“Somos enanos subidos a hombros de gigantes,
por eso vemos más y más lejos”
Alfonso Lacadena García-Gallo,
parafraseando a Bernardo de Chartres
(siglo XI-1130 d.C.),
13 de octubre de 2017
El 9 de febrero de 2018 sufrimos la pérdida irreparable de un gigante de los estudios filológicos mayas y nahuas: el Dr. Alfonso Lacadena García-Gallo. Amigo y colega que dejó huella indeleble entre nosotros, no solo por sus notables aportaciones académicas, reconocidas internacionalmente, sino por su calidad humana, generosidad, alegría, ética profesional, entusiasmo y afabilidad. Ser de extraordinaria inteligencia y facilidad de palabra que, gracias a su don de elocuencia, transmitía asuntos complejos con didáctica, sumo tacto y respeto.
Nació en Zaragoza, España, el 21 de agosto de 1964. Hijo de doña Isabel García-Gallo y del genetista José Manuel Lacadena. Su prosapia universitaria también le venía gracias a su abuelo, don Alfonso García-Gallo de Diego (1911-1992), catedrático en Historia del Derecho, quien escribió la primera o una de las primeras historias del derecho indiano. A la edad de 9 años, Alfonso Lacadena recibió como regalo de Reyes un libro profusamente ilustrado sobre los indígenas de Norteamérica, que desde entonces despertó su pasión, al grado de que jugaba a los apaches, investido con flechas, arcos y tocados de plumas. Su gran inquietud intelectual también lo aficionó a la poesía y a las leyendas medievales y caballerescas de tipo artúrico, pasiones que jamás abandonó, si bien, a decir de él mismo, esa inteligencia jamás se manifestó en buenas calificaciones en la escuela, toda vez que no era un alumno ejemplar.
Años después se inscribió a la carrera de Derecho, de la que sólo cursó hasta tercer grado, por darse cuenta de que la vocación de su abuelo no era la suya. No obstante, durante su breve permanencia ahí conoció a Laura Jack, quien a la postre sería su esposa y madre de sus hijos Ignacio y Alejo. Al abandonar sus estudios de Derecho, se matriculó como estudiante de Historia en la Facultad de Geografía e Historia del Departamento de Historia de América II (Antropología de América), de la Universidad Complutense de Madrid, donde absorbió las enseñanzas de eminentes mayistas, como Miguel Rivera Dorado, Andrés Ciudad Ruiz y María Josefa Iglesias Ponce de León. El primero de ellos lo reclutó en 1988, junto con otros jóvenes mayistas,1 para el Proyecto de la Misión Arqueológica de España en Oxkintok (1988-1992), lugar donde comenzó su trabajo como especialista en textos jeroglíficos (p. ej. Lacadena, 1992). Al no existir por entonces en España una escuela robusta de epigrafía maya, Alfonso comenzó a contactar a autoridades foráneas en la materia, como Victoria R. Bricker, Federico Fahsen Ortega y Nikolai Grube, quienes lo orientaron en su etapa de estudiante, profesándole amistad y simpatía. Muy pronto decidió asistir a los Maya Hieroglyphic Workshops de la Universidad de Texas, que por aquel entonces presidía la carismática Linda Schele (1942-1998). En la página 132 del cuaderno de trabajo preparado por Schele y Grube (1994) para el XVIIIth Maya Hieroglyphic Workshop at Texas puede encontrarse este pasaje:
Three war related verbs are combined in this passage. The first is the “Star War” verb, the second was deciphered by David as puluy “it was burn”, and the third is a verb read independently by Alfonso Lacadena and Nikolai as lok’i “he left”. These attacks are directed against Shield Skull of Tikal…
Él consideraba que este breve reconocimiento era su título profesional de epigrafista, toda vez que no existe la licenciatura en Epigrafía Maya en ningún país del mundo. Era la manera en la que los epigrafistas más famosos reconocían en Alfonso a uno de sus colegas. Los argumentos para el desciframiento del signo T327 como LOK’, ‘salir, escapar’, fueron escritos por Alfonso en una carta dirigida a Fahsen Ortega, quien a su vez la remitió a Schele. Con ello inició una carrera exitosa como descifrador, donde se pueden contar sus lecturas de los logogramas AN (T705var), ‘andar’, HA’AL (T143), ‘lluvia’ (Lacadena, 2004a), WOL (T577), ‘pelota’ y WI’ (T158), ‘raíz’ (Lacadena, 1994; 2002), así como la identificación de los determinativos semánticos para “fuego” (T122) y “alimento” (T1038a) (Lacadena, 2010a: 3), como también su propuesta de que el cartucho que envuelve a los días del tzolk’iin era un logograma K’IN, ‘día’ (Lacadena, 2010b).
Dentro del repertorio de signos de la escritura maya, Alfonso siempre se opuso a la existencia de morfosílabas, categoría defendida por algunos mayistas estadounidenses. También contribuyó a comprender mejor las reglas de composición de la escritura maya, al identificar en 2001 los métodos de abreviación o subrepresentación por medio de síncope y apócope de consonantes (Lacadena, 2001), situación que pudo lograr gracias al estudio comparativo de las escrituras lineal chipriota y lineal b micénica, toda vez que, al igual que hiciera Yuri V. Knorosov (1922-1999), estaba convencido de que el conocimiento de la gramatología o teoría de las escrituras era básico para entender los sistemas de Mesoamérica. Del mismo modo, reconoció diversos procesos morfofonémicos que formaban parte de las reglas ortográficas de los escribas mayas (Velásquez García, 2015: 135-136).
Con relación al origen del silabario, usó las herramientas teóricas de la gramatología para sustentar que los mayas no inventaron su escritura, sino que la heredaron de civilizaciones indígenas que conocían el arte de escribir siglos antes que ellos, particularmente los pueblos de habla mixe-zoqueana, de donde los mayas tomaron los primeros silabogramas. Al estudiar fenómenos paralelos en el mundo, tales como la creación de la escritura japonesa a partir de la china, o de la acadia a partir de la sumeria, propuso que para instrumentar silabogramas no existentes en la escritura donante, los mayas se valieron de recursos como la modificación de signos heredados, así como el diseño de dígrafos y jeroglifos acrofónicos (Lacadena, 2010e).
Alfonso obtuvo su grado de doctor en 1995, por medio de la tesis “Evolución formal de las grafías escriturarias mayas: implicaciones históricas y culturales”, dirigida por Emma Sánchez Montañés. Como siempre fue su costumbre, en realidad no inventaba nada nuevo. Simplemente aplicaba los métodos ya probados de la paleografía analítica latina, para resolver de forma sistemática y científica el problema de la transformación formal de los jeroglifos mayas a lo largo del tiempo y del espacio, sin restricción de técnicas ni soportes, tema que otros estudiosos han tratado de resolver de forma incompleta y menos rigurosa, simplemente a través de la subjetividad del ojo. Utilizando el mismo método analítico, Alfonso emprendió con éxito el estudio paleográfico del Códice de Madrid o Tro-Cortesiano, identificando un total de nueve escribas o amanuenses (Lacadena, 2000b).
Con el fallecimiento de Schele, en 1998, llegó una nueva era en los estudios epigráficos, en la que Alfonso estaba destinado a ser uno de los máximos exponentes a nivel mundial. Se trataba de comprender la gramática de la lengua representada en las inscripciones que, tal como Stephen D. Houston, John S. Robertson y David S. Stuart (2000) habían mostrado, era de filiación cholana oriental (emparentada con el choltí y el chortí). De este modo, en el ámbito de la sintaxis, Alfonso Lacadena (2000c) pudo reconocer que el patrón de nombre más títulos de cargo y rango era el que correspondía al subgrupo cholano y, por lo tanto, era el que predominaba en las inscripciones, contrario al patrón de títulos más nombre, que respondía a las lenguas yucatecanas.
En cuanto a la morfología verbal, Alfonso siempre negó que la lengua de las inscripciones fuera de tipo temporal, favoreciendo la tesis de que el verbo maya incide en el aspecto, más que en el tiempo (Lacadena, 2010c: 14), e identificando el sufijo incompletivo /-e’l/ para verbos intransitivos de raíz (Lacadena, 2010a: 19) en unos cuantos contextos muy acotados, hallazgo que lo convenció de que la lengua de las inscripciones era de tipo ergativo completo.2 Además, identificó dos formas de hacer la voz pasiva, una para verbos transitivos con estructura CVC3 y otra para verbos que obedecen a una estructura diferente (Lacadena, 2004b). También identificó tres modalidades para crear la voz antipasiva (simple, con objeto incorporado y con enfoque de agente) (Lacadena, 2000a), así como la existencia de un sufijo /-Vj/ o /-iij/, que servía para convertir sustantivos y adjetivos en verbos intransitivos (Lacadena, 2003b).
No obstante, sus aportaciones más polémicas tuvieron lugar en el ámbito de la fonología, al intentar refinar el modelo de armonía y disarmonía vocálica propuesto en 1998 por Houston, Stuart y Robertson, postulando, en coautoría con el lingüista danés Søren Wichmann, la existencia de dos clases especiales de disarmonía: una para marcar la presencia de vocales largas dentro de los núcleos léxicos, y otra para vocales glotalizadas o rearticuladas (Lacadena y Wichmann, 2004), situación que Alfonso y Søren hacían extensiva a los sufijos morfológicos (Lacadena y Wichmann, s.f.). Contrario a las expectativas de Alfonso, dichas propuestas generaron un desacuerdo académico con los epigrafistas estadounidenses (Robertson et al., 2007), que jamás se resolvió, hasta la fecha.4
Otra discordancia concierne al sistema de transliteración de logogramas. Pues mientras que los expertos estadounidenses favorecen una modalidad estrecha (p. ej. TUUN o B’AAK), Alfonso y la gente de su escuela estamos convencidos de que los logogramas tienen un valor plano, y que la longitud vocálica es producto del proceso de lectura, no de escritura, por lo cual preferimos una transliteración amplia (p. ej. TUN o B’AK) (Lacadena y Wichmann, 2004: 132-134), realizando la duración vocálica en el segundo paso del análisis, que es la transcripción (Pope, 2003: 333). Conviene decir que en sus desacuerdos intelectuales, Alfonso siempre procedía con respeto, amistad y caballerosidad, nunca llevando sus diferencias al ámbito personal.
Junto con Wichmann, Alfonso publicó al menos dos importantes ensayos (Lacadena y Wichmann, 2002; 2005) donde postulaba la existencia de lenguas vernáculas mayances que, durante los siglos VII y VIII, afloraban o irrumpían de forma tímida en las inscripciones, en medio de la lengua cholana oriental, oficial y de prestigio, en una situación de diglosia. De este modo, identificaron al menos cuatro áreas regionales y vernáculas: una de tipo tzeltalano, otra cholana oriental, otra pre-proto-yucatecana y una más cholana occidental,5 generando un mapa de isoglosas, donde se puede apreciar la distribución geográfica de cada lengua. Dicho mapa tenía mucha consonancia con el que hizo la antropóloga física Vera Tiesler (2012) sobre la distribución geográfica de los estilos de modificación craneal artificial maya durante el Clásico Tardío, razón por la que Vera y Alfonso decidieron escribir un texto juntos (Tiesler y Lacadena, 2018), correlacionando ambos fenómenos.
Además del tema de las lenguas vernáculas, varios años antes Alfonso (Lacadena, 1997) ya había planteado la existencia de bilingüismo en los códices mayas, toda vez que los amanuenses de esos manuscritos redactaban pasajes tanto en la lengua cholana antigua de prestigio, como en un idioma vernáculo (itzá o mopán). A partir del año 2000 se volvió relativamente común entre otros estudiosos hablar de bilingüismo en los códices mayas (p. ej. Bricker, 2000), si bien ya existía un antecedente remoto que, al parecer, nunca se publicó (Wald, 1994).
La comprensión de la gramática maya jeroglífica llegó a convencer a Alfonso de que las inscripciones mayas (300-900 d.C.) deberían ser tomadas como fuentes escritas de primera mano para confirmar, rectificar y enriquecer las reconstrucciones de la lingüística histórica (Lacadena, 2011b). Del mismo modo, Alfonso siempre defendió la idea de que el trabajo filológico tanto con textos jeroglíficos como con alfabéticos mayas de la época colonial debería contener de forma obligatoria los cinco pasos llamados transliteración, transcripción, segmentación morfémica, glosas morfológicas y traducción (Lacadena, 2010a: 18-19), siendo uno de los pocos epigrafistas del mundo que aplicaban dicho método completo, sin revolver ni mezclar de forma ecléctica los pasos.6 Desde mi punto de vista, Alfonso llegó a convertirse en el mejor traductor del mundo especializado en textos logosilábicos mayas, toda vez que, además de sus amplios conocimientos lingüísticos, era un asiduo lector de manuales de traductología. Siempre estuvo convencido de que no solamente había que traducir el léxico y la morfología, sino también el orden sintáctico entre una lengua y otra, situación que no suele ocurrir entre los epigrafistas.
Es por ello que a principios de la década pasada Alfonso fue uno de los pioneros en el análisis literario de los textos jeroglíficos mayas (Lacadena, 2009; 2010; 2012; 2015), identificando una serie de tropos y figuras retóricas, que afectaban todos los niveles de la lengua: el nivel morfológico (anáfora, epífora, enálage, hompeoptoton y políptoton), el nivel fonológico (aliteración), el nivel sintáctico (paralelismo e hipérbaton) y el nivel semántico (metáfora, difrasismo, hipérbole, personificación, metonimia, sinécdoque, sinonimia y alegoría). En consonancia con ello, en 2011 propuso la existencia de tres grandes géneros literarios en el ámbito de la escritura maya antigua: a) el género histórico-mítico, que favorece el aspecto completivo y la tercera persona del singular; b) el género profético, que contiene frases estativas, aspecto incompletivo y expresiones optativas;7 y c) el género ritual, que es el más rico y versátil en recursos expresivos (Lacadena, s.f. a).
En el ámbito del registro y reconstrucción de las secuencias dinásticas de ciudades mayas, destaca su trabajo con el corpus de Ek Balam (1998-2016), donde reconoció la existencia de seis gobernantes que rigieron entre 770 y 870 d.C. (Lacadena, 2003a; Grube, Lacadena y Martin, 2003). También trabajó en Machaquilá (2004-2007), ayudando a comprender la historia y prácticas rituales de los dignatarios de esa ciudad maya (Lacadena, 2011a).8 Y más recientemente en Naachtún (2014-2016), donde, con la ayuda de su alumno Juan Ignacio Cases Martín,9 rescató valiosos datos de la piedras calizas erosionadas, que ayudan a comprender el papel de ese sitio como aliado de Sihyaj K’ahk’ durante la presunta “entrada” teotihuacana al área maya en 378 d.C. (Nondédéo et al., s.f.). Mención aparte merece su trabajo sobre el título lakam (Lacadena, 2008a), identificado en 2001 por Houston y Stuart. La aportación de Alfonso fue reconocer que los lakam eran funcionarios de rango intermedio, que se encargaban de reunir el tributo y hacer leva de guerreros en sus unidades administrativas, semejantes a los ajkuuch kaab’ o <ah cuch cab> de los mayas yucatecos posclásicos.
Su amplio conocimiento sobre teoría de la escritura, así como su estancia de investigación en el Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo, de España, le ayudaron a incursionar en otros sistemas de escritura mesoamericanos, como es el caso de las escrituras de tradición olmeca, tanto en el Monumento 13 de La Venta (Lacadena, 2008b) como en la costa guatemalteca del Pacífico (Lacadena, 2010b), en cuyas inscripciones -aún sin descifrar- pudo reconocer un patrón sintáctico sujeto-verbo, que sugería una filiación mixe-zoqueana. Del mismo modo, al trabajar con los textos mayas más tempranos, propuso que los silabogramas originales de ese sistema encajaban con la fonología de los idiomas mixe-zoqueanos, e incluso a nivel gráfico procedían de la escritura epi-olmeca, motivo por el cual los llamó “istmeñogramas” (Lacadena, 2010e; s.f. b), a semejanza de los “sinogramas” de la escritura japonesa (kanji), de los “sumeriogramas” de la escritura acadia y de los “acadiogramas” del sistema hitita cuneiforme. Estableciendo con ello un precedente para el futuro desciframiento de la escritura istmeña.
Otro sistema de escritura donde trabajó silenciosamente desde que tenía 15 años de edad fue el náhuatl. Durante su primera visita a la UNAM10 impartió un histórico taller sobre el tema en el Aula Magna del Instituto de Investigaciones Filológicas (2-4 de mayo de 2006), donde propuso que la mayor parte de los códices y monumentos nahuas eran obras iconográficas, y que la escritura se restringía casi exclusivamente a los temas onomásticos, siendo de carácter logosilábico, igual que muchos otros sistemas del mundo. En opinión de Alfonso, la escritura jeroglífica náhuatl constaba de logogramas y silabogramas acrofónicos abiertos V o CV,11 empleaba los recursos del rebus y la complementación fonética,12 contaba con reglas de subrepresentación, uso de alógrafos13 y procesos morfofonémicos, además de ser de origen prehispánico y no un sistema influenciado por el alfabeto latino.14 Propuso una serie de métodos para su desciframiento, análisis y sistematización, que no eran sino los de la gramatología y epigrafía modernas, poniendo al día el trabajo iniciado en el siglo XIX por Joseph Marius Alexis Aubin (1802-1891), Zelia Nuttall (1857-1933), Manuel Orozco y Berra (1816-1881) y José Fernando Ramírez (1804-1871).
Su oposición a las ideas de que la escritura náhuatl era un sistema imperfecto o incompleto, metalingüístico (silente o semasiográfico)15 o fonético-simbólico-gramático-plástico, obedecía, en parte, a que dichas posturas fueron hechas al margen de la gramatología o ciencia de la escritura, y que tales supuestos sistemas de escritura no están documentados en ningún otro lugar del mundo antiguo ni moderno. Alfonso comenzó a publicar sus ideas al respecto, así como su silabario náhuatl, a partir de 2008 (Lacadena 2008c; 2008d; s.f. c; s.f. d; s.f. e; Lacadena y Wichmann, 2008; 2011), esfuerzo en el que fue seguido y secundado por otros epigrafistas, entre los cuales se encuentran Margarita V. Cossich Vielman, Albert Davletshin, Christohphe Helmke, David S. Stuart, SØren Wichmann, Marc U. Zender y el autor de este texto, por mencionar a algunos. El 13 de octubre de 2011 Alfonso impartió una conferencia magistral sobre la escritura náhuatl en la Universidad de Harvard (Lacadena, s.f. d), ocasión que fue aprovechada para otorgarle el Premio Tatiana A. Proskouriakoff, en reconocimiento a sus aportaciones sobre el tema. Estos logros de Alfonso, basados en la teoría de la escritura, inspiraron la creación de los Encuentros Internacionales de Gramatología celebrados en la UNAM (2013, 2015, 2017), cuya tercera edición sirvió para rendirle un sentido homenaje. El clímax de este homenaje tuvo lugar el 13 de octubre de 2017, justo el día en que cumplió seis años de haber recibido el ya mencionado Premio Tatiana A. Proskouriakoff ¡Feliz coincidencia!
Inspirado en los Maya Hieroglyphic Workshops de la Universidad de Texas, Alfonso fue también co-fundador en 1996 de las Conferencias Europeas de Mayistas Wayeb, evento al que nunca faltó y del que fue uno de los animadores principales, tanto en lo profesional como en la juerga, lo mismo que nuestro también amigo Erik Boot (1962-2016), a quien recordamos. A Alfonso le tocó organizar las ediciones octava (2003) y decimoquinta (2010), que tuvieron lugar en Madrid. En dichos eventos casi nunca nos dejaba de deleitar con sus ponencias y talleres sobre gramática maya jeroglífica o, incluso, sobre escritura logosilábica náhuatl. Además de ello, Alfonso era miembro de la Sociedad Española de Estudios Mayas, participando en todas las actividades y encuentros de dicha organización científica.
Incompleta estaría esta reseña biográfica si no mencionara su exitoso paso docente por la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán, espacio que ya no pudo ocupar, puesto que en 2003 obtuvo el puesto de profesor e investigador en su alma mater, la Universidad Complutense de Madrid, lugar donde desempeñó fervorosamente la enseñanza, logrando impulsar las tesis y carreras de diversos mayistas, entre los que se destacan Ana García Barrios, Macarena Soledad López Oliva, Zoraida Raimúndez Ares, Diego Ruiz Pérez, Elena San José Ortigosa, Florencia Scándar y Rogelio Valencia Rivera. Del mismo modo, participó como tutor externo del Posgrado en Estudios Mesoamericanos de la UNAM, leyendo y co-dirigiendo varias tesis. El autor de este texto se considera discípulo de Alfonso, no obstante que nunca tuvo el honor de tenerlo como profesor escolarizado, aunque si como lector de su tesis doctoral.
Amante de la música mexicana, especialmente de los mariachis, cantó y se despidió del Tenampa de la Plaza de Garibaldi la noche del 10 de octubre de 2017, lugar donde pasó diversos momentos felices a lo largo de sus visitas a México. Ahí entonó su canción favorita: “Mujeres Divinas”, del compositor michoacano Martín Urieta Solano, tema que lo acompañó hasta los últimos momentos de su vida, dándole alegría.16
Sólo supo hacer amigos, incluso entre los colegas que no compartían algunos de sus planteamientos. Siempre tenía tiempo para escuchar y brindar su amistad a los demás, con independencia de su condición social o nivel académico. Siempre estaba de buen humor y nunca se negaba a reír, a cantar o a declamar alguna poesía del Siglo de Oro español. Descanse en paz uno de los grandes hombres que España ha dado al mundo, miembro del Consejo Editorial de la revista Estudios de Cultura Maya y estrecho colaborador, además de amigo, del Centro de Estudios Mayas del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.