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El trimestre económico

versión On-line ISSN 2448-718Xversión impresa ISSN 0041-3011

El trimestre econ vol.88 no.352 Ciudad de México oct./dic. 2021  Epub 13-Dic-2021

https://doi.org/10.20430/ete.v88i352.1337 

Otras voces

El género y el futuro de la macroeconomía: una perspectiva evolutiva*

Gender and the future of macroeconomics: An evolutionary approach

Sheila Dow** 

Traducción:

Alejandra S. Ortiz García

** División de Economía, Escuela de Administración de Stirling, Universidad de Stirling, Escocia, y Departamento de Economía, Universidad de Victoria, Canadá. Correo electrónico: s.c.dow@stir.ac.uk


Resumen

El género es una categoría ideal para llevar a cabo un análisis evolutivo del cambio y la transformación de los individuos dentro de la sociedad y fuera de la teoría económica del equilibrio. Investigar mediante una categoría tan importante como el género ayuda a entender mejor la economía a nivel macro y a diseñar políticas macroeconómicas más benéficas. Permite, además, sentar las bases para defender la igualdad de género, tanto en derechos como en resultados. Sin embargo, cuando surgen problemas de política relacionados con el género (mala distribución del ingreso, configuración del mercado laboral, etc.), la macroeconomía convencional tiene un alcance limitado para enfrentarlos, debido a sus fundamentos microeconómicos y a su enfoque en el crecimiento del producto interno bruto (PIB) y en cómo las imperfecciones del mercado causan resultados subóptimos. Una perspectiva que estudie el género de manera rigurosa requiere una epistemología diferente, surgida del feminismo: esto no se basa en categorizaciones dualistas, se construye sobre la idea del conocimiento situado, lo cual a su vez requiere una metodología pluralista y la aceptación de la incertidumbre fundamental. En esta metodología hay lugar para la identidad emergente; la función cognitiva de la emoción y de la convención social, y la atención al poder más allá del poder del mercado. Al reflexionar sobre cuán limitado es el alcance de la macroeconomía convencional para examinar el género y sobre la necesidad de una alternativa útil, la economía política proporciona una óptica nítida para discutir de manera más general el futuro de la macroeconomía desde una perspectiva evolutiva.

Palabras clave: género; evolución; epistemología

Clasificación JEL: B40; B52; B54

Abstract

Gender lends itself well to an evolutionary analysis that focuses on nonequilibrium change and transformation for individuals within the society. Decomposition by such an important category as gender helps us achieve a better understanding of the economy at the macro level, and design a more suitable macroeconomic policy. It also provides the foundation for advocating equal gender rights and outcomes. But, where gendered policy issues arise in mainstream macroeconomics (income maldistribution, labour market composition, etc.), the subject matter is narrowed by its micro foundations, because it focuses on gross domestic product (gdp) growth and suboptimal outcomes being explained by market imperfections. An approach that takes gender seriously requires the different epistemology which arises from feminism: it does not rely on dualistic categorizations but builds on the idea of situated knowledge, which in turn requires a pluralist methodology and an acceptance of fundamental uncertainty. Such a methodology allows for emergent identity, the cognitive roles of emotion and social convention, and attention to power other than market power. To reflect on how limited the scope for mainstream macroeconomics is to address gender, and what is required of a useful alternative, a political economy approach provides a clear focus for a more general discussion of the future of macroeconomics from an evolutionary perspective.

Keywords: Gender; evolution; epistemology

JEL codes: B40; B52; B54

Introducción

El género es un tema natural para cualquier economista evolucionista, y no precisamente por su dimensión biológica. Más bien, una perspectiva de género tiene el potencial de ilustrar nuestra comprensión de la identidad, la conducta y las estructuras institucionales, así como su evolución. Aún más, ahí donde ésta sea la perspectiva, la forma de construir el conocimiento económico debe adaptarse a ella. Necesitamos una epistemología que plantee las cuestiones fundamentales de género: la naturaleza emergente y no dualista de la identidad; la labor integral de los valores y las emociones en la actividad económica y en la construcción de conocimiento sobre ésta, y la importancia de la convención social y el papel del poder, el cual incluye el de mercado, pero no se limita a éste. Estos temas son compatibles con la economía evolucionista, por lo que hay margen para ampliar el análisis evolutivo a partir de la epistemología feminista.

Algunas áreas de la macroeconomía con perspectiva de género encajan en la teoría económica convencional o dominante, y algunos investigadores dentro de la economía feminista recurren a herramientas de tal teoría. Sin embargo, el estudio que se hace aquí sobre cómo encaja el género en el análisis macroeconómico refleja la perspectiva más común de la economía feminista, que concuerda con la epistemología de la economía no convencional. Esta perspectiva de género guarda similitudes con los problemas planteados desde la economía evolutiva respecto de la macroeconomía en general -véase, por ejemplo, Foster (1987 y 2011) -. Ambas implican una crítica a las limitaciones que impone el esquema metodológico de la corriente dominante sobre cuestiones relativas a los cambios fuera del marco del equilibrio, así como a las fuentes de estabilidad en las convenciones sociales y en los compromisos previos. De hecho, el análisis evolutivo de Foster (2018) acerca del consumo proporciona un buen puente para incluir el género y el hogar. El enfoque es distinto: mientras que la economía evolutiva estudia la reproducción de la fuerza laboral en el hogar a través del prisma de la empresa, la economía feminista la trata dentro de una infra estructura social más amplia. Con todo, ambas escuelas de pensamiento resaltan las limitaciones que la teoría convencional impone al análisis macro económico al fincar sobre el concepto del agente representativo (que es racional, completamente informado y atomista). Por lo tanto, la crítica más general de la economía política abarca por completo aquellas que ambas hacen a la economía dominante.

El planteamiento de economía evolutiva que se aplicará aquí resalta la importancia de las convenciones o las reglas que se adaptan y evolucionan. Esto requiere atención no sólo a escala macro o micro, sino más bien a nivel intermedio o “meso” (Dopfer, Foster y Potts, 2004; Dopfer y Potts, 2008: 20-21). Las reglas sientan la base para el comportamiento individual y, a su vez, determinan los resultados macroeconómicos. De manera similar, la economía feminista hace notar el efecto de las estructuras sociales de género sobre el comportamiento y los resultados individuales, así como la posibilidad de que tales estructuras evolucionen, a veces mediante el conflicto. Tratar el género únicamente por medio de dos agentes representativos (atomistas), uno masculino y el otro femenino, es entonces restringir el potencial para analizar las convenciones sociales que gobiernan el comportamiento de género y las instituciones que lo limitan. Por ello, la macroeconomía de género también debe referirse al nivel meso. Al explorar la aplicación de la epistemología feminista a una macroeconomía con perspectiva de género, la esperanza está puesta en contribuir a una visión evolutiva sobre el género.

A continuación, exploramos con más detalle la forma en que la macroeconomía convencional se ocupa de las cuestiones de género. Después, consideramos qué implica la macroeconomía de manera más general y reflexionamos sobre cómo ha tenido, y cómo puede tener, una perspectiva de género desde un planteamiento diferente, no convencional. Finalmente, explicamos cómo la aplicación de la economía feminista a la macroeconomía puede también ser relevante para el futuro de la macroeconomía evolutiva.

I. Género y macroeconomía

El análisis de los agregados macroeconómicos por género mejora la macroeconomía, incluso si se limita a la actividad del mercado y a una caracterización dualista de género. Cualquier desagregación que distinga entre grupos con diferentes características socioeconómicas sirve para explicar de manera más clara los resultados agregados y revela rutas de política macroeconómica que mejoran el desempeño macroeconómico. Además, la observación de las diferencias de género descubre espacios de injusticia social, lo cual construye la base para exigir políticas para atenderlos. Pese a esto, incluso la interpretación más estrecha del concepto de género apenas figura en la teoría macroeconómica dominante.

Gran parte de la macroeconomía no convencional en realidad tampoco considera el género.1 Aquí, en cambio, sí vamos a explorar el enorme potencial de hacer tal consideración. De hecho, Staveren (2010 y 2017) explica el potencial de estas sinergias. En el pasado, la economía feminista se había concentrado en la escala microeconómica, al ocuparse en particular del mercado laboral y el hogar -por ejemplo, véase Folbre (1994) -, pero se está gestando una cantidad cada vez mayor de trabajos sobre macroeconomía con perspectiva de género -véase Onaran (2015) para una revisión de la literatura-. Por ejemplo, Seguino (2010) desarrolla un análisis de género de las restricciones en la balanza de pagos, mientras que Onaran, Oyvat y Fotopoulou (2018) 2 desarrollan una teoría del crecimiento de género poskeynesiana y poskaleckiana, con especial interés en la desigualdad.

La macroeconomía convencional se ocupa de los agregados: el trabajo (remunerado) hecho por todos los géneros, el consumo de todos los géneros, etc., con lo que omiten las diferencias de género y, de hecho, la desigualdad en general (Galbraith, 2019). Recientemente, la macroeconomía convencional ha recibido incesantes críticas, en particular por su incapacidad para admitir y, mucho más importante, predecir las crisis. Su falta de atención a las cuestiones distributivas contrasta con su creciente importancia política desde la última crisis. Una causa importante de tales fallas en el análisis convencional ha sido la insistencia en mantener una coherencia entre el análisis macroeconómico y los fundamentos microeconómicos, expresados en términos de elección racional por parte del agente representativo. La naturaleza universal de este individuo (o incluso de un par de individuos, un hombre y una mujer) impide explorar una estructura social capaz de evolucionar, incluida su dimensión de género.

Sin embargo, las cuestiones de política macroeconómica que enfrentan los macroeconomistas aplicados y los gobiernos tienen una clara dimensión de género en muchos casos, en particular cuando consideramos el mercado laboral. El grado de ocupación laboral refleja una composición variable, por ejemplo, cuando aumenta el empleo femenino de medio tiempo respecto del masculino de tiempo completo. Los problemas de distribución vertical del ingreso adquieren una dimensión de género cuando se asocian con familias monoparentales (la mayoría encabezada por mujeres) y con la pobreza infantil. Los problemas de distribución horizontal del ingreso adquieren una dimensión de género cuando el salario de las mujeres trabajadoras es más bajo que el de los hombres en las mismas ocupaciones, y cuando se desalienta a las niñas a adquirir habilidades que corresponden a actividades dominadas por hombres.

La literatura feminista hace hincapié, incluso más que en el trabajo remunerado, en el trabajo no remunerado asociado con la asistencia y el cuidado de personas, que en su mayoría desempeñan las mujeres (Himmelweit, 2007). Los cuidados remunerados normalmente son proporcionados por las mujeres, y existen interacciones importantes entre los dos modos de trabajo. Estas interacciones evolucionan en la medida en que lo hacen las normas sociales. La reproducción de la fuerza laboral requiere no sólo el aporte biológico del padre y la madre, sino también la crianza y todo un catálogo de tareas domésticas. Más que un costo para la sociedad, se trata de una contribución a la misma, sin la cual la economía no podría funcionar ni reproducirse. Considerar el cuidado de personas es plantear cuestiones complejas acerca de la calidad de la motivación humana y, sobre todo, de las convenciones sociales y las relaciones de poder.

Estas cuestiones fortalecen directamente los estudios de la economía evolutiva sobre innovación, productividad y crecimiento, todas áreas actuales de investigación y respaldadas por series de datos disponibles con información específica de género. Mientras la economía evolutiva se centra en la producción dentro de la empresa, la macroeconomía de género se ocupa de la creación, dentro del hogar, de los medios de producción, en especial del trabajo. La oferta de mano de obra calificada, saludable y adaptada depende de estos cuidados (que en su mayoría son no remunerados). Por lo tanto, los resultados macro dependen de las estructuras sociales que apoyan (o no) el cuidado de personas.

En cambio, la forma en que la teoría dominante aborda los problemas económicos con dimensión de género es mediante el análisis de las diferencias de género, igual que otros resultados en apariencia subóptimos; es decir, trata de identificar los factores que han impedido el pleno funcionamiento de las fuerzas del mercado y, por lo tanto, han imposibilitado la máxima eficiencia. En lo que respecta al comportamiento fuera del mercado, la teoría convencional de la formación familiar encabezada por Becker (1981) lo trata como un ejemplo de elección racional, en la cual se da una negociación dentro del hogar que conduce a un equilibrio de Nash estable y que asegura un resultado óptimo (subsumido en las medidas macroeconómicas).3 Por otra parte, algunos resultados del mercado se entienden como subóptimos, por ejemplo, una remuneración desigual por el mismo trabajo o el acceso desigual al crédito. No obstante, éstos son vistos como imperfecciones del mercado que surgen a partir de ciertas restricciones, como sesgos (irracionales) de género o asimetrías en la información. En consecuencia, eliminar estas imperfecciones de manera exitosa descartaría también la importancia del género como una subcategoría de la población.

El objetivo de este artículo es adoptar una visión más amplia, tanto de la macroeconomía como del género. Para ello, primero discutimos la naturaleza de la macroeconomía desde una perspectiva de género, lo cual implica reflexionar acerca de lo que puede o no ser un tema apropiado para la macroeconomía. También consideramos, desde la misma perspectiva, el planteamiento metodológico de la macroeconomía convencional, incluidos su dualismo inherente y su preferencia por el método deductivo formal. A diferencia de la economía dominante, con un enfoque lógico positivista supuestamente neutral en cuanto al género para producir conocimiento, un enfoque feminista se apoya en un conjunto diferente de principios cognitivos que pueden aplicarse de manera universal más allá del género. Esta discusión pone de manifiesto que las deficiencias de la macroeconomía convencional desde una perspectiva de género y las alternativas propuestas en la literatura feminista aportan un objetivo valioso para la crítica no convencional -en un sentido más amplio- de la economía convencional, así como un gran esfuerzo por desarrollar perspectivas alternativas, como la economía evolutiva.

II. La naturaleza de la macroeconomía: agregación y selección de variables

La naturaleza de la macroeconomía moderna es evidente cuando se observa su selección de variables de entre aquellas que tienen medidas monetarias. El objetivo principal de la macroeconomía suele especificarse en puntos de crecimiento del producto interno bruto (PIB), con las metas subsidiarias de mantener bajas las tasas de inflación y desempleo, que a su vez favorecen el crecimiento económico, o al menos son indicativas de éste. Tal objetivo depende sobremanera de la exactitud con la que se mide el producto nacional, y además da por hecho que esta medida es una aproximación razonable del bienestar social. Es crucial preguntarse hasta qué punto el crecimiento del PIB agregado cumple con los objetivos de los diferentes grupos dentro de la sociedad, incluidos los distintos géneros.

Lo normal es que en un curso introductorio se discutan los problemas de utilizar el PIB como medida del bienestar social. Éste desvía la atención de cuestiones distributivas (de género y de otros tipos). Además, al limitar el interés sólo en aquello con valor monetario, resulta, de manera extraña, que la producción de equipamiento para combatir el crimen aumenta el bienestar tanto como la producción de bienes de consumo, mientras que algunas actividades importantes para el bienestar, en particular la asistencia y los cuidados privados, quedan excluidas. (El PIB disminuye si alguien se casa con la persona que le hace la limpieza.) Debido a que las mujeres, mucho más que los hombres, suelen ser las principales proveedoras del cuidado de personas, esta falla tiene una importancia considerable en términos de género -sobre el tema, véase Himmelweit (2013) -. De hecho, la definición de economía de Robbins (1932) en términos de escasez (en lugar de capacidad de medición monetaria) implica que la actividad no remunerada que emplea recursos escasos es efectivamente económica. Sin embargo, el trabajo privado no remunerado sigue sin entrar en el análisis macroeconómico debido a la ausencia de medidas monetarias en fuentes convencionales.

El problema no es que la economía de género pertenezca a la microeconomía en lugar de a la macroeconomía. La agenda de los microfundamentos ha dirigido la macroeconomía dominante desde la década de los setenta, al exigir que todos los modelos macroeconómicos se construyan sobre fundamentos microeconómicos (basados en los axiomas de racionalidad aplicables a un agente representativo). El resultado ha sido el dominio de los modelos de equilibrio general dinámico estocástico (DSGE) sobre todo lo macro, pese a que éstos han sido objeto de vastas críticas por las limitaciones que impone su agente representativo -por ejemplo, véanse Hendry y Meullbauer (2017) y Stiglitz (2017) -. Al subsumir el género, este esquema es inevitablemente problemático para una macroeconomía con perspectiva de género. En principio, podrían introducirse algunas distinciones de género en el modelo estándar, pero ello requeriría una especificación en términos de diferencias en el comportamiento, en las dotaciones y las restricciones. Las muchas dificultades que se avistan con el fin de cumplir estas condiciones reflejan las limitaciones analíticas impuestas por la propia teoría dominante.

Una característica de primer orden en el análisis convencional es el dualismo, esto es, la práctica de pensar en términos de pares mutuamente excluyentes que abarcan el universo entero y tienen también aplicaciones y significados fijos, o duales, como hombre-mujer. Por el contrario, entre las feministas se está prestando cada vez más atención a la intersección entre el género y otras características, como la raza, la riqueza y la ubicación geográfica (Folbre, 1994), cada una de las cuales opera en términos de normas sociales en el nivel meso. El dualismo también implica problemas para la clasificación de género, ya que éste no es dual en la práctica, sino que puede adoptar múltiples formas e incluso puede ser fluido. A pesar de ello, la sociedad ha promovido un conjunto de actitudes y ha construido una serie de disposiciones institucionales que suelen obligar a los individuos a encajar en una de las únicas dos categorías. Adicionalmente, se puede decir que el género es una propiedad emergente: “No se nace mujer, se llega a serlo”, como señaló Beauvoir (1949: 1) de manera célebre -véase también Butler (1990) sobre la construcción social del género-. Y ahí donde el conocimiento se construye socialmente, “el género sirve como un organizador cognitivo, que se sostiene sobre la idea de la metáfora como un bloque de construcción básico para el entendimiento” (Nelson, 1996: 3).

Más allá, las cuestiones de identidad se emplean para distinguir entre el individuo como un ente separado de la sociedad (es decir, atomista) y el individuo como un ser social. Aun cuando la teoría dominante incorpora la dimensión social (por ejemplo, en la teoría de juegos), la motivación principal para la interacción social sigue siendo el interés propio -véase Ashraf, Camerer y Loewenstein (2005) -. Con todo, la economía feminista ha utilizado la distinción entre comportamiento egoísta y comportamiento hacia los demás para desentrañar las implicaciones de la prestación de cuidados dentro y fuera de los mercados. Braunstein, Staveren y Tavani (2011) utilizan este mecanismo en un modelo para analizar la endogeneidad macroeconómica del trabajo remunerado y no remunerado. Es importante señalar que, de acuerdo con lo discutido anteriormente, las distinciones establecidas no deberían ser dualistas como norma. Más bien son una forma útil de enfocarse en aspectos particulares de un tema enmarcado en un análisis más amplio, el cual se basa en una comprensión matizada de una materia compleja y en constante evolución donde los modelos formales constituyen sólo una parte del análisis.

El análisis del cuidado de personas es un buen ejemplo. Es difícil estudiarlo en términos de optimización con restricciones, ya que tal enfoque no permite factores interdependientes como el afecto, la simpatía y el sentido de obligación moral, todos dentro de una (meso) estructura de normas sociales. La provisión de servicios sociales es un proceso social que se aprende y evoluciona (McMaster, 2018). El hecho de que las mujeres son quienes normalmente cuidan de otros puede reducirse a que éstas tienen ciertas características, como ser más emocionales que los hombres, aunque este argumento estaría contradiciendo el modelo de comportamiento humano basado en el hombre económico racional “universal”. Encima, esto plantea interrogantes acerca de la descripción del trabajo sólo como una causa de desutilidad; si el cuidado no remunerado es trabajo, ¿es necesariamente trabajo explotador? Porque también puede ser gratificante, y esto es en especial cierto cuando se trata del cuidado de los miembros de la familia. Schumacher (1974: cap. 4) mostró cómo revertir las clasificaciones normales de trabajo y consumo como causantes de desutilidad y utilidad, respectivamente, cambia por completo los resultados de la teoría dominante.4 La consecuencia es que la corriente dominante, incluida la caracterización del trabajo en general, necesita una revisión completa.

El modelo convencional es parte de un enfoque epistemológico entero basado en clasificaciones binarias, de las cuales masculino-femenino es sólo una de tantas (McCloskey, 1983; Nelson, 1996). La dualidad público-privado, por ejemplo, lleva a que el hogar sea “considerado de manera exclusiva como el lugar donde los consumidores gastan y ahorran, pero no como el lugar donde se reproduce la fuerza laboral y donde se refuerzan y reproducen las normas de género” (Staveren, 2017: 277). El dualismo se extiende a la práctica científica, donde el rigor del método científico convencional se presenta como la contraparte de la intuición; la precisión sería el dualismo de la vaguedad, y la objetividad, el de la subjetividad, entre otros. De esta lista, tradicionalmente, las primeras se consideran características “masculinas”, mientras que las segundas se juzgan como “femeninas”.

La caracterización dualista del género se integra a un proceso social e institucional que distribuye mal el poder, incluido el cognitivo. La clasificación de características de género se produce en mayor medida de forma social. En realidad, si la naturaleza de género no es de hecho dualista, entonces las características “masculinas” no se aplican de manera universal a los hombres, como tampoco las “femeninas” se aplican a todas las mujeres. Lo que se ha discutido hasta ahora conlleva a que una epistemología feminista difiere de la epistemología que sustenta la economía convencional, tradicionalmente dominada por hombres. Sin embargo, como sostiene Richards (1980), si se representara la epistemología como una distribución normal, las epistemologías masculina y femenina serían distribuciones superpuestas. Con todo, los medios de distribución son lo suficientemente distintos para permitir pensar que cada una tiene características epistemológicas diferentes (en promedio). Desde luego, hay muchos hombres economistas no convencionales y sobresalientes que adoptan una postura epistemológica diferente del enfoque dominante y se asocian con una por lo regular caracterizada como femenina -sobre Keynes, véase Forster-Broten (2017), y sobre Boulding, véase McMaster (2018) -. Su epistemología se deriva de la prevalencia de incertidumbre en un sistema (de conocimiento y de sociedad) abierto. De manera similar, Foster (2011 y 2017) explora la epistemología de la economía evolutiva respecto de la incertidumbre asociada con una estructura social evolutiva abierta.

Quizás el concepto clave aquí sea “alteridad”, o bien “otredad” (Kaul, 2008). En un marco dualista que emplea una epistemología “masculina” las mujeres son “el otro”, y las características femeninas deben evitarse para que la ciencia pueda producir verdades demostrables que se sostengan con certeza. Por el contrario, en una epistemología “femenina”, reconocer la alteridad no es rechazar la “ciencia”, sino reconocer la naturaleza situada del conocimiento como un fenómeno general; es decir, se trata de una epistemología que no es particular respecto a las mujeres. Esto conduce de manera natural a pensar que el conocimiento surge de la lógica humana más que de la deductiva clásica, que es provisional, está sujeto a la incertidumbre y requiere persuasión, siendo imposible la demostración. Ésta es la epistemología de la Ilustración escocesa, la cual nació en el contexto de un país que acababa de formar una alianza con un vecino dominante; era difícil no reconocer la alteridad en esa situación.

La importancia de esta epistemología “femenina” se extiende desde la filosofía hasta la práctica:

La epistemología feminista y la filosofía de la ciencia [...] identifican formas en las que las concepciones y las prácticas dominantes de atribución, adquisición y justificación del conocimiento ponen en desventaja a las mujeres y otros grupos subordinados de manera sistemática, y se esfuerzan por reformar estas concepciones y prácticas para que sirvan a los intereses de estos grupos [Anderson, 2015].

El enfoque cognitivo feminista rige el método para la construcción de conocimiento (provisional, incierto) en macroeconomía. No sólo eso, sino que también guía el comportamiento en relación con el conocimiento en la práctica diaria, en particular cuando se trata de riesgo e incertidumbre. Por ejemplo, se han encontrado diferencias de comportamiento entre los géneros dentro del sector financiero, lo cual dio lugar a la hipótesis de las hermanas Lehman, la cual propone que el colapso no habría ocurrido si las mujeres hubieran estado a cargo -véanse Staveren (2014) y Nelson (2016) para una visión diferente-.5 Estas investigaciones deben, por supuesto, tener presente que las mujeres estudiadas ya se habían estado desenvolviendo dentro de un sistema de relaciones de poder, en el empleo, en la sociedad y en el hogar. No obstante, que algunos hayan observado la persistencia de las diferencias epistémicas de género es en sí valioso, por el margen que brinda una sociedad jerárquica para la injusticia epistémica (Anderson, 2015).

III. El género como eje central para perspectivas alternativas de macroeconomía

Ha habido avances fuera de la corriente económica dominante encauzados en concreto a cuestiones de género, por ejemplo, el movimiento internacional para promover el presupuesto de género, que busca analizar detalladamente la política gubernamental desde la perspectiva de las mujeres.6 Puesto que éstas representan cerca de la mitad de la población, concentrarse en sus derechos no es precisamente un interés de la minoría. La literatura feminista demuestra que las repercusiones macroeconómicas de tomarse el género en serio abarcan mucho más que el simple interés seccional. Por una parte, poner atención en el género brinda una nueva perspectiva para comprender el consumo, el ahorro y la inversión, así como para atender las preocupaciones feministas más tradicionales respecto del mercado laboral. Por otra parte, los interrogantes que surgen al estudiar la economía desde una perspectiva feminista encuentran terreno fértil en la economía no convencional. Se ha argumentado en las secciones anteriores que la epistemología feminista podría tener una aplicación mucho más amplia. En efecto, la perspectiva de género proporciona un buen contexto para reflexionar sobre cuán diferente podría ser la economía.

Simplemente, al considerar la naturaleza del individuo, la identidad individual y el individuo en la sociedad, ya se plantea un objeto de estudio: “La teoría feminista cuestiona la objetividad en la producción de conocimiento, defiende la importancia de la experiencia vivida y requiere que luchemos con identidades interconectadas” (Forster-Broten, 2017: resumen). Como sostiene Davis (2003), la identidad es inherentemente social y se opone a una categorización dualista de lo individual y lo social. De este modo, la identidad de género está profundamente influenciada por las normas sociales. Aparte, las relaciones interpersonales en la economía, en la sociedad en general y en el hogar, están condicionadas por la naturaleza social de la identidad. Adam Smith (1759/1976) planteó este ángulo en su Teoría de los sentimientos morales, donde desarrolló el concepto de simpatía de Hume. Argumentaba que esta facultad humana va más allá de emplear la imaginación para comprender la experiencia desde la perspectiva de otros, pues también se usa para llegar a un juicio moral. La motivación moral para ciertas conductas (como cuidar de los demás) surge tanto de un sentido de compañerismo con quien necesita ser cuidado como de uno de obligación social dentro de una estructura social dada.

La influencia de lo social y la oportunidad de generalizar para una mayoría (por ejemplo, acerca del comportamiento de las mujeres) conforman la causa de que estas caracterizaciones del comportamiento individual sean relevantes para la macroeconomía. Que el análisis de género no se preste fácilmente al formalismo matemático deductivo no constituye un problema para una epistemología alternativa. Bien puede haber espacio para combinar formulaciones matemáticas de argumentos particulares con planteamientos que surjan de otros métodos. La diferencia más importante respecto de una metodología convencional es que en una epistemología keynesiana feminista un modelo matemático formal no puede constituir un argumento que abarque un sistema social abierto y complejo en su totalidad. El sistema tiene que ser abierto por la naturaleza emergente de elementos fundamentales como el género, el comportamiento de género y las normas sociales.

Tanto Smith como Hume construyeron toda su filosofía (y la economía en cuanto filosofía aplicada) sobre una teoría de la naturaleza humana. Con base en el estudio pormenorizado de una amplia gama de culturas a lo largo de la historia, identificaron los rasgos generales de la naturaleza humana (y, entre otras cosas, esto proporcionó la base para sus reflexiones sobre la justicia social). Pero también mostraron cómo ésta tomó distintas formas en diferentes contextos; por ende, las variedades de conducta a partir del género provienen en gran medida de una historia socioeconómica particular.7

Por ejemplo, la educación fue un factor que abonó a la naturaleza emergente de la identidad de género, pues no sólo buscaba la adquisición de habilidades sino también la transformación personal. En este sentido, Smith (1776/1976: Vi.f.61) defendía la educación sobre la base de sus beneficios tanto sociales como personales. La educación desempeñó un papel aún más transformador en el siglo XIX para los comunitarios -como Thomas Chalmers; véase Dow, Dow y Hutton (2003) -. Para ellos, la educación moral y la participación de la comunidad en el trabajo social eran los mejores medios a fin de reducir la pobreza, en lugar de los pagos anónimos y precarios de asistencia social que dictaba la Ley de Pobres. El sistema comunitario era paternalista. Ello no resta que su modelo se basara en una educación transformadora y en la participación activa de la comunidad dentro de la redistribución del ingreso y otras formas de asistencia social, algo que confluye con las discusiones modernas sobre los métodos más efectivos de ayuda internacional para el desarrollo, en especial la dirigida a mujeres y niñas. Este contraste entre el comunitarismo y la Ley de Pobres ilustra bien la diferencia entre un enfoque evolutivo dirigido a las normas, la ética y los procesos en el nivel meso, por un lado, y la optimización de agentes atomistas, por el otro.

La lógica detrás de las ayudas en forma de transferencias anónimas presupone un determinado nivel de racionalidad. Una de las dualidades de la economía dominante es conformada por la racionalidad y la emoción. Ésta se ha adentrado hasta el corazón de la macroeconomía montada sobre los esfuerzos para proponer teorías sobre las crisis. La emoción, en tanto dualidad de la racionalidad (por ejemplo, un aumento significativo de la incertidumbre), se describe como una perturbación capaz de alejar al sistema económico del equilibrio. El objetivo de la política es, entonces, “alentar” un comportamiento más racional (Thaler y Sunstein, 2008). Un tratamiento no dualista de la emoción la ve no sólo como una mediación en la observación de los “hechos”, sino también como un elemento integral de la conducta (Dow, 2011). De hecho, para Smith y Hume, las emociones (las “pasiones”) eran la base de todo conocimiento y proporcionaban la motivación que permitía construirlo. Reconocían que la complejidad de los sistemas sociales (al igual que los sistemas físicos) era tal que cualquier conocimiento era provisional, sujeto a incertidumbre. La clave para que se aceptara una teoría era persuadir a otros de que ésta explicaba fenómenos novedosos, los cuales habían ocasionado angustia emocional hasta que consiguieron explicarse de forma satisfactoria. De manera similar, para Keynes (1936: caps.: 11 y 12), la emoción era el motor de la actividad y tomaba la forma de empresas que realizaban inversiones reales. En condiciones de incertidumbre, la razón por sí sola nunca podría justificar tal acción. En lugar de una dualidad, la razón y la emoción son complementarias. Puesto que tradicionalmente se ha asociado a las mujeres con el lado emotivo del dualismo racional-emocional, esta epistemología es particularmente relevante en los estudios de género y puede provechosamente apoyar la epistemología feminista.

Otro elemento común a la epistemología de Hume, Smith y Keynes fue el papel de la convención social (hábito y costumbre) como base para la creencia y la acción en ausencia de pruebas contrarias suficientes a las cuales pudiera aplicarse la razón. Si bien la convención social orientaba gran parte de la conducta, la función del filósofo (el experto) era desafiar la creencia convencional sobre la base de la razón y la evidencia. Es obvio que la convención ha moldeado en esencia la experiencia de los diferentes géneros, y también que ha sido objeto recurrente de desafíos y ha evolucionado. Un ejemplo relevante es la fijación de salarios. La corriente económica dominante sostiene que el mercado laboral determina los salarios como el valor del producto marginal en respuesta a condiciones económicas discernibles más que por convención. De este modo, en teoría, el mercado asegura un estado óptimo social en el sentido de eficiencia, siendo la norma no admitir ningún juicio de valor intrínseco. No obstante, aunque la oferta y la demanda tienen un peso en la determinación del salario, es evidente que la remuneración en todos los niveles, en particular la relativa para hombres y mujeres, está sustancialmente determinada por el juicio convencional de que a los hombres se les debe pagar más que a las mujeres. Esto aplica tanto a los directores ejecutivos cuyo salario lo deciden sus pares en los consejos administrativos, a los deportistas de alto nivel y a las personalidades de la televisión, como a los trabajadores de medio tiempo sin calificación especializada.

La macroeconomía convencional exige que la teoría se formalice en modelos de equilibrio construidos sobre axiomas que reflejan el comportamiento individual racional. Un enfoque diferente, como ya se describió, requiere una metodología distinta, una más adecuada para analizar sistemas abiertos y en evolución. La metodología para un sistema abierto necesita apoyarse en una variedad de tipos de argumentos si ha de trazar una imagen que aclare nuestra comprensión de la realidad. Debido a que las diferentes escuelas de pensamiento en economía entienden esa realidad de manera particular, cada una identificará un abanico propio de métodos que mejor se adapten a esa comprensión -por ejemplo, véase Dow (2013) -.

La macroeconomía feminista se basa en análisis feministas a nivel meso, es decir, el análisis de las convenciones dentro de la familia, el lugar de trabajo y las relaciones con las instituciones financieras. Esto se muestra en la especificación de modelos macroeconómicos feministas formales donde se incorporan factores como la segregación laboral por género y la asignación del trabajo de cuidado de personas por género, además de otras características económicas e institucionales relevantes para el caso de estudio -véase, por ejemplo, Onaran (2015) -. Con ello, se pueden formular hipótesis estructuradas alrededor de caracterizaciones generales de la conducta de género cuyas implicaciones macroeconómicas pueden luego estudiarse. Por supuesto, la evaluación empírica de tales hipótesis dependerá de los datos disponibles. Se puede ganar mucho por esta vía, al desafiar de manera efectiva los análisis macroeconómicos convencionales que ignoran las distinciones de género.

Al desviarse aún más del pensamiento dominante, surgen empero nuevos desafíos y oportunidades. Por ejemplo, el cuestionamiento del PIB como medida para aproximar el bienestar social ha llevado a algunos gobiernos8 a establecer objetivos alternativos en favor de una concepción más comprensiva del bienestar, con sus propios requerimientos de información estadística. Asimismo, se ha subrayado aquí la naturaleza evolutiva de las normas en torno al género. Éstas tienden a cambiar lentamente, de modo que las características de género pueden tomarse como (provisionalmente) dadas (no fijas) a lo largo del tiempo. Con todo, el analista debe permanecer alerta a los cambios a través del tiempo. Además, estas normas difieren no sólo a escala internacional sino también dentro de las sociedades nacionales, lo cual llama a tomar en cuenta enfoques más desagregados.

Si bien muchas de las críticas al enfoque convencional tienen que ver con las carencias en sus microfundamentos, la macroeconomía no convencional no necesita encajar en una estructura axiomática general (King, 2012). La macroeconomía requiere un análisis a nivel de agregados, con lo cual es necesario generalizar para obtener caracterizaciones (provisionales, específicas del contexto) a nivel agregado. No obstante, de acuerdo con nuestro análisis de las distinciones de género en cuanto a normas sociales en evolución, el terreno más apropiado para investigar la confección de estos agregados es el nivel meso. Como sostiene Foster (2011) sobre la macroeconomía evolutiva, más que microfundamentos para la macroeconomía, lo que se requiere son mesofundamentos.

El desafío para la macroeconomía feminista, al igual que para todas las economías no convencionales, es hacer operativas las conexiones teóricas y empíricas entre los niveles meso y macro de forma efectiva. ¿Cuáles generalizaciones y subclasificaciones son más sensatas para abordar cuestiones específicas de política pública sobre un contexto particular? La literatura feminista sobre macroeconomía ha probado la utilidad de clasificar por género las categorías macroeconómicas convencionales, como el consumo y la inversión, y la de explicar las diferencias de género en términos de normas sociales. Otros enfoques no convencionales pueden desmenuzar de manera similar los agregados convencionales de acuerdo con sus propios objetivos. Para la macroeconomía evolutiva que se discute aquí, el interés principal giraría en torno a sistemas complejos con contextos específicos, sujetos a normas que evolucionan y definidos por sus conexiones y su falta de conexión.

IV. Conclusión

El género se está convirtiendo en un tema de interés para los macroeconomistas, en buena medida debido a la necesidad de una política que atienda las diferencias de género en materia de distribución del ingreso y configuración del mercado laboral. A la par, se ha demostrado que el análisis por género desafía los resultados del análisis convencional, y ya el estudio riguroso del género expone las limitaciones del enfoque dominante de manera más general. Según la teoría dominante, fuera de las diferencias en dotaciones y preferencias, los problemas de justicia social que provienen de las diferencias de género únicamente pueden entenderse como imperfecciones del mercado, y éstas, en principio, pueden eliminarse. La persistencia de esta visión de la macroeconomía ha sido reforzada por el poder cognitivo de una visión de la ciencia que representa una serie de características “masculinas”.

En su lugar, la epistemología feminista está diseñada para examinar los aspectos decisivos de la economía de género: la naturaleza emergente y no dualista de la identidad; la labor integral de los valores y las emociones en la actividad económica; la importancia de las convenciones sociales (en evolución), y el papel del poder más allá del poder de mercado. Éstos también son aspectos cruciales de la economía política en general, que la epistemología no convencional (derivada de Smith y Keynes) ya atiende. Sin embargo, el género enfoca estos temas con una óptica más nítida, y los estudios de género han logrado desarrollarlos de tal manera que contribuyen a la economía no convencional en general, y a la economía evolutiva en particular.

Agradecimientos

Este documento se desprende de una presentación en la Conferencia Anual del Institute for New Economic Thinking (INET) en Edimburgo, en octubre de 2017. Agradezco los comentarios de John Foster y Özlem Onaran.

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1 Sin embargo, desde la perspectiva dominante, las cuestiones de justicia social reflejan juicios morales que son independientes de la teoría.

3Economistas feministas como Folbre (1994: 66-70) han utilizado la teoría de juegos para formular argumentos particulares, pero, a diferencia del enfoque de Becker, lo han hecho en el marco de una metodología pluralista que emplea una cierta variedad de tipos de argumentos.

4Las implicaciones son tan poderosas para la economía ambiental como para la economía feminista.

5Si bien la incertidumbre en los mercados financieros promueve la búsqueda de liquidez, Staveren (2010: 1135) señala la importancia del cuidado de los demás en relación con la incertidumbre.

7Véase Foster (2017) sobre la importancia de la historia para la economía evolutiva.

8Algunos ejemplos son los gobiernos de Islandia, Nueva Zelanda y Escocia, todos liderados por mujeres.

*Publicado originalmente como: Sheila Dow (2020). Gender and the future of macroeconomics: An evolutionary approach. Review of Evolutionary Political Economy, 1(1), 55-66. Recuperado de: https://doi.org/10.1007/s43253-020-00001-8 [traducción del inglés por Alejandra S. Ortiz García].

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