Ya verán lo que es bueno y lo que van sentir nada más que se junten el Señor de las Maravillas y el Niño Doctorcito de los Enfermos en nuestra querida ciudad.1
Introducción
Desde el mes de febrero del año 2019 se comenzó a anunciar por los medios de comunicación tanto impresos como electrónicos la visita del Niño Doctor a la ciudad de Puebla que, además, participaría en la procesión del Viernes Santo, realizada en el centro histórico de la mencionada ciudad desde el año de 1992. En los días anteriores a la procesión, los medios de comunicación electrónicos, en especial la televisión, la radio y las redes sociales, así como algunos medios impresos de manera reiterada mencionaban la visita de la pequeña escultura infantil sagrada a la ciudad de Puebla y sería recibido en el templo jesuita de la “Compañía”, también conocido como “templo del Espíritu Santo”, para participar en la procesión señalada, al lado de las esculturas sagradas que participan en la mencionada y tradicional evento religioso.
Si la procesión del Viernes Santo que se realiza en la ciudad de Puebla desde hace 28 años ha tenido un prestigio significativo en el ámbito nacional debido al número de participantes y a la espectacularidad del evento, como lo reportan los medios electrónicos (varios canales de televisión abierta y de paga así como estaciones de radio), las publicaciones impresas como Milenio (2019), el Sol de Puebla (2019), El Popular (2019), La Jornada de Oriente (2019),2 el evento religioso procesional del año 2019 sería una de las más significativas en México y América Latina, no solamente por el número de participantes sino por la participación del Niño Doctor en dicha procesión. Esto implicaría el aumento de participantes, pues la propia entidad sagrada infantil llegaría con su propio contingente más los devotos y seguidores que harían presencia en la ciudad. De acuerdo con la información que he obtenido en campo, tanto el Señor de las Maravillas3 como el Niño Doctor de los Enfermos4 son las entidades sagradas más populares en el estado de Puebla y de su ciudad capital por ser las más milagrosas y eficaces, además, se manifiestan en eventos religiosos de carácter popular como peregrinaciones, elaboración por parte de los creyentes de rituales y actos de piedad, así como ofrendas y venta de parafernalia religiosa diversa, entre otras cosas.
En este texto, interesa interpretar un sistema de símbolos religiosos de carácter público que se dan en el contexto ritual de la llamada procesión del Viernes Santo en la ciudad de Puebla en el año 2019 con la participación de un numen no tradicional ni originario de la ciudad capital, pero proviene de una pequeña localidad del centro de la entidad federativa poblana y junto con una entidad sagrada de la capital, la procesión del mencionado día adquirió un significado muy importante en términos culturales y religiosos para Puebla. En este trabajo se va a entender por procesión y/o ritual de la procesión lo siguiente:
[…] exhibición sagrada, veneración y elogio, recepción de la gracia y el favor divinos. Son, a la vez, maneras de mostrar, dar, recibir y trasladar en el espacio de un modo simbólico”. [Dicho espacio, con sus rutas en donde se realiza la exhibición,] “[…] la gente camina, medita, reza […] y eleva cánticos. Es un movimiento ritual en el espacio […]” [que representa simbólicamente el centro de lo religioso, pero allí también se ubica el poder político, en donde] “Las actividades típicas que se desarrollan son […] caminar, transportar, mostrar, ver, rezar, cantar y ser visto”. [En este acto ritual,] “[…] no hay una meta geográfica sino una actividad simbólica que es su propia razón de ser […], y tiene una ruta circular [Grimes 1981: 48-57].
Dicha expresión ritual se realiza en las calles del centro histórico de la mencionada ciudad. Se identificará a la procesión del Viernes Santo en la ciudad capital del estado poblano como un ritual de carácter público en el sentido como lo sugiere Grimes [1981: 35-37], ya que implica a toda la ciudadanía y no restringe su influencia a los participantes de una religión particular, además en dicho evento participan las autoridades municipales de Puebla, representantes de otros sectores civiles junto con las autoridades eclesiásticas y hasta académicos. En este tipo de rituales los participantes tienden a evitar todo escrutinio de los símbolos que ocultan contradicciones sociales y religiosas para insistir en la simplicidad y obviedad de su significado.
Interesa presentar un pequeño análisis de algunos de los significados que se produjeron por la presencia de la pequeña escultura del Niño Doctor de los Enfermos en la capital de Puebla. Como ya se dijo, es la primera ocasión cuando la entidad sagrada infantil sale del templo de San Francisco de Asís de la pequeña ciudad de Tepeaca de Negrete; es también la primera vez que se presenta en la ciudad poblana para participar en la procesión del Viernes Santo.
Este texto es un ejercicio antropológico donde el dato etnográfico será significativo para comprender un evento contemporáneo de tipo urbano, sucedido en la ciudad capital del estado de Puebla y que se apoyará con algunos acercamientos conceptuales en torno a las nociones de lo liminal y el drama social, principalmente.
Tiempo, lugares sagrados y liminalidad
El Viernes Santo en la ciudad de Puebla se ha convertido en un evento cultural y religioso hasta tocar lo espectacular en el sentido como lo refiere Duvignaud [1970], donde el espectáculo ha sido siempre una dramatización de la sustancia social, con sus creencias, pulsiones, actitudes más o menos establecidas. En ese día se despliega, en efecto, una cantidad significativa de personas que se ubican principalmente en las banquetas de las calles por donde desfilará la procesión de las esculturas santas que ese día salen de sus templos para lucir sus ropajes, joyas y adornos, acompañadas por los contingentes respectivos, ataviados con vestimentas uniformes y alguna parafernalia distintiva colocado en los brazos y cuellos donde varios de ellos cargan en andas adornadas a las esculturas sagradas.
Por lo regular, el comportamiento de los miembros de los contingentes que acompañan a las entidades sagradas durante la procesión es muy normativo tanto en su caminar como en sus gestos y movimientos corporales, además, contrasta con el comportamiento de los observadores apostados en las banquetas, que en varios momentos de la procesión se expresan con cantos, porras, oraciones, plegarias y otras manifestaciones menos normativas y más creativas. Obviamente, el acto ceremonial de la procesión es también atractivo para el turismo nacional y extranjero porque, a pesar que los contingentes marchen atrás de su entidad sagrada cantando y rezando con el objetivo de prestar testimonio, sus acciones se secularizan a los ojos de los espectadores [Grimes 1981: 57].
Según algunos autores que han escrito sobre los antecedentes de las actividades rituales en el Viernes Santo en la ciudad de Puebla [Zambrano 2019; Martínez, Kassandra 2019 y Merlo 2001] se remontan desde la época virreinal, pues había una serie de actos rituales que conformaban un sistema de procesiones iniciadas desde el Domingo de Ramos, donde transportaban en andas a las imágenes más veneradas. Eran los franciscanos quienes organizaban dichas procesiones y los fieles salían de la Puerta de San Cristóbal, hoy el atrio de catedral, pasaban por el templo de la Compañía, luego por el templo del hospital de San Pedro, Santo Domingo y el templo de Santa Catarina. En la época de la Reforma esas actividades se suspendieron y es hasta el año de 1992 cuando se restableció la procesión. Desde esa época y hasta el año del 2018 han participado en la procesión del centro histórico de la capital poblana cinco esculturas sacralizadas.
La periodista Verónica Aburto [2019] hace una acertada caracterización de cada una de las esculturas y citamos su descripción aparecida en Tribuna Noticias:
La Virgen Dolorosa del templo del Carmen. [Es una] obra del siglo XVIII (atribuida a José Villegas Cora) muestra la calidad de los imagineros poblanos de esa época, como las facciones y expresiones. Se encuentra en la capilla de Santa Teresa del Templo del Carmen. No es una imagen de cuerpo completo, son solo el rostro y las manos las que están montadas en una estructura de tamaño natural con lo que la imagen alcanza un peso de aproximadamente 40 kilos. Nuestra Señora de la Soledad. Es de factura sevillana de finales del siglo XVII. Desde su arribo despertó gran devoción al grado de que dio origen a su magnífico templo y al convento anexo de religiosas carmelitas descalzas.
Jesús de las Tres Caídas. Se venera en el Templo de Analco y la leyenda afirma que cuando estaba siendo tallada, el escultor no permitía ninguna presencia, salvo un ciego. Cuando estaba concluida el ciego le pidió al maestro tocar el rostro de la imagen, recuperando la vista de inmediato. El milagro la hizo de una gran popularidad y devoción. Esta imagen fue entronizada por el propio Juan de Palafox y Mendoza, procesiona con sus ornamentos de plata originales: corona de espinas, dogal y potencias, mismas que se mantuvieron durante mucho tiempo bajo resguardo de una familia del barrio que las protegió durante la época de la Reforma y entregó nuevamente a la parroquia cuando la imagen fue incluida en la actual procesión.
Jesús Nazareno del templo de San José. Es una imagen de finales del siglo XVI. Su escultor Jerónimo Rodríguez fue aprehendido por la inquisición, logrando que su imagen fuera al Tempo de San Pedro, donde empezó su veneración. Las autoridades decidieron trasladarlo a la parroquia de San José, donde dio lugar a la Cofradía de Nazarenos, que es la más antigua de la ciudad.
Señor de las Maravillas. Es hoy quizá, la imagen más venerada de la ciudad. [Está bajo la responsabilidad de] las religiosas agustinas [del templo de] Santa Mónica, [ubicado en una zona muy popular del centro histórico]. El contingente que la acompaña […], es el último en la procesión al ser el más numeroso del cortejo.
[Se agrega a esta descripción el] Cristo de la Expiación del templo del Carmen, esta imagen no procesiona, preside desde el altar colocado en el atrio de catedral, la ceremonia litúrgica así como la salida y regreso de las imágenes.
De esta manera, la procesión del Viernes Santo del año 2019, donde participó por primera vez el Niño Doctor, adquirió un significado notable, pero, por motivos de la pandemia por COVID-19, no se ha llevado a cabo dicha procesión y se carece, por obvias razones, de elementos comparativos porque se planteaba, en esos tiempos, la posibilidad de repetir el evento en los siguientes años.
Antes de la llegada del Niño Doctor la atención se ponía principalmente en el espacio del Zócalo de Puebla y las calles aledañas, sin embargo, con su presencia se creó otro espacio que también atrajo la atención de los creyentes, el llamado Templo de la Compañía. Ambos se convirtieron en espacios más significativos del Viernes Santo en la cosmovisión de los creyentes para el año 2019, fue la primera ocasión cuando participa el Niño Doctor. Como dice Duvignaud [1970: 15]: “Y todo organiza este aspecto ceremonial: la solemnidad del lugar (sin la cual la credibilidad se vendría abajo), la separación entre el público profano y los actores aislados en un mundo estrecho semejantes a un universo sagrado […]”.
Con los elementos ya expuestos nos abocaremos a plantear un breve marco conceptual para comprender el significado de la visita del Niño Doctor de los Enfermos y su participación en la procesión de la Viernes Santo, éste puede considerarse como un drama social y retomo el apunte de Díaz [2014: 62-63] al respecto para efectos de definición y caracterización:
El concepto de drama social [se utiliza] para describir […], procesos sociales, a saber, situaciones en crisis, conflictivas o no armónicas. Para Turner los dramas sociales son una unidad de descripción y análisis de procesos sociales en conflicto, esto es, de puesta en juego, operación y exposición de relaciones de poder. […]. La noción de drama social se propone revelar, describir y analizar el carácter multidimensional de la vida: las contradicciones estructurales, las inconsistencias de y los conflictos entre las normas, los grupos, hombres y mujeres, las diferentes interpretaciones que todo conflicto necesariamente suscita, la forma en que se expresan las continuidades y cambios en las relaciones de poder, los modos en que se ventilan los intereses divergentes […]. El drama social se propone también revelar el carácter individual, el estilo personal, la destreza retórica, las diferencias morales y estéticas, las narrativas en competencia que en él se van enunciando, la toma y ejecución de decisiones, la instrumentación de estrategias en situaciones conflictivas. […]. En los dramas sociales el clima emocional de los actores es intenso, “está impregnado de tormentas, relámpagos, corrientes de aires cambiantes”.
Desde esta perspectiva se plantea como hipótesis de trabajo que el Viernes Santo en la ciudad de Puebla es efectivamente un acto religioso expresado en un ritual de procesión pero manifiesta, en términos simbólicos, un drama que presenta un conflicto, cuando menos, entre dos formas de comprender las creencias católicas; por un lado, las creencias y prácticas religiosas provenientes de la institución eclesiástica; por otro lado, las creencias y prácticas religiosas, producto de la iniciativa y creatividad de los creyentes. Los primeros son los que desfilan atrás de las autoridades religiosas y civiles, así como de cada una de las esculturas sagradas exhibidas en la procesión. Los otros son las religiosidades expresadas por los creyentes que están colocados en las banquetas y funcionan como observadores pero, en realidad, expresan una serie de formas no normativizadas ni controladas por alguna institución.
Las creencias y las prácticas religiosas normativizadas están controladas por las autoridades religiosas donde también se someten algunos de los laicos que forman parte de los contingentes de cada una de las esculturas en la procesión y que se expresan por la uniformidad de su caminar, sus oraciones, cantos, vestimentas y el orden al marchar en la procesión, pues el cuerpo está muy controlado a unos cuantos movimientos y solamente los gestos faciales son los únicos que pueden mostrar el cansancio, el fastidio y el impacto de las condiciones climáticas de la época; por otro lado, un conjunto de religiosidades más dinámica y heterogénea donde lo normativo poco tomado en cuenta por los creyentes, a pesar que esas religiosidades producidas por los creyentes, ubicados en las banquetas, son, de alguna manera, toleradas por la institución eclesiástica. La producción litúrgica y ceremonial sigue otros guiones, producto de la propia creatividad de los creyentes. El cuerpo de estos devotos, por ejemplo, no está atado ni controlado por una serie de disposiciones dictadas desde la institución, son quienes expresan corporalmente otro tipo de ideas e interpretaciones en relación con sus creencias.
Ahora bien, por ser la primera ocasión cuando participó la pequeña escultura del Niño Doctor en la procesión del Viernes Santo en Puebla, las autoridades municipales tuvieron que controlar y cerrar más calles al tráfico vehicular debido a la salida de la entidad sagrada con una especie de peregrinación para llegar a una hora conveniente al centro histórico de Puebla y participar en la procesión. Si antes se cerraba el Zócalo poblano y varias calles aledañas al tráfico vehicular, en esa ocasión el radio de control de los espacios públicos se amplió. Esas acciones que realizaron las autoridades municipales en los espacios públicos estuvieron acordadas y coordinadas por las autoridades de la arquidiócesis de Puebla y del párroco de la iglesia de San Francisco de Asís de Tepeaca, es decir, autoridades civil y religiosa se unieron para realizar el evento.
Desde que sale la escultura infantil de su lugar de origen, se cierra una de las calles principales del centro histórico hasta el cruce con el Boulevard 5 de Mayo, lugar de los más importantes de la ciudad capital poblana; sobre esta vialidad los agentes de tránsito municipal tienen especial cuidado en la fluidez y control del tráfico, al mismo tiempo los oficiales de tránsito están a la espera “del visitante”. Desde que entra la escultura infantil al boulevard el despliegue de la peregrinación es muy espectacular porque, además de la compañía de un significativo contingente, la organización es muy uniforme y estética. Es notable la presencia de la institución eclesiástica sobre el contingente que entra al primer cuadro de la capital poblana flanqueando y acompañando al Niño Doctor. Aunque no existe mucho control de los creyentes que van llegando para dar la bienvenida a la escultura infantil en el templo del Espíritu Santo, éstos ya inician una serie de manifestaciones de carácter más popular como cantos, porras, gritos y vivas de júbilo, en contraste con la formación tan uniforme que expresa el contingente acompañante de la escultura infantil. De manera paralela, en otros lugares del centro histórico se están preparando a las otras esculturas para la procesión. En el Zócalo poblano la gente ya comienza a llegar, algunos ya apartaron su lugar con una silla, botes de plástico y algún otro objeto que indique la delimitación de un lugar en el espacio de las banquetas; algo parecido sucede en las calles aledañas, pero el acceso al atrio de la catedral es restringido, solamente se deja pasar a los periodistas que traen un gafete de identificación, a las autoridades eclesiásticas, civiles y a otras personas.
La situación anteriormente descrita indica, utilizando las herramientas sugeridas por Turner [1980 y 1988], un proceso de liminalidad que va aumentando conforme pasa el tiempo. Esto quiere decir que el tiempo adquiere, a partir de la llegada del Niño Doctor a la ciudad poblana y hasta el término de la procesión, un significado especial; de manera similar sucede con los espacios, ya que tanto el Zócalo como las calles por donde pasará la procesión, además del templo del Espíritu Santo, donde está aguardando por unas horas al Niño Doctor, así como la calle por donde será trasladado hasta el atrio de la catedral. Todos esos espacios y los tiempos adquieren un significado especial porque junto con las personas se comienza a construir un modelo momentáneo de estar en el mundo, como señalan Alfayé y Rodríguez-Corral [2009: 107]:
Liminalidad ha sido definida por Turner […], como una [zona social situada entre ellos y entre poderosos sistemas de significado]. El espacio liminal es un lugar que separa dos espacios ontológicamente diferenciados y que, por su naturaleza mediadora entre diferentes lugares vividos, es un [espacio ponderado…], un lugar donde se concentra una gran cantidad de significados y donde entran en contacto esferas diferenciadas y en ocasiones opuestas, lo que lo convierte en un “espacio de ansiedad” para la comunidad, especialmente notable en sus puntos de ruptura (vanos, entradas), objeto-espacios transicionales que materializan “todo un cosmos de lo entreabierto”[…]
De esta manera, tanto los miembros de los contingentes de cada escultura sagrada que desfila en la procesión como la gente que se coloca en las banquetas de las calles por donde circula el evento adquieren un significado diferente. Cabe señalar que también se puede identificar a diferentes personas situadas en los balcones de sus viviendas, son parte de los espectadores quienes también expresan de variadas formas sus sentimientos religiosos por medio de rezos y cantos, algunas personas, desde lo alto, arrojan pétalos de flores, papelitos multicolores o confeti cuando pasan los contingentes con las esculturas sobre la calle.
A mi parecer, se está en un proceso de conformación de la liminalidad en donde unos y otros (a las personas de los contingentes y a las que están como espectadores) se da una igualdad simbólica en general porque, de alguna forma, todos son creyentes y devotos de las esculturas sagradas sin importar en esos momentos las posiciones estructurales de los participantes, en un espacio específico que se acerca a lo sagrado. Por lo indicado, me parece acertado considerar a la procesión del Viernes Santo en la ciudad de Puebla siguiendo a Geist [2005: 9]:
[…] es un ritual y una práctica constitutiva y constructiva que organiza el mundo significante y, con ello, instituye un espacio y crea una figuración particular del tiempo. Se parte de la premisa de que esta construcción se funda en el mundo de vida, la cual plantea la necesidad de trazar líneas que muestran cómo a partir de este mundo de vida, se figuran el espacio y el tiempo.
En este sentido, el espacio se puede definir como aquel que “[…] comprende el conjunto de relaciones, en todos sus aspectos materiales e ideales, establecidas por una sociedad, en un tiempo dado, entre todas las diferentes realidades sociales” [Lussault 2015: 51].
El niño doctor en la ciudad de puebla5
Aunque el anuncio de la llegada del Niño Doctor de los Enfermos a la ciudad capital del estado de Puebla era como a las 9:00 horas de la mañana, directo al templo de La Compañía, algunas personas responsables del recibimiento del visitante me comentaron que llegaría un poco después. Asistí al templo unos minutos antes de las 9:00 am; al interior del templo estaba terminando una celebración litúrgica y había aproximadamente como unas 100 personas repartidas entre las 85 bancas, donde por cada banca caben entre seis y siete personas, unas seis personas estaban de pie en varios lugares de la nave.
De acuerdo con Merlo [2001], el templo del Espíritu Santo fue consagrado en el año de 1600 en su primera etapa de construcción, luego fue reedificado, segunda etapa, y bendecido en el año de 1767, pocos meses antes de la expulsión de los jesuitas. Desde 1888 y los noventa años siguientes estuvo bajo la responsabilidad de la Compañía de Jesús, luego pasó a la administración del arzobispado.
En el espacio que cumple las funciones de atrio para el templo o de plaza para el edificio Carolino de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) está colocada la base donde se colocará a la pequeña escultura del Niño Doctor, que se cargará en andas; es una estructura de varios materiales como madera, piezas metálicas y plástico, cubierta por telas blancas y que ya estaban adornando cuatro mujeres y dos hombres con flores diversas de color blanco. En intervalos de 30 minutos aproximadamente dos oficiales de la policía municipal llegaban y platicaban con dichas personas, pero también se incorporaban otras dos personas en donde intercambiaban información sobre la llegada de la escultura infantil. Los oficiales, después de entrevistarse con la gente que adornaba, se recorrían a la esquina inmediata por donde llegaría el visitante y se comunicaban por radio y teléfono celular con los otros oficiales encargados del operativo vial. Conforme avanzaba el tiempo, se incorporaban otras personas para apoyar en el adorno de la base y llegaban más flores para la ornamentación. Al mismo tiempo llegaba más gente al espacio frente al templo, los cuales se apostaban en los muros del edificio Carolino, el Hotel Colonial frente al edificio anterior universitario; también más gente se introducía al templo para ocupar un lugar y poder ver más de cerca a la pequeña escultura.
Por fin, 15 minutos antes de las 10:00 horas el contingente dio la vuelta a la avenida Juan de Palafox y Mendoza, procedentes del Boulevard 5 de Mayo, encabezados por cuatro motociclistas del municipio poblano, luego una escolta de mujeres con vestimentas azules (falda, saco y blusa blanca), al frente iba una de ellas con el incensario y otra más con la naveta, tres de ellas cargando un asta donde la del centro llevaba una cruz procesional y las otras dos portaban una veladora con cubierta roja, les sigue el sacerdote con vestimentas rituales (alba, cíngulo y estola), rodeado por una cadena humana de un nutrido grupos de personas de ambos sexos, vestidos impecablemente de negro y blanco, las mujeres llevaban velo y rodeaban al vehículo que transporta a la estatua del Niño Doctor de los Enfermos, el cual estaba cuidado por otro sacerdote. Después seguía el contingente de acompañantes, quienes vestían de manera uniforme y semejante a los que conforman la cadena humana. La mayoría de las personas que conformaban la cadena humana y el contingente portaban un distintivo tipo escapulario de color rojo con inscripciones doradas que colgaba en el cuello y daba al pecho y a la espalda. Conforme el contingente avanzaba de manera lenta sobre la avenida Juan de Palafox se incorporaba la gente que ya estaba esperando en las banquetas para ver pasar el contingente. A un costado del templo del Espíritu Santo hizo alto total la columna y de manera pausada, con mucho cuidado y reverencia, sacaron a la pequeña estatua infantil del interior del vehículo para trasladarla al templo mencionado, mientras tanto, la gente que iba detrás del contingente y la que estaba esperando en el espacio, frente al templo, aplaudían de manera espontánea y lanzaban porras, vítores y gritos por la presencia del Niño Doctor en la capital del estado poblano.
La estatua portaba un ropaje de color rojo y adornos dorados cubierta por una cápsula de cristal colocada en una base, adornada con flores blancas para luego ser cargada en andas. En una especie de procesión fue acompañado de cantos y porras hasta introducirse en el templo y ser colocado en el altar principal. La estancia en el templo de la escultura infantil fue de casi 30 minutos. Después de un largo periodo de aplausos y porras por parte de la gente que abarrotaba el templo jesuita, el sacerdote del templo de Tepeaca y responsable del Niño, así como la autoridad principal del templo anfitrión hablaron a la gente. El primero explicó y expuso las características milagrosas de la entidad infantil; el segundo agradeció la visita tan distinguida a la ciudad, ya que colmó de bendiciones a los creyentes y les proporcionó muchas esperanzas en los diversos aspectos de su vida. Antes del mediodía, la escultura y un contingente junto con una gran fila de personas salieron del templo de La Compañía en otra pequeña procesión para dirigirse al atrio de la catedral poblana sobre la calle Juan de Palafox y Mendoza, con la tarea de abrir y encabezar la procesión del Viernes Santo desde el mediodía.
La ruta de la procesión seguía la misma que desde hace muchos años, en un recorrido de casi un kilómetro ante la admiración, porras, cantos, gritos eufóricos, globos, confeti y papeles de colores que la gente que estaba en las banquetas a lo largo del recorrido realizaba al paso de las esculturas santas siguiendo la misma formación, sólo que ahora es encabezada por el Niño Doctor de los Enfermos y cerrada, como ya es costumbre, por el Señor de las Maravillas. También, por tradición, desde hace 28 años van en la procesión la Virgen de los Dolores del templo del Carmen; Jesús de las Tres Caídas, de la Parroquia de Analco; la Virgen de la Soledad, del templo del mismo nombre y Jesús de Nazareno de la Parroquia de San José.
Cabe ilustrar este momento con un mapa, el recorrido de la procesión que se realizó por una de las calles principales —Prolongación Reforma de la Catedral hacia el poniente y Juan de Palafox y Mendoza también de la catedral hacia el oriente— del centro histórico de Puebla y casi todas las calles que rodeaban a la vialidad mencionada, se cerraron para la circulación. El mapa utilizado muestra el contexto religioso, económico, comercial, cultural y de entretenimiento principalmente del centro histórico poblano.
En esta ocasión fue notable cómo las esculturas que encabezaron y cerraron la columna de la procesión eran las más vitoreadas y a las que se les hacían más actos de júbilo, admiración, porras, oraciones, vivas y se les arrojaba más confeti y papeles multicolores. Cabe destacar la presencia más significativa en los diferentes lugares del recorrido de personas en sillas de rueda, con bastón o muletas, personas de la tercera edad, niños; así como la venta de estampas alusivas a las esculturas procesionales, destacando las del Niño Doctor y la del Señor de las Maravillas. También era notable la presencia de personas que cargaban pequeñas esculturas del “Niño Dios” en canastas y contenedores diversos, adornadas de diferente forma por mujeres, hombres, jóvenes y niños, así como por grupos familiares; incluso la presencia de varias personas cumpliendo promesas, regalaban estampas, llaveros y diversa parafernalia con las imágenes del Niño Doctor y del Señor de las Maravillas principalmente.
La entidad sagrada que cerró la procesión poblana fue de las más populares y la que tenía más devotos en el estado de Puebla, incluso fuera de la entidad; también en popularidad, la entidad infantil sagrada de Tepeaca, tuvo seguidores y devotos dentro y fuera de la región [Jiménez 2017: 135156]. En efecto, en los templos donde se les rinde culto —Santa Mónica y San Francisco— son los más visitados; los rituales más practicados son la peregrinación y las limpias corporales con velas, veladoras y ramos de flores principalmente. A dichos templos en la mayor parte de los días del año llegan muchas personas de diferentes lugares del estado y del país. Ambos cultos, por otro lado y por lo que se sabe, iniciaron un poco antes de la primera mitad del siglo XX y muy rápido adquirieron mucha fama por hacer milagros relativos a la salud y la enfermedad.
Con el paso del tiempo se convirtieron en devociones a los que también la gente les solicitan la resolución de otras necesidades y asuntos como los de tipo económico, la obtención de empleo, los diversos problemas que se presentan con las personas que deciden migrar a alguna ciudad norteamericana —hay muchos migrantes poblanos que van a las ciudades norteamericanas como ilegales y sus familiares los encomiendan a estas entidades sagradas— para conseguir empleo y que le vaya bien en aquellas ciudades, igualmente se les solicita apoyo para resolver problemas de amores, entre otros asuntos. Aunque las demás esculturas que participan en la procesión tienen más tiempo, ya que algunas datan del siglo XVI y otras del siglo XVIII, no tienen tantos seguidores y son más controladas por las autoridades eclesiásticas y algunos grupos de laicos en relación con la actividad ritual; en cambio, las esculturas más famosas y populares, según sus relatos hierofánicos, surgen en la temporalidad ya mencionada, tienen mucha diversidad de acción ritual y de prácticas de religiosidad donde la mayor parte de dichas acciones son menos controladas por la institución eclesiástica, incluso hay más espontaneidad y creatividad ritual.
Aunque la procesión del Viernes Santo poblano ya ha adquirido fama pública hasta se ha comercializado, por ejemplo existe en internet ofertas turísticas religiosas donde se incluye un paquete turístico a este evento, es importante el punto de vista de Grimes [1981: 77] apoyada en un argumento de Geertz [1987: 107-108] que aparece en el texto de referencia para comprender la religión y refiero a continuación:
[…] aunque cualquier ritual religioso, sin importar cuán automático o convencional sea […], implica una función simbólica de ethos y visión del mundo, son ciertos rituales más elaborados y por lo general más públicos, aquellos en los que se expresa una gama más amplia de estados de ánimo y motivaciones por una parte y de conceptos metafísicos por otra, los que conforman la conciencia espiritual de un pueblo.
Los fenómenos comerciales que han impactado a esta procesión no contradicen necesariamente la pretensión de entender el papel de la religión en la vida, cuando menos, de los habitantes de la ciudad capital. En definitiva, la procesión es un acto religioso con algunos elementos cívicos y civiles ya que, además de la participación tanto en la organización como en la propia procesión de personajes del municipio y de otros sectores sociales, el uso de los espacios normalmente secularizados como la plaza del Zócalo y el resto de las calles por donde transitó el evento, éstos se sacralizaron cuando menos momentáneamente. Por otro lado, en la procesión desfilaron las entidades sagradas más favoritas y populares de la ciudad y de la región convirtiéndose este acto en un acontecimiento más público y sagrado. Aunque fueron varios los medios que anunciaron y publicitaron la visita de la escultura infantil a la capital estatal, pocas fueron las que dieron alguna nota amplia sobre la procesión, solamente algunas publicaciones y los canales locales de televisión y la radio lo hicieron. Reproduzco a continuación algunos párrafos de una nota periodística que muestra parte del ambiente que se podía observar en esa ocasión:
Rostros de personas de la tercera edad derramando lágrimas, aplausos al unísono, porras con gran algarabía y dianas entonadas por la banda de música recibió el Santo Niño Doctor de Tepeaca que por primera ocasión participó en la Procesión de Viernes Santo de la ciudad de Puebla, la cual, reunió a más de 170 mil personas. Tal evento religioso que por 28 años consecutivos se realiza en la capital del estado durante Semana Santa, se consolidó como la de mayor concurrencia del país y una de las más importantes de América Latina, no así la más ostentosa. “¡Viva el Santo Niño Doctor!”, se escuchó en todo el trayecto de tal evento religioso… Decenas de personas lanzaron confeti y globos multicolores durante el paso del Niño Dios […]. La intención de que el Niño Dios de los Enfermos participará en tal congregación fue a petición de los propios feligreses, informó el arzobispo Víctor Sánchez Espinosa, cuya presencia generó gran expectativa entre los católicos, al grado de que la fe y la devoción se demostró en las calles, pues diversas personas llevaron a sus respectivas imágenes de Jesús recién nacido para que acompañaran la procesión [Martínez, Aarón 2019].
La procesión es una oportunidad para mostrar diversas formas de religiosidad donde la mayoría de las manifestaciones no se circunscriben a las normativas de institución de la Iglesia. En realidad y en la mayor parte del tiempo que duró la procesión, las expresiones más predominantes fueron las festivas y no tanto los de dolor como lo sugiere la institución eclesiástica, ya que en el Viernes Santo se conmemora la pasión y muerte de Jesucristo, por tanto, la actitud supuestamente predominante del creyente debería ser de tristeza, pesar y dolor. Sin embargo, la gente que se colocó en las banquetas dio rienda suelta a su religiosidad creativa más inclinada a la alegría, el gusto, el ruido y el bullicio, así como movimientos corporales más dinámicos y menos normativizados en contraste con los devotos que desfilaban como parte de los contingentes de cada una de las esculturas, participantes en la caminata; además de llevar ropas rituales, con colores homogéneos o de que algunos llevaban el rostro cubierto en alusión abierta a la penitencia y los cuerpos, mostraban movimientos más uniformes y rígidos. Se mostraba, por tanto, dos formas de religiosidad, una más uniforme y otra más variada y creativa.
Aunque la procesión estaba guiada y presidida por el arzobispo y varios sacerdotes y el primero emitía los mensajes, oraciones y las recomendaciones propias de la ocasión, unos creyentes no siguieron las exhortaciones y dejaron que sus propias emociones se expresaran; otros creyentes, pocos, sí mantuvieron una conducta más normativa. El evento terminó alrededor de las 15:00 horas en el atrio de la catedral y al poco tiempo de concluir la procesión, la escultura visitante, junto con su contingente, regresaron a su lugar de origen.
El escenario liminal como drama social
En las procesiones del Viernes Santo de los años anteriores en las que he realizado trabajo de campo, cuatro ocasiones y con la misma técnica de observación mencionada líneas arriba, pude captar expresiones de religiosidad menos institucionalizada entre la gente, sobre todo cuando pasaba la escultura del Señor de las Maravillas y no tanto con las otras esculturas. Las otras cuatro imágenes católicas motivaban, entre la gente apostada en las banquetas, manifestaciones más piadosas, había más silencio y no había música festiva, oraban y cantaban de dolor y tristeza.
En la procesión del año 2019 sucedió lo contrario, es decir, el bullicio, la alegría y el ambiente festivo, ya referido, estuvo presente por lo menos en los dos lugares donde estuve haciendo mis observaciones durante todo el tiempo de la caminata. Sin duda, la presencia del Niño Doctor tuvo un impacto significativo entre la población asistente a dicho evento y, considero que provocó varias emociones. Cabe señalar que pude identificar casi las mismas personas que apartaban su lugar desde muy temprano del mismo viernes y que lo han hecho desde dos o tres años anteriores para presenciar, lo más cerca posible, al acto religioso.
De manera sugerente para este texto, Diéguez [2014: 13] afirma que lo liminal es una especie de emergencia de habitar el mundo, pero efímera y que la liminalidad tiene que ver con:
[…] la proximidad desjerarquizada hacia los otros, al encuentro no reglamentado pero vital, al hacer por sí mismo y por lo otros, a las subjetividades deseantes, a las políticas del deseo. A aquello que Félix Guattari denominó como “micropolítica”. En el registro liminal, el umbral es un espacio de transformación y encuentro, e implica cierta creencia, cierta disposición de espíritu, cierta idea de que algo ha de cambiar […].
La referencia anterior permite considerar a la procesión del Viernes Santo en la ciudad de Puebla como una “micropolítica” de encuentros, proximidades y una transformación del tiempo y del espacio donde se asoma lo no jerarquizado y su contrario. La procesión del Viernes Santo puede ser entendida como un evento liminal, con espacios por donde transita la procesión, se transforman en una ruta sagrada y el tiempo de duración es percibido en términos sagrados, no en términos cotidianos y estructurales. Es evidente que las personas participantes, tanto los que marchan como los observadores, son también entes liminales porque de alguna manera están en una situación de ambigüedad, sus acciones que realizan durante la ejecución de la procesión no las realizan en situaciones de la vida cotidiana y los ámbitos estructurales.
Me parece que los grupos de personas que participan en la procesión, unos como miembros de los contingentes que marchan con las esculturas sagradas y los otros que están apostados en las banquetas son entes liminales porque están suspendidos entre las estructuras de la sociedad, por lo menos durante el tiempo que dura la procesión, oscilan entre su papel social y su papel dramático [Grimes 1981: 95]. Cada uno representa símbolos de poder en relación con el tipo de religiosidad expresada en sus prácticas en esos momentos, por ejemplo, los movimientos corporales de ambos grupos muestran mensajes opuestos, unos expresaban los valores de una institución religiosa por medio del tipo de vestimentas y parafernalia que usaban en la marcha, así como la uniformidad y rigidez de sus movimientos corporales emitiendo un mensaje más acorde con los sentimientos que se deben expresar en un Viernes Santo. Los otros, en cambio, muy probablemente por la presencia de las dos esculturas más favoritas de los creyentes mostraban un cuerpo más dinámico, con movimientos espontáneos y creativos, menos coherentes de lo que supuestamente se debe observar en ese día en especial, además, sus vestimentas mostraban poca uniformidad, en realidad, portaban atuendos informales.
A partir de lo expuesto, la noción de drama social adquiere sentido y es pertinente ya que “los dramas sociales separan y dividen […]” [Diéguez 2014: 43] en un momento procesual como es la procesión del Viernes Santo, pues muestra “…lo inarmónico o desarmónico” [Geist 2002: 49] de la situación de conflicto simbólico, dado entre los creyentes que participan en el evento. De esta forma, el drama social consta de cuatro fases de acción pública y son la brecha, la crisis, la acción reparadora y la reintegración. Es en la crisis, porque “[…] tiene características liminares porque es el umbral entre las fases más o menos estables del proceso […]” [Geist 2002: 49-53], el lugar donde el conflicto se manifiesta, aunque sea en términos simbólicos. En efecto, la hipótesis que planteamos en su momento se expresa en el campo de lo simbólico porque la procesión del Viernes Santo en Puebla muestra una diferencia clara entre dos formas de ser católico en un evento que pretender dar un mensaje homogéneo, pero es interpretado de diferentes maneras, donde se pueden identificar dos tipos de religiosidades: la institucionalizada eclesiástica, expresada principalmente por los contingentes que marchan detrás de las seis esculturas de la procesión; y una religiosidad menos institucionalizada que es expresada por los creyentes colocados en las banquetas de la ruta que sigue la mencionada procesión.
Me parece adecuada la interpretación de Diéguez [2014: 64] sobre lo liminal y se puede aplicar a la procesión como un acto liminal ya que muestra una “[…] constitución metafórica: situación ambigua, fronteriza, donde se condensan fragmentos de mundos, perecedera y relacional, con una temporalidad acotada por el acontecimiento producido, vinculada a las circunstancias del entorno”. En la procesión se muestran dos tipos de religiosidades católicas en un contexto que se pretende homogeneizar y en ese sentido, la mencionada procesión propicia situaciones metafóricas, situaciones imprevisibles e intersticiales, entre otras situaciones. Por otro lado, la procesión es una especie de “[…] tiempo y lugar de alejamiento de los procedimientos normales de la acción social [Turner 1988: 171], es decir, como un estado resguardado y extracotidiano […]” [Diéguez 2014: 66].
Esta característica que adquiere la procesión del Viernes Santo en la capital poblana del 2019, como se ha expresado en los párrafos anteriores, se debe, entre otras cosas, a la participación de la escultura infantil proveniente de Tepeaca que, junto con la escultura del Señor de las Maravillas, se produjo probablemente el espacio para que otro tipo de expresiones religiosas menos institucionalizadas se mostraran de manera más libre y espontánea. Si se considera las características ornamentales y de diseño de las seis esculturas, las cinco que tradicionalmente han desfilado en la procesión desde hace 28 años muestran aspectos relacionados con el dolor, la tristeza, el sufrimiento y otras cuestiones parecidas; por lo contrario, la escultura infantil exhibe características diferentes a los que manifiestan las otras cinco esculturas. Es muy probable que la presencia del Niño Doctor diera la pauta para que la gente evidenciara conductas más festivas y, como consecuencia, manifestaciones religiosas más populares y menos normativizadas. Aunque, como ya se mencionó, en las procesiones de los años anteriores y al paso de la escultura del Señor de las Maravillas, la gente sí se atrevía a manifestar acciones más bulliciosas con gritos y porras por la presencia de dicha escultura. Sin embargo, en esa ocasión prevalecieron las manifestaciones más de tipo popular y menos apegada a las que institucionalmente deberían prevalecer en un día como el Viernes Santo.
En resumen, el Viernes Santo del año 2019 en la capital del estado de Puebla se vivió de manera más festiva por la presencia de las dos esculturas sagradas más favoritas y populares de los creyentes, que en la procesión hecha desde el año de 1992 para conmemorar la pasión y muerte de Jesucristo.
Comentarios finales
Las herramientas proporcionadas por el antropólogo Víctor Turner [1980, 1988] para analizar un fenómeno público y religioso de tipo ritual como una procesión, dio la oportunidad de mostrar los contrastes en un evento de esa naturaleza. Por un lado, el espacio público como son las calles y la plaza donde cotidianamente se realizan actividades de tipo secular se convierten “de repente” en un espacio transformado, como si fuera una escenografía de carácter sagrado para realizar actos religiosos. Esos actos religiosos van a mostrar contrastes de la realidad: religiosidades del tipo institucional y normativa y religiosidades contrarias a la norma eclesiástica; son una manifestación de los sentimientos que solamente en una situación liminal son posibles expresarlos debido a todos los elementos participantes en el escenario donde se realizó la procesión. Como sugiere Diéguez [2014: 45], este tipo de manifestaciones rituales son viables en “[…] zonas de liminalidad donde rigen procesos de mutación, crisis y de importantes cambios […]; de allí que la liminalidad fuera observada como ‘caos fecundo’, ‘almacén de posibilidades’, como ‘proceso de gestación’ y ‘esfuerzo por nuevas formas y estructuras’ […]”.
Por otro lado, la procesión del Viernes Santo en la ciudad de Puebla del año 2019 mostró una situación inarmónica, donde las prácticas religiosas simbólicamente mostraron dos maneras de percibir y entender la religiosidad católica y que también fueron expresiones de los sentimientos de los creyentes al observar muy de cerca a las esculturas más preferidas por ellos. Estos aspectos, sin duda, mostraron un drama social porque a lo largo de todo el proceso que se ha descrito se evidenció una situación de crisis o en conflicto entre dos formas de religiosidades.
Pero también todo este proceso mostró una situación liminal, como ya se ha dicho, donde se asomaron, quizá en términos de gestación, formas nuevas y hasta alternativas a la religiosidad institucional y normativizada. Los estados de ánimo y las motivaciones de la gente por la presencia de las esculturas del Niño Doctor y del Señor de las Maravillas, que desfilaban por la calle, dieron pie a crear concepciones más libres y menos controladas mostrando, de manera más abierta, una conciencia espiritual más libre de los creyentes católicos en ese día cuando llegó por primera vez el Niño Doctor de los Enfermos.