Introducción
El posmodernismo, desde el terreno de la ciencia histórica, es un intento por repensar las ideas que se internalizaron como verdades axiomáticas y se aboca a rechazar la certidumbre y la verdad unívoca, ofreciendo multiplicidad de alternativas. En esta época cultural denominada posmodernismo, ya no es posible aceptar los metarrelatos, sino que va en contra de las verdades establecidas como dogmáticas; sin embargo, un foco de atención en el cual debemos poner la atención por parte de los interesados en la enseñanza de la historia, es lo enunciado por Jenkins (2006) en relación a que el pasado no existe; este es metafísico, por lo que la historia del tiempo pasado se reduce a capas y capas de interpretaciones. Es, por lo tanto, que en esta reconstrucción del pasado tenemos no una, sino varias historias de un acontecimiento que se nos cuenta, y no podría ser de otra manera, porque la riqueza de la historia como ciencia social está en las interpretaciones y, por lo tanto, en los juicios de las subjetividades.
Aproximaciones al concepto de posmodernismo
Sin ser apologético de las ideas posmodernistas en las cuales los teóricos de altura no se ponen de acuerdo, y mucho menos podríamos definirlas en este breve escrito, podemos dejarlas enunciadas en una época cultural en la cual se ponen en duda las verdades unívocas y dejan el camino para nuevas interpretaciones de las disciplinas, tratando de ser interdisciplinarios en este siglo XXI. La historia misma ha sido definida como la narración de los hechos del pasado, definición a la cual no es ya posible ceñirnos sin considerar el estudio de los acontecimientos del presente para trabajar con objetos de conocimiento vivos, con la realidad social en pleno desarrollo, que nos permita arribar a una historia del tiempo presente como renovación de la disciplina histórica, sin detrimento de seguir rescatando e interpretando el pasado, esto es, en una convivencia de la historia del presente y del pasado de la cual es resultado la primera. A manera descriptiva, y si se desea profundizar en este movimiento posmodernista, ya que la brevedad del presente escrito no se aborda a profundidad, se mencionan algunos autores que emprenden la historia desde este enfoque. Se cita a Hayden White (1992), María Elena Hernández Sandoica, Frank R. Ankersmith, además de los citados en el desarrollo de la narrativa.
Es en los albores de este siglo XXI en el que conviven distintos enfoques interdisciplinarios empleados como formas para llegar a la esencia de los acontecimientos sociales, en donde las fronteras disciplinarias se diluyen con el fin de lograr una mayor aproximación a la veracidad de los hechos en las distintas temporalidades. Los constructos históricos que se han internalizado de manera oficial a través de los programas de educación –en cualquiera de sus niveles educativos– ha sido resultado de la traducción del paradigma historicista, el cual se planteó en los orígenes del siglo XIX por Leopoldo von Ranke, considerado el padre de la historia científica (Santana, 2005), abocada a la traducción literal de las fuentes con el fin de no contaminarlas y de esa manera evitar que se fuera a deformar la historia. Este enfoque se aproximó a la ejecución de las narrativas de los acontecimientos pasados fidedignamente, haciendo una historia de acontecimientos, fechas y personajes que se convertían en héroes, lo que convergió en un memorismo, además de ser congruente con el tratamiento que se estaba haciendo con las demás disciplinas, a la usanza de las ciencias naturales o, como también se les ha denominado, ciencias duras, por su grado de comprobación empírica.
Otro paradigma, el de la escuela francesa de los Annales, permite para la enseñanza y aprendizaje de la historia un mejor acercamiento a los acontecimientos que el historicismo rankeano, al considerar las interpretaciones como un recurso de la subjetividad para hacer las relaciones contextuales entre los hechos, así como el de conocer la vida social en su propio desenvolvimiento. Con este paradigma se pueden lanzar supuestos y críticas desde una visión constructiva de lo que es la sociedad, lo que pudo haber sido y lo que se aspira llegar a ser.
El materialismo histórico es otro de los paradigmas en la investigación histórica, el cual se ha dedicado a la crítica de las sociedades, focalizándose en sus distintas formas de producir y de apropiación de lo producido, paradigma que se distingue por sus denuncias y críticas a la acumulación de los bienes materiales e intelectuales por un grupo social reducido, el cual obtiene beneficios en detrimento de amplios grupos de la sociedad.
El materialismo histórico es un criticismo del devenir social, mismo que permite utilizar sus elementos teóricos con las finalidades de explicitar e interpretar el desarrollo de las sociedades presentes y pasadas, el cual se puede aprovechar para mostrar en la enseñanza-aprendizaje una visión crítica que profundice en los constructos históricos, el venir a ser de nuestras sociedades y en la construcción de la que aspiramos tener. No dejamos de lado que desde la óptica de la enseñanza y el aprendizaje de la historia es necesario hacer la distinción entre la epistemología y la ontología, en donde desde la primera, la opción que se tiene es la manera de percibir cómo se han construido las nociones sociohistóricas y tiene que ver con las evidencias para hacer los acercamientos a la veracidad en relación a lo ontológico, está focalizado en la manera en que las personas construyen y reproducen su vida social, así como las actuaciones, prácticas y direcciones que imprimen a sus instituciones.
Una nueva conceptualización de la historia en los procesos de enseñanza-aprendizaje
La visión que se tiene con relación a los procesos de enseñanza-aprendizaje son aquellos que tienen lugar en las aulas y fuera de ellas, en los cuales hay alguien que aprende y alguien que dirige el proceso de la enseñanza y este binomio de enseñanza-aprendizaje nos conduce a la definición de algo inacabado y dinámico, que al traducirlo al área histórica, tenemos entonces el acontecimiento y sus interpretaciones, varias y distintas interpretaciones de ese acontecimiento.
No se soslaya que es de interés también en los procesos de enseñanza-aprendizaje de la historia, la necesidad de trasladar las conceptualizaciones epistémicas al desarrollo de las sociedades en vivo, sea para comparar, aventurar juicios, nuevas ideas, contextos; esto es imaginar desde la posición de una historia problema. Es importante enunciar que a través de estos tres paradigmas podemos escoger lo mejor para conocer, comprender e interpretar el tipo de historia con la cual se están formando nuestros estudiantes en los procesos de enseñanza-aprendizaje, condiciones necesarias para lograr despertar las motivaciones de una historia que cada vez queda en el pasado como si este fuera algo ya muerto y sin valor alguno, por un conocimiento de nuestra realidad histórica como un ente vivo, que se está gestando cada día por los distintos actores sociales, por un revivir de los acontecimientos a la luz del análisis del pasado y su significancia con el presente. Una nueva oleada de aire fresco para la enseñanza-aprendizaje de la historia lo representan los estudios posmodernistas, que ponen en entredicho las verdades que se han venido manejando como absolutas y que difícilmente podían volver a ser cuestionadas. Este movimiento cultural –salvo otras interpretaciones– se han venido mostrando a partir de Lyotard (1979), cuando pone en duda el conocimiento de la época (moderna) y afirma la necesidad de replantearlo a la luz de nuevos análisis y reflexiones críticas, en las cuales se considere el subjetivismo, el relativismo y escepticismo (Artamonov, s/f).
En relación al subjetivismo, es necesario asumir que la ciencia histórica es una producción de sujetos, y como tal, no se escapa de sus interpretaciones, sino que son las que le dan el sustento de disciplina del campo social. El escepticismo es dudar de los constructos históricos que se nos han dado a conocer a través de los procesos educativos, ya sean formales o informales, una duda metódica a la usanza cartesiana, dudar de todo lo que no sea claro y distinto a mi espíritu con el fin de destruir los conceptos e interpretaciones históricas, para arribar a nuevas interpretaciones.
En cuanto al relativismo, tenemos que considerar las verdades históricas construidas (epistemológicamente) de acuerdo con su grado de validez y formas de acercarse al conocimiento del campo de la historia; la verdad no es absoluta, es relativa y asequible a nuestro contexto.
En relación a estas tres categorías que se remiten desde los sofistas del siglo VI a.C., han venido a refundar la ciencia histórica, a darle impulso con nuevas y distintas interpretaciones en nuestro tiempo y en concordancia con los contenidos educativos que trabajan un enriquecimiento cognitivo en el cual están presentes los estudiantes para, a la vez, aventurarse a sus propios juicios.
Para el caso de la disciplina histórica, es urgente ubicarla como una ciencia social que responde a métodos de corte hermenéutico, en los cuales las valoraciones y los juicios que se emitan respecto de las evidencias, reflejan las posiciones asumidas por parte de quienes los emiten, por lo cual las verdades absolutas no son las más indicadas y desde esta visión se quedarían como inamovibles. Desde la postura posmoderna caben nuevos juicios, nuevas interpretaciones con el fin de que se revivan los hechos, que se retroalimenten con nuevos constructos, lo que permite ir más allá de lo conceptual a lo metaconceptual.
En el proceso de la enseñanza-aprendizaje de la historia del tiempo pasado, es urgente que los acontecimientos se consideren como interpretaciones de quienes escriben y traducen la historia que desean que se conozca, desde la intencionalidad de la selección del objeto que será dado a conocer.
El pensamiento posmoderno aporta elementos de crítica y la necesidad de revisar de nueva cuenta la historia como disciplina científica que se ha venido narrando con esa visión eurocéntrica, teniendo utilidad para la cultura europea al imponer el desarrollo de una sociedad que poco se parece a la nuestra, poniendo el desarrollo de la humanidad como único, en detrimento de otras culturas no europeas, como las latinoamericanas. Una historia ideologizante e impositiva en sus formas de producción, distribución, consumo y reproducción de los bienes materiales e intelectuales, una historia ejemplar para ser asumida por culturas subalternas, no consideradas y alineadas en este desarrollo social.
Nuestra historia en Latinoamérica, y concretamente en México, no está plagada de castillos o señores feudales, como ocurrió en la Edad Media en los países transatlánticos; sin embargo, cuando se revisa como contenido histórico, esta época feudal se hace ver como si así hubiera ocurrido. En nuestro contexto no tuvimos un despegue del capitalismo, ni épocas de grandes descubrimientos; sin embargo, los vivimos, los sentimos como parte de la imposición de un régimen sobre otros a través de la colonización y la conquista, que nos relegó a ser pueblos de civilizaciones bárbaras o nativas.
Otras aportaciones desde el posmodernismo nos llevan a los cuestionamientos de los grandes metarrelatos, entre ellos las teorías que nos preconizaban las ideas de lograr una sociedad más justa, más igualitaria, con una distribución del poder que solo tendría el objetivo de lograr el bien común, las ideas de la salvación de los sujetos en otros mundos, las ideas ilustradas del mito del progreso, que no podemos negarle han resultado en un aprovechamiento cada vez más de la naturaleza y el progreso de las sociedades, solo que este progreso ha sido para unos cuantos en detrimento de grandes mayorías. Con los postulados posmodernistas se abre el camino para cuestionar la misma objetividad de la ciencia al plantear que no existe ciencia sin interpretación y, por lo tanto, la falsación en las ciencias está presente.
El fin de la historia, como fue vaticinado ante esta oleada de cuestionamientos y críticas posmodernistas, ante la caída de los países alineados a la esfera socialista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en el año de 1989, provocó interpretaciones como las de Francis Fukuyama. Sus planteamientos los podemos interpretar al menos en dos sentidos. Uno de ellos establece que la línea de desarrollo de los países es el liberalismo o capitalismo, sin opción para los regímenes de corte socialista; y la otra, el cambio de perspectiva en la disciplina histórica ante los movimientos expresados en las ideas del posmodernismo que desde los años ochenta han movido las prácticas realizadas por el historiador de oficio.
El rechazo a las grandes historias en las que se supeditan las pequeñas historias o microrrelatos –en ocasiones negadas ante los intentos por hacer grandes narrativas– empiezan a cobrar vida en esta época en la cual cuentan los procesos sociohistóricos regionales o más localistas; el caso de las minorías, personas de carne y hueso que representan su influencia en algún aspecto de su comunidad, de su entorno.
La interdisciplinariedad toma auge en la pretensión de conocer a profundidad los objetos de los estudios sociales. El apoyo de las distintas disciplinas habrá de trascender sus fronteras y dejar de tener los cercos herméticos en defensa de sus objetos de trabajo, como ocurre con las disciplinas agrupadas en las ciencias sociales: historia, antropología, filosofía y sociología, que comparten varios constructos desde los enfoques teóricos hermenéuticos a los metodológicos, solo por mencionar algunos.
A manera de conclusiones
Ante estos postulados de la posmodernidad, ¿cuál es la posición que debemos asumir quienes nos dedicamos a la enseñanza-aprendizaje de la historia, ante la evidente caída de las verdades promovidas como inamovibles?, ¿cuál de las historias que se nos narran en los distintos niveles educativos es la más cercana a la verdad?
En los procesos de enseñanza-aprendizaje es ya imposible en esta época cultural del posmodernismo, retraernos a postulados de análisis críticos y heurísticos en busca de la construcción de nuevas ideas que contribuyan a la acumulación de capas y capas de interpretaciones, al aventurar nuevos juicios, de lo que fue, de lo que podría ser y de lo que puede suceder. Se hace necesario arribar a una historia problema del pasado, en interconexión con nuestro presente.
Algunos retos que tienen enfrente los maestros que trabajan con la historia son recuperar el gusto por los acontecimientos históricos, considerarlos como hechos realizados por los hombres y mujeres en sus contextos específicos, ser empáticos y poner de manera didáctica a los alumnos en el papel de los actores –considerando la contemporaneidad– y hacer el ejercicio de traer los hechos pasados al presente.
Para el caso de los historiadores, deben enfrentarse a la tarea de recuperar la memoria colectiva e individual –no dejar que se pierda– como una forma de considerar y revalorar los hechos y acontecimientos pasados. Ceñirse a los paradigmas de la investigación histórica y tener en cuenta –con plena conciencia– desde dónde están posicionados, para abordar la historia e historiografía de los procesos educativos.
En el siglo XXI, la historia objetiva y única no está dada. Debemos considerar lo histórico como una producción de sujetos con sus subjetividades y con la carga ideológica asumida en relación a sus posturas de clase. Entender que el pluralismo de ideas en la ciencia histórica es válido, que es necesario entender que ante un mismo hecho podemos tener varias interpretaciones y es necesario y urgente arriesgar a interpretaciones más que a la aceptación a las que ya están dadas por quienes escriben la historia.
Es importante recuperar nuestros microrrelatos (microhistorias), porque tienen significado para nuestro contexto inmediato, sin descuido de los contextos de mayor amplitud. No abandonar las ideas del subjetivismo, el escepticismo y el relativismo ante las interpretaciones de los contenidos o constructos históricos.
Es prudente considerar, por parte de quienes se encuentran involucrados en la enseñanza y aprendizaje de la historia, que este campo de conocimiento es el que nos puede llevar a la construcción de la conciencia histórica, que nos permita conocer que todo lo que nos circunda tiene un venir a ser, una historicidad.
Se requiere que profesores y estudiantes desarrollen las habilidades pedagógico-didácticas y que estas se traduzcan con quienes se labora en las aulas o fuera de ellas para arribar a pensar históricamente. Los primeros como formadores y los segundos como las nuevas mentes brillantes que interpretarán y transformarán nuestra sociedad. Esa es la pretensión y corolario del presente trabajo.