Introducción
Desde hace algunas décadas han proliferado de forma evidente las investigaciones sobre el patrimonio, lo que implica que éste dejó de ser un objeto de estudio unidisciplinar para constituirse en un punto de encuentro de reflexiones múltiples (Mateos 2008:19-47). Un ejemplo contundente lo encontramos en la investigación turística, que a lo largo de la última década ha recuperado muy diversas reflexiones que destacan el valor histórico del patrimonio sin por ello perder de vista su objetivo de convertirlo en un elemento para el disfrute (Prats 2011). Sin embargo las aproximaciones son múltiples y variadas, por ejemplo: el estudio de antropólogos y sociólogos que trata acerca de la relación de las sociedades actuales con el legado que les dejaron sus ancestros; el de los arqueólogos, que se esfuerza por contextualizar los productos materiales de las sociedades pasadas; el de los restauradores, que se encarga de garantizar que los inmuebles se mantengan en las mejores condiciones; el de los economistas, que evalúa el efecto monetario del patrimonio a partir de su relación con el turismo cultural; y el de los arquitectos analiza los elementos únicos de cada edificio, así como las soluciones más apropiadas para su mantenimiento (Martín 2007:21). Evidentemente, entre los interesados también están los historiadores, pues son ellos quienes se encargan de "dialogar" con la memoria edificada con base en el contexto en el que ésta se construyó, y de reconstruir la fundación y la pervivencia del patrimonio inmueble hasta la actualidad. Pero, ¿rescatar esos datos es la única labor del historiador en su acercamiento al patrimonio? Ya autores como Marian Walker (2010) han señalado otras formas de participación de los historiadores, como, por ejemplo, el que trabajen junto con la comunidad receptora del turismo cultural para hacer de los espacios lugares creativos con los que se identifique la propia comunidad.
Precisamente el presente artículo propone, sobre esta misma línea de análisis, que la tarea de los historiadores interesados en el estudio del patrimonio debe ser tanto la investigación de ese conocimiento -en toda su diversidad- como su difusión, pues el conjunto de ambas permitirá la socialización del patrimonio y, por lo tanto, su conservación. Es decir, nos parece necesario que el historiador participe en el proceso completo inherente a la gestión del patrimonio: investigar, conservar y difundir los bienes culturales que se poseen, y no sólo en alguna de estas responsabilidades.
El patrimonio desde la investigación histórica
En México el acercamiento historicista al patrimonio material inmueble solía centrarse en explicar la fundación y el desarrollo constructivo de los inmuebles: véanse las primeras investigaciones acerca de los virreinales, cuyos datos dan cuenta de los procesos constructivos, usos y funciones principales, pero sin involucrar sus valores patrimoniales (Lombardo de Ruiz 1997). En cambio, estudios más recientes se han preocupado por retomar fuentes diversas para que la investigación histórica permita entender la relación entre dos hechos: cómo el hombre ha organizado el lugar que habita y, asimismo, ha vertido en él su manera de concebir el mundo, esto es, ha ahondado en la forma en que los espacios informan sobre la sociedad que los ha edificado y mantenido (Noguera 2002; Pérez 1996).
Los resultados de esos trabajos son vitales para los programas de restauración, conservación y divulgación de los inmuebles, ya que ayudan a entender, más allá del aspecto físico, las implicaciones sociales (Noguera 2002). En suma, este tipo de análisis hace posible tomar decisiones relativas a la preservación o no de ciertas estructuras o elementos, así como en torno al discurso que puede generarse a partir de él dependiendo de los significados que han tenido y tienen. Ejemplo de ello es que entre los siglos XIX y XX se le hicieron añadidos y modificaciones al hoy conocido como Desierto de los Leones -yermo en México de la Orden de Carmelitas descalzos del siglo XVIII- que rompieron con la estructura cuadrada que enmarcaba la iglesia ubicada en el centro. A partir de los estudios históricos y patrimoniales, no sólo del sitio sino también del significado de cada una de sus partes y del inmueble en su conjunto, tales cambios serían impensables en la actualidad, pues quebrantaron su aspecto simbólico (Ramírez 2015).
En este sentido, el patrimonio material se ha definido como la transmisión de mensajes culturales vía objetos (Ballart 2007:183-212). Así, solemos pensar los bienes muebles e inmuebles como elementos culturales por los que es posible conocer una sociedad, por ejemplo: la casa de un noble del siglo XVIII en cada espacio estaba de tal modo jerarquizado que los dueños vivían en la planta superior (de ahí la idea de "los de la alta") (Fernández 2005:47-80), mientras que la servidumbre y las accesorias se encontraban abajo, o bien el espacio que ocupaban las monjas de velo negro y las de velo blanco en el coro de un convento (Loreto 2010:237-265). No obstante, los mensajes transmitidos por los objetos no nos llegan intactos. Aun hasta hace unas décadas se pensaba que la información obtenida de los objetos del pasado era un vínculo sin distorsiones entre el emisor (sociedad pasada) y el receptor (sociedad presente) (Choay 1992:7-24), concepción que se ha quedado atrás con nuevas formas de aproximación al patrimonio material que lo entienden como textos susceptibles de ser leídos e interpretados: un objeto patrimonial -mueble o inmueble- no es un fiel portador de un mensaje espiritual de otros tiempos, sino un representante cultural del pasado que adquiere sentido en función de los valores presentes o, como diría Frangoise Choay (1992:5), que nos sirve para "recordar el pasado haciéndolo vibrar a la manera del presente". Es así como estudiamos los usos que se dieron a objetos que aún hoy están presentes, como las monedas: si bien al paso del tiempo pierden su valor intercambiable por otros productos, adquieren otro estatus al ser el vestigio tangible del modo en que una sociedad se comunicaba en términos comerciales (Hernández 2002:36-40).
Esto quiere decir que, aunque la producción -por ejemplo, un edificio- es una, la recepción o, lo que es lo mismo, la significación que los diversos grupos sociales le otorgan, se transforma constantemente y queda vertida de manera general en el objeto (Hernández 2002:550). Como ilustración de ello, el ex convento de santa Teresa la Antigua de la ciudad de México sería la producción, mientras que sus significados son diferentes y obedecerían a la recepción de los múltiples mensajes que provienen del inmueble; por mencionar algunos: como símbolo de piedad, como vínculo entre la tierra y el cielo, como aparato de representación del arzobispado, como icono del barroco estípite, como el corazón del barrio universitario -al inaugurarse ahí la rectoría de la Universidad Nacional-, como difusor de arte contemporáneo, etcétera (Ramos 1990).
De lo anterior se desprende, entonces, la necesidad de que los historiadores que se dedican a la investigación del patrimonio inmueble generen metodologías que les den la posibilidad de abarcar tanto un espectro temporal más amplio -que a veces rebasa un par de siglos- como muy diversos grupos sociales sin renunciar a la profundidad y el rigor de los análisis.
De ahí que nuestra propuesta consista en rastrear a lo largo de la historia del inmueble aquellos momentos en que la sociedad se apropió de forma distinta de él como consecuencia, en la mayoría de los casos, de un suceso fuera de la cotidiano: porque albergó una actividad distinta, por razón de que cambió de dueño, a causa de un desastre natural, etcétera. Es decir, no se trata solamente de fijar la fecha del detonante, sino de estudiar el proceso por el cual el edificio adquirió un significado distinto ante un grupo.
En ese sentido, para reconstruir la significación cambiante del patrimonio a lo largo de su historia no basta con recurrir a los documentos oficiales, hay que buscarla en los cambios arquitectónicos del edificio, en los planos, las vistas urbanas, las litografías, las pinturas, las fotografías, los mapas de los lugares y las descripciones que se hicieron de ellos (Mansilla 2005; Ramírez 2009). Por medio del conjunto de estos discursos serán observables no solamente las transformaciones del edificio, sino también las de la producción de sentido de las sociedades en su entorno. Por ello, cuando apelamos a una vista de la ciudad, a una crónica, a una fotografía, al relato de un viajero, a los elementos arquitectónicos o a una nota de periódico para conocer el edificio históricamente, accedemos de manera general al retrato de una serie de valores que estuvieron presentes en la sociedad que fabricó esos recursos/discursos (Kagan 1998:9-45). Por ejemplo, una litografía no representará el inmueble en sí mismo, pero sí la forma en que la significó el autor de dicho dibujo.
En otro aspecto, por medio de las relaciones que se generan alrededor del inmueble, que suele representar a la clase que lo produce (Lombardo de Ruiz 1993), se puede acceder a otros grupos sociales (Galván 1997; Zamorano 2014) . Entonces, aunque la estructura del inmueble represente las necesidades de un grupo dominante,1 las otras colectividades también aprehenden el edificio en función de su contacto con él, esto es, lo dotan de significado; de ahí que sea posible buscar diferentes apropiaciones de la fábrica en un mismo momento (Sánchez 1997).
Como resulta evidente, el patrimonio abarca muchos de los aspectos de vida y del desarrollo de las sociedades, desde lo afectivo hasta lo social, pasando por lo educativo, lo político y lo económico. Así, la investigación histórica, además de que nos permite reconocer las transformaciones de los objetos que resguardamos y conservamos, más importante aún, nos da cuenta de las que hemos experimentado como sociedad. Por ello no es gratuito que al patrimonio inmueble se lo identifique también como la memoria edificada de una sociedad (Choay 1992), de la que se encarga de actualizar, como ya ha quedado apuntado, el historiador, y no sólo eso, sino también de recuperar el pasado con la finalidad de convertirlo en un universo dinámico que posibilite la identificación de más personas de distintas proveniencias y calidades (Bonfil 1993). Precisamente a partir de esta premisa se originó la idea del patrimonio mundial y surgieron instituciones para gestionarlo y representarlo -el patrimonio, testimonio de su tiempo, tiene como principal función generar identidades en el presente (Becerril 2009:67-86) -, como la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y, perteneciente a ésta, el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS) (UNESCO 2014).
En tanto seamos capaces de entender dichos procesos de cambio, forjaremos otros caminos para preservar los bienes patrimoniales. Insistimos: a partir de los significados que ha tenido un inmueble, seremos capaces de crear discursos que permitan a la sociedad identificarse con él para reconocer valores comunes y, con ello, crear un sentimiento de pertenencia; es decir, estaremos en posibilidad de generar identidad cultural, entendida como "las relaciones sociales conformadas históricamente que vinculan al individuo con la colectividad, permiten determinar demarcaciones simbólicas y definir los rasgos de la identidad de un grupo" (Peralta 2011:22-23).
Respecto de los valores asociados con el patrimonio construido, de manera general, se atienden tres grupos: los de uso, los estéticos y los simbólicos (Ballart y Tresserras 2001:11-25); es decir, la conservación de cualquier estructura patrimonial se logra si ésta se significa desde el presente. Así, los monumentos históricos son memoria construida en sus dos acepciones: la memoria materializada en nuestro patrimonio arquitectónico y su significado construido desde el presente (Azkarate 2007:5).
Consideramos, pues, que uno de los fundamentos de la gestión y el rescate patrimonial radica en que entendamos el proceso de significación social de los objetos, lo que nos permitirá promover significaciones desde nuestro presente no sólo en los círculos académicos, sino también al interior de las comunidades que rodean el inmueble.
El patrimonio desde la divulgación
Nuestra perspectiva es que el historiador, además de justificar el valor del patrimonio mediante sus investigaciones, ha de fungir como un mediador cultural que establezca puentes de comunicación entre esa memoria edificada y la comunidad a la que pertenece, ya que consideramos que sin su participación activa aquél está destinado a desaparecer. Por lo anterior, el estudio del patrimonio debe acompañarse de un análisis socio-espacial que pormenorice las particularidades de su ubicación, así como las características de los habitantes que interactúan con él, con señalamiento claro de las condiciones que posibilitan esa interacción, principalmente haciendo hincapié en aquellas que constituyen una barrera para conseguir la identificación y el disfrute del patrimonio (Cuenca 2014).2 Cabe subrayar que dicho análisis debe consistir en un diagnóstico individual que no podrá ni deberá hacerse extensivo a todo el patrimonio de una región, pues cada uno tiene características y necesidades diferentes (Gómez 1997).3
A continuación se tiene que llevar a cabo un proceso de socialización, en el entendido de que si la sociedad no reconoce esa herencia como propia, se volverá un patrimonio en riesgo (UNESCO 2014).4 Luego es fundamental que se comprenda tanto el patrimonio en su entorno como su vinculación con la sociedad.
Entiéndase por socialización el proceso que pone en contacto a la comunidad con su patrimonio mediante la aplicación de una serie de estrategias que pueden ir desde la rehabilitación de un inmueble, al que se le otorga un uso diferente que lo convertirá en un espacio atractivo para los visitantes, hasta la puesta en marcha de proyectos de concienciación que inviten a las personas a conocer el lugar y sumarse a las actividades que en él se llevan a cabo (Walid y Pulido 2014).
Históricamente, el estudio de la socialización en cuanto práctica comenzó en la Francia y la Alemania de finales del siglo XIX; uno de sus principales exponentes fue el sociólogo francés Emile Durkheim (1858-1917), quien hizo un llamado desde la sociología para realizar un análisis que valorara los elementos sobre los que se construían los lazos de identificación en el contexto de una cultura (Di Pietro 2004). Hoy en día el término socialización se emplea en diferentes áreas del conocimiento además de la sociología, por ejemplo en la psicología, la antropología y, por supuesto, en la historia (Salazar 2006); mas para el historiador no debe ser exclusivamente un vocablo que justifique la pertinencia de la gestión cultural como un vínculo de promoción socialmente responsable, sino una herramienta que facilite la interacción directa de los profesionales con el gran público por medio de la puesta en marcha de proyectos que atiendan las necesidades e intereses de la sociedad actual (García 2009).
Se trata entonces, de socializar el conocimiento, de llevarlo más allá de la comunidad de especialistas. Esta premisa es fundamental para el caso del patrimonio inmueble, ya que, como hemos señalado líneas arriba, éste necesita ser objeto de una resignificación constante que lo mantenga vigente y, en ese sentido, fuera de peligro al formar parte de un grupo que lo reconoce como propio (Zamora 2011). Estamos convencidas de que lo anterior sólo es posible si, una vez que se han detectado los procesos de significación del patrimonio, se genera un discurso mediante el cual la sociedad pueda conocerlo y, más necesario aún, vivirlo cotidianamente.
Cuando el historiador involucrado en el estudio del patrimonio habla de socialización se refiere al proceso bidireccional que posibilita, en primer lugar, que los ciudadanos se identifiquen con sus bienes culturales y, en segundo, el compromiso de los encargados en la gestión de los inmuebles de facilitar y promover su conocimiento con base en una constante actualización (González 2007).
Socializar el patrimonio responde a un derecho de la ciudadanía y, al mismo tiempo, a la obligación que adquieren los estudiosos del tema de transmitir sus conocimientos al gran público para alcanzar una determinada meta común (Becerril 2009). Como ya mencionamos en el primer apartado de este trabajo, si bien las investigaciones constituyen un punto de partida necesario para comprender la historicidad de cada inmueble, quedarán en un archivo destinado a la academia si no se formulan las propuestas que las traduzcan en iniciativas para fomentar la participación de los ciudadanos.
Hoy en día sabemos que el patrimonio, además de ser significativo por la riqueza de su trayectoria histórica, representa un elemento fundamental para comprender la constitución de las identidades individuales y colectivas (García Canclini 1995). El análisis de esas identidades presentes y de su relación con el pasado es, asimismo, tarea del historiador, y estudios como "Memoria y representaciones sociales del Centro Histórico de la ciudad de México: experiencias de nuevos y viejos residentes" (De Alba 2010)5 han demostrado que el patrimonio bien puede ser una vía para rastrear esa trayectoria. Dicho de otro modo, al realizar una labor de socialización patrimonial los historiadores exploran maneras más didácticas de rescatar la memoria; por ello es preciso afianzar más sólidamente su presencia en este ámbito.
Hasta aquí queda claro que esta tarea es parte de un trabajo en equipo, pero parece que el especialista es quien lleva la batuta que conduce a los interesados hacia el aprendizaje de su legado patrimonial; pero al socializarlo (y ésta es una de las mayores virtudes) se lleva a cabo una construcción dialógica del conocimiento en la que los lugareños participan activamente destacando los valores culturales que identifican en un inmueble a partir de su experiencia (Pizano 2010:191).
Un ejemplo de proyecto de socialización en el que es evidente la participación del público no especializado son las visitas guiadas o tours culturales: cada vez más frecuentemente los historiadores incursionan en esta tarea, ya guiando las visitas, ya participando como mediadores en exposiciones en torno del patrimonio o hasta impartiendo cursos generales en torno al patrimonio para públicos diversos. Como ejemplo podemos ahondar en nuestra experiencia como profesoras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (FFyL, UNAM, México), en la que acercamos a los estudiantes a esta forma de difundir el conocimiento de nuestra disciplina. La tarea, dividida en dos semestres, consiste en brindar a los alumnos las herramientas suficientes para que, mediante un intenso trabajo en equipos, organicen una ruta de visita guiada tomando como ejes temáticos los edificios patrimoniales del Centro Histórico de la ciudad de México.
Los alumnos luego de investigar a detalle la historia de cada caso, elaboran una propuesta de ruta que, cabe mencionar, se enfoca en distintos públicos meta, según el equipo: visitas pensadas para niños; otras para padres de familia, y, finalmente, para el público de la tercera edad. Es claro que la labor es grande y más aún la responsabilidad como investigadores -y divulgadores- en ciernes del conocimiento histórico-patrimonial. Sin embargo, las diferentes generaciones de alumnos que han vivido esta experiencia académica coinciden en que constituyó un parteaguas en su formación como historiadores: por un lado, amplió su panorama respecto de las posibilidades de incursión social y laboral, y, por el otro, por medio de ella reconocieron que la convivencia y la vinculación con los asistentes a las visitas enriquecieron tanto el conocimiento del inmueble como la forma de pensar su labor.
Estos canales de comunicación, además de ser una actividad recreativa, fomentan la interacción directa que permite al historiador nutrir su propio bagaje con las expectativas y exigencias de un público nuevo (Domínguez 2005). Desafortunadamente, en nuestra experiencia, esta necesidad de enfrentarse con un público no especializado le sigue pareciendo poco atractiva al historiador tradicional, que presupone que hablarle a estos grupos fuera de las aulas y los foros académicos implica simplificar el discurso, cuando en realidad se trata de elaborar uno completamente nuevo.
El hilo discursivo que atañe a la socialización, sea ésta directa, como en el caso de las visitas guiadas, o indirecta, mediante la planeación museográfica de una exposición, por mencionar un ejemplo dentro de los proyectos culturales posibles, debe fundarse en la capacidad de reconstruir de manera sencilla y sintética los puentes que existen entre el pasado de un inmueble y sus usos en el presente. La labor fundamental es sembrar curiosidad en el público y dejar la invitación abierta para que éste se aproxime a conocer y vivir su patrimonio.6
Conclusiones
¿Cuál sería el resultado deseable del proceso de divulgación patrimonial en manos del historiador? Que las personas se reconozcan, en diferentes grados, en el patrimonio inmueble. Primeramente, adquiriendo la conciencia de que un determinado edificio es el vocero de una época pasada y, por lo tanto, forma parte de la historia de una comunidad: quizá lo habitaron personajes reconocidos y, en consecuencia, en él tuvieron lugar diversos sucesos que dieron rumbo a los acontecimientos de su tiempo. En segundo lugar, haciéndose conscientes de que la historia le da significado a dicho inmueble es, a su vez, la base de nuestra cultura y, por ende, de nuestra identidad como habitantes de un territorio, hablantes de una lengua y practicantes de ciertas costumbres. El ser humano es también lo que crea y en ese sentido el patrimonio es un referente nuestro, reconocible en todo el mundo. Y, por último, haciendo que esos edificios formen parte de nuestra vida cotidiana: más que piezas de museo que están ahí sólo para ser admiradas, nos brindan la posibilidad de disfrutarlas de una manera más integral. Este grado de apropiación es el más difícil de conseguir, ya que se trata de reconocer que la calidad de vida del patrimonio inmueble es una tarea de todos y no se detiene, pues en el presente se teje esa enorme madeja de relatos que llamamos historia.
Por eso cuando nos preguntamos cómo conservar el patrimonio material no basta con aproximarse a la apariencia del objeto y describir el estado en que se encuentra; hay que saber -a partir de nuestro presente- el significado que ha tenido en la sociedad que lo creó y lo ha mantenido. Lo fundamental es ubicarlo en su entorno sociocultural, es decir, generar una serie de discursos que nos permitan comprender de qué manera se han gestado los valores que hoy en día nos permiten reconocer ese patrimonio que, después de todo, mientras mayor pluralismo exprese, mayores posibilidades tendrá de conservarse (Bonfil Batalla 1993).
Como ya señalamos, no se trata de uniformar y reconocer un patrimonio único, sino de forjar "una firme conciencia del valor que representa la diversidad, para superar entonces las divergencias, no mediante la uniformidad improbable sino a través de la solidaridad posible" (Bonfil 1993:38). No podemos negar que existe una relación diferente entre los distintos grupos culturales con los muchos elementos que constituyen el patrimonio cultural, pero gracias al trabajo de investigación y divulgación, por un lado, podemos ensanchar la parcela de elementos con los cuales nos identificamos y, por el otro, reconocer el pluralismo del patrimonio para hacerlo un campo de diálogo y reconocimiento mutuo (Bonfil 1993).
En esta tarea, en nuestra opinión, el papel de los historiadores es fundamental y, por eso mismo, hemos hecho un llamado que evidencia la necesidad de abrir el panorama de acción a ese respecto. En principio, la investigación debe aportar información no sólo para el conocimiento, el mantenimiento y la difusión del patrimonio cultural, sino también debe generarse una conciencia a partir de la relación con el mismo. Aunado a ello, con la puesta en marcha de mecanismos para su socialización, el patrimonio podrá configurarse, para algunos, como un elemento de identificación individual y colectiva y, para otros, como un objeto cultural de intercambio de experiencias. En ambos casos, si el proceso de significación es efectivo, dará como resultado una mayor cohesión social, pluralismo, diversidad y tolerancia, en resumen, una identidad común fundada en el conocimiento y el respeto por la diversidad del patrimonio (García Canclini 1993).
En este sentido, el patrimonio es en sí mismo una herramienta que posibilita la construcción de puentes interculturales que redundan en una multiplicidad de contextos significativos. Estos corresponden a los valores, las prácticas y las formas de interactuar con el entorno que acomunan a un grupo de personas sin importar su procedencia. En el fondo, se trata siempre de hermanar esfuerzos para conservar esos mismos patrimonios a partir de la premisa de la pertenencia.
Las sociedades no deben perder de vista que su crecimiento nunca estará disociado de sus raíces culturales, ésas que, según la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo (CMCD, UNESCO), son el fundamento a partir del cual un grupo de personas tiene derecho a elegir su modo de vida y a desarrollarse física, mental y socialmente en libertad, pues "un desarrollo disociado de su contexto humano y cultural es un crecimiento sin alma" (CMCD-UNESCO 1996).