Introducción
México como el resto del mundo experimenta serios problemas ambientales, como la deforestación, la pérdida de biodiversidad, la erosión y los cambios en el uso de suelo, que atentan contra la diversidad de especies, los servicios ecosistémicos y los sistemas de conocimiento tradicional relacionados con la naturaleza. Las predicciones sobre las tendencias del cambio en la cobertura forestal a nivel nacional, sugieren una disminución constante de los bosques, con una velocidad que no es precisada con exactitud (Velázquez et al., 2002; González-Espinosa et al., 2007). Ante esto, la expansión agrícola ha ejercido un efecto importante sobre el clima, los ciclos del agua, el carbono y el nitrógeno, las emisiones de gases de efecto invernadero y la biodiversidad (Paruelo et al., 2005). Paradójicamente los cultivos representan una serie de servicios ambientales poco evaluados y un sistema de conocimientos tradicionales que promueven la diversidad biológica, repercutiendo desde la diversidad genética hasta la diversidad del paisaje (Moguel & Toledo, 1996). En este sentido, los sistemas tradicionales de agricultura promueven distintas interacciones ecológicas que son vitales para los agroecosistemas, como la polinización, el almacenamiento de carbono, el reciclaje de nutrientes, la regulación de microclimas y de procesos hidrológicos y la regulación de la abundancia de organismos potencialmente dañinos para los cultivos (Altieri 1999; Bengtsson et al., 2005), todo ello embebido en un marco social, cultural y ambiental.
Es así como la multi y transdisciplinariedad surgen como enfoques integradores, dado que la solución a la complejidad de la problemática ambiental, no puede ser abordada sólo por una disciplina científica, por lo que debe haber un enfoque diverso de conocimientos (multidisciplinariedad) que a su vez deben estar articulados donde no exista claridad en las fronteras entre disciplinas (transdisciplinarierad) (Carvajal, 2010). De esta manera, la agroecología va, de reconocer la complejidad (multidisciplina) a trabajar inmersa en la complejidad (transdisciplina) y se convierte en una tendencia que pretende desarrollar agroecosistemas sustentables desde una perspectiva holística, donde existe intercambio de conocimiento y colaboración entre sistemas de conocimiento (Méndez et al., 2013), sobre la base de que la agricultura es un sistema complejo que comprende desde los elementos bióticos y abióticos hasta los sociales y los culturales (Altieri, 2002). Como resultado, la agroecología considera que la producción agrícola es más que una actividad meramente económica y la encamina hacia la sustentabilidad, donde se aprecia una coevolución entre la cultura y el ambiente local de las comunidades rurales (Sevilla, 1991; Gliessman, 2013).
Es en este ámbito donde los insectos y las poblaciones humanas coexisten y establecen una gran variedad de interacciones bióticas, como la competencia, el parasitismo, la salud, la alimentación, la religión, el folklor, entre otras (Altieri, 1991). En el presente ensayo se exploran las virtudes ecológicas y culturales de los insectos y cómo éstas pueden ser útiles para el establecimiento de programas de conservación de los ecosistemas, en un contexto ecológico (especies e interacciones) y socio-cultural (comunidades rurales), que en suma pueden ser entendidos en un contexto agroecológico.
Artrópodos como herramienta de monitoreo
En primer lugar se debe tener en cuenta que en los ecosistemas terrestres, los insectos son el grupo con mayor éxito evolutivo (Purvis & Hector, 2000), principalmente por su abundancia, diversidad y el amplio espectro de hábitats y posiciones funcionales que ocupan (Llorente-Bousquets et al., 1996; Mattoni et al., 2000). Tienen un papel clave en los procesos de fragmentación de la cobertura vegetal, en los ciclos de nutrientes y en la dieta de otros organismos consumidores (Iannacone & Alvariño, 2006), que junto al alto recambio, las tasas de crecimiento y su distribución microgeográfica, pueden reflejar condiciones de heterogeneidad a escalas muy finas del hábitat donde otros grupos como los vertebrados pueden ser insensibles (Mattoni et al., 2000). Razones por las que se les consideran una herramienta útil para evaluar la efectividad de las estrategias de manejo de los ecosistemas (Malenque et al., 2007) e indicadores de cambios ambientales rápidos. Desde el punto de vista técnico, los insectos pueden ser fáciles y menos costosos de medir que los vertebrados, de manera que métodos pasivos de muestreo permiten capturar grandes cantidades de individuos en cortos periodos y la preparación de los ejemplares implica menor tiempo de lo que se invierte con los vertebrados (Kremen et al., 1993).
Dado el creciente interés en la restauración de ambientes degradados, el monitoreo de la dinámica de los ensambles de las comunidades de insectos, podría proporcionar evidencia convincente para estimar el éxito o el fracaso de cualquier proyecto de restauración (Mattoni et al., 2000). En este sentido, Lomov et al., (2006), mencionan la utilización de mariposas como indicadores ecológicos para evaluar los impactos de la fragmentación, del fuego y de las plantas invasoras; Gove et al., (2009) y Huberty & Denno (2004), encontraron un efecto de las modificaciones del hábitat sobre las comunidades de insectos y Saha et al., (2011), hallaron que ortópteros de la familia Acrididae son afectados por disturbios antropógenicos, asociando su diversidad con ambientes dominados por malezas. En México se han realizado estudios tratando de encontrar insectos bioindicadores del impacto del estrés vegetal sobre la diversidad y los aspectos funcionales como la herbivoría, la depredación y el parasitismo. Las hormigas son un grupo prometedor, por ejemplo Chanastásing-Vaca et al., (2011), encontraron que las especies Solenopsis geminata Fabricius, 1804 y Dorymyrmex sp., son indicadoras de monocultivos, mientras que Guzmán-Mendoza et al., (2014), mostraron que la diversidad de hormigas no necesariamente se asocia con ambientes conservados.
El entendimiento de los patrones estructurales del hábitat y su influencia sobre las comunidades de insectos son fundamentales para el diseño de programas de manejo y conservación. Sin embargo, aún hace falta el uso de insectos con fines de monitoreo y conservación biológica. Una razón puede ser el escaso conocimiento biológico y ecológico que se tiene de algunos grupos, o bien el escaso análisis sobre la práctica y el valor de incluir insectos en estudios de monitoreo (Arcila & Lozano-Zambrano, 2003; Underwood & Fisher, 2006).
El problema de la especie y el vínculo con la comunidad
Intentar reconocer a todas las especies que habitan el planeta, ha sido una tarea costosa en términos de tiempo, de recursos humanos y Materiales (Martín-Piera, 2000), aunado al hecho de que para algunos grupos como los insectos, se estiman entre 5 y 10 millones de especies (Ødegaard, 2000).
El concepto mismo de especie ha sido difícil de consensuar por distintos factores como la variabilidad genética, fenotípica y de hábitats que una misma especie puede presentar (Guzmán-Mendoza, 2010), en particular los insectos tienen un ciclo de vida complejo, que les facilita ocupar distintos nichos y hábitats a lo largo de su vida (Schowalter, 2000) y por último, la acelerada velocidad de extinción que amenaza aproximadamente al 75% de toda la vida en la tierra (Derraik et al., 2002).
Por tal razón, se ha considerado a las morfoespecies como una herramienta importante para obtener mediciones rápidas sobre el estado de la diversidad en ambientes conservados o no. A pesar del hecho de que los resultados de este tipo de evaluaciones deben ser tomados con cautela, porque la diversidad específica puede ser sobre o subestimada por no identificar claramente las diferencias intraespecíficas; se han encontrado estudios con alto grado de confiabilidad para trabajar con morfoespecies (Oliver & Beattie, 1995). Este enfoque disminuye las limitantes taxonómicas y logísticas observadas en los tratamientos taxonómicos convencionales, como la identificación de especies que para algunos grupos, la taxonomía está incompleta y con escasas colectas (Ríos-Casanova et al., 2010; Llorente-Bousquets et al., 1996). Además, se reporta la urgencia por la evaluación de los cambios en la diversidad, debidos a la rápida modificación de los ecosistemas (Mace & Baillie, 2007), por lo que la utilización de morfoespecies, puede ser una herramienta útil de evaluación, que favorece la participación de personas no especializadas, pero que han sido capacitadas por taxónomos profesionales (Oliver & Beattie, 1995) y que tienen la ventaja de vivir en zonas rurales cercanas o inmersas en las áreas de estudio. Ello implica la aplicación de metodologías interdisciplinarias que tiendan a resolver la complejidad del problema del impacto ambiental generado por las actividades humanas (Wolverton, 2013), por lo que enfoques integradores son importantes para que articulen e integren el conocimiento formal (originado a partir de la ciencia) y el local de los habitantes nativos de una región (Guimarães & Mourão, 2006).
Insectos-sociedad una relación milenaria
Desde los albores de la especie humana, los insectos han sido considerados un elemento importante del ambiente, que ha generado un impacto significativo en la vida social de la humanidad y que se refleja en la literatura, la tradición oral, la medicina, el arte, el alimento, la religión y la mitología (Abreu & Corette, 2010). Pinturas rupestres del paleolítico de España, ilustran cómo las abejas fueron apreciadas por su miel, como fuente de alimento y deleite (Bellés, 1997); en Mesoamérica los grupos indígenas lograron domesticar a estos insectos y utilizaron la miel y la cera no sólo como alimento sino también en la medicina y en rituales (Cano-Contreras et al., 2013), como en el caso particular de las abejas sin aguijón que han sido utilizadas por los pueblos indígenas de Mesoamérica, donde los mayas son quienes han alcanzado el máximo desarrollo en la domesticación de éste insecto, además la miel no es sólo consumida, sino también utilizada en festividades religiosas (Márquez, 1994) y la producción de miel con esta especie, es una fuente importante de ingresos para las comunidades campesinas e indígenas (Quezada-Euán et al., 2001).
Vestigios arqueológicos sugieren que otros insectos fueron objetos de culto y usados como protección al representarlos como amuletos en representaciones talladas en hueso (Bellés, 1997); antiguas culturas como la griega, personificaron la fiereza y la agilidad de las avispas en sus guerreros. En la actualidad, algunos grupos como las mariposas, son considerados una representación de las almas de los muertos (Guzmán-Mendoza et al., 2011) y las libélulas son consideradas en Tahití, mensajeras de los dioses o bien relacionadas con la maldad y el demonio (Lara-Vázquez & Villeda-Callejas, 2002). Entre los Mazahuas del centro de México, a estos organismos se les considera mediadores entre el mundo terrenal y sobrenatural, mensajeros a los que se les encargan favores, como pedir a Dios Padre, que mande agua (Aldasoro, 2009); pero también como señales de malos presagios, como el ortóptero Tettigoniidae que en Chipas, lo asocian con cosas malas que le sucederán a la gente que los ve (López et al., 2015). Los insectos entre el bien y el mal, han sido, por mucho tiempo, parte fundamental de las representaciones internas de las poblaciones humanas y de aspectos inmediatos como la alimentación y la salud.
Los insectos, una fuente vital de alimentación
El uso de los insectos como fuente de alimento, está ligado a la presencia y a la abundancia de estos animales y a diversos aspectos culturales; en Brasil se han identificado 95 especies de 135 morfos, como alimenticias (Costa-Neto & Ramos-Elorduy, 2006) y en México, 504 especies son utilizadas como complemento alimenticio y una fuente de proteínas (Koga et al., 1999; Ramos-Elorduy et al., 2006). Sin embargo, conocer el número de especies de insectos comestibles es una tarea ardua y complicada (Huis et al., 2013), de hecho en México hacen falta muestreos en muchas localidades por lo que el registro científico de las especies cambia constantemente; incluso el papel funcional antrópico y ecológico de los insectos tiene distintas apreciaciones, Coimbra (2012), encontró que larvas de Lusura sp. (Curculionidae), desde el punto de vista agronómico son plagas importantes que atacan especies comerciales de palmas y cocos, pero que para los Suruí de la amazonia, constituyen un alimento extremadamente valioso. Por otro lado, el ciclo de vida que tienen los insectos les permite desempeñar nichos ecológicos diferentes, por lo que el conocimiento de este rasgo biológico para este tipo de organismos, es importante para el desarrollo de métodos de control de plagas agrícolas (Aragón et al., 2005).
La entomofagia es un hábito extendido alrededor del mundo con beneficios para quienes la practican, pues los insectos constituyen buenas alternativas nutritivas en comparación a las fuentes proteicas convencionales como la carne de cerdo, pollo, res y pescado (Huis et al., 2013). Juárez et al., (2012), reportan que los insectos comestibles son un alimento rico en proteínas, grasas, minerales y fibra cruda, lo que los convierte en una opción ante la homogenización de la dieta a nivel mundial; de acuerdo con Ramos-Elorduy & Viejo (2007), el porcentaje de proteína de los insectos comestibles reconocidos para México, se encuentra por arriba de los alimentos convencionales como pollo, huevo, res, frijol, lenteja, entre otros.
Para algunas especies se ha reportado que su consumo, además de su valor nutricional, está asociado a la salud, por ejemplo, en Nigeria el consumo de la termita Macrotermes nigeriense Sjostedt durante el embarazo, beneficia a las mujeres; mientras que el consumo de la hormiga Polyrhachis vicina Roger, 1863 se asocia al alivio de enfermedades (Costa et al., 2006). Lo anterior sugiere un conocimiento diferido en torno al uso de las especies, inclusive una misma especie puede ser o no utilizada por poblaciones humanas presentes en una misma región independientemente de su abundancia, por ejemplo la hormiga Liometopum apiculatum (Mayr), tiene una amplia distribución en la zona central de México y es una especie relativamente abundante, pero no en todas las poblaciones humanas se consume a pesar de sus virtudes gastronómicas (Lara-Juaréz et al., 2015). Aunque es difícil precisar las razones subyacentes a ésto, el uso de ciertas especies puede medirse a través del cálculo de índices cualitativos de importancia relativa basados en la frecuencia de uso de una especie en particular; el que una especie presente mayor consenso, sugiere que ya fue sometida a una selección a través del tiempo, por ensayo y error, por lo tanto, la probabilidad de que sea efectiva es mayor (Friedman et al., 1986).
De esta forma los insectos comestibles, no sólo son capaces de satisfacer las demandas energéticas de las poblaciones humanas, sino también en aspectos importantes como la salud, pero aún más, el cultivo de insectos con fines alimenticios se puede colocar como una alternativa útil para el futuro próximo, ya sea para los exploradores del espacio (Sancho et al., 2015), o como para solucionar el problema de la alimentación (Huis, 2013), sobre todo en lugares donde la deforestación y la fragmentación de los paisajes promueven que los asentamientos humanos, vean su forma de vida precaria y que por lo general, son zonas rurales de alta marginación, donde el uso de los recursos naturales ha sido inadecuado (Gama et al., 2003), con un evidente empobrecimiento biológico, cuyas consecuencias son poco conocidas.
Uso medicinal de los insectos en las culturas originarias
Los insectos como las plantas han sido utilizados desde la antigüedad por sus propiedades medicinales en muchas culturas (Costa et al., 2006). Serrano-González et al., (2013) hacen una revisión de códices prehispánicos y reportan 10 especies que curan 16 enfermedades, entre las que se pueden mencionar el dolor del cuerpo, tumores, heridas, postemas, estrés, caída del cabello, entre otras. De la misma forma desde hace mucho tiempo en la India y África, se han utilizado hormigas de los géneros Atta y Camponotus para suturar heridas (Vantomme, 2010). En el sureste mexicano, los Tsotsiles, pasan tres libélulas por la boca de los niños cuando tienen problemas bucales, como babeo excesivo (Lara-Vázquez & Villeda-Callejas, 2002), de acuerdo con Cahuich-Campos (2013), la práctica de usar insectos para remedios está muy arraigada en la historia del pueblo maya como lo muestran los escritos encontrados en el Chilam Balam, en este sentido De la Cruz et al., (2015), reporta cinco especies (no todas identificadas) con uso medicinal para los mayas de las tierras altas de Chiapas. Lo mismo puede estar ocurriendo en otras partes de México, donde el uso de los insectos con fines medicinales tiene un fuerte arraigo histórico, producto del conocimiento sistematizado de la biología de estos organismos que ha generado un gran impacto cultural (Serrano-González et al., 2013), mismo que se percibe en la actualidad en distintas culturas, por ejemplo, en comunidades Mazahuas, Aldasoro (2009), encontró que coleópteros como Eleodes sp., y Meloe sp., y otras especies no identificadas de himenópteros, dípteros y ortópteros, se ocupan para aliviar dolencias somáticas (como diarrea, dolor de pecho, dolor de dientes, etc.), y culturales como, el mal de ojo. Mientras que en Oaxaca, Chiapas y Veracruz el uso de la miel se destina para tratamientos contra el asma, oftalmológicos y como té mezclada con hierbas para acelerar el parto (Ramos-Elorduy et al., 2009).
Mucho de este conocimiento es susceptible de ser aprovechado en beneficio de las comunidades rurales, campesinas e indígenas y de la sociedad en general, al coadyuvar en la investigación farmacéutica (Costa et al., 2006), ya que su importancia medica no se encuentra limitada a los remedios ni al papel místico y mágico que rodea a las enfermedades, por el contrario, se ha comprobado la existencia de propiedades analgésicas, antibacteriales, diuréticas, anestésicas, entre otras, contenidas en los cuerpos de los insectos (Costa-Neto, 2005). En este sentido, se ha sugerido que la ausencia de linfocitos y de anticuerpos específicos en los insectos, indica que el sistema inmune de estos organismos es tan efectivo, que puede ser la clave para solucionar problemas de bacterias resistentes a antibióticos, VIH y cáncer (Ratcliffe et al., 2011).
Si bien los insectos son útiles para la salud humana, también son agentes importantes como vectores de enfermedades, como la enfermedad del chagas que es causada por un protozoario que se encuentra hospedado en insectos hematófagos de la familia Reduvidae (Mundaray et al., 2013), donde desafortunadamente no hay datos epidemiológicos sobre la mortalidad en México (Ramsey et al., 2003) y diversos estudios sugieren que hay distintos grados de conocimiento sobre los síntomas y la prevención en las poblaciones rurales ubicadas en zonas de riesgo (Sanmartino & Crocco, 2000; Verdú & Ruiz, 2003), donde México no es la excepción (Gamboa-León et al., 2015). Otras especies de insectos son también transmisores de patógenos peligrosos como el virus del denge que es transportado por dos especies de mosquitos: Aedes aegypti (Lineo, 1762) y Aedes albopictus (Skuse, 1894), que de acuerdo con Ibáñez-Bernal y Gómez-Dantés (1995) esta última especie tiene el potencial de llegar a México, con resgistros incipientes desde 1995.
Los insectos en los agroecosistemas
Las interacciones biológicas que establecen los insectos con otros organismos, no han pasado desapercibidas para la humanidad, de hecho tampoco los efectos secundarios ocasionados por sus actividades. Ha sido observado, por ejemplo, que algunas hormigas enriquecen las propiedades físicas y químicas del suelo en cultivos, por el sólo hecho conductual de construir nidos subterráneos (Fortanelli & Servín, 2002). Los escarabajos coprófagos, enriquecen los horizontes edáficos lo que estimula la actividad de otros invertebrados importantes como los colémbolos y ácaros; además, incrementan la relación bacterias-hifas, lo que favorece el desarrollo de bacterias amoniacales que aceleran el reciclaje de la materia fecal y la circulación del nitrógeno (Lamuret & Martínez, 2005).
Las estrategias de control biológico y el control biológico en su esencia, surgieron a partir de la dinámica poblacional entre insectos depredadores e insectos presas que covarían en el tiempo, además del hecho de que algunos depredadores son específicos en cuanto a su preferencia alimenticia.
Cultivos de importancia no sólo alimentaria sino también económica, dependen en gran medida de los polinizadores, como es el caso del aguacate y la vainilla, entre otros. Sin embargo, los insectos no sólo tienen efectos positivos sobre los cultivos, también pueden dañar significativamente la producción al convertirse sus poblaciones en plaga. En este sentido, el escarabajo Macrodactylus nigripes Bates, 1887, por ejemplo, tiene la capacidad de disminuir hasta en un 70% la producción de una milpa, cuando se convierte en plaga (Hernández & Trujillo, 1982), ejemplos similares se pueden encontrar en una gran cantidad de especies de insectos plaga, como con el complejo gallina ciega, que es capaz de causar daños económicos importantes a una gran variedad de cultivos en México (Ramírez-Salinas & Castro-Ramírez, 2000), en algunos casos, la presencia de estos insectos incide en una perdida de rendimiento que oscila entre el 20 y el 70% como en cultivos de caña de azúcar (Morón et al., 1996) y los costos para el control de los insectos plaga, pueden llegar a ser muy costos. Zalucki et al., (2012) señalan que rutinariamente a nivel mundial se destina 1 billón de dólares en controlar a la polilla de la col Plutella xilostella L., pero que los costos pueden aumentar si se suman los daños residuales que esta plaga causa a los cultivos. No obstante, a pesar de que se asocian perdidas económicas por el ataque de plagas a los cultivos, en México la información está dispersa y no es clara en relación a la riqueza e identidad de las especies, además de considerar que muchas veces las plagas se originan por especies invasoras .
Sin embargo, los campesinos no han dejado de lado el papel que los insectos desempeñan en los sistemas agrícolas, los Tlapanecos de Guerrero basan su calendario de siembra en la conducta que tienen distintas especies de hormigas, como medios para pronosticar lluvias (Pacheco et al., 2004), y los odonatos en grandes congregaciones indican la llegada de las lluvias en la India o el cambio de las estaciones en algunas partes de México (Lara-Vázquez & Villeda-Callejas, 2002). Guimarães & Mourão (2006), mencionan que muchos campesinos indígenas en distintas partes del mundo, han desarrollado estrategias de control de plagas a través del uso de los recursos naturales y del manejo de sus agroecosistemas como la tolerancia de plantas repelentes, rotación de cultivos y cultivos mixtos, por lo que el incremento de la biodiversidad y la heterogeneidad ambiental dentro de los sistemas de producción agrícola, favorecen las interacciones ecológicas, lo que es importante para el control de organismos patógenos e inclusive para la producción, Cerna et al., (2015), han encontrado efectos siginificativos de la polinización sobre variables agronómicas del cultivo de jitomate, donde no todas las especies de insectos polinizadores ejercieron el mismo efecto, lo importante es que de las cuatro especies evaluadas hay una nativa de México (Bombus ephippiatus Say, 1837) con uso potencial para este tipo de cultivos en condiciones de agricultura protegida. La tolerancia de plantas arvenses, típica de sistemas de cultivo tradicional comúnmente llamadas milpas, puede incrementar significativamente la abundancia de polinizadores, sobre todo si se toma encuenta la identidad de las arvenses toleradas puesto que no todas ejercen el mismo efecto (Aparicio et al., 2003).
La restauración de los ecosistemas es un problema complejo porque no sólo implica los aspectos naturales sino también humanos, por lo que necesita ser abordado desde una perspectiva integral, tal como lo demandan las nuevas tendencias de la sociedad moderna (De la Cruz-Flores & Abreau-Hernández, 2008). En este sentido, la interacción insectos-sociedad, ofrece un campo prometedor donde la conservación y el uso de la naturaleza se encuentran en un marco social, que ha sido ampliamente reconocido como la piedra angular de la sustentabilidad (Guimarães, 1994; Foladori & Tommasino, 2000), y dado que la mayor parte de la diversidad biológica está en zonas rurales e indígenas, el trabajo con estas poblaciones humanas, puede derivar en proyectos integradores con enfoque agroecológico que poco se han realizado en México y que son vitales por su consideración como país megadiverso y con amplia diversidad cultural (Toledo et al., 2001).
Conclusiones
La pérdida de biodiversidad es un problema grave que atenta al final con la estabilidad de las civilizaciones y de la especie humana, a lo largo de la historia es posible encontrar ejemplos donde el uso no planificado de los recursos naturales ha causado el colapso de pueblos enteros. Reconocer que los insectos son una herramienta adecuada de monitoreo ambiental puede ayudar a evaluar de manera integral un problema complejo donde una disciplina científica es insuficiente. En el presente trabajo se ha discutido que a través de los insectos es posible realizar actividades de investigación en torno a la evaluación de la conservación y/o deterioro de los ambientes naturales, considerando la diversidad y riqueza taxonómica. Sin embargo, es necesario explorar enfoques alternativos como la diversidad funcional y la ayuda de personas capacitadas por taxónomos profesionales, que pueden ser los propietarios y/o habitantes de las zonas rurales expuestas a procesos de deterioro ambiental; con ello es posible acelerar la generación de conocimientos para entender los procesos y las consecuencias de la perdida de biodiversidad y al descubrimiento de nuevas especies, además de abrir una senda hacia los métodos de investigación multi y transdisciplinarios que se sugieren como alternativas de solución a los problemas de la sociedad actual. De esta manera, los insectos son el punto de encuentro entre los científicos y los pueblos que componen la sociedad a la que la ciencia se debe.
Lo anterior se refuerza, dado que las comunidades campesinas e indígenas, han estado en contacto directo con la naturaleza por mucho tiempo, por lo que han construido una compleja red de conocimientos y significados entorno a los elementos que la componen, en los sistemas agrícolas los seres humanos y los insectos han encontrado un espacio de interacción multifactorial que va desde las interacciones puramente ecológicas hasta las culturales. El desarrollo de líneas de investigación en torno al uso adecuado y a potenciar los beneficios que los insectos ofrecen a la sociedad (religión, salud, alimento, biocontrol, bioindicadores, etc.) debe ir no sólo en entender los mecanismos intrínsecos asociados al conocimiento tradicional, agroecológico, de conservación, medicina, alimentación, etc., sino también acompañados de políticas publicas que a nivel nacional e internacional protegan el patrimonio biocultural de los pueblos. De esta manera, estos procesos de investigación multi y transdisciplinaria se encaminarían hacia la sustentabilidad y la participación social, mecanismos fundamentales de la agroecología.