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Nueva antropología

versión impresa ISSN 0185-0636

Nueva antropol vol.24 no.75 México jul./dic. 2011

 

Artículos

 

(Des)encuentros en torno a los sentidos de la política: devolución de la tesis en una organización piquetera

 

María Cecilia Ferraudi Curto*

 

* Universidad Nacional de San Martín (UNSAM)/Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).

 

Resumen

Este artículo parte de premisas de la antropología política para problematizar tensiones en torno de la categoría "política" en un evento particular: la devolución de la tesis de maestría de la autora en una reunión con miembros de una organización piquetera. La discusión sobre la tesis se centró en qué se entendía por "política". A partir de dicho (des)encuentro, se revisan algunos supuestos de la discusión académica sobre piqueteros tal como se constituyó luego de la "sorpresa de diciembre de 2001", explorando algunos virajes experimentados por las organizaciones desde entonces.

Palabras clave: antropología política, organizaciones piqueteras, papel del investigador.

 

Abstract

This article is based on the premises of the anthropology of politics to analyze the tensions over the "political" category of a particular event: the result of my Master's thesis during a meeting with members of a "piquetero" (picketing) organization. Discussion focuses on what is understood by "politics," which yields discrepancies. Stemming from such disagreement I review some assumptions in the academic discussion on picketers, as developed after the "December 2001 surprise," exploring some turning points experienced by organizations since that time.

Key words: political anthropology, social organizations, the researcher's role.

 

¿Estamos muy en el día a día?", preguntó Romero1 apenas leyó el título de la tesis. Seis meses después de la defensa, recién me había animado a llevar un ejemplar al movimiento piquetero donde había realizado el trabajo de campo. La pregunta del dirigente me recordaba sus preocupaciones y, a la vez, mostraba los límites de mi comprensión de la organización. "No sé [...] pero no está mal, ¿no?", contesté. "Mientras tanto" era el título que había llamado la atención de Romero. La frase retomaba unas palabras suyas durante la entrevista inicial del trabajo de campo, su presentación del movimiento. Partía de las tensiones que constituían su punto de vista. Es decir, si bien Romero se jactaba de haber sido uno de los primeros que apostó a los planes (subsidios a los desocupados) como "forma de organizar a sectores más vastos", a la vez que los reconocía como manera de sobrellevar la "subsistencia inmediata", realzaba el horizonte de "cambio social" como el elemento propiamente "político" que distinguía al movimiento de otras organizaciones cercanas: unas, meramente "reivindicativas"; otras, "testimoniales". Sostenía una lectura del movimiento que acentuaba lo ideológico en el largo plazo, entendiendo los planes como una parte de la organización que existe "mientras se desarrolla la parte que va a cambiar todo esto".

Mi versión del "mientras tanto" partió de los dilemas planteados en el discurso del dirigente para abrir hacia otros sentidos, introduciendo los recorridos y las voces de quienes transitaban por la sede local, más o menos comprometidos con el movimiento. No se trataba de negar a unos o a otros sino de comprender cómo se entramaban en la producción de la organización, a través de la etnografía. ¿Por qué Romero mostraba inquietud ante el título?

Una vez recibida la tesis, el dirigente me propuso presentarla en el movimiento. Acordamos un día de reunión. Este artículo se propone analizar dicho evento singular: la discusión de mi tesis de maestría entre varias personas reunidas en la sede de la organización piquetera donde había hecho trabajo de campo. El análisis de este evento pretende contribuir a desarrollar algunos ejes centrales del debate académico sobre organizaciones piqueteras en Argentina, a partir de una revisión crítica de mi propia perspectiva.

Las organizaciones piqueteras captaron el interés académico después de diciembre de 2001, en un clima marcado por la "sorpresa"2 de las ciencias sociales frente a las diversas movilizaciones colectivas. Como respuesta a los primeros análisis, las etnografías se propusieron desmontar algunos supuestos normativos sobre la política más o menos implícitos en la discusión académica, a partir de un trabajo de campo prolongado acompañando a las personas estudiadas en sus actividades habituales. Mi propia tesis se construyó desde dicha perspectiva. Al presentarla en el movimiento piquetero, la discusión giró en torno de la categoría "política". Aquí pretendo analizar el debate siguiendo una premisa básica de la antropología de la política brasileña: "la categoría 'política' es siempre etnográfica —sea para quienes observamos o para el propio investigador" (Peirano, 1997: 22, traducción propia). Partiendo del malestar con las definiciones académicas de política, condensado en la "sorpresa" de diciembre de 2001, se trata de analizar un contexto singular en el que el intento de concebir a nuestros anfitriones como interlocutores se concreta práctica y conflictivamente.

 

LA "SORPRESA" DE 2001Y LAS ORGANIZACIONES PIQUETERAS

En Argentina, las organizaciones piqueteras constituyeron un punto importante de las discusiones académicas sobre política y sectores populares, luego de diciembre de 2001.

Inicialmente, el término "piquetero" había surgido para denominar a los manifestantes que cortaban la ruta en dos pequeñas ciudades petroleras de la Patagonia en reclamo de "fuentes de trabajo", luego de la privatización de YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales) en 1996. Luego de intentos represivos, la negociación con el Estado provincial había dado lugar a la implementación de subsidios para los desocupados (planes).3 Ante su relativo éxito (conocido por los medios de comunicación), este repertorio fue retomado en diferentes ciudades del interior y en el conurbano bonaerense. El primer corte de ruta en el Gran Buenos Aires fue protagonizado por un grupo liderado por Romero en 1997.

Si entonces los análisis se centraron en las protestas (Schuster y Pereyra, 2001; Scribano, 1999), a partir de 2001 el eje de las discusiones académicas se constituyó en torno de las organizaciones.4 El 20 de diciembre de 2001, el presidente De la Rúa presentó su renuncia luego de una amplia e inesperada movilización colectiva ("cacerolazo") producida ante la declaración del estado de sitio en un contexto de saqueos en diferentes ciudades (especialmente en el conurbano bonaerense) la noche previa. Para muchos, una prolongada crisis social, económica y política "estalló" ese diciembre. Entre las consignas, se destacaba una dirigida a la denominada "clase política": "Que se vayan todos". En ese contexto, diferentes formas de acción colectiva más o menos recientes captaron la atención de los analistas: asambleas, grupos de ahorristas, piqueteros, fábricas recuperadas, clubes del trueque, etcétera. Quizá porque prometían sintetizar una percepción más general acerca de la década anterior y de su crisis, varios investigadores se volcaron a analizar las organizaciones piqueteras como forma de comprender la relación compleja entre desocupación y acción colectiva. Frente a la "sorpresa" de 2001, los primeros análisis tendieron a resaltar lo "nuevo", ya fuera que se destacaran las formas "asamblearias" dentro de las organizaciones (Delamata, 2004) o que se subrayara la movilización colectiva en términos de la formación de un "sujeto de la protesta" (Lenguita, 2002). Estos debates se sintetizaron en la obra de Svampa y Pereyra, que constituyó la base de las discusiones posteriores.

La pregunta fundamental que guiaba dicha investigación versaba sobre las continuidades y discontinuidades que las organizaciones piqueteras establecían respecto del pasado reciente, asociada a la cuestión de su "alcance político y social" (Svampa y Pereyra, 2003: 14). En un contexto marcado por la "descolectivización" del mundo del trabajo, la reformulación del papel del Estado hacia políticas focalizadas en la "pobreza" y el amplio alcance del "sistema clientelar" del Partido Justicialista (PJ), las organizaciones piqueteras mostraban una variedad de "lógicas de construcción política" que se explicaba por la presencia de diferentes tradiciones organizativas y sus "(nuevos) representantes" en los barrios populares (Svampa y Pereyra, 2003: 13). A los cortes de ruta en el interior, este análisis complementaba con un proceso de organización territorial que se remontaba a los ochenta en la periferia urbana para comprender los orígenes del "movimiento piquetero".

Las críticas a este planteamiento se enfocaron hacia los supuestos normativos sobre la política que orientaban el análisis. Según Merklen, una concepción idealizada de la democracia (que se remontaba a los años ochenta) conducía a sobredimensionar la excepcionalidad de las organizaciones piqueteras. Para salir de la "sorpresa" de 2001, era preciso ampliar el marco comparativo. A partir de críticas similares, se propuso la etnografía como un abordaje alternativo orientado hacia las prácticas diarias que constituían a las organizaciones como parte de entramados locales más amplios (Ferraudi Curto, 2006; Grimson et al, 2003; Manzano, 2007, 2009; Quirós, 2006). El trabajo prolongado, acompañando a las personas que transitaban por las organizaciones piqueteras, contribuía así a comprender los significados que daban a sus prácticas, desmontando una noción estilizada de política. Si antes los planes habían sido considerados como recurso y como amenaza para las organizaciones (Svampa y Pereyra, 2003), estas investigaciones permitieron mostrar cómo la contraprestación era resignificada como trabajo (Grimson et al, 2003); cómo los referentes ayudaron a introducir los planes como parte de la vida diaria (Manzano, 2009); cómo se constituía un lenguaje específico en torno de los mismos (Quirós, 2006) o cómo contribuían a imbricar a las organizaciones en modos de vida locales (Ferraudi Curto, 2006). En ese sentido, las etnografías también se distanciaban de la "lógica del cazador" con la cual Merklen (2005) proponía interpretar las acciones de personas y organizaciones que vivían en los márgenes, al acecho de recursos escasos e inestables.

Las discusiones entre estos enfoques se actualizaron en las investigaciones posteriores, buscando dar cuenta de las formas en que transcurría el proceso de "cierre de los tiempos extraordinarios" (Svampa, 2005: 272) durante el gobierno de Kirchner (2003-2007). En un contexto de reactivación económica que implicó un desplazamiento del problema de la "desocupación" en la agenda pública, desde el gobierno nacional se estructuró una estrategia orientada a la desmovilización que operaba sobre diferentes planos: se buscó redefinir la política social implementada por Duhalde en 2002; se convocó a diferentes organizaciones apelando a la "transversalidad" y se apuntó a desestimular las acciones de protesta, evitando la represión pero recurriendo a la estigmatización y judicialización de los manifestantes. Percibiendo un quiebre respecto de "los '90" en las acciones del gobierno, algunos dirigentes se incorporaron como funcionarios en la administración pública nacional (Pérez y Natalucci, 2010). Otras organizaciones piqueteras enfrentaron un proceso de "criminalización" (Svampa, 2005). Simultáneamente, se diversificaron los programas sociales en un intento de sustituir al Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados, implementado masivamente por Duhalde: mientras el Plan Familias no requería contraprestación, el Plan Manos a la Obra apuntaba a la conformación de cooperativas para la construcción de viviendas e infraestructura (Cross y Freytes Frey 2009). En este contexto, las etnografías mostraban continuidades respecto de la centralidad de los planes en las rutinas locales (Colabella, 2009; D'Amico, 2009).

El evento relatado en este artículo tuvo lugar a mediados de 2007. Romero dudaba sobre el camino que había tomado la organización a lo largo de los años: "¿Estamos muy en el día a día?", me había preguntado. Para responder, volví sobre mi etnografía intentando mostrar que eso era estar en la vida de quienes transitaban por la organización. Dentro de este marco, trataré de introducir algunos puntos destacados desde la mirada etnográfica, proponiendo una revisión de la discusión. Las etnografías fueron criticadas por descuidar el "carácter multiescalar" (Svampa, 2009:9) de los procesos analizados o por la ausencia de una "visión integrada" (Pereyra, Pérez y Schuster, 2009: 17) en torno de los problemas de la sociología política.

Aquí se intentará volver sobre la centralidad de la categoría "política" dentro de este debate. Para ello, partiré de las premisas de la antropología de la política brasileña. Asumiendo que la política (como la religión o la economía) se ha distinguido (separado) a lo largo de un proceso de configuración característico de la modernidad, se trata de reconocer su especificidad y, evitando el modernocentrismo, dar cuenta positivamente de las diferencias propias de un contexto etnográfico determinado (Peirano, 1997). Antes que dirigir la atención hacia Estado, partidos, elecciones, parlamento o políticos profesionales, o universalizar el concepto de política como relación de poder, se parte del concepto maussiano de "hecho social total" para reconstruir desde allí los sentidos etnográficos de política. Frente a las concepciones académicas de política, este abordaje se propone construir una "teoría vivida" (Peirano, 2006) a través de la etnografía. En este sentido, la elaboración teórica se despliega a lo largo del relato etnográfico. De allí la importancia de los "eventos" como condensación del vivir en acto. En lugar de enfrentar la teoría nativa y la teoría académica como polos, se trata de partir de la tríada entre las teorías disciplinares, las teorías de nuestros anfitriones y las propias teorías del investigador, inextricablemente asociadas a ambas (Borges, 2007).5

Aquí, el análisis de la antropología de la política brasileña brinda una clave para organizar recorridos, a través del trabajo de campo y de los textos. Considerando que la "sorpresa" de las ciencias sociales, frente a los acontecimientos de diciembre de 2001 señalaba un malestar con las definiciones disciplinares de política, la perspectiva de la antropología de la política brasileña puede contribuir a replantear la cuestión, en tanto propone una vía para evitar una definición acotada de política como esfera así como la universalización del concepto como relación de poder, a través de la etnografía. En la medida en que la devolución de la tesis constituye un tipo de relación específica entre investigador y anfitriones, dicha perspectiva contribuye a redefinir las relaciones entre teorías disciplinares, teorías de nuestros anfitriones y las propias teorías. Tratar a académicos y anfitriones como interlocutores (ambos nativos e investigadores) implica así un intento de diálogo que evita jerarquizaciones previas sin desconocer contextos diferenciados, tomando los análisis como puntos de comparación para comprender un evento específico: la devolución de la tesis en la organización piquetera.

 

"MIENTRAS TANTO"

El título de la tesis retomaba unas palabras de Romero en la entrevista que

dio inicio al trabajo de campo. En junio de 2004 llegué a la sede central del movimiento piquetero luego de contactar a algunos militantes durante una marcha en Capital y acordar telefónicamente la entrevista con Romero. Luego de diciembre de 2001, las visitas de investigadores, periodistas y militantes argentinos y extranjeros eran parte de las rutinas de la organización. Primero, entrevisté al dirigente. Después, un guía local me llevó a recorrer los proyectos comunitarios y productivos para que pudiera observar y conversar con diferentes personas. La presentación de la organización piquetera combinaba el relato de una trayectoria organizativa prolongada y la observación del trabajo colectivo, como contracara de una imagen difundida que asociaba a los piqueteros exclusivamente con la protesta, con diciembre de 2001 y con la pobreza.

Al narrar la historia de la organización, Romero se remontaba hasta su llegada a Alvarado en 1977.6 Los primeros intentos organizativos se habían concretado en una sociedad de fomento barrial, a partir del reencuentro con un antiguo compañero de militancia en el tren cuando viajaba a su trabajo en una fábrica de Capital. Si durante los ochenta las demandas se orientaron hacia la cuestión de la compra de los terrenos, a partir de mediados de los noventa un grupo de "activistas"—ellos mismos "desocupados"— empezó a reunirse en Alvarado para "armar algo", "tomando el tema de la desocupación" y "exigiendo al Estado un subsidio hasta tanto se resuelva la crisis". En agosto de 1997, realizaron el primer corte de ruta en el Gran Buenos Aires en reclamo de planes. Como explicó Romero, "la idea fue concentrar en Alvarado porque ahí había todo un trabajo previo de acumulación política [...] ya me conocían en las barriadas". Luego, Romero sintetizaba la historia de la organización atendiendo a su perdurabilidad, a pesar de la represión estatal, de los fraccionamientos, de las amenazas de los "punteros"7 y del miedo de muchos compañeros. Este proceso se explicaba por lo que concebía como su característica principal: una "disciplina" o, mejor dicho, una "forma de vida". Su conclusión era clara:

Nosotros, en realidad, pusimos en marcha el movimiento porque éramos desocupados, pero porque siempre tuvimos una militancia y una idea política. Siempre nos planteamos cambiar todo esto. Ése es uno de los rasgos de este movimiento: si bien pelea por planes, pelea por bolsones de alimentos, esas peleas las da como una parte para que permita sobrevivir, mientras se desarrolla la otra parte[...] mientras se desarrolla la lucha que va a cambiar todo esto, ¿verdad? Y como la forma de organizar sectores más vastos. Pero nunca perdimos de vista o por lo menos intentamos no perder de vista nunca cuál era la meta nuestra. Por eso es que definimos que las banderas del mov[...] las consignas son trabajo, dignidad y cambio social.

La visita a los proyectos comunitarios y productivos comprendió un recorrido por diferentes barrios de Alvarado, con la guía de un hombre que formaba parte del movimiento desde los primeros cortes de ruta. Fuimos al "primer comedor" que el movimiento abrió en la casa de una "compañera". Allí me contaron de los inicios, recorriendo los negocios del barrio para pedir alimentos. Luego visitamos "la fábrica": un enorme galpón lleno de máquinas de coser donde comenzaría a funcionar un proyecto de guardapolvos escolares para el cual ya había un acuerdo con el Ministerio de Educación de la Nación. En esa sede también funcionaba el depósito de "mercadería",8 los consultorios médicos y la biblioteca. Después de las presentaciones, mi guía pidió a un muchacho que organizaba la "cuadrilla de trabajo" que me contara cómo era esto antes. "Porque Fede estuvo en la toma", aclaró. Fede fue a buscar unas fotos para mostrarme cómo estaba antes, cómo fue la construcción y la fiesta de inauguración. "Antes estaba todo abandonado, con basura, y venían unos pibes a drogarse. Todo esto lo levantamos nosotros. Es nuestro", aseguró. Repetí mi rutina de preguntas. Contestó que hacía dos años que estaba viniendo, que empezó por el plan. "Como todos", agregó mi guía y continuó: "La pregunta sería por qué te quedaste". Sonreí. Fede contestó: "Esto. Ver esto levantado y funcionando". Y repitió: "Porque lo hicimos nosotros. Es nuestro".

Entrevista y visita guiada se complementaban como presentación del movimiento. De modos diferentes, enfrentaban algunas críticas habituales a las organizaciones piqueteras y su relación con los planes. Para Romero, el problema central refería a la "cooptación" del Estado. Por eso, destacaba una trayectoria política prolongada en que los planes respondían a una coyuntura crítica. A la vez, mostraba su importancia para la masificación del movimiento, y las tensiones que ello abría. Para mi guía, en cambio, la cuestión pasaba por discutir la imagen de pobres indignos asociada a los subsidios. Por eso, señalaba los usos de los recursos para mejorar las condiciones de vida, subrayando el contraste con un pasado cercano desde una valoración del trabajo como eje. Como Romero había señalado en otra ocasión, los planes eran tomados para "resignificarlos (como dicen los sociólogos)" como trabajo. Así, ambos permitían observar la centralidad de los planes (y otros recursos estatales) en la organización.

Al regresar al inicio del recorrido, reencontré a Romero, que casualmente debía partir hacia Capital como yo. Fuimos juntos en el tren. Entonces me contó algo de su historia antes de llegar a Alvarado. Romero es tucumano. Su padre trabajaba como cañero. Llegó a ser secretario general de fotia (el sindicato del azúcar de Tucumán). "Era peronista peronista. Y es que con Perón recién se legalizó el sindicato. Ya desde los treinta se venían organizan-do[...] Se escondían entre los cañaverales, porque era jodido". Durante la crisis de los ingenios en Tucumán en los sesenta, su padre fue despedido. "Ahí pasamos hambre en serio" porque su padre "nunca se vendió". En el 2001, murió. Y tuvieron que recurrir a la municipalidad para enterrarlo. Bah, su hermano se encargó de todo. Romero estaba en un corte cuando se enteró de su muerte. Y por asamblea decidieron que viajara. "¡Qué me iban a decir[", concluyó.

Romero iba desde chico a los actos del sindicato. Pero ya a los 17 años rompió con el peronismo. "Ahí empezaba toda la movilización armada en Tucumán", me explicó. Era el año de 1968. Romero comenzó a militar en el PCR (Partido Comunista Revolucionario) y después en el PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo).9

Volvió a la zona de ingenios a organizar a los trabajadores. Entre 1971 y 1973, estuvo en la cárcel. Esa experiencia lo marcó: compañeros de diferentes organizaciones compartían una "disciplina" que distribuía el tiempo entre ejercicio físico y estudio, aprendiendo de "los más formados"; se contaban películas para pasar el rato y había uno que recitaba siempre a un poeta salteño. Ante mi silencio, continuó diciendo que parte de esta historia salió publicada en el periódico Página 112, cuando le hicieron una entrevista el año anterior. "Tendría que escribir un libro. Ahora que están de moda las biografías [...]", agregó riendo.

Así concluía mi primera jornada de trabajo de campo en Alvarado. Entrevista, visita y charla mostraban (junto con las alusiones de Romero a la nota periodística, su broma sobre los sociólogos o la indicación de mi guía sobre qué preguntar) cierta asiduidad de estos intercambios con invitados interesados en conocer las rutinas de la organización, en un contexto en que los movimientos piqueteros habían atraído la atención pública.

Ahora, como antes, Romero resaltaba su larga trayectoria como militante. Así como antes me había explicado los orígenes de la organización entroncándola en dicha trayectoria, ahora Romero volvía sobre la actividad militante como eje para relatar su vida. Si la militancia constituía el centro de sus narraciones, sus relatos se destacaban porque guiaban magistralmente al oyente a lo largo de los últimos cincuenta años de historia argentina, a través de algunos momentos clave: la importancia del peronismo en su niñez, vinculada a la militancia sindical de su padre; los orígenes de la lucha armada en su Tucumán natal a partir de su propia militancia en el PTR en el contexto de la crisis de los ingenios; la llegada a Alvarado buscando escapar a la represión en los setenta y los intentos organizativos en torno de las cuestiones urbanas a inicios de los ochenta; la emergencia del problema de la desocupación en los noventa y los orígenes de las organizaciones piqueteras a partir de los primeros cortes de ruta en reclamo de subsidios; y finalmente, los avatares de la organización territorial en torno de los planes, la ambivalente relación con el Estado y las disputas entre organizaciones explicadas como conflictos en torno de una forma de vida que él mismo buscaba encarnar. Desde la implicación con un ideal revolucionario, había experimentado situaciones fuertes de pérdida, de reflexión y de vuelta a intentar, que marcaban sus dilemas y sus decisiones. Reconociendo la centralidad de sus propia figura para entender a la organización, su historia ayudaba a comprender el malestar expresado al leer el título de la tesis.

El recorrido de mi etnografía había partido de los dilemas planteados por el dirigente para relacionarlos con los discursos y las prácticas de quienes transitaban por la organización, más o menos comprometidos con la misma. Una vez realizada la entrevista y la visita guiada, me dirigí a un "cabildo" para acompañar a quienes circulaban habitualmente por allí. El término cabildo es utilizado en esta organización piquetera para referir tanto a las sedes locales como a la asamblea semanal que tiene lugar en cada una de ellas.10 Para mi trabajo, elegí el cabildo (sede) donde había transcurrido la entrevista con Romero. El recorrido de mi etnografía se condensó en un nudo específico: un cabildo (asamblea) en el que había participado el mismo Romero porque, según decían algunos de los miembros más comprometidos, era un "quilombo". Si el capítulo inicial pretendió desenredar los sentidos del cabildo para las voces oficiales del movimiento (en tanto que otro capítulo abordó la actualización de los debates en la práctica militante, ante la creciente estigmatización de las protestas), luego la tesis se dedicó a comprender por qué, en ese momento y en ese lugar, el cabildo era un quilombo, para quiénes, cómo se resolvía y perduraba.

Hacía pocos meses, el cabildo se había mudado de la sede central para tener un "lugar propio". A la vez que ese proceso había otorgado mayor protagonismo a la familia Ramos (no sólo vivían en las inmediaciones sino que el terreno les pertenecía), lo había distanciado de la dirigencia... hasta que Romero se hizo presente en la nueva sede.

A partir del cabildo, pude comprender los sentidos del movimiento para algunas mujeres ligadas a la familia Ramos que, mientras decían no entender lo del cambio social, se habían acercado porque una de ellas "necesitaba un plan", valoraban "dar de comer rico y variado" en el merendero y exhibían la presencia de los "vecinos" como garantía de confianza. Ellas también se divertían "chusmeando" en el movimiento así como enfrentaban los chismes de otros. En esa línea, analicé el chusmear como forma de desprestigio hacia las personas reconocidas por su "compromiso" y los artilugios para lidiar con los chismes; el "ir por el plan" y los "arreglos" como forma de combinar medios de vida entre diferentes organizaciones locales a través de redes de parentesco y vecinales, avaladas por la dirigencia de la organización y, finalmente, una disputa entre dos mujeres cuando una de ellas había quedado fuera de un "reparto" de yogures (a pesar de que todos la conocían y sabían de su trayectoria en la "lucha") porque, según argumentó quien ocasionalmente estaba a cargo del reparto, no presentó sus "papeles".

En este recorrido, el cabildo se presentó como una suerte de "lugar-evento del modo de vida local" en tanto símbolo de la "génesis concomitante (Elias, 2002) de la política, del espacio y del tiempo en el contexto etnográfico" (Borges, 2003:179, traducción propia).

La noción de "mientras tanto" permitía dar cuenta de esas diferentes formas de transitar por la organización, mostrando cómo el movimiento se imbricaba en la vida de quienes circulaban regularmente por el cabildo. A la vez, remitía a mi propia concepción de la etnografía, como análisis durante el recorrido del texto.

 

DEL CHUSMEAR A LA POLITIZACIÓN

Luego de dos años y medio de finalizado el trabajo de campo, llevé el texto a los militantes del movimiento. Instada por el dirigente de la organización, combinamos para realizar un encuentro sobre el tema. Para él, la actividad se vinculaba con una serie de charlas donde sociólogos, filósofos, abogados y otros académicos hablaban de feminismo, historia argentina, diferentes experiencias organizativas (como la del MST o la de los zapatistas), la teoría de Foucault o la de Negri. Para mí, se trataba de una forma de volver a tomar contacto con algunas de las personas con quienes había realizado el trabajo de campo, de retribuir el tiempo, las charlas y el cariño. Aunque tenía miedo de que la situación condujera a polarizar las posturas, quería confrontar algunas interpretaciones, aportar elementos a los debates actuales del movimiento y dar un giro sobre mi propio trabajo. Para ambos, el encuentro tomó la forma de una devolución. Aunque temerosa, acepté la propuesta.

El encuentro se realizó un par de meses después, en la biblioteca del movimiento. Había cerca de quince personas: el dirigente, los militantes más reconocidos, quienes recién terminaban de trabajar en el taller de costura del movimiento y un par de invitados. Nos sentamos en una gran ronda, con mate de por medio.

Mi presentación de la tesis intentó responder más ampliamente a aquella pregunta de Romero: "¿Estamos muy en el día a día?" Para contestar, apunté hacia los chismes como eje de discusión. En la tesis, procuré mostrar cómo atravesaban las rutinas habituales en el movimiento y reflexionar sobre las formas en que contribuían a las relaciones de poder, dando cuenta del entramado entre lazos de parentesco y organización. Del gusto por chusmear en el movimiento pasé a relatar la historia de Lucy, una mujer "con pasta de delegada" que había debido enfrentar chismes sobre "cuernos".

En las palabras de Romero, "ir por el plan" constituía una condición inicial de quienes se acercaban a la organización, que amenazaba con diluir la "política" en lo "reivindicativo" o asemejarlos a la "estructura clientelar" del pj como forma de "manejar este barrio". Desde allí, Lucy se preocupaba por mostrarse diferente, cimentando su "compromiso" en la idea de que no necesitaba el plan, e iba porque quería (sin desconocer que se había acercado porque su concuña y amiga sí lo necesitaba). A la vez, validaba su protagonismo a partir de su historia de tiempo, cariño y esfuerzo hacia el movimiento, condensada en el reconocimiento del "Gordo" (Romero), en su "tiempo de delegada", en su continuo ir y venir entre "proyectos" y "reuniones". Dentro de este marco, los "chusmeríos" aparecían como un desafío que amenazaba con apartarla del movimiento. Como mujer joven y destacada, Lucy enfrentó rumores sobre "cuernos" y debió lidiar con los "celos" de su marido. Como respuesta, abandonó el lugar de delegada "por sus hijos" y recurrió a la vigilancia de la familia de su marido (y a las bromas desafiantes hacia él) para continuar en el movimiento.

Esta cuestión permitía reconocer la importancia de los planes y sus tensiones, pero desplazaba la discusión hacia un punto diferente al de Romero. Concluí señalando que estar en el día a día era estar en la vida de la gente, que para "moralizar a sus bases" —preocupación que Romero había manifestado al iniciar mi trabajo de campo— el movimiento debía trabajar con las moralidades ya existentes, no contra ellas.

El tema de los chismes dio lugar a comentarios chistosos durante mi exposición, que descomprimieron el clima formal previo: "¿Dónde fue eso?" "¿Participaste o nada más observabas?". Incorporé esa misma jocosidad para dar cuenta del papel de los chismes y de su carácter divertido, anticipando una posible separación entre "alta" y "baja" sociabilidad dentro del movimiento. Al finalizar, se produjo un largo silencio hasta que comenzaron las preguntas y los comentarios. Inicialmente hablaron dos mujeres, que buscaban análisis comparativos con otras organizaciones piqueteras y con el PJ municipal. A continuación, intervino Romero (a quien citaré extensamente para situar la discusión posterior):

A mí me llamaba la atención que no habría una contradicción del tema del cambio social con el día a día, sino que en última instancia, de alguna manera, en ese día a día se estaría reflejando o construyendo ese sentido. Digo todo esto porque me parece que nosotros venimos haciendo un proceso que no dice exactamente eso. Lo cual no quiere decir que nosotros no reconozcamos que efectivamente los emprendimientos comunitarios reconstruyen efectivamente lazos de solidaridad que se habían perdido. Que efectivamente a los compañeros le dan cierto tipo de identidad. Por eso es que de alguna manera está esa gente que decía: "Yo vine por el plan, no vengo por esto". Pero a nosotros nos parece que si bien todo eso es cierto, tiene un techo [...] tiene un techo. El techo está dado por la cuestión de la politización. De alguna manera eso también es parte de la politización, pero nos parece que no logra traspasar todavía el piso de lo que es la ideología dominante. Y digo esto porque en realidad la experiencia que venimos haciendo nosotros no es nueva, no es nueva. Cualquiera que haya estado en la sociedad de fomento o en la junta vecinal hace muchos años, esto lo hemos hecho 20 mil veces: juntar [...] organizar a los compañeros, organizar al vecino, por distintos tipos de lucha [...] Eso crea un sentimiento de pertenencia [... ] más estrecho, pero en realidad lo que me enseña la experiencia es que de ahí no surge espontáneamente nada distinto. Nosotros en Alvarado, por ejemplo, allá por el año '83 teníamos un movimiento vecinal bastante grande, bastante importante. Y si uno se pone a ver eso, ese movimiento vecinal [...] siguió votando a esta gente. Siguió votando a esta gente. Varios de los concejales, por ejemplo, eran parte de ese tejido con el cual soñábamos (te puedo dar nombre y apellido de quién estaba con nosotros y quién no). Y sin embargo, hoy está ahí. Es más, por eso nuestra preocupación hoy en día es con esta famosa politización. También reconocemos que no a todo el mundo, ni siquiera a la mayoría, se le podría exigir un tipo de definición mayor. Esto implicaría que [...] el salto al nivel de la mayoría nos parece, nos da la impresión de que solamente va a ser posible en la medida en que vos, digamos, tengas el resorte del Estado. Y cuando digo del Estado, no me refiero a éste sino a otro Estado, porque [...] Si no, es muy difícil [...] tiene un límite muy grande [...] muy grande. Ahora, ésa es la conclusión que nosotros sacamos. O sea, cómo aprovechamos eso [las cursivas son mías].

En el momento, entendí el planteamiento de Romero como una continuación de sus preocupaciones más profundas. La contradicción entre el cambio social y el día a día, vista como techo a la politización, se nutría de las experiencias previas. A la vez, se cimentaba en una noción radical de política. En esa línea, criticaba los argumentos que suponían como espontáneo el paso de la lucha vecinal a la definición mayor. Según su punto de vista, la organización de los vecinos podía generar identidad, sentimiento de pertenencia o lazos de solidaridad pero no sobrepasaba los límites de la ideología dominante. Nada nuevo surgía de allí y él contaba con su propia historia para demostrarlo. Pero si sólo el resorte de otro Estado permitiría el salto, ¿cómo hacerlo posible?, ¿por qué seguir organizando a los compañeros en los cabildos?... ¿qué hacer? Ése era el punto donde sus dudas se ampliaban y Romero se distanciaba parcialmente del que conocí en 2004.

Los dilemas de su acción perduraban. Pero había cambiado el balance de la situación, sistematizado en los "análisis de la coyuntura" que escribía para la revista de la organización. Si antes enfatizaba la centralidad del cabildo como cabeza, mano y columna vertebral del movimiento (tal como rezaba el documento fundamental del mismo), ahora tomaba la misma metáfora para otra conclusión: "faltaba la cabeza" (como dijo en una charla conmigo unos días después de la reunión). Estos dilemas podían vincularse al fin de los "tiempos extraordinarios" (Svampa, 2005: 263) posteriores a diciembre de 2001. Pero si antes la apuesta había sido vista como un repliegue (como crítica de las protestas ya desgastadas), ahora Romero evaluaba negativamente los resultados y proponía dejar de ser un "movimiento puramente sindical" y "construir lo otro".

Dentro de ese contexto, mi propia alocución fue juzgada como espontaneísta. En sus críticas, mis interlocutores conectaban los debates actuales a una larga tradición de discusión dentro de la izquierda radical que puede rastrearse hasta los escritos de Lenin o, más cerca, en la trayectoria del PRT en que Romero mismo había militado. De un modo similar, otro de los presentes aproximó mi trabajo al "toninegrismo". Los libros de Toni Negri habían inspirado una corriente "autonomista" entre las organizaciones piqueteras. Especialmente se destacaba la experiencia de un grupo de "investigación militante" que había realizado talleres sobre "contrapoder" en una organización piquetera del sur del conurbano. Sus textos hacían hincapié en las "nuevas formas de sociabilidad" que surgían de modo "singular" y "múltiple" en torno de la experiencia piquetera (Colectivo Situaciones, 2002: s/p). Reconociendo los lazos de solidaridad, los sentimientos de pertenencia o las identidades que pudieran generarse en el día a día, y negando a la vez su novedad, Romero respondía a estos análisis. Al hacerlo, apelaba a su propia trayectoria de militancia. Pero, más que los posibles desplazamientos entre diferentes experiencias políticas, me resultó llamativo entrever cómo interpretaban mi etnografía dentro de ese campo de debates.

En la devolución de la tesis, el texto se leía en términos de las disputas entre organizaciones. Al responder, intenté apartar mi argumento del espontaneismo así como de lo que veía como riesgo en la crítica de Romero: una separación entre vanguardia y mayoría. Para ello, insistí sobre el esfuerzo de construir con lo existente (y no contra). Era una contestación ensayada, con base en mis conocimientos y presunciones sobre Romero y sobre el proceso que el movimiento atravesaba en la actualidad. Asumiendo su preocupación por el cambio social, me apoyé sobre cierto análisis gramsciano para discutir su noción de politización. Finalicé: "Me parecía que era algo relevante para hacer sentido sobre la política en el movimiento"

La presentación de la tesis tomó la forma de una discusión sobre los sentidos de la política y su lugar dentro del movimiento. ¿Cómo comprender esa situación? En principio, uno podría argumentar que mis interlocutores leyeron la tesis buscando una respuesta para sus preguntas e inquietudes centrales sobre cómo continuar. Desde allí, la cuestión era discutir la relación entre el movimiento "realmente existente" y el proyecto de cambio social. Las palabras iniciales de Romero definían el marco desde el cual se desarrollaría la discusión. En cierta medida, mi presentación podría interpretarse como una respuesta situacional. A diferencia del contexto académico donde había sido elaborada la tesis, el contexto de su devolución en el movimiento implicaba considerar posibles caminos de acción desde un balance del presente. Acompañando a mis interlocutores, discutí qué era política en el movimiento. Esa sería una respuesta tranquilizadora. Sin embargo, creo que esa respuesta es insuficiente. A partir de reconocer que todo análisis social asume ciertos supuestos normativos, mi apuesta en la tesis consistió en explicitar aquellos sobre los cuales se construyó el debate académico sobre organizaciones piqueteras, centrándome en el par clientelismo/resistencia. A la distancia, es preciso retornar sobre el debate académico para explicitar (y revisar) mis propios supuestos.

 

CLIENTELISMO Y RESISTENCIA

Todo transcurre como si las categorías
disciplinares, que corresponden
a las categorías modernas —y son,
por tanto, nativas
no satisficiesen
más
(Peirano, 1997:19, traducción
propia, subrayado en el original).

Luego de diciembre de 2001, el tema de los piqueteros fue foco de controversias y acalorados debates en el marco de movilizaciones más amplias. Si ese momento precipitó los análisis sobre la "coyuntura", cuando empecé el trabajo de campo dos años más tarde, la situación parecía haber cambiado significativamente. Después de la expectativa frente a la "novedad", se sentía un dejo de desencanto.

Mi interés por las organizaciones piqueteras se forjó en este ambiente convulsionado, en el tránsito por Buenos Aires y, especialmente, por las aulas (y por los pasillos) de la facultad. En el clima posterior a diciembre de 2001, los piqueteros aparecieron como una alternativa que "resistía" al "clientelismo" predominante en la periferia de Buenos Aires, introduciendo formas políticas "novedosas" (entre las cuales la "asamblea" se destacaba por su "potencialidad"). Luego, ante la masificación de los planes y la creciente estigmatización de las acciones de protesta, se tendió a denunciar a las organizaciones de desocupados por prácticas "clientelares" similares a las que usualmente se atribuían a los partidos políticos y especialmente al pj.11 La entrevista inicial de Romero —su "mientras tanto"— respondía, en parte, a estas pugnas, reconociendo la importancia de los planes para organizarse y, a la vez, resaltando la apuesta al cambio social como la "política" (vista como específica) de la organización. Sus actuales preocupaciones en torno de la "politización" también podían reconocer sus raíces en tal planteamiento. "Lamentablemente me da la impresión de que la gran mayoría de los movimientos sociales es [...] el PJ sin PJ. Pero no sólo porque los fagociten, sino porque en realidad se convierten en gerenciadores del Estado", afirmó durante la presentación de la tesis.

Los análisis académicos, por su parte, proponían ir más allá de las opiniones cruzadas, resaltando la "ambivalencia" o la "tensión" constitutiva de las organizaciones. Esas lecturas pueden hacerse como una continuidad crítica con las tradiciones académicas que, desde los ochenta, abordaron el tema de la "política" entre las denominadas "clases populares".

Como señala Merklen, las lecturas que predominaron durante los ochenta se agrupan en torno al problema de la "ciudadanía". "La representación debe ser articulada por los partidos. El acto político por excelencia es el voto. El actor político es necesariamente un 'sujeto' capaz de imprimir nuevos significados en el horizonte de la democracia" (Merklen, 2005:33). Desde esta concepción, la política transcurría a través de las instituciones, obstaculizando la comprensión de las prácticas políticas de las "clases populares". Frederic reconoce, sin embargo, una forma de abordar estas prácticas durante los ochenta. Según su argumento, sociólogos, historiadores y politólogos se volcaron hacia el análisis de la "cultura popular" en el "barrio", buscando "aquellos aspectos de la sociedad argentina que tendrían el potencial de alcanzar la vida democrática" (Frederic, 2003:247) en el contexto de una "reflexión implícita" sobre la propia responsabilidad de los intelectuales en la violencia política de los setenta.

Durante los noventa, el desarrollo crítico de ese campo condujo a una mayor sistematización conceptual y a una revisión de los supuestos morales del análisis. La especificidad de las prácticas políticas de los "sectores populares" se desvinculó críticamente de una asociación idealizada con la democracia. Más aún, el papel privilegiado de lo local se articuló de manera analítica a un proceso de cambio estructural en los vínculos sociales y políticos que, siguiendo la línea de Halperín Donghi (1994), podría comprenderse a partir de la crisis resolutiva de la Argentina peronista. Dentro de este marco, una pregunta central que organizó el debate académico remitía a la supuesta paradoja del menemismo (1989-1999): "La existencia de un proyecto gubernamental de reestructuración de la economía y de la sociedad que produce efectos de deterioro de las condiciones de vida de una parte importante de los sectores sociales que le brindan apoyo político" (Sidicaro, 1995: 122). Mientras la transformación estructural podía ser leída como el fin de un modelo peronista de país, las transformaciones del peronismo como partido (PJ) y gobierno (menemista) retornaban al centro de la escena intelectual.12

En este contexto de discusión, se recuperó y reelaboró el tema del "clientelismo". Es posible distinguir tres formas principales de abordar la cuestión. En primer lugar, una propuesta heredera de los abordajes institucionalistas de la ciencia política se centró en la transformación de la organización partidaria del pj, marcando el desplazamiento de un movimiento sindical a una máquina electoral, definida por el acceso significativo a recursos estatales, combinado con una organización descentralizada que da relativa autonomía a sus bases locales (Levitsky, 2003). En segundo término, un enfoque orientado a las formas subjetivas en que aún se experimentaba (problemáticamente) el peronismo, define el "clientelismo afectivo" como la forma de vínculo político (utilitario y afectivo) que predominaba en "la villa", marcando el distanciamiento entre condiciones objetivas y experiencia subjetiva de la política (Martuccelli y Svampa, 1997). Por último, se tiene un análisis etnográfico de una red de resolución de problemas en una "villa muy peronista" del conurbano bonaerense —que permitía dar cuenta del "clientelismo" como lazo moral— visible tanto en las formas de dar y recibir como en las de oponerse localmente a esas prácticas (Auyero,2001).

Las tres investigaciones conectaban el concepto de "clientelismo" con las prácticas del peronismo en la periferia de Buenos Aires, asociándolo a las condiciones de "pobreza".13 Tanto Merklen como Frederic resaltaron las continuidades entre estos análisis y el enfoque dominante en los ochenta. Para el primero, "invoca el carácter 'prepolítico' del voto de los 'pobres' así como la heteronomía propia de esa situación" (Merklen, 2005:40), constituyendo la contracara negativa de las posturas idealizadas de la ciudadanía. Para la segunda, el concepto de "clientelismo" no sólo pierde densidad en tanto se desplaza del campo analítico al de las disputas políticas, sino que puede cristalizar la división (jerarquizada) entre alta y baja política (Frederic, 2004:27-28).

Las consecuencias de dicha separación entre alta y baja política han sido confirmadas desde su contracara. Como señalan Rinesi y Nardacchione, la ciencia política como disciplina y profesión constituida en la Argentina en torno de la "transición a la democracia" condujo a una concepción de la política confinada al régimen político que se ha extendido a lo largo de las dos últimas décadas del siglo XX:

[...] en la medida en que la política fue pensada en la Argentina, durante todo el periodo que consideramos, como una esfera autónoma, separada y distinguida de las esferas de la vida social, de las corporaciones y de las fuerzas económicas, y en que la democracia fue concebida, en la más clásica tradición liberal, no como gobierno del pueblo, sino como el de sus representantes, al entusiasmo inicial sólo podía seguir [...] el más completo desencanto (Rinesi y Nardacchione, 2007:35, subrayado en el original).

Esta situación "estalló" ante los acontecimientos de diciembre de 2001. Finalmente, la "sorpresa" de los analistas luego de las protestas de dicho diciembre podría comprenderse en relación con la discusión sobre las concepciones disciplinares de política. En un contexto marcado por el concepto de "clientelismo", diciembre de 2001 resultaba inesperado, despertando miedos y esperanzas. Ante lo que se presentaba como "novedoso", los analistas elaboraron diferentes respuestas. Mientras algunas investigaciones señalaron la "crisis de representación" (Cheresky y Pousadela, 2004: 24), el devenir de las organizaciones piqueteras se constituyó en un eje central de debate, abordado desde la pregunta por las continuidades y las discontinuidades. Esta interrogación asumió las premisas del debate sobre "clientelismo".

Como síntesis de la discusión previa y base de la posterior, Svampa y Pereyra (2003) partían de un balance de la situación que destacaba la ruptura que el "neoliberalismo" introdujo en una sociedad altamente integrada a través del trabajo. Las organizaciones piqueteras eran vistas como respuesta colectiva frente a la ausencia de redes de contención estatal o sindical y a la ya histórica debilidad del tejido comunitario local, entonces "muy permeado por las estructuras clientelares del PJ". Desde este balance negativo de la situación previa, no se trataba simplemente de señalar la "novedad" de las organizaciones sino que el peso positivo de la explicación recaía sobre las tradiciones organizativas y sus "(nuevos) representantes". A partir de ellas, los autores avanzaban desde una historia de las organizaciones hacia un mapa del mundo piquetero en su presente, distinguiendo tres alineamientos: el sindical (vinculado a la interpelación nacional-popular), el radical (asociado a los partidos de izquierda tradicionales) y el autonomista (conectado con organizaciones territoriales inspiradas en la nueva izquierda). En este recorrido, el concepto de "lógica de construcción política" daba forma al problema.

Si el intento de dar cuenta del mapa diferenciado de organizaciones piqueteras pudo haber conducido a sobredimensionar su excepcionalidad arriesgando caer en una noción estilizada de política, las variadas respuestas críticas a este enfoque buscaron redefinir el campo comparativo ya sea indicando las continuidades históricas entre diferentes formas de acción colectiva desde los ochenta (Merklen, 2005), ya sea mostrando etnográficamente las tramas sociales y políticas locales en que las organizaciones piqueteras se establecían (Colabella, 2009; D'Amico, 2009; Ferraudi Curto, 2006, 2007; Grimson et al, 2003; Manzano, 2007, 2009; Quirós, 2006, 2008, entre otros). En su discusión con los enfoques previos, estas investigaciones centraron la atención en las prácticas cotidianas, a la vez que mantuvieron el concepto de "política" como centro del debate. Mientras Merklen definió una "politicidad" singular constituida en "la tensión entre la 'urgencia' y el 'proyecto', así como en la relación de las clases populares con las tradiciones políticas" (Merklen, 2005:45), las etnografías apuntaron a describir entramados locales para cuestionar una contraposición demasiado tajante entre pj y organizaciones piqueteras.

En la tesis, intenté un pequeño giro partiendo de allí. Antes que salir del movimiento, me interesó mostrar un nudo denso donde se entramaban (jerarquizada y conflictivamente) diferentes perspectivas prácticas. Más que postular una tensión que, negando las opiniones cruzadas, confirmara los ejes sobre los cuales éstas se constituían, apostaba por elaborar totalidades inmanentes a la etnografía situándome "más acá" del debate entre "clientelismo" y "resistencia". Para ello, apelé al concepto de lugar-evento propuesto por Borges (2003:179) para analizar un cabildo. Pero ¿se trataba finalmente de política?...

Mientras el planteo de Merklen fue criticado por desarrollarse en un nivel analítico demasiado general (centrado en el problema de la integración social), las etnografías enfrentaron varios cuestionamientos: "suprimir el carácter multiescalar o la pluralidad de escenas en las cuales se instalan los movimientos sociales" (Svampa, 2009:9); carecer de una "visión integrada de aspectos centrales de lo que constituye la red conceptual clásica de la sociología de los procesos políticos" (Pereyra, Pérez y Schuster, 2009:17); "enfatizar el lugar del investigador como una suerte de traductor sofisticado de la experiencia de los actores" (Svampa, 2008: 11) o incluso "desarrollar una mirada de corte miserabilista (conocedora de los vicios y mezquindades del actor social estudiado, diluida su especificidad en virtud de enfoques micro-sociológicos o etnográficos)" (Svampa, 2008:12).

Como respuesta a estas críticas, Grimberg (2009) analiza los aportes de las etnografías desde una pregunta por la construcción social de hegemonía. En principio, las etnografías permiten mostrar las prácticas cotidianas en su complejidad, reconstruyendo procesos sociales y políticos a partir de las experiencias de los actores. Además, las etnografías contribuyen al análisis de los dispositivos específicos a través de los cuales se ejerce la hegemonía, incluyendo padecimientos y desafíos. De este modo, Grimberg resitúa las etnografías a partir de una definición de política asociada a los procesos de sujeción y subjetivación, mostrando al Estado como constructor clave (Grimberg, 2009:91).

A diferencia de su propuesta, este artículo pretende responder a este campo de discusión desde la etnografía. Antes que presentar una concepción de política que guía el recorrido, se trata de mostrar la definición de política como eje de disputas (estructurado en torno de valoraciones diferenciales). Para ello, introduce un escenario diferente del que han enfocado otras investigaciones sobre organizaciones piqueteras. Este contexto etnográfico específico no sólo es relevante por su relativa rareza como objeto de análisis sino también porque remite a una cuestión que se alude recurrentemente en las discusiones académicas: el "equilibrio cambiante" entre compromiso y distanciamiento en ciencias sociales (Elias, 2002:21), en un campo de investigación en que los analistas se sintieron especialmente afectados. Así como mi recorrido por el cabildo se había orientado a través de guías locales, fue la invitación insistente de Romero la que me condujo a la situación de discutir la tesis con mis anfitriones. A un observador más distanciado, podría sorprender la misma escena de la devolución: la ronda, la presentación, las intervenciones, la discusión sobre la tesis o el mismo hecho de que yo la percibiera como una devolución... Inicial-mente no me llamó la atención. Otros sociólogos, politólogos, filósofos y antropólogos ya habían transitado por las organizaciones piqueteras para charlas, cursos y otras actividades similares. Yo misma tenía incorporada esa posibilidad. No sólo conocía los trabajos de "investigación militante" (Colectivo Situaciones, 2002) o la defensa del "investigador anfibio"14 (Svampa, 2008) sino que había sido invitada a un taller que una profesora daría sobre Foucault para los militantes del movimiento (y sabía de otras actividades previas similares), así como otro investigador me había contado cómo cambió el título de un artículo polémico luego de discutir la primera versión con los referentes de la organización donde había realizado trabajo de campo. Como mostré en otro apartado, Romero apelaba a estos vínculos en su presentación de la organización. Sin embargo, no habían recibido un tratamiento específico. Quizá la lógica de confrontación propia del campo académico contribuyó a descuidar este tipo de interacciones entre investigadores y anfitriones, colocándolo más como foco de crítica entre diferentes caminos de investigación que como objeto de análisis para entender a las organizaciones. Sólo una vez que comencé a dudar de mis propios supuestos, pude (retrospectivamente) sorprenderme.

 

LA POLÍTICA COMO CATEGORÍA ETNOGRÁFICA

La devolución de la tesis de maestría en la organización piquetera donde hice trabajo de campo tomó la forma de una discusión sobre los sentidos de la política en el movimiento. Para Romero, la cuestión central era la "politización". Apelando a su propia experiencia militante, cuestionaba la "novedad" de sus logros en términos de "lazos de solidaridad", "identidades" o "sentimientos de pertenencia". Si antes había apostado a los planes como forma de ampliar la fuerza de movilización de la organización mientras se desarrollaba "la otra parte" que conduciría al cambio social, ahora ese horizonte parecía más distante. Si ambas "partes" no se habían desplegado concomitantemente, ahora Romero se preguntaba si no se debía a una contradicción entre ese objetivo y el día a día de la organización. En ese sentido, se preguntaba si no se asemejaban demasiado al PJ en tanto "gerenciadores del Estado".

Para mí, el problema clave pasaba por desentrañar mejor qué transcurría en ese día a día. Desde allí, buscaba mostrar cómo la organización se imbricaba en la vida de quienes transitaban por ella: las disputas en el cabildo porque un hombre temía haber sido "dado de baja" del plan; el orgullo de las mujeres de la familia Ramos por cómo habían "levantado" el merendero; el enojo de otra mujer que, a pesar de una larga trayectoria en la "lucha", había quedado fuera del reparto de yogures porque, según argumentaba quien entonces estaba a cargo de la tarea, no había presentado sus "papeles"; o los "chusmeríos" en torno de quien era reconocida por su "compromiso" y sus maneras de lidiar con ellos. Buscaba así situarme "más acá" de un debate clave sobre organizaciones piqueteras, forjado luego de la "sorpresa" de 2001 a partir del par clientelismo/resistencia. Pretendía distanciarme de las valoraciones que se ponían en juego en dicha discusión. Pero en continuidad con dichos planteos, colocaba la reflexión sobre la política en el centro de mis interrogaciones. En la presentación, traté de conectar mi etnografía con las inquietudes que Romero había expresado haciendo hincapié en que la "politización" implicaba trabajar con lo existente (y no contra). Mi respuesta resultó débil.

Quizá mi propuesta tendía a diluir la política en el interés por dejar de encerrarla en categorías que percibía como estrechas. La discusión con los miembros del movimiento me enfrentó con los límites de esa posibilidad. Al interpretar mi análisis como espontaneísta, volvían a situarme en el campo de discusiones del cual pretendía quedar fuera. Si mis caminos habían sido diferentes del toninegrismo en que se sostenía la acusación, el (des)encuentro dejaba abierta una pregunta insistente sobre mi propia etnografía: ¿qué es política aquí? Sólo reponiendo la política como categoría etnográfica (y tomando la presentación misma como objeto de análisis) pude empezar a desentrañar este problema.

En principio, se puede destacar el contexto de la discusión. La devolución como situación implicó asumir los supuestos del propio Romero: su pregunta se orientaba hacia la acción, reconociendo el cambio social como horizonte. A la vez, la cuestión se presentaba en un momento en que Romero discutía con varios militantes del movimiento si una estructura organizational dividida en dos "frentes", uno "social" y el otro "político", constituía o no una alternativa más apropiada que la actual para responder a un balance crítico de la situación: "la mayoría de los movimientos es el PJ sin PJ". Por último, la propia devolución se inscribía dentro de una serie de reuniones que diferentes académicos habían mantenido con los militantes de organizaciones piqueteras a lo largo del tiempo, constituyendo un campo de discusión sobre la política del cual era preciso dar cuenta para comprender mejor a las organizaciones.

Las discusiones académicas en torno de las organizaciones piqueteras se dieron en un clima de diálogo con los militantes de las mismas organizaciones. Comprender cómo se desarrollaron esos contactos ayuda a entender la categoría política tal como se despliega etnográficamente en las organizaciones mismas. Eso no implica postular una fusión sino, más bien, invitar a construir categorías más sutiles para captar las conexiones... y los (des)encuentros. En ese sentido, la devolución de mi tesis en la organización piquetera donde hice trabajo de campo abrió lugar a mostrar que el intento de situarse "más acá" del debate clientelismo/resistencia retomaba algunos postulados básicos de la discusión. Partía de situar el concepto de política en el centro de mis reflexiones. Luego, colocando el foco de atención sobre las prácticas de quienes transitaban por la organización, mi trabajo podía contribuir a confirmar el balance de la situación presentado por Romero en tanto se ponía frente a la situación de valorar en qué medida esas prácticas eran más o menos "novedosas". Para salir de esa perspectiva, era preciso abordar analíticamente otros contextos etnográficos; entre ellos, los diálogos entre militantes y académicos. Éste es sólo un comienzo.

El primer día de mi trabajo de campo en Alvarado, en el camino con Romero hacia la estación de tren, él me contó que su hija vivía en Tucumán y estaba estudiando psicología social. Una vez que la llamó por teléfono, ella le mencionó que estaba leyendo a Marx para la facultad. Charlaron al respecto. Romero confesaba que lo había sorprendido: sus lecturas eran tan distintas...

 

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Notas

1 Los nombres de personas y lugares han sido modificados para preservar la identidad de quienes me confiaron su palabra. Las comillas serán utilizadas para los términos de mis interlocutores.

2 Este término es tomado de Merklen (2005) y Rinesi y Nardacchione (2007), véase infra.

3 Diferentes planes se han implementado a lo largo del tiempo. En general implicaron una "contraprestación" a cambio de un ingreso mensual mínimo. Inicialmente, eran gestionados por los municipios. Durante el gobierno de De la Rúa (1999-2001), las organizaciones piqueteras fueron incorporadas como gestoras de los mismos, abriendo diferentes "proyectos" comunitarios y productivos. Uno de los requisitos que las organizaciones establecían para quienes concurrían a "anotarse para el plan" era la cuestión de asistir a las movilizaciones, dado que los planes eran "arrancados en la lucha". Durante 2002, los planes fueron masificados por el gobierno provisional de Duhalde como respuesta a la crisis.

4 Una excepción a este planteamiento puede encontrarse en Auyero (2004).

5 De este modo, el ejercicio del investigador se asume también como ejercicio político.

6 Alvarado es reconocido como una de las más importantes "cunas de piqueteros" dentro del conurbano. Ubicado en el segundo cordón del Gran Buenos Aires (una zona de población más reciente, menos industrializada que el primer cordón y generalmente más pobre), al sur de la capital, se destaca como uno de los municipios con más altos índices de pobreza del AMBA. Según datos censales, la población de Alvarado totalizaba 349 242 habitantes en 2001, un aumento de 37% en relación con 1991. La tasa de población con NBI ronda el 30%. Pero no varió significativamente entre esos mismos años (31% en 1991 y 30.4% en 2001).

7 Denominación despectiva que refiere a los mediadores de la red territorial del PJ.

8 La "mercadería" estaba compuesta por productos no perecederos, generalmente obtenidos del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, que se repartían a comedores y merenderos, y que los integrantes del movimiento llevaban a sus casas como "bolsones".

9 Organización armada guevarista, surgida hacia fines de los años sesenta y liderada por Santucho (hasta su muerte, en 1976). Conformada inicialmente en la región noroeste del país (y especialmente en Tucumán), adquirió importancia en el escenario político nacional de inicios de los setenta.

10 En Argentina, este vocablo alude a la Revolución de Mayo de 1810 como momento fundacional de la nación, celebrado en su calendario de fechas patrias. Según el relato que se recrea todos los años en conmemoraciones (y especialmente en actos escolares), el cabildo de Buenos Aires convocó a un cabildo abierto para decidir la conformación de una junta de gobierno, deponiendo al virrey. Partiendo de este símbolo nacional, los militantes del movimiento definían su uso como un intento de "resignificar" esta tradición, enfatizando el papel de "los héroes jacobinos de la revolución".

11 Svampa (2005:254-255) da cuenta de este cambio en los discursos públicos sobre las organizaciones piqueteras. Merklen (2005: 78) se refiere al ciclo atravesado por los intelectuales.

12 Neiburg (1998) da cuenta de la centralidad de la pregunta por el peronismo en los orígenes de la sociología en Argentina.

13 Para una crítica de este encadenamiento, véase Masson (2002).

14 Se trata de un tipo de investigador-intelectual militante que "a la manera de esos vertebrados que poseen la capacidad de vivir en ambientes diferentes, sin cambiar por ello su naturaleza, lo propio del investigador-intelectual anfibio es su posibilidad de generar vínculos múltiples, solidaridades y cruces entre realidades diferentes" (Svampa, 2008:14).

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