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El trimestre económico

versión On-line ISSN 2448-718Xversión impresa ISSN 0041-3011

El trimestre econ vol.87 no.348 Ciudad de México oct./dic. 2020  Epub 05-Mar-2021

https://doi.org/10.20430/ete.v87i348.1178 

Clásicos de la Economía

Grandes corporaciones y propensiones al fascismo*

Big business and a propensity for fascism

Michał Kalecki** 

**(1899-1970), economista polaco marxista especializado en macroeconomía.


Resumen

Este texto reúne dos ensayos de Michał Kalecki escritos durante la década de los sesenta: “El fascismo de nuestro tiempo” (1964) y “Vietnam y las grandes empresas norteamericanas” (1967), los cuales analizan el contexto político y económico de esa época. El primer ensayo realiza una reflexión sobre las formas en que el fascismo estaba regresando en el panorama político de algunos países, como Francia, Alemania Occidental y los Estados Unidos, y cómo grupos que respondían a esta ideología se estaban infiltrando sin resistencia alguna en las élites de poder imperantes de tales gobiernos. El segundo ensayo analiza los intereses que tenían las grandes corporaciones estadunidenses en que la Guerra de Vietnam continuase, a pesar del panorama negativo que ya se pintaba para los Estados Unidos en ella.

Palabras clave: Kalecki; Estados Unidos; fascismo; Guerra de Vietnam; Guerra Fría; economía estadunidense

Abstract

This text presents two essays by Michał Kalecki written during the sixties: “The fascism of our times” (1964) and “Vietnam and US big business” (1967), which analyze the political and economic context of that time. The first essay reflects on the ways in which fascism was making a comeback in the political landscape of some countries, such as France, West Germany and the United States, and how groups related to this ideology were infiltrating, without any resistance, into the ruling elites of such governments. The second essay analyzes the interests of the large US corporations in continuing the Vietnam War, despite the negative outlook that was already being presented for the United States in this war.

Keywords: Kalecki; United States; fascism; Vietnam War; Cold War; economy of the United States

I. El fascismo de nuestro tiempo1

1. Presencia del fascismo

En los países capitalistas desarrollados se observa, en los últimos años,2 una ferviente actividad entre fuertes grupos fascistas. Los más importantes son la Organización del Ejército Secreto (OAS, por sus siglas en francés) en Francia, los elementos neonazis en Alemania Occidental y los partidarios de Goldwater en los Estados Unidos. Todos estos grupos tienen en común las siguientes características:

  1. En contraste con el nazismo del periodo de la Gran Depresión de los años treinta, no recurren a la demagogia social.3 El goldwaterismo adopta incluso la ideología opuesta al criticar la intervención gubernamental y reclamar la vuelta al laissez faire.

  2. Apelan a elementos reaccionarios de amplias masas de la población mediante una variedad de consignas racistas o patrioteras. Para cada uno de los países considerados, estas consignas pueden ser fácilmente sintetizadas en una palabra: Argelia (Francia), revancha (Alemania), negros (los Estados Unidos). Los grupos fascistas también enarbolan una cruzada anticomunista, al sacar provecho de un largo periodo de propaganda oficial.

  3. Los elementos fascistas son subvencionados por los grupos más reaccionarios del mundo de las grandes empresas, con lo cual, como regla, benefician sus intereses particulares: defensa de sus inversiones en Argelia, expansión de ciertas sucursales de las industrias armamentistas, etc. Los fascistas también reciben apoyo de algunos grupos de las fuerzas armadas.

  4. Sin embargo, la clase gobernante considerada en su conjunto, aun cuando no acaricia la idea de que los grupos fascistas tomen el poder, no hace esfuerzo alguno por suprimirlos y se limita a reprenderlos por su entusiasmo exagerado.

A continuación, trataremos de examinar estas características del fascismo contemporáneo punto por punto, con el afán de situarlas en una perspectiva adecuada.

2. Fascismo, “capitalismo reformado” y regulación estatal

Una de las funciones básicas del nazismo fue superar la renuencia de las grandes empresas a la intervención en gran escala del gobierno en la economía. Las grandes empresas alemanas aceptaron una desviación de los principios del laissez faire y un fortalecimiento radical del papel del gobierno en la economía nacional, bajo la condición de que la máquina gubernamental se sometiera a un control directo en su asociación con los dirigentes nazis. No obstante, el modo de producción estrictamente capitalista estaba garantizado al dirigir los nuevos desembolsos del gobierno hacia los armamentos en lugar de hacia inversiones productivas (lo que hubiese significado alguna propensión hacia el capitalismo de Estado).

Actualmente, la intervención del gobierno en la economía se ha convertido en una parte integral del capitalismo “reformado”. En cierto sentido, el precio de esta reforma fue la segunda Guerra Mundial y el genocidio perpetuado por los nazis, consecuencias finales de un rearme considerable que, inicialmente, desempeñó el papel de estimular el auge de los negocios.

De esta forma el fascismo deja de ser la base necesaria de un sistema de intervención del gobierno. No puede proclamar la consigna de eliminar el desempleo masivo, ya que en los países desarrollados la tasa de ocupación se mantiene en un nivel más bien alto. Por el contrario, Barry Goldwater, quien hace alarde de una demagogia racista y de Guerra Fría -de la cual hablaremos más adelante-, ataca no sólo la “interferencia” del gobierno en la economía sino también la seguridad social. Así es como paga el apoyo de los grupos financieros más reaccionarios, y es ésta también la razón por la cual él no tiene oportunidad alguna de alcanzar el poder. (Es interesante notar que, en los escrutinios preelectorales, aun en los estados del sur, la gente favoreció con más del doble de los votos a los demócratas que a los republicanos, al tratarse de mantener la prosperidad.)

Lo que todas las corrientes fascistas actuales tienen en común con el nazismo es la actitud antisindicalista, la cual, una vez más, refleja su vínculo con los grupos reaccionarios de las grandes empresas. Esto será analizado más detalladamente a continuación.

3. Fascismo, clase obrera y sindicatos

¿Quiénes forman la base del movimiento fascista? Goldwater obtuvo 40% de los votos y, aunque los republicanos sufrieron una derrota aplastante, él logró un éxito enorme.

En cada uno de los países considerados un sector diferente de la población responde, de acuerdo con condiciones específicas, a una consigna especial, aunque en cada una de ellas encontramos un rasgo común: su carácter racista o patriotero. En el caso de Francia, entre aquellos que respondieron a las consignas se encontraban incluidos los franco argelinos y los habitantes de las metrópolis que sentían hostilidad hacia los numerosos inmigrantes argelinos. En Alemania Occidental los antiguos nazis, con bastantes cosas que ocultar de sus pasados, son los candidatos adecuados; están interesados en embellecer el hitlerismo, deseo que se vincula muy bien con la ideología revanchista proclamada, de una manera más velada, por el gobierno. Los repatriados que no arreglaron sus asuntos satisfactoriamente (una minoría, indudablemente) constituyen otro grupo propenso a aceptar el neonazismo. Finalmente, en los Estados Unidos están los opositores a la emancipación de los negros y que proveen de reclutas a los grupos reaccionarios considerados; ellos incluyen no sólo a los racistas del sur sino también a aquellos que se muestran hostiles a las aspiraciones de los negros para lograr el acceso a los empleos hasta ahora limitados a los blancos. Además, en todos los casos, las filas fascistas se ven reforzadas por fanáticos anticomunistas que son el producto de una prolongada propaganda difundida a través de los medios de comunicación de masas.

Vale la pena señalar la analogía existente entre Francia y los Estados Unidos: en cada caso la principal fuerza motriz del movimiento fascista es la liberación potencial de las naciones oprimidas, o la descolonización considerada en su sentido más amplio. La versión alemana del fascismo es diferente, aunque, aun en este caso, la noción de Herrenvolk4 puede apreciarse en sus orígenes.

4. Grupos capitalistas que apoyan al fascismo

La información de la que se dispone sobre los grupos capitalistas que apoyan a las corrientes fascistas es, por supuesto, muy incompleta. En Francia éstos incluían, no cabe duda, a los grupos que habían invertido fuertemente en Argelia, aunque no eran, con toda certeza, los únicos simpatizantes de la OAS.

En los Estados Unidos podemos señalar entre los principales grupos a las industrias petroleras de Texas, las industrias bélicas en el occidente y el Bank of America, también allí muy activo. Todas son empresas “jóvenes” y “dinámicas”. No se sienten especialmente afectadas por las depresiones, pues piensan que no sólo las sobrevivirán, sino que además aumentarán sus posesiones a expensas de los “viejos” grupos capitalistas. Al mismo tiempo, los petroleros de Texas sienten el temor de perder sus privilegios respecto de los impuestos especiales de los que ahora gozan, y las industrias armamentistas temen por un eventual relajamiento de la Guerra Fría; de aquí su aversión a la intervención gubernamental y a la doctrina de la coexistencia. Debe considerarse que estos grupos capitalistas son considerablemente menos “experimentados” que los viejos dirigentes de los Estados Unidos, quienes, después de un periodo de oposición a la doctrina del New Deal, finalmente comprendieron las insuficiencias del capitalismo basado en el laissez faire. Lo último, aunque no lo menos importante: se debe subrayar que el poder político de los “advenedizos” no se corresponde en la actualidad con su peso financiero, de tal manera que están luchando por crear un gobierno en el cual ellos serían los accionistas principales. Son ellos los que impregnan a sus agentes políticos, como Goldwater, con el espíritu de resistencia a la intervención gubernamental, incluyendo la seguridad social. Son los más “jóvenes” de la oligarquía capitalista y, de manera paradójica, justamente por esta razón, el grupo más anacrónico. No pueden ganar, pero tampoco pierden mientras jueguen junto a sus mercenarios, una función definida en el capitalismo de hoy.

Los grupos fascistas cuentan con otro “protector” importante. Son los miembros “iracundos” del establishment militar que aman el juego de equilibrios, al borde del precipicio -o en el límite de una guerra preventiva-. Son, en cierto sentido, la contrapartida de los grupos financieros “depredadores” y a menudo se encuentran vinculados con ellos. Es probable, no obstante, que el peso de los miembros “iracundos” de las fuerzas armadas sea mayor que el de los grupos “depredadores”.

5. Un perro sujeto con correa

Asegurar que sólo los “advenedizos” o algunos otros grupos específicos de las grandes empresas apoyan a los movimientos fascistas sería efectuar una simplificación muy burda. Los límites no están, de modo alguno, tan delineados. Es muy posible que muchas empresas apoyen financieramente a los políticos oficiales de la clase gobernante, y también a los menos respetables partidarios del fascismo. Esto es, a su vez, sólo un aspecto de un fenómeno más amplio: a la mayoría de las clases gobernantes no le agrada la idea de que los fascistas tomen el poder, pero al mismo tiempo no desea derrocarlos. El fascismo de nuestro tiempo es como un perro sujeto con una correa; puede ser liberado de la correa en cualquier momento para lograr propósitos definidos y, aun cuando se encuentre sujeto, sirve para intimidar a la potencial oposición.

Recordemos en este respecto el papel que desempeñó la OAS en la guerra de Argelia; esta organización terrorista ilegal tenía “infiltrados” en todas las oficinas gubernamentales y no era, de modo alguno, perseguida por el gobierno; en realidad fue utilizada como un látigo contra los rebeldes argelinos y contra la oposición interna a la guerra. Después de concluidos los Acuerdos de Evian, la actividad de la OAS naturalmente decayó, ya que los franceses en Argelia carecían de poder y los repatriados fueron establecidos en Francia con condiciones muy favorables. Los partidarios de la OAS se las arreglaron, probablemente, para sobrevivir en el partido gaullista y el establishment gubernamental, especialmente en las fuerzas armadas. La amenaza de esta alternativa para el gobierno actual ejerce cierto impacto en la situación política del presente: se puede suponer que el gobierno mantiene a un mal perro, aunque atado a una correa.

Una dualidad semejante se observa en Alemania Occidental. Aun cuando el gobierno rechaza tener afinidad alguna con el nazismo y aun cuando se celebran juicios cada cierto tiempo contra criminales de guerra, los antiguos nazis, escasamente “reeducados”, ocupan importantes puestos administrativos, especialmente en las fuerzas armadas. En la propaganda de revancha los grupos fascistas despliegan, como se señaló anteriormente, puntos de vista considerablemente más extremistas que los representantes del gobierno, quienes de algún modo los encuentran vergonzosos. Al mismo tiempo, el perro sujeto a la correa, la cual es considerablemente larga, se hace útil al extinguir cualquier chispa de resistencia a la política oficial de Guerra Fría, revancha y militarismo.

Un fenómeno análogo puede observarse en los Estados Unidos. Parece ser muy cierto que, después del asesinato de John Kennedy, el gobierno bien pudo asestar un golpe mortal a los extremistas de derecha. Sin embargo, la forma de llevar a cabo la investigación, según se presenta en el informe de la Comisión Warren, pone en evidencia la tendencia contraria. El claro propósito fue evitar implicar en el asunto a nadie más que a Oswald -el que, mientras tanto, ha sido exitosamente eliminado-. Es en este estado de ilegalidad donde se pueden encontrar los orígenes de la candidatura de Goldwater. Al mismo tiempo, este candidato no encontró una oposición muy firme dentro del Partido Republicano, ya que éste se encontraba di rectamente controlado por las grandes empresas. El comportamiento de Eisenhower, quien nunca mostró una tendencia hacia el extremismo de derecha, es aquí bastante significativo.

Goldwater tiene razón, al menos en el sentido de que éste no es el fin de su carrera. Porque el goldwaterismo es deseado por la clase gobernante como un grupo de presión contra una relajación excesiva de las tensiones internacionales y con el fin de restringir el movimiento de los negros. Goldwater existirá, no sólo debido a la ayuda de los grupos “depredadores” de las grandes empresas y de los elementos “iracundos” de la máquina militar, así como a la de sus seguidores racistas y reaccionarios, sino, antes que nada, porque será salvado por aquellos que lo derrotaron.

II. Vietnam y las grandes empresas norteamericanas5

1. Un espíritu que subsiste

En la última oración de “El fascismo de nuestro tiempo” indicamos que “Goldwater existirá, no sólo debido a la ayuda de los grupos ‘depredadores’ de las grandes empresas y de los elementos ‘iracundos’ de la máquina militar, así como a la de sus seguidores racistas y reaccionarios, sino, antes que nada, porque será salvado por aquellos que le derrotaron”. Esta anticipación, que para algunos pudo parecer demasiado pesimista, desde la perspectiva de la Guerra de Vietnam resulta ahora demasiado moderada. Cierto es que ya no se escucha hablar mucho sobre Goldwater, sobre su persona, pero su espíritu coexiste en la Casa Blanca.

Pasarse al otro extremo y afirmar que la administración de Johnson lleva a la práctica todos los postulados del goldwaterismo y representa así los puntos de vista y los intereses de los grupos financieros que lo apoyan sería, sin embargo, cometer un error. No ha habido, en realidad, cambios en la actitud gubernamental hacia los principios de la seguridad social, los sindicatos y la intervención económica por parte del gobierno.

Pero la agresión a Vietnam, con sus repercusiones sobre la industria bélica (especialmente en la costa occidental), es plenamente satisfactoria tanto para Goldwater como para sus amos. Hasta una fecha muy reciente, parece ser, Johnson representaba una especie de síntesis de los intereses de todos los grupos de las grandes empresas. En realidad, la consigna de luchar contra los movimientos revolucionarios en los países subdesarrollados es compartida por todos estos grupos, y ninguno de ellos presenta objeciones a que se recurra a los métodos más despiadados. Al mismo tiempo, no fue sino hasta mediados de 1966, como podremos apreciar más adelante, cuando las repercusiones económicas de la Guerra de Vietnam contribuyeron a un debilitamiento de la posición ocupada por las “viejas” grandes empresas -asociadas, a menudo, con la costa occidental- en relación con nuevos “imperios”, como las industrias bélicas situadas en la parte sur y la occidental, el Bank of America, o el que forman los petroleros de Texas.

2. Impacto de la Guerra de Vietnam

Al escribir sobre la Guerra de Vietnam la gente se refiere, a menudo, a los gastos bélicos totales de los Estados Unidos. En realidad, el nivel gigantesco alcanzado por estos gastos se remonta a 1951; a partir de esta fecha han constituido un elemento integral de la economía estadunidense. Sin embargo, hasta mediados de 1966 el aumento de estos gastos fue relativamente moderado. En 1964 y 1965 los gastos militares en productos comerciales y en personal se mantuvieron a un nivel de, aproximadamente, 50 000 millones de dólares al año; en el primer semestre de 1966 dichos gastos alcanzaron la cifra de 54 000 millones de dólares al año (después de efectuar un reajuste, corrección aproximativa de acuerdo con el alza en los precios). Por otra parte, incluso este aumento moderado no constituyó un estímulo fiscal para los negocios, debido a que el aumento del gasto público fue compensado por las trabas al consumo resultantes de un impuesto más alto a los ingresos.

En realidad, la fuerza motriz del auge durante este periodo fue el aumento de la inversión privada (excluyendo las construcciones residenciales): de 61 000 millones de dólares en 1964 se elevó a 69 000 millones en 1965 y a 75 000 millones en el primer semestre de 1966 (todo calculado a precios de 1964). Éste fue el resultado de las anteriores medidas de privilegio en cuanto a impuestos como una forma de estimular la inversión privada y los grandes encargos -pero no aún gastos reales- en conexión con la Guerra de Vietnam. Es este aumento de la inversión privada lo que, aunado a los efectos en el consumo mediante un incremento en el nivel de empleo y a los salarios más elevados, llevó a la expansión del producto nacional bruto:6 de 632 000 millones de dólares en 1964 a 669 000 millones en 1965 y a 699 000 millones en 1966 (calculado con base en los precios de 1964).

Se deduce de lo anterior que: a) el aumento de los gastos bélicos no fue grande en relación con el aumento del producto nacional y, por lo tanto, no podía tener como consecuencia un cambio considerable en el reparto de beneficios de las “viejas” a las “nuevas” grandes empresas, y b) la Guerra de Vietnam estimuló un auge en los negocios por medio del impacto que ejercieron sobre la inversión los pedidos de elementos bélicos.

3. Gasto militar y auge: lo nuevo

En el segundo semestre de 1966 la situación económica en los Estados Unidos sufrió un cambio fundamental. Los gastos militares ascendieron violentamente desde un monto (anual) de 54 000 millones de dólares en el primer semestre de 1966 hasta 59 000 millones de dólares en el tercer trimestre de dicho año (calculado en precios de 1964). Este aumento tan considerable, tomando en cuenta lo breve del periodo, se explica probablemente por la inversión en la industria bélica, la cual logró crear el potencial productivo adecuado e hizo posible aumentar la producción en proporción a sus ramas y trabajar hasta el máximo de rendimiento posible (por ejemplo, en la producción de bombarderos).

Al mismo tiempo, el auge de la inversión privada declinó y, en lo que se refiere a la construcción residencial, que hasta 1964 había mantenido su nivel, también se produjo un descenso. Son los gastos militares los que se convierten ahora en la fuerza motriz del auge en los negocios a medida que aumentan, más allá del efecto entorpecedor provocado por el impuesto a los ingresos sobre el consumo. El producto nacional bruto aumentó de una tasa anual de 699 000 millones de dólares en el primer semestre de 1966 a 708 000 millones en el tercer trimestre de dicho año (calculado en precios de 1964).

La situación es, así, bastante diferente de aquella que existía antes del periodo considerado. El incremento de los gastos militares constituye 50% del aumento del producto nacional; como resultado de ello se provoca una tendencia a la redistribución del ingreso nacional que favorece a las industrias armamentistas. Los gastos militares empiezan a desempeñar un papel como estimulantes de los negocios. Resumiendo lo anteriormente expuesto, podemos afirmar que un auge de los negocios propio de una guerra típica (o una semiguerra) se inició sólo en el segundo semestre de 1966.

Para completar el cuadro debe añadirse que, a pesar del aumento del costo de la vida, la nómina real de salarios, calculada a partir de 1964 hasta el tercer trimestre de 1966, se elevó a una tasa aproximada de 6% anual. Este rápido incremento estuvo asociado con aumentos tanto en el nivel de empleo como en los salarios reales.

4. Probables consecuencias de la expansión del gasto militar

Es posible que los gastos militares continúen ascendiendo. Esto provocará un cambio en la distribución de los beneficios en favor de las industrias bélicas; así, también reforzará la importancia de los gastos bélicos como factor determinante de la situación económica general. Esto, a su vez, fortalecerá, sin duda, la posición económica y política de los “nuevos” grupos financieros. Su estrecha relación con los elementos aventureros de la máquina militar contribuirá a provocar tal cambio en la estructura de la clase gobernante. Otros factores que incidirán para que se siga esta orientación son los siguientes: una nueva expansión de la guerra irá acompañada de una desatención creciente respecto de la opinión mundial. Ello afectará desfavorablemente a las libertades cívicas, especialmente, el problema de los negros, en el cual la opinión de los recientemente creados Estados africanos ha sido un factor de considerable importancia. Los Estados Unidos se deslizarán por esta corriente hasta convertirse en un miembro del club de “los países sin honor”, que ahora incluye a Sudáfrica, Rodesia y Portugal. Como consecuencia de ello, los políticos reaccionarios asociados con los grupos “depredadores” de las grandes empresas se verán promocionados a participar en la vida pública.

Estos grupos son los que se han beneficiado con la Guerra de Vietnam y los que están interesados en su continuidad. Al mismo tiempo, la guerra realzará su importancia y ello, a su vez, facilitará que ejerzan presión para que el conflicto continúe.

El creciente peso de los gastos destinados a la fabricación de armamentos afectará la situación económica de una manera similar: mientras más altos sean estos gastos, más difícil será retornar a su nivel anterior -a pesar de lo altos que ya eran- sin provocar una crisis. (En un plano puramente teórico, esto podría lograrse aumentando otros gastos públicos o reduciendo los impuestos; en la práctica tal cambio enfrenta serias dificultades debido a los distintos intereses e ideas existentes entre los diversos grupos de grandes empresas.)

5. El probable camino hacia la paz

Desde la perspectiva del razonamiento ya expuesto, los “viejos” grupos financieros deberían sentir serios recelos en cuanto a la continuación de la Guerra de Vietnam, ya que lo que resulta ventajoso a sus competidores socava su propia posición política y económica en la clase gobernante.

Tampoco es éste el fin de la historia. Lo que ellos tenían en común con sus adversarios -el esfuerzo de demostrar la imposibilidad de los movimientos revolucionarios en los países subdesarrollados- ha fracasado miserablemente. En este sentido, ya han perdido la Guerra de Vietnam. En realidad, el presente atolladero en que se encuentra la guerra entre el país que posee el más alto potencial industrial -y es una de las dos mayores potencias militares- y un movimiento revolucionario en un pequeño y subdesarrollado país y su vecino socialista, similar en muchos aspectos, no es nada de lo que los Estados Unidos se pueda vanagloriar (aun si se toma en consideración la ayuda prestada por la Unión Soviética al norte de Vietnam). Además, las clases gobernantes en las áreas de futuras revoluciones en potencia no aspirarán necesariamente a desempeñar el “glorioso” papel del general Ky, y bajo la luz de la experiencia de Saigón no se sentirán especialmente ansiosas de recurrir a la ayuda de los Estados Unidos.

Finalmente, el sector más ilustrado de la élite gobernante estadunidense no puede dejar de evaluar el rápido deterioro que ha sufrido la influencia de los Estados Unidos en Europa; se puede apreciar con suma claridad en la política exterior francesa y de ningún modo se limita sólo a ella. Este aspecto de la Guerra de Vietnam es especialmente importante para los “viejos” grupos de las grandes empresas debido a que están unidos a Europa por sus considerables inversiones efectuadas allí.

Se deduce de lo anterior que los “viejos” grupos de las grandes empresas estadunidenses poseen muchas razones para no sentirse entusiastas sobre la Guerra de Vietnam. Los elementos más reaccionarios de tales grupos sueñan con reducir su duración (por ejemplo, por medio del lanzamiento de bombas nucleares; sin embargo, por decir lo menos, ello involucraría complicaciones indeseables). Los más razonables pueden sentirse inclinados a retirarse de esta odiosa y fallida aventura.

Lamentablemente, éste parece ser el único camino hacia la paz. Es muy improbable que los trabajadores organizados ejerzan algún tipo de presión en un futuro próximo tendiente a este fin. El aumento estable en el empleo y en los salarios reales a partir de 1964, que ya mencionamos, es aquí el factor más importante. La organización sindical central, la Federación Estadunidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO, por sus siglas en inglés), cuya posición negociadora se ve reforzada por este desarrollo, nunca ha pronunciado objeción alguna a la Guerra de Vietnam que pudiese estimular protestas en su contra por parte de su base. Solamente unos cuantos sindicatos de izquierda, que no pertenecen a esta organización central, han asumido una actitud diferente.

Es cierto que varios grupos de intelectuales, especialmente profesores y estudiantes, han reaccionado violentamente en contra de la Guerra de Vietnam. Estos grupos constituyen, sin embargo, un estrato débil de la sociedad estadunidense, sin mucho poder político. Es posible que este “despertar” de la intelligentsia sea importante para el desarrollo político estadunidense a largo plazo, pero no puede tener una significación importante para detener la Guerra de Vietnam.

6. ¿Cómo salir de la guerra?

¿Es posible que los grupos de las “viejas” grandes empresas asociadas con la costa oriental puedan desempeñar, en el caso de Vietnam, un papel comparable al de De Gaulle para finalizar la guerra contra Argelia? Hasta ahora hemos sostenido, sólo como hipótesis, que seguir este modelo correspondería a los intereses básicos de este grupo. Con todo, ¿existe algún signo que indique una tendencia a adoptar dicha acción?

Se ha producido solamente un fenómeno, pienso, que apunta en esa dirección: el gran número de publicaciones que ha aparecido en los Estados Unidos a partir del otoño de 1966 sobre el tema del asesinato de Kennedy. Es notable que no hayan empezado a aparecer sino hasta transcurridos dos años del informe de la Comisión Warren y justo en el momento en que, según hemos señalado anteriormente, la guerra empezó a tener una importancia decisiva en la situación económica. Durante los dos años previos se publicaron libros y artículos que criticaron la versión oficial de la muerte de Kennedy, pero éstos no encontraron editores dentro del país y debieron ser impresos fuera y, en lo que respecta a los artículos, sólo aparecieron en periódicos de circulación reducida. Tanto la prensa diaria como los semanarios más importantes aceptaron sin reservas el veredicto de la Comisión Warren. Ahora la situación ha cambiado. Los libros están siendo publicados en las editoriales locales y los artículos están apareciendo en semanarios como el Look o el Saturday Evening Post (asociado con las grandes empresas de la costa oriental), que no sólo critican la forma en que se condujo la investigación, sino que, más aún, exigen que se reabra el caso.

Pues bien, se puede formular la pregunta: ¿cómo se relaciona esto con la Guerra de Vietnam? El punto es: los Estados Unidos se encuentran tan profundamente involucrados en esta guerra que las grandes empresas, embarcadas en inversiones a gran escala en negocios relacionados con ella, insistirán en forma desesperada para que la agresión continúe y, por consiguiente, se requerirá una verdadera revuelta para ponerle fin. El papel de tal levantamiento podría ser efectuado por la reapertura de una investigación sobre el asesinato de Kennedy, bajo la condición, por supuesto, de que no se empleen los métodos de la Comisión Warren. Tal investigación podría establecer los lazos entre los grupos “depredadores” de las grandes empresas y el plan para el asesinato de Kennedy y comprometer así a la administración actual. En la atmósfera de este terrible escándalo podría ser posible alcanzar la aceptación del llamamiento de U Thant de cesar el bombardeo a Vietnam, para un armisticio en el sur de ese país y para un inicio de negociaciones con el Vietcong.

Es en realidad un mundo triste aquel en que el destino de toda la humanidad depende de la lucha entre dos grupos de competidores en el interior de los grandes consorcios estadunidenses. Esto, sin embargo, no es del todo nuevo: muchas revueltas de largo alcance en la historia de la humanidad empezaron a partir de una división en la cumbre de la clase gobernante.

*Este ensayo integra dos de los últimos trabajos de M. Kaleki: 1) “El fascismo de nuestro tiempo” (1964) y 2) “Vietnam y las grandes corporaciones norteamericanas” (1967), ambos incluidos en: J. Osiatyński (ed.) (1997). Collected Works of Michał Kalecki. Volume VII. Studies in Applied Economics. 1940-1967. Miscellanea. Nueva York: Oxford Univesity Press. © Jerzy Osiatyńsky, 1997. Los hemos integrado, pues comparten un tema común en los tiempos que corren (año 2020): el problema del fascis mo tiende a revivir. Todos los subtítulos son de nuestra responsabilidad [nota del editor]. [Traducción del polaco de Máximo Lira Alcayaga (1973).]

1 Se sugiere como título alternativo: “Fascismo contemporáneo”. [Nota del editor.]

2 Durante la década de los sesenta. [Nota del editor.]

3 Por “demagogia social”, en este contexto, Kalecki alude a la fuerte regulación estatal y a la frecuente verborrea anticapitalista que manejaron las huestes de Hitler y Mussolini. [Nota del editor.]

4 “Pueblo de señores”, de los que “mandan”. [Nota del editor.]

5 Se sugiere como título alternativo: “Las grandes empresas estadunidenses, el gasto militar y las guerras”. [Nota del editor.]

6 Se trata del producto nacional bruto en el sentido de las estadísticas oficiales: en contraste con el ensayo “La actual situación económica en los Estados Unidos comparada con el periodo de preguerra” [este ensayo se encuentra en Collected Works of Michał Kalecki. Volume VII. Studies in Applied Economics. 1940-1967. Miscellanea, pp. 279-286 (nota del editor)], no son deducidos ni el ingreso neto derivado de las inversiones foráneas ni los servicios administrativos (por ejemplo, las remuneraciones a las fuerzas armadas y a los empleados del gobierno).

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