La relación entre la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) y la Arquidiócesis Primada de México (APM) es una de las más complejas e importantes para comprender el desempeño público de la Iglesia católica en México. En este texto se comparan las trayectorias, propuestas y desempeño de los tres más recientes titulares de la APM: Ernesto Corripio Ahumada, ECA (1977-1995), Norberto Rivera Carrera, NRC (1995-2017) y Carlos Aguiar Retes, CAR (2017-?). Esa relación es más relevante para el análisis cuando se considera que, a pesar de ser el cargo u oficio más importante en la compleja estructura jerárquica de la Iglesia en México, ni antes ni durante su gestión en la APM, NRC fue capaz de concitar los apoyos necesarios para ser presidente de la CEM. Ese mérito, que no puede considerarse menor, sí lo lograron su antecesor, ECA (1964-1972 y 1980-1982), y su sucesor, CAR (2006-2012).
Esta diferencia, la más notable al considerar a los tres más recientes titulares de la APM, es resultado de, por lo menos, seis factores. Los efectos del (1) Concilio Vaticano II, que redujeron el peso de títulos honorarios, dejándolos sin efectos prácticos para la estructura de la iglesia desde mediados de los sesenta del siglo pasado, como el de arzobispo primado.2 La (2) contrarreforma que ocurrió durante la segunda mitad del pontificado de Juan Pablo II y la totalidad del de Benedicto XVI, que hizo que se modificaran los criterios para promover a presbíteros a la condición de obispo, de manera que se prefirieron perfiles que garantizaran disciplina antes que inteligencia o capacidad. La (3) mayor preeminencia que la CEM ha ganado como consecuencia de la consolidación, no sólo en México, sino a escala global, de las conferencias nacionales de obispos, como estructuras intermedias en el interior de la Iglesia, lo que da al presidente del episcopado un mayor peso público que al arzobispo primado. Aquí, es importante observar que mientras la primatura es un título que se agrega a o que deriva de la designación como responsable de la diócesis, la presidencia de la CEM es un título que se disputa en un proceso más o menos democrático, entre los obispos que forman parte de la CEM. El que, (4) a diferencia de otros países de América Latina, en los que la arquidiócesis asentada en la capital ejerce una influencia muy superior a la de cualquier otra diócesis, como en el caso de Argentina, Chile, Honduras o Perú, en México, la región del país que ejerce mayor peso e influencia en la CEM es el Bajío [Soriano 1999: 114 y ss]. El que la Ciudad de México ha seguido una ruta de una (5) mayor diversificación cultural y una mayor diferenciación cuando se le compara con otras entidades en indicadores como ingreso, población rural, alfabetismo, escolaridad, población que se reconoce como hablante de lengua indígena, así como en la proporción de personas que se reconocen como no católicas y como no practicantes de alguna religión, según las categorías del censo mexicano. Finalmente, (6) los rasgos de personalidad de los tres más recientes titulares de la APM, es decir, su capacidad para construir, desde la arquidiócesis, constelaciones que integren los apoyos de laicos y clérigos, diocesanos y religiosos, que refuercen su capacidad para conducir procesos de cambio, para preservar lo que sea necesario preservar, pero -sobre todo- para conectar con sus feligreses, con otras élites, con los medios y con la sociedad en general.
En esa lógica de análisis, ECA representó en las postrimerías del pontificado de Pablo vi, la apuesta que la Santa Sede adelantó ya desde principios de los cincuenta del siglo pasado por obispos capaces de impulsar una agenda de reforma, que era más necesaria en México por las características de la relación Estado-Iglesias. ECA, nacido en 1919, fue parte de la primera generación de obispos mexicanos nacidos inmediatamente después de la Revolución Mexicana (1910-1917). También formó parte de las primeras generaciones de obispos formados luego del llamado modus vivendi de relaciones Estado-Iglesia pactado, al margen de la ley, luego de que se acordó el final del conflicto de 1926 a 1929. En el entendido que el conflicto no derivó ni en la aplicación de las leyes vigentes, ni en una reforma de la legislación. Más bien postergó el conflicto y dio vida a acuerdos extremadamente frágiles, que tuvieron efectos paradójicos. El más importante fue que, lejos de despolitizar el desempeño público de las iglesias, hizo más importante que éstas, no sólo la católica, tuvieran fuertes amarres con las élites de la política. Ello era necesario para que contaran con algún blindaje, así fuera parcial, ante los posibles efectos de algún deseo de aplicar la letra de la legislación vigente. De igual modo, como lo demuestra el caso de la Iglesia de la Luz del Mundo, ofreció incentivos desleales a quienes articularan propuestas religiosas distintas al catolicismo y dio forma a alianzas más o menos informales entre un sector del PRI y sectores del protestantismo histórico en México, que eran usados como ejemplo de que el régimen no era en sí mismo antirreligioso, sino que buscaba embridar, civilizar, a una iglesia católica arrogante e irrespetuosa de la legislación civil.
ECA fue, además, en 1952 y a los 33 años, el obispo más joven de todo el mundo católico.3 Lo fue, en parte, porque tuvo la ventaja de haber estudiado en Roma durante la II Guerra Mundial. Ello lo puso en contacto con la realidad de una iglesia global, cosmopolita, preocupada por realidades más complejas que las de la realidad nacional mexicana, así como con las respuestas que la jerarquía vaticana dio a esas realidades. Sus años como estudiante en Roma también le permitieron conocer de primera mano la experiencia de la Iglesia en el contexto del fascismo que, a pesar de sus ofertas de crear una sociedad capaz de coordinarse más fácilmente bajo un dictador “benévolo”, un verdadero representante de los intereses y deseos del pueblo, terminó por dar vida a un régimen corrupto, incapaz y cómplice de los crímenes de la Alemania nazi.
En sentido opuesto, NRC y CAR representan las últimas cohortes de obispos promovidos al cargo durante la gestión de Girolamo Prigione, un personaje crucial para entender los cambios, las permanencias y, sobre todo, los errores cometidos por la Iglesia católica en México en los últimos 30 años del siglo pasado. El caso de NRC es más relevante porque además de ser el hombre de las confianzas de Prigione, también lo fue de la bestia negra del catolicismo mexicano: Marcial Maciel, fundador y superior, casi hasta su muerte, de la Legión de Cristo y su apóstrofe, el Regnum Christi. Ello tuvo consecuencias prácticas profundas para su desempeño como obispo de Tehuacán, Puebla, donde NRC y Maciel estuvieron involucrados, por lo menos, en complejas operaciones inmobiliarias y financieras.
En la versión más aséptica de la presencia y actividades de Maciel y la Legión de Cristo en Tehuacán, se trataba de prestar ayuda a las familias dueñas de antiguos negocios locales, para facilitar su transición de empresas familiares como Garci-Crespo y Peñafiel, al nuevo contexto corporativo del México de los noventa. Esa transición implicaba, entre otras cosas, la consolidación y concentración de negocios de distintas ramas industriales y mercantiles. Una de las consecuencias fue la “fusión” de pequeñas empresas regionales como las ya citadas en grandes corporativos encabezados por Coca-Cola y Pepsi-Cola. Sin embargo, cuando se analiza con mayor cuidado el papel de NRC en Tehuacán, lo que se observa es que, además de estar involucrado con Maciel en la “transición” de las antiguas empresas de agua mineral, estuvo involucrado también en la reestructuración de los haberes de la diócesis de Tehuacán en las empresas del Grupo Romero, un conjunto de empresas regionales, donde la diócesis -y aparentemente la CEM misma- tenían una participación, pues el antecesor de NRC ahí, Rafael Ayala y Ayala, fue, en algún momento, tesorero de la CEM.
Así, además de esa reestructuración y de la “ayuda” a las empresas locales, lo que hubo en Tehuacán fue una amplia reconfiguración de la propuesta pastoral de Ayala que no era perfecta, desde luego, pero era plural y admitía la necesidad de que, al mismo tiempo que la diócesis tuviera una participación en el Grupo Romero, es decir, que al tiempo que estuviera vinculada con los grupos de empresarios locales, tuviera un espacio como el Seminario Regional del Sureste (Seresure), abierto a una formación del clero que se ajustara a las necesidades del sureste mexicano. Es necesario tomar en cuenta, además, que Ayala falleció en 1985, cuando apenas había cumplido 71 años, por lo que la llegada de NRC a Tehuacán, fue -hasta cierto punto- fortuita,4 aunque como detalla Rodrigo Vera el arzobispo de Durango, Antonio López Aviña, venía preparando a NRC para las grandes ligas eclesiásticas desde mucho antes que Ayala muriera [Vera 2017: pos. 56 y ss].
Lo que la evidencia permite observar es que mientras NRC “ayudaba” a reestructurar negocios locales, realizaba una purga de las estructuras eclesiásticas locales. Ello incluyó la expulsión del presbítero ecuatoriano Marcos Gonzalo Hallo del Salto.5 A Hallo del Salto se le acusó, entre otras muchas cosas, de formar un grupo civil armado, una guerrilla. Esa acusación se hizo en un contexto en el que México apenas digería algunas de las secuelas del conflicto de Chiapas, que inició el 1 de enero de 1994. La naturaleza de la acusación y el momento en que se lanzó, a pesar de que no hubiera pruebas para sustentarla, hizo que muchos en los medios de comunicación mexicanos ofrecieran un apoyo irracional, acrítico y total a la expulsión que fue, a todas luces, violatoria de derechos humanos básicos.
De acuerdo con lo publicado por Vera en Proceso, la causa última de la expulsión de Hallo del Salto fue que él había estado involucrado en la administración de la participación de la diócesis de Tehuacán en el Grupo Romero y, dado que no hubo entendimiento entre él y NRC, éste -con el apoyo de Prigione- recurrió al gobierno federal para expulsar, así como Calles hacía con los obispos mexicanos en la década de los veinte del siglo XX, al “cura rebelde” Hallo del Salto.6 De ser así, la llegada de NRC a Tehuacán tendría que explicarse a partir de un análisis más complejo, que involucrara esas variables, además de la supuesta politización del clero diocesano local, que fue la “explicación” dada, en su momento, por las autoridades mexicanas para expulsar Hallo del Salto. El supuesto “cura rebelde” fue más bien una suerte de pararrayos de mucho del enojo del gobierno por la manera en que los sorprendió el estallido del conflicto en Chiapas, al mismo tiempo que le libraba el camino a NRC, Prigione y quizás a la CEM para reestructurar los términos de la relación de la diócesis de Tehuacán con el Grupo Romero.
Así, además de los negocios que, en última instancia, beneficiaron al emporio financiero de la Legión de Cristo, que -por ejemplo- reconvirtió uno de los antiguos balnearios de Tehuacán para albergar un plantel de la UNID, una de las universidades de la Legión,7 NRC ocupó su tiempo en Tehuacán en destruir el que hubiera podido ser el bastión y vivero de la teología de la liberación en México, el llamado Seresure [36]. El Seresure fue la última iteración del Pontificio Seminario Central Mexicano de Nuestra Señora de Guadalupe,8 también llamado Montezuma, que fue una respuesta conjunta de los episcopados de México y EUA a las consecuencias más perversas de la aplicación del artículo 130 de la original Constitución de 1917, así como -sobre todo- del intento de Plutarco Elías Calles y sus personeros de aplicar ese artículo sin importar las consecuencias.
Hacia finales de los sesenta, cuando era posible percibir ya cambios en el tono y la actitud de la clase política mexicana hacia los obispos mexicanos, el episcopado de EUA decidió dar por terminados los generosos apoyos que sirvieron, entre otras cosas, para sostener a Montezuma. Así fue como, en 1972 se estimó posible crear en Tula, Hidalgo, un seminario que continuara con el trabajo hecho en Montezuma.9 Sin embargo, uno de los efectos negativos de Montezuma era que desarraigaba a los seminaristas llegados de diócesis pequeñas. Además, profundizaba algunos de los vicios más frecuentemente asociados al clericalismo, especialmente el llamado carrerismo, es decir, la idea que predomina en algunos clérigos de orientar todas sus acciones a trepar la escalera jerárquica, en lugar de dedicarse al servicio de sus diócesis. Por ello, se decidió que dado el menor grado de conflicto Estado-Iglesia, ya no había necesidad de concentrar en un solo seminario a las vocaciones sacerdotales. El Seminario de Tula se convirtió en un seminario común para las diócesis de Hidalgo (Huejutla, Tula y Tulancingo), pero las diócesis de Guerrero, Oaxaca, Chiapas y Tabasco, enfrentaban problemas de financiamiento y organización distintos a los de otras diócesis del país. Estos problemas hacían atractiva la idea de enviar a sus aspirantes al sacerdocio a un seminario único donde, además de ahorrar recursos, tuvieran acceso a una formación de mayor calidad a la que podían ofrecer las diócesis aisladas. Fue así que, en 1979, con la venia de Rafael Ayala, entonces obispo de Tehuacán, se creó el Seresure.10 Aunque hacen falta estudios que comparen las trayectorias profesionales y personales de los egresados del Seresure con los egresados de otros seminarios, el seminario regional difícilmente puede ser culpado de todas las cosas que sirvieron como pretexto para que NRC lo cerrara como lo hizo en 1989-1990.11
El cierre del Seresure devela,12 en más de un sentido, las marcas de identidad de NRC: intolerante de cara a la disidencia teológico-doctrinal, indispuesto al diálogo con quien no piense como él y sus cercanos, siempre dispuesto a pactar con sus superiores jerárquicos en la Iglesia o con las autoridades civiles, para presentarse a sí mismo como el guardián del orden o de la ortodoxia, según sea el caso, así como indiferente a los efectos más perversos del ejercicio del poder civil o religioso [Padgett 2016]. Estos rasgos se complementan con la brutal laxitud e hipocresía con la que actuó, al menos, como defensor público y quizás como cómplice de Marcial Maciel. Esas señas de identidad acompañaron, como si fuera una suerte de adn pastoral, su gestión en Tehuacán y en la APM. También marcó su desempeño más bien marginal, como cabeza o miembro de distintas comisiones de la CEM,13 así como sus limitadas intervenciones en el ámbito del Colegio Cardenalicio, del Sínodo de Obispos.14 Incluso fue el caso en el Consejo Episcopal Latinoamericano donde, uno podría suponer, él tendría ventajas sobre otros obispos mexicanos o de América Latina.
Las diferencias entre NRC y ECA y, en menor medida, entre NRC y CAR no podrían ser más contrastantes. Mientras que ECA permitió -por ejemplo- que las distintas órdenes religiosas con presencia en la Ciudad de México mantuvieran sus casas de formación y las operaran con algunos márgenes de autonomía, NRC centralizó decisiones clave en materia de formación de personal religioso. Lo hizo, no sólo en el ámbito de su más directa competencia, los seminarios de la APM y la Universidad Pontificia de México, sino también en el caso de las órdenes religiosas. Al hacerlo, impuso sobre ellas controles nunca vistos en la historia de la APM.15 Esta centralización de los mecanismos de control de las trayectorias académicas y de formación espiritual de los aspirantes, varones y mujeres, de órdenes religiosas con casas en la Ciudad de México fue presentada por el propio NRC como un logro en el documento con el que se despidió de la APM,16 así como por apologistas de NRC en la prensa católica mexicana.17
Este ataque a las órdenes religiosas es más lamentable por varias razones. La más notable, porque ocurrió mientras que la Legión de Cristo disfrutaba de una relación privilegiada con NRC y porque, por más que NRC y otros miembros de la jerarquía católica, en México y fuera de México, todavía insistan en decir que “no sabían” de los abusos de Maciel, hay evidencias abundantísimas de que sí sabían de esos excesos. A pesar de ello, sin importar las consecuencias, NRC apostó por un modelo que castigó a quienes no eran sus aliados y premió a quienes, siéndolo, traicionaban la más elemental comprensión del Evangelio y de la moral sexual del cristianismo. Ello ocurrió en un contexto más amplio de centralización de la toma de decisiones tanto en el ámbito de la formación del clero, diocesano y religioso, como en lo que hace al diseño de las iniciativas orientadas a los laicos.
SECRETOS DE LOS TERREMOTOS
Sin embargo, la mejor comparación posible sobre el estilo personal de ejercer el poder eclesiástico entre ECA y NRC es posible gracias a las características geológicas del suelo de la Ciudad de México. Los terremotos del 19 y 20 de septiembre de 1985 y los del 1 y el 19 de septiembre de 2017, permiten comparar el desempeño y la percepción pública del desempeño de la APM durante las gestiones de ECA y NRC. Lo que destaca de la comparación es, en primer lugar, que en 1985 fue notable el protagonismo que en las horas inmediatas posteriores al terremoto tuvieron organizaciones religiosas que, sin las ventajas que se tuvieron en 2017 (los celulares inteligentes y la internet), desplegaron un esfuerzo sin precedentes para llevar ayuda a quienes más la necesitaban. Además de la respuesta, en esa misma lógica, de una miríada de grupos parroquiales.
La APM creó, en los días siguientes al terremoto de 1985 la Fundación para el Apoyo de la Comunidad (FAC), que desplegó recursos materiales y simbólicos para atender las necesidades de los damnificados. Al poco tiempo, también participó en las tareas de la reconstrucción de viviendas en algunos de los barrios populares de la Ciudad de México [Mutolo 2016]. La FAC se convirtió en una voz privilegiada y durante los siguientes años, hasta su disolución casi simultánea a la salida de ECA de la APM, fue uno de los referentes clave para hablar de la reconstrucción en el entonces Distrito Federal. ECA nunca fue cuestionado por su participación en el esfuerzo de la reconstrucción. Además, a pesar de la asfixiante legislación de la época, fue un actor clave al que los políticos más directamente involucrados en la reconstrucción debían reconocer como un factor en la reconstrucción. ECA y sus auxiliares también se hicieron presentes en sitios donde se atendía a damnificados y, años después, en la entrega de viviendas a esos damnificados. En este sentido, aunque hay registros de visitas que NRC realizó a sitios colapsados, como el del Colegio Rébsamen, esas visitas terminaron por ganarle críticas. Sus visitas se confundieron con la malhadada cobertura del “rescate” de la fantasmagórica “Frida Sofía” y, sobre todo, con la mala percepción que NRC arrastró a su paso por la APM.
Cuando ocurrieron los terremotos de 2017, la APM no desempeñó un papel relevante en los esfuerzos en la lógica del rescate. Tampoco lo hizo en la de la atención a damnificados o en la reconstrucción. Lejos de ello, NRC se convirtió en blanco de una campaña que lo vinculaba, directa o indirectamente, con la propietaria del Rébsamen. Ello es más grave en la medida que el Rébsamen fue el epicentro de una cuádruple tragedia: la de los niños y adultos muertos en el sitio de esa escuela; la de las mentiras que maquinó el gobierno federal de Enrique Peña Nieto en torno a la fantasmagórica niña “Frida Sofía”, con el concurso de las televisoras privadas;18 la de la manera supina, acrítica, irresponsable, en que los medios de comunicación en México reprodujeron y amplificaron las mentiras maquinadas por el ejecutivo federal sobre “Frida Sofía” y la de la corrupción que campea en el gobierno de la Ciudad de México, que permitió los “agregados” al edificio del Rébsamen que explican la muerte de las víctimas.
Esta campaña contra NRC logró algún éxito en la medida que a lo largo de su paso por la APM se distinguió por su preferencia por la teología de la prosperidad y sus correlatos: el elitismo, el dogmatismo y la insensibilidad ante los problemas de la capital, incluido el terremoto mismo de 2017. Además de que incumplió las promesas con las que llegó de Tehuacán al entonces Distrito Federal. Esas promesas incluían -entre otras muchas cosas- una actitud menos soberbia como obispo, pues incluso usó por unos días un “Vocho”, un sedán de Volkswagen para trasladarse dentro de la ciudad. También ofreció ayuda a personas que necesitaran encontrar empleo, aunque nunca organizó de manera estable un servicio de empleo. Pero, sobre todo, el desdén e incluso una suerte de guerra contra distintos aspectos del legado de ECA. En especial, desdeñó todo aquello que modificó el desempeño de la APM en los setenta y ochenta. ECA llevó a la APM de ser, con Miguel Darío Miranda, su antecesor, un testigo mudo de las masacres de 1968 y 1971, entre otros episodios de represión y/o violación de derechos humanos, a ser un actor involucrado en temas sociales. En sentido opuesto, NRC la regresó a su condición de testigo mudo.
No fue sólo el caso de la FAC, pues la APM también se involucró desde finales de los setenta en los debates sobre el respeto a los derechos humanos. No era para menos cuando se consideran la clase de abusos que la policía del Distrito Federal, a cargo de Arturo Durazo, perpetró de 1976 a 1982. Esa participación fue coronada, en 1992, con la creación del Departamento de Derechos Humanos (DDH) de la APM.19 El DDH nunca tuvo el protagonismo de la Vicaría de Solidaridad de la arquidiócesis de Santiago de Chile durante la dictadura de Pinochet, pero sí denunció y condenó abusos de derechos humanos en la capital y estados de la república en distintos momentos. El DDH, desde luego, no sobrevivió a la llegada de NRC a las oficinas de Durango 90.
Estas iniciativas de ECA se correspondían con el trabajo que hizo como arzobispo de Oaxaca desde mediados de los sesenta. En Oaxaca, en los setenta, ECA promovió la creación de la prelatura de Huautla para atender las necesidades de uno de los grupos tradicionalmente más marginados en ese estado.20 En la APM, en los ochenta, dado el contexto de la relación Estado-Iglesia y las prioridades que ECA se había fijado ya desde su regreso del Concilio Vaticano, en el que participó en las cuatro sesiones celebradas entre 1962 y 1965, promovió iniciativas similares. Promovió una estrategia de comunicación y movilización que renovó la percepción que se tenía de la iglesia en el DF. Adelantó la primera propuesta coherente para subdividir la APM en cuatro y hasta ocho diócesis, incluida la APM, que naufragó porque ECA estuvo trenzado, en los últimos años de su vida activa, en una disputa con Prigione que bloqueó esa posibilidad.21
La propuesta de subdivisión, por cierto, fue congelada, minimizada e incluso ridiculizada por apologistas de NRC, que “argumentaban” que de subdividirse la APM se restaría peso político a su titular. Otra versión explica el fracaso del proyecto de ECA de subdividir a la APM por diferencias entre él y Prigione. El nuncio deseaba que la Basílica de Guadalupe se convirtiera en la catedral de una diócesis distinta y separada de la APM, mientras que ECA quería que la Basílica permaneciera como parte de la APM. Finalmente, más de 20 años después, la subdivisión o desmembramiento de la APM impulsada por CAR le dio la razón a ECA,22 a pesar de que NRC y CAR provienen de una matriz teológico-pastoral más similar entre ellos a la que caracterizó a ECA. La subdivisión de la APM fue, en ese sentido, una de las primeras decisiones concretas que CAR impulsó desde junio de 2018 [38], y se materializó el 28 de septiembre de 2019, con la creación de las diócesis de Azcapotzalco, Iztapalapa y Xochimilco [41].
La subdivisión de la APM es consistente con las subdivisiones realizadas en otras diócesis asentadas en megalópolis como Nueva York. También lo es con las medidas impulsadas por CAR en la diócesis de Cuautitlán, sufragánea de Tlalnepantla, para crear la diócesis de Cuautitlán Izcalli. La subdivisión de la APM y, en general, de la inmensa mayoría de las diócesis mexicanas es urgente, pues se trata de instancias con mucha mayor población que el promedio de las diócesis católicas a escala global y latinoamericana. Ello genera una serie de trabas y taras que se complican más por la indisposición de muchas de esas diócesis a dirigir su personal más valioso (los presbíteros) a las tareas más delicadas (las de orden pastoral), pues prefieren -en cambio- mantener a esos presbíteros como funcionarios administrativos en las curias diocesanas.23
En esa misma lógica, a su llegada a la APM, NRC lejos de mantener las instituciones que ECA había creado o fundar un mecanismo que aprovechara la experiencia de la FAC o del DDH, dejó que el capital social creado durante las gestiones de Miguel Darío Miranda y ECA, se diluyera. No es de sorprender, en el contexto de la crisis provocada por los terremotos del 1 y el 19 de septiembre de 2017, la poca o nula eficacia de los desmentidos que la APM envió a distintos medios de comunicación, para negar cualquier vínculo con los propietarios del Rébsamen.
Había en 2017 en la sociedad mexicana y, sobre todo, en la Ciudad de México, un sustrato que hacía creíble a los ojos de muchos, católicos y no católicos, el que NRC fuera dueño o socio o padrino (en el sentido político/ mafioso del término) de la dueña del Rébsamen [37]. Ese sustrato se encuentra en imágenes propiciadas por el propio NRC, que se han convertido en fuente inagotable de críticas y burlas. Es el caso de las fotografías en las que aparece junto a Girolamo Prigione y/o Marcial Maciel o las series de fotografías publicadas por revistas “del corazón” como Quién, en las que NRC aparece del brazo de emperifolladas señoras de la sociedad capitalina.24 Esas fotografías, en las que NRC aparece orgulloso de saberse el centro de una celebración por sus 20 años como titular de la APM fueron frecuentemente utilizadas por usuarios de redes sociales para dar credibilidad a las acusaciones, por lo demás no demostradas,25 de que NRC era socio en el Rébsamen.26 Esas acusaciones eran frecuentemente aderezadas con referencias a su papel en la crisis de abusos sexuales en la Iglesia. Esto ocurrió, por cierto, a pesar de que NRC acudió primero al Rébsamen a solidarizarse con las víctimas.
POR SUS FOLLETOS LOS CONOCERÉIS
Esto no quiere decir que el desempeño de ECA haya sido perfecto. Fue notorio -a principios de los ochenta- su rechazo, por una parte, a un eventual acercamiento de los católicos con el entonces recién nacido Partido Socialista Unificado de México, PSUM. También rechazó la nacionalización de la banca, decretada en septiembre de 1982 por José López Portillo. En ambos casos, ECA -quien fungía al mismo tiempo como presidente de la CEM- hizo públicas sus diferencias por medio de folletos distribuidos masivamente en las parroquias de la APM. Pero incluso en ello hay un ejercicio de su poder simbólico, que deja ver cómo había en ECA una mayor creatividad y disposición a entender que el trabajo de la Iglesia no puede ser el de aplaudir a quienes detentan el poder o a quienes aspiran a detentarlo. El que sus posiciones hayan sido vertidas en la forma de folletos también es de destacar. Ésa era la única estrategia a su alcance. Era una laguna jurídica en la legislación mexicana de la época, que prácticamente prohibía a las iglesias tener medios que no fueran, de alguna manera, censurados previa o posteriormente por las autoridades. En ese sentido, ECA mostró -como otros obispos de su generación- mayor imaginación en los ámbitos político y pastoral, así como una mayor disposición a probar los confines de la legislación, a pesar de las posibles consecuencias de sus actos.27
El primer folleto, titulado ¿Cristianos por un partido marxista? no está fechado, pero corresponde a la campaña presidencial de 1981 a 1982, periodo en el que se distribuyó tanto en la APM como, de manera informal, en otras diócesis del país. El segundo se tituló Ante la crisis actual, aparece fechado el 4 de septiembre de 1982 y fue distribuido durante septiembre y octubre de ese año. El primer folleto es importante porque ECA era en ese momento presidente de la CEM y porque Arnoldo Martínez Verdugo, candidato a la presidencia del PSUM, hizo llamados explícitos a que los cristianos y católicos votaran por él. El folleto, como tal, resume posiciones de rechazo radical y frontal a cualquier eventual reconciliación entre las posiciones de la doctrina social de la Iglesia y el marxismo o “la izquierda”, como si el cristianismo o el catolicismo fueran realidades monolíticas y como si toda la izquierda de la época hubiera sido monolíticamente estalinista y/o castrista [34]. Este folleto es relevante también porque en la izquierda mexicana de la época, casi a caballo entre el PSUM y el Partido Mexicano de los Trabajadores, existía una corriente de Cristianos por el Socialismo, en la que participaba -entre otros católicos- de manera más o menos informal el entonces obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo. En el folleto sobre la nacionalización de la banca, ECA asume muchas de las posiciones que defendieron, casi de manera paralela, la mayoría de los dirigentes del Partido Acción Nacional, con la notable excepción de Carlos Castillo Peraza, diputado federal de ese partido y expresidente nacional de la Acción Católica de la Juventud Mexicana, quien fue el único diputado de ese partido que votó a favor de la nacionalización.
Los filtros con los que ECA veía la realidad eran, en cierto sentido, maximalistas, pues no permitían dar cuenta de las diferencias en distintos grupos humanos, incluida su propia iglesia. A pesar de ello, y ahí es posible observar otra diferencia entre, por una parte, ECA y NRC, y ECA y CAR. ECA y la generación de obispos que le acompañó, no dudaron en tomar, de manera pública, posiciones críticas respecto del gobierno federal; posiciones que -en algunos casos- abogaban por la expansión de derechos o la denuncia de injusticias en el país. En cambio, NRC, CAR y la generación de obispos promovidos al cargo por Prigione, evitaron hacerlo tanto como fue posible y cuando lo hicieron fue de manera estratégica, para impedir que se reconocieran derechos o por razones que difícilmente tienen qué ver con una comprensión cercana a los textos del Vaticano II del papel de la Iglesia y los retos que ésta enfrenta en el mundo de hoy. Ése fue el caso de las críticas de NRC y algunos de sus aliados, como el obispo Jonás Guerrero de Culiacán, quien fue auxiliar y antes secretario de NRC en la APM. Tanto NRC como Guerrero encabezaron el rechazo de la Iglesia a que se reconociera en el ámbito nacional el derecho de las personas homosexuales a casarse según las leyes civiles.28 En otros casos, sus intervenciones públicas o privadas fueron para proteger delincuentes, como en el caso del fundador de la Legión de Cristo, Marcial Maciel.
Las diferencias en el desempeño de ECA y NRC, por una parte, y de ECA y CAR, por otra, pueden observarse de manera más clara cuando se consideran las intervenciones que, en su doble condición de titular de la APM y presidente de la CEM (hasta 1983), adelantó ECA. La segunda presidencia de ECA en la CEM coincidió con un notable aumento tanto en la frecuencia, como la intensidad de las intervenciones públicas de ECA, de otros obispos mexicanos y de la CEM en su conjunto.29 Estas intervenciones fueron facilitadas por la sintonía que existía en ese momento entre la APM y la CEM, cuyo vocero desde 1980 era Genaro Alamilla Arteaga,30 obispo auxiliar de ECA, y también vocero de la APM.
No basta, por cierto, decir que ECA promovió a sus cercanos de presbíteros a obispos. NRC y CAR han promovido también a sacerdotes cercanos para hacerlos auxiliares o titulares de otras diócesis e incluso arquidiócesis. La clave, creo, está en que ECA se rodeó de dos equipos o grupos compactos y eficaces para transmitir un mensaje uniforme acerca de la necesidad de modificar la legislación mexicana en materia de relaciones Estado-Iglesia y atender la entonces emergente crisis de derechos humanos en la que todavía vivimos ahora, además de que esos equipos actuaron de manera ordenada y eficaz.
El primero de esos equipos era el que integraban los obispos auxiliares de ECA en la APM 31 y otro, el llamado Grupo Tampico, más amplio, pero igualmente importante, que involucraba a obispos cercanos a Corripio, entre los que -además de Alamilla- se encontraban Arturo Antonio Szymanski y Lorenzo Cárdenas Arregullín, entre otros.32 Es notable que en el primer equipo de ECA había por lo menos dos obispos que habían sido antes obispos titulares de una diócesis (Alamilla y Rovalo). Por ello, se puede argumentar que eran personas experimentadas, sea por sus fracasos (Rovalo) o sus éxitos (Alamilla). Además, había traslapes entre ambos equipos, el más notable Genaro Alamilla, junto con Carlos Talavera y Javier Lozano Barragán, quienes pasaron de ser auxiliares de ECA en la APM a obispo de Coatzacoalcos, Veracruz y a obispo de Zacatecas, respectivamente.33
Los equipos que rodearon a ECA en la APM y en la CEM se distinguieron por al menos tres factores. En primer término, el contexto de la relación Estado-Iglesia, que obligaba a los obispos a mantenerse unidos para evitar presentar flancos débiles de cara a la élite política que, todavía en los ochenta, era toda ella priísta y, en ese sentido, heredera de la clase política que había impuesto el modus vivendi de las relaciones Estado-Iglesia, configuración contra la que Corripio se manifestó abiertamente el 19 de septiembre de 1982, cuando dijo:
(Los obispos) no hemos sabido salir del estrecho rincón jurídico en que nos encerraron porque hemos dicho: “No vayamos a perder lo que tenemos; hay que ir poco a poco; el Estado ha sido tolerante; la Iglesia y el Estado tienen buenas relaciones; etc…” Yo no querría ofender a nadie, ni a mí mismo -declaró el Cardenal- pero la Iglesia lleva en México una vida vergonzante de la que no hemos podido salir, y para no salir hemos inventado fórmulas de pretexto para no tener actuaciones más vitales y exigentes, más osadas y evangélicas…
La situación del país se avizora muy conflictiva, retadora y problemática en gran manera, y al mismo tiempo promisoria en grandes acontecimientos ordenados a la reconstrucción de la nación en todos los niveles… Sin embargo, para lograr superar esto se requiere un cambio total (…) es necesario gente nueva, mentalidad nueva, vida nueva, proyectos nuevos y actuaciones nuevas… [30]
En segundo lugar, porque fue la generación de obispos que participó y debió desarrollar los cambios generados por el Concilio Vaticano II. Esos cambios no se limitaron a la liturgia; incluyeron cambios en la manera en que las diócesis se organizaban, así como en la relación con los laicos.34 Finalmente, en el debate público no había temas como el matrimonio de personas homosexuales, por lo que era más fácil que la CEM o la APM o los obispos en lo individual tomaran posiciones favorables a la democratización y al reconocimiento de los derechos humanos, sin necesidad de entrar -como es necesario hacer ahora- en discusiones acerca de los límites a la noción de derechos humanos.
ECA recurrió de nuevo al uso de los folletos en 1985. Lo hizo, por cierto, luego de que la CEM publicara uno que tuvo una difusión mayor que los de la APM de 1981-1982 sobre las elecciones federales de 1985 titulado A propósito de las elecciones. Orientación pastoral del Episcopado Mexicano. El 29 de septiembre de 1985, 10 días después del terremoto del 19 de septiembre, la APM publicó un folleto titulado Vamos juntos. Ante el desastre, ¿quién es mi prójimo? con teléfonos de contacto de ocho parroquias de la APM en las que se prestaba ayuda directamente a damnificados. Poco después se publicó un segundo folleto (sin fecha) con el mismo título, en el que se detallaban las tareas de ayuda a los damnificados hechas por las ocho vicarías de pastoral que existían en aquel entonces en la APM y en el que se ofrecía un curso para capacitar a promotores de apoyo y ayuda a damnificados. Estos últimos dos folletos se coeditaron con la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la CEM, es decir, Cáritas México. El primero de los folletos relacionados con el terremoto de 1985 es relevante, además, porque la reflexión sobre la realidad generada por el terremoto no la hace un obispo o presbítero de la APM, sino una monja, la hermana Patricia Henry, OSB. En el segundo, se reproduce un mensaje que Juan Pablo II envió a México en algún momento de 1985.35
Aunque el carisma personal, el llamado “don de gentes”, también es un factor a considerar para explicar las diferencias en el desempeño de los tres más recientes titulares de la APM, las diferencias en el desempeño de ECA y NCR y de éste con CAR no se pueden reducir sólo a ese factor. Son función, por una parte, del contexto de la legislación que regula las relaciones Estado-Iglesia, que trajo consigo cambios importantes desde 1992; de cambios en el “clima” político nacional, desde que el PRI perdió el control de la Cámara de Diputados en 1997 y que continúan ahora con la presidencia de Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, el factor más importante es el de la manera en que la iglesia entiende su papel de cara a sus fieles y a las autoridades, en México y más allá de nuestro país.
También es necesario considerar el peso que tienen los criterios, formales e informales, para seleccionar obispos, así como la manera en que cada generación de obispos y otros miembros de las élites de la religión construyen oportunidades para avanzar sus ideales. Esto es relevante, en función del contexto de la relación Estado-Iglesias y en función de otros criterios externos, pero lo es más cuando se consideran los patrones o criterios de reclutamiento y promoción de los presbíteros y la manera en que esos criterios se vinculan a las prioridades que dicta el papa a escala global. Ello, sin olvidar el tema de esas prioridades papales, como lo atestiguan las diferencias entre los papados de Joseph Ratzinger y Jorge Bergoglio. También es importante ver qué tipo de liderazgos laicales promueve capa obispo. Si el único criterio para que un laico tenga acceso al círculo cercano de colaboradores es el de que sea capaz de financiar los proyectos del obispo en turno, es difícil esperar vitalidad o imaginación en esa diócesis. Es importante tener claro que la legislación de la iglesia, el Código de Derecho Canónico, no ha sufrido cambios importantes en materia de selección de obispos, en los últimos 100 años. A pesar de ello, sí es posible encontrar diferencias entre, por ejemplo, los obispos promovidos por Francisco y los que promovieron Juan Pablo II y Benedicto XVI.36
En México, o en cualquier otro país, es necesario recordar el análisis hecho, a finales del siglo pasado, por Andrew Greeley [1972: 110 y ss] al considerar la manera en que se seleccionan los obispos en EUA.37 La clave para Greeley es que la curia romana, el nuncio (o delegado), la conferencia de obispos, en México la CEM, entre otros actores, son determinantes al dar forma al desempeño, a las decisiones y a las opciones y preferencias de los obispos. Los obispos, en más de un sentido, reflejan, de manera imperfecta, las prioridades fijadas por Roma. No sólo las del papa en turno, sino las de la secretaría de Estado y, en el caso de América Latina, las de la Pontificia Comisión para América Latina, además de las de las conferencias de obispos de cada país, que no siempre se alinean con el Evangelio, con los mejores intereses de la Iglesia o con el bien común de los católicos.38
Esa alineación, siempre imperfecta y conflictiva, de las prioridades de esos actores internos de la Iglesia es, en mi opinión, el factor que explica los cambios que ocurren tanto en el nombramiento de los titulares de las diócesis de cada país, como la definición de la manera en que se aterrizan o concretan las indicaciones y señalamientos que el papa hace. Esa alineación imperfecta, reflejo del Complexio Oppositorum que es la Iglesia, contribuye a explicar también las trayectorias seguidas por ECA, NRC y CAR, junto con - desde luego- la manera personal en que cada uno de ellos ejerció o ejerce sus facultades como titular de la APM. También ocurren excepciones o anomalías a los patrones observados. Es el caso de la promoción al episcopado del dominico Raúl Vera, el actual obispo de Saltillo, Coahuila. También explica los casos que mejor reflejan las preferencias del papa en turno, el nuncio y la curia, como Onésimo Cepeda, que pasó de ser un sacerdote de vocación tardía en Cuernavaca, a obispo de Ecatepec durante el pontificado de Juan Pablo II. Que se citen esos dos casos de obispos en las antípodas ideológicas de la CEM de los noventa y la primera década de este siglo, no es casual. Es reflejo de lo contradictorias que pueden ser las alineaciones de los intereses del papa, la Secretaría de Estado, la pcal y la CEM al nombrar a uno o varios obispos. Es una idea de la Iglesia como Complexio Oppositorum o complejo de opuestos, originalmente desarrollada por Karl Schmitt al dar cuenta del catolicismo de principios del siglo XX. La idea central es que el catolicismo admite, de manera casi única, comparada con otras “formas” sociales, la coexistencia de polos opuestos, de posiciones ideológicas, políticas y programáticas contradictorias en su seno [Soriano-Núñez 2009: 29 y ss, Schmitt 1996: 7 y ss].
¿Y AGUIAR?
En este punto conviene discutir con algún detalle las diferencias que marcaron el desempeño de NRC respecto de CAR. Una característica que hermana a NRC y CAR es que ambos fueron promovidos al episcopado ya durante la gestión de Girolamo Prigione, primero como delegado apostólico, en el caso de NRC en 1985, y luego como nuncio apostólico, en el ocaso de su estancia en México, en el caso de CAR, en 1997.39 ECA fue, en cambio, uno de los primeros nombramientos que cayeron bajo la responsabilidad de Guglielmo Piani, el salesiano que, desde 1948, actuó como una suerte de “subdelegado” apostólico en México,40 bajo la égida (al menos en el plano formal) del estadunidense George Joseph Caruana41 que, desde 1925 y hasta 1951, ostentó el cargo de delegado apostólico en México.42
Las carreras de ECA y CAR antes de llegar a la APM son más similares que la de NRC. De manera notable, ECA y CAR tuvieron la oportunidad de ser obispos y arzobispos en otras ciudades antes de llegar a la APM. ECA en Tampico, Oaxaca y Puebla, y CAR en Texcoco y Tlalnepantla. En otras palabras, mientras que la capacidad de ECA y CAR ya había sido probada en la administración de una arquidiócesis, la de NRC estuvo marcada por los conflictos ya referidos en Tehuacán, sin que se probara en otra arquidiócesis antes de la APM. De ahí que la mayoría de los analistas expliquen la llegada de NRC a la APM más como reflejo de su cercanía con Prigione, e incluso como un pago por el cierre del Seresure, que como un reconocimiento de su capacidad. Además, como se puede ver en el cuadro 1, antes de llegar a la APM tanto ECA como CAR habían sido ya presidentes de la CEM. NRC nunca detentó ese cargo.
El que NRC nunca haya alcanzado el reconocimiento de sus pares, los obispos mexicanos, deja ver que, más allá de las evaluaciones que periodistas, analistas o académicos podamos hacer del carácter y el estilo de NRC, incluso si uno olvida otras categorías de análisis, el resto de la jerarquía mexicana lo veía -por lo menos- como menos capaz para ejercer la máxima posición de liderazgo de los obispos en México. Tanto ECA como CAR alcanzaron la presidencia de la CEM sin ser, al mismo tiempo, arzobispos. Lo hicieron desde las diócesis de Tampico y Texcoco y, en el caso de ECA, sin contar con el respaldo de políticos, como ha sido el caso de CAR, cuya cercanía con la élite política del Estado de México, ha sido documentada en la prensa política y del corazón.43
Presidente | Cargo durante su gestión | Periodo |
---|---|---|
Octaviano Márquez Toriz | Arz. de Puebla | 1955-1961 |
José Garibi Rivera | Arz. de Guadalajara | 1961-1964 |
Octaviano Márquez Toriz | Arz. de Puebla | 1964-1967 |
Ernesto Corripio Ahumada | Ob. de Tampico-Arz. de Oaxaca | 1964-1972 |
José Salazar y López | Arz. de Guadalajara | 1972-1980 |
Ernesto Corripio Ahumada | Arz. de México | 1980-1983 |
Sergio Obeso Rivera | Arz. de Xalapa | 1983-1989 |
Adolfo Suárez Rivera | Arz. de Monterrey | 1989-1994 |
Sergio Obeso Rivera | Arz. de Xalapa | 1994-7 |
Luis Morales Reyes | Ob. de Torreón | 1997-2003 |
José Guadalupe Martín Rábago | Ob. de León | 2003-2006 |
Carlos Aguiar Retes | Ob. de Texcoco-Arz. de Tlalnepantla | 2006-2012 |
Francisco Robles Ortega | Arz. de Monterrey- Arz. de Guadalajara | 2012-2018 |
Rogelio Cabrera López | Arz. de Monterrey | 2018 - ? |
Fuente: Elaboración propia a partir de Soriano-Núñez [1999: 311] y “Conferencia del Episcopado Mexicano”, disponible en <http://www.gcatholic.org/dioceses/conference/072.htm>.
Además de su participación en esas bodas, durante su gestión como arzobispo de Tlalnepantla se publicaron reportes de prensa que hablaban del pago de salarios de personal de esa arquidiócesis por parte del gobierno del Estado de México, a cargo en ese momento del ya citado Ávila [23]. A pesar de esos problemas CAR se distingue de NRC porque eludió centrar su mensaje en el tema de los matrimonios civiles de personas homosexuales, así como porque nunca ha cuestionado la autoridad del papa Francisco para convocar y organizar los sínodos de obispos de la manera que el obispo de Roma prefiera, entre otros asuntos en los que el antiguo obispo de Texcoco ha mostrado mayor inteligencia, menor dogmatismo y, sobre todo, mayor respeto por las estructuras jerárquicas de la iglesia, rubro en el que la posición de NRC permanecerá -quizá para siempre- como un misterio y una paradoja. ¿Cómo es que quien mató al Seresure, en nombre de la autoridad, disputara la autoridad del papa Francisco para convocar y organizar el Sínodo de Obispos de 2014 a 2015, aunque luego se retractara del cuestionamiento?
A MANERA DE CONCLUSIONES
Para entender mejor las diferencias en el desempeño de ECA, NRC y CAR como titulares de la APM y el tipo de relaciones que trabaron habría que pensar en ECA como quien impulsó el aggiornamento de la APM. No es que Miguel Darío Miranda se hubiera opuesto a ese aggiornamento. Darío Miranda cumplió con las formas del proceso, especialmente en lo que hizo al abandono del rito tridentino y la adopción del español como lengua para la celebración de los sacramentos. El problema con Darío Miranda -si uno observa los conflictos que enfrentó su gestión a finales de los sesenta y principios de los setenta- es que a pesar de su vinculación temprana con la pastoral social,44 nunca estuvo dispuesto a llevar las hipótesis de esa pastoral social a sus consecuencias lógicas.45 Nunca quiso movilizar las bases del catolicismo. Ello implicaba tener algún grado de confianza en los laicos y en el bajo clero, en su capacidad para decidir de manera autónoma, y en no esperar el visto bueno de la jerarquía que, temerosa de la posible reacción de la clase política, se desvivía por evitar cualquier conflicto. ECA no fue - en modo alguno- un revolucionario, pero estuvo dispuesto a confrontar los excesos de la clase política y a disputar la calle y la interlocución a otras organizaciones, como lo demuestra la rapidez con la que ECA entendió que el terremoto de 1985 ofrecía una oportunidad única para redefinir la actuación pública de la Iglesia.
Al mismo tiempo, quizás sería necesario pensar en NRC como el arzobispo que intentó construir, de la mano del PRI, un nacional catolicismo que lejos de movilizar a las bases católicas las domesticó y anestesió, pues creía que era él quien debía decidir qué temas ameritaban o no la movilización. Al actuar así, NRC vació al catolicismo de su contenido ético, de su pluralidad e hizo más difícil su inserción popular, su encarnación, podría decir un teólogo. Esto fue así en la medida que elitizó y clericalizó todavía más a una estructura ya elitizada y clericalizada como la APM, a lo que debe agregarse su lamentable desempeño en el tema de los abusos sexuales, que hizo que se confiara todavía menos en él y sus cercanos. Y es que, además de proteger a Maciel, que siendo grave era casi inevitable dado que Maciel contaba con padrinos poderosos en la nunciatura, la secretaría de Estado y el papado mismo, NRC intentó una reconstitución de las relaciones jerárquicas en el seno de la Iglesia, que acentuaron los tonos de por sí autoritarios de su manera de entender a la Iglesia, al centralizar -como ya hemos visto- la formación del clero excluyendo y hostigando, a quienes no pensaran como él, mientras defendía públicamente a Maciel. La centralización fue más grave en la medida que contradecía la pluralidad de los carismas, así como actuar según los principios, del Concilio Vaticano II de colegialidad y la sinodalidad. Además, hizo suyo el modelo de teología de la prosperidad que Maciel importó a México. Al actuar así, NRC le apostó a construir un arreglo Iglesia-Estado que, sin ser un retorno a 1856, impidió que México reconociera, por ejemplo, los derechos de las personas homosexuales a formar familias reconocidas por las leyes civiles, que resulta chocante dada su relación con alguien como Maciel.
Entre ECA y la CEM fue posible observar una comunidad de propósitos y de medios, para ampliar sus derechos, más evidente cuando ECA fue titular de la APM y presidente de la CEM simultáneamente (1980-1983). Su liderazgo fue ampliado por su habilidad para construir equipos articulados y aprovechar la crisis que planteó el terremoto de 1985. En cambio, entre NRC y la CEM lo que hubo fue una comunidad y una lógica de silencio.46 Esa lógica del silencio, fue acentuada por decisiones como la publicación de Apostolos Suos. 47