Desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN),* en 1992, los flujos recíprocos de bienes, servicios, capitales y personas entre México y Canadá han aumentado exponencialmente. Sin embargo, el péndulo de las relaciones de ambos países oscila entre la grandilocuencia -“México y Canadá son aliados naturales en la América del Norte”, según suele decirse-, la decepción y la incomprensión, como la que acompañó la imposición del requisito de visa a los turistas mexicanos que deseaban viajar a Canadá en agosto del 2009. Vale entonces la pena preguntarse qué caracteriza tales relaciones. ¿La cercanía? ¿El alejamiento?
Para responder lo que ahora se pregunta, recurro de forma libre y algo heterodoxa tanto a la perspectiva de la interdependencia compleja1 como a la noción de potencias medias.2 Este último concepto me permite tomar en cuenta que tanto México como Canadá son dos países importantes que, a pesar de no ser grandes potencias, cuentan con presencia significativa en el sistema internacional, pero que también comparten un vecino próspero, difícil y exigente, los Estados Unidos, que los separa físicamente.
La noción de potencias medias connota Estados que tienen un peso político y económico tal que les permite tener un papel independiente en el escenario internacional y desarrollar iniciativas autónomas, a veces incluso contra la voluntad explícita de la potencia hegemónica.3 Heredera del realismo clásico,4 esta perspectiva privilegia el análisis de los elementos de la llamada “alta política”, especialmente la posición del Estado en el sistema internacional y, de manera más general, las cuestiones de seguridad. La percepción de que el sistema internacional es anárquico y una especie de juego de suma cero obliga a que los Estados se consideren como los únicos actores legítimos en el sistema internacional, pese a que éstos se encuentran en una búsqueda permanente de poder e influencia. Dado su tamaño y su papel en el sistema internacional, la noción de potencias medias es un instrumento analítico apropiado para estudiar las relaciones México-Canadá.
La interdependencia compleja me ha llevado a investigar la posibilidad de una convergencia fundamental de intereses económicos y sociopolíticos, por los que podría ponerse en práctica una suerte de bilateralismo efectivo. Esta perspectiva privilegia las formas de la llamada “baja política” -como el comercio y la inversión- entre los actores no-estatales, cuya importancia, respecto a la del Estado, no es menor. Por lo demás, la interdependencia compleja también permite estudiar las dinámicas de prestigio e influencia (soft power) en las Relaciones Internacionales.5
La perspectiva híbrida que propongo en este artículo permite estudiar de forma comprehensiva, por tanto, las relaciones entre México y Canadá, sin prescindir ni del trato directo entre los Estados ni de los intercambios entre actores económicos y sociales que rebasan a los gobiernos con sus dinámicas propias. El resultado será una visión global de la naturaleza de las relaciones México-Canadá.
Este marco teórico me lleva a estructurar el análisis de la siguiente manera: a modo de introducción, ofrezco una historia sumaria de las relaciones México-Canadá desde las postrimerías del siglo XIX hasta la década de 1980. En las secciones subsecuentes, abarcaré el período que va de los gobiernos de Brian Mulroney, en Canadá (1984-1992), y de Carlos Salinas, en México (1988-1994), hasta el presente. En un primer momento, exploraré los elementos de “alta política” (posición en el sistema internacional, temas de seguridad). Enseguida estudiaré las dinámicas de “baja política” de las relaciones México-Canadá (comercio e inversión). El peso de los Estados Unidos en las relaciones México-Canadá será patente en ambas secciones. Habré de referirme, en fin, al papel de los actores no-estatales y a las dinámicas de soft power (turismo, intercambio académico) en las relaciones entre México y Canadá.
Sumaria historia de las relaciones México-Canadá
Los primeros contactos entre México y Canadá datan de finales del siglo XIX y principios del siglo XX y están asociados con la expansión de la red ferroviaria y marítima norteamericana que permitió conectar -con varias escalas las ciudades de México y Montreal. El primer tratado internacional firmado entre ambos países fue el acuerdo postal de 1904. El año siguiente, Canadá nombró su primer comisario comercial permanente en México, después de haber tenido varios comisarios itinerantes. La Revolución Mexicana marcó una pausa, pero las décadas de 1920 y 1930 vieron la migración de grupos menonitas de Canadá a México, así como las primeras inversiones canadienses en la incipiente red eléctrica mexicana.6
Después de un largo proceso de adquisición de autonomía, el Estatuto de Westminster de 1931 otorgó a Canadá plenos poderes en sus Relaciones Internacionales, transformándolo así en un Estado soberano.7 El Estatuto dio aliento a la creación de una red de representaciones diplomáticas canadienses. Con todo, no fue sino hasta 1944 cuando México y Canadá intercambiaron embajadores-después de Chile y Brasil.8 Aunque hubo manifestaciones recíprocas de interés, fue necesario que los Estados Unidos estimularan explícitamente el establecimiento de relaciones diplomáticas como una forma de consolidar el frente aliado en América durante la Segunda Guerra Mundial.9
La Guerra Fría separó nuevamente a Canadá de México. Aquélla se alineó explícitamente con los Estados Unidos y fue miembro fundador de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), pero también del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés). Ambos acuerdos dieron un impulso importante a la creación de una alianza capitalista política, económica y militar liderada por los Estados Unidos y de la que Canadá era miembro preeminente.10
Mientras tanto, México prefirió sumarse exclusivamente a la alianza defensiva interamericana (el Pacto de Río) y cerrar sus mercados para emprender una estrategia de industrialización por substitución de importaciones.11 Desde el punto de vista político, México insistió mucho en el respeto de la soberanía y de la autodeterminación de los pueblos. Aunque formalmente no lo fue sino mucho más tarde, en la práctica México se volvió un país no-alineado desde muy temprano12.
Desde su establecimiento en 1944 y hasta finales de la década de 1980, las relaciones diplomáticas entre México y Canadá no fueron prioritarias para ninguno de los dos países.13 En 1960, la nacionalización en México de la industria eléctrica -un sector central de la inversión canadiense directa en el extranjero- limitó aún más las relaciones económicas entre ambos,14 lo cual no impidió que aparecieran algunos puntos de convergencia -como la decisión de mantener relaciones diplomáticas con Cuba, a pesar de las presiones estadounidenses.15 Hubo incluso algunas visitas de Estado recíprocas, pero sin consecuencias mayores ni en términos de “alta” ni de “baja” política.16
Las relaciones México-Canadá sólo se dinamizaron en la década de 1980. En ese momento, la crisis económica llevó a México a cambiar de modelo de desarrollo y a abrirse al exterior,17 mientras que el bloqueo de las negociaciones de la Ronda Uruguay del GATT y el aumento del proteccionismo estadounidense llevó a Canadá a buscar garantías para sus mercados en acuerdos bilaterales de libre comercio.18 En ambos casos, el socio evidente e inmediato eran los Estados Unidos; fueron los recelos y desconfianza recíprocos, junto con el peligro de que un acuerdo bilateral de los Estados Unidos con un país resultara perjudicial para el otro, los que llevaron a la negociación de un acuerdo comercial trilateral, el TLCAN. Constreñidos por las circunstancias, a partir de ese momento, México y Canadá intensificaron sus relaciones diplomáticas, económicas y de todo tipo.19
La “alta política” de las relaciones México-Canadá
En esta sección estudio la “alta política” en las relaciones México-Canadá a partir de dos elementos. El primero es la posición respectiva de cada país en el sistema internacional, especialmente la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y el sistema interamericano. En segundo lugar, arrojo luz sobre las cuestiones de seguridad regional, que se volvieron prioritarias por los ataques terroristas a los Estados Unidos en septiembre del 2001 y por el recrudecimiento de la guerra contra las drogas a partir del 2006. Estas dos dinámicas llevaron a la primera tentativa de ampliar formalmente las relaciones trilaterales -siempre incluyendo a los Estados Unidos- más allá del libre comercio y la inversión.
El sistema internacional y las relaciones México-Canadá
Desde finales de la década de 1980, las relaciones México-Canadá han convergido en el escenario internacional. Por un lado, Canadá aumentó significativamente la importancia que da a sus relaciones con América Latina y el Caribe (incluyendo México). Simbólicamente, el punto de quiebre fue la adhesión canadiense a la Organización de los Estados Americanos (OEA) en 1990 y su progresiva implicación en el sistema interamericano en general -incluidos el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).20
Por otro, el cambio de régimen en México llevó a cambios importantes en su discurso de política exterior. Con la alternancia, el gobierno de Vicente Fox (2000-2006) hizo de la promoción de la democracia y de los derechos humanos prioridades de la política exterior mexicana.21 Después de años de bloqueo, la convergencia entre Canadá, México y otros países latinoamericanos hizo posible la adopción de la Carta Democrática de la OEA en 2001.22
Sin embargo, en términos informales, la cuestión de los derechos humanos sigue siendo fuente de desavenencias entre México y Canadá, como dejaron en claro las protestas contra el presidente Enrique Peña Nieto durante su visita a Canadá en junio del 2016 con respecto de la desaparición de los cuarenta y tres estudiantes normalistas de Ayotzinapa23. Por su parte, las controvertidas prácticas socio-ambientales de las empresas mineras canadienses y el apoyo que recibieron del gobierno Harper (2007-2015) pusieron en duda la profundidad del compromiso canadiense con los derechos humanos.24
Tanto México como Canadá han buscado mayor presencia en la ONU para demostrar su compromiso con el multilateralismo. Ambos países han sido miembros temporales del Consejo de Seguridad de la ONU -México, cuatro veces, y Canadá, seis- aunque sus candidaturas no siempre han tenido éxito.25 Un punto de convergencia muy significativo fue lo negativa de ambos países a sumarse a la coalición dirigida por los Estados Unidos contra Iraq en 2003, pues no estaba avalada por la ONU.26
Las posiciones de México y Canadá sobre el uso de la fuerza -incluso cuando el Consejo de Seguridad de la ONU lo sanciona- tienen también una trayectoria convergente. Canadá participa activamente en las misiones de Naciones Unidas -como ocurrió en las de Afganistán y Haití- y más recientemente en la lucha contra el llamado Estado Islámico en Iraq y el Levante. Por su parte, el discurso mexicano contra el uso de la fuerza en las Relaciones Internacionales es menos vehemente que antes y México empieza a participar en operaciones de paz, aunque muy limitadamente.27
Sin embargo, la convergencia México-Canadá en el escenario internacional tiene límites. México ha promovido varios encuentros de integración política y económica exclusivamente latinoamericanos desde el año 2000, como la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC), propuesta en 2009. Uno de los objetivos es demostrar el peso de México en la región y su capacidad de convocatoria.28 Aunque el principal propósito es crear un espacio exclusivamente latinoamericano, relativamente libre de la influencia estadounidense, Canadá tampoco está invitado.
La seguridad regional y las relaciones México-Canadá
En lo que atañe a la seguridad regional, el peso del legado histórico divergente entre México y Canadá es particularmente importante. Canadá sigue siendo un miembro activo y comprometido de la OTAN y de sus mecanismos estrictamente norteamericanos, como el Comando Norteamericano de Defensa Antiaérea (NORAD, por su acrónimo en inglés). México fue parte del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (o Pacto de Río) de 1949 a 2002, cuando lo abandonó por considerarlo obsoleto.29
A pesar de estas diferencias, México y Canadá comparten posiciones con respecto del papel de Cuba en el sistema interamericano. Ambos países mantuvieron relaciones diplomáticas con Cuba después de la Revolución y ambos se oponen al bloqueo comercial y diplomático de los Estados Unidos.30 La aprobación de la Ley HelmsBurton en 1996, que penaliza a las empresas no-estadounidenses que hagan negocios en Cuba, para reforzar así el bloqueo económico, llevó a un acercamiento entre México y Canadá en esta dimensión y a la búsqueda de una posible legislación antídoto.31 Sin embargo, durante los gobiernos de Fox y de Calderón, las relaciones México-Cuba se deterioraron casi al punto de la ruptura,32 mientras que Canadá tuvo un papel preponderante (junto con el Vaticano) en la mediación que llevó a la reanudación de las relaciones Cuba-Estados Unidos en 2014.33
El proyecto de crear un mecanismo norteamericano (México-Canadá-Estados Unidos) de seguridad fue mucho más tardío -se discutió apenas en la primera década del 2000- y fracasó rápidamente. La divergencia fundamental de las dinámicas de seguridad entre Canadá -preocupada por la lucha antiterrorista- y México -que está al frente de la guerra contra las drogas- impidió que la iniciativa de Alianza para la Seguridad y la Prosperidad en América del Norte (aspan) se concretara. La falta de interés estadounidense por integrar estos temas y las dinámicas restrictivas del TLCAN -que, concentrado únicamente en el comercio y la inversión, no sirvió de asidero institucional para la aspan- contribuyeron al fracaso.34 El acercamiento formal en seguridad terminó bruscamente con la imposición de visas de turismo a los viajeros mexicanos a Canadá en julio del 2009, como un intento canadiense de frenar los abusos que enfrentaba su sistema de asilo.35
Como resultado, las dinámicas informales se volvieron predominantes. Tanto Canadá como México negociaron acuerdos de seguridad bilaterales con los Estados Unidos a favor cada uno de sus propios intereses: Canadá negoció el Acuerdo de Fronteras Inteligentes (Smart Borders Pact), mientras que México sumó la Iniciativa Mérida de lucha contra el narcotráfico. Surgió, así, un sistema norteamericano de seguridad fragmentado, en que el principal punto de convergencia era la respuesta positiva de México y Canadá a las preocupaciones estadounidenses. En lo que toca a la seguridad regional, los puntos de contacto entre México y Canadá se volvieron burocráticos, más que políticos, generalmente de bajo o medio niveles.36
En consecuencia, en los asuntos atinentes a la “alta política”, México y Canadá tienen puntos de convergencia significativos, como la preocupación por la democracia y el respeto de los derechos humanos. Sin embargo, se trata de una convergencia exógena a la relación diplomática, pues si bien éstas son las posiciones tradicionales de Canadá, México las adoptó en el marco de su transición a la democracia.
Con respecto uno del otro, los países son autónomos en grado sumo, legado de experiencias históricas diferentes. La prioridad absoluta en ambos casos son los Estados Unidos, lo cual explica la necesidad absoluta para México y Canadá de negociar acuerdos de seguridad específicos con este país -uno, sobre fronteras; otro, sobre narcotráfico-, lo que limitó las instancias de cooperación entre México y Canadá a partir del 2001 y terminó por reducir tal cooperación en temas burocráticos poco controvertidos.
La “baja política” de las relaciones México-Canadá
En este artículo me concentro en dos dimensiones fundamentalmente económicas de la “baja política”: el comercio internacional y la inversión extranjera directa (IED). Ambas están reguladas por el TLCAN y son elementos clave de la estrategia de desarrollo económico de los dos países.37 Sin embargo, es preciso notar una divergencia importante: en el caso del comercio, el socio principal de los dos países son los Estados Unidos; México y Canadá son respectivamente el tercero y cuarto socios comerciales el uno del otro. En el caso de la IED, México es un receptor neto, mientras que Canadá, un exportador neto de capital.38
El comercio internacional y las relaciones México-Canadá
El TLCAN es el foco de toda discusión sobre las relaciones económicas entre México y Canadá. En vigor desde 1994, representó un parteaguas en el intercambio comercial entre estos dos, cuyo valor pasó de 555 millones de dólares canadienses por año en 1994 a 3 442 millones en 2016.39 Paradójicamente, este cambio absoluto se acompañó de gran estabilidad relativa, pues la proporción de las exportaciones mutuas se mantuvo relativamente constante -reflejo del crecimiento acelerado del comercio de ambos países con los Estados Unidos.40
Uno de los resultados más importantes del TLCAN es el avance de la integración vertical en la industria automovilística en América del Norte. Si bien este proceso es anterior al tratado, el TLCAN proporcionó la ocasión y los medios para que la industria automotriz creara una red de producción integrada con lazos laterales importantes, aunque no equivalentes, en los tres países. El diseño y el avance tecnológicos están concentrados en los Estados Unidos y, en menor medida, en Canadá, mientras que México es prominente en el proceso de montaje y otras actividades de menor valor agregado.41
Sin embargo, el TLCAN no prevé mecanismos de profundización de la integración, de manera que el aumento substancial en el intercambio comercial no lleva a formas más complejas de integración. En ningún momento se previó una unión aduanera o un mercado común, ni mucho menos una unión monetaria (como en los casos de la Unión Europea o el Mercosur). Ésta fue una decisión explícita, resultado del titubeo estadounidense con respecto del abandono del modelo global del GATT por formas cerradas de regionalismo.42 Según se ha evidenciado, las dificultades estructurales de profundización del TLCAN saltaron a la vista con el fracaso de la aspan.
En cambio, el “cuarto de al lado” -una de las innovaciones del TLCAN para permitir que actores no gubernamentales participaran en el proceso de negociación- continúa vigente. Las asociaciones de industriales y empresarios siguen teniendo contactos privilegiados con sus gobiernos en materia de gestión de las relaciones comerciales, que, según se lee líneas arriba, siguen desarrollándose con acuerdos técnicos por canales burocráticos, lejos de la arena y de las controversias políticas. Sin embargo, se trata de un grupo exclusivo, pues ni los sindicatos ni otro tipo de organizaciones sociales gozan de este privilegio.43
En un principio, tanto México como Canadá veían el proceso común de integración con desconfianza; era, sobre todo, una medida para mantener y expandir el acceso al mercado estadounidense. Estas reticencias se reflejaron en el espíritu y en la letra del TLCAN, que permitió intensificar la integración económica, pero bloqueó otras formas de integración regional. El proceso actual de renegociación del TLCAN también manifiesta esta ambigüedad, pues queda claro que México y Canadá defienden sus propios intereses y hacen frente común ante los Estados Unidos de manera coyuntural.44
La inversión extranjera directa y las relaciones México-Canadá
En el ámbito de la IED, las relaciones México-Canadá se rigen por el capítulo onceavo del TLCAN. Este capítulo fue una de las grandes innovaciones del tratado, el cual fue llamado en su momento un acuerdo comercial de nueva generación y ha servido de modelo a otros numerosos tratados de libre comercio firmados por México y Canadá con otros países.
En términos concretos, las relaciones México-Canadá atinentes a la IED se refieren esencialmente a la inversión canadiense en México, pues la inversión mexicana en Canadá es rara -aunque no inexistente, como demuestra la adquisición que Bimbo hizo de Canada Bread/Saputo Boulangerie.45 Históricamente, el sector principal es el de las manufacturas, dominadas por Bombardier tras su adquisición de la Constructora Nacional de Carros de Ferrocarril, cuando ésta fue privatizada a finales de la década de 1980 , la cual se expandió en la primera década del 2000 con la creación del centro aeroespacial de Querétaro.46 En general, se percibe un proceso de creación de subsidiarias mexicanas de empresas canadienses, sobre todo automotrices, que pretenden penetrar el mercado mexicano y aprovechar los bajos costos de mano de obras vigentes en este país.47 El alto grado de integración de este sector favorece esta dinámica.
Con el paso del tiempo, la inversión canadiense en México se ha expandido y diversificado el sector financiero (especialmente Scotiabank, que adquirió el control del banco Inverlat en 2001) y, sobre todo, la minería, en que la IED canadiense se ha vuelto dominante. Sin embargo, las prácticas laborales y ambientales de las empresas mineras canadienses han levantado seria oposición entre las organizaciones sociales mexicanas.48 Por lo demás, México está relativamente por debajo en las prioridades de la IED canadiense, que permanece concentrada en Estados Unidos y Europa.49
Recurrir al mecanismo de solución de controversias sobre la inversión del TLCAN ha sido insatisfactorio. Muy criticado por permitir a inversionistas extranjeros obligar a los Estados signatarios a someterse a procesos de arbitraje sin haber agotado los recursos jurídicos internos,50 su aplicación ha sido muy controvertida, pues los Estados han perdido sistemáticamente frente a los inversionistas extranjeros, incluso en casos donde las restricciones a la inversión se justifican por motivos no económicos (como en el caso de Metalclad, en San Luis Potosí).51
La “baja política” de las relaciones México-Canadá muestra, pues, un proceso de integración acelerada en términos absolutos y cierta estabilidad en términos relativos (aunque la proporción canadiense de la IED en México ha aumentado y se ha diversificado significativamente). La rutinización de los intercambios -tanto de “alta” como de “baja política”- permitió un aumento sostenido de los intercambios y despolitizaron esta dimensión de la relación. Sin embargo, las controversias sociales alrededor de las inversiones mineras canadienses en México, hasta ahora no resueltas, cuestionan la legitimidad de tal despolitización.
El soft power y el papel de los actores no estatales en las relaciones México-Canadá
Al estudiar el soft power en las relaciones México-Canadá, me concentro en dos dimensiones: el turismo y los intercambios académicos. Ambas están enmarcadas en sentido amplio por las relaciones diplomáticas entre los dos países, pero en ambos casos son los actores no estatales los que dan sustento a esta dimensión de la relación. Se trata de formas de soft power, porque sus dinámicas, basadas en el prestigio y el atractivo general de cada país para la sociedad del otro, afectan las relaciones entre México y Canadá sin hacer referencia directa al poder político o económico.52
El turismo y las relaciones México-Canadá
Desde el establecimiento de las relaciones diplomáticas entre México y Canadá en 1944 y sobre todo con el auge del turismo resultante de la revolución en las comunicaciones y los transportes de la segunda mitad del siglo XX, los flujos turísticos entre México y Canadá no han dejado de aumentar.53 La falta de un requisito de visa para los turistas canadienses y la eliminación de éste para los mexicanos a principios de la década de 1980 facilitaron aún más el intercambio, que llegó a 1.4 millones de personas en 2008. De ese número, el 80% son viajeros canadienses y el 20%, mexicanos.54
Esta tendencia se interrumpió en julio del 2009, cuando el gobierno de Stephen Harper decidió de manera abrupta imponer inmediatamente un requisito de visa a los turistas mexicanos, con el argumento de que era una medida necesaria, temporal pero indefinida, para defender el sistema canadiense de asilo contra los abusos que estaba enfrentando.55 Ni las protestas del gobierno mexicano, ni las de la industria turística canadiense, ni las de la provincia de Quebec -que se deslindó pública y notoriamente de esta decisión56- surtieron ningún efecto.57 Como resultado, el flujo de turistas mexicanos a Canadá descendió abruptamente de 271 000, en 2008, a 172 000, en 2009, y 205 000, en 2015,58 y se mantuvo en ese nivel hasta finales del 2016. Es de notar que el programa de trabajadores agrícolas temporales, firmado en 1973 y considerado un programa exitoso, no fue afectado con esta dinámica.59
Por su parte, el gobierno mexicano decidió imponer la obligación de visa para los titulares de pasaportes diplomáticos canadienses (que incluye a todos los miembros pasados y presentes del gabinete federal), pero no la impuso a los titulares de pasaportes regulares para no afectar el flujo de turistas canadienses a México.60 Como resultado, frente a la baja del turismo mexicano en Canadá, el turismo canadiense en México siguió creciendo a ritmo sostenido hasta llegar a 1 748 000 visitantes en 2015.61
La persistencia del disgusto mexicano, del cual los diplomáticos en Canadá hicieron repetidas declaraciones,62 se empalmó con las dificultades de la industria turística canadiense y un sentimiento creciente de ambigüedad hasta volverse un tema electoral en Canadá. Durante su campaña, Trudeau prometió suspender el requisito de visa63 y se comprometió, hecho una vez con el gobierno, a abolir la visa al final del año en que el presidente Peña Nieto realizó su visita de Estado -junio del 2016-, lo cual se había prometido como requisito para el viaje del primer mandatario mexicano.64 A partir del 1 de diciembre del 2016, los turistas mexicanos pueden nuevamente entrar a Canadá sin que se les exija visa, aunque ahora deben obtener una autorización de viaje electrónica previa a su embarque.65
Los intercambios académicos y las relaciones México-Canadá
En lo que atañe a los intercambios académicos, las relaciones México-Canadá también se estrecharon en los últimos años. Los esfuerzos de internacionalización de las universidades canadienses encontraron eco en México y el número de estudiantes universitarios mexicanos en Canadá ha crecido aceleradamente (de 1 107, en 1999, a 3 603, en 201466). Los programas de becas específicamente para estudiantes mexicanos en Canadá también crecieron, aunque proporcionalmente menos que el número total de estudiantes.
La presencia de estudiantes canadienses en México es más informal y difusa, pues son pocos los que se inscriben formalmente en cursos y programas universitarios,67 que además fueron gravemente afectados por la crisis de la seguridad pública en México. Algunos programas incluso cerraron o se relocalizaron en otros países (por ejemplo, la escuela de verano conjunta entre la Universidad de Guadalajara y el Centro de Estudios sobre la Ciudadanía Democrática de la Universidad de Quebec en Montreal). Sin embargo, un número importante de estudiantes canadienses hace pasantías en organizaciones sociales y realiza otros tipos informales de viajes de estudio, muchas veces vinculando estudio, implicación social y turismo, en un mismo itinerario.
Por su parte, las relaciones entre investigadores mexicanos y canadienses se basan en la buena voluntad de los involucrados y muestran un grado cercano de colaboración, aunque dependen de financiamiento externo insuficiente e incierto, lo que dificulta la creación de proyectos y programas a largo plazo. Esta circunstancia se refleja en el número elevado, pero inconstante, de publicaciones sobre uno y otro país en las revistas científicas y libros especializados que se publican en México y Canadá.
Los convenios entre universidades mexicanas y canadienses también se han multiplicado, apoyados por programas puntuales de becas de intercambio académico, algunos manejados por las propias universidades; otros, por los gobiernos de México y Canadá.68 En el caso de Canadá y, específicamente de la provincia de Quebec, se menciona a México explícitamente como socio prioritario para el desarrollo de proyectos conjuntos de investigación. Sin embargo, estos apoyos son puntuales y limitados y las disciplinas consideradas estratégicas reciben más financiamiento.69
Las organizaciones académicas formales han tenido menos suerte. Si a principios de la primera década del 2000 había tanto una Asociación Canadiense de Estudios Mexicanos como una Asociación Mexicana de Estudios Canadienses, que incluso publicaba una revista especializada (Revista Mexicana de Estudios Canadienses), ambas dependían, con todo, de subvenciones del gobierno canadiense. Cuando éste las canceló en 2012, ninguna de las dos asociaciones fue capaz de sobrevivir sólo con su membresía y ambas, en consecuencia, se disolvieron.70
La Asociación Canadiense de Estudios Latinoamericanos y del Caribe (ACELC) ha fungido como substituto, aunque tiene un mandato más amplio y no responde a todas las especificidades de las asociaciones mexicano-canadienses. A finales del 2016, el 10% de los miembros (y el 30% de los miembros extranjeros) de la ACELC eran mexicanos. En la conferencia anual de ésta en 2016, el 12.5% de las ponencias trataban sobre México.71
Sin embargo, aun en el ámbito de las relaciones académicas entre México y Canadá la presencia estadounidense se deja sentir, pues la Asociación Estadounidense de Estudios Latinoamericanos (lasa, por sus siglas en inglés) hace las veces de punto de encuentro y discusión entre los investigadores mexicanos y canadienses. Como resultado, las asociaciones científicas mexicanas y canadienses son pequeñas y dependen de las estadounidenses para su presencia internacional.
Conclusiones
¿Qué caracteriza las relaciones México-Canadá? ¿La cercanía? ¿El alejamiento? Este artículo nos permite ver cómo ambas dinámicas están presentes en todas las dimensiones de las relaciones -ya de “alta”, ya de “baja” política. En realidad, la competencia y la colaboración entre México y Canadá son inseparables, aunque obedezcan a ritmos diferentes y a veces contradictorios. Ni el optimismo ilimitado ni el pesimismo crudo reflejan apropiadamente la naturaleza de estas relaciones.
Sin duda, el TLCAN representó un punto de inflexión crucial en las relaciones México-Canadá. A partir de entonces, el volumen de los intercambios -o de “alta” o de “baja” política o en la dimensión del soft power- aumentó tan dramáticamente que las relaciones cambiaron cualitativamente. Desde 1994, sea cual fuere la coyuntura, las relaciones México-Canadá son intensas, complejas y heterogéneas.
Ni la interdependencia compleja ni la noción de potencias medias son capaces de explicar las relaciones México-Canadá en su conjunto. Lo que sí es de destacar es que ambas perspectivas teóricas resaltan la coexistencia de dinámicas contradictorias de acercamiento y separación en las relaciones México-Canadá y señalan a los Estados Unidos -socio prioritario y vecino inmediato de ambos- como responsables de esta paradoja.
Más allá de los puntos de contacto directo, las relaciones México-Canadá tienen como característica fundamental, sea cual fuere la dimensión que analicemos, la referencia inevitable a los Estados Unidos. Esta situación hace que México y Canadá tengan problemas para mantener el énfasis en las cuestiones estrictamente bilaterales y enfrenten presiones contradictorias, que los llevan a buscar continuamente puntos de encuentro y cooperación, pero también a competir intensamente entre sí por la atención de los Estados Unidos y por el acceso a sus mercados. La renegociación del TLCAN a partir del 2017 refuerza esta paradoja.72
La estructura geopolítica de las relaciones México-Canadá las hace muy dependientes de la coyuntura y, por tanto, permanentemente delicadas. Los altibajos de la política estadounidense -exterior e interior- magnifican esta paradoja. La llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos confirma estas conclusiones. Por un lado, México y Canadá coordinaron su respuesta y se declararon inmediatamente dispuestos a renegociar el TLCAN, al crear un frente común en contra del desafío de abrogarlo que lanzó Trump. Por otro, ambos países buscaron mejorar sus contactos bilaterales con los Estados Unidos, cambiando de ministro de relaciones exteriores para negociar mejor y dejar de lado cualquier discusión trilateral.
A pesar de la intensidad de las relaciones económicas y del soft power que cada uno ejerce sobre el otro, México y Canadá mantienen una identidad propia y una definición autónoma de sus intereses. En momentos de crisis, según lo dijo Raymond Chrétien, otrora embajador canadiense en México, “el trilateralismo está muerto. Si las relaciones entre los Estados Unidos y México se deterioran, Canadá se replegará sobre sí mismo para proteger sus intereses”.73 Las tensiones entre cooperación y competencia siguen tan presentes como siempre.