Anexo 1

 

Pacto por la unidad de los trabajadores de América57

Reunidos en Santiago de Chile el 14 de enero de 1936, los militantes sindicales que suscriben, venidos como delegados oficiales y observadores a la Conferencia Americana del Trabajo, han considerado la situación por que atraviesa el proletariado de América, que carece de una organización sólida por incomprensión de sus intereses de clase explotada y por la falta de unidad de acción de los organismos obreros, y, por la tanto, han resuelto:

Dirigirse a todos los trabajadores del continente americano, exhortándolos a trabajar por conseguir la unidad en el orden nacional para lograr la materialización de sus propósitos.

Al mismo tiempo, comprueban que el proletariado de América tiene problemas que le son comunes y que, a los fines de una pronta solución de los mismos que satisfaga ampliamente los anhelos de la masa que sufre y trabaja, creen necesario abordar de inmediato las tareas indispensables para llegar a constituir cuanto antes una vigorosa organización continental de los trabajadores. También consideran indispensable la más estricta vinculación de los trabajadores que por este objetivo se comprometen a trabajar en sus respectivos países. Para atenuar la miseria que aflige al proletariado del continente, proponemos la lucha inmediata por las siguientes reivindicaciones:

1°. Defensa de las libertades democráticas (libertad de palabra, de reunión, de asociación, de prensa, derecho de huelga, etcétera).

2°. Jornada máxima de 40 horas semanales, sin disminución de salario.

3°. Elevación de los salarios.

4°. Estricto cumplimiento y ampliación de las leyes nacionales y convenios internacionales del trabajo. Por un seguro que proteja al obrero contra los riesgos del trabajo, enfermedad, invalidez, vejez, desocupación y muerte.

5°. Por la libertad de todos los presos políticos y sociales.

6°. Contra el fascismo y la guerra.

 

Anexo 2

 

Mensaje al proletariado de la América Latina58

Mañana debe reunirse en Santiago de Chile el primer congreso de los países americanos para estudiar los problemas relativos a la legislación del trabajo y a las condiciones en las que vive el proletariado del continente. La iniciativa para esa asamblea partió de un gobierno -el de Chile- y será patrocinada por el órgano de la política social de la Sociedad de las Naciones, la Organización Internacional del Trabajo. La clase trabajadora de América no ha intentado hasta hoy convocar a una convención con propósitos semejantes ni ha pensado discutir por sí misma, y para sí misma, con exclusión de los representantes del Estado y de la clase patronal, los graves problemas que la aquejan y las tareas de su acción futura.

Cualesquiera que sean los resultados del Congreso de Chile, aun admitiendo que todos los gobiernos de las naciones americanas se comprometan a adoptar las recomendaciones y los convenios acordados por las asambleas de la Conferencia Internacional del Trabajo, el problema más importante para la clase trabajadora no es el de la legislación social, sino el de su unificación eficaz y urgente. El panorama de América es trágico: en los Estados Unidos el ejército de los desocupados -que asciende a más de 10 000 000 de individuos- no disminuye; al alza relativa de los salarios en algunas ramas de la producción fue concomitante la elevación general de los precios, reduciendo la capacidad de consumo de los trabajadores con empleo; el reconocimiento oficial del derecho de los trabajadores para sindicalizarse y para exigir a los empresarios la celebración de contratos colectivos de trabajo ha provocado la multiplicación de los "sindicatos blancos", de las uniones ficticias, que convierten en nugatorio el esfuerzo de los obreros con conciencia de clase y el propósito mismo de la política del gobierno; los códigos tendientes a proteger a los pequeños productores no sólo no han logrado quebrantar el poder de los grandes monopolios, sino que en muchos casos los han fortalecido; en general, el programa de la economía dirigida por el Estado, respetando el lucro del capital privado y la libre concurrencia -base y objeto del régimen económico y social del país- no sólo no ha tenido éxito, sino que, significando en cierto modo, desde el punto de vista formal, la repulsa del método abstencionista del gobierno en los problemas sociales, que caracteriza la tradición histórica de la nación, la oligarquía de los grandes financieros señaló ese programa como inútil, demagógico e inconstitucional, hasta obtener de la Suprema Corte de Justicia un fallo contrario al intervencionismo del Estado, que el propio programa encierra, provocando la última de las represiones de la clase capitalista contra la masa obrera y campesina, consistente en una nueva reducción de salarios, en un aumento de la jornada de trabajo, en la abolición de la moratoria para el pago de los créditos hipotecarios que pesan sobre la mayoría de los pequeños y medianos agricultores, el empleo de los trabajadores libres lesionando los derechos de los sindicatos, el uso de esquiroles para romper las huelgas, y en otras medidas semejantes que han colocado al proletariado en una situación más angustiosa y precaria que antes de la crisis.

En México, en donde las promesas constantes de los caudillos y representantes accidentales del movimiento revolucionario iniciado hace un cuarto de siglo, que entrañan verdaderas necesidades populares de inaplazable resolución, no habían pasado de ser promesas, por la prevaricación de los mismos líderes políticos, al iniciar su labor progresista y honesta el actual presidente de la República, general Lázaro Cárdenas, cumpliendo los ofrecimientos de sus antecesores en el poder y atendiendo las quejas de la gran masa pobre y explotada que constituye el núcleo del país; los diversos sectores de la clase conservadora, unidos a los nuevos ricos de México, de origen revolucionario, han organizado una oposición sistemática a la realización del programa gubernamental -que en casi todos sus puntos significa sólo la observación fiel de las leyes-cuyos principales resultados han sido hasta hoy el asesinato de varios centenares de campesinos, representantes de las comunidades agrarias; la persecución feroz de los maestros rurales, mutilados bárbaramente muchos de ellos, atormentados otros, muertos los más en forma vil; la formación de "guardias blancas", milicias particulares de los hacendados o de los propietarios industriales, que incendian las casas y destruyen los escasos bienes de los campesinos y de los obreros, atentan contra la vida de éstos y ultrajan el honor de sus mujeres, matan a los líderes, y siembran el terror de la comarca en que actúan; la organización de un grupo disciplinado y armado militarmente, conocido con el nombre de "Camisas Doradas", de tipo francamente fascista, que trata de extenderse por todo el país y que escoge en cada lugar, como directores, a los elementos más connotados como enemigos de la clase obrera; la rebelión de pequeños, pero numerosos grupos de fanáticos, en las regiones en donde el atraso cultural es mayor, que cometen depredaciones constantes en nombre de Cristo; y el fracasado intento de recobrar el poder por medio de la agitación política y del cohecho del ejército nacional, que encabezaron hace apenas tres semanas antiguos directores de la política, repudiados por el pueblo.

En Cuba -colonia de España primero, colonia yanqui después- el movimiento popular por la autonomía del país, a pesar de su heroísmo y del sacrificio de millares de sus mejores paladines, no ha podido triunfar hasta hoy por el apoyo descarado que le prestan a los gobiernos servidores del imperialismo, los usufructuarios del coloniaje económico que caracteriza a Cuba, y por el gran silencio -es penoso confesarlo- con que el proletariado de la América Latina ha contestado a la tragedia de ese pueblo ejemplar.

En Guatemala sigue la noche que tiene a su pueblo sometido desde hace largos años en el terror, en la ignorancia, en la miseria, en la explotación más sórdida, en la privación de todas las libertades y de todos los derechos cívicos, en el silencio de sepulcro que cubre todo el país y que entristece y desconcierta hasta a los más ardientes defensores del régimen capitalista que pasan sus ojos por este rincón del mundo.

En El Salvador, el hormiguero humano que forma su pueblo vive hoy, como ayer, en manos de las ocho familias propietarias del territorio nacional, con una ración alimenticia que lo desnutre y lo exaspera, pero que nada puede todavía contra el poder de los que detentan la riqueza pública, la fuerza armada y las relaciones internacionales. En Honduras, la vida económica, política, cultural, depende de las empresas norteamericanas que explotan los frutos tropicales. En Nicaragua, el poder corresponde a la Guardia Nacional, organizada, dirigida y sostenida por los yanquis. En Costa Rica, la vida de la comunidad oscila entre el monopolio del café -que detentan los ricos criollos- y la influencia económica y política que tiene en el país la zona del Caribe explotada por las empresas norteamericanas. En Panamá, la acción en favor de la autonomía nacional se mueve en una prisión de un metro cuadrado, sólidamente construida. Y para afirmar aún más la dependencia de esta región del continente respecto de los Estados Unidos, Guatemala prosigue con empeño su vieja idea de formar la Unión Centroamericana, a la manera de un "sindicato blanco" que mayores servicios presta al patrón que los obreros libres, con la cooperación entusiasta de Nicaragua y de Panamá, con la simpatía incompleta de Honduras y con el descontento oculto de El Salvador y de Costa Rica, pero sin la oposición franca de nadie, con la indiferencia absoluta de las naciones sudamericanas, con el asombro doloroso de los pueblos de fracaso del régimen burgués. Pero como todo esfuerzo póstumo del que se siente vencido, es peligroso y de consecuencias gravísimas para la suerte inmediata del proletariado. La represión salvaje, el retroceso histórico que el fascismo representa, dentro del cómputo final de la evolución de la especie humana será sólo un periodo breve y oscuro, pero para esta generación y para las próximas puede significar el sacrificio de millones de seres y la tortura moral de todos los pueblos que caigan bajo sus garras.

Los países semicoloniales, como los de la América Latina, están expuestos a sufrir las consecuencias de un fascismo quizá peor que el de las naciones de gran desarrollo industrial: una (tiranía sangrienta, sin freno ni censura válida, al servicio del imperialismo urgido de concesiones ilimitadas para salvar sus propios conflictos, unida a una miseria pavorosa, parecida a aquellas hambres que soportaban los aborígenes de América en las épocas de grandes trastornos meteorológicos. La economía de los pueblos latinoamericanos es sencilla y frágil: depende de una serie de hilos telegráficos que mueven a distancia los dueños de las finanzas del mundo.

La suerte del proletariado de la América Latina está estrechamente ligada a la economía de cada país semicolonial. Ante el peligro común sólo la acción conjunta del proletariado puede salvar los destinos de América. No es preciso que los trabajadores todos piensen del mismo modo, que todos sustenten la misma doctrina política, que todos opinen igual respecto de las características de la sociedad futura; no es menester un común denominador ideológico para intentar la defensa colectiva de sus intereses: basta con un programa mínimo de acción, con un programa igual para todos, que garantice sus derechos fundamentales, Libertad de asociación profesional; libertad de reunión y de manifestación pública; libertad de expresión de las ideas; libertad de prensa; derecho de huelga; derecho a la tierra para los campesinos; salarios humanos; seguros contra el paro y contra riesgos profesionales; disolución de las milicias privadas o semioficiales, al margen del ejército regular; respeto a la acción cívica de los trabajadores; respeto para los partidos políticos de la clase obrera y campesina; mantenimiento del régimen político del sufragio universal y del voto secreto.

Hoy comienza un nuevo año, cantaradas de la América Latina, que puede ser de consecuencias irreparables para nuestros pueblos y que será, ante todo, de una responsabilidad evidente para los que militamos en las filas del proletariado, y que no podemos eludir con ninguna clase de argumentos. Por encima de nuestras disputas intergremiales, de nuestros viejos resentimientos, de nuestras discrepancias de doctrina, de nuestros intereses creados, de nuestras perspectivas domésticas, de nuestros temores y nuestras esperanzas personales, están las quejas, los dolores, la angustia, la miseria, la abyección, las lágrimas de la gran masa blanca, cobriza y negra de nuestras veinte naciones, que exige un mínimo de bienestar físico y de alegría por la vida.

Atendamos a ese llamamiento cuya magnitud geográfica y cuya justificación no tiene igual en la historia. Reunámonos pronto a discutir el programa de nuestra defensa común. Seamos con el ejemplo servidores auténticos, desinteresados, rectos y viriles, del verdadero nacionalismo, del ideal socialista que descansa en la existencia de las patrias de proletarios libres y dignos del título de hombres.

 

Notas

57 Santiago de Chile, 14 de enero de 1936.

58 Vicente Lombardo Toledano, El Universal, México, D. F., 1o. de enero de 1936.