Los estudios recientes sobre la conformación del romancero como género poético, en su paso por la imprenta, han sacado a la luz una serie de pormenores que en años anteriores se habían pasado por alto o que no se estimaron importantes para la comprensión de ciertas colecciones de la segunda mitad del siglo XVI. Esta situación puede comprobarse con los Romances nueuamente sacados de historias antiguas de la crónica de España, de Lorenzo de Sepúlveda. En el corpus de romanceros surgidos en este período, la obra de Sepúlveda se había tenido en lugar aparte por sus señas particulares, divergentes de las antologías de la época; concretamente, por su naturaleza de romancero de autor. Esta distinción con respecto a colecciones contemporáneas como el Cancionero de romances o a las partes de la Silva de varios romances ha llevado a plantear hipótesis sobre la génesis y la difusión de los Romances que no alcanzan explicaciones satisfactorias de dichos fenómenos. Afortunadamente, el cambio de perspectivas ha llevado a estudiar la obra de Lorenzo de Sepúlveda como producto de un momento específico en la historia de la imprenta en la Península Ibérica, y como parte importante del impulso por el cual se conformó el romancero como el género poético que conocemos hoy en día.
El contexto editorial
Cuando hablamos de los Romances de Sepúlveda es necesario reconocer que nos encontramos ante un auténtico triunfo comercial. La aparición de un importante número de ediciones de los Romances nueuamente sacados de historias antiguas de la crónica de España hace patente su éxito editorial. En principio, las impresiones antuerpienses de Juan Steelsio y Martín Nucio, que se llevaron a cabo en un arco temporal bastante reducido (ca. 1551- 1553)1, son indicio de buena aceptación entre el público. Además, su aparición en diferentes centros impresores durante los siguientes años confirma el triunfo de la fórmula; se conservan ediciones de Medina del Campo, 1562, 1570 y 1576; Alcalá, 1563; Amberes, 1566 y 1580; Valladolid, 1577; Burgos, 1579, y, finalmente, Sevilla, 1584 (Higashi 2018, pp. 16-19). Como puede verse, en algunos lugares hubo hasta tres o cuatro ediciones, como en los casos de Medina del Campo y de Amberes: muestra de la buena recepción que tuvo la obra y, sobre todo, de la propuesta de lo que hoy conocemos como romancero historiado2.
En buena medida, el éxito de este proyecto no podría comprenderse fuera de un contexto comercial particular. Alejandro Higashi (2013, pp. 37-43) ya ha demostrado cómo la convergencia entre las nuevas propuestas estéticas y las necesidades comerciales de la imprenta configuró buena parte de la producción literaria del momento. Precisamente, los Romances surgen en una época en que los impresores centraron sus esfuerzos en dignificar el romancero (Beltran 2005, p. 105). Durante aquellos años se intensificó el interés por este género poético, lo cual motivó a autores e impresores a crear productos novedosos para ofrecer en el creciente mercado. Es posible que este impulso comercial haya guiado, en parte, el proyecto de nuestro vecino de Sevilla.
Recordemos que hacia 15463 comienza la recopilación de la tradición impresa del romancero, emprendida por Martín Nucio con su Cancionero de romances s.a. Con esta obra, el impresor se convirtió en figura central de la configuración del género, por cuanto lo sacó de las hojas volantes para otorgarle el prestigio de la impresión cuidada y de su nuevo formato: el libro (Higashi 2013, p. 45). A la vez que Nucio recopilaba los romances difundidos en pliegos sueltos para su antología, en otros centros impresores se cultivaba la práctica de romancear obras en prosa de interés para los lectores, ya fuera como resúmenes o como especie de propaganda para atraer al público (Garvin 2007, pp. 59-72). En este cruce se encuentra el cancionero de Sepúlveda, quien como otros escritores e impresores aprovechó el filón abierto por Nucio y, al mismo tiempo, impulsó otra alternativa, al ofrecer una propuesta diferente a la recopilación de productos ya impresos.
Guiado por el parecido de los procedimientos que aprovechó Sepúlveda y por los que utilizaron poetas de la época, cercanos a distintos centros impresores, Mario Garvin (2018a, pp. 60-72) señaló la estrecha relación entre el trabajo del autor de los Romances y la imprenta sevillana. El filólogo nos recuerda que, además de la atracción por el romancero, durante esa época crecía el entusiasmo por textos historiográficos. Es muy posible, por tanto, que Sepúlveda aprovechara el gran interés del público sevillano -al menos durante la década de 1540- por la publicación de la Crónica de Florián de Ocampo para comenzar su empresa poética (Garvin 2018a, p. 46). No obstante, si bien es cierto que procede de manera parecida a otros versificadores de obras en prosa, Lorenzo de Sepúlveda configura una fórmula novedosa y trascendente para las colecciones de romances de la época. Nuestro autor, verdadero pionero en la conformación de lo que hoy conocemos como romancero historiado, declara en el prólogo4 que su obra
Seruirá para dos prouechos. El vno, para leerlas en este traslado, a falta de el original de donde fueron sacados: que por ser grande volumen, los que poco tienen carecerán dél por no tener para comprarlo. Y lo otro, para aprouecharse de los que cantarlos quisieren, en lugar de otros muchos que yo he visto impressos harto mentirosos, y de muy poco fructo (f. 3r)5.
Hay, como puede verse, dos razones importantes por las cuales Sepúlveda decide realizar su empresa. La primera, muy en consonancia con las ya mencionadas prácticas editoriales de la época, ofrecer el contenido -o al menos buena parte- de una obra de considerable extensión, lo cual implicaría un volumen de mayor tamaño y precio, en formato más accesible. La segunda, y que resulta más innovadora, crear romances con base en una fuente autorizada para dotarlos de verismo histórico y para que quienes los cantaban sacaran de ello algún provecho.
Si Nucio “sentó las bases para una nueva morfología editorial que superó por mucho la primitiva organización del pliego suelto” (Higashi 2018, p. 20), Lorenzo de Sepúlveda propició la renovación profunda del género. Así pueden comprenderse la autoría explícita, la documentación en fuentes de prestigio -como la Crónica de Florián de Ocampo- y el carácter ejemplar de sus textos (id.). Tales características son propias del proyecto estético de Sepúlveda y, además, funcionaron como argumentos de venta frente a una colección como el Cancionero de romances (pp. 20-21).
Hipótesis de filiación y propuestas de ordenación
Aun a pesar de comprender mejor el contexto editorial en que surgieron, y de contar con una considerable cantidad de testimonios que reproducen los Romances de Sepúlveda, no tenemos conocimiento de la editio princeps. El no tenerlo ha llevado a los especialistas a preguntarse por la actitud del autor ante su fuente en prosa, quienes han intentado llegar a una respuesta a partir del estudio de las ediciones antuerpienses más antiguas conservadas. Impresas por Juan Steelsio y Martín Nucio, una de 1551 y la otra sin fechar, ambas se han visto como productos de una intensa competencia por la superioridad en la impresión de obras españolas en Amberes.
El primero en advertir tal rivalidad comercial fue Antonio Rodríguez-Moñino6, la cual lo lleva a pensar en una filiación directa entre ambos testimonios. Con base en su contenido y organización, afirma la primacía de la impresión de Juan Steelsio. El bibliófilo la consideró como “fiel reflejo y copia de la original hoy perdida” (p. 11). Convencido por la ausencia de una declaración explícita sobre algún posible cambio en su edición, considera que Steelsio reproduce la versión más cercana a la princeps de los Romances de Sepúlveda. Consecuentemente, estima que Martín Nucio trabajaría en su propia edición a partir de la de su competidor, añadiendo textos y reorganizando los de su modelo. Este razonamiento lo lleva a conjeturar que la impresión de los Romances de Steelsio se llevó a cabo como reacción expresa a la publicación del Cancionero de romances (1547-1548), y que la posterior edición de Nucio se emprendió como intento por recuperar la ventaja de su proyecto editorial (p. 25).
Asumida la relación entre ambas ediciones, Rodríguez-Moñino considera que el contenido de la princeps puede obtenerse y ordenarse si se descartan los agregados de cada impresión7. No obstante, los problemas surgen tras la comparación de los impresos y su cotejo con el plan trazado por Lorenzo de Sepúlveda. Si, como el propio autor declara en su prólogo, los romances que escribió se ciñen a la información ofrecida en Las quatro partes enteras de la Crónica de España de Florián de Ocampo, la presencia de 37 romances que reproducen ambas ediciones -además de los agregados por cada impresor, ya sea en el prólogo o en la portada de sendas ediciones- no puede explicarse, pues resultan incongruentes con los objetivos expuestos. Evidentemente, se trata de adiciones a los Romances de Sepúlveda; sin embargo, no queda claro quién las hizo, ni en qué momento.
Antonio Rodríguez-Moñino sospechaba que hubo una edición intermedia, también perdida y también sevillana, entre la princeps y la edición de Steelsio, la cual copia:
Si cotejamos sus dichos con la realidad, nos hallamos burlados puesto que hay una serie de textos que para nada rozan la historia española, otros de tipo exclusivamente religioso y finalmente algunos -y no pocos- muy fuera del marco cronológico que se trazó. ¿Habría un texto primitivo del libro de Sepúlveda, limitado a lo que prometía, luego añadido o ampliado en la edición sevillana que sirvió de base a Steelsio? (p. 12).
Por supuesto, al tomar los Romances de Sepúlveda de la impresión de su competidor, Nucio también reproduce esos textos que no pertenecen al plan original. Así explica la presencia de los romances que, en teoría, no pudieron salir de la pluma de Lorenzo de Sepúlveda y que, por tanto, no hay razón para que aparecieran desde la edición príncipe.
Como ya adelantamos, Antonio Rodríguez-Moñino, al considerar la edición de Steelsio como la copia más cercana, asume su orden editorial como el que debió de llevar la primera edición. A pesar de esto, la considera confusa y le parece extraño que Sepúlveda no haya seguido el orden impuesto por la cronología de Las quatro partes enteras de la crónica de España. En su incomprensión de la estructura, comenta lo siguiente:
Exceptuando la serie de los Infantes de Lara, que abarca los doce primeros números, y un grupo de piezas religiosas que van juntas, todo el cuerpo del libro presenta una notable confusión y mezcolanza en la cual no se respeta orden temático ni cronológico alguno. Parece imposible que si Sepúlveda habría preparado su libro conforme a un esquema que siguiera la Crónica del rey sabio, alguien destruyese tan sin piedad la primitiva arquitectura (id.).
En fechas muy recientes, Mario Garvin ha revisado esta propuesta de filiación y ha planteado otra hipótesis, con la cual relaciona las ediciones de Steelsio y Nucio de manera distinta. Garvin trabaja sobre la sospecha de una edición intermedia entre las conservadas y la príncipe: “si el contenido de la princeps se ceñía a lo prometido por Sepúlveda, sería necesario pensar en la posibilidad de una edición intermedia que añadiera textos a la princeps y que luego en Nucio y Steelsio fuera completada con más textos” (2018, p. 78). Sin embargo, aquélla no sería sevillana, como plantea Rodríguez-Moñino, “sino una antuerpiense y del propio Nucio” (p. 79). De este hipotético testimonio derivarían, con sus respectivos cambios, los dos conservados de 1551 y s.a.8
Claro está que, con esta nueva propuesta, los supuestos sobre la princeps de Sepúlveda han cambiado. Para Garvin, si la dependencia entre los impresos es distinta a la planteada, lo dicho sobre la princeps y su organización también debe revisarse. Considera que la obra de Sepúlveda no podría llevar otro orden más que el impuesto por la cronología de Las quatro partes enteras de la crónica de España:
Tal y como Sepúlveda plantea su tarea en el prólogo, sería impensable que eligiese para sus romances un orden distinto al que le impone la Crónica. Doy por seguro que el orden de la princeps coincidiría básicamente con el de los materiales en la obra de Ocampo. En esa ordenación original, los romances ofrecen una narratividad imposible de percibir en las ediciones de Nucio y Steelsio (2018a, p. 52).
La hipótesis de Garvin sobre la edición antuerpiense perdida es encomiable y la considero punto de partida obligado para toda reflexión sobre las ediciones de 1551 y s.a. Con ella logra explicar de manera convincente los agregados ajenos al proyecto de Sepúlveda; sin embargo, la organización que supone para la editio princeps no atiende a los usos editoriales de la época ni parece sustentarse en la práctica poética del autor. Un análisis de los Romances en conjunto demuestra que, en realidad, la narratividad que afirma sólo es manifiesta en los romances pertenecientes al ciclo de los infantes de Lara9; los nexos narrativos que propone, en los demás textos, responden más a la fuente cronística que a un intento de creación de ciclos completos por parte de Lorenzo de Sepúlveda.
En todo caso, una ordenación miscelánea de los textos restantes no interfiere con los objetivos expresados por Sepúlveda en su prólogo. Aun con la falta de narratividad que extrañan Rodríguez-Moñino y Garvin, los Romances mantienen cierta unidad al presentarse bajo una estructura miscelánea. Mantener el orden de la Crónica de Ocampo no parece ser la idea del autor10, cuando sus romances no presentan elementos que permitan relacionarlos entre sí dentro del conjunto. En cambio, el principio organizador, tal como ya ha señalado Alejandro Higashi, coincide más bien con la variatio “en torno a dos paradigmas temáticos: la reconquista y los altercados entre nobles” (2018, p. 143).
Ciclos narrativos y variatio: poética de Lorenzo de Sepúlveda
Como ya hemos mencionado, uno de los argumentos de Garvin para considerar la existencia de una edición antuerpiense perdida, salida del taller de Martín Nucio, es una lectura atenta de su prólogo. Ahí el impresor declara: “Agora ha venido a mis manos vn libro nueuamente impresso en Sevilla” (f. 3r)11. Para Garvin, la referencia a la patria de Sepúlveda se entiende mejor si pensamos en la posibilidad de que fuera Nucio quien recibiera el primer ejemplar llegado de Sevilla a Amberes. En consecuencia, también habría que reconsiderar las palabras “el qual me pareció imprimir por seguir el intento con que esto comencé” (id.) no como ataque a su competidor Steelsio -según pensaba Rodríguez-Moñino-, sino más bien como comentario al mismo Sepúlveda, a quien consideraba continuador de su proyecto editorial iniciado con el Cancionero de romances12.
Podríamos continuar tirando del hilo para obtener una pista del orden de esa edición sevillana sobre la cual, siguiendo a Mario Garvin, Nucio habla en su prólogo13. En ese texto, el impresor hace referencia a un aparente desorden por el cual tuvo que trabajar a fin de que, en su edición, los romances aparecieran organizados de manera más comprensible para el lector:
trabajé que en él se pusiesen algunos romances no como estauan sino como deuen, porque auiendo en él muchos que tratan de vna mesma persona no me pareció justo que estuuiessen derramados por el libro como estauan, mas que se juntassen todos en vno, porque de esta manera la historia dellos será más clara y al lector será más apazible (id.).
Es evidente que para Nucio había una falta de organización en su fuente, lo cual podría muy bien indicar que la colección de Sepúlveda estaba estructurada originalmente siguiendo el principio de variatio y no la cronología dictada por la obra de Florián de Ocampo, organización ajena al proyecto editorial del impresor.
No falta razón a Garvin (2018 a, p. 82) cuando señala que la reorganización de los Romances de Sepúlveda hecha por Nucio se debe a la necesidad de homologar la obra con su Cancionero de romances. Por esto mismo, considero que su idea de una princeps ordenada cronológicamente no alcanza a explicar la observación del impresor sobre su fuente. De haber estado los romances organizados a manera que se siguiera la narratividad de la Crónica de Florián de Ocampo, Martín Nucio habría comprendido la estructura de la princeps, sobre todo en un conjunto tan amplio como el dedicado a la figura del Cid14. En ese caso, sólo habría tenido que extraer los pocos romances de personajes ajenos a Ruy Díaz de Bivar y ordenarlos en otra parte para obtener el resultado que esperaba. Empero, Nucio reunió los materiales en torno al héroe castellano y los demás personajes, sí -como hizo con los núcleos temáticos del Cancionero de romances15-, pero sin poder encontrar un esquema narrativo para ordenarlos. Por eso, insisto, no me parece lógica esta propuesta de ordenación, pues no considero viable que Nucio descompusiera conjuntos formados ya desde su modelo, que perfectamente podrían asociarse a su proyecto editorial16, tan sólo para volver a reunirlos en desorden.
Por su parte, Lorenzo de Sepúlveda, en el caso de los romances sobre el Cid, tuvo la oportunidad de crear un ciclo narrativo completo, de principio a fin. No obstante, y a pesar de la extensión del conjunto, no parece que el autor tuviera esta intención, como hizo con el ciclo de los infantes de Lara. Estoy de acuerdo con Higashi en que “a Sepúlveda no le interesaba contar una historia completa a partir de una retacería de partes, tarea editorial que había sido ya emprendida y resuelta, sino añadir al corpus romanceril aquellas secuencias narrativas que no habían sido contadas ya” (2015b, p. 632). Idea a la cual agrego un matiz que, me parece, explica la aparentemente confusa mezcolanza de historias que advierte Nucio al encontrarse con la princeps: en lugar de continuar con historias entrelazadas narrativamente -que sería el caso si se tratara de una simple versificación de la Crónica de Florián de Ocampo-, el autor sevillano optó por núcleos narrativos discretos, cuyo valor didáctico se encuentra en las lecciones morales que puedan obtenerse de ellos17. El aspecto histórico interesa a Sepúlveda por cuanto es fuente de autoridad para su cancionero; sin embargo, lo que busca realmente es conformar una colección de romances con carácter ejemplar; por eso mismo el criterio cronológico no es el principio de ordenación de su obra.
La colección cuenta con abundantes romances que provienen de segmentos muy cercanos de la Crónica; incluso algunos pertenecen al mismo episodio. Sin embargo, a pesar de su cercanía con la fuente, los romances no parecen estar interrelacionados uno con otro al grado de formar núcleos narrativos entre ellos. Tal es el caso de los romances “En batalla temerosa / andaua el Cid muy noˉ brado” (f. 53r-v) y “Esse buen cid campeador / brauo va por la batalla” (f. 52v). En la Crónica, la naturaleza misma de la prosa permite a Florián de Ocampo organizar la información en segmentos que, al avanzar en su lectura, muestran una gradatio en la tensión hasta llegar al clímax en las batallas singulares. El pasaje comienza con el llamado del Cid a sus hombres para preparar la defensa de Valencia contra la hueste de Búcar:
¶ Dize la estoria q luego como el moro Ximen de Algezira mesagero d Búcar salió de Valeçia el Cid mandó repricar la campana / ala qual se auién ayuntar todos los omes d armas que en Valençia era- . E quando todos fuero-antél madoles & díxoles cómo de gran mañana fuesen todos armados & q salién al campo dl Quarto / ca él querié dar fazieda al rey Búcar de Marruecos (f. cccxlvr)18.
La acción narrativa va en aumento con la preparación de los hombres para la batalla, las órdenes del Cid y la formación que sigue su hueste. Como primer momento culminante aparece en la crónica el combate singular, protagonizado por Fernán González y Ordoño. El infante de Carrión huye ante el peligro, por lo que el sobrino del Cid acude a ayudarlo. Ordoño y Fernán González, después del enfrentamiento, se encuentran con el Cid en el campo de batalla y le informan que su yerno mató a un moro y le quitó el caballo:
& andando así el infante ferra- gonçález fallose con vn moro alarife que era muy grade de cuerpo & muy rezio / & vino muy denodadamente cotra ferrán gonçález: & qndo él esto vio boluió las espaldas & começó de foyr. & esto no- lo vio ninguno sino- vn escudero dl Cid q era su sobrino que auié nombre Ordoño. E quando assí lo vio fuyedo enderesçó cotra el moro la laça… & qndo esto vio Ordoño dixo / señor Cid vro yerno ferrán gonçález auiendo gran sabor de vos ayudar enesta fazieda mató vn moro & ganó este cauallo (ff. cccxlvr-cccxlvr).
El segmento se distiende cuando se inserta una digresión sobre el esfuerzo del obispo don Jerónimo y la hueste del Cid que, con muchos trabajos, pudo repeler el ataque de los moros: “& quién vos podrié contar quán marauillosamente lo fazié aql día el obispo don Gerónimo & todos los otros q cada vno en su guisa fuero- buenos aquel día & sobre todos el Cid” (f. cccxlvr). La tensión vuelve a crecer progresivamente en la descripción del combate y de la sucesiva huida de la hueste de Búcar, en la que el Cid y sus hombres comienzan su persecución: “& plogo a Dios & a la buena vetura del Cid que los metieron en alcançe & los moros tornaron las espaldas & començaro- a fuyr / & los cristianos en sus espaldas feriedo y derribado muchos dellos” (id.).
Una vez puestos en retirada los moros, se da la batalla singular entre el Cid y Búcar. El héroe castellano logra dar alcance al rey y herirlo antes de llegar a su nave. Ruy Díaz de Bivar se congratula con la ayuda de sus yernos en la batalla. Su hueste toma los despojos del enfrentamiento y se reparten el botín. Cuando los infantes observan las grandes ganancias del Cid comienzan a tramar la traición con Suer González:
E yendo enel alcançe el Cid vio al rey Búcar & ederesçó a él por lo ferir dela espalda: & el rey moro quado lo vio conosçiol muy bie- & boluiol las espaldas & començó a foyr cotra la mar / & el Cid en pos dél auiedo muy gran sabor delo alcaçar… & en veniendo fallose co- sus yernos los infantes d Carrio- / & qndo los vio plogol mucho coellos: & por los ho- rar come- çó a dezir andad acá mis yernos / ca enl vro esfuerço vençimos oy esta faziada… & tan grandes fuero- las riquezas q enesta fazie- da ganó el Cid que enel su quinto le copieron trezientos cauallos… E quado ferra- goçález & diego gonçález viero- tan grandes ganaçias / como eran viles & cobdiçiosos / fabraro- con Suer gonçález & firmaron la su mala fabra que auiefabrado & el su mal fecho que fezieron segund q la estoria vos lo contará adelante (id.).
Aunque el texto base de Ocampo contenga información suficiente para hacer de la batalla contra Búcar en Valencia un ciclo narrativo interesante, con segmentos que aumentan y disminuyen la tensión en función de mantener el suspense, Sepúlveda sólo se interesa por los combates particulares: Ordoño contra el moro y el Cid contra Búcar. Inclusive ignora la posibilidad que ofrece la Crónica de extender el hilo narrativo a otros episodios. En el texto historiográfico, la advertencia “segund q la estoria vos lo contará adelante” sirve para mantener la curiosidad del lector y de conector con un segmento distinto, que terminará con la afrenta de Corpes y las cortes de Toledo. Sepúlveda, en cambio, desestima esa posibilidad, pues su colección ya cuenta con un extenso romance que recoge toda la problemática entre el Cid y sus yernos19.
Los versos iniciales de “En batalla temerosa” (ff. 53r-54r) remiten a la defensa de Valencia. Sepúlveda recoge la información necesaria para situar la acción del romance. Menciona que el Cid ya ha ganado Valencia y que Búcar viene en su contra para recuperarla:
En batalla temerosa
andaua el Cid muy nobrado, con Búcar esse rey Moro, que contra él ha llegado,
a le ganar a Valencia,
que el buen Cid ha coquistado (f. 53r).
Después de estos versos informativos, Sepúlveda introduce a Fernán González y su encuentro singular con el moro, al cual Ordoño tuvo que asistir para ayudar al infante de Carrión. Una vez narrado el enfrentamiento, como en la Crónica, Ordoño y el infante se encuentran con el Cid para contarle la falsa hazaña del yerno. Al final, regresan juntos a la batalla, pero no parece haber intenciones de extender el hilo narrativo en un romance subsecuente:
Mucho le plugo al buen Cid de lo que le auía contado:
cuydando dezir verdad, mucho a su yerno ha loado:
juntos van por la batalla, hiriendo van y matando:
los Moros que los aguardan
en ellos hazían estrago (f. 53v).
El romance “Esse buen Cid campeador / brauo va por la batalla” (f. 52v) trata sobre el segundo combate singular de ese segmento de la Crónica, entre el Cid y Búcar. Los versos iniciales presentan el conflicto entre el protagonista y el antagonista sin hacer resumen de lo ocurrido anteriormente u ofrecer alguna información que ponga en contexto la batalla o lo relacione -más allá de la mención de Búcar- con “En batalla temerosa”, cronológicamente anterior:
Esse buen Cid campeador
brauo va por la batalla
contra aquesse Moro Búcar
alçada lleua su espada (id.).
Los versos finales tampoco contienen elementos que puedan conectar narrativamente el romance con otro posterior, que continúe el argumento:
El Moro se entró huyendo en la naue que lo aguarda:
apeado se ha el buen Cid, la su espada tomara:
también tomó la del Moro,
que era buena y muy preciada (id.).
Lo que puede observarse en estos romances, lejos del intento por crear un ciclo narrativo, es que Lorenzo de Sepúlveda sólo aprovecha la información de los combates singulares, pues esto le permite hacer un ejercicio de variación sobre un mismo tema20. La clara contraposición entre los personajes ejemplares (Ordoño y el Cid) y los antagonistas (Fernán González y Búcar) sirve para difundir valores de interés para el autor. Frente a los comportamientos reprochables, como huir cobardemente en el combate, están las correctas actuaciones del héroe castellano y su sobrino. Al final, la valentía de ambos personajes se ve recompensada material y simbólicamente.
El procedimiento es, básicamente, el mismo en los romances “Sobre Calahorra essa villa” (Romance del Cid, quado mató a Martín Gonçales sobre Calahorra, ff. 65v-66v) y “Ya se parte don Rodrigo” (Romace del Cid quando le apareció sant Lázaro, ff. 118v-120r). Ambos provienen del mismo pasaje de la Crónica en el cual se narra el conflicto del rey Fernando con su hermano Ramiro, rey de Aragón, por el control sobre Calahorra. Si Sepúlveda hubiera querido formar un ciclo, tan sólo habría tenido que seguir las divisiones de su fuente. Esta sección de la Crónica, el folio cclxxxi, consta de tres unidades bien definidas, incluso tipográficamente, por calderones. En la primera se plantea el conflicto y el acuerdo para resolverlo:
¶ Cuenta la estoria quel rey don Ferrado auié su contienda con don Ramiro rey de Aragón / que ta bie era su hermano / sobre la çibdad d Calahorra que razonaua cada vno dellos por suya: en tal guisa ql metió el rey de Arago en preyto a riepto: atreuiedose enel bie d cauallería que auié en don Martín gonçález que era el mejor cauallero q auié en aquel tiempo en toda España. & el rey don Ferrando resçibió el riepto: & dixo q lidiarié por él Rodrigo de biuar / pero que non era y a la sazo (f. cclxxxir).
La segunda unidad es una digresión que sirve para introducir la aparición de san Lázaro al Cid, además de funcionar como puente entre el concierto de la batalla y la llegada del día en el que se lleva a cabo. Inclusive el segmento termina con una indicación con la que Florián de Ocampo retoma la trama principal sobre la pelea:
¶ El rey don Ferrando tanto q se partió de allí embió por Rodrigo de biuar / & contol el preyto y cómo era / & cómo auié de lidiar por él. E qndo esto él oyó plogol mucho: & otorgó quanto el rey le dezié / & que lidiarié por él aql preyto pero que en tanto que el plazo se llegaua que qrié yr a Sa tiago / ca tenié prometido de yr en romería… Agora dexa aq la estoria de fablar dél por contar cómo los reyes fueron al plazo do auié de ser la lid sobre Calahorra (ff. cclxxxir-cclxxxir).
En la última de las secciones de este pasaje, el Cid se enfrenta por fin contra Martín González y lo vence, por lo que el control de Calahorra pasa a manos del rey Fernando:
¶ Quando el plazo fue llegado en que auie de lidiar sobre Calahorra Rodrigo d biuar & Martín gonçález / era el plazo ya llegado & Rodrigo non venié / Aluar fáyñez minaya su primo tomó la lid en su logar / & mandó armar su cauallo muy bie. E en quanto se estaua armado llegó Rodrigo al plazo… & Rodrigo desçendió a él & matol. & desde q le ouo muerto pguntó a los fieles si auié y más de fazer por el derecho de Calahorra / & ellos dixeron que no- (f. cclxxxiir).
Si bien, como ya hemos notado en la Crónica, el segmento intermedio sirve de puente entre el inicio del conflicto y su resolución, por el contrario, en los Romances, las acciones parecen no tener conexión entre una y otra. En “Sobre Calahorra essa villa”, Lorenzo de Sepúlveda romancea todo el conflicto entre los reyes Fernando y Ramiro. En los primeros catorce versos se plantea el problema sobre el control de la villa:
Sobre Calahorra essa villa
contienda se ha leuantado,
entre el buen rey de León
llamado el primer Fernando,
y don Ramiro de Aragón
cuyo reyno es el nombrado:
que ambos los reyes dizen,
que es villa de su reynado:
por quitar muertes y guerras
los reyes han acordado,
que lidien dos caualleros
cada vno de su vando:
y el que de aquéstos venciesse
que su rey la aya a su mando (f. 65v).
Sepúlveda toma la información sobre los precedentes de la batalla y, posteriormente, el combate singular entre el Cid y Martín González para crear un solo núcleo narrativo, en un romance discreto. No obstante, no atiende a la demora del Cid, que en la Crónica se debe a la romería que hace. Comienza la acción desde que son armados los caballeros: “armados que ambos son / en el campo son entrados” (id.). Narra el combate singular con muchos detalles y concluye con la victoria del héroe, que le da el control de la villa al rey Fernando:
díxoles a los juezes, esto les ha preguntado:
Queda aquí más por hazer,
para que sea del reynado
de mi señor Calahorra
sobre que he batallado?
Respondieron todos juntos:
No cauallero esforçado,
que en la batalla pasada
el derecho le es quitado
a Ramiro aquesse rey,
que dezía ser de su estado (f. 66v).
Es claro que Lorenzo de Sepúlveda no sigue la organización narrativa que presenta su modelo, en que el segmento de la aparición de san Lázaro al Cid se inserta entre el pacto hecho por los reyes y el inicio de la batalla. Por el contrario, toma los dos argumentos y escribe sus romances como núcleos narrativos independientes, con apenas la mención sobre la victoria de Ruy Díaz en Calahorra, en los versos finales del romance de “Ya se parte don Rodrigo”:
de allí se fue a Calahorra a donde el buen rey yazía:
muy bien lo auié recebido,
holgose con su venida,
lidió con Martín Gonçález
y en el campo lo vencía (f. 120r).
Puede advertirse en estos romances un propósito didáctico. Lorenzo de Sepúlveda ofrece un par más de ejemplos sobre comportamiento caballeresco. Frente a los denuestos de Martín González en la pelea, tenemos a un Cid que demuestra su mesura en combate. El mismo héroe lo increpa y señala su mala conducta, indigna de su condición: “aquessas vuestras palabras / no son de hombre esforçado” (f. 66r). Por ello, se lo castiga con la muerte, mientras que se recompensa al héroe con la victoria. De la misma manera, se nos muestra a un Cid piadoso y caritativo, frente a sus veinte vasallos molestos por compartir su comida con el gafo. Al final, las buenas acciones de Rodrigo son recompensadas con una vida de victorias y ganancias, asegurada por el santo.
Hemos visto cómo Lorenzo de Sepúlveda desestima una relación narrativa para estos romances. Aun cuando su fuente en prosa facilita la tarea de trabar las historias en ciclos complejos, el sevillano opta por mantener núcleos discretos. Esta decisión parece ir en pro de un objetivo ya mencionado en su prólogo: que sus textos sean de provecho para su público. Ha podido notarse cierta naturaleza moralizadora en los ejemplos analizados. Es claro cómo las historias romanceadas muestran contraposición entre figuras antagónicas: el Cid y sus parientes como ejemplos de valores deseables frente a moros, vasallos poco piadosos, caballeros desmesurados y yernos cobardes. Es patente que la dimensión didáctica de los romances pesa más que la narratividad que pueda tener el conjunto al seguir el orden impuesto por la cronología de la fuente histórica.
A causa de este impulso moralizador, Lorenzo de Sepúlveda no duda en alejarse de su fuente cuando es necesario para su propósito, como sucede en “Muy grandes huestes de Moros / a Estremadura corrían” (ff. 128v-129r). En el romance se narra la inminente invasión a Estremadura. Rodrigo de Bivar sale a hacerle frente, tras el llamado de auxilio. Es el momento perfecto para mostrarnos a un Rodrigo que funcione como ejemplo de valentía. Para exaltar la figura del protagonista y el valor ejemplar que pueda obtenerse del texto, Lorenzo de Sepúlveda agrega una descripción del héroe antes de entrar en batalla y sus palabras de aliento a los hidalgos que lo acompañan:
don Rodrigo como bueno
sus gentes luego apellida
amigos son y parientes
todos los que le venían
en busca va de los Moros
la su seña va tendida
él yva por capitán
sobre sí buena loriga
cabalga sobre Babieca
plazer es de ver qual yua
animando va alos suyos nadie muestre couardía
pues que todos soys hidalgos
delos buenos de Castilla
muramos como valientes
aquí es bien perder la vida (id.).
Este llamado al valor correspondiente al linaje de los hidalgos no aparece en la Crónica. En ella se describen el combate y los despojos; sin embargo, no hay intervención directa de los personajes:
& los estremedanos enbiaro- ma- dado a Rodrigo d bivar q los acoriese: & quando oyó el mandado non se dtouo / & enbió por sus parie tes & por sus amigos: & fue co tra los moros & junto- se con ellos q levava muy grand presa d catyuos & d ganados entre Atiença y Sant Esteva de gormaz: & ouo co ellos lid ca pal muy ferida: & encabo ve çió Rodrigo matando & firie do enellos & duró el alcançe siete leguas: & tornó toda la presa: & fue tan gra de el robo que fue sin guisa dlo q paresçió: & copo al qnto doszie tos cavallos / & valía d çie t mill marcos d aver del espojo: & partiol Rodrigo sin codiçia comunalmente & tornose co muy gra d ho rra (f. cclxxxiiir).
Por supuesto, Lorenzo de Sepúlveda no deja pasar la descripción de la lid y sus ganancias (los doscientos caballos y los cien mil marcos) para incrementar la acción de su romance y apegarse al verismo histórico que persigue. Muchos de los datos ofrecidos en la Crónica pasan al romance casi literalmente:
entre Atiença y San Esteuan
que de Gormaz se decía
alncaçado auié los Moros
lid campal auián ferida
don Rodrigo los venció
libra la gente captiua
quitáuales los ganados
siete leguas los seguía
tantos mató de los Moros
que contarse no podrían
gran auer ganara dellos
captiuos en demasía
dozientos son los cauallos
que a don Rodrigo cabían
cient mill marcos el despojo
él todo lo repartía
entre toda la su gente
comúnmente sin cobdicia
a Bivar se auié tornado
con gran honra que adquiría
de todos es muy loado
y del rey a marauilla (f. 129r).
Asimismo, hay otros ejemplos en los que Lorenzo de Sepúlveda decide alejarse de la Crónica para ensalzar la figura del héroe castellano en favor de su objetivo moralizador. “En çamora estaua el rey” (ff. 130v-131v)21 resulta interesante, pues Sepúlveda decide cambiar el objetivo del pasaje en prosa. Si bien el rótulo precedente al romance demuestra carácter explicativo (“Otro Romance por qué el Cid se llamó ansí”), parece ser que la intención del autor va dirigida, más bien, a encumbrar a Rodrigo de Bivar como conquistador y buen vasallo. Para ello suprime información de la Crónica y se da la libertad de agregar elementos a esa sección.
En los primeros cuatro versos mantiene la información sobre el rey, aunque con un tono romanceril. Pasa del “Este rey estando assí en Çamora” (f. cclxxxvr), de la Crónica, a “En çamora estaua el rey / que Fernando se dezía” (f. 130v). Además del cambio de tono, elimina los personajes aludidos en “con toda su gete” (f. cclxxxvr) para sólo mantener a Rodrigo: “con él está don Rodrigo / de Bivar a nombradía” (f. 130v). Parecería que el cambio es mínimo; sin embargo, la supresión de los otros personajes de la corte centra la atención del lector en el Cid, figura más importante, sólo superada por la del rey.
La llegada de los mensajeros se mantiene casi igual que en la prosa. Sólo elimina la reiteración de la ciudad (Çamora) y agrega, en dos versos, la explicación de las parias y cómo fueron obtenidas por su victoria militar: “son las parias que le dan / después que él los venciera”22. Conserva, también, la ceremonia de besamanos y la negativa de Rodrigo a otorgar su mano a los mensajeros hasta que no besen primero la del rey Fernando. En la Crónica: “& quisieron le besar las manos: & llamaron le Cid / mas Ruy Díaz non les quiso dar la mano fasta que besassen la del rey” (f. cclxxxvr). Pasa al romance:
quieren le besar la mano
Rodrigo no consentía
hasta besar la del rey
y ellos luego lo cumplían (f. 131r).
Lorenzo de Sepúlveda aprovecha el personaje que lleva el mensaje para, en su voz, ensalzar a Rodrigo. Lo significativo está en el hecho de que el reconocimiento y la admiración provienen, en este caso, de parte de los moros. Así, en el romance, aparece este parlamento de los mensajeros:
después que la han besado
a Rodrigo se boluían
hincados están de ynojos
y las manos le pedían
Rodrigo se las ha dado
los mensajeros dezían
Cid Ruy díaz tus vassallos
como a señor que lo estiman
te embían este presente
las parias son que deuías
bésante tus pies y manos
para ti gran bien querían
porque tú Cid lo mereces
y eres el mejor que auía
tienen se por muy dichosos
porque tú Cid los vencías (id.).
Cabe señalar dos cosas: en primer lugar, la reiteración de Cid (palabra dicha tres veces en el parlamento) afirma el reconocimiento del vasallaje y eleva a Rodrigo a la posición de señor frente a los moros. Por lo demás, al eliminar la explicación de la palabra Cid ofrecida en la Crónica, Sepúlveda convierte el episodio explicativo del origen de su sobrenombre en pretexto para encumbrar su figura. En la Crónica el pasaje dice: “E desque besaro las manos al rey fincaro los ynojos ante Ruy Díaz llamándol Cid / que quiere dezir tanto como señor / & presentáronle gra de auer que le trayén” (f. cclxxxvr). Por supuesto, Rodrigo, como buen vasallo tanto en la prosa como en el romance, reconoce al rey Fernando como señor y le otorga el quinto de sus parias. De esta manera, el Cid queda encumbrado en el romance por encima de los otros personajes de la corte, pero subordinado al rey. Así, Lorenzo de Sepúlveda, mediante la supresión de ciertos datos y los añadidos de su propia pluma, consigue convertir este fragmento de la Crónica, que explica el origen y significado del sobrenombre de Rodrigo de Bivar, en paradigma de comportamiento cortesano.
Estructura de la editio prínceps de los romances de Sepúlveda
Como hemos tenido ocasión de comprobar, en la versificación que Lorenzo de Sepúlveda hace de la Crónica de Ocampo puede reconocerse cierto impulso artístico que le permite alejarse de la fuente cuando es necesario para sus intenciones como autor. Se puede apreciar en la colección cómo el principio de variatio pesa más que el orden lógico-causal. Efectivamente, en la mayor parte de la obra, lo importante no es que las historias romanceadas presenten una totalidad abarcadora, distribuida en diferentes episodios. Si bien está presente, el historicismo pasa a segundo término y, en cambio, priva la dimensión moralizadora23. La verdadera motivación de Sepúlveda, más que la difusión de la historia española, es la transmisión de valores cortesanos: esto pudo lograrlo sin la necesidad de conformar ciclos narrativos completos; al contrario, cada romance sirve individualmente a modo de exemplum24, como él mismo declara en su prólogo (f. 3r). Por ello no hay razón para apegarse a la cronología; tiene la libertad de elegir historias lejanas o cercanas temporalmente y que éstas no se entrelacen: lo que importa es la lección que pueda sacarse de ellas (cf. Beltran 2016, p. 46).
A pesar de la observación de Nucio sobre la aparente desorganización de su fuente, a causa de la variatio, los Romances de Sepúlveda debieron de tener un orden que presentara los textos conforme a un mensaje supratextual como el que advirtió Higashi. En esencia, es el tema de los romances analizados. No es de extrañar que la figura del Cid, muy en consonancia con estos asuntos, sea tan extensamente tratada en la colección. El héroe, además, resulta un personaje ejemplar para los círculos cortesanos, característica importante para el conjunto; como ha notado Higashi (2018, p. 144): “en ambos ejes, por supuesto, resulta sumamente importante la presencia de los valores nobiliarios”.
A la luz de estas consideraciones, podemos estimar la decisión de Steelsio de organizar de forma miscelánea su edición como confirmación de lo dicho anteriormente. Si desde la edición perdida de Nucio ya se exponía un desorden aparente en el ejemplar sevillano, y si el prólogo del autor, así como los romances, muestran indicios de la voluntad de Sepúlveda por ofrecer textos más veraces y de carácter didáctico, pero no ciclos narrativos completos, podemos pensar que Steelsio optó por tratar de restaurar dicha intención. Es claro que no regresó al orden original, pero sí trató de recobrar la estructura miscelánea que debió de haber mostrado la princeps.
Por supuesto, no podemos pensar que Steelsio considerara la voluntad de Sepúlveda con nuestros mismos intereses; sin embargo, su decisión también tiene fines prácticos y está sustentada por procedimientos comunes en la época25. En principio, le permitió esconder la copia hecha a su competidor; además de esto, funciona como un fuerte argumento de venta, junto a la adición de textos, mostrar una organización distinta a la edición que ya circulaba impresa por Nucio. De esta manera, la observación de Higashi parece ser la más atinada, cuando dice que autor e impresor
proponen un modelo alternativo de organización en el panorama del quinquenio 1546-1551 que apuesta por la sucesión miscelánea de núcleos narrativos anteriormente no tratados por la tradición romancística; Sepúlveda, cuando selecciona estos núcleos narrativos de la crónica de 1541; Steelsio, cuando no sucumbe a la tentación de formar un ciclo cidiano (2018, p. 142).
Los esfuerzos por comprender las ediciones antuerpienses de 1551 y s.a. han iluminado ciertos aspectos de la obra. Las hipótesis de dependencia propuestas, primero por Antonio Rodríguez-Moñino y, en fechas recientes, por Mario Garvin, nos permiten reconstruir el contenido de la princeps y el tratamiento que recibió de los impresores en Amberes. De esto podemos deducir la manera en la que cada impresor concibió los Romances de Sepúlveda en sus respectivos proyectos editoriales (cf. Garvin 2014, p. 296). Nos encontramos así a un Martín Nucio que aprovechó la obra para completar su empresa editorial de romanceros, iniciada con el Cancionero de romances, y así continuar con la recopilación exhaustiva que se propuso; en cambio, Juan Steelsio aprovechó la colección para hacer frente a su competidor y valerse de la estela del Cancionero de romances para obtener ganancias.
Estos trabajos son también un paso importante en las consideraciones acerca del posible orden editorial de esa edición sevillana. La propuesta de Garvin sobre la edición antuerpiense perdida ofrece matices nuevos a la hora de sopesar los cambios en los impresos de Nucio y Steelsio. Si, como propone Garvin, existió una edición de Nucio basada en la princeps sevillana, la cual contenía el mismo prólogo que la conservada s.a., la denuncia de la aparente desorganización de su fuente recae de manera directa en la princeps y no en la edición de Steelsio, como pensaba Rodríguez-Moñino. Esto nos permite pensar que Sepúlveda, desde su primera edición, concibió sus romances con un orden misceláneo, mucho más en consonancia con las prácticas de la época. De presentar un orden cronológico, Nucio habría comprendido la estructura por grupos tan extensos de romances sobre los mismos personajes, como en los casos del ciclo de los infantes de Lara y el conjunto de romances sobre el Cid.
Los romances no contienen los elementos suficientes como para hablar de un encadenamiento narrativo que siguiera la arquitectura de la Crónica; en cambio, funcionan como unidades independientes que presentan la información en unidades discretas, no con afán abarcador, sino con el propósito de ofrecer variaciones de un mismo tema. Los dos paradigmas temáticos propuestos por Alejandro Higashi, la reconquista y los conflictos nobiliarios, encajan perfectamente con los personajes de los Romances. Desde esta perspectiva, el objetivo didáctico perseguido por Lorenzo de Sepúlveda se ve reforzado. No buscaba en su fuente la información para crear ciclos de principio a fin, sino las partes que le ofrecieran ejemplos de comportamiento según el ideario cortesano.
Esto demuestra que un orden misceláneo, si se deja de lado el ciclo de los infantes de Lara, sería el más adecuado para los Romances de Sepúlveda. Sin embargo, entre toda esa variación, habría una estructura supratextual. Podemos pensar que el autor concibió su obra de esta manera, pues se reconocía en una tradición cancioneril anterior, fundada en el principio de variatio sobre los mismos temas. A su vez, la edición de Steelsio parece confirmar lo dicho. El impresor, conocedor de estas prácticas y guiado por las palabras de su competidor en el prólogo, procuró restaurar la voluntad de Sepúlveda. Por supuesto, el orden misceláneo se presentaba como la alternativa más sugerente a la edición de Nucio y más cercana a los gustos del público.