Introducción
Los partidos políticos son una piedra nodal necesaria -pero no suficiente- del juego democrático, empero una de las singularidades de América Latina en las últimas décadas es la oscilación entre el cambio político y la crisis de representación, lo que derivó en el desapego a las siglas tradicionales y la proliferación de partidos nuevos (Levitsky, Loxton y VanDyck, 2016: 1-2). Son muy pocas las noveles organizaciones que logran perdurar y, muchos menos, establecerse como opciones reinantes electoralmente al desplazar a los partidos históricos y/o mayoritarios, tal y como sucedió en México con MORENA en la elección de 2018 para la Presidencia (Coppedge, 2000; López, 2005; Kestler, Lucca y Krause, 2017).
Luego de años de transitar la disputa política como fuerza social-electoral cohesionada en derredor a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), pero subsidiaria al Partido de la Revolución Democrática (PRD), en el año 2011 se conformó el Movimiento Regeneración Nacional (MORENA) como Asociación Civil, y en el 2014 se inscribió MORENA como nuevo partido. Al año siguiente tuvo un estreno electoral con buenos resultados en el centro y sur del país, especialmente en las grandes metrópolis donde se afincaba habitualmente el “lópezobradorismo”. Sin embargo, en la elección presidencial de 2018 consiguió un despegue electoral inusitado para la historia política reciente de México, al obtener la Presidencia con la alianza Juntos Haremos Historia que encabezaba AMLO, al vencer en todos los estados (salvo Guanajuato) y conseguir una fuerte mayoría en la Cámara de Diputados, el Senado y las contiendas electorales subnacionales (Aragón Falomir, Fernández de Lara Gaitán y Lucca, 2018).
El presente estudio se focaliza en la fisonomía y morfología de MORENA en su origen como partido nuevo (Liendo y Losada, 2015). Esto se debe, en gran parte, a la necesaria caracterización de una novel -pero central- organización partidaria en el derrotero mexicano contemporáneo, pero también por el diálogo y necesaria (re)formulación teórica en torno a los abordajes sobre la génesis partidaria. En este sentido, se parte del supuesto de que los partidos políticos son una institución política en sentido amplio, que tienen como horizonte de expectativas obtener, conservar y acrecentar el poder político de carácter representativo que se pone formalmente en disputa en un territorio determinado (Abal Medina, 2002; Schedler, 2000a).
Tomando en cuenta el derrotero teórico de los estudios sobre los partidos nuevos, es posible señalar que el institucionalismo acentuó la relevancia de las reglas formales en el juego político; el rational choice enfatizó el rol del cálculo de los actores en un marco institucional, debido a que servía de horizonte de certidumbre; y las miradas estructuralistas de tipo socio-históricas se focalizaron en la transformación de los patrones de significación que guían la acción humana (Hall y Taylor, 2003: 209). A partir de estos tres enfoques es posible establecer una distinción puramente analítica de las explicaciones sobre el origen partidario: enfatizar las condiciones institucionales; observar la dinámica de los actores, y advertir los cambios socio-estructurales (Kestler, Lucca y Krause, 2013).
A partir de esta distinción puramente analítica, se estudiará la génesis histórica de MORENA; sin embargo, alejándose de las habituales miradas que ponen el acento en la lógica teórico-deductiva o de “ilustración paralela de teoría” para explicar casos empíricos particulares (Tavits, 2008; Mustillo, 2009; Mainwaring, Gervasoni y Nájera, 2010; Van Dyck, 2014; Losada y Liendo, 2015; Zons, 2015; entre otros), aquí se pondrán en diálogo y tensión estas formulaciones teóricas a partir de una aproximación de tipo interpretativa y cualitativa que incorpore la cosmovisión de los propios partidarios de MORENA sobre su proceso histórico de movilización electoral y formulación como partido nuevo (Offerle, 2011: 199-202).
A través del análisis de las fuentes documentales del partido y entrevistas en profundidad a dirigentes, militantes y especialistas realizadas entre 2015 y 2018, se podrá saber cuáles son las explicaciones que tienen mayor peso en la militancia de MORENA para comprender su origen. Esto evitará caer acríticamente tanto en los derroteros pre-establecidos teóricamente por un lado, como reproducir sin intermediaciones la hegemonía ideológica de AMLO para explicar el surgimiento de MORENA como partido nuevo (Corbetta, 2003; Armony, 2005).
Para ello, el artículo se configura en tres grandes apartados, cada uno de los cuales aborda la génesis partidaria desde una perspectiva teórica y sus variantes internas, en debate con el devenir histórico de MORENA y la mirada de sus participantes. Esto permitirá aprehender en qué medida es posible entender a MORENA como un partido nuevo, pero también interrogarnos acerca de cuál es su novedad en el concierto político mexicano. De esta forma, la teoría y la política se ponen en diálogo en pos de descifrar el enigma que implica MORENA, así como también este espacio de interrogación se torna una arena potable para la reformulación teórica acerca de cómo estudiar los nuevos partidos (Hunter, 2010).
Génesis Institucional
Dentro de la mirada enfocada en las condiciones institucionales, un conjunto de autores vincularon la génesis partidaria con las reglas del sistema electoral, como es el caso de Maurice Duverger (1970); Douglas Rae, Víctor Hanby y John Loosemore (1971); Charles Hauss y David Rayside (1978: 43), Robert Harmel y John Robertson (1985: 405), entre otros. Ellos coinciden en que un sistema proporcional incentivaría la formulación de nuevas siglas partidarias, en tanto que un sistema mayoritario lo inhibiría. En el caso mexicano, aunque la elección presidencial es mayoritaria per se, desde su inscripción como partido el 9 de julio de 2014, MORENA tuvo la obligación de participar en la disputa electoral legislativa de 2015, donde claramente prima un sistema electoral mixto que le permitiría obtener escaños especialmente allí donde territorialmente se encontraba enraizado.
En esta disputa electoral a la LXIII Legislatura (2015-2018), llamó la atención el uso de un “sorteo” o “tómbola” entre los 3,000 militantes que participaban de las Asambleas Distritales para conformar 2/3 de las listas en disputa a representación proporcional. Con esto, quedaba en evidencia que MORENA se valía del sistema electoral proporcional como instancia para favorecer la participación interna y la renovación de las elites legislativas. Esto puede observarse en la evaluación que realizan algunos entrevistados:
Contrastando con la idea que tenían los partidos tradicionales como PAN y PRI de privilegiar esos espacios para sus principales dirigentes y asegurarles espacio en las tomas de decisiones en los congresos, en las legislaturas; MORENA planteó un sorteo donde todo aquel que quiere participar, se arma una preselección en una asamblea, y son todos aquellos que quieren participar. Se proponen 10 personas o 5 de cada sexo, y van a un sorteo que se hace por la circunscripción. De esta suerte, quien queda en los primeros lugares son los que irán en la lista. En ese sentido, MORENA no privilegia espacio para liderazgos, pero sí procura que participen gentes de base, en el entendido de que muchos de ellos son también motor de este partido-movimiento (Del Campo, 2016).
Dentro de esta perspectiva institucional, otros/as autores/as ponen el acento en las características del distrito electoral, como es el caso de Joseph Willey (1998), Gary Cox (1997: 203), Rein Taagepera y Matthew Shugart (1989: 112), o Scott Mainwaring, Carlos Gervasoni y Anabelle Nájera (2010), al señalar que un distrito de gran magnitud favorece la incorporación de nuevos contendientes partidarios, en tanto que las circunscripciones uninominales lo desalentarían. En el caso mexicano, estados de gran magnitud como el entonces Distrito Federal (DF) y Veracruz sirvieron, por un lado, de plataformas para la génesis partidaria y el éxito en el estreno electoral de MORENA en el 2015, y por otro, como base para su incursión en el resto del territorio -especialmente en los reacios swing-states del Norte- de cara a las presidenciales de 2018 (Navarrete Vela y Espinoza Toledo, 2017; Aragón Falomir, Fernández de Lara Gaitán y Lucca, 2018).
Otras miradas teóricas ponen el énfasis en las barreras para la inscripción de nuevas siglas partidarias, como es el caso de Simon Hug (2000), Ana María Mustapic (2013: 207) y Rodrigo Losada y Nicolás Liendo (2015: 39). La incursión de nuevos contendientes en el sistema de partidos favorecerían requisitos institucionales más laxos para inscribir legalmente partidos, o incluso para permitirles su supervivencia electoral o financiera. En el caso mexicano, aunque la barrera electoral es comparativamente baja, el artículo 11 de la ley general de partidos1 sirvió históricamente como un desincentivo institucional para la inscripción de nuevas organizaciones partidarias, puesto que cualquier sigla nueva con vocación de disputar la Presidencia debería tomar esa decisión cinco años antes, lo cual es un plazo muy lejano para el cálculo electoral o la supervivencia de organizaciones nuevas sin una estructura organizativa y/o financiera consolidada.2 Estos constreñimientos institucionales pueden verse fielmente reflejados en el diagnóstico de los propios dirigentes de MORENA.
... la legislación electoral vigente abre la puerta cada seis años para solicitar el registro como partido político nacional, si no aprovechamos el próximo mes de enero de 2013 para iniciar el trámite, nuestra participación político-electoral tendría que subordinarse a las dirigencias de los partidos electorales existentes, cargando con su falta de credibilidad, descrédito y distribución de cuotas partidarias (Santana Ángeles, 2013: sn).
Por último, otras argumentaciones enfatizan cómo las formas de gobierno (presidencial-parlamentaria) o de distribución territorial del poder político (unitario, centralizado, federal o descentralizado) favorecen o inhabilitan la formación partidaria. Con relación a la forma de gobierno, Hauss y Rayside (1978: 44); Juan Linz (1996: 7); Mainwaring, Gervasoni y Nájera (2010: 16), entre otros/as, plantean que el presidencialismo facilita el ingreso de líderes sin carreras partidarias que, a título individual (outsiders), presentan nuevas siglas partidarias ad hoc para competir en la contienda electoral. En cuanto a la distinción Federal/Unitario, Hauss y Rayside (1978: 45), Joseph Willey (1998), Arend Lijphart (2000: 185), Paul Lucardie (2000:180) o Josep Colomer (2001: 249), señalan que una mayor distribución territorial del poder político abriría más espacio para el ingreso de nuevos partidos. Incluso, autores como Pradeep Chhibber y Ken Kollman (2004) ponen el acento en cómo la descentralización política, pero sobre todo económica, es igualmente un acicate a la formación de nuevos partidos.
Primero, en el ámbito mexicano, la disputa presidencial de 2018 tuvo la particularidad de que la incorporación de outsiders se diera en el PRI (como fue el caso de José Antonio Meade Kuribreña). En MORENA, por un lado, aunque AMLO buscase presentarse como un outsider de los partidos establecidos gracias a su prédica movimientista, él era plenamente un insider de la política mexicana por su derrotero previo en el PRI, el PRD y su gestión al frente del DF; por el otro, en la cara del partido tanto hacia la organización como hacia el electorado, los dirigentes públicos de MORENA eran políticos de múltiples partidos o militantes con una profusa participación desde el 2005/2006 en la conformación del “lópezobradorismo”, con lo cual difícilmente puedan ser considerados outsiders en sentido pleno.
Segundo, si bien en tanto movimiento social-electoral (2005-2012) MORENA tenía una organización reticular motorizada por una amplia participación ciudadana heterogénea cohesionada en derredor a AMLO, la formalización partidaria no derivó en una estructura diferente a la de los demás partidos tradicionales, ya que por un lado utilizó el “dedazo” como mecanismo para la selección de candidatos, puesto que AMLO designó quienes serían los “protagonistas de la soberanía nacional” que fungieron de caciques territoriales en la promoción del voto y luego de candidatos principales, independientemente de los designios de las bases electorales. Por el otro, si entre 2005-2012 MORENA se estructura de manera plural a partir de “colectivos en defensa”, “brigadas”, “círculos de estudios”, “comités” y demás formaciones territoriales ancladas en el voluntariado político, en el 2011 como asociación civil adquiere una estructura similar a la que establecen habitualmente las organizaciones partidarias de izquierda (en este caso MORENA Laboral, MORENA Verde, MORENA Internacional, MORENAje, etcétera). Y una vez inscripto como partido, no perdió su aprendizaje en el PRD, ya que muchos de sus dirigentes e incluso facciones (como, por ejemplo, el Grupo de Acción Política liderada por Higinio Martínez, que era casi un tercio del PRD) se sumaron de forma conjunta en la estructura interna de MORENA (Bolívar Meza, 2013: 91). Parte de este proceso anteriormente descrito puede advertirse en la mirada de los activistas de MORENA:
El cambio ahí se sintió en lo organizativo. Pasar de ser un militante de base de un movimiento social a pasar a ser un militante de un partido, donde te tienes que plegar, porque además aunque tu quieras en un partido ser horizontal... esto no es cierto, porque no conozco caso donde un partido sea horizontal... hay verticalidad de arriba para abajo. Entonces ahí hubo un quiebre importante. Porque muchas personas que venían trabajando dentro, voluntariamente, pues ya no pueden, ya no participan formalmente. (...) Muchos de los militantes medios del PRD se insertan en MORENA. Y ellos tienen dinero y clientes. Se insertan y ganan muchos espacios. Si tu revisas la dirigencia de MORENA en estos primeros años, y ves su historia, te darás cuenta de que muchos no son nuevos (Sánchez Glez, 2016).
Hubimos el 15% que votamos porque no fuéramos partido, yo incluido. Entonces, ahí vino la siguiente parte... si así lo decidió esta mayoría nos vamos a consti- tuir y vamos a designar a 9 u 11 delegados que van a asistir a una Asamblea Cons- tituyente Estatal, y después se van a elegir los delegados para la Asamblea Constituyente Nacional, que diga la decisión y la convicción de los ciudadanos de conformarse como partido político. En la decisión de esos delegados nos encontramos con que la estructura partidaria del PRD, del cacique del lugar, Clara Brugada, ya tenía 6 o 7 lugares dados en el lugar donde yo vivo (Flores Rojas, 2016).
Por último, aunque sería de esperar que MORENA tuviese -en términos de Ángelo Panebianco (1990) - un modelo genético por difusión, debido a la histórica concentración burocrática y territorial de poder del PRI, su característica principal es la de un origen por penetración territorial gracias al enraizamiento del “lópezobradorismo” en la Ciudad de México, de forma homónima al proceso de surgimiento de nuevos partidos desafiantes latinoamericanos con base en las capitales o grandes metrópolis (Benítez Medina, 2013: 294; López, 2005; Kestler, Krause y Lucca, 2017).
Aunque la teoría institucionalista ponga el acento en el federalismo y la descentralización como incentivo a la formación partidaria, cabe señalar que, por un lado, el impacto del traspaso del DF a una entidad autónoma (CDMX) fue posterior a la génesis de MORENA; y por otro, la proliferación de nuevas siglas y fragmentación partidaria ha sido una constante latinoamericana durante las últimas tres décadas, más allá del nivel de centralismo o federalismo en términos territoriales de la cual México no es una excepción.
Los agentes del origen partidario
Dentro de la mirada teórica que pone el acento en los actores individuales o colectivos -y su cálculo y agencia- para formar nuevos partidos, sin lugar a dudas el mayor acervo de estudios ha puntualizado el rol nodal de los líderes, como son los casos de la propuesta de Robert Michels (1911 [1969]), Otto Kircheimer (1966), Panebianco (1990), John Aldrich (1995), Doug Perkins (1996), Paul Lucardie (2000), Hauss y Rayside (1978: 38), por mencionar algunos/as. Inclusive, en los estudios de los partidos políticos latinoamericanos, el rol de los líderes ha sido una explicación preponderante, ya fuere por el rol del caudillismo en la historia latinoamericana (Baquero, 2000: 72-73), la proliferación de “políticos sin partidos” (Cavarozzi y Casullo, 2002: 14), la multiplicidad de estilos de liderazgos que dan origen a los partidos (Alcántara, 2001: 14), o incluso por la impronta del populismo (Freidenberg, 2007).
Esta perspectiva enfocada en el líder es una de las más productivas dentro de la Ciencia Política mexicana, el debate público en este país e incluso dentro de la militancia de MORENA, puesto que consideran que AMLO tuvo un centralidad (y centralización) inusitada en múltiples momentos históricos del origen partidario: primero, al destacarse como Jefe de Gobierno del DF por encima de su adscripción al PRD; segundo, porque frente al intento de desafuero impulsado desde la Presidencia (Vicente Fox) en el 2005, generó una gran activación de masas por fuera de los partidos pero cohesionada en derredor suyo; tercero, tras la derrota e impugnación electoral de 2006, AMLO inició un “movimiento social de tipo electoral” que se condensó en la figura del “Gobierno Legítimo” y en él como única estelaridad visible; cuarto, porque la tensión interna con los sectores que comandaban la estructura del PRD (“los chuchos”), que paulatinamente se volcaban hacia el centro o la reiteración de prácticas tradicionales de los partidos, fortaleció su figura como único líder alternativo dentro del concierto partidario. Si a ello se le suma la atracción electoral que ejercía AMLO en las diversas contiendas electorales, la institucionalización de MORENA como Asociación Civil y luego como sigla partidaria, ya contaba con una fuerza social electoral (el “lópezobradorismo”) que ya funcionaba como un partido en la práctica (Bolívar Meza, 2013 y 2014). De este derrotero pueden ser muestras ineluctables los siguientes testimonios:
Andrés Manuel López Obrador es el único líder político que ha recorrido y conoce todo el territorio nacional, y continúa haciéndolo para promover la organización popular (AA.VV., 2011, p. 22).
Tenemos líder, tenemos organización, construyamos al partido y refundemos la izquierda (Santana Ángeles, 2013, sn).
El partido MORENA, aunque es reciente, es la consecuencia lógica de un movimiento social que se vino gestando desde, al menos 2005, en torno a la figura de AMLO (Carrasco Aguilar, 2016).
Es solo AMLO. Desgraciadamente no existe alguien con ese arrastre, con ese carisma que tiene AMLO. Desgraciadamente lo vimos cuando le dio su infarto, que todos decíamos: “¿y ahora quién?” Nos encontramos con que no hay alguien de esa fuerza. Hay sí, personas e intelectuales... pero de los políticos no tenemos quien pudiera tener esa fuerza” (Peñaloza, 2016).
“ ¿Puede ser una persona que concentre todas las decisiones? Yo creo que sí. (...) Ha sabido AMLO concentrar el poder, y concentrar las voluntades. No se si aplaudírselo o tenerle pavor, pero de que lo sabe hacer no hay duda” (Sánchez Glez, 2016).
Dentro de los análisis sobre los líderes y la génesis partidaria, una vertiente ha puesto el énfasis en el cálculo racional de costos/beneficios que las principales dirigencias políticas realizan para ingresar en la disputa electoral con una nueva sigla, desvincularse de un partido en el que se encuentran insertos, o bien migrar hacia una nueva fuerza política (Aldrich, 1995: 36; Cox, 1997; Mair, 1998: 8; Tavits, 2006; Lago y Martínez, 2011: 8). A pesar del encono entre AMLO y la dirigencia del PRD, por un lado, y la formación en paralelo de un movimiento social-electoral y/o partido informal, por el otro, resulta llamativo analizar porqué MORENA no surgió antes. Existirían múltiples respuestas: Primero, el “lópezobradorismo” tenía el desincentivo institucional de tener que inscribir una nueva sigla en el 2007 para competir en el 2012, cuando internamente tenía puesta la mirada en la fuerte puja por la dirección del PRD contra Jesús Ortega (Bolívar Meza, 2013: 298). Segundo: la gran mayoría de los/as morenistas entrevistados señala que a pesar de una fuerte organización territorial, el “lópezobradorismo” no contaba con los recursos materiales como para desprenderse del PRD y hacer frente a los costos de una campaña presidencial. Tercero: aducen que en términos ideológicos la tensión AMLO-PRD no era lo suficientemente radical como para quemar las naves, como lo demuestra la disputa entre AMLO y el PRD por Iztapalapa en el 2009, cuando AMLO llamó a votar por un desconocido (“Juanito”), candidato del PT, para horadar a la candidata oficial del PRD.
Tras la derrota electoral de 2012, el anuncio de la firma del Pacto por México entre el presidente electo Enrique Peña Nieto y Gustavo Madero Muñoz (PAN), Jesús Zambrano Grijalva (PRD) y Cristina Díaz Salazar (PRI), activó la escisión del “lópezobradorismo” del PRD y la inscripción formal de MORENA como partido (Espejel Espinoza, 2016). El propio AMLO señaló el 7 de junio de 2014 en sus redes sociales:
Sólo para informar, sin ánimo de ofender a nadie, dejé de ser militante del PRD porque los dirigentes de ese partido apoyaron a epn en el llamado Pacto por México (...) Los dirigentes y la mayoría de los legisladores del PRD aprobaron la reforma fiscal (aumentos de impuestos y del precio de las gasolinas) y con su colaboracionismo limpiaron el camino para la privatización del petróleo. Además, considero que ser de izquierda, más allá de cualquier otra consideración, es tener buenos sentimientos y ser honesto. No es de izquierda el que le da la espalda al pueblo, ni es de izquierda el político corrupto (Diario Reforma, 7 de junio, 2014, “Dejé el PRD porque entró en el Pacto: AMLO”).
Paradójicamente, este distanciamiento ideológico entre AMLO/MORENA con los partidos establecidos convive con un creciente pragmatismo estratégico de los primeros, que los lleva a evocar principios e ideas clásicas del PRI (como el nacionalismo revolucionario), realizar una moderación discursiva para ocupar el centro electoral (con consignas como las de una “República amorosa”) y diagramar una alianza electoral heterogénea (que va desde evangélicos a sindicalistas, desde empresarios a futbolistas, entre otros) (Monsiváis-Carrillo, 2018: 17 y 21; MORENA, 2014a: 10).
Dentro de la perspectiva teórica que focaliza en los actores, se acentúa la importancia de las élites y las organizaciones sociales y políticas como base para la creación de nuevos partidos. Allí existe una extensa literatura que aborda las organizaciones auspiciantes de los nuevos partidos políticos, la transformación de los movimientos sociales en nuevas organizaciones partidarias, el ingreso de nuevas élites y bases sociales en la formulación de una nueva sigla partidaria, entre otros aspectos (Hauss y Rayside, 1978: 43; Ignazi, 1996: 555; Perkins, 1996: 368; Lucardie, 2000: 176-179; Sawicki, 2011). Gran parte de la literatura politológica mexicana, el debate público y los posicionamientos dentro de MORENA, señala a AMLO como un líder social con ribetes populares y a MORENA como un movimiento social que derivó en partido. Como se señaló previamente, AMLO ha sido desde sus inicios un líder netamente político, ya que su foco estuvo siempre en la disputa electoral, y su actuación fue enteramente dentro de las instituciones partidarias, con lo cual sería inconducente considerarlo un líder de origen social que da cauce a la formación de un partido, como es el caso de Evo Morales y los cocaleros en Bolivia o de Lula da Silva y el novo sindicalismo en Brasil.
En cuanto a MORENA como movimiento social, cabe señalar que al momento de su inscripción como partido convergen: por un lado, el “lópezobradorismo” en tanto movimiento electoral gestado en los agravios del desafuero (2005), el fraude (2006) y la corrupción del PAN y PRI; y por el otro, un gran acervo de líderes y dirigentes provenientes del PRD y otros partidos de izquierda. Aunque esta tensión se manifestó en algunos momentos, las posiciones de los principales dirigentes nacionales de MORENA al momento de discutir el viraje de organización civil a partido, dan muestra elocuente de que el lópezobradorismo y MORENA como asociación civil fungían más de partido que de movimiento social:
MORENA es la más consistente agrupación de la izquierda en la historia de México, un movimiento con principios, programa, estructura y liderazgo en lucha por el cambio verdadero con métodos pacíficos y desde la sociedad. MORENA es un gran movimiento plural e incluyente, pero en la práctica es también un partido, más partido que muchos de los que dicen serlo (Bartra, 2013).
MORENA es un movimiento y en la práctica también actúa como partido (...) MORENA es uno de esos movimientos que son sujetos políticos pero que a la vez son sociales y es esta doble condición la que permite que el cuestionamiento del régimen actual permita también confrontar las propias estructuras sociales que le dan sustento al ser parte de las estructuras antidemocráticas; y a la vez nos permite establecer en la práctica y como proyecto una nueva relación Estado - sociedad (Concheiro Bórquez, 2013).
Asimismo, resultaría difícil considerar plenamente al movimiento electoral gestado entre 2005 y 2014 como un movimiento social, ya que aunque su organización fue flexible, su discurso transversal, su identidad sólidamente articulada en torno a los designios de AMLO y los recursos principalmente simbólicos de los que se valió, su espacio preferente de acción fue el institucional y su relación con el poder -aunque conflictiva- se anclaba en la pretensión de reemplazar la elite gobernante (Marti i Puig y Rovira i Sancho, 2017: 281-282). El “lópezobradorismo” surgió con vocación electoral y, como tal, MORENA es la consecuencia partidaria de una alternativa a las estructuras disponibles. Por ende, MORENA debe ser considerado más un partido nuevo, que un movimiento social que pasó de la arena social y contenciosa a la política institucional.
Cambios socio-estructurales
Una última vía analítica para pensar la formación partidaria enfatiza cómo los cambios socio-estructurales dan cauce a nuevas organizaciones. En su obra clásica, Maurice Duverger señalaba cómo el cambio hacia una sociedad de masas y la ampliación de la ciudadanía electoral alentaba “desde fuera” la génesis de nuevos partidos (Duverger, 1970: 26-27; 55). Ambos procesos a los que alude Duverger tienen un correlato diferente en los casos latinoamericanos. Particularmente en México, la compleja transición y consolidación hacia un régimen electoral plenamente democrático durante las décadas de 1980 y 1990 puede ser pensado como una instancia de ampliación de la ciudadanía electoral y, por ende, un acicate para la aparición de nuevas fuerzas partidarias. Aunque parece difícil pensar que esta coyuntura histórica sea desencadenante para la formación de MORENA -salvo por su herencia perredista-, la inconclusa democratización del sistema político era un aspecto caro al discurso de AMLO, constitutivo del “lópezobradorismo” y sustantivo a la génesis de MORENA, tal y como queda de manifiesto a continuación:
El Estado mexicano está bajo el control de una minoría que utiliza el poder público en su beneficio. La oligarquía tiene secuestrada a las instituciones. La Constitución se viola sistemáticamente. Las elecciones no son libres y auténticas (MORENA, 2014b: 22).
México es un país injusto, polarizado (ricos-pobres, ciudad-campo, indios-mestizos, hombres-mujeres) y (...) un orden antidemocrático regido por oligarcas enriquecidos a la sombra del poder y a costa de la nación, empeñados en conservar los privilegios y complicidades que obtienen de su maridaje histórico con el Estado y en mantener el control directo del poder político, porque ya orquestaron tres fraudes electorales contra nosotros (Bartra, 2013: sn).
El desafuero: ése es el punto de inflexión, porque la gente, la ciudadanía, un poco harta de que le digan qué tienen que hacer, deciden ir a la calle y defender un proyecto, que no necesariamente defendían a AMLO, pero defendían un proyecto de ciudad y de poder votar, y no de que le dijeran qué tener que votar. Entonces, más allá de la simpatía por AMLO o no, era una defensa de la democracia” (Sánchez Glez, 2016: sn).
Dentro de las perspectivas teóricas que ponen el acento en los cambios socio-estructurales, otra explicación extendida se articula en derredor al concepto de “clivaje”, entendido como una fractura social sustantiva que se torna políticamente relevante manifestándose en la pugna partidaria. Seymour Lipset y Stein Rokkan (1967) postulaban que los partidos modernos nacerían de los clivajes que se generan en los procesos de configuración del EstadoNación y de la Revolución Industrial. Sin embargo, algunos años después, en pleno auge de los nuevos movimientos sociales y la democratización de Europa Central y Oriental, múltiples autores/as señalaron la necesidad repensar la aparición de estas nuevas expresiones sociales, cambios políticos y modificación de las orientaciones normativas (value change) que tenderían a plasmarse posteriormente en nuevas organizaciones partidarias, como es el caso de Lijphart (1981), Ronald Inglehart (1991: 45), Piero Ignazi (1996: 556), Herbert Kisthelt (1998), Simon Hug (2001), Daniel-Louis Seiler (2001), Fer- dinand Müller-Rommel (2002), Ingrid van Biezen (2003), Allan Sikk (2011), entre otros/as.
En América Latina, la noción de clivajes ha tenido múltiples formulaciones, críticas y apropiaciones, por ejemplo: las propuestas de Robert Dix (1992) acerca del desfase entre los procesos históricos según Lipset y Rokkan en los casos latinoamericanos; formulaciones como las de Alfredo Ramos Jiménez (2001: 88) que identifican tres grandes revoluciones (Oligárquica, NacionalPopular y Democrática) donde se forjan los clivajes y partidos latinoamericanos; o múltiples estudios de casos que distinguen los clivajes particulares de diferentes países, como por ejemplo el estudio de Martin Alessandro (2009) para Argentina y John Polga-Hecimovich (2014) para Ecuador.
En México, autoras/es como Guadalupe Pacheco Méndez (2003) y Rubén Torres Martínez (2012) pusieron el acento en los clivajes Rural-Urbano, Centro-Periferia y Estado-Iglesia como los principales articuladores de los partidos tradicionales (PRI-PAN). Sin embargo, para el caso de MORENA, difícilmente estas explicaciones son concurrentes y, en todo caso, habría que repensar su génesis al calor de una evocación tardía de la matriz nacional y popular que, a falta de un adjetivo más ajustado, Flavia Freidenberg denomina “populismo contemporáneo” (Freidenberg, 2007: 177; Torres Martínez, 2012: 28; Ramos Jiménez, 2001).
Esta evocación nacional y popular de MORENA es una estrategia discursiva de disputa por el sentido del orden que se entrecruza con una expresión “tardía” del giro a la izquierda latinoamericano, donde se condensa el contraste con el imperio de la matriz mercado-céntrica de corte neoliberal reinante desde la década de los ochenta y la anteposición al status quo y burocratización de las élites dominantes (Panizza, 2009). En resumidas cuentas, es posible señalar que si en sus orígenes el PRD buscó apoderarse del componente nacionalista de raigambre priísta, AMLO y MORENA le anexaron a esta trasposición nacionalista un fuerte componente popular, en el que la voz “pueblo” es una comunidad de sentido hegemónica que se encuentra fuertemente agraviada, como puede observarse claramente en la Declaración de Principios y el Programa del partido:
Este régimen de opresión, corrupción y privilegios es un verdadero Estado mafioso construido por la minoría que concentra el poder económico y político en México (...) MORENA surgió con el propósito de acabar con este sistema de oprobio, con la convicción de que sólo el pueblo puede salvar al pueblo y que sólo el pueblo organizado puede salvar a la nación (MORENA, 2014a: 8).
MORENA lucha por el cambio de régimen por la vía electoral pero también convoca al pueblo de México a movilizarse para resistir las reformas neoliberales y las políticas antipopulares, apoyar las demandas populares e impulsar el cambio verdadero (...) MORENA llama a cambiar este régimen en el terreno político y por la vía pacífica y electoral para establecer en México una verdadera democracia, un gobierno del pueblo y para el pueblo (MORENA, 2014b: 17 y 18).
Otra extensa formulación sobre la génesis partidaria por cambios socioestructurales, enfatizó las crisis y coyunturas críticas. Joseph LaPalombara y MyronWeiner (1966: 14) vincularon el surgimiento de nuevos partidos con las crisis inherentes al proceso de modernización (legitimidad, integración o de participación). Seguidamente, autores como Kay Lawson (1976) apuntaron que, en realidad, la formación partidaria suele acontecer en instancias de crisis sistémicas o conjugación de las tres situaciones que plantearan LaPalombara y Weiner. Repensando los casos latinoamericanos, Lawrence Boudon (1996) señala que el carácter endémico de las crisis en la región explica la extensa y constante proliferación y desaparición de nuevas siglas partidarias. En cuanto a las explicaciones ancladas en las coyunturas críticas, autores como Kenneth Janda (1980) o Ruth y David Collier (2002) plantearon que es en estos “momentos de verdad” en los que se produce la fusión o escisión de partidos prestablecidos, el surgimiento de nuevos liderazgos y, por ende, la formación de nuevos partidos.
Si pensamos la génesis de MORENA, éste se estructura en su animadversión frente a los partidos establecidos, teniendo en el desafuero en el 2005 y el fraude en el 2006 el agravio para una nueva movilización electoral que funda el “lópezobradorismo”; en el regreso en el año 2012 del PRI a la Presidencia y la connivencia entre PRI-PAN-PRD en el Pacto por México, como los determinantes para su formalización como sigla partidaria; y en el hartazgo frente a la corrupción y los niveles de violencia, una base efectiva en contra de la desafección ciudadana para plantear una alternativa electoralmente creíble de cara a 2018 (Aragón Falomir, Fernández de Lara y Lucca, 2018).
Una mirada panorámica que explique en estos términos la génesis de MORENA debe tomar en cuenta el proceso de gran transformación que ha vivido México en las últimas décadas, que va desde la erosión de la “dictadura perfecta” del PRI, pasando por la democratización y posterior alternancia partidaria hacia el año 2000, pero sobre todo poniendo en evidencia la crisis de representación de las organizaciones tradicionales y, particularmente, el discurso sobre la crisis de participación del sistema político en la que se ancla MORENA. En este marco, una propuesta de “regeneración” política no sería más que la resultante de una estructura de oportunidades para el surgimiento de nuevos partidos, tal y como postulan los/as propios partidarios/ as de MORENA a continuación:
MORENA surge como movimiento social cuando los conflictos políticos no pueden ser procesados básicamente por las instituciones y aparatos del Estado, entre las que destaca el sistema de partidos políticos (Concheiro Borquez, 2013: sn).
Refundar la izquierda, convirtiendo a MORENA en partido político en este momento histórico, es abrir un camino para el necesario relevo generacional, es limpiar a la izquierda de cacicazgos incapaces, ineficientes y faltos de convicción. Es la oportunidad de realizar un trabajo para preparar, concientizar y capacitar a una nueva generación de dirigentes políticos, que aprovechen la experiencia de lucha de varias décadas de nuestros actuales dirigentes (Santana Ángeles, 2013: s/n).
¿Es MORENA un partido nuevo?
Sin lugar a dudas, MORENA es tanto para especialistas y partícipes de dicha organización un partido nuevo en el espectro político mexicano, así como también un acicate y motor para la metamorfosis del juego político partidario en este país, especialmente tras su victoria en el año 2018. Sin embargo, aunque esto parece un hecho ampliamente compartido, ello no distingue con claridad cuál es su “novedad”. En el debate teórico sobre las organizaciones partidarias nuevas, existe una enorme diversidad de perspectivas para aprehender la “novedad” de estos partidos, que analíticamente pueden ordenarse en términos de su escala de abstracción, desde definiciones estrechas hasta conceptualizaciones más amplias o densas (Collier y Levitsky, 1998; Litton, 2015: 2).
En primer lugar, es posible encontrar definiciones con un nivel de abstracción mayor que plantean a la novedad a partir de un criterio temporal: la edad y/o fecha de estreno en la disputa electoral (Harmel, 1985: 405; Bolleyer, 2012: 322; Hug, 2001; Mair, 1999). En el caso de MORENA, su novedad en el sistema político mexicano es inexpugnable, habida cuenta de su reciente inscripción como partido (2014) y su novel incursión en la arena electoral (2015).
En segundo lugar, es posible encontrar conceptualizaciones que acentúan la novedad a partir de criterios restrictivos: cuando no existe ninguna continuidad de las élites, en idea o real con formaciones previamente establecidas o tradicionales (Tavits, 2008: 122; Sikk, 2005: 10 y 11). Si este criterio es excluyente para reconocer un partido como “novedoso”, por lo antes dicho, MORENA no debería ser considerado como tal, aunque como criterio resultaría inconducente para los casos latinoamericanos, donde surgen nuevas fuerzas que son generalmente fugaces. Las élites partidarias establecidas (insiders) suelen incorporar (y cooptar) rápidamente a los outsiders, y la novedad ideológica responde mayoritariamente a un clivaje de gobierno-oposición que alienta el pragmatismo, antes que fracturas ideológicas clásicas o incluso post materialistas.
En tercer lugar, existen otras conceptualizaciones que añaden un criterio sustantivo, al observar si estos partidos incorporan valores, temáticas y élites noveles al sistema político o inclusive en qué medida son los responsables de la transformación del sistema de partidos (Kitschelt, 1997: 141; Willey, 1998: 657; Lucardie, 2000; Capoccia, 2002; López, 2005; Kestler, Krause y Lucca, 2013). Para el caso de MORENA, éste es sin lugar a dudas uno de los aspectos donde la “novedad” se manifiesta con mayor claridad, habida cuenta de la apropiación de un discurso refundacional, contrario al establishment partidario y las prácticas políticas tradicionales, que busca incorporar a aquellas élites y militantes ajenos al PRD que se sienten representadas en el “lópezobradorismo”, generando un desafío al status quo partidario del PRI-PAN-PRD, irrumpiendo y transformando el juego político sin que ello lo convierta en una fuerza política antisistema o plenamente desleal al sistema democrático representativo mexicano.
Un cuarto conjunto de definiciones observa las características funcionales e identitarias del partido, en pos de analizar en qué medida su denominación, forma de organización y modalidad de intervención en las arenas políticas, son “novedosas”, “tradicionales” o bien situaciones intermedias. Si tomamos la propuesta de Krystyna Litton (2015), aunque la denominación de MORENA como partido es nueva, ni su estructura de liderazgo ni su orientación programática lo son enteramente, ya que, por un lado, muchos de sus dirigentes fueron parte principalmente del PRI y el PRD con anterioridad y, por el otro, la directriz ideológica del partido conjuga reminiscencias del magma ideológico en el que se fundó el PRD, un componente nacional y popular claramente priísta, y que además presenta aspectos más recientes de impugnación a la pulcritud, competitividad y democratización del sistema político mexicano propios del “lópezobradorismo” gestado en el 2005 y 2006. Si, por el contrario, tomamos la reelaboración que hacen Shlomit Barnea y Gideon Rahat (2010: 306) del clásico estudio de V. O. Key en torno a las caras del partido (en el electorado, la organización y el gobierno), es posible señalar que la novedad de MORENA se manifiesta más en su denominación, estatus legal y base de votantes y activistas, que en sus postulados ideológicos, el formato de la estructura institucional del partido y la orientación de la política pública que proponen.
En resumidas cuentas, en este artículo puede observarse cómo las explicaciones teóricas disponibles, antes que ser planteamientos que se contrapongan, son un conjunto de formulaciones y argumentos a los que la militancia partidaria apela sistemáticamente, tal y como puede observarse en el ahínco que expresan en torno a la génesis de MORENA como movimiento heredero de una transformación de la democracia representativa mexicana, en la cual AMLO ocupó un rol estelar y las reglas de juego modelaron fuertemente sus horizontes de expectativas en torno al cambio. Asimismo, del análisis anterior queda de manera evidente que la novedad de MORENA anida antes en su capacidad de irrumpir en el sistema partidario con capacidades de interpelar a los partidos establecidos y posicionarse como fuerza política capaz de imponer una idea de cambio de época, antes que fortalecerse como un partido político con prácticas, estructuras organizativas y elite políticas enteramente nuevas.