Introducción
Durante muchísimos años los individuos manejaron sus asuntos y satisficieron su curiosidad y necesidad de conocer los hechos que le antecedieron, sacando de ellos saberes y experiencias transmitidas primeramente de generación en generación, a través del uso exclusivo del lenguaje, como parte de una herencia basada en la oralidad en sí misma. Con el surgimiento del lenguaje escrito el hombre tuvo a su alcance una nueva forma de transmitir y aumentar el conocimiento a través del tiempo, mediante diversos tipos de documentos, de acuerdo a los avances tecnológicos de cada época histórica.
La importancia ideológica está centrada en la necesidad de que las personas conozcan sus orígenes, sus raíces, de manera que puedan saber de dónde vinieron, dónde se encuentran y hacia dónde van. Esta relación pasado-presente-futuro desarrolla sentimientos y orientación del sujeto en el tiempo, un modo de pensar, de ver la realidad de la cual forma parte. Es por ello que se hace necesario el tratamiento especial a los conocimientos de la Historia (…) sin forzar situaciones, pero en consecuencia con la necesidad de cultivar el sentido de identidad, que se debe formar en cada ciudadano y de estimular sentimientos de arraigo y pertenencia (Hernández y Cárdenas, 2014, p. 4).
Se trata pues de una herencia recibida de tiempos anteriores, que refleja unos modos de vida, creencias e ideologías del pasado y que en el presente se conserva para legar el testimonio a las generaciones futuras y facilitar la comprensión de su existencia.
La investigación se desarrolló bajo el paradigma cualitativo, sobre la base de la dialéctica materialista. “El método histórico o la metodología de la historia, comprende el conjunto de técnicas, métodos y procedimientos usados por los historiadores para investigar sucesos pasados, y escribir o reescribir la historia” (Grupo Aspasia, 2021, párr. 1). Este método es propio de la investigación histórica. Tiene su fuente en la teoría crítica y utiliza las técnicas de la entrevista y la observación participante. Se emplearon los métodos teóricos: histórico-lógico, analítico-sintético, inductivo-deductivo, el sistémico-estructural y la modelación; y los métodos empíricos de revisión de documentos y el análisis historiográfico, por ser indispensables para localizar información valiosa.
Estos permitieron efectuar estudios bibliográfico-históricos, referentes a la Historiografía, en qué consiste ser un historiador y temas relacionados con el trabajo cronológico en lo referente a la Historia como ciencia y la Historia Local. Además, permitieron identificar las fuentes relacionadas a las conceptualizaciones históricas relativas a la evolución de las corrientes y etapas historiográficas a nivel internacional, regional y nacional. Luego, se evaluaron las fuentes y se contrastó la veracidad y utilidad de las que están vinculadas a la Historia de Cuba y el Sistema Educativo Cubano. Todo lo anterior, con la finalidad de realizar la síntesis y el planteamiento de los argumentos de este trabajo de investigación, siguiendo el razonamiento histórico-lógico y sustentado en el criterio de la investigadora.
El presente trabajo consta de cinco secciones. La primera aborda una breve reseña de la historiografía desde sus inicios en el mundo y en Cuba, en la segunda parte se presentan conceptos sobre en qué consiste el oficio de un historiador y se mencionan los principales historiadores cubanos, en el tercer apartado aparecen temas relativos a la Historia como ciencia y su vínculo con la Historia Local, en el cuarto se introducen consideraciones sobre la Historia de Cuba en el Sistema Educativo Cubano en general. Finalmente se presentan las conclusiones.
Origen y evolución de la Historiografía en el mundo y en Cuba
Las crónicas fueron las primeras formas de la historiografía. En sus inicios eran descriptivas y objetivas, debido a que en ellas se plasmaban las características de las regiones descubiertas y sus habitantes, así como sus costumbres, creencias y formas de vida. En el siglo XVII y principios del XVIII, los cronistas dejaron de anotar los datos reales de los pueblos y las características de su medio, para realzar exclusivamente las hazañas de los conquistadores. De esta manera, surgió una historiografía carente de datos importantes.
Ya en el siglo XIX, entre los años 1848 y 1870, la historia comenzó a adquirir un considerable rigor científico con los postulados de Marx y Engels. En estos años se comenzó a ver a la historia como ciencia basada en el análisis objetivo de los hechos, caracterizándose por una marcada tendencia dirigida al realce de la educación cívica y nacionalista (Rodríguez, 2012, p. 6).
Dentro de la historiografía se encuentra el proyecto de la Kulturgeschichte y otras corrientes de la historia social austriaca y alemana. Este proyecto es lo que hoy se conoce como positivismo, con una fuerte inclinación hacia los hechos mientras se separaba de los procesos de las ciencias sociales.
Alude a ese tipo de historiografía originalmente alemana que fue dominante en las universidades germanoparlantes primero y que luego se convirtió en la primera hegemonía historiográfica a nivel europeo y occidental, ya que esta historiografía dominante de 1871 hacia 1930 era de alguna manera el resultado condensado de ciertos procesos importantes que acontecieron en la historiografía europea (Aguirre, 2018, p. 12).
Sería el proyecto de la Kulturgeschichte, antes mencionado, el dominante de la historiográfica europea y occidental hasta el año 1929 cuando surge la nueva corriente de Les Annales.
En 1929 se fundó en Francia la revista “Annales d´histoire èconomique et sociale” a cargo de Marc Bloch y Lucien Febvre, marcando el inicio de una de las corrientes historiográficas del siglo XX más importantes conocida como Escuela de los Annales. En su primera etapa tuvo como objetivo fundamental romper con las limitaciones del positivismo y se oponía a la fragmentación de la historia en ramas independientes abogando por la idea de una historia total (Aguirre, 1999, pp. 47-53).
La Segunda Guerra Mundial y la posguerra fueron el comienzo de una segunda generación de los Annales, liderada por los estudios realizados por Fernand Braudel. En la siguiente cita, referida a esta corriente, se plantea que:
El tiempo de la historia en la actualidad es concebido como múltiple por los historiadores; diversas dimensiones temporales pueden y deben ser tomadas en cuenta en la investigación. El texto clásico al respecto es el de Fernand Braudel sobre los tres niveles temporales: la corta duración de los acontecimientos, la duración media de la coyuntura (con ritmos múltiples a su vez) y la larga duración de las estructuras. Por otra parte, sabemos que el mismo tiempo estructural, la larga duración de Braudel, es también múltiple; las estructuras económicas, las sociales y las mentales son sucesivamente más lentas en su evolución (Furet, 1976, p. 158).
Uno de los aportes más importantes de la Escuela de los Annales es la incorporación de varias fuentes para el análisis historiográfico como la iconografía y la técnica de la dendrocronología. Los analistas tomaron como eje central de sus estudios a las civilizaciones, las clases sociales y las creencias populares, realizando así sus análisis desde un nuevo punto de vista epistemológico.
En 1968 se produjeron cambios fundamentales y ocurrieron rupturas en cuanto a las concepciones culturales e históricas, producto de la crisis en la que se encontraban los modelos generales de las ciencias sociales. Esto abrió el campo a los estudios multidisciplinarios que ya se habían practicado en los Annales y da paso a la historiografía actual.
Después de 1968 se desarrolla una revolución cultural y civilizatoria de las principales formas de la reproducción cultural de toda la modernidad actual, lo cual desencadena una historiografía diferente, cuyo resultado fue que para 1990 no existiera una corriente u historiografía dominante. A partir de aquel momento, eran igual de importantes: la escuela de la microhistoria italiana, la historiografía socialista británica, la antropología histórica rusa, la historia regional latinoamericana, la psicohistoria anglosajona, etc. (Aguirre, 2018, pp. 15-16).
Las principales corrientes que han dominado la historiografía, desde mediados del siglo XIX, muchas veces en contradicciones teóricas, tuvieron gran importancia en su tiempo. Incluso en la actualidad se encuentra su influencia, como es el caso del positivismo en América Latina. Es por eso que Hernán Venegas (2001) afirma que “América continúa batallando contra el fantasma del positivismo” (p. 71). Otras obras historiográficas que han dejado su impronta debido a las distintas formas de acercarse a los temas históricos son de la Escuela Inglesa, con figuras como Eduard Palmer Thompson, Erick Hobsbawm y Perry Anderson, historiadores de tendencia marxista que realizaron aportes relevantes sobre los hechos históricos.
Entonces, la historiografía es el arte de escribir la historia, la ciencia de la historia, la memoria plasmada por la propia humanidad en la escritura de su propio pasado. De la Torre (2005) plantea que “el método historiográfico recoge todos los documentos referentes a las relaciones histórico-sociales de los gobiernos e instituciones, del pensamiento político-social-cultural-económico de los pueblos, las condiciones, las acciones y sus repercusiones” (p. 2).
En Cuba antes y después del triunfo de la Revolución, el 1 de enero de 1959, los textos históricos consistían en una combinación de positivismo tradicional e izquierdista. Algunos autores de estas apocas son Ramiro Guerra, José Luciano Franco, Juan Pérez de la Riva, Pedro Deschamps, Emilio Roig, Fernando Portuondo, José Rivero Muñiz, entre otros. Otros autores Julio Le Riverend, Manuel Moreno Fraginals, Raúl Cepero Bonilla y Sergio Aguirre realizaban estudios marxistas. No obstante, todos ellos estudiaban temas acerca de las historias sociales, económicas y políticas. La revolución cubana propició el surgimiento de nuevos estudios sobre la historia basada en su carácter profundamente patriótico.
En Cuba, se ha definido a la historiografía nacional como el arte de escribir la historia que tiene como objeto de estudio una nación determinada, con características propias; donde los fenómenos que se razonan, analizan e historian, tienen como centro de análisis los procesos y dinámicas, ya sean económicas, políticas o sociales que conforman el accionar de una nación. En su devenir intervienen diferentes enfoques, concepciones, escuelas, que pueden estar influenciadas por ideas y criterios tanto externos como devenidos de la lógica interna del país en cuestión (Guerra, 2002, pp. 111-112).
En este campo del quehacer histórico pueden encontrarse un sinfín de modos y estilos, según las necesidades e imaginación de los historiadores:
Así, según el ámbito del grupo social estudiado, el tratamiento de los tiempos puede ser: local, regional, nacional o mundial. De acuerdo al tipo de estudio: longitudinal o transversal. Para hacer un análisis: sincrónico o diacrónico. Al depender de la dirección en que enfoquemos los hechos históricos, estos pueden ser: progresivo o retrospectivo. Un punto interesante en el tratamiento de los tiempos históricos en su relación con el espacio y esto es demasiado importante cuando hablamos de historia regional, con toda la plasticidad que este término implica, pues el manejo de los espacios es tan rico y complejo como el de los tiempos; riqueza y complejidad que se multiplican con la relación entre ambos (Moreno, 2005, p. 9).
Mildred de la Torre Molina, Investigadora del Instituto de Historia de Cuba, afirma que:
La historiografía cubana se fortalece en la misma medida en que los cambios se suceden según las exigencias de los tiempos actuales. Los retos no son solo para el presente, lo son también para el pasado y para el futuro. Ellos merecen la dignidad, la valentía y el honor de los hacedores actuales de la historia. Ellos merecen también que con justicia se conozca la labor de los que desde Cuba hacen posible que llegue a todos lo mejor de la cultura nacional y universal (2005, p. 2).
Por tanto, la historiografía como ciencia exige una preparación continua y constantes renovaciones.
En qué consiste el oficio de un historiador y principales historiadores cubanos
Fueron los propios conquistadores, los cronistas y viajeros quienes dejaron para la historia algunas obras de la colonia temprana y quienes antecedieron a la aparición de los historiadores eruditos. Los primeros historiadores latinoamericanos surgieron con las repúblicas independientes y crearon una novedosa corriente historiográfica influenciada por el romanticismo europeo, lo que la llevó incluso a ser confundida con la literatura y guardaba cierta relación con los asuntos del Estado (Guerra, 2002, p. 110).
Toda buena historiografía necesita un buen historiador. Por ello, este ha de ser la persona que ha de lograr, de manera científica, el contacto con los hechos e historias de vidas pasadas.
Entonces, un historiador será el individuo cuyo oficio consiste en contar la historia exponiendo los hechos a una audiencia, es además, una persona que hace historia mediante la lectura e interpretación de los sucesos del pasado que todavía se encuentran en el presente. Su actividad se dirige a cuestionar e indagar en torno a lo referente a los orígenes y el contenido de las fuentes, lo que debe incluir también la producción. El oficio del historiador requiere de habilidades como la pericia, la narrativa, la capacidad para investigar y de despejar incógnitas (Rodríguez, 2012, p. 33).
Los historiadores cubanos han plasmado el transcurso de la Historia de Cuba, que data de algo más de 500 años como nación, y de su gente, desde su percepción y profundos conocimientos intelectuales.
Sería Fray Bartolomé de las Casas con las “Cronistas de Indias” el primer historiador cubano. Después vendrían José Martín Félix de Arrate, Ignacio Urrutia y Montoya, y Pedro Morell de Santa Cruz conocidos como los tres primeros historiadores oficiales de Cuba. También debemos mencionar a Nicolás Joseph de Ribera y a José Martí, quien, sin proponérselo, fungió como historiador excepcional, en algunas de sus obras (Amador, 2018, p. 3).
Los historiadores formados después de 1959 abordaron temas relativos a:
La esclavitud donde se destacan: Carmen Barcia, Gloria García, Leyda Oquendo, Gabino La Rosa, Arturo Soreghi, Mercedes García, Fe iglesias, Olga Portuondo, Orlando García, Oilda Hevia, entre otros.
Las guerras de independencia, sus próceres y protagonistas del siglo XIX a manos de investigadores como: Ramiro Guerra, Julio Le Riverend, Fernando Portuondo, José Luciano Franco, Leonardo Griñan Peralta, Jorge Mañach, Emilio Roig, Hortensia Pichardo, Sergio Aguirre, Juan Marinello, entre otros; junto a los escritos de los protagonistas de las gestas independentistas como: José Martí, Antonio Maceo, Ramón Roa, Antonio Zambrana, Enrique Piñeiro, Manuel Sanguily, Ignacio Agramonte, entre muchos otros.
El movimiento de liberación nacional, cuyas obras se conjugaron con las de los historiadores marxistas que publicaron durante la etapa de la república: Jorge Ibarra, Salvador Morales, Rolando Álvarez Estévez, Abelardo Padrón, Gilberto Toste, Mary Cruz, Emilio Godínez, Nidia Sarabia, Ibrahím Hidalgo, Pedro Pablo Rodríguez, Josefina Toledo, Francisco Pérez Guzmán, Olga Cabrera, Aleida Plasencia, José Cantón Navarro, Oscar Loyola, Diana Abad, entre otros.
De los historiadores más recientes resalta la inmensa labor investigativa del Doctor Eusebio Leal Spengler y el Doctor Eduardo Torres Cuevas, quien preside la Academia de Historia de Cuba y la Cátedra de Altos Estudios Fernando Ortiz. Todos ellos forman parte de una gran lista de historiadores que con su trabajo científico investigativo han dejado huella en la historiografía cubana.
Robert Berkhofer Jr. considera que el uso de la temporalidad por los historiadores implica:
Dos dimensiones básicas del tiempo, la dimensión externa del tiempo físico susceptible de ser medida; y la interna, del tiempo subjetivo. El tiempo físico sería utilizado para la datación, partiendo de la hipótesis de un tiempo absoluto, universal, homogéneo y autodeterminado (…) En cuanto al tiempo visto subjetivamente, sería por el contrario heterogéneo y discontinuo. Aquí aparecería el problema del tiempo cultural -las diversas formas en que distintas épocas y sociedades concibieron y conciben el tiempo-, y la variedad de ritmos de la vida social, todos de interés para el historiador (…) Las cuestiones básicas para el historiador serían: 1) La delimitación de la secuencia estudiada; 2) El orden de la secuencia en relación al tiempo; 3) La razón del orden de ocurrencia; 4) La ubicación de la secuencia en el tiempo (¿por qué se dio en aquella época y no en otra?, ¿por qué no pasó entonces otra cosa?); 5) El ritmo de transformación, su homogeneidad o heterogeneidad durante la secuencia examinada (Berkhofer, citado en Cardoso, 2000, pp. 205-206).
El valor de un historiador es encontrar el verdadero sentido de las palabras con que son narrados los hechos de un pasado lejano. Una de sus funciones es historiar, es decir, dejar plasmado en una obra científica el relato exacto de una situación conocida, no solo a través de los documentos, sino también por el posible testimonio vivo de los actores del hecho. Implica la utilización de ciertas técnicas de investigación que enriquecen el instrumental historiográfico y abren un mundo extraordinario para ahondar y comprender el pasado. Su labor consiste en comenzar por comprender la vida y lo que tiene de común en cualquier tiempo y en cualquier lugar; para interesarse ávidamente por la relación existente entre el presente y el pasado, es necesario ser un espíritu apasionado.
Un historiador ha de tomar la documentación, para abarcar el panorama íntegro, es decir, el mundo de cosas intocadas y nunca comentadas. Hay que ir hacia aquellas riquísimas fuentes, precisamente a las más significativas. Con el aporte de estas nuevas e imprescindibles investigaciones se pueden descubrir las leyes dialécticas de nuestra historia. Las fuentes necesitan una actitud acuciosa, para actuar creadoramente, por lo que ha de nacer una vía para la formación científica de un buen historiador (Rodríguez, 2012, pp. 8-9).
Los historiadores observan y registran con sus manos los tiempos históricos sociales, los acontecimientos que analizaron en sus ilustradas mentes en textos escritos, con el principal objetivo de poner a disposición de todas las personas interesadas la historia y los saberes de una nación. Ellos tienen el deber de prestar atención a todos y cada uno de los hechos, a sus implicaciones y repercusiones, aunque trabajen cada uno de forma independiente y aislada. Deben tener el concepto de que toda labor amplia de investigación es siempre un trabajo colectivo, donde se resuman los aportes de experiencias psicológicas, económicas, políticas, sociales, tecnológicas, científicas, culturales, etc. Sabemos que el historiador, aunque se especialice en una sola dirección, en una región y en un solo período, mantendrá siempre vivo el interés universal y creador.
Fernand Braudel (1970) dijo: “el historiador no se evade nunca del tiempo de la historia: el tiempo se adhiere a su pensamiento como la tierra a la pala del jardinero” (p. 97), así nos muestra al tiempo como el contexto histórico en el cual se desarrolla nuestra existencia.
La Historia como ciencia y su vínculo con la Historia Local
Vale mencionar que el estudio de la Historia en Cuba durante las primeras décadas del siglo XX recibió una fuerte influencia de las principales corrientes historiográficas desarrolladas a nivel mundial, como la Escuela de los Annales, surgida en 1929 en Francia. Haciendo referencia a esta corriente, citamos a Jacques Le Goff (1994):
Por un lado, la historia puede y debe ser ciencia tanto de lo que perdura como de lo que cambia, de las estructuras como de los acontecimientos, de los mecanismos como de los fenómenos. Por otro lado, me parece que las otras ciencias humanas están condenadas a la esterilidad si no sitúan en el flujo de la historia el objeto de su estudio o bien si no se colocan ellas mismas en ese flujo. Pero aun así, lo cierto es que la historia se interesa más por las evoluciones que por las permanencias. Aunque según las épocas y los tipos de sociedades, la historia puede verse llevada a asignar una importancia mayor o menor a los tiempos largos, que son los de las permanencias y que se acercan o alejan a la historia de otras ciencias vecinas más específicamente dedicadas al estudio de las sociedades (p. 104).
Entonces, la historia debe abordar cada aspecto en su conjunto y reflejar un equilibrio donde no se eleve una arista por encima de la otra, en aras de encontrar cómo lo histórico y social influye en lo individual y viceversa, creando un proceso de reciprocidad y desarrollo. Alonso (2003) plantea que “La historia está presente en las ciudades y territorios, en barrios, plazas, parques y calles. La historia funciona como antídoto al peligro de desarraigo y es fundamental en el sometimiento del proyecto común de un pueblo” (p. 45). Propicia a su vez la asimilación de los contenidos más importantes del acontecer nacional, en vínculo con los hechos locales y nacionales.
Los propósitos particulares del trabajo histórico nos llevan a la delimitación correspondiente en cuanto a la región objeto de estudio. En este caso, para establecer las marcas históricas que nos ayuden a una periodización adecuada, será necesario detectar y destacar lo relevante en los procesos históricos regionales, sin perder de vista la relación entre la historia general y la particular del lugar (Moreno, 2005, p. 11).
En Cuba, la Historia Local constituye una tradición educativa que se ha desarrollado conjuntamente con la nación y la cultura cubana. Estudios demuestran que ya era reconocida en el país desde finales del siglo XVIII, pues solía documentarse por sociedades históricas o grupos que se formaban para preservar cualquier lugar, monumento u objeto, y documentos con valor histórico; destacándose en este sentido la Sociedad Económica de Amigos del País. Esta sociedad incentivó la recopilación de datos históricos de las diferentes localidades. Por tanto, el estudio de la Historia Local es un fenómeno que cuenta con una tradición en el pensamiento pedagógico de la nación, encontrando sus orígenes en los iniciadores de la pedagogía cubana. De la Luz y Caballero (1835) planteó la necesidad de relacionar la Historia Local con la nacional y la universal.
Algunos autores que han realizado diferentes investigaciones sobre la Historia Local, que la han conceptualizado y han expresado diversas ideas sobre el objetivo de esta ciencia histórica son Ingenieros, Acebo, Pluckrose, Alonso, Cornacchioli, Reyes, entre otros. De sus aportes se pueden extraer las siguientes ideas que expresan que la Historia Local está dirigida a:
La formación de un sistema de conocimientos históricos y de habilidades, hábitos y normas de conductas adecuadas en la sociedad, el desarrollo de sentimientos, ideales, convicciones y en general de valores con los cuales el hombre [y la mujer]puede actuar correctamente en sociedad, y la conformación de un pensamiento histórico, que no se reduce a la comprensión de la relación pasado-presente-futuro, sino a la comprensión del lugar de cada sujeto en esa relación (Hernández y Cárdenas, 2014, p. 3).
Teniendo en cuenta lo anterior se plantea que la Historia Local es la ciencia histórica que toma como objeto de estudio el pasado de los hombres y mujeres, así como el conjunto de hechos, procesos o fenómenos históricos, económicos, políticos, sociales y culturales, y personalidades que intervienen en el desarrollo de un lugar, a partir de la delimitación que involucra el tiempo y el espacio. La Historia Local es aquella historia que genera sentimientos de identidad en un grupo humano que conforma una comunidad.
Afirmamos pues que mediante el estudio de la Historia Local se fortalece el sentido identitario con respecto al lugar donde se vive y el entorno formativo contribuyendo a la educación de las nuevas generaciones, se corresponde con los contenidos de la Historia como ciencia y constituye un punto de partida para la investigación histórica y la construcción del conocimiento histórico y social.
En la actualidad, para el gobierno cubano, la preservación de la memoria histórica constituye una prioridad y por ese motivo se realizan diversas labores para detener el deterioro del patrimonio documental, algunas de ellas son la conservación física y la restauración de los documentos históricos y la digitalización de la documentación.
Es de vital importancia darse cuenta de que el interés por el estudio y la comprensión de la historia nacional depende principalmente de la apreciación que cada uno tenga de la historia de su propia ciudad. Hay que tener en cuenta que la nación se compone de sus partes: las regiones, provincias y municipios, y la historia de la nación debe ser la suma total de las historias de sus partes. Ninguna ciudad o provincia existe independientemente de la nación, y viceversa porque no se puede ignorar la importancia de la Historia Local para comprender y escribir una verdadera historia nacional.
Desde lo local podemos iluminar e informar sobre el panorama general. Esto tiene un valor incalculable en épocas y lugares en los que los registros no sobreviven y lo local es la única forma de pensar sobre lo regional o lo nacional. Al hacer Historia Local hacemos todo tipo de historia a la vez: social, cultural, política y económica. Desde ella llegamos a la historia familiar, los archivos, los museos y la arqueología, a través de las comunidades que vivieron allí, los registros y los edificios que han quedado. Por ello, cada localidad tiene el deber de proporcionar una historiografía adecuada basada en la experiencia histórica de su propia comunidad.
La Historia Local es la más cercana al corazón y a la conciencia de la gente porque refleja su propia identidad, experiencias y aspiraciones. Es la recreación interpretativa del pasado de su localidad, abarcando su vida política, social, económica y cultural. Incluye el desarrollo de las instituciones en la unidad geográfica y los éxitos y fracasos de sus gentes (Funtecha, 2008, p. 3).
El estudio de la Historia Local encaminado a transformar las conciencias, a cultivar amor o a lograr una nueva concepción de los orígenes de las personas, permite valorar el Patrimonio que atesora cada localidad como la esencia misma de su historia. Un enfoque limitado que contextualice el progreso del tiempo a través de un determinado conjunto de fronteras nos hace pensar en lo que distingue a ese lugar, animando al historiador local a llevar a cabo una investigación detallada, que permita explotar al máximo toda la información a su alcance.
Puede proporcionar un estudio en profundidad de una manera que sería imposible con un tema nacional, utilizando y desarrollando las habilidades y el conocimiento de las fuentes, además de ofrecer claros beneficios en términos de fomentar la empatía y la identidad (Hargraves, 2022, párr. 4).
La Historia de Cuba en el Sistema Educativo Cubano en general
Desde 1959 hasta la actualidad el gobierno revolucionario cubano ha puesto sus esfuerzos para primero alfabetizar a toda la población del país y después para que se fueran superando y alcanzaran niveles educacionales de enseñanza y de instrucción superiores. Esto se ve reflejado en el perfeccionamiento continuo de la educación cubana que ha transitado por tres etapas: el I, II y III Perfeccionamiento del Sistema Nacional de Educación, como una exigencia en la gestión de la administración pública y como respuesta a los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido. La educación requiere de cambios en las formas de participación ciudadana, en la labor educativa y en los procesos de enseñanza aprendizaje, si se requiere lograr los objetivos trazados en el Modelo Económico de Desarrollo Socialista Cubano.
Son variados los estudios acerca de la educación en Cuba - Bosquejo histórico de la educación en Cuba (1978), de G.J. García Galló; Historia de la Pedagogía en Cuba (1995), de Rolando Buenavilla Recio; La historia de la educación en Cuba (1998), de Enrique Sosa y Alejandrina Penabad; Predominio de las formas no escolares de la educación en Cuba (2004), de Manuel Curbelo y un colectivo de autores- que profundizan en los albores de la educación desde las culturas aborígenes y durante los tres primeros siglos coloniales (Torres, 2021, p. 21).
En el Sistema Nacional de Educación cubano la Historia de Cuba es una asignatura priorizada por su potencial formativo y humanista. Al enriquecer los conocimientos y contribuir al desarrollo de las convicciones políticas y morales, coadyuva a revelar la calidad cultural y de vida, fortalece la memoria histórica e influye en la formación de una conciencia histórica que repercuta en el desarrollo ideopolítico, cultural general e integral de los estudiantes, por las lecciones que aporta el aprendizaje histórico para la vida.
En el caso específico de los programas de la asignatura Historia de Cuba, se incluyen estos contenidos en el sistema de conocimientos y objetivos de todas sus unidades de estudio. La correspondencia con el contexto histórico propicia un contacto más cercano con el acontecer nacional, contribuye al desarrollo de sentimientos de identidad hacia el territorio natal y posibilita un aprendizaje interactivo y desarrollador. Esta asignatura favorece al desarrollo armónico del estudiante, desarrolla sus conocimientos sobre condiciones objetivas y contribuye al mejoramiento del ser humano.
Estas aseveraciones confirman el criterio acerca de que los propósitos de la enseñanza de la Historia de Cuba superan lo cognitivo. Los conocimientos constituyen el sustrato ideológico en la personalidad de los estudiantes. Al respecto Manuel Romero (2010) señala:
Esta asignatura favorece el desarrollo integral del estudiante, propiciar el crecimiento de su personalidad, despliega sus conocimientos, ofrece las vías para el enjuiciamiento ético y contribuye al mejoramiento del ser humano como resultado de las actitudes asumidas en cada momento histórico y para este propósito la Didáctica de la Historia posee un importante papel (p. 89).
Por tanto, es necesario saber y conocer las raíces del pasado, las tradiciones y la razón de las actuaciones de las personas, entre otros aspectos fundamentales. Por lo que la enseñanza de la asignatura Historia de Cuba, constituye una de las formas de trasmisión y reproducción de la memoria colectiva, y un elemento fundamental en la configuración de la conciencia de identidad de los pueblos. De ahí la necesidad de desarrollar su constante perfeccionamiento.
Educar (…) es hacer de cada hombre resumen del mundo viviente, hasta el día en que vive: es ponerlo a nivel de su tiempo, para que flote sobre él, y no dejarlo debajo de su tiempo, con lo que no podría salir a flote; es preparar al hombre para la vida (Martí, 1883, p. 281).
Uno de los objetivos de la enseñanza de la Historia es la formación integral de los estudiantes desde una concepción martiana y marxista, que refuerce los valores humanos de la solidaridad, el patriotismo, el internacionalismo, el antimperialismo siguiendo el legado ético de destacados políticos, educadores e intelectuales revolucionarios cubanos, pero también de Latinoamérica y el Caribe, y de otras partes del mundo, como expresión de las mejores tradiciones patrióticas y culturales, con la conformación de un pensamiento propio, basado en la comprensión de la realidad social, con una actitud crítica, reflexiva y transformadora.
En Cuba la memoria histórica educacional es concebida con un enfoque multidisciplinario de la educación, donde los hechos tienen como protagonistas a los actores sociales inmersos en los procesos históricos vinculados a las instituciones, gubernamentales o no, que se desarrollan en un contexto social determinado. “La educación es más de lo que creemos, la educación universal va más allá de lo que declaramos, y la educación cubana es mucho más prolija de lo que divulgamos” (Laurencio, 2021, p. 12). Está presente en las transformaciones actuales y futuras, pero también se enriquece del pasado. Podemos encontrar en la obra de José Martí (1875) elementos indiscutibles en relación a la identidad cubana. “El pasado es raíz de lo presente. Ha de saberse lo que fue porque lo que fue está en lo que es” (p. 176).
La historia es el registro de la larga memoria de la humanidad. “Es tarea de la docencia enseñar a descubrir el engranaje interno que existe bajo la diversidad de hechos que se estudian; enseñan a reflexionar sobre el pasado para contribuir a asumir el presente con voluntad transformadora” (Díaz, 2002, p. 1).
La enseñanza de la Historia no debe quedar relegada a las fechas y cronologías lineales sin tener en cuenta la propia esencia de los procesos históricos a los que representan. En los programas de los distintos niveles educacionales se realizan cortes que enmarcan la Historia de Cuba por años o etapas, para facilitar el proceso de aprendizaje a los estudiantes, sin embargo, la relación entre el tiempo y la historia no es esquemática pues todos los periodos históricos no tienen rasgos iguales para la sociedad en general.
La educación debe posibilitar la creación de intereses culturales para que las futuras generaciones puedan comprender e imaginar lo más real posible el ámbito cultural y reconstruir los procesos históricos y dar continuación a la formación del ser humano por sí mismo. A su vez Justo Chávez (2004) opina “En Cuba se aplica en la actualidad la pedagogía socialista, pero regresando a los principios clásicos del marxismo y vinculados a la rica tradición pedagógica cubana, cuya síntesis creadora se refleja en las posiciones del pensamiento educativo actual” (p. 31).
Es tarea esencial contribuir desde las clases de Historia al desarrollo del pensamiento lógico. Mediante el modo de razonar histórico social, es que se caracteriza el estudio del objeto histórico en su desarrollo en el tiempo y el espacio, en sus interrelaciones y contradicciones, con un enfoque clasista, y con métodos de la ciencia. Además de establecer la relación entre lo general, lo particular y lo singular, lo que supone el desarrollo en los alumnos del análisis, la comparación, la determinación de lo esencial, llegar de forma independiente a nuevas generalizaciones, valorar, criticar, argumentar, con coherencia y rigor lógico (Colectivo de ponentes, 2018, s.p.).
De ahí que la enseñanza de la Historia debe revelar en cada clase la moralidad histórica del pueblo, de sus héroes; valorar las figuras y los hechos en que participaron. Ello implica conocer sus acciones, ideales y el contexto histórico; pero en sus rasgos más cercanos a la propia vida escolar, a su conducta cotidiana.
Conclusiones
Las personas son seres sociales que necesitan conocer lo que le aconteció para aprender de ello y tomar acciones en su presente para trazar su futuro. Es aquí donde el papel de la historia hace valer su importancia. El estudio de la Historia como ciencia posibilita comprender mejor los problemas y realidades de hombre y mujeres en su presente histórico. A la par, son las personas quienes escriben la historia y la historiografía es reflejo de los pueblos y de los tiempos vividos en un contexto histórico determinado. No puede hablarse de una historia general o nacional sin hablar de una Historia Local o viceversa, porque desde las propias comunidades se marca la impronta de cada territorio que conforma toda una nación.
En el mundo actual, se hace necesario estimular y favorecer el estudio de la Historia Nacional de cada país para conservar sus orígenes, tradiciones y cultura. El sentido de pertenencia y de identidad de cada persona contribuye a la vez al proceso de formación de la nacionalidad. El trabajo de historiografía cobra hoy mayor importancia, no solo en Cuba sino en todos los países del orbe, debido a la significación e influencia de la historia contada por los historiadores en el quehacer educativo en general.
No basta con una síntesis histórica y cronologías esquemáticas aprendidas desde las edades tempranas, para propiciar la curiosidad de conocer el pasado de la nación cubana. De ello es consciente el Sistema Educativo Cubano, que tiene la certeza de que el conocimiento de la Historia de Cuba es esencial para expresar una cultura legítimamente nacional. Mediante el tránsito y la formación integral de los estudiantes en los distintos niveles de enseñanza se deben formar y reforzar los valores humanos y patrióticos como parte del proceso de formación de la idiosincrasia.
Somos reflejo del pasado y a la vez seres nuevos continuadores y comprometidos con nuestra historia. Vivimos con la convicción de que de las glorias pasadas se sacan fuerzas para forjar glorias nuevas.