El ser humano es el único viviente que tiene la vida como una tarea por realizar, por construir, por hacer, toda sociedad y toda historia tienen sentido en la búsqueda de la plenitud de la persona como meta o ideal desde una determinada concepción de la existencia y de la vida. Por ello se debe construir el horizonte que legitime todo proyecto educativo tanto individual como social, que indique el camino desde el que sea posible la promesa de realización creadora que es todo ser humano, “existe un trabajo aún más inexorable que el de ‘ganarse el pan’. Es el trabajo para ganarse el ser, a través de la vida, de la Historia” (Zambrano, 2007, pp. 123-124).
Una de las propuestas más importantes que se puede hacer desde la filosofía en la actualidad es pensar una idea de ser humano, un ideal de persona, una antropología filosófica o filosofía del hombre, que nos dé una idea de lo que significa ser humano y al que debemos tender, en especial desde la educación; una respuesta ante tal planteamiento la tenemos en el texto Antropología de la educación. La especie educable de María G. Amilburu, Aurora Bernal y María González Martín. Las autoras inician su texto con la siguiente afirmación: “Los seres humanos somos la única especie educable que habita el planeta” (Amilburu et al., 2018, p. 11). Así, señalan que los seres humanos nacemos inacabados biológicamente, nuestra madurez exige múltiples factores, más allá de la relación física con nuestro entorno, necesitamos del contacto con otros seres humanos, que tienen como una de sus características lo educativo, los adultos ayudan a los más jóvenes a humanizarse.
Aquí realizaremos una reseña del texto Antropología de la educación. La especie educable de Amilburu, Bernal y Gonzáles, a la vez que haremos algunos señalamientos sobre temáticas que es pertinente profundizar. En primer lugar, las autoras señalan en su texto que la antropología de la educación surge de la relación intrínseca entre ser hombre y la educación, es una de las ciencias de la educación, forma parte de la pedagogía y su necesidad radica en dos supuestos desde la perspectiva de las autoras; por un lado, en el deseo de profundizar en el conocimiento de lo educativo desde una antropología educativa que permita justificar a dónde dirigir la tarea educativa, y por otro, ver el ideal de ser humano y el paradigma de existencia al que se desea aspirar.
Amilburu, Bernal y Gonzáles inician su texto indicando que el ser humano es el único viviente que debe proponerse aprender a ser lo que es, tiene que pensarse, encontrar el sentido de su vida, elegir medios y fines a los cuales dirigirse, para lo cual necesita de los otros, necesitamos de los otros para educarnos. De tal forma, señalan las autoras, la educación se considera un elemento de trasmisión cultural que permite la adaptación de los individuos a un grupo y medio social, por lo que pueden afirmar que no hay un sistema de educación con validez universal.
Entre los temas que se han de plantear en la antropología de la educación, desde la propuesta de las autoras, tenemos como aspecto inicial: “¿por dónde ha de comenzar la formación antropológica de un educador? O, expresado de otra manera: ¿qué antropología de la educación puede facilitar asumir la visión de lo humano que se precisa para llevar a cabo una tarea educativa?” (Amilburu et al., 2018, p. 27). La propuesta presentada por las autoras es elaborar una antropología de la educación que se funde en el desarrollo filosófico, una antropología filosófica cuyo objeto es el hombre y que, desde el desarrollo de las distintas disciplinas antropológicas, en la actualidad encuentra su síntesis en el plano filosófico, como comprensión metafísica de lo que las ciencias positivas han aportado al conocimiento de lo humano.
En Antropología de la educación se reconoce que el modo de actuar humano es diferente por el hecho de ser racional, lo que nos hace una especie distinta, homo sapiens, punto final de la hominización llevado a cabo a la par de nuestra humanización, que al ser estudiada, muestra la posibilidad y la necesidad de la educación, “uno de los mayores logros de la organización social humana es la posibilidad de configurar la ayuda de unos a otros educativamente” (Amilburu et al., 2018, p. 45). De hecho, podemos afirmar con las autoras que el fin de la educación radica en que contribuye a la felicidad de cada persona en relación con los otros.
Amilburu, Bernal y Gonzáles señalan que ni el ambiente ni el determinismo biológico cortan las posibilidades del hombre; quien va más allá del instinto, no se queda en las potencialidades dadas al nacer, sino en aquellas que se da a sí mismo, ya que “la naturaleza humana es un principio fijo de comportamiento, pero no un principio de comportamientos fijos” (Amilburu et al., 2018, p. 57). Así, se puede concluir con las autoras que no hay un instinto que dé un comportamiento fijo al hombre, por eso debe aprender a comportarse lo que se graba en forma de hábitos, la libertad es algo que aprende el hombre para ser feliz.
“La educación impulsa el aprendizaje, es decir, el proceso por el que los individuos actualizan sus capacidades física, moral, social, afectiva, etc. Lograr la funcionalidad de estas capacidades es, en parte, alcanzar el bienestar” (Amilburu et al., 2018, p. 62). De esta forma, se presenta en el texto de Antropología de la educación que el potencial del ser humano, en gran medida, se configura con la educación, tenemos un camino en el ser humano entre lo que ya es y lo que puede llegar a ser en plenitud. Por ser racional, el hombre puede tener y tenerse, lo que pone de manifiesto que el dominio del hombre sobre sus facultades es el modo de tenerse y aprender a gestionar este dominio es la primera etapa del tomarse a sí mismo como tarea.
Para Amilburu, Bernal y Gonzáles, comprender en qué radica la dignidad humana nos lleva a entender el ser personal, ya que la dignidad es el valor superior del hombre y se refleja en sus actos, en el ejercicio de su racionalidad y su libertad. El hombre libre, capaz de dirigir su vida goza de dignidad, de excelencia en el ser, es digno aquello que el hombre es y hace de acuerdo con su naturaleza racional.
Desde la perspectiva de las autoras de Antropología, al poseer libertad, el hombre necesita educarla presentando oportunidades que favorezcan la apertura, motivando el esfuerzo con la esperanza de alcanzar lo que se busca, la ayuda educativa parte de la aceptación del ser personal, que es libre. De tal suerte, la educación personalizada pide cuidar la libertad, la que nos abre al futuro vía proyectos. La educación debe desarrollarse en un clima de esperanza, ya que “el modo de estar de los seres humanos siempre es relacional: ése es el modo más adecuado para la manifestación del ser personal y su oportunidad de crecimiento” (Amilburu et al., 2018. p. 95).
Habitar es la forma propiamente humana de relacionarse con el mundo, tal como lo señalan Amilburu, Bernal y Gonzáles. Los seres vivos se abren a la exterioridad, la forma en que el ser humano se abre al mundo se llama habitar. Por ello, en su texto afirman que con la ecología podemos ver al ser humano como uno más entre los seres vivos y como ser vivo singular. Coincidimos con las autoras al señalar que la ecología nos ayuda a tomar conciencia de la responsabilidad en las transformaciones del planeta, del medioambiente, de los ecosistemas y buscar un equilibrio que armonice el desarrollo del ser humano, su conservación, avance y progreso con el equilibrio medioambiental y con las demás especies, por eso debemos reconocer que somos una especie entre otras.
En la Antropología de la educación. La especie educable, la casa es la cuna de la humanidad, ya que en la intimidad de la casa se despliega la interioridad del ser humano, se afirma que la casa es la exterioridad de la interioridad y nos configura en su modo de estar conformada. La casa y la manera en que se configura, educa nuestro modo de estar en el mundo, en la casa estamos solos y acompañados. Igual que en la interioridad habitan otras personas que nos acompañan y nos dan seguridad, se puede explorar el mundo, ya que hay un lugar al cual regresar y donde descansar. En la casa se nos enseña a estar en el mundo, por eso las autoras señalan que la educación debe abarcar la forma adecuada de habitar la casa, que es requisito en la construcción de la interioridad del sujeto y la adecuada relación con la exterioridad. De lo contrario, es difícil un desarrollo equilibrado; así, “aprender a habitar requiere una comprensión fenomenológica de la casa y de cómo se configura el ser humano en esa exteriorización de la interioridad; en definitiva, entender la casa como espacio de configuración de hábitos” (Amilburu et al., 2018, p. 109).
En La especie educable se indica que, después de la casa, el paso siguiente es la comunidad que hace posible el vínculo social, en el ámbito social el otro se ve necesitado de cuidado y de protección en tanto se reconoce otro como nosotros, lo que nos hace capaces de la amistad, pues genera vínculos con los otros. Las autoras nos presentan una imagen de lo comunitario en relación con la ciudad, nos entretejemos en espacios comunitarios que refuerzan los vínculos de lo social, que permiten abrir la casa y encontrarse cómodo, como en casa o fuera de ella: toda cultura genera espacios comunitarios. De hecho, en el texto es claro que la escuela es el espacio donde se recibe el patrimonio común, trasmitiendo la herencia cultural de la sociedad y respetando la singularidad personal para que cada uno despliegue una nueva forma de interpretar el mundo y la cultura desde su pertenencia social.
Nos parece muy certera la afirmación en el texto con respecto a que es en la familia donde se realiza la primera educación para la amistad y la convivencia social y política. Además, aparece ahí la “conciencia comunal”, la experiencia de que mi propio bien es el bien de nosotros, por eso no puedo pensar mi bien, sin pensar en el bien del otro, de lo contrario, no puedo avanzar a la verdadera amistad y a la conciencia social y cívica comprometida, lo que se da, a su vez, en el enamoramiento. Una persona encerrada en su núcleo familiar no crece de forma adecuada, ya que la salud de la familia y de sus miembros pasa por una apertura al mundo y a los otros, la escuela nos abre a otros como nosotros, lo que se da en cualquier ámbito de convivencia.
Es pertinente poner a debate las cuestiones en torno a las Tecnologías de la Información y la Comunicación, tal como lo hacen Amilburu, Bernal y Gonzáles al señalar en su texto que, con el Internet, tenemos ahora el espacio virtual que relaciona lo cercano y distante de manera diferente al espacio físico, nos relacionamos más con lo emocional y preferencial que con cuestiones de tipo familiar, laboral u ocasional. Me ha parecido muy interesante que las autoras señalen que, al aplicar al mundo de las redes sociales experiencias como Habitar en la red, vean semejanzas con otros modos de habitar en el mundo, de los que hoy tenemos que hacer conciencia en la educación para aprender a habitar humanamente. Una buena educación tiene que enseñar a habitar el espacio virtual y el espacio físico, dónde abrir y dónde cerrar puertas.
De forma acertada, en Antropología filosófica. La especie educable se apunta que el hombre como ser de deseos se encuentra en camino, andar que le genera una narración sobre sí mismo y los otros, lo que va más allá de su vivencia personal. Cuando contamos nuestra propia historia estamos en relación con significados que van más allá de nosotros mismos, que nos trascienden y son consistentes en la cultura y la familia, aunque no son mero producto cultural.
El mito es una de las narrativas más valiosas, lo que se indica en La especie educable, donde se afirma que la importancia del mito no se encuentra en su literalidad, sino en la capacidad de comprender el mundo y la existencia humana, lo que, de hecho, configuró la sociedad y el grupo identitario de la antigua Grecia. “Todas las culturas tratan de comprenderse y encontrar un sentido a través de los relatos” (Amilburu et al., 2018, p. 141). Para buscar respuestas que promuevan el desarrollo de las personas desde acciones educativas que respeten los derechos humanos, se debe comprender la profundidad de los mitos o rituales en la comunidad y en las identidades personales y sociales.
Dentro de la propuesta de Antropología de la educación un aspecto que debe tratar de profundizarse, es el del mito, ya que desde el símbolo podemos hacer antropología filosófica, que es ontología de la persona y es un elemento clave dentro de la propuesta de María G. Amilburu, Aurora Bernal y María González Martín. Se puede señalar que la ontología atiende de manera especial para su constitución al mito. De hecho, aunque la filosofía se levantó para derribar las explicaciones míticas, siguió conviviendo con los mitos. “Y, así como la ontología es la filosofía primera, también es una mitología segunda, cosa que señaló, a su manera Derrida” (Beuchot, 2007, p. 132). Ricoeur señala en su abundante obra sobre los símbolos, que los mitos están cargados de contenidos ontológicos y antropológicos y que los filósofos, para desarrollar su tarea filosófica, deben voltear a ellos de nuevo, justo como al inicio de la filosofía, donde el ejemplo más claro está en Platón, que desarrolla lo mejor de su filosofía vía los mitos, y aún hoy tenemos autores como Lyotard (1989) que lo siguen empleando.
Las culturas florecen rodeadas de mitos, la enfermedad de la historia crítica busca destruir tal visión, como lo ha señalado Gadamer, el mito tiene una credibilidad y riqueza propias, “el mito se convierte en portador de una verdad propia, inalcanzable para la explicación racional del mundo” (Gadamer, 1997, p. 16). En el mito se da el reconocimiento y la presentación conmemorativa de una certeza sobrecogedora, el valor de lo mítico no se puede someter a la crítica historiográfica; el contexto del mito es el de una historia sagrada, su origen se encuentra en su fantasía creadora, unido a lo divino, se cuenta acerca de lo divino con un poder de invención poética.
El mito nos introduce en la vida del mundo de una comunidad, sabiduría popular que contiene sabiduría elemental, y nos ayuda a retirarnos para buscar nuestra realización personal, para trabajar nuestro ser. Por eso, como se presenta en el texto de Antropología de la educación, el hombre se pregunta y responde vía las narraciones y los argumentos con los que trata de encontrar un sentido, pero éste nunca está completamente definido, siempre está abierto, hay que distinguir entre problemas y misterios para poder liberarse y vivir con libertad.
Amilburu, Bernal y Gonzáles nos recuerdan que, en Ortega (cfr. 2006, pp. 120-142), la coincidencia de la vocación con el propio ser es la felicidad, así se comprende que amor, bien, justicia, felicidad y vocación pueden considerarse fines educativos que están íntimamente unidos. Ortega (2006) reconoce que el maestro no puede enseñar lo principal que el alumno debe aprender, que es aprender a ser, a serse, a vivir de acuerdo con la peculiar vocación que cada uno siente. El deseo más profundo de cada ser humano es alcanzar su plena realización; de esta forma, en la educación de los deseos y el Deseo se pone en juego toda persona, de acuerdo con las autoras de Antropología filosófica, se ha avanzado en educación emocional, pero no en cómo intervienen en los deseos y el Deseo y cómo educarlo.
La educación no debe dejar de lado ninguna dimensión humana, aspecto fundamental señalado en el texto de La especie educable; así como se educa para la felicidad y la belleza, es conveniente educar la dimensión trascendente del hombre, la comprensión profunda de sí mismo y del sentido humano. La pregunta por lo trascendente no es ajena a la educación, siempre se da en la vida, ya sea en su forma de respuesta religiosa o ideológica, y nosotros agregamos, bajo cualquier forma de expresión simbólica que da sentido al hombre. En el texto se ha señalado acertadamente que las comunidades tienen derecho a educar a sus miembros en sus creencias, debe haber espacios donde la comunidad se exprese y viva de acuerdo con sus creencias, acordes con la dignidad y los derechos humanos.
En Antropología de la educación. La especie educable se plantea que cada acto libre va forjando el carácter del ser humano, el ethos es la morada habitual de una persona, que a su vez designa el carácter moral, las disposiciones estables, conjunto de hábitos y costumbres que son propios del ser humano y orientan sus acciones. Siempre somos libres, pero no siempre se puede actuar de manera libre, hay cosas que no podemos hacer, aunque queramos; por ello las autoras platean una cuestión fundamental; “¿qué libertad es esa que no puede hacer lo que quiere?” Para Amilburu, Bernal y Gonzáles aquí se refleja uno de los errores más extendidos en el momento de comprender la libertad, la creencia de verla como absoluta para ser verdadera libertad, por eso señalan de manera precisa que, por el hecho de ser humanos, somos libres, nuestra conducta no depende del instinto ni del ambiente, sólo elegimos aquello que parece o se nos presenta como un bien. Así, la libertad está contenida dentro de los límites de la naturaleza humana, en la síntesis pasiva de cada hombre, la propia de un ser finito que no puede querer todo a la vez.
Cada cultura es una realización de la posibilidad de la naturaleza humana, en el texto se indica que por ello aparecen realidades nuevas que no se encontraban contenidas en el universo natural, ya que la cultura existe por la actividad humana, que es variada de acuerdo con la creatividad del hombre. “Cada cultura particular es una interpretación de lo que significa ser humano formulada por un grupo social. Las culturas son realizaciones diversas de las posibilidades que la naturaleza humana ofrece” (Amilburu et al., 2018, p. 176).
La utilización del lenguaje simbólico es una de las manifestaciones más específicas de la humanidad, planteamiento con el que estamos plenamente de acuerdo desde la propuesta de la Antropología de la educación, ya que aprender a usar un idioma es una actividad social y racional. Por eso las autoras señalan que la educación introduce a las personas en una cultura particular, lo que supone una situación en el mundo. El proceso de aprendizaje ocurre en una determinada comunidad que tiene una tradición y un horizonte histórico; por ello, en principio somos etnocéntricos, hasta que podemos, por diversas experiencias, especialmente por el encuentro con la alteridad, que nos ayuda a poner las cosas en perspectiva. El mundo en que vive el hombre es un universo cultural no sólo físico, constituido por el lenguaje, el arte, la ciencia, etc., hilos que se van reforzando en relación con los procesos de producción cultural, siendo su única entrada la educación.
A manera de conclusión del texto de María G. Amilburu, Aurora Bernal y María González Martín podemos señalar que en cada cultura hay un intento de llegar a ser hombre de cierta manera, de formarse como persona, de acuerdo con una visión determinada, se crean nuevos modos de tratar con la realidad, inventando y descubriendo otras formas de relación del hombre con la naturaleza y con otros hombres vía procesos educativos, “sólo el hombre modifica y transforma, a veces con poca conciencia de su hacer en el mundo, pero el homo faber es ya una prueba del homo sapiens y los dos de hombre trascendente, del hombre en tanto que es trascendente y libre” (Zambrano, 2007, p. 145). Elementos necesarios en la construcción de una antropología de la educación necesaria en nuestro contexto cultural.