a Ximena
Protagonista de estas páginas es un “campo de fuerzas”, frase con la que el filósofo español German Cano define a Friedrich Nietzsche. Aquí sostengo que la obra que presentamos tiene el carácter de un “campo de fuerzas”, pues Jorge Juanes en Nietzsche. Rebeldía dionisíaca. Fractura del nihilismo expone, en varias estaciones y en múltiples constelaciones, las fuerzas que acompañaron la potencia corrosiva del filósofo alemán.
El proyecto editorial de Jorge Juanes es titánico; dejó el paraguas en algún lugar para mejor, con su bastón, deambular a la intemperie con jovialidad e implacabilidad teórica entre la aurora y el jardín dionisíaco. Al paso, nos presenta, en once secciones, un espectro que va de lo trágico artístico, musical, literario y pictórico a lo filosófico y político. En este devenir filosófico artístico nietzscheano el autor atraviesa por el perspectivismo, por el nihilismo activo, el nihilismo pasivo y el nihilismo planetario, el súperhombre, la voluntad de poder y el eterno retorno, hasta colocarse con firmeza a contra pelo de la historia de la filosofía y de la gran escuela de la calumnia.
El libro que nos congrega es un conjunto y, al mismo tiempo, una línea de fuga. Juanes nos habla de cierta época sin plantearla en su totalidad, de un recorrido existencial sin ser una biografía de Nietzsche, nos habla de metafísica sin ser un libro de metafísica; en ese sentido, esta obra confiere inestabilidad conceptual, de ahí el origen de su potencia llevada con rigor crítico a categorías y nociones las cuales, rizomáticamente, interpelan a los lectores en torno a nuestro mundo.
A Juanes le interesan la cultura de la alegría y la afirmación más potente de la pulsión de vida. Despliega la interpretación afirmativa que exigió tres muertes: la de Dios, la de la Idea y la de la Verdad. Consciente de la inocencia del devenir, se adentra en nuevos territorios, hacia lo intempestivo, hacia el riesgo, hacia las posibilidades múltiples. En suma, a la transgresión del mundo. Sobre el filósofo del martillo, nos explica:
Nietzsche defiende con pasión el arte pagano libre de culpa, cómplice del riesgo. Arte del perpetuo nacer-renacer de los existentes; propositivo enemigo de las normas y la rutina. Se busca lo que se busca: crear obras de arte que dialoguen con el eterno retorno de lo creativo-destructivo e incalculable; obras que nos abran a un diálogo participativo con lo Uno e, igualmente, alienten el deseo de vivir. Artista equivale a un jugador en el juego del mundo.1
A mí juicio, en la actualidad existen elementos de sobra para transgredir el mundo y tomar distancia de nuestra época, al echarle una mirada nietzscheana a nuestros lazos sociales y sus expresiones que van desde una sociedad positiva del rendimiento, la paulatina erosión de Eros sustituida por el narcisismo competitivo, la realidad del panóptico digital -del cual todos participamos de su coacción icónica-, la uniformidad política, la homogeneidad cultural del americanismo y las nuevas formas de dominación desideologizada y despolitizada. Hacen falta cargas de dinamita contra el mundo verdadero.
Jorge Juanes sugiere, como petición de principio, fracturar la gramática heredada en varios ámbitos, pienso en el académico, pienso sin duda en el terreno de la política, en el de la educación, ni qué decir del arte y del performance. Optar, nos dice Juanes, por la palabra precaria, fragmentada y errante; palabra fiel al acontecer o al devenir azaroso y carente de finalidad, “una interpretación que sea un pecado activo, un mentís a los dioses ladrones de energía, un crear y destruir perpetuo, enemigo de las plenitudes intemporales”.2 Y es que nos acechan, explica Juanes, los cuatro jinetes del apocalipsis nihilista 1) buscarle sentido a lo que carece de sentido; 2) identificar el sentido con un ordenamiento sistemático, totalizador; 3) imponerle a la inocencia del devenir finalidades de cualquier tipo: religiosas, morales, cognitivas, históricas; y 4) levantar mundos ficcionales, moldeados por el Espíritu Santo o la Santa Razón Pura.
Por ello, refiere Juanes, Nietzsche mató dos pájaros nihilistas con la misma piedra, el filósofo alemán explica que “el surgimiento de posturas correctivas nace a la par del nacimiento de la filosofía (metafísica) y se prolonga y consolida en el cristianismo (o teología). De allí que reluzca su empeño en demolernos por igual”.3
Entendemos por nihilismo no la negación del ser, sino la destrucción de la diferencia que lo habita. La aportación del nihilismo al pensamiento no ha sido producir lo negativo sino negarlo y, por tanto, su duplicación. Si se niega lo negativo, que ha atravesado siempre nuestra experiencia, el nihilismo termina por potenciarse exponencialmente, nos abandona a su repetición destructiva. En este sentido, es preciso pensar aquellos conceptos oscurecidos por la metafísica de la presencia, y no sólo invertir la relación jerárquica de los conceptos sino pensar en umbrales, aporías o indecidibles que desmonten la lógica del centro.
A lo largo de esta obra, nuestro autor se explaya con un potente catalizador que atraviesa toda su reflexión. Me refiero a la noción de physis entendida como fuerza, surgir, brotar, energía fluyente, que no es otra que el ápeiron, acuñado por Anaximandro, entendido como el movimiento eterno primordial. Apoyado en Heráclito, Juanes sostiene que el mundo deviene sin un porqué, ajeno a cualquier cumplimiento escatológico. “Somos physis y nuestro destino marcha en paralelo”, afirma, pero una physis carente de historia. Nacer-renacer que conlleva el perecer de lo que era y la emergencia de lo que no existía. “Lo que es ahora mismo, en cuanto fragmento de la physis, obedece a la justicia e injusticia del tiempo en curso sin necesidad de remitirlo a mediaciones exteriores”.4 Cómo explicar a los otros protagonistas de este libro: Baudelaire, Flaubert, Rimbaud o Mallarmé, entre otros, y cómo dar cuenta de sus creaciones sino justamente desde una lectura en los bordes del sentido y de la forma.
Baudelaire “trata de vivir en permanente estado de excepción, concretado en instantes intempestivos: momentos extra-ordinarios que abren la posibilidad de sembrar el terreno donde brotan las flores del mal”;5 o el complot de la escritura de Flaubert ante el Estado y los poderes en turno, es decir, a través de la novela que admite personajes discrepantes y diferencias manifiestas, cuya lectura, escribe Juanes “puede ser peligrosa para los amos de lo unívoco y de las moralidades categóricas”;6 y qué decir de Mallarmé que con su frase “Un coup de dés jamais n’abolira le hasard” (una tirada de dados jamás abolirá el azar) pone a la fortuna como torrente rector del mundo.
En este sentido, les enfants terribles Baudelaire, Rimbaud, Flaubert, Mallarmé, además de Van Gogh, Cézanne o el propio Nietzsche, se valieron de alegorías, símbolos, mitos, sueños, fragmentos, diálogos interiores, distanciamientos emocionales. Es, explica Juanes, la puesta en crisis de la espacialización del tiempo objetivo-patológico Pablo Tepichín6 -encubierto de normalidad- en favor de la afirmación personal extrema, inscrita en el tiempo corto de la finitud existencial y entregada a sus posibilidades “anormales”. Las artes maldecidas (plásticas, poéticas, musicales) surgen de actos irreductibles.
El elemento de lo dionisíaco aparece como la fuerza avasallante e inconmensurable en devenir, sin una teleología; más bien ontología eterna, fuerza irresistible que en los pueblos matriciales era temida y venerada, “temida por entrañar el eterno retorno del dolor y venerada por encarnar el perpetuo rejuvenecimiento de la vida”.7 Éste, interpreto, es el juego multicolor del mundo, el de la eterna diferencia que se resiste a su fijación. Así lo expresa Nietzsche en el Crepúsculo de los ídolos:
La embriaguez apolínea mantiene excitado ante todo el ojo, de modo que éste adquiere la fuerza de ver visiones. El pintor, el escultor, el poeta épico, son visionarios par excellence. En el estado dionisiaco, en cambio, lo que queda excitado e intensificado es el sistema entero de los afectos: de modo que ese sistema descarga de una vez todos sus medios de expresión.8
Nietzsche juega al sofista, afirma Juanes; a mí juicio, esto se despliega en al menos tres momentos: 1. Piensa que el sentido es relativo y además se crea: 2. No hay verdad absoluta y teleológica develada por la razón: 3. No existe un carácter inherentemente político con un logos, sino, más bien, un gregarismo atravesado por el dilema del erizo de Schopenhauer, según el cual nos sentimos solos y nos acercamos a los demás, pero sus espinas nos pican o picamos con ellas a alguien y volvemos a alejarnos.
Asimismo, Juanes me hizo reflexionar en Nietzsche como un pensador de lo negativo a lo trágico, a lo Nicolás Maquiavelo y Thomas Hobbes o a lo Max Weber y Carl Schmitt como deudores, con sus aires de familia y sus respectivas y cuidadosas distancias. El pensador de Röcken, un pagano de cepa, entiende que lo bello, la armonía y la mesura no surgen de una sociabilidad o gregarismo natural, sino de la desmesura, la barbarie, el dolor existencial; en definitiva, de una especie de pólemos, que comprende la lucha, la discordia y el conflicto. Como infiere Juanes, una belleza llena de cicatrices que participa del goce de la vida afirmativa. Si esto no es trágico, entonces qué es.
El texto en cuestión es rebeldía y resistencia, más que Revolución con mayúscula, es fractura; más que ruptura, rebeldía como aguijón que se clava en cualquier ámbito de lo social. También la fractura nos permite ver el hueso en sus pedazos, en sus fragmentos, e imaginar una totalidad irreversible no como un hecho, sino como una perspectiva. En suma, como la idea misma de la revuelta de Juanes que “ni busca ni desea instaurar institución alguna que valga, sino pasar de largo y, de ser posible, crear grupos de resistencia al margen de las estructuras de poder. A la contra de los maestros pensadores (filósofos, ideólogos, curas) que conciben un ideal humano realizable en la Historia”.9
Hay algunas estaciones en el libro, las cuales sólo enlistaré, que completan esta magna obra, por ejemplo: la transformación del espíritu en camello, león y niño, y quizá pensarlos, en mi opinión, como conceptos dinámicos; la gran política a la que se refiere Nietzsche, el capítulo sobre Hegel y el idealismo alemán y, por supuesto, su acre diatriba contra las epistemologías del sur.
Finalmente, Jorge Juanes en Nietzsche. Rebeldía dionisíaca. Fractura del nihilismo, nos plantea una disyuntiva: seguir con grilletes cobijados por cadáveres abstractos, detrás de momias conceptuales del nihilismo zombi de nuestra condición posmoderna y balar como ovejas al matadero de la Razón, o congregarnos en un banquete en torno a la savia estremecedora, donde nos invita a poner el cuerpo, a bailar de mil modos con pies ligeros, a sentir una música que potencie flujos libertarios, pulsiones, perspectivas abiertas e inconclusas. Yo prefiero instantes insurrectos, y prefiero bailar.