Desde su creación, el Banco de México ha tenido por objetivo proveer de moneda nacional al país y promover el sano desarrollo de los sistemas de pagos, para lo cual es indispensable hacer una revisión histórica de los éxitos y los fracasos en la evolución de los mismos, así como de la consecución de una moneda estable en nuestro país.
El dinero ha tenido diferentes versiones en distintos lugares del mundo; con el paso del tiempo ha cambiado su forma física, a fin de adaptarse a las necesidades de la sociedad y cumplir de la mejor forma con las características esenciales de ser durable, divisible, portable, transferible y acumulable.
El dinero ha transitado desde aquellos círculos de piedra que se utilizaban en la isla Yap en el océano Pacífico y la sal empleada por las civilizaciones fenicia, china y romana, de cuyo uso derivó la palabra salario. En pueblos de Mesoamérica se utilizaron diversos objetos como dinero, por ejemplo, las plumas de quetzal; aunque el cacao fue probablemente el más exitoso, ya que podía transportarse y almacenarse fácilmente. Su popularidad fue tal que exis-tían jueces en los mercados para verificar su autenticidad, y no fue, en el caso de México, hasta el Virreinato que gradualmente fue sustituido por monedas. Posteriormente, la evolución del dinero nos llevó a los billetes y las monedas fiduciarios que hoy en día conocemos, o las transacciones financieras que cómodamente podemos realizar desde nuestros dispositivos electrónicos.
Detrás de cada billete y moneda que usamos en nuestra vida diaria, hay una construcción social gracias a la cual las personas tienen confianza y seguridad en el dinero sin importar su formato.
En México la moneda no ha sido ajena a cambios en el tiempo y es donde cobra relevancia el libro Historia económica del peso mexicano. Del mercado global a la gestión política de la moneda.
Este trabajo es resultado de un esfuerzo colectivo de 11 autores que, en 417 páginas organizadas en cuatro secciones, dan a conocer mediante sus investigaciones algunos momentos de transición del desarrollo monetario y económico de México, así como su inserción en una dinámica de carácter global. Abarca una temporalidad muy amplia: desde la época colonial hasta finales del siglo XX.
En la introducción, escrita por los coordinadores del libro, se plantea el marco general del desarrollo histórico de nuestra moneda, donde destacan dos problemas a estudiar: el carácter global y la gestión política de la moneda en las diversas etapas de transición, lo que permite contextualizar los 11 ensayos que integran el libro.
Estas lecturas -que abordan desde distintos enfoques algunos de los problemas que ha tenido el dinero en México a lo largo de su historia- traen a la mente dos de los principales atributos que el circulante debe tener: la seguridad y la confianza, sin los cuales no puede desempeñar adecuadamente sus funciones de medio de cambio, unidad de cuenta y depósito de valor.
La introducción inicia al destacar cómo la moneda de plata americana está asociada con la modernidad, y cómo fue la mercancía de mayor circulación en el mundo y rigió el sistema global de cambios, al basar la confianza de esta moneda en el valor intrínseco del metal. Recuérdese que, en la Nueva España, desde el siglo XVI con la fundación de la Casa de Moneda, se acuñaron monedas que cobraron aceptación global. Sin embargo, se presentó la paradoja de tener una economía que producía abundantes monedas y éstas tardaban mucho tiempo en circular desde la casa de acuñación hasta el resto del sistema económico novohispano, lo que trajo como consecuencia la aparición de sucedáneos de la moneda.
La obra ubica el año de 1535 como el inicio de la gestión política de la moneda, es decir, la capacidad de negociación y decisión de los actores políticos y agentes económicos, pues la Corona acordó las normas de acuñación y el sistema de derechos de señoreaje, lo que dejó los oficios a los particulares. En 1733 a esta gestión se sumó el control por parte de la Corona de la producción de monedas y determinó el peso y la ley metálica, de esa manera se aumentaba el poder de la Corona, al decidir diversos aspectos tanto tecnológicos como de mercado para determinar la cantidad y la calidad de las monedas.
La aceptación de la plata novohispana fue tal que no se limitó a América y Europa, y llegó incluso a Asia, donde destacan países como China y la India, aunque en este último las monedas fueron fundidas y transformadas en rupias.
No obstante, esta gestión entró en crisis alrededor de 1811 por problemas que afectaron tanto la producción de moneda global como la oferta de moneda local. Por un lado, de acuerdo con el doctor Marichal (2007: 278-300), estuvo la quiebra financiera del Virreinato; por el otro, la centralización productiva en la Ciudad de México fue rota abruptamente por la guerra de Independencia, lo que fragmentó el territorio minero y debilitó la oferta metálica hacia la capital. Ambos fenómenos provocaron la fragmentación del sistema monetario de la Nueva España.
El otro gran momento de transición, según Ibarra y Hausberger, es cuando se alcanza la Independencia nacional a partir de 1821 y los gobiernos republicanos permitieron la reinserción del peso mexicano en la economía global.
En este largo periodo del siglo XIX surgieron varias formas de gestión política de la moneda relacionadas a los poderes locales que establecieron alianzas como agentes privados, tanto nacionales como extranjeros, y tomaron el control de la producción de la moneda mexicana. Al mismo tiempo, el gobierno mexicano introdujo la moneda de cobre para equilibrar la oferta externa monetaria con la disponibilidad de numerario para la circulación interior; se adoptó el sistema decimal y se acuñaron monedas fraccionadas de centavo; se utilizó el papel moneda como medio de crédito y promesa de pago. Durante este periodo, el Estado buscaba regular las condiciones con las que se acuñaba la moneda, al no tener un control sobre la cantidad de circulante. A la par, el gobierno dio prioridad a sus necesidades fiscales mediante la emisión de monedas de cobre.
Hasta finales del siglo XIX el uso de la moneda metálica había sido predominante y gran parte de la confianza estaba centrada en su material intrínseco. No fue hasta 1879 que se realizó un proyecto de papel moneda que buscaba agilizar las transacciones mercantiles. Nuevamente, la confianza desempeñó un papel relevante, ya que en un inicio se confundía si el billete representaba una moneda o un título de crédito, y la credibilidad dependía entonces de la institución emisora. Lo anterior centró la discusión sobre la facultad del Estado para delegar la función de emitir moneda. Al respecto, se estableció un sistema de concurrencia de billetes, a fin de que no hubiera monopolios, y se supervisó de cerca al sector bancario para evitar una emisión descontrolada de billetes; asimismo, se establecieron reglas para asegurar que los bancos contaran con garantías suficientes para respaldar los billetes.
Al iniciar el nuevo siglo, se observa con claridad otro momento relevante de la historia monetaria: cuando declina el valor relativo de la plata respecto al oro, lo que precipitó una depreciación global de la plata, cambio que Ibarra y Hausberger sintetizan muy bien en la introducción, al señalar que el nuevo patrón bimetálico adoptado en el mundo depreció las exportaciones de la plata mexicana y así se depreció la moneda. Esta situación se agudizaría por la primera Guerra Mundial y la crisis de 1929. No fue hasta 1944 que se logró estabilizar el sistema monetario internacional y México adoptó el patrón oro-dólar hasta el fin de los acuerdos de Bretton Woods, con ello se cierra, dicen los autores, “el largo ciclo del sistema monetario metálico de cuatro siglos”.
De manera simultánea a estos acontecimientos y durante el periodo posrevolucionario, se llevaron a cabo modificaciones a la ley monetaria y se constituyó el Banco de México. Así, desde 1925 esta institución asumió las funciones de emisor único; sin embargo, restaurar y mantener la confianza en el uso de billetes fue inicialmente difícil y no escasearon episodios de desconfianza.
El último momento de cambio señalado en el libro se sitúa aún en el periodo de vigencia de los acuerdos de Bretton Woods, cuando, a pesar de la devaluación de 1954, los siguientes 22 años el tipo de cambio permaneció sin modificaciones en 12.5 pesos por dólar. Este periodo coincide con el llamado “desarrollo estabilizador” y a su vez con una época de crecimiento económico y una creciente producción industrial a nivel global. Sin embargo, hacia finales de los años sesenta, los problemas que enfrentó el Reino Unido y que llevaron a este país a devaluar su moneda en 1967 comenzaron a debilitar los acuerdos monetarios, y otras 33 economías buscaron un ajuste devaluatorio. Finalmente, en 1971 llegaron a su fin los acuerdos de Bretton Woods, lo que impulsó la transición hacia regímenes cambiarios de libre flotación.
En este contexto, un lustro después del fin de los acuerdos, en 1976 México enfrentó un proceso devaluatorio. Las recurrentes crisis desde la década de los setenta hasta la de los noventa generaron un problema de confianza en la moneda nacional, lo que devino en procesos inflacionarios álgidos -como los vividos a finales de los años ochenta-, fuertes devaluaciones, crisis financieras y económicas, lo que impedía mantener un ancla nominal estable en la economía. Dentro de este proceso, México transitó por ocho distintos regímenes cambiarios entre el 1° de septiembre de 1976 y el 22 de diciembre de 1994. Así, se pasó de una paridad fija a un sistema de flotación controlada; a un sistema cambiario múltiple; a un control de cambios; a una flotación regulada; a un sistema de bandas cambiarias, hasta llegar a la libre flotación (Banco de México, 2009). Estos ajustes obedecieron no solamente a factores locales, sino también internacionales, lo que nos recuerda, como ha sucedido desde la Colonia hasta nuestros días, el impacto que pueden tener los acontecimientos internacionales sobre el valor de nuestra moneda.
Posteriormente, con la adopción del régimen cambiario de libre flotación, el peso mexicano se ha convertido en una moneda global, siendo la 16a moneda más operada en el mundo y la sexta de países emergentes (Banco de México, 2022), pues opera 24 horas al día, los siete días de la semana, y así alcanzó un monto de operación de 114 000 millones de dólares en promedio diario durante 2022. La mayor relevancia de la moneda nacional ha estado apoyada tanto por la entrada de México en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, como por el mayor desarrollo de los mercados financieros, que es un reflejo del esfuerzo y las acciones realizadas por las autoridades mexicanas en materia cambiaria a lo largo de los últimos 30 años, a fin de ofrecer condiciones transparentes, confiables y consistentes con las mejores prácticas internacionales.
El régimen cambiario adoptado a partir de finales de 1994 ha funcionado como un amortiguador de choques externos en las últimas décadas y ha permitido mantener una soberanía monetaria concentrada en procurar la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda, lo que a su vez ha sido compatible con la adopción de un régimen monetario de objetivos de inflación.
Este proceso ha sido largo, pero en los últimos años ha permitido al país tener inflaciones significativamente más bajas que las vividas en otras décadas, a pesar de choques tan importantes como el de la pandemia por covid-19.
Como se mencionó antes, los autores del libro -destacados académicos y académicas especialistas en esta línea de investigación de gran complejidad, debido a que el dinero está en constante evolución- insertan sus trabajos en momentos de transición, y desde distintas perspectivas (regionales, locales, nacionales) enriquecen y profundizan la historia monetaria de nuestro país, que es necesaria para comprender su historia económica y social.
El mejor entendimiento de la historia monetaria de nuestro país nos permite a todos enfrentar los retos futuros de una forma más efectiva.