ANEXO

CINCO DRACMAS

 

1. Bajo el árbol

Cinco pequeñas dracmas, monedas de plata, estaban escondidas dentro de un cofre de roble, cuya madera estaba añejada por la humedad del suelo, bajo una de las raíces de un abedul viejo en el bosque contiguo al pueblo de Paisana, Italia. Tal vez pertenecían a algún ladrón quien fue condenado a muerte y no regresó por ellas. O tal vez eran el botín de un pirata quien dio por olvidado el lugar donde las enterró. Al menos eso lo imaginó Ian Maccario.

Ian era un chico blanco y pelirrojo hijo de un italiano de la provincia de Cuneo de apenas 10 años de edad, que se tropezó con aquella caja ese miércoles cuando daba un paseo por el bosque y se sentó en el pasto húmedo para pensar qué hacer ante tal hallazgo. Pero él lo que en realidad estaba buscando era el medallón, en forma de trébol de cuatro hojas, de su madre que Ian había dejado anteayer sepultado a escondidas en una de las raíces del abedul.

Esto a causa de que la banda de delincuentes, los jóvenes más arrogantes y busca pleitos de todo el colegio, constantemente lo amenazaban, se burlaban de él llamándolo "lerdo" y le quitaban todos los objetos de valor que llevaba consigo: los cuadernos y lápices, los alimentos del hogar, el dinero, y una vez, incluso, su ropa, en esa ocasión como no habían conseguido quitarle absolutamente nada le habían despojado de casi toda su ropa y dejado en calzones en el medio del camino entre el pueblo y el colegio.

2. El medallón de Ian

Ian era muy cauteloso con el medallón, ya que por lo general lo dejaba bajo la almohada de su cama después de haberlo observado antes de acostarse todas las noches. Sin embargo, el lunes antes de ir al colegio no lo colocó en el mismo sitio de siempre, puesto que se había pasado casi todo el domingo detallando aquel medallón como ningún otro día lo había hecho, y por un desliz inconsciente lo había introducido en la bolsa de su chamarra aquella mañana. Acordándose de que lo llevaba consigo cuando sintió su corazón al latir con fuerza palpar el objeto que estaba en el bolsillo junto a su pecho, entretanto él divisaba a lo lejos del camino a Caccavari y a los hermanos Cabaldi, los líderes de la banda de rufianes de aproximadamente 12 años, sin los otros seis. Aunque bastaba con ellos tres para asustar a cualquiera.

3. Una banda de rufianes

¿Cómo un solo muchacho podía enfrentarse a tres más fornidos y grandes que él? Inconscientemente todos los jóvenes menores que ellos, incluyendo a Maccario, sabían que era imposible oponer resistencia ante sus maldades a menos que corrieran como al diablo que lleva el viento, o sea, huir con todas las fuerzas que les proporcionaran sus piernas hacia el resguardo de sus hogares. De hecho Alfonso Caccavari, el jefe de todos los rufianes, "Caca de Caballo" como le decían los niños quienes le tenían terror, a veces para mofarse de él —aunque no en su presencia—, era un corredor nato, capaz de alcanzar a cualquiera que le hiciera competencia. De hecho no había nadie en todo el pueblo e incluso en muchos kilómetros a la redonda capaz de escaparse de él cuando corría atrás de sus víctimas.

4. La persecución en el bosque

El joven pelirrojo de inmediato salió corriendo a toda prisa al ver a lo lejos a aquellas tres personas. Se dirigió hacia el bosque de los abedules seguido por aquellos quienes dedujeron que el muchacho debía tener algo valioso para haber corrido de aquella manera. Nunca antes el corazón de Ian le había palpitado con tanta prisa como en aquella ocasión. Sentía un miedo de verse despojado del único recuerdo que tenía de su madre. Pues ese medallón se lo había dado ella antes de morir durante la epidemia de fiebre amarrilla que había azotado hace cinco años aquella región. Para Ian la imagen del rostro de su madre se iba haciendo con el paso del tiempo más borrosa. Además que en su casa no había ninguna foto con que recordarla. Esto debido a que los Maccario eran una familia pobre que no contaba con tanto dinero para darse esos lujos, y los pocos ahorros conseguidos por el padre de Ian escribiendo para el periódico, apenas si alcanzaban para la comida.

5. Un escondite inesperado

Caccavari lo estaba alcanzando como si fuese una flecha deslizándose por el aire hacia su blanco. En vano Maccario zigzagueó entre los árboles, no logró esconderse. Entonces sacó un pañuelo medio mugriento que tenía en su pantalón desde hacía un mes, acordándose de que se le había olvidado lavarlo, pero eso no importó, envolvió el medallón con él, al instante de pasar por al lado del tronco grueso de un olmo, para así evitar que lo viesen.

Frente a este olmo había un abedul casi muriendo. Precisó una posición en que él estaba casi seguro que no lo verían, y ocultó debajo de una de las raíces sobresaliente de aquel árbol el pañuelo con el medallón. Lo tapó con algunas hojas secas y siguió corriendo como si no hubiese hecho aquella tarea. Tenía una leve esperanza en su corazón de que sus perseguidores no se hubieran dado cuenta de la faena de ocultar su más querido tesoro.