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Desacatos
versão On-line ISSN 2448-5144versão impressa ISSN 1607-050X
Desacatos no.22 Ciudad de México Set./Dez. 2006
Esquinas
Catolicismo y comunismo en Costa Rica (1931-1940)*
Iván Molina Jiménez
Universidad de Costa Rica, San José de Costa Rica. ivanm@fcs.ucr.ac.cr
Recepción: 10 de mayo de 2005
Aceptación: 5 de octubre de 2005
Resumen
El propósito de este artículo es analizar la respuesta que la Iglesia y los políticos católicos dieron al Partido Comunista de Costa Rica (PCCR), fundado en junio de 1931. El planteamiento principal es que aunque una preocupación por la cuestión social es visible en el discurso de algunos eclesiásticos desde finales del siglo XIX, tal interés sólo se consolidó después de que fracasaron los intentos por ilegalizar al PCCR. El exitoso desempeño electoral de dicha agrupación en el contexto de la crisis económica mundial y su capacidad para proyectarse en la esfera pública gracias a su semanario Trabajo, fortaleció a un círculo de clérigos y laicos convencidos de que las demandas populares contra el desempleo, el alza en el costo de la vida y los bajos salarios debían ser canalizadas institucionalmente.
Palabras clave: catolicismo social, comunismo, Costa Rica.
Abstract
This article analyzes the response given to the foundation of the Communist Party of Costa Rica by the Catholic politicians and the Church in 1931. It demonstrates that even though there were notable social concerns in the discourses of some clergymen, dating back to the late XIX century, those interests were only intensified once the attempts to render illegal the communist party failed.The successful electoral participation of the Communist Party within a context of global economic crisis, and its capacity to reach a broad public audience through its newspaper Trabajo, strengthened a group of clerics and laymen convinced that popular demands caused by unemployment, the rising costs of life and low wages had to be dealt with in institutional ways.
Key words: social catholicism, communism, Costa Rica.
El propósito de este artículo es analizar la respuesta que la Iglesia y los políticos católicos dieron al Partido Comunista de Costa Rica (PCCR), fundado en junio de 1931. El planteamiento principal es que aunque una preocupación por la cuestión social es visible en el discurso de algunos eclesiásticos desde finales del siglo XIX, ese interés sólo se consolidó después de que fracasaron los intentos por ilegalizar al PCCR, y que se volviera inevitable tener que competir con él en la arena electoral y en la esfera pública (Molina Jiménez, 2004a: 7182), un fenómeno similar al ocurrido en Italia y Francia, especialmente después de 1945 (Grew, 2003:11-42; Hilaire, 1993: 93-119).
El PCCR, liderado por un pequeño grupo de jóvenes estudiantes de derecho y cuya base estaba compuesta principalmente por artesanos y obreros en las ciudades y por trabajadores de las fincas de banano, se caracterizó por un discurso muy confrontativo ("clase contra clase") durante los años 1931-1935, periodo en el que debió superar un intento inicial de ilegalización, en el cual tuvo algunos choques violentos con la policía y en el que dirigióla huelga bananera de 1934. La permanencia como una organización legal que competía periódicamente en las elecciones distinguió la experiencia del PCCR de lo ocurrido en el resto de Centroamérica, donde la crisis de 1930 supuso el ascenso de dictaduras militares, la ilegalización de los partidos comunistas y la persecución de sus integrantes (Molina Jiménez, 2004a: 75).
Los vínculos que los comunistas costarricenses tuvieron entre 1931 y 1934 con el Comintern fueron limitados, ya que sólo se integraron a esta organización en 1935, poco antes de que la misma impulsara la estrategia del frente popular (Cerdas, 1986: 323-344). La afiliación, en tales circunstancias, consolidó la línea reformista que, en la práctica y a pesar de su "ultraizquierdismo" discursivo, el PCCR empezó a seguir a medida que su exitoso desempeño en las elecciones de 1932 y 1934 le permitió insertarse en el sistema político y fortalecer su posición institucional. La adopción por el Comintern del enfoque de unidad nacional a partir de 1938 (Caballero, 1986:123), orientado a forjar coaliciones antifacistas todavía más extensas que las del frente popular, reforzó la tendencia a la moderación política por parte del PCCR y su identificación con la defensa de la democracia electoral.
El clero costarricense, por su parte, permaneció aislado y poco organizado durante casi todo el siglo XIX; únicamente experimentó un proceso significativo de romanización proyecto liderado por el papado después de 1850 para cohesionar a la Iglesia frente a los Estados seculares (Pronko, 2003: 46) a partir de la década de 1880. La designación del alemán Bernardo A. Thiel como obispo de San José supuso el inicio de un esfuerzo sistemático por disciplinar a los sacerdotes, fortalecer la infraestructura eclesiástica, expandir la evangelización, disponer de una prensa católica permanente y combatir la secularización social promovida por los liberales. El programa expuesto, pese al fallecimiento del prelado en 1901, continuó durante las cuatro primeras décadas del siglo XX, aunque con un perfil que procuraba más la colaboración que la confrontación con las autoridades estatales (Quirós, 1996).
La cuestión social, como se verá en un primer punto, inquietó sólo esporádicamente a la Iglesia costarricense entre 1880 y 1930; su experiencia, en tal periodo, se asemejó más a la del resto de Centroamérica que a la de Brasil, Argentina y Chile, donde la preocupación eclesiástica por lo social fue mayor y más temprana (Pronko, 2003: 39-60; Valdivieso, 1999: 553-573). El inicio de la década de 1930 supuso una diferenciación decisiva: mientras en los otros países del istmo los militares tomaron el poder, los comunistas fueron reprimidos e ilegalizados y prevaleció el desinterés de la clerecía por lo social, en Costa Rica la democracia electoral no desapareció, el PCCR consolidó su legalidad y su inserción en el sistema político y se fortaleció un círculo de clérigos y laicos convencidos de que las demandas populares por el desempleo, el alza en el costo de la vida y los bajos salarios debían ser canalizadas institucionalmente.
La fecha de inicio de esta investigación se explica, ante todo, por la fundación del PCCR, aunque con el fin de contextualizar apropiadamente el tema, en la primera sección se considera brevemente el curso del catolicismo social en Costa Rica desde finales del siglo XIX. La selección de 1940 como cierre obedece a que ese año ascendió a la presidencia de Costa Rica Rafael Ángel Calderón Guardia, durante cuyo gobierno se consolidó una alianza electoral entre políticos católicos y comunistas que contó con el apoyo de la jerarquía de la Iglesia, en particular del arzobispo de San José, Víctor Manuel Sanabria, quien asumió su cargo en 1940.
El periodo que se extiende entre 1940 y la guerra civil de 1948 no es considerado, pese a su interés e importancia (Lehoucq y Molina, 2002: 156-227), por razones de espacio y porque el énfasis de este estudio es analizar el grado en que la exitosa inserción política de la izquierda, consolidada en el decenio de 1930, activó una corriente de católicos reformistas. Las principales fuentes consultadas proceden de periódicos (ante todo, Eco Católico, órgano eclesiástico oficial, y Trabajo, el semanario del PCCR), informes de la legación de Estados Unidos en San José y documentación ya publicada, entre la cual cabe destacar las cartas pastorales de Sanabria (Picado, 1982).
IGLESIA CATÓLICA Y CUESTIÓN SOCIAL (1893-1930)
El obispo de origen alemán Bernardo Augusto Thiel, jefe de la Iglesia costarricense entre 1880 y 1901, publicó en septiembre de 1893 una carta pastoral titulada: "Sobre el justo salario de los jornaleros y artesanos y otros puntos de actualidad que se relacionan con la situación de los destituidos de bienes de fortuna". El gobierno de José Joaquín Rodríguez (1890-1894) consideró que tal texto contenía
[...] doctrinas tan erróneas como la de que la autoridad debe fijar el precio de los salarios de los trabajadores, tan antieconómicas como la de que establezca los valores de los artículos de primera necesidad, tan inconvenientes como la de excitar a los obreros y artesanos a formar entre ellos sus propias asociaciones y juntar sus fuerzas de modo que puedan animosamente libertarse de la injusta e intolerable opresión que supone en los patrones. Estas doctrinas pueden dar por resultado, por las tendencias socialistas que entrañan, profundas perturbaciones (Sanabria, 1982:435-437).
La carta pastoral de Thiel, el primer documento que logró proyectar de manera decisiva en la esfera pública costarricense la problemática de la creciente diferenciación social y de la pobreza (Samper, 1978: 123-217; Briceño et al., 1998:1.1, 96-162), estaba muy lejos, no obstante, de ser socialista: influida por la encíclica Rerum Novarum (1891) de León XIII, su emisión se explica, ante todo, por un trasfondo electoral específico: el interés de que campesinos y artesanos votaran por el partido Unión Católica en la campaña política de 1893. Las autoridades eclesiásticas, los sacerdotes y sus feligreses cifraban en la victoria de tal partido la esperanza de derogar la legislación liberal aprobada en el decenio de 1880, que secularizó la enseñanza, aprobó el matrimonio y el divorcio por lo civil y, en general, delimitó las esferas de influencia del Estado y la Iglesia (Blanco Segura, 1984; Vargas, 1991).
El proceder de Thiel estuvo muy influido por su propia experiencia personal: nacido en Elberfeld en 1850, en 1869 era novicio en Colonia y dos años después partió para París, donde se ordenó en junio de 1874, pero no pudo regresar a Alemania a raíz de la Kulturkampf de Bismarck. El joven sacerdote fue, en consecuencia, destinado a servir en Ecuador, país del cual se fue tras el ascenso de los liberales. El traslado a Costa Rica ocurrió a finales de 1877 y, gracias al apoyo de la dictadura de Tomás Guardia (1870-1882), fue elegido obispo en 1880; cuatro años después, en el contexto de un agudo conflicto con el Poder Ejecutivo, el prelado fue expulsado junto con los jesuitas y sólo pudo regresar en 1886 (Soto, 1985: 55-75).
La Unión Católica, organizada entre septiembre de 1889 y diciembre de 1891, fue modelada según el perfil del Partido del Centro Alemán, cuyo énfasis, antes que Thiel dejara Europa, fue la defensa de los intereses del catolicismo: su desvelo por los trabajadores empezó a evidenciarse sólo a partir de 1877, cuando uno de sus líderes propuso legislar a favor de la protección obrera (Becker, 2003: 103-106). La agrupación costarricense, a falta de una preocupación por la cuestión social, definió como sus objetivos principales derogar las leyes anticlericales y, más extensamente, combatir la secularización del país por diversas vías, especialmente mediante la prensa y "la palabra viva" (Soto, 1997: 34-47).
La Rerum Novarum, que en diversos países europeos y latinoamericanos fortaleció al catolicismo social en su afán por competir por el apoyo obrero con los partidos socialistas y socialdemócratas (Misner, 1991; Pronko, 2003: 29-60), era limitadamente aplicable a Costa Rica, en cuya actividad industrial prevalecían aún los pequeños talleres, los artesanos y las sociedades mutualistas (Oliva, 1985). La estrategia de Thiel, en tal contexto, fue emplear el texto papal no para enfrentar a adversarios de izquierda, sino para alentar todavía más la oposición al gobierno de Rodríguez, cuyo autoritarismo fomentó el descontento popular. La politización que experimentó la encíclica en el caso costarricense se asemejó a lo ocurrido en México, donde fue utilizada para justificar el antiporfirismo (Cevallos, 1991).
El propósito del obispo fue alcanzado, ya que la Unión Católica ganó la primera vuelta de los comicios presidenciales, pero el Poder Ejecutivo, encabezado por Rodríguez, desbarató tal triunfo al anular varias mesas de votación primero y, después, al encarcelar a los dirigentes y electores de la organización vencedora. El fraude descrito fue la base de la victoria posterior de Rafael Iglesias, candidato oficial y yerno del presidente (Salazar, 1990:183-190). El nuevo gobierno, aunque no consiguió eliminar los derechos políticos de los eclesiásticos, sí logró que se les prohibiera valerse de su condición para efectuar propaganda a favor de un partido (Soto, 1985: 77-78).
La preocupación de la jerarquía eclesiástica por la cuestión social originada en el cálculo electoral a corto plazo fue limitada en su práctica y en su formulación. La clerecía, que desde la década de 1880 participaba junto con el Estado en sociedades filantrópicas (damas vicentinas) y en instituciones de beneficencia (asilos y hospitales), que operaban a la vez como instancias de control de los sectores populares (Briceño et al., 1998: t. II, 353-407), no elaboró un discurso sistemático sobre la pobreza basado en la denuncia de la injusticia y en el llamado a la organización de campesinos, artesanos y obreros (Backer, 1975: 47-81). La pastoral de Thiel de 1893 fue, en este sentido, un texto excepcional, cuyo contenido, dado su carácter potencialmente explosivo, fue recuperado de manera selectiva por la propaganda electoral de partidos como el Independiente Demócrata y el Republicano (fundados en 1890 y 1897, respectivamente), los cuales, aunque defendían ciertas reivindicaciones populares, estaban identificados sobre todo con los intereses de los pequeños y medianos patronos de la ciudad y el campo (Salazar, 1990:147 y 163).
El limitado quehacer de la Iglesia en cuanto a la cuestión social fue condicionado por una importante división entre la jerarquía y un sector de los sacerdotes que empezó a preocuparse de manera creciente por las condiciones de vida y laborales de los trabajadores y, sobre todo, por la posibilidad de que, en busca de apoyo para sus demandas, estos últimos se afiliaran a organizaciones de izquierda. El acercamiento entre operarios e intelectuales anarquistas o socialistas ocurrido entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX condujo al presbítero Rosendo de Jesús Valenciano a organizar círculos de artesanos católicos para defender la fe ya en el decenio de 1890 (Soto, 1985:116-117).
La división indicada se profundizó en la década de 1920 cuando Jorge Volio, un ex sacerdote proveniente de una acomodada familia de Cartago y con estudios en Lovaina y Friburgo, fundó en 1923 el Partido Reformista, el cual basó su campaña por la presidencia en la denuncia de las dificultades económicas que experimentaban las familias populares y, en particular, en la defensa de los intereses de obreros y campesinos. La respuesta de la jerarquía eclesiástica, en este contexto, fue poner mayor énfasis en las actividades pastorales, al tiempo que perseguía a los sacerdotes disidentes, en particular a los identificados con el "volismo" (Osorno et al., 1994: 158-173 y 281-289).
La actitud de la jerarquía costarricense no expresaba una perspectiva puramente local. La democracia sólo fue aceptada por el Vaticano al finalizar la Segunda Guerra Mundial. La simpatía por los gobiernos autoritarios, que condujo al papado a firmar concordatos con Mussolini en 1929 y con Hitler en 1933, se complementó con una desconfianza profunda en la política electoral, la cual tuvo un elevado costo para los demócratas-cristianos en Italia y Francia (Kselman, 2003: 5). El proceder de las autoridades clericales en Costa Rica quizá fue motivado, además, por el temor de que identificarse con los intereses populares podía justificar persecuciones similares a las ocurridas en las décadas de 1880 y 1890.
La desatención de las demandas populares, sin embargo, obedeció ante todo a que, tras el fallecimiento de Thiel en 1901 y la apertura democrática que el país experimentó después de finalizar el periodo autoritario de Rafael Iglesias (1894-1902) (Molina Jiménez, 2001a: 4157), la jerarquía eclesiástica se esforzó por conseguir el suficiente apoyo en el Congreso para derogar la legislación anticlerical, tarea en la que contaron con el respaldo de un círculo de diputados devotos, liderados por el doctor Rafael Calderón Muñoz (Soto, 1985:118-123 y 130136). El catolicismo político, a tono con el viejo programa de la Unión Católica, prevaleció sobre el social.
La política de la jerarquía, respaldada por un sector de la clerecía de orientación conservadora, colocó a la Iglesia en su conjunto en una posición muy desventajosa, máxime en una época en que, como resultado de la competencia entre los partidos, las demandas populares empezaron a ser canalizadas electoralmente (Molina Jiménez, 2001b: 67-98) El descuido de lo social podía tener un elevado costo en las urnas, especialmente en caso de que una organización adversa a la fe basara su captura de votos en la denuncia de la pobreza de campesinos y trabajadores. El peligro de que algo así ocurriera parecía inminente al comenzar la década de 1930, al intensificarse los efectos de la crisis económica mundial y ser fundado el Partido Comunista.
La falta de preparación pronto fue visible. La primera respuesta dada a la nueva organización de izquierda por eclesiásticos y políticos católicos fue elaborar un discurso con dos énfasis: la defensa de la exclusión electoral de los comunistas y la impugnación de que en Costa Rica existiera una pobreza agudizada. La pérdida de vigencia de tales enfoques, una vez que el PCCR consolidó su inserción en el sistema político y el descontento popular tendió a incrementarse debido a la desocupación y el alza en el costo de la vida, abrió un espacio decisivo para que el catolicismo social terminara por fin de configurarse y empezara un vertiginoso ascenso en procura de alcanzar el Poder Ejecutivo.
LA DEFENSA DE LA EXCLUSIÓN ELECTORAL
La decisión que, poco días después de la fundación del Partido Comunista, tomó la Secretaría de Gobernación de rechazar su inscripción para competir en los comicios presidenciales de febrero de 1932, fue aplaudida por Eco Católico en su edición del 12 de julio de 1931 (12-VIII-1931: 176). Este periódico, fundado por Thiel en enero de 1883, circuló durante varios periodos cortos (1883-1884,1889-1893 y 1898-1903), pero sólo se estabilizó a partir de su cuarta época, iniciada en mayo de 1931 (Soto, 1997: 24-33). El carácter semanal de este medio le permitió a la Iglesia tratar los temas de actualidad más eficientemente que con El Mensajero del Clero, publicado de manera ininterrumpida desde 1890, pero sólo una vez al mes.
La coincidencia de inaugurar Eco Católico poco antes de la fundación del Partido Comunista facilitó que la Iglesia dispusiera de un medio más apropiado para presionar por la ilegalización de tal organización. El semanario, en su edición del 26 de julio de 1931, informó con preocupación de la solicitud planteada por los líderes del "comunismo criollo" para que el Congreso revisara el caso (Eco Católico, 26-VII-1931: 208). El proceder del presidente Cleto González Víquez, al aceptar trasladar el asunto a los diputados, no fue del agrado del periódico eclesiástico, el cual deploró, el 9 de agosto, que el mandatario hubiera "complacido" a la izquierda (Eco Católico, 9-VIII-1931: 226).
La comisión legislativa encargada de examinar la apelación comunista (en la cual figuraba Carlos María Jiménez, entonces candidato presidencial por el Partido Republicano) confirmó lo acordado por el Poder Ejecutivo el 23 de septiembre, dictamen que fue aprobado por la Cámara de diputados el 7 de octubre con una votación de 18 a favor y 14 en contra (Cruz, 1980: 30-31). El resultado fue celebrado por el presbítero Rosendo de Jesús Valenciano, director de la Liga de Acción Social Católica de Caballeros, quien felicitó públicamente "a los que combatieron las pretensiones del comunismo en el Congreso"(Eco Católico, 25-X-1931: 412).
La derrota de la apelación no fue, sin embargo, lo contundente que esperaba la clerecía, ya que 11 de un total de 43 diputados (25.6%) optó por no asistir a la sesión, y 14 legisladores (32.6%) apoyaron el reclamo de la izquierda. La indignación que esto provocó fue expresado tardíamente por Eco Católico en su edición del 1° de mayo de 1932, al señalar que, cuando los comunistas
solicitaron no hace mucho al Congreso Constitucional de Costa Rica el derecho de elegir hubo políticos sin conciencia que por captarse las simpatías de tales sufragantes defendieron sus aberraciones que un día de tantos habrán de conmover la paz de la República y pervertir para siempre la moralidad de los costarricenses (Aguilar et al., 2001: t. I, 97).
La declaración precedente es de sumo interés porque patentiza que para el clero era evidente que el sistema político, caracterizado por una dinámica competitiva e integradora, podía abrirse a la participación de la izquierda, dispuesta a aprovechar la crisis económica para atraerse el voto popular. El ascenso a la presidencia de Ricardo Jiménez, en mayo de 1932, presagiaba lo peor ya que fue el único candidato que, en campaña, se había pronunciado a favor de la inscripción electoral de los comunistas. En efecto, en diciembre de ese año, estos últimos, bajo el nombre de Bloque de Obreros y Campesinos (BOC), capturaron en la votación municipal dos de ocho plazas en el estratégico concejo de San José, principal ciudad y capital de Costa Rica.
El disgusto con el presidente Jiménez por facilitar y permitir la participación de la izquierda fue expresado muy directamente el 28 de mayo de 1933, seis días después de un violento enfrentamiento entre trabajadores desempleados y policías (Cruz, 1980:50). La presión a favor de ilegalizar a los comunistas, sin embargo, no tuvo éxito, y en febrero de 1934, en una votación caracterizada por una baja asistencia a las urnas (el abstencionismo fue de alrededor de 60%), el BOC logró plazas de regidor en tres municipalidades importantes San José, Heredia y Limón y sus primeros dos asientos en el Congreso (antes de 1948 en Costa Rica se efectuaban comicios de medio periodo cada dos años para renovar la mitad del Congreso).
El destacado desempeño del BOC en 1934, que consolidaba su inserción en el sistema político, supuso un cambio de estrategia en el discurso eclesiástico, el cual, con vistas a los comicios presidenciales de febrero de 1936, empezó a promover la asistencia a las urnas. En junio de 1935 Eco Católico señalaba que "el abstencionismo y la indiferencia del ciudadano eran pecados cívicos contra el bienestar de la patria" (Aguilar et al., 2001:1.1, 98); y en el mismo día de las votaciones, proclamaba
con firmeza y convicción, con madura reflexión y la mira puesta en el bien superior de la patria que es el conjunto de todos nuestros conciudadanos con todos sus intereses [...] iremos a depositar nuestro voto por el ciudadano que nos parece más apto y capaz de gobernar [...] Nuestras convicciones católicas nos apartan con entereza de contribuir en lo más mínimo al triunfo del comunismo que por desgracia va a las urnas electorales con la unción de las leyes que él mismo intenta cambiar y pulverizar (Aguilar et al., 2001:1.1,101).
El énfasis en la asistencia a las urnas no era casual: un factor crucial en el éxito comunista de 1934 fue el elevado abstencionismo. La ley electoral de 1927 establecía que cuando había uno o dos escaños en disputa, la votación se definiría por mayoría relativa (ganaba el partido con más sufragios); pero si eran tres o más los asientos, se aplicaría el método proporcional, que consistía en dividir el total de votos entre las plazas en juego para obtener un cociente que sería utilizado para la adjudicación (Molina Jiménez, 2004b: 199-202). La escasa participación, al disminuir los mínimos necesarios para capturar puestos, era decisiva para el desempeño del BOC.
El discurso a favor de asistir a las urnas y de no votar por el comunismo fue complementado, en 1935, con la celebración del tricentenario de la "aparición" de la Virgen de los Ángeles (Gil, 2004). La organización de esta actividad, típico caso de una tradición inventada, fue motivada por lo que parecía un avance incontenible de la izquierda: además de una activa política editorial (liderada por el semanario Trabajo, cuyo tiraje alcanzaba ya los 4 000 ejemplares), los comunistas tenían una influencia sindical creciente y acababan de conducir la huelga bananera de agosto-septiembre de 1934 contra la United Fruit Company (Sibaja, 1983), uno de los principales eventos de su tipo ocurridos en la América Latina de esa época.
La posibilidad de que el BOC aumentara su número de diputados en los comicios de febrero de 1936 explica que en la celebración del tricentenario se le diera una destacada participación a campesinos y trabajadores, identificados con el catolicismo y opuestos al avance de la izquierda. La pancarta de uno de estos grupos que desfiló el 11 de agosto de 1935 expresaba: "Soberana Reina, no permitas que Rusia imponga su doctrina comunista en Costa Rica para que siempre se confiese a Cristo Redentor" (Gil, 2004: 106).
La elección de 1936, en la que la izquierda cifraba elevadas expectativas, fue un verdadero fiasco, ya que por diversas razones el BOC no capturó ninguna plaza de diputado y ganó menos puestos municipales que en 1934. El fracaso fue producto de una decidida oposición eclesiástica, que tuvo por eje púlpitos y periódicos, una baja en el abstencionismo (apenas de 27.1%) que impidió alcanzar cocientes, y graves errores cometidos por los mismos comunistas durante la campaña, entre los cuales destacó el designar aspirante presidencial a su líder, Manuel Mora, pese a que no tenía los 30 años de edad exigidos por la Constitución para ocupar la presidencia.
El riesgo de que los votos emitidos a favor de Mora fueran automáticamente anulados obligó a la izquierda a cambiar de candidato pocas semanas antes de las elecciones. El nuevo nominado fue Carlos Luis Sáenz, un respetado profesor y escritor que, aunque cumplía con el requisito de la edad, ni siquiera era un militante comunista (su esposa, la maestra Adela Ferreto, sí lo era). El errático proceder del BOC, explotado por sus adversarios, y su pobre desempeño en 1936 contribuyeron a que, a partir de estos comicios, la participación electoral de la organización fuera asumida por la Iglesia como un fait accompli, contra el cual lo que quedaba era instar a los votantes a asistir a las urnas y a no dar el sufragio a favor de tal partido.
LA IMPUGNACIÓN DE LA CUESTIÓN SOCIAL
El reconocimiento por parte de las autoridades eclesiásticas de que el intento por ilegalizar a la izquierda había fracasado tuvo que esperar hasta la carta pastoral que, el 12 de diciembre de 1945, el arzobispo Víctor Manuel Sanabria dirigió al clero de San José. El eclesiástico afirmó que en Costa Rica "se creyó que la política [...] podría acabar con el comunismo. Se pensó, inclusive, que con decretar que la existencia del partido fuera ilegal, se habría terminado" (Picado, 1982:125; Blanco Segura, 1962: 261-262). El prelado, tras destacar la base de verdad que según Pío XI tenía esa doctrina (la cual la volvía todavía más peligrosa), insistió en que para enfrentarla eficazmente se debía suprimir su causa: la injusticia social. En la década de 1930, sin embargo, tal perspectiva era completamente ajena a un amplio sector de la clerecía.
La pobreza, según los liberales costarricenses de finales del siglo XIX, era un fenómeno circunscrito a la época colonial únicamente, ya que con la expansión cafetalera el país en su conjunto se había enriquecido (Acuña y Molina, 1991: 21-47). La configuración de un discurso que enfatizaba en el carácter propietario de la población y en los beneficios deparados por el café es visible en diversas fuentes, desde los testimonios dejados por los extranjeros que visitaron el país hasta los mensajes presidenciales, sin olvidar otros textos publicados en la prensa de la época, así como libros y folletos (Fernández Guardia, 1982; Acuña, 2002:191-228). La oficialización de esta visión del desempeño económico y social de Costa Rica se confirma en la contundencia con que, una vez que empezó a ser impugnada, fue defendida, como se evidencia en la respuesta del gobierno de Rodríguez a la carta pastoral de Thiel de 1893.
El canónigo Ricardo Zúñiga, en unas declaraciones que publicó el periódico La Tribuna el 29 de mayo de 1931, afirmó que Costa Rica no era un país de pobres. Tal aseveración, lejos de ser una expresión aislada, pertenecía a esa concepción del pasado costarricense elaborada por los liberales. El fundamento de lo afirmado por este clérigo fue expuesto, con más detalle, por un colaborador de Eco Católico, que firmaba "Fígaro", en un artículo que circuló el 2 de agosto de 1931 (día de la Virgen de los Ángeles): tras comparar al comunismo con una epidemia, señaló que esa
[...] plaga [...] ha sido aprobada sólo por vagabundos que esperan ansiosos el despojo de los bienes del vecino, único modo de llegar a tener algo, ya que la pereza al trabajo se apoderó de ellos [...] Ellos no quieren trabajo; lo que quieren es lujo, festines, paseos, ocio [...] no buscan pan, pero sí lujo, y tienen las manos temblorosas hacia esas propiedades con el apetito desordenado de riquezas [...] Cuando miran a los ricos cambian sus semblantes, a su cara salta la envidia que ya les ha roído el miserable corazón (Eco Católico, 2-VIII-1931:222).
La exposición en púlpitos y periódicos de puntos de vista como el precedente, en el contexto de una crisis económica que encarecía el costo de la vida y elevaba el desempleo, colocó a la Iglesia en una posición muy vulnerable a las críticas de los comunistas. El sacerdote y, por entonces ya dos veces ex diputado Carlos Meneses, uno de los dos directores de Eco Católico, dejó entrever cómo la desatención de la cuestión social era aprovechada por la izquierda en un artículo que publicó en ese periódico el 20 de mayo de 1934:
[...] falta en nuestra clase humilde el espíritu religioso, que tanto abundara en el corazón de San Isidro. Falta en nuestros artesanos y jornaleros la resignación cristiana en sus necesidades y la confianza en Dios, de quien viene todos los días el pan, la salud y la tranquilidad. Pero no se crea como piensan los comunistas que las doctrinas de la Iglesia católica silencian al proletario hasta el punto de dejar libre el campo a los magnates y poderosos para abusar de la resignación que se predica a los pobres y necesitados (Aguilar et al, 2001:1.1,123).
El contraste entre el decidido esfuerzo del Partido Comunista por canalizar el descontento social y la falta de respuesta de otras organizaciones e instituciones, en cuenta de la Iglesia, fue destacada muy tempranamente por el ministro de Estados Unidos en Costa Rica, Charles C. Eberhardt. El informe que preparó con fecha del 29 de marzo de 1933, tras los comicios municipales de diciembre de 1932 en que el BOC logró dos escaños en el concejo de San José, explicaba:
No es difícil de entender el aparente avance hecho por el Partido Comunista en Costa Rica durante los meses recientes; los líderes han tomado ventaja de cada oportunidad para apoyar a los desempleados cuando la ayuda fue rechazada por otros partidos políticos y aun por la Iglesia Católica y varias misiones protestantes (USNADF, 818.00B/48, 29-III-1933: 4).
Un tema que exige una investigación ulterior es el de saber en qué medida influyó la expectativa de que la izquierda sería ilegalizada a corto plazo en el hecho de que la cuestión social fuese desatendida; por lo pronto, es evidente que, ya entre 1934 y 1936, el discurso a favor de la exclusión electoral de la izquierda y el que descartaba una pobreza agudizada por la crisis de 1930 tendían a agotarse. El temprano desgaste de tales enfoques favoreció el predominio del catolicismo social que promovió, en vez de adversar, transformaciones legales e institucionales para enfrentar las demandas de los trabajadores de las ciudades y el campo.
La más contundente crítica de la posición prevaleciente entre el clero la formuló el propio Sanabria en su carta pastoral del 12 de septiembre de 1945. El arzobispo admitió que, pese a la existencia de una cuestión social en el país, "durante muchos años" la doctrina eclesiástica sobre ese tema "permaneció ignorada por los más [...] Se pensó que la misión única de la Iglesia en estas materias era predicar la conformidad a los pobres, o bien recomendar tan sólo el cumplimiento de los deberes de la caridad, a los que buenamente quisieran cumplirlos" (Picado, 1982:125). El prelado, sin embargo, evitó quizá para destacar su propio protagonismo referirse a la tradición del catolicismo preocupada por la pobreza, el desempleo y los bajos salarios que se fortaleció en el decenio de 1930.
EL FORTALECIMIENTO DEL CATOLICISMO SOCIAL
La fundación del Partido Comunista justificó y reforzó la posición de clérigos y feligreses que, desde antes de 1930, habían empezado a preocuparse por la cuestión social y cuyas opciones para difundir sus puntos de vista fueron extendidas por la publicación en su cuarta etapa de Eco Católico (1931) y de un nuevo periódico eclesiástico, La Época (1934) (Soto, 1997: 24-33). La publicación, también en 1931, de Quadragesimo Anno contribuyó a impulsar esa corriente reformista, aunque por causa del conservadurismo predominante entre la jerarquía eclesiástica, la encíclica de Pío XI tuvo un impacto bastante limitado en el periodo anterior a 1940.
El condicionante indicado explica, además, que la Iglesia evitara incursionar en el universo sindical y competir con la izquierda en tal terreno: una iniciativa en ese sentido sólo sería emprendida por el arzobispo Sanabria a partir de 1943 (Aguilar, 1989: 31-36; Miller, 1996:109130). El catolicismo social, por tanto, quedó circunscrito en lo esencial a un nivel discursivo durante la década de 1930. El 12 de julio de 1931, en los días en que se debatía la inscripción electoral de la izquierda, fray Enrique G. Romero publicó un artículo en el primero de esos medios, en el cual, tras evocar las profecías bíblicas, expresaba:
Los que hasta ahora, con la posesión del poder, han dominado a la sociedad, no pueden quejarse en verdad de que no se les haya indicado suficientemente su deber, así como el peligro que ellos, sobre sí mismos y sobre el mundo, evocaban, si permanecían fieles a su ordinaria y funesta dirección. Pero ellos han despreciado estos avisos calificándolos de pesimistas, y ahora ha llegado el momento de su realización. La masa de los oprimidos [...] exige violentamente que se le devuelva lo que es legalmente suyo, y aún con mayor audacia, lo que cree repartido injustamente (Eco Católico, 12-VII-1931: 174).
La queja precedente, lejos de constituir una innovación, era parte de un discurso tradicional actualizado en el siglo XIX al calor de los procesos organizativos y de lucha de los trabajadores en los países industrializados. El énfasis en que su posición privilegiada les imponía deberes sociales a políticos y empresarios es visible en el editorial de Eco Católico del 11 de octubre de 1931 (cuatro días después de que la apelación comunista fuera rechazada por el Congreso), en el cual se insistía en que
los que tienen más de lo que necesitan para sus necesidades reales tienen obligación y gravísima, de remediar las necesidades de los indigentes [...] Dios deja siempre a los ricos en la libertad de dar o no a los pobres lo que les sobra, para que precisamente por el buen uso o abuso de esa libertad tengan premio o castigo (Eco Católico, 11-X-1931: 370).
La agudización de la crisis económica y el malestar creciente (el 28 de mayo de 1932 una reunión de desocupados en el local del Partido Comunista terminó en un enfrentamiento con la policía) incrementaron la preocupación de eclesiásticos y patronos. El doctor Calderón Muñoz, diputado por esa época y considerado por el ministro Eberhardt como "líder de la así llamada facción política 'clerical'", se quejó en el periódico La Tribuna
[...] de los capitalistas de Costa Rica por su actitud inescrupulosa e inhumana [...] el capital debería entender que por cooperar para generar más trabajo contribuye a una mayor prosperidad de la nación y a la seguridad de sus propias posesiones. Pero los capitalistas no lo ven de esa manera y siguen un curso peligroso (USNADF 818.00B/38, 1-VI-1932:1-2).
La legalización electoral del Partido Comunista, su exitoso desempeño en los comicios de diciembre de 1932 y de febrero de 1934 y el liderazgo de la izquierda en diversos conflictos sociales especialmente en la huelga bananera, fueron el contexto en que se produjo un cambio decisivo en el discurso eclesiástico. El 28 de mayo de 1933 Eco Católico permite observar un antecedente de tal variación, en un texto publicado tras el choque entre policías y desocupados del día 22:
Pero se dirá que los obreros necesitan trabajo. Muy bien, pero no lo han de obtener a sangre y fuego. El Gobierno y el Congreso han de trabajar por resolver el problema de los sin trabajo, buscando la manera de abrir nuevas regiones a la agricultura y movilizar el capital, hacerlo que emprenda (Eco Católico, 28-V-1933:297).
La propuesta de tratar la cuestión social institucionalmente supuso un cambio clave, que superaba el esfuerzo por convencer a los capitalistas de ser caritativos, ya fuera por simple interés o en función de lograr premios o evitar castigos en el más allá. El presbítero Carlos Meneses exponía con firmeza en septiembre de 1934:
Toca al gobierno obligar a la United, a pagar los mismos y jornales que están pagando los bananeros del país con todo y sus condiciones de ruina en que trabajan sin capital propio, sometidos a las exigencias de la Compañía Frutera que les rechaza la mayor parte del banano. Si los que están en ruinas lo hacen, ¿por qué razones procede de manera distinta la poderosa United? [...] el país [...] espera verlo [al gobierno] enérgico y decidido para obligar a los poderosos a ponerse a tono con las necesidades de la Nación (Aguilar et al, 2001:1.1,130-131).
El giro radical del discurso, en vez de disminuir tras el fracaso de la izquierda en los comicios de febrero de 1936, se profundizó al proponer Rafael Guillén que la derrota del BOC obligaba a los católicos a liderar la organización de los trabajadores y la lucha por la seguridad social:
El país ha rechazado la revolución; ya no es el comunismo entre nosotros el redentor del trabador; ya no puede hablar en nombre de las masas. Éstas los han despreciado [...] Ya sabemos que el comunismo nos ha dejado el campo [...] se debe intensificar el establecimiento de nuevos círculos [católicos]. Dios nos despeja el campo y nos exige ocuparlo [...] Débese empezar a formar sindicatos, cajas de ahorros y fondos de diversos seguros (Aguilar et al, 2001: t 1,105).
El contenido de los textos precedentes evidencia cómo el discurso eclesiástico y el de los comunistas poco a poco, empezaron a converger, proceso facilitado por el giro "izquierdista" que experimentó el enfoque clerical y porque el BOC, a medida que consolidaba su inserción política, abandonaba su "ultraizquierdismo" inicial y, a tono con el cambio experimentado por el Comintern a partir de 1935 (Caballero, 1986:122-123; Fornet-Betancourt, 2001: 172-173), asumía una estrategia de tipo frente popular (Cerdas, 1986: 307-344; Merino del Río, 1996: 27-69). La confluencia en el centro fue viable por la existencia de un sistema democrático que permitía la competencia de la izquierda en las urnas, la exposición de los diversos puntos de vista en la esfera pública y, más importante aún, el cambio social por vías legales e institucionales.
CONVERGENCIAS Y DIFERENCIAS
El acercamiento de las posiciones de la Iglesia y el BOC fue especialmente visible en abril de 1935, cuando el nuevo obispo de Limón, Carlos Alberto Wollgarten, expresó que "la población de esta provincia, gente de trabajo, apenas si medio come. La miseria viva está allí patente" (Diario de Costa Rica, 20-IV-1935: 1). La opinión de tal prelado volvió a circular el 5 de mayo, esta vez en el semanario Trabajo, en el contexto de una crítica de los comunistas a los eclesiásticos:
Por casualidad reconoce un obispo que existe miseria. Es vieja costumbre de esos señores prelados la de afirmar que estamos viviendo en el mejor de los mundos posibles. Pero es tan evidente la realidad de hambre, explotación y pauperismo [...] que ante ella no pueden guardar silencio ni siquiera los señores obispos [...]. Es interesante este juicio del nuevo obispo de Limón porque viene a enmendarle la plana al arzobispo [...] [y] a La Época [...] [en cuyas] páginas saturadas siempre de fervorosos odios inquisitoriales, el seminarista Angulo colaboró lealmente con la United Fruit Company en el empeño de demostrar que la huelga de agosto de 1934 era injustificada ya que estaban en muy buena situación los trabajadores del Atlántico (Trabajo,5-V-1935: 4).
Las declaraciones de Wollgarten sugieren que la división en la Iglesia costarricense tendía a ampliarse, brecha que Trabajo procuró destacar. El intento de utilizar tal escisión en provecho del BOC fue evidente en vísperas de los comicios para diputados de febrero de 1938. El Partido, preocupado por expandir su apoyo electoral tras el fracaso de 1936, trató de aproximarse a un electorado más amplio: con este fin, Trabajo empezó a informar sobre el acercamiento entre católicos y comunistas en Francia (Trabajo, 24-XII-1937:1). La estrategia de la izquierda fue favorecida por unas declaraciones del influyente presbítero Rosendo de Jesús Valenciano, publicadas, al parecer, en 1937 y parcialmente reimpresas por el Diario de Costa Rica en febrero de 1938:
[...] el comunismo, cuando reclama justicia social para los proletarios [...] no es ni puede ser condenado por la moral cristiana. Así se deduce hasta de las enseñanzas pontificias [...] Quién podrá desconocer que el líder Mora en el Congreso levantó en más de una ocasión su voz justiciera defendiendo la justicia social (Diario de Costa Rica, 9-11-1938:8).
La opinión de Valenciano transitó, sin tardanza, a la propaganda electoral del BOC, lo cual molestó al eclesiástico, quien señaló que la izquierda extrajo de sus declaraciones únicamente lo que le convenía, al tiempo que dejaba por fuera su "abierta condenación del comunismo ateo" (Diario de Costa Rica, 9-II-1938: 8). La queja precedente apoyaba la denuncia efectuada por Eco Católico desde el 23 de enero en cuanto a que,
[...] con motivo de las elecciones de diputados [...] en las cuales tienen los líderes del comunismo cifradas las esperanzas de una curul, hemos visto cómo llegan éstos en su cinismo, a tergiversar en su provecho las declaraciones rectas y honradas con que el Pbro. Valenciano se refirió en un artículo publicado en Diario de Costa Rica a ciertos tópicos sociales (Aguilar et al, 2001:1.1, 110-111).
La respuesta del BOC no se hizo esperar: en un artículo publicado en Trabajo el día anterior a las elecciones, los comunistas, tras definir a Valenciano como "un hombre honrado", lo instaron a no arrepentirse "de ser valiente y decir lo que piensa [...] y de ponerse de lado de quienes luchan honradamente por la justicia social". La izquierda, de inmediato, explicó que su propósito como el de su contraparte francesa era tenderle la mano a los trabajadores católicos (obreros, empleados, artesanos y campesinos) "para combatir al enemigo común que es la miseria, consecuencia monstruosa del capitalismo" (Trabajo, 12-II-1938: 2).
El debate a raíz de lo declarado por Valenciano es muy interesante porque evidencia que, pese al anticomunismo agudizado por la guerra civil española (Ríos, 1997), los discursos de la izquierda y de un sector de los clérigos sobre la cuestión social tendían a converger y, por supuesto, a competir también. La cuestión social, durante la década de 1930, se convirtió en el eje de la disputa entre los partidos por el voto popular y de la lucha ideológica entre comunistas y católicos. El enfrentamiento era intensificado porque, aunque existían divergencias en el enfoque, pesaban más las semejanzas, lo que indujo a las distintas organizaciones a enfatizar lo que las separaba; pero más allá de las diferencias, existía una profunda concordancia: canalizar institucionalmente las demandas del electorado.
¿UNIDAD NACIONAL VERSUS CATOLICISMO SOCIAL?
Las elecciones verificadas en 1938 y 1940 arrojaron resultados que inquietaron y satisficieron a los eclesiásticos. La satisfacción obedeció a que, en esos comicios, la captura de escaños diputadiles y municipales por parte de los comunistas se mantuvo al mínimo, pese a que el BOC incrementó su caudal electoral. La razón de este particular desempeño fue que en 1936 se aprobó el sufragio obligatorio, reforma que establecía sanciones para quienes no asistieran a las urnas. La medida fue eficaz contra el abstencionismo, el cual solía elevarse significativamente en las votaciones de medio periodo, al bajar de 58.1% en 1934 a 31.9% en 1938 (Molina Jiménez, 2004b).
La inquietud fue producto de que la izquierda incrementó, sistemáticamente, su total de votos a partir de 1938. El alza, aparte de los propios esfuerzos de los comunistas por aumentar sus filas, fue favorecida por dos eventos distintos: la conversión del Republicano Nacional en un partido mayoritario (en 1940 ganó con más de 80% de los votos), con lo que el BOC ascendió a la categoría de principal organización opositora, especialmente en las ciudades; y el estallido de la guerra civil en España, en la cual la Iglesia costarricense y el gobierno de León Cortés (un admirador del fascismo y el nazismo) se identificaron con Franco (Ríos, 1997).
La reducción de opciones electorales que supuso la expansión sin precedente del Republicano Nacional, y el bando tomado por los eclesiásticos y el gobierno en el conflicto experimentado por España, condujeron a que círculos de intelectuales y políticos no comunistas, a disgusto con la tendencia al unipartidismo y/o simpatizantes de la República española, se acercaran al BOC y lo apoyaran en las urnas. El aumento de casi 6 000 votos logrado por esta organización en los comicios de diputados de febrero de 1938 fue explicado por William H. Hornibrook, ministro de Estados Unidos en San José, como producto de que
Los electores consideraron la papeleta comunista como representante del principal partido de protesta y, por tanto, uno en el cual todas las tendencias de pensamiento progresista podían unirse apropiadamente con los más radicales comunistas en un voto de protesta contra el presente régimen (USNADF, 818.00/1567, 16-II-1938:2).
La guerra civil española, al facilitar la confluencia de políticos del Republicano Nacional y eclesiásticos, fortaleció a la tendencia católica dentro de ese partido, proceso visible en que Calderón Guardia (hijo de Calderón Muñoz) fue el candidato escogido para la elección de 1940. La posición de poder alcanzada por los principales líderes laicos del catolicismo social, que los colocaba a un paso de lograr la presidencia, preocupó en extremo a sus opositores. El resultado fue que, a partir de marzo de 1939, se configuró una coalición electoral encabezada inicialmente por el tres veces ex presidente Ricardo Jiménez. La presencia del BOC en este proyecto coincidía con el planteamiento de unidad nacional, la nueva estrategia promovida por el Comintern a partir de 1938 (Caballero, 1986: 123).
La coalición, sin embargo, fue efímera y desapareció debido a la presión en su contra ejercida por el gobierno de Cortés y a sus desacuerdos internos, entre los cuales cabe destacar el apoyo dado por los comunistas al pacto nazi-soviético de agosto de 1939, lo que dio fuerza a las críticas de que eran simples títeres de Stalin, acusación que sería reforzada en diciembre de ese año cuando el líder del BOC, el diputado Manuel Mora, no respaldó un acuerdo del Congreso que condenaba a Moscú por invadir Finlandia (USNADF, 818.00/1593, 16-11-1940: 4-5; Creedman, 1996: 97-99). La campaña electoral de 1939-1940, por lo tanto, en vez de plantearse como una lucha entre un movimiento de unidad nacional y el catolicismo social, volvió a enfrentar a este último con el comunismo.
CONCLUSIÓN
La Iglesia costarricense, poco comprometida socialmente, enfrentó un desafío sin precedente a partir de 1931 con la fundación del Partido Comunista. El carácter legal de tal organización, su quehacer sindical, su decisiva proyección en la esfera pública gracias al semanario Trabajo y su competencia periódica en los comicios (en contraste con el resto de Centroamérica) tuvieron el efecto de activar una corriente de catolicismo social compuesta por clérigos como Valenciano y Meneses, y políticos al estilo de Calderón Muñoz. El fortalecimiento de esta tendencia fue favorecido por el fracaso del intento por ilegalizar a la izquierda y porque el costo social de la crisis económica mundial fue crecientemente visible.
La existencia de un partido dispuesto a utilizar la denuncia sistemática de la cuestión social con fines electorales condujo a que esa corriente de catolicismo social se convirtiera en la principal defensora de la intervención estatal para enfrentar la pobreza, el desempleo, los bajos salarios y el alza en el costo de la vida. La opción de canalizar las demandas populares por vías institucionales, al coincidir con la inserción política de la izquierda, colocó a católicos y comunistas en una particular posición de convergencia competitiva: unos y otros perseguían objetivos similares por medios que no eran muy diferentes. La alianza que forjarían en el decenio de 1940 tuvo, en varios sentidos, su base en este proceso.
Los políticos católicos, tras alcanzar la presidencia en 1940, iniciaron una reforma social (seguros y garantías sociales, código de trabajo) con el propósito de disputarle mejor el voto de los trabajadores al BOC, al tiempo que volvían obsoleto el programa de este partido. Los comunistas, enfrentados con esta amenaza, la superaron con base en un evento fortuito: en 1941 estalló un conflicto entre las dos tendencias que conformaban el Republicano Nacional: los cortesistas, partidarios del ex presidente León Cortés, y los calderonistas, simpatizantes del presidente Rafael Calderón Guardia. La disputa, que culminó con la salida de los cortesistas, abrió un espacio para que los comunistas empezaran a acercarse a los calderonistas, proceso que culminó en 1943, cuando el BOC se transformó en Vanguardia Popular, una organización que, tras declararse no comunista, recibió la aprobación del arzobispo Sanabria (Lehoucq y Molina, 2002: 178182). El curso de esa alianza cae fuera de los límites del presente artículo.
La experiencia costarricense durante la década de 1930 prefiguró, en parte, lo que fue la política de varios países europeos después de 1945, cuando la Democracia Cristiana, enfrentada a fuertes partidos comunistas, conoció un exitoso desempeño electoral (Conway, 2003: 43-67).
El contexto, sin embargo, supuso una diferencia decisiva entre tales casos: en Costa Rica, la competencia entre los católicos y la izquierda ocurrió en una época de crisis, que presenció la publicación de la encíclica Quadragesimo Anno de Pío XI y el ascenso del "New Deal" de Roosevelt; en Europa, en contraste, la lucha por el poder en la posguerra, tras la derrota del fascismo y el nazismo, tuvo por marco la guerra fría.
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* La investigación de base para este artículo fue realizada en el Centro de Investigación en Identidad y Cultura Latinoamericanas (CIICLA) y financiada por la vicerrectoría de Investigación de la Universidad de Costa Rica.
Información sobre el autor:
Iván Molina Jiménez. Profesor de la Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica. Actualmente prepara un libro sobre el Partido Comunista de Costa Rica. Sus últimas publicaciones son: Stuffing the Ballot Box. Fraud, Electoral Reform and Democratization in Costa Rica (Cambridge University Press, Nueva York, 2002), escrito junto con Fabrice Lehoucq; y The Costa Rica Reader. History, Culture, Politics (Duke University Press, Durham, 2004), editado junto con Steven Palmer.