Introducción
El objetivo del presente trabajo es analizar las tendencias y cambios que ha presentado la situación laboral de la mujer en el sector agropecuario.1 La creciente participación de la mujer en la economía no se ha visto reflejada con claridad en el sector primario. Hasta 2012, la tendencia de la ocupación femenina en el sector fue positiva, sin embargo, a partir del año siguiente y hasta el término del periodo de estudio, esta tendencia se revirtió, por lo que, al tomar el punto inicial con el final, se tiene un ligero decrecimiento. Aunado a ello, como se expondrá a lo largo del trabajo, existen muchos otros obstáculos que la mujer debe sortear para encontrar en el sector una vía de superación laboral.
Para el análisis, nos apoyamos en la base de datos que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) ha recabado dentro de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), esto nos permite contrastar la situación inicial y final de las variables en el periodo.2 Debido a la disponibilidad de datos, el análisis se acota de 2008 a 2016. Las variables a considerar son: número de mujeres ocupadas, número de mujeres según su posición en la ocupación (trabajadoras no remuneradas, trabajadoras subordinadas y remuneradas, trabajadoras por cuenta propia y empleadoras); según su nivel de ingreso (por número de salarios mínimos); duración de la jornada de trabajo (en horas trabajadas a la semana); tamaño de la unidad económica en que participan (en número de mujeres); prestaciones laborales (sin prestaciones, solo acceso a salud, acceso a salud y otras prestaciones, sin acceso a salud pero sí a otras prestaciones); y por último el nivel de instrucción que poseen (primaria incompleta, primaria completa, secundaria completa, medio superior y superior). En su conjunto, estas variables permiten observar cambios significativos en la situación laboral de la mujer en el sector, por ejemplo: el aumento del número de mujeres en el segmento de trabajos remunerados, el persistente rezago en su percepción salarial, su incorporación en unidades productivas de mayor tamaño, y, sobre todo, el incremento en el número de mujeres con mayor preparación académica.
La hipótesis a probar es si la evolución del número de mujeres que obtuvieron un mayor ingreso se explica -en términos agregados- por el aumento en el número de mujeres con un nivel de instrucción relativamente más alto (mayor educación), y por el número de mujeres que trabajaron una cantidad mayor de horas a la semana
El trabajo se enmarca en la teoría del capital humano (Mincer y Polachek, 1974; Becker, 1981) y en la teoría de la segmentación del mercado de trabajo (Doeringer y Piore, 1971; Piore, 1972). Se retoma la teoría de la economía de género (Noriega, 2010 y Villegas, 2012) dado que explora las particularidades que experimenta la mujer (mujer-madre) en la economía, su conducta económica es diferente al resto de los agentes.
El artículo se compone de cuatro secciones además de la introducción y las conclusiones, la primera analiza la literatura económica, la segunda reúne los datos más relevantes del sector agropecuario en el contexto nacional. En la tercera sección se presenta la situación laboral de la mujer en el sector. La cuarta, incorpora un modelo de regresión lineal que intenta explicar el comportamiento del segmento de mayores ingresos de las mujeres en el sector, mediante dos variables independientes: horas trabajadas y nivel de escolaridad. Finalmente, se presentan las conclusiones.
1. El papel de la mujer en la economía: una revisión de la literatura
La economía de género es un tema que la literatura económica no ha abordado lo suficiente. A lo largo de la historia del pensamiento económico el tema de género ha sido relegado. Los economistas clásicos, keynesianos, monetaristas y neoclásicos no hicieron una distinción de género. Así, por ejemplo, en la literatura económica neoclásica tradicional, no hay diferencia alguna entre la conducta económica de la mujer y la del hombre, dado que supone la existencia de un agente económico representativo que toma decisiones optimizadoras, tanto en la teoría del consumidor como en la teoría del productor, y ésta última en particular, supone la existencia de trabajo homogéneo. Como señala Rodríguez (2003), solo Smith y Stuart Mill y, agregaríamos nosotros a Schumpeter (1997), realizaron análisis diferenciados en relación con la cualidad de éste, es decir, entre trabajo calificado y no calificado, pero sin llegar a establecer diferencias de género. La diferencia entre uno y otro, en esencia, consistía en el costo de aprendizaje.
Durante varias décadas, el trabajo diferenciado se dejó de lado. No es sino hasta la década de los sesenta del siglo XX, como lo señala Rodríguez (2003), en que comienzan a resurgir trabajos enfocados al estudio de salarios diferenciados, relacionados con la existencia de distintos tipos de trabajo. Es el caso de la teoría de la segmentación del mercado de trabajo (Doeringer y Piore, 1971; Piore, 1972), donde el mercado laboral se divide en segmentos que presentan mecanismos de asignación salarial diferentes y la inexistencia de movilidad entre segmentos. Dentro de los distintos enfoques que engloba la teoría de la segmentación del mercado de trabajo, destaca la visión institucionalista bajo la hipótesis del mercado dual de trabajo, el mercado laboral se divide en dos segmentos distintos: uno primario, donde se ofrece empleos con salarios relativamente altos, buenas condiciones de trabajo, las posibilidades de ascenso, la equidad y el debido ´proceso en la administración de las normas de trabajo y, sobre todo, la estabilidad laboral, el otro, secundario, donde se ofrece empleos con salarios bajos, malas condiciones de trabajo, pocas posibilidades de progreso, inestabilidad en los trabajos y alta rotación entre la fuerza de trabajo (Piore, 1972). Como se verá más adelante, las características del segmento secundario parecen describir al mercado laboral agropecuario.
Sin embargo, a pesar del avance presentado en la incorporación al análisis del trabajo diferenciado, es hasta la década de los ochenta (Craig, Garnsey y Rubery, 1985) en que comienzan a tomarse en cuenta un conjunto de factores más amplio para considerar el papel de la mujer en el mercado laboral. Becker (1981) analiza la división del trabajo por género desde el seno familiar, bajo la teoría del capital humano, quien considera que la participación de las mujeres en el trabajo remunerado estará determinada por el número de hijos que tenga, la preparación académica, el salario potencial y por el total del ingreso de la familia. Hay que recalcar que la teoría del capital humano señala que los agentes tienen mayores incentivos para invertir en su educación formal orientada al trabajo, por lo tanto, esto impacta de manera positiva en su ingreso (Schultz, 1961; Mincer, y Polacheck, 1975; Becker, 1981).
Aguayo y Lamelas (2011) resumen la literatura empírica, y afirman que la estrecha relación que se establece entre la educación y el empleo no está muy clara para los países latinoamericanos, los beneficios derivados de la educación no favorecen por igual a todos los individuos con los mismos estudios, además existen diferencias significativas cuando se observan desde la perspectiva de género. Estas características se asemejan a la teoría de la segmentación laboral. Éste último enfoque aplica para el mercado laboral mexicano, no del todo favorable, pues la mayoría de los empleos que se generan son con bajos salarios o sin prestaciones sociales (Cruz, 2013). Desde un enfoque de género, se caracteriza por una concentración de las mujeres en un número reducido de ocupaciones y en general, ellas perciben menos ingresos que los hombres, es decir, aún persiste la discriminación salarial entre géneros (Janssen, 2005; Cruz, 2013). El caso mexicano pareciera indicar que un individuo puede invertir e incrementar su capital humano pero no garantiza su lugar en el mercado de trabajo (Janssen, 2005; Martell, 2015). Aunque existe evidencia empírica que señala que la educación tiene rendimientos positivos respecto al ingreso (Ortiz, Aali y Ríos, 2013).
Trabajos como el de Solow (1993) y Fassler (2007) estudian la manera en cómo la mujer se ha ido abriendo paso en el ámbito de la economía y en la política. Por su parte, Ferber (2006) resalta la creciente participación de la mujer en las distintas actividades económicas en el mundo, demostrando que no ha sido un camino fácil para ellas. Desde una visión macroeconómica, Cervini (2000) analiza los diferentes impactos que el empleo femenino ha tenido en el marco del ciclo económico bajo tres hipótesis: amortiguador, segregación y sustitución.
Trabajos más recientes hacen una distinción de género de manera formal en la literatura económica. Noriega (2010: 69) “plantea una hipótesis basada en una condición irreducible de género que permite la formalización diferenciada de los consumidores”, pero también hace la distinción de la mujer madre y la mujer sin hijos. Noriega (2010: 88) llega a las siguientes conclusiones: a) “cuando se introduce la distinción de género, los resultados fundamentales de la economía cambian considerablemente”, es decir, “no sólo las preferencias, la tecnología y las dotaciones iniciales determinan los precios, sino también la composición de género”; b) “que la mujer-madre, en una economía competitiva, participa del sistema de mercados con inevitable desventaja, salvo si se escinde por completo de su responsabilidad de madre” y c) “que la mujer con hijos es la fuente primera de la pobreza en el sistema, misma que se transfiere inevitablemente a las condiciones de bienestar material de los hijos”. En esta misma línea se encuentra el trabajo de Villegas (2012: 79), quien hace una distinción entre mujer-madre y el resto de los agentes consumidores en la economía. El trabajo se desarrolla en un modelo de crecimiento tipo Ramsey-Cass-Koopmans, bajo el escenario analítico de la Teoría de la Inexistencia del Mercado de Trabajo (TIMT), donde demuestra “que aquellas mujeres que han decidido ex-ante convertirse en mujer-madre, logran niveles de consumo de estado estacionario inferiores al del hombre y al de la mujer sin hijos; el consumidor mujer-madre se enfrenta a un problema de pobreza estructural”.
El tema de la mujer en la economía también ha sido tratado desde las fallas de mercado, las asimetrías de la información, que plantea la falta de equidad en la transmisión de información a través de la red en el mercado laboral. Martínez Quintero y Viianto (2015: 1) desarrollan un modelo basado en agentes para “evaluar el impacto que los roles de género tienen en el mercado laboral, en donde se establecieron redes sociales formadas por matrimonios de un hombre y una mujer”. En el modelo, Martínez et al. (2015: 31) logran “reproducir las desigualdades observadas entre hombres y mujeres respecto a sus oportunidades laborales, mismas que ponen a la mujer en una situación más precaria respecto del hombre, (…). Eso amplía las brechas en las tasas de participación y de desempleo, entre los dos sexos.”
Desde otra perspectiva, De Garay (2013: 280-281) analiza la incursión de la mujer en la educación superior, quien destaca que “la mitad de la población universitaria en México pertenece al sexo femenino”, por lo tanto, “el aumento de mujeres con grado académico de licenciatura, maestría y doctorado, ha repercutido también en la ampliación paulatina de su incorporación al mercado laboral académico”. Sin embargo, concluye que las oportunidades de la mujer en los procesos de elección para ocupar cargos académicos han sido escasas y, por tanto, su participación en los puestos directivos universitarios ha sido mínima. En esta misma línea, Flores y Salas (2015) señalan que la variable más significativa es la educación superior, ya que a partir de los estudios profesionales se comienzan a invertir las brechas de género, y con estudios de posgrado, la mujer obtiene mejores condiciones laborales que el hombre. Sin embargo, Aguayo y Lamelas (2011) señalan que se ha incrementado la cobertura educacional y el acceso de la mujer al sistema educativo, pero éstos no garantizan avances de igual magnitud en el terreno laboral.
La situación inequitativa de la mujer en México ha sido abordada desde la perspectiva socioeconómica en Moctezuma, Narro y Orozco (2012) y Sesento (2015), económica en Guzmán (2004), quienes ponen en evidencia la situación desfavorable de la mujer en el sector servicios en México. Mendoza, Cardero y Ortiz (2017) ponen énfasis en la discriminación y diferenciales salariales en el mercado laboral en México, ellos muestran que el ingreso laboral por hora y mensual por sexo, los hombres ganan más que las mujeres, a pesar de que se incluye la dotación de capital humano y capacitación, los autores concluyen que, las tendencias de los diferenciales del ingreso de largo plazo se explican, principalmente, por el comportamiento de la discriminación salarial y las dotaciones por años de experiencia.
En cuanto al mercado de trabajo agrícola se caracteriza por la preferencia por contratar trabajadores hombres y es el sector que presenta la menor calidad del empleo (Hernández, 2014; Flores y Salas, 2015). Según Hernández (2014), las mujeres se convierten en un componente residual del mercado, y su ocupación se encuentra fuertemente vinculada a los ciclos agrícolas, por lo que tienden a encontrarse ocupadas preferentemente en los picos de demanda y a ser desempleadas en las etapas iniciales y finales del ciclo agrícola. Además, como se ha señalado en párrafos anteriores, en el mercado agrícola, un hombre gana más que una mujer bajo las mismas condiciones de escolaridad (Cruz, 2013). La situación desfavorable que vive la mujer en el campo mexicano, así como la enorme importancia de su papel, ha sido trabajada por Lahoz (2011), quien concluye que a pesar de que se han implementado programas como el Fondo de Microfinanciamiento para Mujeres Rurales (FOMMUR), el Programa de Organización Productiva para las Mujeres Indígenas (POPMI), el Programa de la Mujer en el Sector Agrario (PROMUSAG), y el Programa Hacia la Igualdad de Género y la Sustentabilidad Ambiental (PROIGESAM); que han beneficiado a la mujer campesina, no se ha logrado erradicar la desventajosa situación que vive la mujer en el sector rural. Finalmente, Elborgh et al. (2013) exponen la enorme contribución de la mujer en la economía y cómo -en su mayoría- se trata de mujeres no remuneradas, o en su defecto, cuando se les remunera, es porque se incorporan al sector informal.
En la literatura empírica, el análisis se ha centrado en el papel de la mujer dentro de las distintas ramas del sector industrial y de servicios. Desde la segmentación del mercado laboral, la teoría del capital humano y bajo una visión de género en el sector agropecuario, buscamos aquí continuar el desarrollo del análisis que los mencionados han realizado.
2. El sector agropecuario en el contexto nacional
En este apartado analizamos las tasas de crecimiento anual de tres grandes rubros: producción, población y empleo; con el objetivo de observar el cambio de estos factores, y obtener un índice simple de productividad que permita apreciar su evolución.
Durante el periodo de estudio, el PIB nacional a precios constantes, creció a una tasa promedio anual de 2.08%, y presentó un acumulado de crecimiento de 17.98%. Respecto a la población total, ésta tuvo una tasa de crecimiento promedio anual de 1.18% y un total de 9.86% en el periodo. Por su parte, la Población Económicamente Activa (PEA) creció anualmente en 1.74% y en todo el periodo un 14.77%; esto es, hubo un mayor crecimiento de la PEA que en el total de la población, cada vez existe mayor población en edad de trabajar, lo que constituye un incremento de la oferta laboral. En cuanto a la población ocupada, ésta se incrementó a razón de 1.74% anual, y en todo el periodo aumentó 14.8%. Como se observa, hubo un crecimiento igual entre la PEA y la población ocupada, de lo que se deduce que en términos relativos el desempleo se mantuvo constante.
Finalmente, si comparamos la tasa promedio anual de crecimiento de la producción (2.08%), con el incremento medio de la población ocupada en el periodo (1.74%), podemos ver que hubo una ligera mejoría en la productividad, al pasar el índice de 0.109 a 0.112,3 en otras palabras, cada trabajador aportó 2.75% más a la producción. La teoría neoclásica sostiene que el salario real está asociado a la productividad marginal del trabajo, lo que significa, en una economía de mercado, que ante un incremento de la productividad del trabajo aumenta proporcionalmente el salario real. Sin embargo, los datos muestran que esa postura no se valida con la realidad, es decir, el aumento de la productividad no lleva al aumento del salario real, lo cual genera deterioro en los niveles de vida de los trabajadores (Lechuga y Gómez, 2015). En ese sentido se sostiene que la productividad puede contribuir a la reducción de la pobreza si se establece que los aumentos en la productividad estén estrechamente vinculados con el incremento de los pagos a los factores, en particular al salario (Botello, 2015).
2.1 El sector agropecuario en cifras
A fin de precisar el análisis al interior del sector, se toman cifras trimestrales. Como se aprecia en la Figura 1, la actividad agropecuaria presenta intensas variaciones estacionales (PIBAGRO). Derivado de éste componente estacional,4 se realiza su desestacionalización mediante el método de medias móviles (esquema aditivo y multiplicativo).5 Bajo el esquema aditivo, podemos apreciar que de 2008 a 2016, el primer y tercer trimestre de cada año la producción agropecuaria cayó en promedio 33 mil 182 y 68 mil 625 millones de pesos respectivamente en relación al promedio anual; mientras el segundo y cuarto trimestre presentaron incrementos por 27 mil 757 y 74 mil 50 millones de pesos por arriba del promedio anual. Resultado de estas variaciones, la contribución del sector en el Producto Interno Bruto nacional fluctuó entre 2.3 y 3.7%. Al obtener la tendencia de la serie (TRENDPIBAGRO) y comparar el inicio y el final del periodo, se observa que, para el primer trimestre de 2008, la actividad agropecuaria generó 378.61 mil millones de pesos, mientras que para el mismo trimestre de 2016 la cifra se situó en 446.85, lo que representó una tasa de crecimiento promedio anual de 2.09% y un acumulado de 18.02%.
Para observar con mayor precisión la tendencia del PIB agropecuario, en la Figura 2 se presenta la serie desestacionalizada. Se aprecian dos tendencias opuestas: del primer trimestre de 2008 al segundo trimestre de 2011, negativa; y del tercer trimestre de ese mismo año hasta el cuarto trimestre de 2016, positiva. Las causas de este comportamiento están asociadas con fenómenos como la crisis mundial de 2008 y la baja en la producción de maíz, frijol, trigo y avena forrajera en 2011 debida a factores climatológicos. Hay que considerar que la economía mexicana está ligada a la estadounidense, a raíz de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), por lo que existe una alta correlación con el desempeño de dicha economía. En un reciente estudio de Calderón, García y Cruz (2017), se analiza la sincronización de los ciclos de las economías del TLCAN, el ciclo de la economía estadounidense se ha convertido en el polo dominante, y los de Canadá y México en periféricos y subordinados. Además, marca los principales cambios de las variables macroeconómicas de México. Por ejemplo, desde 2010, la economía de Estados Unidos ha mostrado tasas positivas de crecimiento de alrededor del 2% anual (Banco Mundial), eso explica en muy buena medida el desempeño de la economía agrícola mexicana en los años recientes.
Respecto a la ocupación, en la Figura 3, vemos que al igual que la actividad agropecuaria, presenta grandes fluctuaciones estacionales (OCUPAGRO). Nuevamente mediante medias móviles, podemos ver que, en promedio, los dos primeros trimestres de cada año presentaron menor ocupación: 258.61 y 51.87 miles de empleos respectivamente respecto a la media. Mientras que en el tercer y cuarto trimestre en promedio se ocuparon 127.18 y 183.31 miles de trabajadores por arriba de la media. Al ocupar la tendencia (TRENDOCUPAGRO), tenemos que, en el primer trimestre de 2008, la población ocupada dentro del sector fue de 6.04 millones de personas, cifra que se incrementó a 6.79 millones de personas para el primer trimestre de 2016, lo que representó una tasa promedio anual de crecimiento del 1.47% y un crecimiento acumulado en el periodo de 12.42%.
Si comparamos la tendencia de la población ocupada total con la ocupada dentro del sector, vemos que ésta en 2008 representó el 7.77%, mientras que para 2016 fue de 7.59%, una ligera disminución. Como se puede observar, hubo un ligero aumento en números absolutos de la población que se ocupó en el sector, mientras que en términos relativos vemos una ligera baja en la relación entre el número de ocupación total de la economía y el número de empleados en el sector agropecuario. Cada vez, en términos relativos, se emplean menos personas en el sector. La literatura empírica reconoce este fenómeno en todas las economías, en particular en los países en desarrollo, sucede en las etapas iniciales de la industrialización, “los trabajadores del sector primario constituyen el mercado natural, que inicialmente consume la producción del sector industrial”, y “conforme la industrialización progresa, su contribución disminuye en tamaño, pero no en importancia” (Cruz y Polanco, 2014: 13-14).
Como se observa en la Figura 4, la tendencia ha sido positiva durante el periodo, sin embargo, es importante resaltar que la tasa de crecimiento de la ocupación, ha sido decreciente, esto explica el decrecimiento relativo que la ocupación del sector ha presentado en el periodo.
Tomando en consideración el nivel de producción y ocupación en el sector y, aplicando el índice simple de productividad, podemos decir que el incremento de la población ocupada (1.47% anual), generó un aumento en la producción más que proporcional (2.09%), lo que representó una evolución positiva de la productividad en el sector al pasar el índice de 0.0627 en el primer trimestre de 2008 a 0.0658 en el mismo trimestre de 2016, en otros términos, cada trabajador aportó 4.94% más a la producción. Durante el periodo, la productividad del sector agropecuario creció en mayor proporción que la productividad total de la economía, (2.75%). Si comparamos la tasa de crecimiento anual de la producción agropecuaria (2.09%), con la de la poblacional anual (1.18%), podemos ver que, existiendo una mejor distribución del ingreso y la riqueza, la población en general debiera estar ligeramente en mejores condiciones alimentarias que al inicio del periodo, lo que no ha ocurrido.
Pero, ¿cuál ha sido el papel que la mujer ha jugado en el mercado laboral del sector agropecuario? El apartado siguiente trata de responder esta cuestión.
3. La mujer en el mercado laboral del sector agropecuario
3.1 Ocupación
Como se ve en la Figura 5, la tendencia de la ocupación de la mujer en las actividades agrícolas, pecuarias y agroindustriales ha tenido altibajos (TRENDOCUPAFEM). Hasta el cuarto trimestre de 2008 la tendencia fue negativa, mientras que la tendencia de la población ocupada total del sector es positiva. Ante la crisis del 2008-2009 se observa que, quienes son desempleados en primera instancia son las mujeres, tal como lo señala Cervini (2000) en su estudio. Al igual que el total de población ocupada en el sector, a partir del primer trimestre de 2009 hay una recuperación en el empleo que se prolonga hasta el cuarto trimestre de 2012, sin embargo, a partir de entonces se presenta una divergencia que continúa hasta el término del estudio: la tendencia nuevamente se presentó negativa, contrario a lo que se observa en la población ocupada total en el sector (TRENDOCUPATOTAL).
Como lo indica la Figura 1, el PIB agropecuario tuvo -sobre todo a partir de 2011- una tendencia positiva. Según la Ley de Okun, un incremento en la producción presenta una correlación fuerte con un aumento en el empleo (disminución del desempleo). Esta Ley se constata en el caso de población ocupada total del sector, pero no en la población femenina ocupada.
La pendiente de la tendencia nos marca la magnitud de la tasa de crecimiento de la ocupación, en todo momento la pendiente de la población ocupada total es mayor a la de la población femenina ocupada. De 2009 a 2011, ambas pendientes son positivas, aunque se aprecia una menor tasa de crecimiento en la ocupación femenina que en la ocupación total. Para ese año y hasta mediados de 2012, se observa cómo el ritmo de crecimiento de la ocupación de la mujer comienza a ser mayor, al grado de acercarse al valor de la pendiente de la tendencia de la ocupación total. La brecha comienza a abrirse en 2013, cuando la pendiente de la tendencia de la ocupación femenina se torna negativa.
Mediante el Índice de Variación Estacional (IVE), se muestra que, en promedio, durante los dos primeros trimestres de cada año, el empleo de la mujer se redujo en 10.5% y 3.67% respectivamente, en referencia al nivel de empleo medio anual; mientras que para los dos trimestres restantes se tiene una recuperación casi simétrica, es decir, en el tercer y cuarto trimestre el empleo femenino se encontró 4.9% y 10.5% por encima de la media.6
En términos absolutos, para el primer trimestre de 2008, el total de población ocupada en el sector fue de 6.04 millones de personas, el 11.79% de esta cifra corresponde a las mujeres (711 mil 821). Para el mismo trimestre de 2016, el total fue de 6.79 millones de personas, de las cuales el 10.43% correspondió a la población femenina (707 mil 753), por lo que en términos absolutos y en términos relativos, el empleo de la mujer en el sector ha venido disminuyendo, tal cual se ve en las gráficas anteriores.
3.2 Situación laboral de la mujer
La situación de la mujer dentro de los procesos productivos nos arroja una mejor idea de la manera en cómo se está dando la situación que vive la mujer en el mercado laboral del sector. Para ello, el INEGI establece cinco categorías: Trabajadores subordinados y remunerados, Empleadores, Trabajadores por cuenta propia, Trabajadores no remunerados y No especificado
La manera en cómo la mujer se ha venido insertando en el ámbito laboral del sector, ha presentado algunos cambios importantes de 2008 a 2016. El primer cambio que se observa es la disminución de las trabajadoras no remuneradas, como se aprecia en la Figura 6, en 2008 representaban más del 50% de las mujeres que laboraban en el sector, mientras que para 2016 ese porcentaje representó alrededor del 40%. La mujer ha venido pasando de un esquema donde no recibe pago por su trabajo, a otro donde comienza a percibir un salario. En refuerzo a este argumento, en la misma Figura 6 se observa un incremento importante en el segmento de mujeres trabajadoras subordinadas y remuneradas, de alrededor de 28% en 2008 a casi 40% en 2016. El porcentaje de mujeres que trabajan por cuenta propia se vio incrementado de manera mínima, lo mismo que las mujeres empleadoras, que continúa representando alrededor del 2% del total de mujeres ocupadas.
Respecto al nivel de ingreso, de acuerdo con Noriega (2010: 69), la distribución del ingreso es asimétrica entre géneros, “la distribución a través de instituciones diferentes al mercado, como las sociales, se hace necesaria para compensar las desventajas de género.” Esto se hace especialmente evidente en el mercado laboral agropecuario. Los dos primeros segmentos, los de más bajo ingreso, son los que presentaron una mayor evolución positiva, es decir, de 2008 a 2016 se incrementó el número de mujeres que perciben hasta dos salarios mínimos. En los segmentos medios, de 2 a 3 y de 3 a 5 salarios mínimos se observan incrementos con menor vigor. Mientras que el número de mujeres de mayores ingresos, las que ganan más de 5 salarios mínimos, disminuyó. En conjunto, las mujeres han ido paulatinamente dejando de ser no remuneradas, para insertarse en un mercado laboral donde perciben un ingreso, aun cuando éste, ha resultado claramente insuficiente, ya que -en su gran mayoría- ha sido de máximo dos salarios mínimos.
En cuanto a la duración de la jornada se refiere, hubo una disminución en el número de mujeres que trabajaron menos de quince horas a la semana, al igual que aquellas que lo hicieron de 35 a 39 y de 49 a 56 horas. Se observa un crecimiento en el segmento de 40 a 48 horas, que se posiciona en el de mayor importancia para 2016, seguido del de 15 a 24. Finalmente, el mayor aumento porcentual se presentó en las mujeres que laboran más de 56 horas semanales, a pesar de continuar teniendo el menor número absoluto de mujeres.
En la Figura 7, se aprecia claramente como el mayor dinamismo se centra en las unidades productivas que ocupan un mayor número de mujeres, aun cuando en términos absolutos, continúan siendo minoritarios. Las unidades productivas que ocupan entre 2 y 5 personas continúan siendo las que mayor absorción de mujeres efectúan, a pesar de que presentan una disminución. En relación a las prestaciones laborales, es preocupante que la mayoría de las mujeres que trabajan en el sector continúan sin prestación alguna, en 2008 la cifra era del 89%, mientras que para el 2016 se situó en 80%. Las prestaciones son un derecho que todo trabajador debe tener, la Ley Federal del Trabajo señala que toda persona que realice un trabajo subordinado mediante el pago de un salario tiene derecho a prestaciones laborales.7 Las cifras se asocian en gran medida con el aún alto porcentaje de las mujeres que no son remuneradas, por lo que lógicamente no se les ofrece ningún tipo de prestación laboral. Del resto de las mujeres, se observa que en su mayoría han comenzado a acceder a salud y otras prestaciones. Como lo señala Martínez et al. (2015: 31), ante este escenario, se torna patente la implementación de políticas públicas, aunque “nunca será suficiente la implementación de acciones y discriminaciones positivas para alcanzar una igualdad de acceso a derechos y oportunidades entre los sexos si no se promueven dentro de la población cambios de paradigmas”.
Finalmente, en relación al nivel de instrucción se observa claramente una tendencia: las mujeres han incrementado su grado de instrucción (educación). Aun cuando en términos absolutos siguen siendo mayoría, ha habido una disminución importante en el número de mujeres que cuentan con primaria incompleta y completa. Mientras que se ha presentado un crecimiento importante en el número de mujeres que poseen la secundaria completa y el nivel medio superior, segmento, este último, donde se ha presentado la mayor variación porcentual.
La situación laboral de la mujer ha presentado cambios paulatinos importantes, una mayor incorporación al mercado remunerado, aun cuando se concentran en el segmento de menores salarios mínimos y con un mayor número de horas laboradas. La mujer se ha ido incorporando a unidades productivas que ocupan un mayor número de personas, lo que nos habla de un cambio en el tamaño de las empresas que incursionan en el sector agropecuario.
Un rezago importante es el de la falta de prestaciones que la mayoría de ellas padece. Si tomamos en cuenta la acepción de informalidad que la define como el conjunto de trabajadores que no tienen seguridad social (En este caso, la no afiliación al Instituto Mexicano del Seguro Social, IMSS) marca la diferencia entre formalidad e informalidad del trabajo (Hernández, 2014), este rubro nos permite comprender la enorme problemática a la que se enfrentan las políticas públicas en el tema de la incorporación de la mujer en el mercado laboral formal del sector agropecuario.
Por último, la tendencia en el nivel de instrucción ha sido positiva, a pesar de que continúa la mayoría relativa de las mujeres sin haber logrado concluir la educación primaria. El tema del nivel de instrucción será de esencial importancia en la elaboración del modelo que a continuación se expone.
4. Modelo de regresión lineal múltiple
Para comprobar la hipótesis se toma como variable dependiente el número de mujeres que perciben más de cinco salarios mínimos como variables independientes el número de mujeres con un nivel de instrucción medio superior y superior, y la cantidad de mujeres que laboran en los diferentes segmentos de horas a la semana.8 Cada serie fue previamente desestacionalizada, con el fin de evitar los posibles errores de análisis derivados del componente estacional, además se aplican cinco retardos en la variable “nivel de instrucción”.9
4.1 Planteamiento del modelo
A un nivel de confianza de 95 por ciento, mediante la prueba de significancia individual para un modelo de MCO, el modelo queda expresado como:
donde Y t es el número de mujeres que se encuentran en el segmento de ingresos mayores a cinco salarios mínimos; Instrucción representa el número de mujeres que poseen un grado de instrucción entre media superior y superior;10 ME15 incorpora el número de mujeres que laboran menos de 15 horas a la semana; D35a39 es el número de mujeres que laboran entre 35 y 39 horas a la semana; D49a56 engloba el número de mujeres que laboran entre 49 y 56 horas a la semana; B 0 es la constante de la regresión, la cual representa el número de mujeres que, independientemente de las variables explicativas, ganan más de cinco salarios mínimos; B 1, B 2, B 3, y B 4 son los parámetros respectivos de cada variable independiente; y finalmente recoge los residuos del modelo.
Para determinar de forma más precisa las correlaciones, se considera la matriz de correlaciones de Pearson (Cuadro 1). Como se observa, la correlación entre ingreso y nivel de instrucción es baja y negativa, mientras que la asociación entre ingreso y M56 es mayor, pero igualmente negativa. Se observa, además, una correlación positiva entre M56 y el nivel de instrucción, lo que sugiere que las mujeres que poseen mayor instrucción son las que trabajan más horas. Dado el bajo ingreso en el sector, resulta necesario para las mujeres trabajar más horas para poder costear sus estudios.
Ingreso | Instrucción | ME15 | D15 A 24 | D25 A 34 | D35 A 39 | D40 A 48 | D49 A 56 | M56 | |
Ingreso | 1.000000 | -0.134626 | -0.172945 | -0.017240 | -0.211960 | 0.023135 | -0.072117 | 0.031230 | -0.309441 |
Instrucción | -0.134626 | 1.000000 | 0.109189 | -0.000988 | 0.090064 | -0.542268 | 0.262739 | -0.124967 | 0.336914 |
ME15 | -0.172945 | 0.109189 | 1.000000 | 0.635413 | 0.397508 | 0.044854 | 0.417343 | 0.285706 | 0.290969 |
D15 A 24 | -0.017240 | -0.000988 | 0.635413 | 1.000000 | 0.642782 | 0.116823 | 0.316608 | 0.287672 | 0.374883 |
D25 A 34 | -0.211960 | 0.090064 | 0.397508 | 0.642782 | 1.000000 | 0.098656 | 0.319743 | 0.396524 | 0.262601 |
D35 A 39 | 0.023135 | -0.542268 | 0.044854 | 0.116823 | 0.098656 | 1.000000 | 0.244243 | 0.275917 | -0.000824 |
D40 A 48 | -0.072117 | 0.262739 | 0.417343 | 0.316608 | 0.319743 | 0.244243 | 1.000000 | 0.400789 | 0.504695 |
D49 A 56 | 0.031230 | -0.124967 | 0.285706 | 0.287672 | 0.396524 | 0.275917 | 0.400789 | 1.000000 | 0.064277 |
M56 | -0.309441 | 0.336914 | 0.290969 | 0.374883 | 0.262601 | -0.000824 | 0.504695 | 0.064277 | 1.000000 |
Fuente: elaboración propia con base en datos de la ENOE, INEGI.
Se realizaron las pruebas de normalidad, multicolinealidad, heteroscedasticidad y autocorrelación del modelo para verificar su confiabilidad.
4.2 Resultados
Los resultados de la regresión los podemos apreciar en el Cuadro 2.
R2 0.552982 | |
R2 ajustada 0.475239 | |
Parámetros*: | |
B 0 | 18279.64 |
B 1 | -0.232872 |
B 2 | -0.048985 |
B 3 | -0.075029 |
B 4 | 0.168029 |
Fuente: elaboración propia con base en los resultados de la regresión.
La bondad de ajuste del modelo es del 47.5%, con las variables independientes del modelo podemos estimar en ese porcentaje los cambios que presenta el número de mujeres con mayor remuneración.
El término independiente nos indica que 18 mil 280 mujeres ganaron más de cinco salarios mínimos sin contar con una instrucción mayor, ni trabajar dentro de los segmentos de horas comprendidos en el modelo. Como se había adelantado en la matriz de correlación de Pearson, podemos observar la existencia de una relación negativa entre número de mujeres con un ingreso mayor a cinco salarios mínimos y el número de mujeres que tienen un nivel de instrucción comprendido entre media superior y superior. Por cada cien mujeres que se suman a la población ocupada en el sector con el nivel de estudios señalado, veintitrés salieron del segmento de mayores ingresos cinco trimestres después. Lo que se observa es una presión salarial a la baja con la entrada de mujeres cada vez más capacitadas en el mercado laboral agropecuario. Transcurren -en promedio- cinco trimestres en el desenvolvimiento del proceso.
Con una oferta laboral femenina mejor capacitada creciente, encontramos dos efectos, la disminución del salario y el aumento de mujeres ocupadas con un nivel de estudios cada vez mayor.
Los parámetros de B 2 y B 3 presentan signo negativo. Un incremento de cien mujeres en el segmento de menos de quince horas trabajadas a la semana disminuye en casi cinco mujeres que ganan más de cinco salarios mínimos, mientras que un aumento de cien mujeres que trabajan de 35 a 39 horas a la semana explican una disminución de 7 mujeres en el rubro de las que ganan más de cinco salarios mínimos a la semana. Lo que se observa en ambos casos es que conforme las mujeres trabajan menos horas hay un menor número de mujeres que ganan más. Finalmente, se constata que conforme aumenta el número de mujeres que trabajan más horas a la semana, mayor es el número de mujeres que obtiene más ingresos. Por cada cien mujeres que entran al segmento de entre 49 y 56 horas trabajadas a la semana, casi 17 entran al segmento de las mejor remuneradas. Con los resultados obtenidos podemos conjeturar que, en el periodo de estudio, el cada vez mayor número de mujeres con mejor preparación académica ha presionado el salario a la baja, y que aquellas mujeres que logran obtener más de cinco salarios mínimos es resultado no tanto de su preparación sino del mayor número de horas trabajadas. De los resultados obtenidos podemos conjeturar que en el sector agropecuario el nivel de educación de la mujer no influye en que perciba mejor salario. Las características de la estructura productiva del sector en nuestro país (baja intensidad de capital), no permiten aprovechar las capacidades adicionales que una mayor educación genera. La mujer continúa enfrentando un escenario donde por un lado no se crean las oportunidades necesarias para ella en el sector, y por otro, los ingresos continúan estando rezagados.
Conclusiones
La productividad general del país aumentó en un 2.75% en el periodo, mientras que la del sector agropecuario lo hizo en 4.75%. Lo anterior no se ha visto reflejado en términos reales en las percepciones salariales de los trabajadores. En este contexto, especialmente la mujer enfrenta un entorno adverso en el sector agropecuario. El mercado laboral presenta un esquema de segmentación de salarios que no corresponde a la productividad que el nivel de educación puede generar.
Por otro lado, no se ha logrado generar una tendencia positiva en la ocupación femenina, que por lo menos vaya a la par de la ocupación masculina, durante el periodo; tanto en términos relativos como en absolutos, la mujer ha presentado una menor ocupación en el sector. A pesar de ello, la participación de las mujeres en el sector primario presentó algunas tendencias positivas. La mayoría de ellas, al inicio del periodo, eran trabajadoras subordinadas no remuneradas (52.76%), y al final de éste, la cifra bajó a 40.1%, ubicándose el resto -en su mayoría- en el segmento de trabajadoras subordinadas remuneradas, con un pago que se encuentra en su mayoría entre uno y dos salarios mínimos. Al pasar de una situación de no remuneración a otra donde se percibe un ingreso, las horas trabajadas por ellas se incrementó. De 2008 a 2016, se observa un traslado de las mujeres que trabajan menos de 40 horas, hacía los segmentos de más de 40 horas a la semana, siendo el de 40 a 48 horas el de relativamente mayor importancia.
El tamaño de la unidad económica donde laboraron las mujeres experimentó cambios, el mayor dinamismo lo presentan las unidades productivas que ocupan un mayor número de personas (de 11 en adelante), aun cuando continúan siendo minoritario, ya que las mujeres continúan laborando -en su gran mayoría- en unidades pequeñas, donde participan de 2 a 5 personas.
En lo que se refiere a prestaciones laborales y sociales, se pudo observar una disminución en el porcentaje de mujeres que no contaban con ningún tipo de seguridad social ni prestación económica, al pasar de 89% a 80%, cifra, esta última, aun excesivamente alta. Con la inclusión a un esquema remunerado, la mujer recibió acceso a prestaciones, sin embargo, aun cuando el acceso a la salud ha aumentado, no lo ha hecho a la par de la inclusión de la mujer al esquema remunerado.
Finalmente, la instrucción que la mujer tiene ha presentado una tendencia positiva en aquellas que tienen secundaria terminada y nivel medio superior y superior, sin embargo, a pesar de esto, la gran mayoría de las mujeres continúan con primaria incompleta y completa.
La regresión realizada nos permite afirmar que el incremento en el nivel de instrucción ha presionado los salarios hacia la baja, generando que las mujeres tengan que laborar más horas para mejorar su salario. La cada vez más elevada oferta de trabajadoras con alto nivel de escolaridad en el sector, ha provocado que el salario tienda a la baja. Cabe recordar que, desde hace una década, más de la mitad de la población estudiantil en nivel superior son mujeres (De Garay, 2013). Otra posible explicación a este fenómeno es que el sector agropecuario mexicano aún no está tecnificado, salvo algunas excepciones, y, por lo tanto, continúa siendo un sector que ocupa poca mano de obra calificada. De cualquier manera, se constata que en el sector el mayor nivel de escolaridad no se refleja en el salario.
Para lograr revertir la situación desfavorable que presenta la mujer en las diferentes actividades económicas y sociales, es necesaria la implementación de políticas públicas que, por un lado, permitan una mayor preparación, pero que por otro lado generen las condiciones productivas necesarias para aprovechar las capacidades cada vez mayores que ellas poseen y que esto se traduzca en una aún mayor productividad y generación de salarios y prestaciones acordes con ello. Lo planteado por Noriega (2010: 69) acerca de que “la distribución del ingreso es asimétrica entre géneros”, se hace especialmente patente en el sector agropecuario.
El futuro de las mujeres que laboran en el sector agropecuario sigue presentando grandes retos para lograr una mayor inclusión a esquemas de trabajo remunerado con mejores salarios, derecho a prestaciones sociales y laborales que les permita contar con un mejor nivel de vida. A pesar de ello, los resultados hasta ahora logrados han sido en muchos aspectos positivos, pero insuficientes como se ha constatado en este trabajo.