Steve Coll, director de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia, presenta en Private Empire: ExxonMobil and American Power una investigación nítida y empíricamente sólida -casi etnográfico- de la compañía insignia de la industria petrolera mundial y el modelo clásico de la firma trasnacional estadounidense: ExxonMobil. A partir de entrevistas con ejecutivos y empleados de la corporación (que incluyen al mismo Lee Raymond, director ejecutivo entre 1993 y 2005), otras empresas energéticas y exoficiales gubernamentales; fuentes periodísticas y académicas; cables diplomáticos y reportes gubernamentales -una investigación que luce no sólo exhaustiva, sino extenuante-, Coll reconstruye episodios específicos de la historia corporativa de ExxonMobil.
Si bien el trabajo se conduce a lo largo de un periodo bien definido (desde el accidente del Exxon Valdez frente a las costas de Alaska en 1989 hasta el desastre del Deepwater Horizon en el Golfo de México en 2010), no se trata de un recuento cronológico. Tampoco tiene un énfasis temático. Más allá de una pregunta de investigación, es posible advertir una preocupación constante -aunque un tanto implícita-, que da cauce a la narrativa: ¿cómo se construye la estrategia corporativa de una gran compañía petrolera en un entorno cada vez más volátil, turbulento y caótico? En otras palabras, ¿de qué manera confluyen las dinámicas políticas, económicas, de seguridad y ambientales en la toma de decisiones empresariales? A pesar de que en la obra se mencionan y analizan innumerables variables, hay tres temas recurrentes que se relacionan con esta pregunta: los problemas asociados con la expansión global de ExxonMobil, la posición de la compañía ante los temas de cambio climático y protección ambiental y la relación con el gobierno de Estados Unidos.
La estructura geopolítica que subyace al mercado de los hidrocarburos representa un elemento transversal en la narrativa de Coll. Cerca de la mitad de los capítulos del libro relatan las conexiones, complejísimas, entre seguridad, diplomacia y economía, a las cuales se enfrentan las compañías trasnacionales como ExxonMobil en el exterior. En el caso de la industria petrolera, el agotamiento gradual de los recursos energéticos en países relativamente estables y su concentración en regiones inseguras y potencialmente hostiles motivaron la expansión global de empresas primordialmente estadounidenses, como ExxonMobil.
Aunque los desafíos que afronta la compañía son particulares a cada gobierno anfitrión, emergen algunos temas comunes: disputas por el pago de regalías e impuestos, influencia de los representantes corporativos en la toma de decisiones y triangulación con la actividad diplomática de Washington. Steve Coll analiza dos conjuntos de regiones, a cuyas particularidades se adaptan los recursos de ExxonMobil.
Por una parte se encuentran países como Guinea Ecuatorial, Chad, Nigeria, Venezuela e Indonesia, cuya característica principal es la inestabilidad política, el conflicto social y, en algunos casos, la guerra. Sin embargo, son también provincias energéticas abiertas a la inversión extranjera. A lo largo del texto, Coll describe cómo estas condiciones afectan la operación de la compañía y los recursos que usa para mitigar los riesgos colaterales. Por ejemplo, ante el recrudecimiento del conflicto en Aceh, Indonesia, los ejecutivos de ExxonMobil recurrieron a la diplomacia estadounidense del nivel más alto, incluso frente a acusaciones de anuencia empresarial en las violaciones flagrantes a los derechos humanos de la población local por parte del ejército indonesio. En contraste, para acceder a los campos petroleros de Chad, la corporación acordó un esquema de “desarrollo” con el Banco Mundial (el cual fracasó); en vez del crecimiento y el bienestar prometidos, las operaciones de ExxonMobil en el país centroafricano se redujeron a un pequeño enclave.
En todos los casos, a partir de la narración es posible advertir un estilo de negociación empresarial inflexible y feroz, en el cual la diferencia de capacidades, recursos y redes entre ExxonMobil y los gobiernos nacionales es evidente (en algunos casos). Según explica Steve Coll, el interés constante detrás de cada una de estas acciones es fortalecer el radio de reservas sobre producción, quizá el desafío principal para una compañía que, como ExxonMobil, carece de reservas aseguradas por el Estado.
Muy distinto es el enfoque de la firma estadounidense con respecto a regiones petroleras con un potencial energético más atractivo, pero también complicado en virtud de la posesión gubernamental de los recursos energéticos: Arabia Saudita, Rusia e Iraq. La posibilidad de mejorar el radio de reservas/producción por medio del gas natural saudita (p. 199) y la iniciativa del Príncipe de la Corona por emular el éxito gasífero del pequeño emirato de Qatar abrieron una oportunidad aparentemente dorada, que los estilos inflexibles de ambos lados y las realidades geológicas cerraron tiempo después. En Rusia, las riquezas no eran potenciales, como en el caso del gas saudita; sin embargo, al igual que en el Reino, variables políticas -en este caso la disputa entre el gobierno de V. Putin y Khodorkovsky- condujeron al fiasco de la iniciativa, que Lee Raymond en persona asumió como su proyecto. Finalmente, Coll describe cómo los temores por la base institucional y de seguridad en Iraq limitaron la participación de ExxonMobil en este país.
El segundo eje transversal en el libro es la posición polémica de ExxonMobil con respecto a los temas ambientales. En lugar de intentar narrar la impronta ecológica y climática de la empresa, el autor busca desentrañar el arsenal y las capacidades a disposición de los cuarteles generales para esquivar cualquier tipo de responsabilidad ambiental más allá de lo estrictamente necesario. La primera arista que describe Coll es probablemente la más polémica y reconocida de ExxonMobil: el discurso público en contra de la ciencia climática.
Además de señalar las actividades de cabildeo, bajo el liderazgo de una oficina profesional en Washington, D. C., se destaca la cruzada de Lee Raymond en contra de cualquier iniciativa para reducir emisiones; incluso, el dirigente de la corporación más grande de Estados Unidos argumentó en 1997 que “es altamente improbable que las temperaturas a mediados del siglo siguiente se vean afectadas por las políticas que se implementen ahora o en los veinte años siguientes” (p. 82). A pesar de que a mediados de la década que sigue esta posición se suavizaría, la compañía de Texas sigue siendo el ejemplo paradigmático de escepticismo sobre el cambio climático.
Más allá del cambio climático, Steve Coll explica cómo el desastre ecológico en la costa de Alaska desencadenó un proceso de reformas administrativas en la empresa, que la volvieron incluso más jerárquica e inflexible: “muchas corporaciones industriales buscaban enfatizar la seguridad del trabajador, pero después del episodio del Valdez, el sistema de Exxon se volvió mucho más profundo […] que cualquiera de sus pares” (p. 30). El hostigamiento contra equipos científicos contrarios a las posiciones corporativas, las estrategias para lidiar con organizaciones ecologistas y el financiamiento de sofisticados laboratorios y reconocidos expertos y especialistas son otras de las aristas en las que repara el autor con respecto a la vinculación de ExxonMobil con los asuntos ambientales.
Por último, probablemente uno de los temas más complejos que retrata Steve Coll en su obra es la relación, sumamente complicada, pero cercana, entre ExxonMobil y el gobierno de Estados Unidos. En una de las ideas más sugerentes del libro, el autor señala que “ExxonMobil probó ampliamente que podía obtener ganancias en el entorno de políticas energéticas estadounidenses débiles; de hecho, el papel central de la corporación en la economía energética [de ese país] fue en buena medida una función de la incapacidad o el rechazo de Washington para desafiar los supuestos sobre el petróleo que prevalecieron en el siglo previo” (p. 441). Coll menciona que el poderío económico y político de la firma petrolera se multiplicó al amparo de “los mercados y el comercio global que la hegemonía estadounidense protegía [después de la guerra fría]” (p. 19); a lo largo del texto queda claro que la participación del gobierno de Washington no sólo fue indirecta.
La influencia de la corporación en el proceso de toma de decisiones es evidente, al igual que el apoyo político y diplomático del gobierno en situaciones de apuro (quizá el ejemplo más consistente es la intervención del Departamento de Estado en Indonesia a favor de la seguridad de ExxonMobil en el archipiélago). Sin embargo, queda claro que la empresa trabaja para sus intereses, por lo que el autor presenta tantos episodios de cooperación como de diferencias entre los oficiales del gobierno y los ejecutivos de la compañía.
La narrativa de Coll es descomunal, precisa y detallada (aunque en ocasiones se caracteriza por el tono coloquial), de modo que permite al lector formarse una imagen precisa de una de las corporaciones más emblemáticas en la industria de los hidrocarburos. La recuperación de evidencia empírica e información primaria es asimismo una de las aportaciones más valiosas del libro, especialmente para los estudiosos de la influencia de actores privados en la política internacional. Por lo general, las motivaciones, los objetivos y las estrategias de las grandes corporaciones son variables que los investigadores deben descifrar a partir de pistas aisladas; es decir, el proceso de toma de decisiones empresariales se asemeja a una caja negra. En consecuencia, más que insertarse en el debate académico sobre el papel de las empresas petroleras en el mercado energético global, Private Empire es una fuente de información y análisis muy útil, que sienta las bases para el planteamiento de preguntas ulteriores y la mejora de los métodos de investigación en temas de la economía política del petróleo.