegido presidente en 1923 -desempeñará este cargo hasta 1932-, que acogerá la instalación de la Sociedad de Folklore. Pero más trascendente será la relación de amistad y la confluencia fraguadas desde la primera década del siglo XX con José María Chacón y Calvo, un escritor, filólogo y crítico literario que ocupará desde 1918 un puesto diplomático en la legación cubana en Madrid, desde donde mantendrá importantes relaciones con los intelectuales y literatos españoles más importantes hasta la Guerra Civil de 1936, y aun después, ya que continuó viajando a España hasta 1957, en que volvió a Cuba de manera definitiva (Gutiérrez-Vega 1969; Balboa 2013).

Chacón había intentado ya en 1912, con otros estudiantes de la Universidad de La Habana, crear un grupo de estudios folklóricos. En enero de 1914 publicó en el semanario Universal un artículo para promover la organización de una sociedad folklórica en la isla, en el que ya propone la idea de que la tradición cultural cubana está conformada por los tres caudales étnicos, indígena, colonial y africano (Chacón 1914). Asimismo, era autor de un estudio titulado Romances tradicionales en Cuba. (Contribución al estudio del folk-lore cubano), editado en 1914 (Chacón 1914a), y reeditado, junto con otros tres trabajos de estos mismos años, en 1922 (como parte de su libro Ensayos de literatura cubana). Ya en 1913 Chacón, en una conferencia dedicada a “Los orígenes de la poesía en Cuba”, había incluido un apéndice “Sobre los romances viejos conservados por la tradición en Cuba”, que envió a Menéndez Pidal (Catalán 2001, t. 1, p. 80). Esta recopilación y su continuación, “Nuevos romances en Cuba” (Chacón 1914b), además de las clásicas referencias a Menéndez Pelayo -cuyo Romancero tradicional toma como modelo (Gutiérrez-Vega 1969, p. 173)- y a Milà i Fontanals, tiene la impronta de las novedosas ideas de Ramón Menéndez Pidal (1906) acerca de la extensión americana de la baladística hispánica. Siguiendo la metodología para la recopilación romancística propuesta por María Goyri (1906-07), la colaboradora y esposa de Menéndez-Pidal, Chacón continuó recogiendo romances tradicionales en Cuba; pesquisas que dio a conocer en los Archivos del Folklore Cubano en 1924 y 1926. La recopilación de Chacón consiste en unas cuarenta versiones de quince temas romancísticos hispanos, que se comentan y estudian comparativamente, en busca de sus orígenes escritos y sus variantes en la tradición oral de otros países de América, al tiempo que señala sus formas de transmisión en Cuba (Gutiérrez-Vega 1969, pp. 173-174).

Al poco del nombramiento de Chacón para ocupar su puesto diplomático en España, en 1918, ya aparece como conferenciante en el ciclo organizado por la Sección de Literatura del Ateneo madrileño, disertando sobre “Figuras del Romancero” (Guillama 2019, p. 7). También colaboró con la obra colectiva del romancero recopilando para el archivo de Menéndez Pidal versiones en sus viajes por España, como por ejemplo unos romances religiosos de Ciudad Real en 1926 (Catalán 2001, t. 1, p. 123). Lo mismo hace en un terreno muy diferente, como es el Norte de África, donde llevó a cabo una encuesta de campo en Arcila (Marruecos) para el romancero sefardí, recogiendo ejemplares de la misma informante a la que Manrique de Lara había encuestado anteriormente en Larache (Gutiérrez-Vega 1969, p. 57, y 1986, pp. 312-313; Catalán 2001, t. 1, p. 167).

En una de sus periódicas estancias en Cuba, en 1922-1923, Chacón fue comisionado por la Secretaría de Instrucción Pública -ocupada entonces por Antonio Iraizoz, que después sería embajador en España y siempre se mostró interesado por el folklore, como muestra su adscripción a la Sociedad del Folklore Cubano- para realizar un viaje de recogida folklórica por toda la isla (Gutiérrez-Vega 1969, p. 59). La finalidad de este viaje era recopilar materiales de tradición oral en Camagüey, Trinidad y Sancti Spíritus, y movilizar a grupos para que constituyeran, en Pinar del Río, Bayamo, Manzanillo y Santiago, centros locales de una sociedad folklórica nacional. Sus resultados fueron presentados en el acto de constitución de la Sociedad del Folklore Cubano (Mesa 2008, p. 77). En suma, y como veremos, durante el tiempo en que Chacón tuvo alguna posición prominente entre los intelectuales y los gestores culturales de la República cubana intentó configurar cauces institucionales para el desarrollo de los estudios folklóricos en su patria.

Por su parte, y a pesar de su conocida crítica al panhispanismo de Rafael Altamira y otros intentos de recolonización cultural de las jóvenes repúblicas latinoamericanas por parte de España, Fernando Ortiz no se planteaba realmente ninguna contradicción en aceptar en su esquema de interpretación cultural la tradición folklorística-filológica ligada a Menéndez Pidal y su personal -por lo demás bastante conservadora- idea de la lengua y la historia españolas. Por un lado, Ortiz asumía el bagaje cultural de origen hispánico en la identidad cubana; por otro, el prestigio que ya en ese momento tenía Pidal, además de su preeminente posición en los medios académicos más avanzados de España, suponía un gran atractivo para los intelectuales cubanos.

Finalmente, el 6 de enero de 1923 se lleva a cabo la fundación de la Sociedad del Folklore Cubano (Mesa 2008; Quiza 2014), presidida por Ortiz y en la que Chacón ocupará una de las presidencias honorarias. La organización se conformará con un centro en La Habana y una serie de delegaciones en aquellas localidades de la isla que ofrecieran mayor interés. Estos grupos folklóricos tendrían autonomía en su funcionamiento, y entre los más activos estará el que Max Henríquez Ureña organizará en Santiago -oficialmente constituido el 28 de abril de 1923- (Gutiérrez-Vega 1982); además, se establecerán otros en Pinar del Río, Güines, Camagüey, etc. Desde el comienzo se pensó en que la Sociedad tuviera un órgano en el que pudieran recogerse los trabajos de investigación y recolección de los socios y de otros autores extranjeros y nacionales. Así, en 1924 comenzó a publicarse la revista Archivos del Folklore Cubano, que saldrá con una periodicidad trimestral hasta 1930, con una vida no exenta de problemas y, de hecho, subvencionada casi totalmente por Fernando Ortiz (Ortiz García, 2003 pp. 706-712).

Aunque los objetivos de la Sociedad estaban centrados en el folklore nacional, uno de sus principios era la apertura internacional. A causa del contexto político, la Sociedad establece contactos con las instituciones y grupos con intereses semejantes a los suyos en Estados Unidos -fundamentalmente con la American Folklore Society-, con algunas repúblicas sudamericanas, como Chile y Argentina, y con países del Caribe, como Santo Domingo, donde Pedro Henríquez Ureña había comenzado la recolección de muestras de tradición oral. A pesar de que en España no había una sociedad homologable a la cubana, se establecieron relaciones con los investigadores que desde la primera década del siglo XX venían ocupándose de la recogida folklórica en el Centro de Estudios Históricos, el organismo dedicado a la investigación de la historia, la lengua y la cultura españolas, fundado por las fuerzas progresistas de la Junta para Ampliación de Estudios (López-Ocón 2015). Se partía de mutuos intereses y objetivos comunes, como se aprecia en una carta de Pidal a Chacón del 14 de abril de 1924:

Le agradecería que a su vez me comunicara Ud. si tiene algunos detalles más acerca de la organización de la sociedad folklórica que en Cuba se dedica a esta interesante rama filológica pues estamos en los preliminares de la fundación en España de una sociedad folklórica y necesitamos conocer reglamento de otras análogas (en Gutiérrez-Vega 1986, p. 307).

Estas relaciones quedan recogidas en las secciones de bibliografía y noticias de los Archivos del Folklore Cubano, cuya publicación es reseñada, a su vez, en la Revista de Filología Española, que dirigía Pidal (la reseña estuvo a cargo de Alfonso Reyes), en la Revue de l’Amerique Latine, en el Journal of American Folklore y en Volkstum und Kultur der Romanen, que editaba en Hamburgo Fritz Krüger.

Españoles en Cuba. La Institución Hispano-Cubana de Cultura, Chacón y Ortiz

Pero Menéndez-Pidal y los investigadores del Centro de Estudios Históricos estaban para los cubanos muy por encima de un mero interés por el folklore. De hecho, en la correspondencia de Chacón y Calvo1 con Ortiz y con Menéndez Pidal se aprecia cómo el atractivo no tiene que ver tanto con los conocimientos folklóricos de este último, sino más con sus puestos directivos en la Junta para Ampliación de Estudios, el Centro de Estudios Históricos, que dirigía desde su creación en 1910 y del que pasaría a ser presidente en 1915 (Lapesa 1979; Pérez Pascual 1998, pp. 121-137; López-Ocón 2015), la Real Academia Española, de la que será director desde 1925 (Pérez Villanueva 1991, pp. 259-262), y la prestigiosa Revista de Filología Española, que había fundado en 1914 (Pérez Pascual 2015). Los esfuerzos conjuntos y coordinados de Chacón y Ortiz tenían, pues, fines más amplios, que coincidían con los propósitos de la intelectualidad española regeneracionista, agrupada en torno a la Institución Libre de Enseñanza y sus creaciones, que consideraba que la educación y la elevación del nivel cultural y científico de España y de las repúblicas latinoamericanas constituían un objetivo común. Esta confluencia se plasmó en algunos logros, como la constitución de la Academia de la Lengua en Cuba, que contó con Chacón entre los académicos nombrados (Gutiérrez-Vega 1969, pp. 83-84), y, lo que será más efectivo, la creación de la Institución Hispano-Cubana de Cultura.

El 22 de noviembre de 1926, dirigida por Ortiz, comienza la andadura de esta Institución, cuyo objetivo era establecer lazos permanentes entre la cultura, la educación superior y la ciencia española y cubana, mediante la promoción de contactos directos con sus más importantes representantes, que periódicamente visitarían Cuba para impartir cursos de sus especialidades y conferencias de interés general (Del Toro 1996). Chacón desempeñó una labor fundamental en este proyecto, ya que fue el mediador de Ortiz ante la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, por entonces la institución española de referencia (Puig-Samper y Naranjo 2001).

La primera actividad de la Hispanocubana dedicada al folklore no estuvo a cargo de un español, sino de Aurelio Macedonio Espinosa Sénior, un filólogo y folklorista norteamericano de origen español a quien se invitó a participar en 1928. Profesor de la Universidad de Stanford, había sido presidente de la American Folklore Society y un reconocido recolector de materiales de tradición oral en México, Puerto Rico y Nuevo México, además de Cuba. En 1920, la American Folklore Society le encomendó la misión de recoger cuentos tradicionales en España, la cual llevó a cabo bajo la supervisión de Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos. En su estancia en La Habana, Espinosa dio conferencias sobre “La ciencia del folklore” y “La transmisión de los cuentos populares”. Fue recibido además en una sesión extraordinaria de la Sociedad del Folklore Cubano, en cuya revista se publicaron sus dos conferencias. La Hispanocubana programó ocasionalmente otras intervenciones sobre temas folklóricos. Por ejemplo, entre marzo y abril de 1941 hubo cuatro conferencias del folklorista, experto en las tradiciones afroperuanas, Fernando Romero. Un ciclo completo se organizó entre julio y octubre de 1941, con el título de “Tendedera de costumbres cubanas”, con la intervención de Emilio Roig de Lauchsenring, Ana María Arissó, Nicolás Guillén, Miguel de Marcos, Enrique Gay Calbó y José Antonio Portuondo (Del Toro 1996, p. 51).

Justo antes de la puesta en marcha de la Hispanocubana, pero formando parte de su misma filosofía, a finales de 1924 había sido invitado a dar una serie de conferencias “de vulgarización folklórica sobre la música popular española”2 el musicólogo Eduardo Martínez Torner, que trabajaba en el Centro de Estudios Históricos y que frecuentaba las veladas musicales ofrecidas por Chacón en su casa de Madrid (Gutiérrez-Vega 1986, pp. 230 y 307). La música era, de hecho, una de las áreas en que la Hispanocubana programó actividades de manera habitual, como el Festival de Música Folklórica, organizado el 25 de noviembre de 1931, o la conferencia del musicólogo cubano Enrique Abreu, el 20 de junio de 1941, sobre “La canción de cuna y su expresión sentimental”, ilustrada por su esposa, la soprano Zoila Gálvez (Del Toro 1996, pp. 27 y 69-70).

Ya en la década de 1930, la Institución empezó a incluir también música afrocubana. En su segunda época, que se inicia en 1936, los temas centrados en las aportaciones africanas a la cultura nacional se hacen más frecuentes y, en relación con el propio interés de Ortiz por su estudio, aparecen varias conferencias y cursos sobre música afrocubana, incluidas interpretaciones en vivo. La más famosa fue la que presentó el propio Fernando Ortiz sobre “La música sagrada de los negros yoruba en Cuba”, en 1936. A partir de ella fueron numerosas las conferencias, ilustradas con interpretaciones musicales y danza, como la actuación de Salvador García Agüero, en 1936, en la que intervino la “orquesta afrocubana” de Gilberto S. Valdés (ibid., pp. 67-68); la intervención de Adolfo Salazar sobre “El movimiento africanista en la música de arte cubana” (27.II.1938), o de Obdulio Morales, “La estructuración del ritmo negro” (15.VI.1943).

Con todo, el papel de la materia folklórica en el panorama de las disciplinas científicas y de alta cultura que patrocinaba la Hispanocubana era obviamente secundario. A pesar de ello, en su núcleo directivo influyó la presencia de dos antropólogos-folkloristas: Ortiz y Chacón, y vemos cómo en torno a ellos y sus redes y actividades aparecieron también figuras destacadas y de primer orden de la historia cultural. Así, uno de los acontecimientos más trascendentes fue la invitación que se hizo a Federico García Lorca para dar unas conferencias en Cuba, al regreso de su viaje a Nueva York, que propició una memorable estancia en la isla entre el 7 de marzo y el 13 de junio de 1930 (Marinello 1965). Lorca no era desde luego un desconocido en Cuba, y de hecho contaba con la amistad de varios intelectuales cubanos; entre ellos, José María Chacón, a quien había conocido en Sevilla en 1922 y con el que mantuvo una entrañable e íntima amistad (Tinnell y González 2000). En la casa de éste en Madrid, García Lorca vio por primera vez a Lydia Cabrera, la escritora y folklorista cubana a quien dedicaría su poema “La casada infiel” del Romancero gitano (Cabrera Infante 1986). Pero fue en Nueva York donde conoció a Fernando Ortiz, quien aprovechó la relativa cercanía de su isla para hacerle la invitación de la Hispanocubana. Sus cinco conferencias en el Teatro de la Comedia fueron un auténtico hito en La Habana, pero fue el mismo Lorca quien pareció encontrarse como en casa, rodeado de poetas, amigos y de la gente de color, que en seguida le atrajo (Birkenmaier 2008)3.

García Lorca hizo una verdadera gira por buena parte de la isla (Matanzas, Varadero, Pinar del Río, Cienfuegos) (Martínez Carmenate 2002; Sarabia 2007). La Hispanocubana, por medio de las filiales que mantenía en varias ciudades, invitó al poeta a dar conferencias en Sagua La Grande (22 de marzo) y Caibarién (30 de marzo), acompañado por Chacón en este viaje. A pesar de las dudas suscitadas sobre este viaje, y como se repite en su famoso poema Son o Son de negros en Cuba (por cierto publicado por primera vez en la revista Musicalia de María Muñoz y Antonio Quevedo), García Lorca estuvo en Santiago. Aunque en principio estaba previsto que el viaje se hiciera en abril, finalmente se realizó el 1º de junio de 1930. La estancia estuvo organizada por Max Henríquez Ureña -el historiador dominicano que presidía la sucursal de la Hispanocubana en Santiago-, y en los locales de la Escuela Normal de Maestros habló sobre “La mecánica de la nueva poesía”.

Es conocida la afición musical de Lorca, por no hablar de la influencia de la poesía tradicional en su obra. Así, durante su estancia, la música popular, el son y la música religiosa afrocubana no dejaron de influirle grandemente. Pero los conceptos de raza y cultura que Lorca, proveniente de un país muy homogéneo étnicamente, podía tener, sin duda se vieron confrontados en su viaje americano más allá de lo puramente estético, en Nueva York y en Cuba. Aquí, en concreto, la visita tanto a las iglesias católicas como a la celebración de ritos abakuás, atestiguada por sus acompañantes cubanos (Marinello y Cabrera), fue el elemento -espiritual, y no de color de la piel- que lo impresionó más y que le produjo mayor choque cultural (Birkenmaier 2008, p. 110).

El viaje a Cuba de Ramón Menéndez Pidal

Con toda la excepcionalidad de la figura de Federico García Lorca y de su viaje a Cuba, éste no deja de ser uno más, entre los más destacados, que Ortiz y Chacón gestionaron para llenar de actividades de primer orden la Institución Hispano-Cubana de Cultura. Otros literatos igualmente importantes, como Juan Ramón Jiménez o María Zambrano, recalaron en la isla por el mismo cauce. En lo que respecta a los científicos y los humanistas, la Junta para Ampliación de Estudios era la interlocutora de Ortiz y Chacón en la labor de elegir a las personas más indicadas de cada rama para divulgar sus conocimientos y estudios en Cuba; y una de las figuras más atractivas era, sin duda, el director de su Centro de Estudios Históricos (que aglutinaba los mejores programas de investigación en humanidades de toda España), es decir, Menéndez Pidal4.

La invitación a Pidal para que impartiera clases en La Habana era muy anterior, hecha nada más empezar su andadura la Hispanocubana, pero su viaje no se produjo sino en el contexto conflictivo de la Guerra Civil (Chacón 1937). En estos años, Chacón, que pasó en Madrid los primeros meses de la guerra, entre julio y octubre de 19365, y Ortiz intensificaron su acción en la Institución Hispano-Cubana, en su segunda etapa, para colaborar con los científicos e intelectuales republicanos que, al ver el desarrollo de la guerra, y sobre todo tras la victoria de los golpistas y la instauración del régimen dictatorial de Franco, salieron al exilio y buscaron acomodo en los países latinoamericanos (Puig-Samper y Naranjo 2001).

El estallido de la guerra sorprendió a Menéndez Pidal en Madrid, adonde había venido desde su veraneo en San Rafael (Segovia) con su esposa y su hijo Gonzalo por asuntos académicos de éste. La situación de violencia de los primeros días tras el golpe de Estado hizo que se refugiaran, hospedados por Jiménez Fraud, en la Residencia de Estudiantes (cercana a su domicilio). Ante la salida del gobierno de la República a Valencia, y temiendo la movilización militar de su hijo, Menéndez Pidal, como su amigo Gregorio Marañón y otros intelectuales republicanos moderados, decidió abandonar el país (Pérez Villanueva 1991, pp. 339-343; Pérez Pascual 1998, pp. 267-271; Catalán 2001, t. 1, pp. 185-192). Ya en el primer momento de la proclamación del nuevo régimen, Pidal escribía: “La República ha descubierto que hay en España muchos republicanos sin ambición y entre ellos estoy” (en Pérez Pascual 1998, p. 243).

El 23 de diciembre de 1936 Menéndez Pidal se encontraba, acompañado por su mujer y su hijo, en Burdeos, ocupando una cátedra extraordinaria que la Universidad le había gestionado. Interrumpió su curso para viajar a Cuba, donde pensaba permanecer atendiendo los compromisos con la Hispanocubana durante el mes de marzo de 1937 y regresar de nuevo a Burdeos, para aguardar allí el final de la guerra, que creía cercano. Tanto ésta, como las siguientes decisiones que tomó, se apoyaban en la idea de que el conflicto duraría pocos meses y acabaría con el triunfo de los golpistas, como expresaba en marzo de 1937, en una carta dirigida a Américo Castro, igualmente ya en su exilio americano:

Me pregunta usted por mis intenciones cuando Madrid se pacifique. Puede usted suponer que ansío volver allá, donde únicamente puedo desarrollar los últimos trabajos de mi vida… Todos pensamos que tiene que venir una dictadura pacificadora, si dictadura y paz son conciliables; pero ¿de qué tipo será? Yo tengo esperanza que no podrá ser extremista, y de que la razón y la humanidad se impondrán (en Pérez Villanueva 1991, p. 349).

El plan inicial se vio, no obstante, interrumpido porque, durante su travesía atlántica desde Marsella, su familia decidió reunirse en España, con el objetivo de que Gonzalo se alistara en el ejército rebelde, como habían hecho los hijos de otros próceres republicanos como Ortega y Gasset y Marañón, antes de que aquél conquistara Madrid, lo que en esos momentos parecía muy próximo (Catalán 2001, t. 1, pp. 197-198). Este cambio de planes, el temor a las represalias políticas si volvía a Madrid y la incertidumbre sobre el desarrollo de la guerra hicieron que Menéndez Pidal desechara su idea inicial de regresar a Burdeos en el mes de abril, y, según su familia, decidiera esperar acontecimientos en América, siempre con el horizonte de una vuelta rápida a España. Federico de Onís le había ofrecido un puesto como visiting professor en la Universidad de Columbia entre el 8 de febrero y el 12 de mayo de 1937, pero Pidal, desairando a Onís, renunció por el anterior compromiso con los cubanos (Pérez Pascual 1998, p. 272).

Mientras tanto, José María Chacón había sido nombrado, en enero de 1937, Director de Cultura de la Secretaría de Educación del gobierno cubano (cargo que ya había ocupado en 1934-1935 y desempeñaría de nuevo entre 1937 y 1945), así que estaba en buenas condiciones de gestionar alguna salida para la forzosa estancia de Menéndez Pidal, que, con 68 años, se encontraba solo y alejado de los suyos, sumido en las incertidumbres del transcurrir de la guerra y separado de sus queridos libros y archivos. Las conferencias comprometidas en principio eran seis, acerca de la historia de la lengua española, el romancero nuevo, el zéjel y la poesía árabe en España, la lengua de Colón, la idea imperial en Carlos V y el honor en el teatro español. A ellas se había unido un encargo de Chacón para inaugurar con una lección magistral sobre “Problemas de la epopeya española” un Seminario de Investigaciones Filológicas que él había impulsado desde la Secretaría de Educación y que, tras esta ocasión, no tuvo continuidad. Pero la prolongación de su estancia, más allá del mes de marzo previsto en principio, hubo de ser resuelta de manera improvisada, con el ofrecimiento de la inauguración en el mes de abril de la Cátedra de Historia de la Lengua Española, recién creada en la reabierta Universidad de La Habana, y ocupada por el filólogo Raimundo Lazo (Bueno 1976; Pérez Villanueva 1991, pp. 347-348). Sobre esto escribe a su esposa el 13 de marzo:

Ahora mismo me traen vuestro telegrama que interpreto como felicitación [el 13 de marzo era la fecha de su nacimiento], discreta en estos malos tiempos, por mi cumpleaños diciéndome “no vengas todavía”. El martes vendrá la comisión de la Universidad a invitarme formalmente y, en vista de vuestro cable, aceptaré (en Catalán 2001, t. 1, p. 199).

La desazón ante la precariedad de su situación es más palpable en el añadido a esta carta, tres días posterior (16.III.1937):

Me acaban de ver de parte de la Universidad de Panamá para ir allí a dar un curso de verano en Julio. Yo les propongo un curso ordinario en Mayo. Tengo también proposición de Puerto Rico. La indecisión de mi vuelta ahí es lo peor. ¿Qué me hago yo tirado por esos mundos? Pero ¿si no puedo recobrar mis libros y mi trabajo ahí, qué me hago ahí? Estoy, como veis, trabajando todo el día en aquello que no quisiera trabajar, en conferencias y cursos. Pero me consuela el que en mis investigaciones me es imposible ahora hacer nada (p. 200).

Por la correspondencia mantenida con su familia se puede apreciar que la opción cubana no era vista más que como una solución momentánea y de emergencia. El 31 de marzo de 1937, escribe a su mujer:

Seguiré aquí todo el mes de Abril explicando un curso breve en la Universidad. Después quizá vaya a Méjico o a Panamá. Espero cartas de estos sitios que no sé qué me harán decidir. Ya que estoy por estos mares, debo ver algún otro país de estos que desean que vaya. Puerto Rico lo desecho porque dicen hace mucho calor. Méjico es fresco, pero no sé si resistiré bien la gran altura (id.).

Menéndez Pidal permaneció en contacto con sus discípulos y colegas del Centro de Estudios Históricos que habían quedado en Madrid (Rafael Lapesa) o seguido al gobierno a Valencia (Tomás Navarro Tomás) (García 1996)6. Con ellos trataba fundamentalmente de un asunto de vital importancia para él, que se convirtió en auténtica obsesión; el destino de su biblioteca y archivo, que habían quedado depositados en la Embajada de México en Madrid y que temía que fueran destruidos o confiscados. A pesar de la desafección republicana de Menéndez Pidal, las labores reconocidas de Lapesa y Navarro Tomás, leales ambos a la República, en favor de la salvaguarda del patrimonio artístico y científico durante la guerra, consiguieron que estos valiosos materiales de estudio no sufrieran ningún daño y que, tras algunos problemas, pudieran entregarse a don Ramón al terminar la contienda (Pérez Villanueva 1991, pp. 365-371; Catalán 2001, t. 1, pp. 177-184, 203-244; Pérez Pascual 2015, pp. 118-121).

Aunque en la carta a su esposa reproducida más arriba menciona la opción de refugiarse en México, en realidad tampoco ésta era satisfactoria. De hecho, aparte de sus colaboradores directos en el Centro de Estudios Históricos, sobre todo Américo Castro, Pidal se mantenía relativamente aislado de los políticos-intelectuales republicanos exiliados, y se fiaba especialmente de figuras más ambiguas en el terreno ideológico como Gregorio Marañón. A éste confesó, en carta del 20 de abril, que no iría a México, precisamente por la presencia allí de muchos refugiados republicanos (Pérez Villanueva 1991, p. 351). La opción de acercarse a España, instalándose en París -pensando siempre que sería por poco tiempo-, le resultaba más atrayente por las facilidades para continuar sus trabajos, pero igualmente molesta por el ambiente de enfrentamiento político entre republicanos que se vivía allí.

Otro confidente durante su estancia en Cuba fue Federico de Onís, quien, desde su puesto como director del Instituto de Las Españas en la Universidad de Columbia de Nueva York, le escribió el 2 de abril de 1937 sobre las opciones consultadas:

Debe usted tener en cuenta lo que más convenga a su salud. Si le sienta bien el trópico, puede usted continuar en Cuba e ir a Panamá. En Méjico el clima es fresco y agradable siempre que no le afecte la altitud. También hay que tener en cuenta el esfuerzo nervioso que exige la estancia en un país de nuestra lengua donde la misma admiración de que se sentirá usted rodeado le mantendrá en constante excitación (en Catalán 2001, t. 1, p. 201).

Tal vez, como apunta Gutiérrez-Vega (1969, p. 78), si Chacón hubiera conseguido que el Estado cubano sostuviera un Instituto de Altos Estudios, dirigido por Pidal, éste habría permanecido en La Habana, y traído a su familia, como Chacón también intentó. Sin embargo, la solvencia de la posición de Onís en Nueva York y el interés que tenía para él que Menéndez Pidal recalara en la Columbia University, decidieron la tesitura, y el 3 de mayo de 1937, la Universidad cursó una nueva invitación como visiting professor para el filólogo español durante el semestre de otoño de 1937. Con todo, el objetivo de Pidal seguía siendo volver a Madrid cuanto antes y ésta fue la condición para aceptar ir a Nueva York: que pudiera regresar a España en el momento en que las circunstancias lo hicieran posible. Onís, en la carta citada arriba, procuró tranquilizarlo al respecto, a pesar de que, como otros amigos y colegas que permanecían en España, se mostraba pesimista sobre el desenlace de la guerra:

creo que para hacer sus planes debe usted contar con que la vuelta a España será imposible por un periodo largo… por lo que toca a la Universidad de Columbia debe usted sentirse en completa libertad para comprometerse a venir durante el otoño, porque, en caso de que hubiera la posibilidad de volver a España antes, estaría usted libre por nuestra parte para hacerlo así (en Catalán 2001, t. 1, p. 200).

Aunque en principio esta oferta parecía la más satisfactoria, porque ofrecía posibilidades para la investigación y podría reunirse allí toda la familia, además de que incluía buenas perspectivas para el físico Miguel Catalán, casado con Jimena Menéndez Pidal (Pérez Villanueva 1991, p. 356; Catalán 2001, t. 1, pp. 207-217), en la práctica, don Ramón pretendía volver a España cuanto antes, y la estancia en Columbia se prolongaría apenas para terminar el cuatrimestre gestionado por Onís. Las discrepancias políticas entre ambos se habían puesto de manifiesto y se habían visto agravadas por la cuestión del malentendido sobre la conferencia impartida por Pidal en Nueva York sobre Carlos V y el Imperio español -la misma que ya había dado en La Habana- (Pérez Pascual 2015, p. 119). Pero la intención de permanecer en Estados Unidos, con posibilidades de continuar sus investigaciones, conllevó una auténtica ofensiva epistolar en múltiples instancias para que sus archivos y los ficheros del romancero le fueran enviados desde España -acción en la que incluso involucró a José M. Chacón, debido a su puesto diplomático, y que no pareció adecuada a sus custodios republicanos (Catalán 2001, t. 1, p. 210). Desde Nueva York viajó a París en el verano de 1938, donde, esperando el fin de la guerra para el otoño, debió permanecer todavía hasta la primavera de 1939. En definitiva, no volvería a España hasta el 16 de julio de 1939.

Una vez cumplido el obligatorio proceso de depuración, y sin llegar a superar nunca cierta animadversión de sectores influyentes del nacional-catolicismo (Pérez Villanueva 1991, pp. 383-388), Menéndez Pidal se adaptó a la vida intelectual del franquismo y siguió investigando y produciendo numerosos trabajos hasta su muerte, a una edad muy avanzada (Pérez Villanueva 1991, pp. 382-389). A pesar de la pérdida de lo que se había logrado en el Centro de Estudios Históricos (Lapesa 1979, pp. 74-78; García Isasti 1996), y de la persecución que sufrieron los intelectuales que trabajaron en las distintas instituciones creadas a partir de la Institución Libre de Enseñanza, la escuela de filología liderada por Menéndez Pidal consiguió mantener una precaria continuidad durante la posguerra y recuperar su preeminencia después del primer franquismo -las tenues líneas de continuidad se habían podido sostener aun en medio de la gran y terrible ruptura de la guerra, la posguerra y el exilio (Pallol 2016; Pedrazuela 2017).

El proyecto del romancero hispánico en América

Durante el tiempo en que se vio obligado a mantenerse fuera de su patria, la obsesión de Menéndez Pidal, aparte de la zozobra por la seguridad y el destino de su familia y amigos, fue el abandono forzado de sus objetivos científicos. Así, estando todavía en La Habana, y una vez decidido que el plan inmediato era viajar a Nueva York, lo que le quedaba al erudito y trabajador Menéndez Pidal era proseguir con sus cursos y actividades organizadas, y a la vez procurar seguir ocupado en sus intereses de investigación. En definitiva, la estancia en Cuba, que se prolongaría durante casi cinco meses, estuvo centrada en mantener sus trabajos anteriores a la guerra, aun con la precariedad de verse alejado de sus fuentes y bibliografía.

Toda la labor de investigación y de enseñanza de Menéndez Pidal se apoyaba en los principios de una disciplina filológica que debía construirse partiendo de las bases científicas del positivismo (Catalán 1979; López-Ocón 2015, pp. 23-25). Esto supone que en los comienzos debió ocuparse sobre todo en formar corpus documentales de datos originales, tanto obtenidos de la tradición oral como del vaciado de documentos de archivo, en los cuales poder asentar sus teorías e interpretaciones historicistas sobre los orígenes y la evolución de la lengua castellana. Es bien sabido que en el entramado conceptual y científico de la gran obra menendezpidaliana, el trabajo colectivo fue el principio dirigente. Así, sostuvo siempre que el primer paso para cualquier investigación era formar archivos amplios y rigurosos, y se mostró convencido de que se trataba de una labor colectiva, en gran medida patriótica, en la que debían colaborar cuantos investigadores fuera posible atraer a la idea. En esta obra en común trabajaron muchos colaboradores y discípulos, comenzando por su propia esposa María Goyri, eminente filóloga y una de las primeras mujeres que obtuvieron título universitario en España, y terminando por sus colaboradores en el Centro de Estudios Históricos, que desarrollaron bajo su órbita sus propios, ambiciosos e interrumpidos proyectos, como Tomás Navarro Tomás o Samuel Gili Gaya. El romancero hispánico fue uno de estos grandes programas colectivos, que trascendió ampliamente la vida del propio Pidal.

Por tanto, la pesadumbre de exiliado que sentía no dependía sólo -ni principalmente, si juzgamos por el tono de las cartas de estos años que han sido publicadas- de la incertidumbre política -aunque sí, lógicamente, estaba la preocupación por un destino incierto y las circunstancias difíciles sufridas por su familia y todo el país en medio de la guerra-, sino, esencialmente, de la pérdida de sus medios y condiciones de trabajo, lo que había sido fundamental para su propia identidad vital:

Yo me distraigo haciendo planes de escribir por acá la historia de la lengua, sin papel mío, y veo que podría hacer un tomo útil, esperando el trabajo definitivo, si mi vida acaba feliz que pueda recobrar mi tranquilidad familiar y mis trabajos preparatorios tan formidables y ahora sembrados de sal estéril (carta a su familia, 13.V.1937).

En Burdeos… comencé un cursillo de Historia de la Lengua, que continué en La Habana y terminaré en Nueva York. ¡Ojalá algún día mi bibliotequita me ayude en mis últimos trabajos! (carta a Rafael Lapesa desde Nueva York, 17.VI.1937; en Catalán, 2001, t. 1, p. 201)7.

En 1953, con motivo de la distinción que le otorgó el gobierno cubano en la embajada de Cuba en Madrid, rememoraba cómo en esa estancia “quedaron echados los cimientos de una Historia general de la épica hispánica que ahora estoy terminando… Allí también empecé una Historia de la Lengua española que, a pesar de mi avanzada edad, aún tengo la ilusión de ver concluida” (en Pérez Villanueva 1991, p. 440).

Las conferencias preparadas ex profeso para la Hispanocubana siguieron los intereses más directos de su investigación en esos años: la epopeya, Carlos V, la gramática histórica y el romancero. Así pues, Menéndez Pidal dedicó la mayor parte de su tiempo en Cuba a desarrollar y exponer sus ideas sobre el origen del español, sus variedades y su difusión, con lo que intentaba seguir sus mismas rutinas y hábitos de trabajo cotidiano en España: “Me preguntáis por mi vida. Bien uniforme. Me levanto de 5 ½ a seis; ejercicio, paseo, devorar las noticias, baño, desayuno, trabajar todo el día para rehacer sin elementos esa historia de la lengua que voy dando en clase” (carta a su familia, 19.V.1937; en Catalán, 2001, t. 1, p. 201). Alojado en el hotel Florida de La Habana, sus jornadas diarias incluían también paseos por el malecón en compañía de sus amigos cubanos, Chacón y Félix Lizaso, y con el igualmente desterrado Juan Ramón Jiménez (Pérez Villanueva 1991, p. 348).

A pesar de que Menéndez Pidal no parece haber sido un modelo de elocuencia (Pérez Pascual 1998, p. 177), el curso encomendado en la Universidad tuvo tanto éxito como el impartido para la Dirección de Cultura sobre la epopeya española. En esta ocasión fue más extendido, ya que, aun cuando se había diseñado con cinco semanas de duración (16 de abril a 21 de mayo), se prolongó por dos semanas más a petición de los oyentes, de manera que acabaría el 4 de junio. Algunas de las conferencias llegaron a ser publicadas en Cuba. Además, Chacón y las gestiones que emprendió conseguirían ir alargando las actividades del filólogo todavía un mes más, ya que el 21 de junio tuvo lugar la ceremonia oficial de recepción del título de Doctor honoris causa por la Universidad de La Habana, y todavía el 28 de junio Chacón envió un telegrama a Onís para anunciarle el retraso de la salida a Nueva York para el 5 de julio, porque querían que Menéndez Pidal asistiera a la presentación oficial del Instituto Nacional de Cultura (Catalán 2001, t. 1, p. 201).

Aunque por las circunstancias dramáticas de la guerra, y como queda claro en las cartas privadas de don Ramón, su estancia caribeña no podía sobrellevarse con mucha alegría y disfrute, Chacón y Ortiz pensaron que podría ser buena ocasión para consolidar sus intereses en el campo de la investigación folklórica en algo que sirviera también al erudito español. Uno de sus proyectos más ambiciosos y queridos era el de la conformación del corpus del romancero hispánico de carácter oral, recogido en las distintas comunidades culturales peninsulares, isleñas, y de las áreas donde había habido contingentes poblacionales de tradición española, como las comunidades sefardíes del Este de Europa, Asia Menor y Norte de África, y obviamente los países americanos8.

Menéndez Pidal viajó por Europa y América en numerosas ocasiones y hasta edad muy avanzada, ya que el último que llevó a cabo fue en 1964, cuando contaba con 95 años; invitado por la Universidad de Jerusalén, no desaprovechó su estancia de diez días para seguir recogiendo romances sefardíes. Sin embargo, no fue un gran viajero. En realidad, todos sus viajes eran de trabajo, y en cuanto a su periplo como exiliado, hemos visto cómo estaba en gran medida determinado por la imposibilidad de mantener o desarrollar sus investigaciones.

Desde su viaje de bodas, en el que llevó a su esposa como compañera en un recorrido por las tierras en que habían transcurrido las hazañas del Cid -cuyo poema épico estaba estudiando por entonces-, hasta los de Cuba o Nueva York, aunque forzados, ciertamente, se caracterizaron por esa utilidad de la travesía para satisfacer los asuntos que en cada momento le interesaban. Así, por ejemplo, en los comienzos del Centro de Estudios Históricos, recorrió a caballo Asturias y León en un trabajo de campo para fijar los límites dialectales del leonés (Pérez Pascual 1998, pp. 126-128). Si había conferencias que dar y, sobre todo, romances que recoger, el viaje no se discutía. Él mismo reconoció en un texto de hacia 1955: “Viajar por viajar, por el gusto de ver ciudades y paisajes no es para mí. El Eclesiastés no dijo por mí aquello de que «no se harta el ojo de ver»… El apego a mi mesa de trabajo triunfa de la curiosidad de ver y me convierte en un ser inmueble” (en Lago 1989, p. 22).

El convencimiento de que la tradición romancística se conservaba en Latinoamérica (Menéndez Pidal 1953, t. 2, pp. 342-343) fue uno de los objetivos fundamentales del primer periplo americano que llevó a cabo en 1905. Este viaje oficial se debió a su nombramiento como Comisario Real en el arbitrio de una cuestión de límites entre Perú y Ecuador (Lago 1989; Pérez Pascual 1998, pp. 89-101; Pedrazuela y Catalán 2019). Viajó por Ecuador y Perú, Chile, Argentina, Uruguay y Brasil, y entre las ocupaciones, recepciones, discursos, etc., a que su cargo de representación le obligaba, no dejó de actuar en pro de su auténtico propósito en esos momentos: demostrar la existencia de una tradición romancista hispana que viajó entre los dos continentes desde el primer momento del contacto colonizador. Así, publicó en los periódicos La Linterna de Quito y El Tiempo de Lima una “Circular a los folkloristas americanos”, para instarlos a contribuir con ejemplares americanos al proyecto del “Romancero español” y para proporcionarles algunas instrucciones acerca de cómo llevar a cabo la tarea (Chicote 2009, p. 155). En Ecuador no encontró romances porque, según explica: “no pude por mí mismo ponerme en contacto con la tradición e interrogar a las gentes del pueblo” (Lago 1989, p. 21). En Lima, un español, Mariano H. Cornejo, le facilitó una versión del romance “Las señas del marido”, que es el único que publicó en el trabajo de 1906.

En Chile y Argentina, sin embargo, el final de sus funciones oficiales le dejó mayor disponibilidad para sus pesquisas romancísticas. Pudo entrar en contacto con investigadores interesados y recabar algunas versiones para su archivo (Catalán 2001, t. 1, pp. 38-40). En Santiago de Chile, sus colaboradores fueron el erudito Julio Vicuña (Martín Durán 2014a, pp. 28-32) y el lingüista alemán Rodolfo Lenz (Bernarchina 2013), quienes le ayudarían a publicar la “Circular” en el periódico Las Últimas Noticias. En Argentina encontró igualmente buena acogida intelectual para su proyecto y, recomendado por Lenz, trabó una relación duradera con otro alemán, Robert Lehmann-Nitsche, antropólogo que trabajaba en el Museo de La Plata. En la “Circular” de Menéndez Pidal se insistía en que lo que interesaba a su proyecto no eran los romances impresos en libros o pliegos sueltos modernos, sino los conservados oralmente: “en general, el Romance vive solamente en la memoria de criadas de servir, campesinos, pastores, pordioseros, etc.”. Así, en la carta del 12 de mayo de 1905 en que solicita su colaboración, dice a Lehmann-Nitsche:

trato de recoger poesía narrativa, y tradicional. No tomo lo impreso en hojas populares, sino lo que el pueblo recita aprendido de padres a hijos… he recogido muestras en el Perú y en Chile, de boca, principalmente, de criadas de servir. Un gran favor me haría si intentase U. recoger alguna, de alguna criada o payador argentino (Chicote 2009, p. 159).

La respuesta de Lehmann-Nitsche muestra cuán diferente era su concepto del folklore y de la creación literaria popular, que no concebía sólo como una expresión rural, enraizada en la transmisión oral y de tipo tradicional, sino que incluía también los estilos expresivos híbridos y pertenecientes a otras clases sociales, eminentemente urbanas:

La moderna poesía popular, con sus relaciones, milongas, vidalitas, tristes, décimas, estilos, los versos que se cantan con la zamba, zamacueca, hueya [sic], gato, etc., etc., todo esto que brota del alma misma del actual pueblo argentino han hecho desaparecer el antiguo romance histórico español… Interesantísimo sería un estudio sistemático de la actual poesía popular (p. 158).

Buscando romances en Cuba

De regreso en España, exhortó de nuevo a los estudiosos americanos a contribuir en esta gran obra recopilando la tradición baladística de sus países (Menéndez Pidal 1906), y, de hecho, en las siguientes dos décadas las redes establecidas en la mayor parte de los países latinoamericanos fructificaron rápidamente. En ese proyecto Cuba no era ni mucho menos un lugar central, ya que el predominio de la décima en los repertorios expresivos de los campesinos parecía dejar el romance en segundo lugar (Farray 1970, p. 331). Sin embargo, ya vimos cómo Chacón había hecho aportaciones significativas. Se trataba además de una temática en la que se podía contar ya con una cierta tradición. De hecho, a juicio de algunos especialistas (Martín Durán 2014a, pp. 23-24), en una recopilación de materiales populares, publicada por Ramón Martínez Martínez en varios fascículos, con el título de Oriente folklórico (1931-1939), se recogió una versión del romance “Madre a la puerta hay un niño”, que podría remontarse a finales del siglo XVIII y, por tanto, ser la noticia más antigua de la pervivencia del romancero de tradición oral moderna en América. En un balance posterior de este proyecto, en 1927, Menéndez Pidal citaría tanto a Chacón como a Carolina Poncet como contribuyentes del romancero cubano. Igualmente, su colaboración en el Homenaje a José Varona, que Chacón promovió desde su puesto político, estaría dedicada a las primeras recopilaciones romancísticas americanas (Menéndez Pidal 1935).

En su tarea, Chacón siempre buscó el apoyo y consejo de Ramón Menéndez Pidal y de María Goyri. En carta fechada el 7 de mayo de 1914, en que le acusaba recibo de su trabajo “Los orígenes de la poesía en Cuba” y “Romances tradicionales en Cuba”, escribió don Ramón:

Me interesó en él sobre todo la noticia de poesía popular que viene a confirmar mi arraigada creencia de que los romances aparecen donde quiera que se habla español… y hay quien los sepa buscar… Mucho deseo ahora la publicación del romancero de la Srta. Carolina Poncet. Cuba quedará bien representada en el Romancero General que preparo.

Para éste me será útil cualquier versión por fragmentaria y mala [que sea]. Así que si algo desecha Ud. de sus recolecciones folklóricas, o alguna otra versión de colectores de la isla llega a manos de Ud. y no la piensa usted publicar, hágame el favor de remitírmela, pues yo la aprovecharé (en Gutiérrez-Vega 1986, p. 302).

En la contestación a esta carta, Chacón, además de comentarle de qué manera había conseguido refrescar la memoria de un informante para que recitara una versión del romance de Gerineldo -aunque con una parte en prosa- y otras cuestiones específicas, se ofrecía como colaborador para el Romancero general en carta del 19 de junio de 1914:

Deseo, más que trabajar por mi propia cuenta, ser un recopilador de textos para usted. En estas disciplinas, como me decía un amigo (grande admirador suyo, como lo somos todos los aficionados a estas cosas): “Uno no es sino un examinando cuyo tema debe revisar D. Ramón Menéndez Pidal”. Este amigo es D. Antonio Castro. ¿Sabe Ud. que posee una preciosa colección de romances recogidos en México? (p. 304).

Pero Menéndez Pidal no estaba solo al frente de este programa ambicioso. El propio Chacón, en la necrología que publicó a su muerte en 1954 (véase en Gutiérrez Vega 1986, pp. 299-301), reconocía la influencia de María Goyri en la forma de emprender la recopilación romancística:

Y fue entonces cuando conocí el excelente estudio de Doña María Goyri: “Romances que deben buscarse en la tradición oral”9… así pude recoger a poco, y publiqué en la Revista Bimestre Cubana (1914) las versiones cubanas de Gerineldo y del Conde Olinos. Y el cuestionario folklórico, en el aspecto de los romances tradicionales, que publiqué en el primer número de los Archivos del Folklore Cubano (1923), lo basé en buena parte en esa verdadera guía de investigación romancística.

Es conocida la absoluta implicación de María Goyri en el proyecto del romancero hispánico; en la correspondencia de Chacón y Calvo publicada por Zenaida Gutiérrez-Vega (1986, pp. 305-306), se recoge una carta de ella al cubano, del 24 de julio de 1914, que muestra hasta qué punto era responsable de buena parte de la elaboración del fichero que acogía las diversas contribuciones al romancero:

En ausencia de mi marido, que se halla navegando con rumbo a Argentina, recibo y leo sus dos cartas que tratan de romances recogidos en Cuba. Valiosa ha de sernos su colaboración, pues no había motivos para que esa Isla tuviese representación menor que Chile o Méjico en el futuro Romancero Español. Lo único que faltaba era hallar una persona con el entusiasmo necesario… y, según parece, en Ud. hemos encontrado ese eficaz colaborador.

Lo importante es recoger muchas versiones, sin despreciar ni aun los fragmentos que parecen más apartados de la versión que podríamos llamar tipo… Es muy frecuente en la recitación que al romance de Gerineldo se una el del Conde Sol. En cambio, la contaminación con el romance de Bernaldo no la conozco, y como Ud. supone debe ser confusión del recitador; pero bueno será de todos modos consignar el caso.

La versión del Conde Niño es buen hallazgo, pues no es romance que abunde tanto como los recogidos hasta ahora en Cuba… Mucho celebraría que llegase Ud. a recoger un romancerillo cubano. Aparte de la fe que tengo de que en todo país que hable el español se han de encontrar romances, desde que en 1905 publicó el S. Milwitzky10 el primer romance cubano, esperaba con verdadero deseo conocer hasta dónde se conservaba la tradición en esa isla.

La circunstancia de encontrarse Ramón Menéndez Pidal de viaje hacia Argentina en estos meses estivales de 1914 (Pérez Pascual 1998, pp. 139-145) hizo que fuera María Goyri quien siguiera en contacto con sus primeros colaboradores cubanos, Chacón y Poncet, que habían coincidido en publicar ese mismo año sus recopilaciones romancísticas. A pesar de que las colecciones le parecieron poco nutridas y originales, y con algunos fallos en el aspecto comparativo, comentó a su marido que podía hacer una reseña de estos trabajos para orientarlos y animarlos a proseguir en la labor:

He escrito a Chacón, el de los romances cubanos, que te envía nuevas versiones y dice tener tendidas las redes por muchas partes de la isla. Te ofrece colaboración y yo le enfervorizo. Parece que hay algo de rivalidad entre él y la Srta. Poncet, pues sin hacer referencia el uno al otro, publican los mismos romances en la misma Revista. Creo que él está mejor orientado que ella… (carta del 10 de julio de 1914).

…lo que puedo hacer es la reseña de los romances cubanos, porque ha llegado el estudio de la Srta. Poncet y ya lo tengo papeletizado casi del todo. Veré de tratarla bien por cortesía, pero, a pesar del premio que ha obtenido, es cosa muy floja (carta del 3 de septiembre; ambas reproducidas en Catalán, 2001, t. 1, p. 81).

En esta correspondencia de 1914 se expresa el valor que tenía para el cubano el aprecio y los consejos que recibía de María Goyri. Le comunicaba quiénes habían sido sus informantes, dónde había recogido las distintas versiones y sus ánimos para proseguir en la encuesta en la región de Santiago:

El día 1º de este mes comenzaron mis indagaciones por la región oriental de la isla, virgen hasta ahora de toda exploración folk-lórica [sic]. Por desgracia, no he podido realizar la investigación personalmente: tengo que confiar en la bondad de los amigos y en la eficacia de un minucioso cuestionario. Sin embargo he recibido algunos datos, que quizá me permitan remitir a V. un Romancerillo de Santiago de Cuba… Perdóneme que en esta carta prometa mucho y no realice nada. P. S. ¿Podría el Sr. Menéndez Pidal hacernos una visita en este viaje por América? (carta del 20 de agosto de 1914; ibid., p. 82).

Como sabemos, en esta ocasión Menéndez Pidal no visitó Cuba, y de hecho no lo haría hasta más de veinte años más tarde. En cualquier caso, las recolectas de Carolina Poncet y José María Chacón fueron añadidas al Romancero hispánico, y en él aparecieron versiones cubanas de “Gerineldo”, “Conde Niño”, “Don Bueso”, “Las señas del marido” y “Aparición de la esposa difunta” (Menéndez Pidal 1953, t. 2, pp. 351-352)11.

Con todo, la labor folklórica no consiguió atraer demasiados impulsos en Cuba, y así, el devenir de la Sociedad de Folklore estuvo marcado por la falta de dinamismo -excepto por parte de sus dos principales promotores- y sobre todo por las penurias y la falta de apoyos oficiales a sus labores. En 1930, con Chacón vuelto a Madrid y Ortiz exiliado en Estados Unidos, la Sociedad de Folklore languidece. No obstante, de nuevo en 1934, la coyuntura se volvió favorable con Chacón como Director de Cultura de la Secretaría de Educación. Desde este puesto, y espoleado por la llegada de Pidal, intentó revitalizar su idea y patrocinó una Comisión Folklórica, aprobada por el ministro Fernando Sirgo, formada por Menéndez Pidal, Ortiz y él mismo, con el propósito de organizar viajes y crear delegaciones de recogida de materiales de tradición oral y cultura popular en Oriente y Camagüey, el primero de los cuales se planificó entre el 8 y el 16 de abril de 1937 (Mesa 2008, p. 82). La creación de esta Comisión fue bien recibida por la prensa habanera, que le dedicó sendos artículos en El País (31.III.1937) y Diario de la Marina (2.IV.1937). También para Menéndez Pidal fue una cierta vía de escape, ya que, a más de las conferencias encargadas que justificaban su presencia en la isla, la vuelta a la encuesta romancística era, seguramente, el aliciente intelectual más importante durante su permanencia en Cuba.

En los primeros días, tras su llegada a La Habana, don Ramón ya había tenido contactos con algunas personas que le proporcionaron versiones de varios romances y le informaron de que en Santiago podría encontrar una zona de reserva que custodiaba este tipo de poesía popular. Así pues, según Ortiz y Chacón, pensó que en el ínterin entre sus conferencias en la Hispanocubana y el comienzo de sus clases para la Universidad podrían hacer un viaje de recogida de romances al oriente de Cuba:

En los últimos días de marzo y primeros de abril vamos Chacón, Ortiz, yo y Carolina Poncet a Santiago, pues aquella es la tierra tradicionalista de Cuba. Una señora de allá impresionó varios discos de ebonita para mí con romances. Sistema nuevo de impresión, no ya sobre aluminio como en el Centro hacíamos, y muy sencillo (carta del 13 de marzo de 1937, en Catalán 2001, t. 1, p. 202).

Aunque el proyecto del romancero se concebía como una obra conjunta, en la que era necesaria la participación de muy numerosos colectores, ya se ha visto cómo la dirección de las encuestas y el testado del material y las versiones aportadas eran cuestión muy personalmente llevada por Ramón Menéndez Pidal y María Goyri, autores del cuestionario y de una metodología de recolección que, supuestamente, aseguraba la legitimidad baladística de las muestras recogidas en los lugares más recónditos de la tradición hispánica, adonde se había ido a buscarlas. De manera que no todo valía; no todo era antiguo, ni auténtico, y, por tanto, no todas las variantes de romances recogidas eran dignas de formar parte del corpus. A este respecto, el conocimiento experto del propio Pidal se contaba como muy superior al de los recopiladores locales:

Hoy por la noche salimos Chacón y yo para Santiago, Camagüey y Santa Clara en viaje folklórico. Chacón está muy interesado en promover estudios folklóricos desde su Dirección de Cultura y yo espero encontrar un buen filón de romances. Los publicados en 1914 por Chacón y por Carolina Poncet apenas pasan de una docena y todos son vulgarísimos, del corro de niñas, en tanto que una señora de Santiago (muy cantarina, que no puede recitar un romance sin canturrearlo) sabe Gerineldo, Carmela, don Bueso, etc. (carta a su esposa, 8.IV.1937; loc. cit.).

Ya en este texto se aprecia un par de elementos que indica lo selectivo que era el filólogo español con respecto a la tarea de recolecta folklórica. Los romances recogidos en Cuba son “vulgarísimos”, y la “señora” que buscan sus colegas para que le proporcione versiones y contactos en Santiago, Enriqueta Comas, “no puede recitar un romance sin canturrearlo”. Son conocidos los escrúpulos de Menéndez Pidal en la incorporación en su romancero de versiones y variantes que no fueran las más antiguas y canónicas, y, de hecho, en sus encuestas, y en las que se hicieron después de su muerte por su escuela, el método consistía en aportar a los informantes los incipits de los romances de tradición más antigua para refrescar su memoria y que continuaran su propia variante a partir de ese comienzo (Catalán 1997-1998).

No debe extrañar por tanto que, a juzgar por cómo se expresa en su correspondencia familiar, la excursión no le resultara del todo satisfactoria. Acompañado sólo por Chacón, viajó en tren a Santiago, donde se encontró con un recibimiento formal y solemne. Le nombraron huésped de honor y le agasajaron en la Escuela Normal de Oriente; fue recibido por el profesor y recopilador de folklore Max Henríquez Ureña y el arqueólogo y etnógrafo Felipe Pichardo Moya e impartió una conferencia sobre el romancero (Gutiérrez-Vega 1969, p. 67). Al respecto, comentó: “Cundió entre las maestras, que eran en gran número, cierto calor de simpatía por el Romancero, veremos si los frutos que obtengamos serán apreciables. No confío mucho”. El día 11 de abril, escribió desde Santiago: “Constituimos la sección folklórica ayer tarde y mucho les encarecí el esfuerzo que es necesario poner en este trabajo, pero me parece que escuchan sin conmoverse gran cosa. Pero, en fin, nunca se sabe de dónde puede brotar un entusiasta” (Catalán 2001, t. 1, p. 202).

Como ha anotado Diego Catalán, responsable de la edición de estas cartas, esa impresión negativa no fue recogida en los diarios de viaje de Menéndez Pidal, en que apuntó que sólo pudo dedicar una tarde a la anotación de canciones y romances cantados por Dulce María Comas y de algunos romances que María Civera había aprendido en 1895 (p. 203). De regreso hacia La Habana, el 13 de abril, Chacón y Menéndez Pidal estuvieron en Camagüey, donde encontraron un grupo de niños y niñas, sobre los que el español, poco acostumbrado al mestizaje, escribió que había “algunos negros procedentes de los barrios pobres del lugar” que en corro cantaban varios temas romancísticos (id.). En esta “Colonia Escolar del Caney”, grabó en disco versiones de “Gerineldo”, “El Conde Niño” y “Don Bueso”, recitadas por un niño (Gutiérrez-Vega 1969, p. 67).

En los lugares visitados se formaron comisiones para la creación de grupos folklóricos: en Santiago, bajo la dirección de Ramón Martínez, el autor del Oriente folklórico (1931-1939), y Rafael Esténger; en Camagüey, a cargo de Felipe Pichardo e Hilario Lamadrid. No obstante, la falta de apoyos volvió a poner en evidencia la debilidad de la apuesta folklórica de Chacón, y parece ser que esta ausencia de soporte económico y oficial habría sido la causa de que Fernando Ortiz desistiera de realizar la excursión (id.). Terminado el viaje del filólogo español, la organización folklórica quedó de nuevo en nada (Mesa 2008, pp. 97-98).

Continuidades

En definitiva, la presencia del prestigioso investigador extranjero, que se esperaba que contribuyera al éxito de la iniciativa -cuestión valorada en el artículo del Diario de la Marina (2.IV.1937), en el que, citando a Eugenio D’Ors, se decía: “no basta a un pueblo el saber libresco, hay que tocar cuerpo de sabio”-, no dio el resultado deseado y la Comisión Folklórica no tuvo mayor alcance. Tampoco el erudito español supo apreciar lo que valían las muestras de folklore infantil que le fueron ofrecidas, por la simple razón de que no pertenecían al acervo más antiguo de la tradición romancística. Esto no quiere decir que la figura y la obra de Menéndez Pidal no tuvieran influencia, anterior y posterior a su estancia, en Cuba en particular y en el ámbito caribeño en general. De hecho, ya la había tenido antes de 1937 y siguió mucho después, como podemos juzgar por la continuación de las encuestas; por ejemplo, la llevada a cabo en la región de Gran Tierra, en 1967 (Farray 1970), y la más sistemática de Martín Durán, dada a conocer en 2001 y luego en su tesis doctoral en 2014. Pero, sobre todo, destaca la publicación de un Romancero general de Cuba, a cargo de Beatriz Mariscal (1996), que incorpora las versiones inéditas conservadas en el Archivo Menéndez Pidal-Goyri de Madrid, las inéditas del archivo de Chacón y Calvo y las recogidas de informantes peninsulares por Carolina Poncet, y donde, por cierto, se incluyen las fotografías obtenidas en el viaje de Pidal a Santiago. Maximiano Trapero y Martha Esquenazi (2002) han proseguido posteriormente esta labor con la ampliación sistemática del corpus.

Sin embargo, la larga línea de estudio del folklore y de la literatura de tradición oral en Cuba no dependió en absoluto de la presencia directa de Menéndez Pidal en la isla, aunque sí de su influencia y de su magisterio en España unas décadas antes. En realidad, en el mantenimiento de esta línea con continuidad ininterrumpida, tiene mayor importancia una mujer, aludida hasta ahora de refilón: Carolina Poncet y de Cárdenas (1879-1969). Perteneciente a una familia influyente y con antecedentes literarios (Díaz Rodríguez 2004, p. 207), comenzó a trabajar como maestra en La Habana, tras graduarse en 1897. En 1912 se doctoró en la Universidad de La Habana con una tesis sobre El romance en Cuba, que obtuvo en 1913 el Premio Nacional de Artes y Letras y se publicó en 1914 (véase infra, “Referencias”). En 1915 obtuvo la plaza de catedrática de Gramática, Composición, Elocución, Literatura cubana y española en la Escuela Normal de Maestros de La Habana, donde desempeñaría toda su carrera, y de la que fue separada por cuestiones políticas en dos ocasiones, en 1931 y 1935. En 1920, durante una gira por Europa, viajó a España para asistir en Madrid a un curso de Menéndez Pidal (Barnet 1983, pp. 126-127) y formar parte de la amplia red de colaboradores para los archivos del romancero americano, aunque ya vimos la opinión no muy halagüeña que tenía María Goyri de su labor.

Al igual que Chacón, con quien coincidió en 1914 en la publicación de sus primeros romanceros, Poncet formó parte de la primera junta directiva del Folklore Cubano y del Consejo de Redacción de Archivos del Folklore Cubano. En esta revista publicó la mayor parte de sus trabajos sobre poesía oral de tradición hispánica: “Romancerillo de Entrepeñas y Villar de los Pisones” (1923), “Cantares locales cubanos” (1924), “Los altares de la cruz” (1926) y “Romances de Pasión” (1930) (Ortiz García 2003, pp. 703-706).

A pesar de ser pionera en la Universidad, Poncet no ha sido una figura excesivamente valorada en la historia académica cubana. Sin embargo, durante muchas décadas, ya que incluso durante la Revolución sería nombrada catedrática emérita en 1955, y en 1960, designada miembro de la Academia Cubana de la Lengua (Trapero y Esquenazi 2002, p. 39), llevó a cabo una gran labor pedagógica. Por tanto, y con independencia de la valoración de su obra de investigación personal, hay que destacar que, por medio de ella, toda una generación de mujeres, formadas en la Escuela Normal, para luego desarrollar sus carreras como profesoras de enseñanza secundaria en distintos puntos de la isla, se introdujeron en la investigación folklórica y dieron a conocer sus pesquisas en libros y artículos, muchos de ellos publicados también en los Archivos del Folklore Cubano. Estas discípulas de Carolina Poncet son las “maestras”, a las que, con tono displicente, aludía Ramón Menéndez Pidal.

De hecho, y como hemos visto que se señala también en las cartas de Menéndez Pidal, la relación de las primeras recopilaciones sistemáticas de folklore literario y musical en Cuba con la pedagogía y la enseñanza marcó el carácter de esta cultura tradicional oral, puesto que se trataba fundamentalmente de encuestas de folklore infantil, llevadas a cabo además en el contexto escolar. Así, los especialistas posteriores han llegado incluso a plantearse si en Cuba los romances y canciones de tradición hispánica que han sobrevivido, no lo han hecho prácticamente sólo entre niños y niñas (Farray 1970, p. 331 ; Trapero y Esquenazi 2002, p. 35).

Con todo, el perfil que presentaban estas mujeres folkloristas y pedagogas cubanas distaba mucho de la imagen algo peyorativa que da de ellas el filólogo español; de hecho, no había habido en España en aquel período del Centro de Estudios Históricos que él dirigió una nómina femenina de investigadoras excesivamente nutrida. En los Archivos del Folklore Cubano aparecieron muchas contribuciones que corresponden a tesis y memorias presentadas en la Universidad de la Habana para conseguir el grado de doctora en Pedagogía, como la defendida en 1923 por Sofía Córdova de Fernández, “El folklore del niño cubano” (1923-25); o la de Consuelo Miranda, “Las supersticiones de los niños cubanos” (1929). Estos trabajos estaban hechos a partir de un cuestionario y un modelo estándar aplicado a los distintos materiales recogidos in situ, generalmente entre los alumnos de las escuelas normales en que las autoras desempeñaban su tarea. Pueden servir de ejemplo el trabajo de Manuela Fonseca García, “Las supersticiones del escolar cubano” (1930), que contenía los datos recogidos en las escuelas de Santiago de Cuba, y el de Dolores Hernández Suárez, “Cuentos recogidos en Camagüey” (1929-30).

Esta línea de folklore escolar organizada por mujeres pedagogas tuvo continuidad. Así, en 1940 se publicó un Folklore sagüero, que contiene una recopilación hecha por los alumnos del Instituto de Segunda Enseñanza de Sagua La Grande, bajo la coordinación de la profesora de Gramática y Literatura, Ana María Arissó Fernández (1913-¿?) (Barreal 2001, pp. 133-143), quien en 1939 y 1940 había participado en los cursos de verano sobre música y folklore que se impartían en la Universidad de La Habana.

Ya en el período de la Revolución, la Dirección de Investigaciones Folklóricas publicó, con prólogo de Samuel Feijóo, una recopilación de folklore infantil en dos tomos (Alzola 1961-1962), dedicados uno a las creaciones literarias y otro a los juegos, a cargo de Concepción Teresa Alzola (1930-2009). La colección -fundamentalmente hecha entre sus alumnos, ya que Alzola era profesora de educación especial, pero también entre estudiantes de la Universidad de La Habana y de la Escuela de Comercio de Marianao (Trapero y Esquenazi 2002, p. 46)- presentó una metodología más avanzada que la de Arissó, pues incluía las anotaciones musicales de las canciones, así como los datos de las personas que sirvieron como informantes. Desde su exilio en Miami, Concepción Teresa Alzola continuaría publicando otros trabajos sobre expresiones de cultura tradicional cubana, como La más fermosa. (Leyendas cubanas) (1975) y Habla tradicional de Cuba: refranero familiar (1987).

El folklore no fue tarea ajena a la Revolución, y así, en el interior de la isla, pudieron apreciarse líneas de continuidad con esta escuela folklórica de mujeres. Así lo confirma una de las personalidades influyentes en el nuevo régimen político, la intelectual comunista y feminista Mirta Aguirre (1912-1980), cuya madre, Aída Carreras, por entonces profesora de música en la Escuela Normal de Matanzas, sirvió de informante a Concepción Alzola en 1951 (Alzola 1961-1962, t. 1, p. 30). Como especialista en literatura hispánica, Aguirre se ocupó en varias ocasiones del género romancístico, tanto en tareas de recopilación como en trabajos teóricos y críticos (Aguirre 1975 y 1985). Así lo hizo desde los puestos que ocupó como profesora en la Universidad de La Habana, como directora (entre 1976 y 1980) del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba, y como directora de la Sección de Teatro y Música del Consejo Nacional de Cultura. Es significativo que haya sido ella quien se dedicó a rescatar la figura y la obra de Carolina Poncet. En 1985, Aguirre recopiló en Investigaciones y apuntes literarios no sólo los estudios publicados por Poncet, sino también algunos inéditos, junto a las versiones romancísticas recogidas por ella misma, conservadas en su archivo personal depositado en el Instituto de Literatura y Lingüística (Poncet 1985, pp. 610-665).

Por tanto, vemos con esta y otras recuperaciones de figuras señeras del folklore cubano -como el mismo Chacón y Calvo, Teresa Alzola y Lydia Cabrera, quien a pesar de tener un perfil muy diferente también forma parte de la nómina de los más sobresalientes-, relegadas hasta hace poco por sus posiciones ideológicas distintas, cómo se cierra de alguna manera el círculo, pero también cómo se continúa un camino, emprendido hace ya más de un siglo por los intelectuales cubanos, con la participación de sus colegas españoles.

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12* Este trabajo forma parte del Proyecto dirigido por la Dra. Consuelo Naranjo Orovio: “Connected worlds: The Caribbean, origin of Modern World” (ConnecCaribbean). Este proyecto ha recibido financiamiento del programa de investigación e innovación “Horizon 2020” de la Unión Europea, en el marco del convenio de subvención Maria Sklodowska Curie núm. 823846.

1Se trata de un considerable archivo de cartas cruzadas con los intelectuales españoles y latinoamericanos más relevantes de su momento, publicado en buena parte por la hispanista cubana Zenaida Gutiérrez-Vega (Guillama 2019, pp. 3-5).

2Sobre ellas se informa en los Archivos del Folklore Cubano, 2 (1926), p. 93.

3Entre sus anfitriones estuvo el matrimonio formado por María Muñoz Portal (1886-1947), profesora y pianista, recomendada por Manuel de Falla, con quien había estudiado en España, y Antonio Quevedo. Ambos habían fundado la Sociedad Pro Arte Musical y la revista Musicalia y eran importantes promotores culturales. María Muñoz, además de su carrera como intérprete y directora coral, desempeñaba también una considerable labor docente y de divulgación (Del Río 2016). En este sentido colaboró con la Hispanocubana en la organización en 1931 del Festival de Música Folklórica que se mencionó más arriba y donde ella impartió una conferencia sobre “Pueblo, panorama y folklore hispánico” (Del Toro 1996, p. 27).

4Por cierto, y según el propio testimonio de don Ramón, un “jovencito” García Lorca le había servido a él y a su mujer como guía en una recogida de romances por el Albaicín y el Sacro Monte granadinos en 1920 (Pérez Pascual 1998, pp. 170-171).

5Donde ayudó a varios cubanos y españoles en esos momentos dramáticos. Véase su relato personal en Chacón 2010.

6Parte de esta correspondencia ha sido reproducida en varios estudios: Pérez Villanueva 1991; Pérez Pascual 2015 y, muy pormenorizadamente, en Catalán 2001, t. 1.

7En realidad, no llegó a publicar en vida esa historia de la lengua, que fue editada póstumamente por Diego Catalán; véase Menéndez Pidal 2005.

8Para conocer en detalle cómo se llevó a cabo este magno proyecto, véase el libro de Diego Catalán (2001), en dos tomos. Un repaso por la historia de la recopilación romancística americana puede verse en Martín Durán 2014 y 2014a.

9Publicado en 1907 como separata de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos.

10 William Milwitzky, “El viajero filólogo y la antigua España” (1905). Véanse datos completos al final, en “Referencias”.

11Además, las versiones cubanas publicadas por Chacón y Poncet aparecen pormenorizadas en la base de datos del Pan-Hispanic Ballad Project: depts.washington.edu/hisprom/biblio/biblioaction.php/ [consultada el 13 de octubre de 2020].

Recibido: 30 de Marzo de 2020; Aprobado: 07 de Febrero de 2021

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