Introducción
La resiliencia económica consiste en la capacidad de absorber los efectos más negativos de la crisis sanitaria y lograr una recuperación sustentable del producto interno bruto; la vulnerabilidad, por el contrario, es la incapacidad de neutralizar los daños de la pandemia debido a la insuficiencia dinámica de generar crecimiento sustentable. Hasta el día de hoy, poquísimas economías nacionales resilientes parecen estar saliendo del túnel del coronavirus y despuntando un crecimiento del producto sustentable, porque la mayoría, se encuentra más o menos hundida en este corredor en función, de su mayor o menor vulnerabilidad.
Desde el punto de vista económico, resiliencia y vulnerabilidad da una incertidumbre mucho más radical que la de 2019, porque si el retorno a los equilibrios normales ya no fue posible en sus años posteriores, mucho menos lo es ahora ante la disonancia multinacional producida por la destrucción de la pandemia como preámbulo al retorno de las guerras. Todo pasa como si el reloj del tiempo evolutivo se hubiera roto, sin que tengamos a la mano un reemplazante progresivo, sino solamente, a la ratonera involutiva.
Aburto et al., (2022) constataron que en veintinueve países que cuentan con estadísticas confiables, la esperanza de vida ha disminuido en veinticuatro de ellos; bajando por lo menos un año en once territorios para los hombres y en siete para las mujeres. Desde el punto de vista sanitario, el significado de la mortalidad por coronavirus depende de lo que sucederá después de la vacunación, en el sentido de que se logrará erradicar a la infección sin dejar rastros, o, diferentemente, los contaminados van a padecer secuelas y enfermedades consecuentes. Desde el punto de vista económico, y por más que pueda haber recuperaciones espectaculares como la que se previó en la Norteamérica de Biden, lo significativo no será la tasa de crecimiento en sí misma, sino si este desarrollo del producto corresponde a un proceso sustentable como condición necesaria de la salud pública. Requisito necesario, pero insuficiente, porque también es pertinente la voluntad política de gobernantes y gobernados para reformar al capital institucional mediante el desarrollo de la economía productiva, particularmente el producto potencial dinamizado por la fuerza ubérrima de la salud pública. Este artículo de investigación asume una metodología institucionalista para analizar a las estructuras artefactuales; es decir, a los estilos nacionales de las proporciones y relaciones correspondientes a la producción, la distribución y el consumo de bienes o servicios, en la travesía por el túnel artefactual del coronavirus.
Comenzamos por analizar a los desempeños resilientes y vulnerables en el recorrido de este corredor (sección 1), continuamos con la estructura artefactual genérica que impuso la calamidad (sección 2), y cerramos con las conclusiones consistentes en un alegato con respecto a la acción social racional tanto en los escenarios de la resiliencia como en los de la vulnerabilidad y la bibliografía.
I. Desempeños resilientes y vulnerables
El desempeño resiliente tiene lugar en un régimen económico basado en las ganancias de productividad que, a su vez, desarrollan la ventaja competitiva nacional consolidando la sustentabilidad de los factores de la producción. El agente prototípico de este régimen económico es el empresario innovador, cuya idoneidad empresarial lo lleva a acrecentar las ganancias de productividad como fuente de los beneficios que remuneran su emprendimiento; al mismo tiempo que los asalariados se caracterizan por alta capacidad de aprendizaje, la cual es premiada por la remuneración de la productividad del trabajo. Empresarios innovadores y asalariados que aprenden a aprender, convergen en una lógica de acción colectiva que dirime un juego donde todo el mundo gana tanto en términos de ingresos como de oportunidades, el cual los entrena en la mentalidad necesaria para hacer frente al impacto de variables exógenas como el coronavirus y sus secuelas, instrumentando la capacidad de adaptarse eficientemente en las alternativas organizacionales inéditas.
Suiza es un ejemplo del doble standard en la configuración de una economía resiliente. El doble standard es un concepto de origen anglosajón que se refiere a la injusta aplicación de diferentes principios a situaciones similares: una, la de la economía nacional y la otra, de la mundial. El escenario mundial deviene similar del nacional cuando la macroeconomía abierta de Suiza funciona dentro del conjunto mundializado de economías nacionales, tal como es el caso desde los 1980 en adelante. Mediante el primer standard, Suiza ha configurado una economía de producción competitiva en el recinto interno; mientras que en el segundo, la república helvética constituye una Banca transnacional y sombría de las rentas criminales en todo el planeta, mediante una violación inmoral del principio campo de juego parejo , el cual es fundamental para la libertad de comercio.
El primer standard suizo es que el desarrollo de la ventaja competitiva nacional. Según el World Competitiveness Index (2021), Suiza es la economía resiliente más competitiva de todo el mundo. Este éxito concurrencial se debió al dinamismo de la innovación evidenciado al ocupar el octavo lugar en la clasificación anual de patentes (OMPI, 2021) con una cifra de 277,500 patentes internacionales registradas. Suiza se especializa más en la competitividad/calidad que en la competitividad/precio, por ejemplo, en la relojería. Hospeda a las casas matrices de las siguientes de grandes firmas transnacionales como Glencore, Nestlé, Novartis, Hoffmann-La Roche, ABB, Sika AG, Adecco, UBS AG, Servicios Financieros Zúrich, Credit Suisse Group, Swiss Re y los grupos relojeros Swatch y Richemont. Exporta productos y servicios de tecnología avanzada en las siguientes proporciones: productos químicos con un 34% de todos los bienes exportados, maquinaria electrónica 20,9%; instrumentos de precisión y relojes 16,9%; así como servicios en un tercio de los bienes exportados.
Cualquier economía resiliente se recupera más rápido que otra vulnerable. El PIB suizo decreció -2.5% en 2020; pero creció 3.7% en 2021 y se prevé un incremento de 3% para 2022 (Datos Macro 2022). Suiza tiene un territorio pequeño y escasos recursos naturales, los cuales deben competir en el mundo, aunque su política de franco suizo fuerte promueva las importaciones y el alto costo del factor trabajo hipoteque a la competitividad precio.
Sus habitantes gozan de una excelente calidad de la vida porque ocupa el lugar número 2 del ranking de desarrollo humano IDH calculado con 3 parámetros: vida larga y saludable, educación y nivel de ingresos. De aquí, resulta natural que la esperanza de vida es de 84 años, y la tasa de mortalidad de 7.9 0/00. El ingreso per cápita es de 76,230 euros, al mismo tiempo que el salario medio es el más alto del mundo con 87,401 euros (Datos Macro, 2022).
Independientemente de las grandes empresas transnacionales mencionadas anteriormente, Suiza cuenta con una red de pequeñas y medianas empresas enfocadas al exterior para vender productos de nicho de mercado con tecnología avanzada y altos precios, lo que auto refuerza la especialización en competitividad/calidad. Mediante grandes empresas o pequeñas y medianas, la economía suiza preferencia al make al mismo tiempo que relega al buy, no porque deje de importar, sino porque procesa lo importado para exportar obteniendo excedentes comerciales secularizados; por ejemplo, en la industria farmacéutica (un tercio del total de las exportaciones) liderada por Novartis y Roche.
Alrededor de los 1950, la madriguera fiscal suiza administró la mitad de la riqueza criminal de todo el planeta; hoy en día y en función de la concurrencia de otros paraísos fiscales, gerencia menos de la mitad del lavado de dinero mundial, pero, de todas maneras, cuenta con un sector financiero interno que representa 10% del PIB y emplea a 5.2% de la población económicamente activa. El total de activos internacionales protegidos por el secreto bancario en Suiza alcanza actualmente a 7,500 MM de euros, lo cual equivale a la sumatoria del PIB de Alemania, Francia y España.
El segundo standard suizo es que constituye la Banca sombría para la captura de rentas criminales de todo el mundo. El Suisse Secrets fue una investigación periodística colaborativa donde participaron 1600 periodistas de 48 medios internacionales para analizar la filtración de datos del Credit Suisse, la cual es continuadora de las similares Panamá Papers y Paradise Papers en la búsqueda de las cuentas pertenecientes a políticos corruptos, narcotraficantes o narcoproductores, delincuentes condenados o investigados por la justicia, espías, dictadores, funcionarios públicos deshonestos, y otros personajes de la corrupción o el soborno mundializados.
Suiza es el ascendiente de todas las guaridas fiscales del presente, (porque paraísos fiscales es una expresión tendenciosa inventada por los neoclásicos), el cual defiende a capa y espada al secreto bancario en razón, justamente, de ser la madriguera internacional de la élite rentista y criminal del planeta. Para salir del paso con respecto al reclamo de transparencia formulado por la OCDE y otros centros de opinión mundial, la República Helvética accedió a pasar información de manera no vinculante ni puntualmente reglamentada, y solamente con respecto a las economías desarrolladas; es decir, mediante un maquillaje francamente tramposo porque se combina con la ley vigente para sancionar a los periodistas o individuos que teniendo acceso a los bancos de datos bancarios filtren a los mismos (Stiglitz, 2022). Como lo hace desde 1915, la flor y nata del rentismo criminal planetario continuará a rentabilizar tranquilamente sus nefastos patrimonios en la Suiza ubicada más acá de toda sospecha por parte de la oligarquía criminal del mundo (Stiglitz, 2022).
La Tabla 1 ilustra el hecho de que la vulnerabilidad se aloja en las sociedades rentistas generadas por economías improductivas, donde impera un régimen económico basado en la captura de rentas (Argentina), cuyo agente prototípico (la oligarquía agroexportadora), se comporta como un cazador de rentas, el cual instrumenta un comportamiento extractivo propio de las explotaciones mineras. En esta lógica de la acción colectiva, la obtención de ganancias de productividad no constituye la motivación básica de los agentes económicos, sino el usufructo de las rentas de todo tipo embolsadas por todas las clases sociales; aunque la utilización de los recursos beneficia preferentemente a la élite rentista en un juego de suma cero que recicla a la ineficiencia adaptativa de la nación.
Asunto | Suiza. | Argentina. |
PIB per cápita 2021 | 78,190 euros. | 9,158 euros. |
Deuda pública en % del PIB. | 39.80 en 2019. | 80.62 en 2021. |
Ranking de competitividad 2019. | 5 | 83 |
Ranking de innovación 2018. | 1 | 80 |
Tipo de cambio del dólar 22/06/22. |
0.9652 euros | 123,690 pesos |
Fuente: Datos Macro (2022).
No existen economías nacionales solo productivas o solamente improductivas, sino ambientes de negocios donde el estilo nacional de producción, distribución y consumo de bienes o servicios es principalmente productivo y complementariamente improductivo o, a la inversa, principalmente improductivo y complementariamente productivo. En el primer caso, hay un dominante resiliente de la economía que puede morigerar o controlar a la vulnerabilidad reforzando a su estructura artefactual; mientras que en el segundo, hay un dominante vulnerable que precariza a la resiliencia y fragiliza a toda la estructura artefactual. De esta forma, las naciones se enfrentaron y se enfrentan a las calamidades sanitarias con fortalezas y debilidades más o menos mudables y tan heterogéneas como la variedad capitalista que han construido con eficiencia comparativa o con ineficiencia del mismo género.
El drama del coronavirus puede desfogar en una peste endémica, con respecto a lo cual ha resaltado la importancia de la salud pública para el crecimiento sustentable de la economía mediante la competitividad nacional basada en el progreso de las fuerzas productivas, entre las cuales se encuentra la salud pública. La resiliencia económica consiste en la capacidad de absorber los efectos más negativos de las crisis para lograr una recuperación sustentable; mientras que la estrategia de resiliencia se asimila a la del desarrollo de la ventaja competitiva nacional (Jaravel y Méjean, 2021) en sus dos facetas: la primera y desde el punto de vista defensivo, substituyendo las importaciones de los insumos transfronterizos portadores de vulnerabilidad para el mercado interno y, desde el punto de vista ofensivo, promoviendo la innovación empresarial de avanzada tecnológica y organizativa, dentro del proceso mundializador basado en las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, donde las economías de escala en la economía del conocimiento motivan a la innovación productiva. Ni en la política defensiva, ni en la ofensiva, se trata de proteccionismo, sino de desarrollo competitivo nacional durante la innovación empresarial que deberá acompañarse con la innovación social para reintegrarse a los procesos de mundialización con eficiencia adaptativa.
Los EE. UU supieron pasar de la riqueza nacional al poder mundial mediante una estructura artefactual apta para capturar las oportunidades históricas como la Revolución Industrial del Siglo XIX, la cual los catapultó al mundo de los imperios del Siglo XX donde dejaron de ser una economía rezagada y, por el contrario, devinieron uno entre pares imperiales. Antes de la Guerra Civil, el Sur era una economía rentista al mismo tiempo que el Norte era otra preindustrial. Después de esta confrontación fratricida, los módulos industrializadores del Nordeste difundieron la Revolución Industrial a todo el país con un éxito fulgurante en la provincia sudista de California, la cual se adaptó a la racionalidad fabril sin caer en la trampa rentista del Sueño del Oro.
El Siglo XX fue la época más sangrienta en la historia de la humanidad, pero también la que brindó a los EE. UU la oportunidad histórica de dos guerras mundiales. Fueron los grandes ganadores de estas dos calamidades porque autorreforzaron su estructura artefactual continental con una eficiencia adaptativa que los condujo a ser una hiper potencia planetaria después de 1945. La administración populista de Trump transitó por el túnel artefactual del coronavirus instrumentando un juego donde todos pierden porque respondió tardíamente a la pandemia causante de 1.7 millones de infecciones confirmadas y más de 100 mil muertos al 28 de mayo de 2020 (John Hopkins, 2020). A pesar de esto, la economía estadounidense durante su administración de gobierno tuvo la suerte de rebotar con respecto a la caída de 2008 y poder registrar un crecimiento situado entre el 2 y el 3% durante la administración populista citada. Llegado al poder Biden, ganó rápidamente popularidad mediante una vasta red de vacunación instrumentada principalmente por los militares y su poder logístico probado en los cuatro puntos cardinales del planeta. A inicios de 2022, el número de decesos por la pandemia fue prácticamente nulo (John Hopkins, 2022), evidenciando una resiliencia basada en las fuerzas productivas como la salud pública, la cual no fue producto de ninguna mano invisible, sino de la eficiencia adaptativa lograda durante la secuencia histórica posterior a la Revolución Industrial del siglo XIX.
La eficiencia adaptativa y comparativa de las naciones hace que sus costos de producción y de transacción sean bajos en forma relativa al crecimiento del producto; es decir, que las ganancias de productividad son altas y por ello otorgan resiliencia al proceso de crecimiento económico. Durante el siglo XIX Alemania pasó de ser una economía improductiva y desintegrada, a ser otra productiva y unificada en función de un desarrollo tecnológico y organizativo acelerado mediante políticas públicas mucho más mercantilistas que liberales, las cuales evidenciaron que la transformación virtuosa de las economías nacionales puede llevarse a cabo con distintos modelos organizativos, pero no solamente uno tal como lo postula el pensamiento único de la teoría neoclásica, muy ligada al etnocentrismo anglosajón.
Durante el Siglo XX y a pesar de la tremenda destrucción artefactual causada por dos guerras mundiales, Alemania hizo evolucionar al nacionalismo tardío del Siglo XIX hasta el nacionalismo cosmopolita posterior a 1945, pero siempre favorable a la movilización de los factores de la producción que desemboca en la eficiencia adaptativa. Es importante subrayar que la eficiencia adaptativa es un concepto relativo, pero no absoluto; es decir que nadie pretende decir que Alemania es la nación más eficiente del mundo, sino que, muy diferentemente, ella tuvo la capacidad de arribar a una eficiencia adaptativa tan buena o mejor que la de sus congéneres, tal como lo demostró aprovechando los financiamientos del Plan Marshall para hacer más con menos que el Reino Unido o Francia. La resiliencia alemana deriva de los elementos intangibles de su estructura artefactual tal como la disciplina colectiva del funcionamiento en equipo, pero no de contar con pocos o muchos bienes de capital, ni porque las infraestructuras físicas estén algo desactualizadas.
Bajo la apariencia del poder militar y alrededor de 1860, Bismarck lideró un cambio institucional progresista fortaleciendo al ejecutivo en contra del Parlamento a fin de neutralizar el poder de los landers que representaba fuerzas centrífugas con respecto a la integración nacional. Ejerció un nacionalismo centrípeto o centralizador, que fue contemporáneo del similar, pero centrífugo, de los secesionistas norteamericanos que desencadenaron la Guerra Civil en 1861. El Estado bismarckiano se inscribió totalmente en la herencia westfaliana porque instauró la soberanía nacional como contestaria del poder mundial con epicentro en la City londinense; soberanía basada en el desarrollo de las fuerzas productivas, pero no en la declamatoria de los gobernantes. Desarrollo de las fuerzas productivas logrado no solamente por la revolución industrial interna, sino también por la proyección cultural planetaria que la configuró como un pilar en la emergencia y consolidación económicas del Mundo Occidental.
La dependencia de la trayectoria consiste en un conjunto de características que se deduce de la secuencia histórica nacional. En el caso de América Latina después de la independencia, se puede resumir a la misma en seis circunstancias. En primer lugar y durante la segunda mitad del Siglo XIX, los centros del Mundo Occidental como los EE.UU y Alemania, realizaron la Revolución Industrial aprovechando la oportunidad histórica de la Paz Británica, la cual capitalizó a las ventajas multinacionales de la libertad de comercio; al mismo tiempo que América Latina se especializó en la exportación de productos primarios presionando al alza los costos de las transacciones (por ejemplo: mediante los pagos por fletes internacionales), así como los costos de la producción porque no asumió ninguna revolución económica conducente a la dotación institucional progresiva.
En segundo lugar y como indicación de lo recientemente señalado, la brecha latinoamericana en términos de PIB per cápita con respecto al Mundo Occidental liderado por los EE. UU o Alemania, se amplió sostenidamente entre 1800 y 1900 así como durante todo el siglo XX, concretizando una vulnerabilidad secularizada. Tal brecha prueba que la teoría neoclásica de la convergencia no es pertinente, sino que, por el contrario, la divergencia de la variedad de capitalismos puede reciclarse durante siglos con algunas economías resilientes y muchas vulnerables.
En tercer lugar, el desarrollo de la ventaja competitiva nacional no es una cuestión de tiempo, como supone el prejuicio del pensamiento único de los neoclásicos, por lo que transformar a la vulnerabilidad en resiliencia solo puede lograrse mediante políticas proactivas tanto del sector público (buena gobernanza), como del privado (innovación, pero no captura de rentas), pero no por alguna inercia residente en la secuencia histórica de las naciones. En este sentido, hay que tener cuidado en no dejarse despistar con el hecho de que América Latina ha registrado períodos de alto crecimiento ciertamente, porque estos períodos de bonanza no fueron duraderos al estar basados en la mejoría de los términos del intercambio, pero no en el desarrollo de los núcleos endógenos de innovación tecnológica u organizativa, tales como los que produjo en EE. UU o Alemania la Revolución Industrial. Argentina, Chile y Uruguay crecieron a fines del siglo XIX y principios del XX, Cuba en el primer cuarto del XX, y Brasil, Colombia o México para algunos lustros en la segunda mitad del XX; en todo caso con incrementos del PIB insuficientes para asegurar la emergencia económica proveedora de resiliencia.
En cuarto lugar y durante los treinta gloriosos 1945 a 1975 del mundo occidental, se difundió el keynesianismo planetario con gran repercusión en América Latina por medio de la industrialización substitutiva y como aval teórico en la formación del empresariado rentista, el cual se benefició enormemente con los mercados cautivos de la economía cerrada, y aunque no reparara en los costos de oportunidad que tiene esta ineficiencia adaptativa de la industrialización substitutiva, la cual otorga prioridad al mercado interno sin desarrollo competitivo y por esto recicla a la vulnerabilidad.
En quinto lugar y terminado el ciclo substitutivo en los 1980 de América Latina, sus economías nacionales devinieron más vulnerables a pesar de cambiar de modelo económico pasando de la economía cerrada a la abierta, porque dejaron pasar la oportunidad histórica del auge norteamericano posterior a 1945 o la reconstrucción alemana de la misma fecha, en ambos casos para enlazar sus exportaciones valuadas generosamente a causa de la escasez de postguerra, con una verdadera substitución de importaciones que evolucionara desde los bienes y servicios de tecnología madura a los de tecnología avanzada.
En sexto lugar, la industrialización rentista de Argentina, Brasil y México antes de los 1980, hizo pensar en un proceso evolutivo progresista consecuencia de tres fases históricas: (A) entre 1810 y 1930 continente de economías abiertas con enclaves territoriales; (B) entre 1930 y 1980 mediante economías cerradas con mercados cautivos usufructuados por empresarios cazadores de rentas; (C) desde 1980 en adelante, con economías abiertas incrustadas de enclaves productivos, pero no territoriales, en continuidad de la economía rentista, la cual desfogó en la sociedad de rentistas. La oligarquía rentista de América Latina dominó el régimen político y económico en estas tres fases de la vida independiente de América Latina, siendo más mimética que innovadora del legado cultural dejado por los colonizadores. Si en Argentina y Brasil, las industrias de exportación estuvieron ligadas ideológicamente a los rentistas agroexportadores, en México similares industrias lo estuvieron a los rentistas exportadores de petróleo del sector paraestatal (Schettino 2021: 117); por esto es que las ideologías empresariales fueron solamente elitistas, pero no schumpeterianas, y no existió ni existe ningún conflicto de intereses ricardiano porque no hay finalidades divergentes entre rentistas rurales e industriales emprendedores. En América Latina, la ideología política del empresariado rentista tiende al elitismo que sobre valoriza al sociograma y prefiere los intercambios personales, o aún y para mayor vulnerabilidad, al aislacionismo conservador del nacionalismo improductivo.
La variedad de capitalismos corresponde a la realidad evolutiva de las estructuras artefactuales (Jeannot; en prensa). La convergencia hacia un modelo supuestamente universal fue una de las fantasías doctrinales del pensamiento único de los neoclásicos teorizada por muy distinguidos economistas. Diferentemente, la tabla anterior se inscribe en la realidad del túnel artefactual del coronavirus donde hay tantas pérdidas de ingresos per cápita como resiliencias de las estructuras artefactuales nacionales. La destrucción superlativa del virus, sobre todo en las economías emergentes sin China en la Tabla 2; es importante, pero de menor cuantía, en las economías avanzadas competitivamente. La dependencia de la trayectoria multinacional condiciona a que las economías avanzadas competitivamente lograrán salir del túnel artefactual del coronavirus con mayor eficiencia adaptativa que las emergentes sin China o de bajo ingreso. Igualmente, que las primeras sabrán implementar con mayor eficiencia y eficacia a las inversiones de porvenir, y que las emergentes sin China o las de bajo ingreso, lo harán con menor capacidad operativa en la instrumentación de la política económica, porque mientras las avanzadas asumirán también en mayor proporción a la transformación del capital institucional, las emergentes sin China y las de bajo ingreso se inclinarán hacia la transición coyuntural con escaso cambio en el capital institucional. En su trayecto artefactual hacia la híper potencia mundial, por supuesto que China se comportará como las economías avanzadas, o aún mejor, en cuanto a la transformación económica, pero no en relación al orden autoritario. Al salir del túnel pandémico, nadie se encaminará hacia un nuevo mundo, sino que evolucionará en función de la pauta innovadora tanto en el dominio empresarial como en el social, particularmente con respecto a la fuerza productiva de la salud pública.
Economías avanzadas. |
Emergentes. | Emergentes sin China. | De bajo ingreso. |
-13 | -18 | -22 | -18 |
Fuente: Georgieva (2021).
II. La configuración artefactual de la resiliencia y de la vulnerabilidad
¿Cómo se configura una estructura artefactual para que la economía nacional sea resiliente? Transformando los factores de la producción tangibles e intangibles en la perspectiva de una economía de producción competitiva.
Creer que el desarrollo de la riqueza nacional depende del tamaño del mercado fue una presunción propia del ambiente de negocios en la época de los clásicos cuando el mercado estaba compuesto por la dotación natural de factores y las relaciones personales. Con posterioridad a esta época pretérita, los capitalismos comercial, industrial y post industrial, se fundaron en los intercambios impersonales y los mercados virtuales para institucionalizar un régimen de contratos despersonalizado.
La estructura artefactual que generó la emergencia económica y social del mundo occidental fue aquella que supo sumar la revolución agrícola con la industrial para superar a las barreras intrínsecas en la especialización nacional en función de la dotación natural de factores. Los mercados competitivos del presente se configuran en función principal de los conocimientos aplicados a la producción, la distribución y el consumo de bienes o servicios. Todo indica que la mejor recuperación que podrán tener las economías resilientes empieza por la reconversión energética donde residen las inversiones de porvenir más importantes. El agente principal de esta transformación será el Estado, pero no el mercado, por lo que toda resiliencia se apoya centralmente en un sector público competitivo y administrador de la buena gobernanza.
El desarrollo de la ventaja competitiva nacional que otorga resiliencia se logra a partir de los campeones nacionales (empresa nacional muy concentrada que tiene posibilidades de dominar competitivamente determinado escenario internacional de la economía) quienes actúan como locomotoras del mercado interno siempre que prevalezca la innovación empresarial y social en el ambiente de negocios nacional. Ante el formidable impacto destructivo de la crisis sanitaria, solo las economías resilientes tienen la posibilidad de recuperarse rápido para entablar un desarrollo sustentable.
Verdoorn (1993), Young (1928) y Kaldor (1966) recetaron hacer crecer al PIB para que crezcan las ganancias de productividad y de esta manera, incrementar la resiliencia. El crecimiento de las ganancias de productividad conduce a un capitalismo productivo, pero no a otro rentista. A mayor acumulación de capital productivo, mayor es la productividad factorial, la cual habilita para un crecimiento efectivo tanto del producto como de la resiliencia.
El capitalismo actual tiene como sectores de vanguardia a la microelectrónica y a la biotecnología, al mismo tiempo que a la salud pública y a la educación del mismo género, porque afectan a todas las actividades económicas de un modelo tecnológico y organizativo de naturaleza numérica, el cual se implantará con posterioridad a la crisis sanitaria. Tal esquema institucional tendrá estructuras artefactuales nacionales principalmente intangibles, las cuales desfogarán en economías resilientes siempre que se asuman revoluciones económicas permanentes porque, con el paso del tiempo, las oleadas de innovaciones en racimo se hacen más frecuentes. La resiliencia es fruto de las mentalidades propiciatorias del cambio institucional incesante, pero no del conservadurismo.
Los empresarios privados schumpeterianos, pero no los rentistas, serán los agentes de la innovación empresarial progresiva, la cual se acompañará de los empresarios públicos que instrumenten a la innovación social. Esta clase empresarial no le teme a la competencia intensiva porque está armada con el desarrollo de las ganancias de productividad que dispensan resiliencia. No se trata solamente de la innovación empresarial, sino también de la social, ambas generadas por las inversiones de porvenir. Las fuerzas productivas, tal como lo es la salud pública, son fuentes del valor económico en toda la sociedad nacional.
¿Qué es lo que produce el fallo artefactual de la vulnerabilidad? La institucionalización de una economía rentista. Una economía rentista se institucionaliza cuando la política económica de Estado (perdurable), no logra organizar una cantidad mínima, pero suficiente, de grupos sociales en función del bien común. Por definición, ningún equipo funciona eficientemente si no se moviliza de acuerdo al bienestar general. Si no existe tal funcionamiento, no se optimiza el crecimiento del PIB ni la cuantía de los costos de las transacciones, por lo que el mercado correspondiente funciona improductivamente en favor de la captura de rentas que genera vulnerabilidad y recicla a la ineficiencia adaptativa. Tal política económica de Estado está muy influenciada por los cabilderos cazadores de rentas, los cuales inciden en el mercado político para institucionalizar un régimen muy divisivo, con escasa capacidad de convocatoria y alto abstencionismo. Las coaliciones de rentistas tienden a fijar los precios del intercambio económico, pero no las cantidades, por lo que bloquean a la asignación eficiente de los recursos que puede producir la ley de la oferta y la demanda. Estas mismas coaliciones de cazadores de rentas retrasan la capacidad de la sociedad respectiva para adoptar nuevas tecnologías y nuevas formas organizacionales, por lo que propenden a la rigidez institucional hermana de la vulnerabilidad. Cuando las coaliciones rentistas arriban al umbral del éxito, comienzan a ser excluyentes tanto de propios como extraños mediante el nepotismo y el patrimonialismo en desmedro de la sociedad abierta con movilidad social. Finalmente, y desmintiendo las creencias de la Escuela de los Derechos de Propiedad neoclásica, la economía rentista no necesita de la buena definición de los derechos de propiedad privada porque cuando mejor opera lo hace dentro de un régimen nacional de contratos basado en el oportunismo ex ante y ex post aún en el mercado de los derechos de propiedad pública. Con tal escenario de contratos, es natural y fatal la vulnerabilidad sistémica de la economía y la sociedad; por lo que, por ejemplo, nunca existió la Paradoja Argentina que mencionan numerosos comentaristas con respecto a una economía sumamente próspera a inicios del Siglo XX, pero cada vez paupérrima a partir de los 1970, sino una construcción artefactual de marcada ineficiencia adaptativa paralela a la vulnerabilidad secularizada, tal como lo hemos comentado en párrafos anteriores.
Sin ningún contrasentido, Argentina configuró su vulnerabilidad secularizada porque al iniciarse el Siglo XX contó con un ingreso per cápita (Ypc) equivalente al 50% del mismo indicador estadounidense y 70% del canadiense; sin embargo y a mediados del Siglo XX, el mismo indicador personalizó el 36% del norteamericano y el 50 del canadiense. Durante el primer año del siglo XXI, el Ypc argentino correspondió a un 20 y un 35% del Ypc estadounidense y canadiense (Banco Mundial, 2022). La transformación de una economía rezagada competitivamente en otra avanzada o emergente, depende de la traducción del PIB potencial en efectivo, y esta de la innovación, particularmente concretada en las inversiones de porvenir. El túnel artefactual del coronavirus sitúa en suspenso a este proceso virtuoso debido a las políticas de apoyo y sostén globales, las cuales no distinguen a las empresas eficaces de las ineficaces, vivientes o zombis (Andrews 2021, 1). En la salida de los confinamientos y bajo la amenaza estanflacionaria, la política económica de recuperación aún padece el deambular de las empresas zombis , las cuales pueden haber pasado de ser empresas vivas a ser empresas muertas en vida por diversas causas, por ejemplo, por el nivel insuficiente de fondos propios eventualmente nulo, o por el de sobre endeudamiento susceptible de llegar a la quiebra técnica. Intuitivamente, se puede decir que las ayudas financieras de los gobiernos promueven la calidad zombi en las empresas; sin embargo y cuando se alcance el número R de reproducción básico, menor a uno y se emprenda la reconstrucción artefactual de largo plazo, retirar estos apoyos devendrá una política económica inédita que seleccionará cuáles merecen seguir siendo rescatadas y cuáles no; por lo que tendrá lugar un inmenso desafío para los responsables de la política económica que los llevará a asumir, por ejemplo, la participación pública en el capital de la zombi, o una subvención específica, u otra exención impositiva. La difusión zombi no es un fenómeno nacional, sino mundial, porque se las encuentra en China, en EE. UU, o en cualquier otro país; en todo caso, estos muertos vivientes empresariales muestran los límites del darwinismo de mercado que podría haber causado la destrucción artefactual.
Contraviniendo al darwinismo de mercado, la política económica de sostén y mantenimiento durante la emergencia sanitaria instrumentó apoyos genéricos que sostuvieron a todas las empresas, sean estas vivientes o zombis. Desde 2019 en adelante, la destrucción creadora de Schumpeter tarda en reanimar a la productividad factorial y el PIB potencial, por lo que la emergencia estanflacionaria de 2022 convoca a la resiliencia de las economías nacionales, pero también a su vulnerabilidad, tanto más dramática, cuanto mayor sea la recesión sobreviniente. Al mismo tiempo, cuanto más se alargue la economía ficción de la pandemia, más promoción de la zombificación habrá. En lo que hace al mercado de trabajo y hasta septiembre de 2022, la zombificación no parece haber afectado a los componentes artefactuales construidos antes de 2019, ni en el Mundo Occidental ni en el Mundo Oriental, porque los despidos o los paros o las quiebras parecen compensarse con las nuevas contrataciones; lo cual no contradice el hecho de que la espiral precios salarios está en stand by durante la emergencia estanflacionaria. Hasta ahora, el teletrabajo también convergió en esta compensación porque no causó el despido masivo de trabajadores, sino su adaptación a las nuevas condiciones del proceso de trabajo. La hora de la verdad con respecto a la zombificación aún no ha llegado, y no nos permitimos imaginar un calendario para la misma.
El futuro imperfecto de la competitividad en las economías vulnerables o resilientes tendrá lugar en escenarios de la incertidumbre iniciada en 2007, agudizada en 2019 y profundizada por la peste, donde lo incierto es cada vez más dudoso. Esto es así porque utilizando el método del retrovisor, o sea la dependencia de la trayectoria, hermanado a la concepción anergódica de la realidad, solamente nos es permitido imaginar andamios en las escenas del porvenir, pero no pilares, porque el Principio de la Incertidumbre de Heisenberg indica que toda precisión debe ser matizada por la incertidumbre exógena, de manera tal que la dependencia de la trayectoria con la cual se lee al pasado para imaginar al futuro es condicionante en forma progresivamente incierta. El desarrollo o el rezago en la ventaja competitiva de las naciones no son entendibles con las metodologías deterministas de los neoclásicos o marxistas, pero sí con la institucional adscrita al relativismo histórico del evolucionismo. La incertidumbre en la resiliencia o en la vulnerabilidad económicas, conduce a comentar diversos andamios que podemos imaginar de manera racional, pero no racionalista ni mucho menos reduccionista, utilizando proyecciones inciertas sobre la guerra comercial, la desintegración económica, el retorno del colonialismo administrado por Putin y la recuperación precaria de la crisis financiera 2007 que desfoga en la emergencia estanflacionaria y recesiva. Encuadrado por la concepción anergódica de la realidad, el futuro imperfecto y multinacional de la rivalidad competitiva, formará parte del escenario de renacimiento posterior al coronavirus con contenidos progresivamente inciertos y por esto francamente impredecibles.
En la época de los clásicos, Ricardo fue el primero en detectar la naturaleza evolutiva del ambiente competitivo. El meollo de su economía política no fue un mero alineamiento con los empresarios industriales, sino una evaluación sistémica de la captura de rentas en la estructura artefactual afectada por el cabildeo de la aristocracia propietaria. Por esta y otras opciones analíticas, los patrones mentales de los neoclásicos fueron y son enjundiosamente anti ricardianos. Ni tampoco es casualidad que todos los modelos neoclásicos abonan el terreno del reduccionismo económico ignorando a la evolución del ambiente competitivo.
Conclusiones
Hemos visto que la capacidad de persistir y reconstruirse después de la crisis sanitaria depende de la resiliencia y de la vulnerabilidad con las cuales se construyeron las estructuras artefactuales de las naciones. History matter porque el camino que se eligió en el pasado encuadra a la toma de decisiones del presente, mientras que ésta hace lo propio con el futuro.
Ni la resiliencia ni la vulnerabilidad caen del cielo, sino que se construyen mediante una estructura artefactual capaz o incapaz de alcanzar eficiencia adaptativa. EE. UU y Alemania son ejemplos de eficiencia adaptativa, mientras que América Latina lo es de la ineficiencia en las nuevas funcionalidades de la economía. Los EE. UU construyeron una estructura artefactual continental, la cual les permitió capturar diversas oportunidades históricas para pasar de la riqueza nacional al poder mundial. Alemania levantó una estructura artefactual localizada en un pequeño territorio y con la capacidad de capitalizar material o inmaterialmente a las fuerzas productivas destruidas dos veces durante el Siglo XX, pero reconstruidas cada vez más rápido después de 1919 y con posterioridad a 1945. América Latina se caracteriza por una dependencia de la trayectoria donde se dejan pasar las oportunidades históricas a causa de la ineficiencia adaptativa, la cual recicla desde el Siglo XIX hasta el día de hoy al modelo primario exportador usufructuado por la oligarquía rentista. Por mérito propio, pero no por ningún fantasma transnacional, las economías devienen resilientes o vulnerables.
La configuración artefactual de la resiliencia y de la vulnerabilidad se deriva de la capacidad de innovación empresarial y social de las economías nacionales. Si la capacidad de innovación desfoga en un crecimiento suficientemente dinámico, se configurará una estructura artefactual con desempeño sustentable, y por esto resiliente; al contrario de lo que sucederá en aquella víctima de la insuficiencia dinámica que conduce a la inestabilidad de lo vulnerable. A la salida del túnel artefactual del coronavirus, la variedad de capitalismos se encaminará bien o mal hacia ambientes de negocios situados en una reconversión productiva que será cualquier cosa, menos fácil y barata. Construir economías resilientes basadas en las fuerzas productivas, particularmente la de la salud pública, no será una fruslería.
Conforme con nuestro empecinamiento de arar en el desierto, creemos que la acción social racional es la variable estratégica que puede auto reforzar a la resiliencia, así como morigerar o iniciar la reversión de la vulnerabilidad. Arar en el desierto, porque existimos en el siglo del populismo y del retorno de las guerras imperiales donde la acción social es afectiva como para confiar en algún líder carismático, y tradicional para creer en el nacionalismo restaurador. Parafraseando a Lukács (1972), somos contemporáneos de un nuevo asalto a la razón llevado a cabo tanto por las derechas políticas como por las izquierdas. A pesar de todo, esperamos fervientemente que florezca la razón social en el desierto de este siglo de calamidades.