Se ha dividido a la educación en formal, no formal e informal, dependiendo del lugar donde se otorga. La formal, en universidades e instituciones de educación superior, donde se obtiene al final un reconocimiento oficial o grado. La no formal no tiene las características antes mencionadas ni confiere títulos ni grados; en el caso de la medicina, suele organizarse por instituciones de salud, servicios clínicos y sociedades médicas. Finalmente, la informal es la que se obtiene en la calle, proveniente de la sociedad misma, sin ningún control ni orden.
Desde el informe Flexner, contamos con un modelo educativo en las escuelas y facultades de medicina consistente en educación básica en los primeros años, seguida por educación clínica que se consigue rotando en distintos servicios de clínicas y hospitales. Tras ello viene una fase de intensa práctica clínica, donde se aterrizan los conocimientos médicos y se desarrollan destrezas y habilidades, el internado de pregrado; en diferentes países como México, se agrega (por causas fuera del alcance de esta nota editorial) un año de servicio social. Después de todo este proceso educativo de seis o siete años de duración, se obtiene el grado en medicina general y se inicia otro igual o más largo, que es el de postgrado para obtener una especialidad médica, como por ejemplo, la medicina crítica. Es un proceso difícil, intenso y significativo en la vida de todo médico especialista que dejará su marca para siempre.
A partir de entonces arranca la vida profesional del médico dentro de su propia especialidad, lo que implica, por lo general, un arduo trabajo asistencial público y/o privado y menos horas dedicadas al estudio. En una profesión tan dinámica y cambiante, con grandes avances tecnológicos y rápida evolución del conocimiento como es la medicina, esta inercia y pasividad intelectual puede ser fatal a corto plazo; es ahí donde la educación continua incide en la vida profesional del médico, manteniendo cierta dosis de inquietud intelectual, pero -sobre todo- un cuerpo de conocimientos actualizados y alineados con sus necesidades en la práctica que evita la obsolescencia progresiva.
El congreso anual que el Colegio Mexicano de Medicina Crítica organiza ininterrumpidamente desde hace años es un buen ejemplo de este proceso educativo -y, ciertamente, el mayor a nivel nacional en la especialidad-, donde se pueden actualizar conocimientos médicos específicos directamente de los expertos; además, existen muchos otros cursos que tanto el Colegio como otras entidades educativas e institucionales organizan a lo largo de todo el país. Con distintas características y tonalidades, podemos considerar que, en general, estas actividades de educación médica continua son excelentes y cumplen con el cometido de actualizar el conocimiento, aunque con un contraste sustancial: a diferencia de aquéllas en la universidad pública de México, son relativamente costosas, y las organizadas en el extranjero, mucho más. Sin embargo, ésta no es la principal limitante para acudir a dichas actividades.
¿Cuál es, entonces, el problema? ¡Hay que asistir! Asistir con responsabilidad personal al total del programa académico para cumplir con el compromiso más importante: el del médico consigo mismo, en el mejor beneficio de sus pacientes y la sociedad. Ésta es una obligación de todos nosotros, que nos debe llevar rutinariamente a la oportuna programación trimestral, semestral o anual a lo más, de las mejores opciones de educación médica continua según nuestras necesidades, capacidad y realidad laboral.
La práctica de inscribirse a distintos cursos, sesiones o seminarios con el interés único de obtener la constancia o los créditos y no acudir a las actividades educativas no es ética y debe ser combatida, al ser un engaño para el individuo y la sociedad. Ésa es una educación médica continua fallida.
Un problema adicional es la costumbre actual de recibir una «invitación» proveniente de la industria farmacéutica para acudir a dichas actividades, ya sea en el país o en el extranjero, con gastos pagados. Esto se decide, por lo general, con base en criterios de mercadeo alejados de la academia y crea otro tipo de compromisos, sin favorecer necesariamente a quien se debe (como, por ejemplo, a los jóvenes investigadores). Una de las consecuencias quizá más negativas de estas prácticas es que desmotiva y deforma la realidad, creando en el médico un hábito, una rutina, que da por hecho que el encargado (y pagador) de su educación médica continua es la industria, cuando el único responsable es él mismo y nadie más.
La educación médica continua o aprendizaje continuado ocurre a lo largo de toda la vida, garantiza la vigencia de nuestras competencias clínicas y no puede ser dejado en manos de nadie más: es un compromiso personal y responsabilidad de cada uno de nosotros. Démosle por ello el valor puntual y riguroso que tiene y mantengamos un elevado horizonte de motivación hacia la permanente adquisición del nuevo conocimiento médico.