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José María Morelos y Pavón1
Introducción
A finales de 1811, José María Morelos y Pavón capturó Cuautla. El general Félix María Calleja intentó arrebatársela el 19 de febrero de 1812, pero fracasó y sometió a la población al hambre, la sed y 72 días de combates y sitio con funestas consecuencias para los defensores. Según un desertor insurgente, las bombas y granadas habían “abjurado muchas casas, y que lo mismo han hecho en iglesias, y que ha muerto tanta gente, tanto en el pueblo como en la hacienda”.2 El objetivo del presente ensayo es explorar las raíces del descontento en Cuautla, los mecanismos de reclutamiento insurgente, así como las consecuencias del asedio en los defensores y la población cuautlense.
La historiografía posee diferentes perspectivas del sitio. Carlos María de Bustamante apologizó la actuación del cura Morelos mientras Lucas Alamán justificó el papel de Calleja durante el asedio.3 Niceto de Zamacois fue el primer historiador decimonónico en atender los padecimientos de los cuautlenses durante y después del asedio, utilizando los procesos de infidencia para reconstruir los estragos de la guerra.4
En el siglo XX Luis Chávez Orozco realizó una monografía militar sustentada en documentación inédita, aunque continuó con las directrices esbozadas por Bustamante.5 Irving Reynoso Jaime cuestiona la visión épica de Bustamante y demuestra que el asedio no ha sido propiamente estudiado, sino presentado como un suceso inherente a los caudillos insurgentes y realistas.6 Pero ¿cuál fue el papel de los individuos que no pertenecían a la cúpula militar? El único trabajo que intenta responder esta cuestión es el de Carlos Barreto Zamudio, quien considera las cuestiones étnicas y religiosas para explicar el alistamiento cuautlense a la insurgencia;7 sin embargo, soslaya los conflictos preexistentes en Cuautla para interpretar la adhesión a Morelos.
El presente artículo pretende cubrir tal vacío a partir de tres apartados. El primero analiza el descontento en Cuautla durante el siglo XVIII para interpretar los móviles de la revolución. El segundo presenta los padecimientos de los sitiados frente al asedio y un estudio prosopográfico para explicar su reclutamiento o deserción a través de las causas de infidencia.8 El último analiza la situación de Cuautla tras el asedio. Los conflictos socioeconómicos entre comunidades y hacendados causaron simpatía hacia la rebelión; no obstante, el alistamiento forzado o indirecto también desempeñó un papel importante en la conformación del ejército rebelde. Durante el cerco, los sitiados abandonaron Cuautla en virtud de la guerra (bombardeo), el hambre, la muerte y la conquista que, según la tradición católica, representan los cuatro jinetes del Apocalipsis que anuncian el fin de los tiempos.9
El preludio del sitio
En 1810 Miguel Hidalgo se sublevó y parte de la población novohispana lo siguió. ¿Por qué? Esta pregunta ha sido tratada desde múltiples enfoques y metodologías. En el actual estado de Guerrero y la Oaxaca ocupada por Morelos (1812-1814), algunos sectores sociales veían con resentimiento la dominación económica de los españoles.10 Para el caso de la Huasteca, los rebeldes buscaban reestructuración política y resolver inquietudes étnicas.11 En Atlacomulco, Intendencia de México, la rebelión derivó de conflictos por la tierra, disputas por el poder político, vendettas personales e hispanofobia.12 En el Bajío la primera matanza de la Alhóndiga de Granaditas fue provocada, además del asalto insurgente, por un motín de hambre, resentimientos socioeconómicos y la defensa del catolicismo frente a los españoles imaginados como “afrancesados”, “ateos” y “judíos”.13
Desde una perspectiva general, John Tutino insiste en la necesidad de observar la guerra de 1810 como una serie de guerras dentro de la guerra misma. Tutino encuentra insurgencias políticas y populares. Las primeras buscaban autonomía o independencia; las segundas, reivindicar las luchas por la tierra o resolver antiguos conflictos locales. Juan Ortiz Escamilla retoma los intereses políticos de los criollos, pero también la restitución de tierras, la desaparición de las cajas de comunidad, tributos y servicios personales que sufrían los indígenas.14
Desde una perspectiva regional, Brian R. Hamnett encuentra las raíces de la insurgencia en las tensiones locales previas a 1810.15 Si partimos de esta lógica de la rebelión focalizada, ¿cómo explicar la adhesión al cura Morelos en la tierra caliente? Von Mentz señala, para el caso de Cuernavaca, que la pobreza, los impuestos, el deseo de botín, los tributos, la “voracidad” de las élites económicas -inversionistas, comerciantes y hacendados españoles-, que acaparaban el numerario y habían destronado al virrey José de Iturrigaray en 1808, eran las bases del descontento.16 Hamnett propone cuatro causas para interpretar la rebelión: las cargas fiscales, los conflictos por la tierra -incluye fricciones laborales entre hacendados y sus trabajadores-, los cambios en las prácticas mineras y la hambruna.17
A diferencia del Bajío donde la sequía de 1809 ocasionó hambruna, Cuautla mantuvo su fertilidad e incluso suministró maíz a los lugares afectados.18 Descartó el hambre como descontento socioeconómico. Lo mismo sucedió con las cuestiones mineras porque Cuautla no poseía yacimientos. Finalmente, la bibliografía especializada sugiere que más allá de las cargas fiscales, el descontento requiere otras explicaciones.
John H. Coatsworth divide las causas del descontento rural en: 1) la expansión de las haciendas a costa de los pueblos de indios frente al aumento demográfico y la escasez de tierras cultivables; 2) las fluctuaciones económicas a corto plazo y la baja en la producción agrícola (sequías), y 3) el aumento de cargas fiscales.19 Con esto pretendo demostrar que el descontento en Cuautla se debió, en efecto, al conflicto por las tierras, pero también a la hispanofobia, la lucha por el agua y las fricciones laborales en las haciendas.
Los hacendados de Cuernavaca-Cuautla eran al mismo tiempo funcionarios, inversionistas de minas, eclesiásticos y comerciantes.20 Existen estudios de cómo los funcionarios reales y los curas párrocos, muchas veces españoles peninsulares, sufrieron motines debido a su abuso de poder y exigencias de servicios personales.21 Además, los tenderos peninsulares a menudo engañaban con el peso y el tamaño de sus productos a los novohispanos, especialmente el pan. Esto, según Hamnett, “fue una fuente importante de tensión social”.22 El otro problema fue el conflicto por la tierra.
De acuerdo con Von Mentz, existían tres modelos de pueblos en la tierra caliente: 1) uno de indios, 2) uno de mestizos o mulatos y 3) los pueblos-empresas. Los dos primeros practicaban la agricultura de subsistencia y el trabajo artesanal. El tercero, en cambio, poseía mulatos y mestizos como su principal fuerza de trabajo. Estos lugares, a diferencia de los dos primeros, “se encuentran en torno a la hacienda o dentro de ellas”.23 Cuautla era uno de ellos y al menos la mitad de su población servía en la producción azucarera. Lo anterior originó dependencia entre hacendados y cuautlenses, quienes dejaron de producir insumos y artículos para el autoconsumo (ropa, alfarería, trabajos de madera, entre otros), lo cual los hizo integrarse a los mercados regionales de la ciudad de México y Toluca.24 Esta subordinación también ocasionó conflictos por la tierra.
Durante el siglo XVIII las haciendas azucareras despojaron a las repúblicas de indios de tierras, montes y bosques para incrementar su producción. Esta situación se agudizó porque la población indígena también aumentó y buscó recuperar las propiedades que los hacendados poseían.25 Sin embargo, como apunta Sánchez Santiró, “a la altura de 1810 la hacienda había conseguido arrinconar a los pueblos de indios y a los labradores independientes a una posición de subordinación”.26 Frente al avance de las haciendas, Coatsworth señala tres actos de descontento rural: las invasiones de tierra, los levantamientos y la guerra de castas.27 Cuautla refleja las dos primeras acciones de protesta.
En 1772 un grupo de indígenas, alegando herencia, invadieron Zahuatlán. La hacienda de Cuahuixtla, cuyo propietario era el Imperial convento de Santo Domingo, entabló un juicio y el alcalde de Cuautla falló a su favor. Los indígenas no abandonaron el lugar e incluso se amotinaron. La querella llegó hasta el virrey Revillagigedo, quien envió tropas para someter a los descontentos y arrasar sus casas.28
Un ejemplo más. En 1796 Cuautla se convirtió en un pueblo de indios sin fundo legal, ya que españoles y otras castas construyeron sus residencias en las tierras de indios mientras que las haciendas de Cuahuixtla, del Hospital y de Santa Inés explotaban sus propiedades. Estas haciendas arrendaban las tierras a los indígenas, pero el problema apareció cuando los hacendados decidieron ya no hacerlo. Los indígenas exigieron a las autoridades la restitución de su fundo; no obstante, fracasaron porque, nos dice Sánchez Santiró, “en 1810 el pueblo de Cuautla estaba, literalmente, rodeado hasta las goteras de las casas por los plantíos de caña de los hacendados, y, en el caso del trapiche de Buenavista, propiedad de Martín Ángel Michaus, éste se encontraba dentro de la propia población”.29
La cuestión hídrica representa el tercer móvil de descontento. El partido de Cuernavaca-Cuautla e incluso otras haciendas sufrieron el desvío o acaparamiento del agua.30 En respuesta los cuautlenses rompieron las presas y los canales de irrigación de las haciendas.31 El interés por los recursos naturales fue aprovechado por los insurgentes porque decían que venían “destruyendo a los gachupines y dando tierras y aguas a los naturales”.32
La dependencia entre haciendas y población encauza a la última expresión de descontento: los conflictos entre hacendados y la fuerza laboral. Tutino señala que los campesinos buscaban autonomía, seguridad y movilidad. La primera refiere a la capacidad de las personas para producir de manera independiente bienes para subsistir. La segunda era la facultad para conseguir una subsistencia de manera uniforme; para los campesinos resultaba imprescindible el acceso a la tierra, los afluentes o la regularidad pluvial. La tercera consistía en elegir dónde trabajar.33
Los campesinos, al ser despojados de sus tierras, encontraron trabajo estacionario en las haciendas. Los indígenas pegujaleros también recibían tierras en derredor de las haciendas para su subsistencia a cambio de servir en ellas.34 Los gañanes percibían su salario en especie y no abandonaban la hacienda hasta liquidar su deuda -heredable y perpetuada a través de la tienda de raya- limitando así la movilidad del trabajador y su familia. Finalmente, los esclavos eran trabajadores calificados con privilegios (recibían alimento y vestido). Sin embargo, hubo momentos de tensión como el motín y la muerte del alcalde mayor de Cuernavaca a manos de los esclavos de la hacienda de Temixco, el motín contra la hacienda de Calderón para impedir su venta en 1728 o el incendio de la hacienda de Matlapán en 1761. El caso más representativo fue la huida de los esclavos de la hacienda de Calderón en 1763, pues pretendían ser vendidos a otra hacienda que aplicaba castigos corporales. El aumento de población indígena, mulata y mestiza provocó, hacia 1800, que sólo cuatro haciendas conservaran esclavos, aunque no representaron más de 31 % de su fuerza laboral. Sin embargo, a medida que el esclavismo decrecía, la explotación sobre las castas se acrecentaba, pues la producción azucarera ascendía.35
Cuautla revela que la autonomía, la seguridad y la movilidad de los trabajadores rurales decayeron frente al avance de las haciendas. Los campesinos dejaron de producir para su propia subsistencia, carecían de seguridad ante la inaccesibilidad de las tierras y la dependencia con los terratenientes. La movilidad, asimismo, se redujo a trabajar en las haciendas o emigrar.
El elemento estamental acompañó los conflictos por la tierra, el agua y las fricciones laborales porque los españoles europeos y americanos monopolizaban la explotación del azúcar, del comercio y acaparaban los recursos de Cuautla y de sus alrededores. Así lo expresó Matías José Díaz, mulato libre, operario (¿de trapiche?), natural y residente de la hacienda del Puente (Cuernavaca): “Qué carajos Gachupines que paseándose ganan el dinero; y nosotros trabajando no lo podemos ganar; pero ellos lo pagarán”. También dijo que “estamos acostumbrados a matar Gachupines, cuanto más criollos”.36 Felipe Benicio Montero, cuautlense y capitán insurgente durante el Sitio de Cuautla, plasmó en sus memorias que: “el Teniente de realistas [y] administrador de la hacienda de Calderón, D. Gabriel Antonio Lambarri como diestro de los conocimientos, pero obscuros que tenía de la población, porque era este español tan déspota que no se familiarizaba con nadie de la población desde antes [del asedio]”.37
Durante la crisis política de 1810 los hacendados, que en ocasiones lucharon entre sí por los recursos, cerraron filas y apoyaron la causa realista. En noviembre de ese año apareció una partida de 600 insurgentes en la hacienda de San Gabriel perteneciente a Gabriel Yermo y “vienen ofreciendo 200 pesos por cada europeo que [se] les presente: que proceden contra los bienes de éstos, pero en nada vejan a los criollos”.38 En octubre de 1811 el insurgente Muñoz, capitán “del vil Morelos”, robó estanquillos, cargas de aguardiente, harina y azúcar.39 Pese a la aparición de estas gavillas, Cuautla y sus alrededores se mantuvieron libres. ¿Por qué?
Bustamante alegó que el cuautlense “ha vivido y vive enseñoreado por los ricos españoles que tienen grandes posesiones en toda su comarca”.40 Este supuesto requiere una matización. Stathis Kalyvas afirma que la lealtad de la población resulta imprescindible para el éxito de una revolución o contrarrevolución.41 La guerra de 1810 puede interpretarse como una dinámica red de lealtades. Para el caso de la tierra caliente, Von Mentz afirma que existió una “lealtad vertical” entre hacendados y su fuerza laboral así como entre gobernadores y sus pueblos de indios (más adelante retomaré este último caso).42 En términos generales, los hacendados comandaron la contrainsurgencia, armaron a sus trabajadores, pertrecharon sus propiedades y escoltaron los víveres del ejército realista durante el sitio de Cuautla.43 En este sentido, Friedrich Katz propone que las alianzas entre hacendados y sus trabajadores fueron porque estos últimos peleaban por sus amos y no interpelaban el orden social.44
¿Por qué no hubo un levantamiento rural antes de 1810 pese a las fricciones entre hacendados y cuautlenses? Tutino afirma que, aunque:
Los atropellos produzcan entre los campesinos un penetrante sentimiento de afrenta e injusticia, no los hace recurrir automáticamente a la insurrección. Por muy humillados que estén, en general los pobres del campo no corren el riesgo de un levantamiento mientras no tengan pruebas de que los detentadores del poder son débiles o están divididos. A menudo la noticia de esas oportunidades de insurrección les llega a los campesinos por agitadores externos.45
La historiografía también propone que: “la diversidad cultural, lingüística y tribal de la población indígena” y las rivalidades entre los diferentes grupos indígenas obstaculizaban una organización viable.46 Asimismo, a diferencia del Bajío que sufrió las hambrunas de 1785-1786 y 1809-1810, Cuautla no enfrentó tales calamidades disminuyendo las posibilidades de una explosión social.47 Debemos agregar también que la economía colonial era una explotación simbiótica. Las élites económicas no podían sobrevivir sin la mano de obra mientras que ésta, despojada de sus tierras, dependía de las haciendas para subsistir.48
En el ámbito local, los realistas contuvieron los brotes revolucionarios en Huagintlán.49 Ante las correrías de Francisco Ayala en 1811, las autoridades registraron propiedades y sospecharon de los forasteros.50 Un sistema de autodefensas, vigilancia, represión y desconfianza explican también por qué Cuautla no sucumbió ante los embates rebeldes ni se levantó entre 1810 y 1811. La situación viró cuando los administradores de las haciendas huyeron, debido al avance de Morelos, en diciembre de 1811,51 desarticulando así la defensa y dejando el camino libre a este caudillo. Un “agitador externo” de envergadura había arribado.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis
El 25 de diciembre de 1811 Morelos entró a Cuautla con 200 efectivos. Salió del pueblo y retornó el 9 de febrero. Tutino afirma que hubo escaso apoyo de los cuautlenses a la insurgencia. No obstante, la documentación sugiere otra perspectiva.52 Según cálculos de Herrejón, los defensores ascendían a 4 300 efectivos (1 000 de infantería, 2 300 de caballería y 1 000 indios flecheros).53 El cura Morelos confesó, durante su proceso judicial, que empleó “mil indios de los pueblos contiguos” para defender la plaza.54 Por tal motivo 23.26 % de su ejército provenía entonces de Cuautla y sus alrededores (sin considerar los remplazos por deserción, muerte, enfermedad o descanso). ¿Cuáles fueron las razones de su reclutamiento? Los procesos judiciales procedentes de los fondos Infidencia y Operaciones de Guerra del AGN arrojan una muestra indicativa de la composición insurgente en Cuautla.
Las causas de infidencia conllevan un problema inherente a su estudio. La veracidad de los testimonios, al ser realizados bajo presión y en un contexto militar, requiere ser cotejada con otras declaraciones. Además, la información no siempre es homogénea. La ventaja de emplear tales procesos consiste en que son los únicos documentos que ofrecen información de la ideología del combatiente que no coincide, al menos no siempre, con la del caudillo. Con estas causas también conocemos el oficio de los rebeldes, su edad, el papel desempeñado durante el sitio, la razón por la cual se rebelaron y más tarde abandonaron Cuautla. Esta biografía colectiva permite reconstruir su perfil socioeconómico y el impacto de los cuatro jinetes del Apocalipsis en los sitiados.
Concluido el sitio, el coronel José María Echegaray custodió a 51 prisioneros “blancos” y 434 individuos de las demás castas.55 Doce hombres fenecieron el 6 de junio y dos estaban próximos a fallecer.56 Sin embargo, sólo han llegado hasta nosotros 39 procesos judiciales. Con base en la gráfica 1, se observa que 35 individuos declararon su casta. El español europeo representó 2.85%, el español americano 28.57%, el mestizo 8.55%, el indígena 45.71 %, el mulato 8.55 %, el negro 2.85 % y 2.85 % los estadounidenses. Lo anterior sugiere que 1) los indígenas fueron quienes más desertaron dada su inexperiencia militar y 2) los afrodescendientes, en cambio, curtidos en batalla y liderados por comandantes capaces como Hermenegildo Galeana, mostraron mayor adhesión debido a su bajo índice de defección.
FUENTE: elaboración propia a partir de AGN, Infidencias, vol. 101, y Operaciones de Guerra, vol. 1002.
La gráfica 2, elaborada con 34 datos disponibles, muestra que 50% eran hombres casados, 47.06 % solteros y 2.94 % viudos. El matrimonio no fue un impedimento para unirse a la insurgencia. Las tropas defensoras eran jóvenes pues el aprehendido más chico tenía 14 años mientras el mayor 58. La gráfica 3, formulada con 38 registros, señala que el promedio de edad fue de 30.34 mientras la moda de 25. Todos declararon ser católicos, incluido el estadounidense Nicolás Cole, bautizado ya adulto en Chihuahua. Respecto a su preparación el 76% era analfabeta -firmaban su declaración con una cruz- y el resto sabía leer y escribir.
En cuanto al origen de los infidentes, la gráfica 4 muestra que predominaba el actual estado de Morelos con 39.47 % (haciendas de Cuernavaca y Cuautla, el partido de Cuautla, Ocuituco, Tlayacapan y Anenecuilco). El actual Guerrero representa 13.15% mientras que el actual Estado de México 10.52 %, Oaxaca 7.89 %, Puebla y Michoacán 5.26 % cada uno y Veracruz, Jalisco, Ciudad de México, Hidalgo, España, Estados Unidos y un Desconocido 2.63% cada uno. El alto índice de reclutamiento en Morelos sugiere un alistamiento urgente ante la proximidad de las tropas del rey, pese a que Francisco Bulnes afirmó que el cura Morelos poseía un ejército insurgente altamente profesionalizado.57
FUENTE: elaboración propia a partir de AGN, Infidencias, vol. 101, y Operaciones de Guerra, vol. 1002.
FUENTE: elaboración propia a partir de AGN, Infidencias, vol. 101, y Operaciones de Guerra, vol. 1002.
FUENTE: elaboración propia a partir de AGN, Infidencias, vol. 101, y Operaciones de Guerra, vol. 1002.
La gráfica 5 revela la información sobre el oficio. Con 21 datos computados, el 33.33 % había servido en el ejército realista (un soldado del regimiento de la corona, un dragón del regimiento de España, un soldado de un regimiento de Nueva España, tres músicos y un soldado procedente de la mixteca oaxaqueña). Dijeron ser labradores 23.81 %, pero no especificaron si eran gañanes, arrendadores, propietarios o trabajadores estacionarios. En la arriería se empleaban 14.29 % y el 9.52 % en el comercio. Fundidor, vigilante de cañas, sirviente de hacienda y sirviente doméstico representaban cada uno un 4.76 %. El caso de los exsoldados realistas requiere un comentario. Morelos veía con buenos ojos la incorporación de antiguos enemigos por una razón, eran hombres curtidos en batalla y conocedores de los padecimientos de la guerra. Esto agilizaba su incorporación al ejército insurgente a diferencia de los reclutas nuevos, quienes deberían aprender a usar las armas, las tácticas básicas y soportar la dureza de la vida militar a la cual no estaban acostumbrados.
De los 33 datos computados, 100 % de los interrogados cumplió una tarea en la defensa. Si bien la gráfica 5 sugiere que 66.67 % no conocía el oficio de las armas, la gráfica 6 muestra que 78.79% se hicieron combatientes durante la marcha. El hondero y el soldado con armas de fuego (escopeta o fusil) figuraron 30.30%. El cargador y caballería, el 12.12% mientras el lancero y el cuidador de mulas 9.09% cada uno. Las unidades de caballería, soldados cuyas armas no especificaron, sargentos y músicos representaron, cada uno, el 6.06%. El resto sólo el 3.03% cada uno. Lo anterior sugiere que el cura Morelos empleó a la mayor cantidad posible de hombres en tareas destinadas a la defensa, ya sea como combatientes, en la logística, en la construcción de trincheras o en su seguridad personal. Esta gráfica también revela que sólo tres oficiales desertaron mientras que los subalternos, civiles y militares lo hicieron con mayor reincidencia dada la constante exposición al fuego enemigo en las trincheras.
¿Por qué estos hombres militaron en la insurgencia pese a la falta de pericia en el oficio de las armas? La gráfica 7, realizada a partir de 28 declaraciones que proporcionaron este dato, sugiere que 64.29 % fue reclutado por los rebeldes o sus gobernadores. Un caso de reclutamiento forzoso está representado en el capitán Balbuena, quien recriminó al sirviente Felipe Villanueva de la siguiente forma: “¿Con que tú has andado con los Gachupines? […] Pues es preciso que vayas a donde está el general nuestro, así como has defendido la ley de los Gachupines has de defender la ley de Ntra. Señora de Guadalupe”.58 La religión se presentó como un elemento para cohesionar a los rebeldes y como un medio de redención para quienes sirvieron bajo las banderas del rey.
¿Cuál fue el papel de los gobernadores de indios en el alistamiento? Reynoso señala que si bien no todos los pueblos y haciendas se sumaron a Morelos, tampoco quedó aislado.59 Los testimonios, sin embargo, expresan que los trabajadores de las haciendas vieron, en general, peligrar su medio de subsistencia y rehusaron alistarse.60 Los insurgentes entonces resquebrajaron la “lealtad vertical” entre hacendados y sus trabajadores porque: “es bien sabido que los más de las haciendas, fueron metidos por fuerza en el pueblo [de Cuautla] por medio de las crecidas avanzadas de Morelos”.61 El testimonio de Ventura Urbina contrasta la situación de los pueblos. Cuautla, por ejemplo, “recibió [a los insurgentes] con aclamaciones de júbilo y repiques de campana”. Cinco días después Morelos solicitó a las comarcas adyacentes que prestaran juramento. La respuesta fue abrumadora:
Todos los pueblos de indios obsequian a los cabecillas y ofrecen sus personas. [Tan] sólo el gobernador de Tetelcingo presentó mil indios con gallinas y ramilletes. Todos los bienes de los Europeos están vendidos a precios ínfimos […] Hasta las mujeres y niños han recibido con agrado el sistema de Morelos, cuyos emisarios trabajan en hacer creer que su causa es la justa y Morelos un oráculo bajado del Cielo para su felicidad.62
El apoyo indígena requiere matización porque no siempre fue voluntario. Los gobernadores de indios usaron la “lealtad vertical” para fortalecer la insurgencia. Van Young señala que los gobernadores solían ser los intermediarios entre los caudillos insurgentes/autoridades realistas y su comunidad.63 Para el caso de Cuautla, así lo ilustró el indígena Hermenegildo Antonio: “que como dos meses ha que lo trajo su gobernador con los demás hijos del Pueblo y que lo hicieron soldado de honda”.64 Más de mil hombres de Cuautla y sus alrededores se unieron a Morelos. En la mayoría de los casos lo hicieron por sumisión, obediencia y respeto a sus gobernadores. Sin embargo, no debemos descartar el “compromiso con la comunidad”, la camaradería tejida entre los miembros de un espacio determinado.65 La decisión de los gobernadores pudo ser una muestra de sujeción, es verdad, aunque también un consenso colectivo del descontento frente al avance de las haciendas que afectaban a toda una población, incluido al gobernador quien conocía el malestar de su comunidad.
Continuando con la gráfica 7, 25 % de los trásfugas primero sirvieron en el ejército realista, pero, tras caer prisioneros, resultaron enrolados a la insurgencia. Por otro lado, 7.14 % de los desertores afirmó que eran voluntarios. Francisco Cornelio era “negro” y natural de Atoyac, actual Guerrero. A diferencia de los indígenas quienes alegaban reclutamiento forzoso, Cornelio dijo sin temor “que él los ha acompañado voluntariamente por saber estas tierras y que lo persuadieron a ello los demás compañeros”.66 Sólo 3.57 % del alistamiento fue producto de la intimidación como confesó Luciano Pérez: “haber abrazado el partido de la insurrección a fuerza porque lo compelió a ello el cura y sus comisionados”.67
Los procesos de infidencia no registraron las fricciones locales como motivo de adhesión porque probablemente podían interpretarse como acciones revolucionarias. Sin embargo, el descontento por la tierra sí fue expresado cuando los indígenas no estaban bajo la lupa realista. Luis Pantaleón Telles, José Cipriano y José Manuel de los Santos, naturales de Cuautla y lanceros durante el sitio, “anhelaban -según el subdelegado de Cuautla- la distribución de las tierras y la ruina de los Europeos de Cuautla”.68
La gráfica 8 representa el motivo de aprehensión a partir de 36 datos. El 52.77 % desertó, 19.44 % resultó capturado tras un enfrentamiento con el ejército realista y el 11.11 % huyó del pueblo. El 8.33 % fue arrestado mientras recolectaba caña, agua o verdolagas para comer; el 5.55 % cuando intentaban transmitir un mensaje, y el 2.78 % porque, tras huir, jugaba albures. Abandonar Cuautla resultó una proeza dada la vigilancia insurgente porque los cabecillas rebeldes “han entendido [sic, por extendido] la voz [entre la población] de que a todo el que se pasa [al campo realista] lo degüellan”.69 ¿Por qué estos hombres abandonaron Cuautla? Tres de los jinetes del Apocalipsis responden la pregunta. Empezaré con el hambre.
Al principio del sitio abundaba maíz, carne y frijol, pero para finales de marzo sólo había maíz, aguardiente y pan. La sal y el chile escaseaban. En la segunda quincena de abril el hambre aumentó. Los sitiados comían “tortillas y yerbas”70 y ocasionalmente ratas, gatos, sabandijas y hasta los cueros de toro que adornaban las puertas. Algunos más salían del poblado para recolectar verdolagas.71 En efecto, Mariano Cosme y su esposa huyeron “en atención a que allí estaban pereciendo de hambre”.72 Otro hombre, “viendo las necesidades que padecía, tomó el árbitro de salirse a presentar como lo verificó dejando en su casa a su mujer e hija”.73 Los testimonios coinciden en: “que sólo están afligidos los vecinos del pueblo y los indios porque ya les falta qué comer”.74
Los combatientes indígenas también desertaron porque, como confesó Hermenegildo Antonio, indígena y hondero, “acosado de hambre, y por hallarme inválido emprendió ayer tarde salirse de Cuautla en compañía de otros siete de lanza y honda”.75 Como se puede observar en la gráfica 1, esta molestia se reflejó en el alto nivel de deserción indígena (45.71 %). Cabe señalar que ningún infidente optó por el indulto ofrecido por el general Calleja el 30 de abril o el 1 de mayo.76 Es factible que Morelos no lo diera a conocer porque Luciano Pérez, teniente coronel, afirmó que “no supo del indulto”.77
La gráfica 9 muestra que, entre más pasaba el tiempo y escaseaba la comida, lógicamente más insurgentes y cuautlenses abandonaban Cuautla. La sed también hacía estragos. El 5 de marzo los realistas cortaron el suministro del agua. El historiador Barreto afirma que los sitiados bebieron agua con sangre.78 Este supuesto es una exageración porque los rebeldes cavaron pozos, aunque el “agua [era] muy mala, sucia y que hacía mucho daño”.79 Quienes salían de Cuautla por agua eran emboscados. Por esta razón, “todas las noches abren hoyos los indios para auxiliar la sed”,80 hasta que el 3 de abril los insurgentes restablecieron el suministro del vital líquido.
El segundo jinete está representado en la guerra. Bustamante minimizó los efectos del bombardeo en Cuautla.81 Sin embargo, el testimonio de José Ciriaco Vázquez, escolta de Morelos, refiere que “las bombas y granadas han matado más mujeres y muchachos que hombres [de armas]”.82 Lo mismo atestiguó Manuel Cortado en el cementerio donde un infante murió y “otra bomba que cayó en Santo Domingo le quitó a uno el brazo”. El bombardeo afectó más a la población que a los combatientes, afirmó Cortado, quienes: “se esconden todos detrás de las trincheras con orden de no tirar ellos hasta que no estén los del ejército cerca de las trincheras”.83 Un indígena confirmó que tras iniciar el fuego graneado: “cantan inmediatamente el Santo Dios, dicen a continuación desvergüenzas, y ocurren cada uno a sus puestos”.84
Para empeorar la situación apareció la peste. El tifo, mejor conocido como las “fiebres misteriosas”, causó estragos porque: “mueren diariamente de veinte a treinta mujeres y muchachos”.85 La epidemia impactó mucho a una población desnutrida, débil y expuesta a la mala calidad del agua. El cura Morelos, en su proceso judicial, confesó que perdió 50 hombres por el fuego realista, 147 durante su salida y “ciento cincuenta de la peste”.86 Si bien estas cifras parecen poco confiables debido al índice de mortalidad que más adelante presento, sugieren que el tifo, al menos en el imaginario insurgente, arrebató más vidas que la artillería realista. Como sea, el hambre, la peste y el bombardeo abrieron las puertas al tercer jinete: la muerte.
¿El trote de los jinetes impactó en los sitiados? Según Cole:
Que los del pueblo hombres, mujeres y muchachos están sumamente desconsolados y tristes, metidos en sus casas en donde se reúnen a rezar y que al mismo tiempo tiene muchas necesidades porque [¿las autoridades cuautlenses?] prefieren a los del ejército de Morelos, y que no los dejan de ninguna suerte salir.87
Cole no manifestó esas necesidades, pero José Antonio García, indígena y hondero, confesó: “que la salida que hizo hoy fue precisamente porque vio los estragos que están causando las bombas y granadas y con ánimo recto de no volverse a unir con Morelos”. García también manifestó que los fuegos de artillería: “han abjurado muchas casas, y que una que cayó en la Iglesia de Santo Domingo mató a ocho personas, que anoche mataron a una mujer y que en la hacienda han muerto algunos”.88
La gráfica 1 también muestra que los españoles europeos y la población africana representaron el nivel más bajo de deserción. Los peninsulares, en general, poco militaron en las filas insurgentes y huyeron del teatro de la guerra por temor a las matanzas de 1810 y la hispanofobia de Morelos.89 El caso africano requiere un comentario porque el único afrodescendiente procesado no desertó, resultó capturado en batalla. Cole aseguró que, “como tienen medio borrachos a los negros de la costa, brincan y saltan cuando cae bomba y granada y también repican entonces, porque así lo mandó Morelos para darles ánimo”.90 Días antes del fin del sitio, otros testimonios afirmaron que “los cabecillas aparentan resolución y atrevimiento, y también los negros de la costa, pero que los más de los restantes insurgentes se hallan ya llenos de cobardía y miedo”.91
Si bien el alcoholismo de los insurgentes pudiera ser exagerado, Cole confirmó que los cabecillas daban aguardiente a sus tropas para infundirles valor: “Que oyó a Galeana que dijo a los negros de la costa beban muchachos, moriremos alegres, que si dentro de tres a cuatro días no viene el refuerzo que esperamos, nos iremos por el Calvario, y al que le tocó, le tocó”.92 Más allá de la dipsomanía de los afrodescendientes, Coatsworth afirma que la solidaridad étnica y cultural mantenía cohesionado a un grupo.93 Esto pudiera explicar el nulo índice de deserción afromexicana.
La osadía de los afrodescendientes llegó a tal punto que el “negro José Carranza salía a insultar a la tropa por el reducto del Calvario”. Calleja, después de tomarlo prisionero, lo mandó “ahorcar sin darle más tiempo que el preciso para disponerse cristianamente”.94 La adhesión de los negros hacia Morelos se reflejó en la composición de su ejército. Morelos confió en ellos y los dotó del mejor equipo. Los testimonios afirmaron que los costeños utilizaban las armas de fuego -fusil o escopeta-, los pintos lanzas y los indígenas hondas y flechas.95 Al indígena se le empleó en las armas secundarias porque no poseía experiencia militar y resultaba más propenso a la deserción.
¿Cuál fue el destino de los infidentes? La gráfica 10, elaborada con 23 datos, devela que 65.22% sufrió la pena capital. La mayoría eran puestos en capilla, fusilados y enterrados, salvo un español europeo quien murió por garrote, y Guillermo Antonio y Juan Andrés quienes: “se condenan a ser pasados por las armas y colgados sus cadáveres en el paraje donde se aprehendieron”.96 El 30.43 % resultó enviado a presidio (no se especificó cuál) y 4.35 % enrolado en el ejército realista.
FUENTE: elaboración propia a partir de AGN, Infidencias, vol. 101, y Operaciones de Guerra, vol. 1002.
En resumen, las causas de infidencia revelan que el infidente promedio fue un indígena católico, labrador, analfabeta, de 30 años y casado. Que, pese a su impericia en las armas, las usó y militó en la insurgencia por reclutamiento forzoso, mandato de sus gobernadores y voluntariamente dado el descontento derivado por los conflictos locales. Pero los jinetes del Apocalipsis ocasionaron su continúo abandono de Cuautla. El destino de los infidentes fue, en el mayor de los casos: la muerte. Quienes no desertaron y rompieron el sitio el 2 de mayo vieron el rostro del último de jinete del Apocalipsis, la conquista:
Regado de víctimas por la furiosidad de los Callejas en número poco más que menos de seiscientos a ochocientos cadáveres que indefensos los infelices cargando sus metates los indígenas, y las mujeres sus maletones o envoltorios chiquilhuites con trastos, sin considerar, estos infelices que no les convenía más que huir y no cargar embarazos y esta falta de precaución y conocimiento dio más motivo para que la caballería asesina sin consideración alguna hubiera hecho la mortandad tan espantosa, ¡iniquidad que ni entre los judíos se pudiera ver! 97
Cuautla después del sitio
La historiografía pierde interés en Cuautla cuando Morelos rompió el cerco. Cabe preguntarse ¿qué retos enfrentó Cuautla tras el asedio? Barreto sostiene que los realistas llevaron a cabo “la más cruda represión contra los pobladores” porque el capitán Ciriaco del Llano incendió la localidad.98 Bustamante también pintó los retratos más dantescos de asesinato, profanación y horror.99 Ortiz Escamilla, sin embargo, afirma que los realistas alimentaron al hambriento, cuidaron al enfermo y enterraron al muerto.100 Dos días después del asedio, el coronel José María Echegaray ofreció el indulto.101
La documentación sugiere que las autoridades sí destruyeron Cuautla, pero no por represalia. El 8 de mayo el capitán del Llano, por orden de Calleja, escribió al virrey que “distribuyendo a los enfermos a sus respectivos destinos, incendiando y arruinándolo; todo lo que quedaba enteramente concluido”.102 En junio, Roque Amado subdelegado de Cuautla, se reunió con los hacendados y el prior del convento de Santo Domingo, también cura del lugar, “para tratar de establecer [la] cabecera del partido por la demolición del Pueblo [de Cuautla]”.103 Una carta escrita por el subdelegado del lugar reseñó la situación de Cuautla tras su demolición:
No omito comunicar a V. E. que el Pueblo de Cuautla aún conserva una fetidez insoportable a pesar de estar las iglesias abiertas, y lo que es más de admirar es que aún esté ardiendo pues se cree sea el maíz y que abajo esté el fuego, esto es a pesar de lo mucho que ha llovido. La peste apenas ha menguado, igualmente en estas villas, y habiendo obtenido notable hedor en esta Parroquia he librado oficio a este Sor. Cura interino, para que [no] dé sepultura eclesiástica en la Iglesia, sino en el camposanto que hay aquí de bastante extensión.104
Semanas más tarde, el subdelegado continuaba retratando la situación de Cuautla:
Sus calles, centro de casas y Plaza todo es bosque, y todo Milpas del maíz que rodeaba. Son contadas las casas que quedaron casi intactas del fuego pero no de balazos. Las iglesias aunque no tienen mayor cosa de fetor, por estar con las puertas abiertas, se hallan inmundas y hechas cuasi unos muladares. No hay un individuo que viva en el Pueblo, a pesar de las diligencias que he practicado, para que vuelvan a él los pocos que han quedado. En el convento de San Diego es imposible el que vivan estos pobres religiosos que han venido porque el claustro alto, prescindiendo de lo sucio que está, así conservan algunas gusaneras, costillares, huesos y calaveras que hieden poco. La media naranja y la sacristía están maltratadas de una bomba y dos granadas. Las campanas tiradas sin lengüetas ni cepo, y no habiendo gente no hay quien haga cosa alguna ni los Religiosos tienen de que subsistir ni pueden vivir solos.105
Cuautla y anexas enfrentaron problemas demográficos, políticos, espirituales y económicos para su rehabilitación. La primera cuestión resultó la más apremiante. Sus causas fueron la expulsión realista y la epidemia. El 4 de mayo de 1812, el coronel Echegaray publicó un bando comunicando, por orden de Calleja, que los sobrevivientes tenían tres días para abandonar Cuautla.106 El motivo de la expulsión fue la destrucción del poblado. Es factible que las autoridades ordenaran su demolición, a diferencia de Zitácuaro, porque resultaba inhabitable, expelía un hedor insoportable y proliferaba la muerte como a continuación expongo.
El 3 de mayo el coronel Echegaray encontró un “número crecido de enfermos” en los conventos de San Diego, Santo Domingo y en diversas casas. Escaseaba el agua, los alimentos y el personal para cuidar a los infectados.107 Entre el 2 y el 7 de mayo, 575 personas fallecieron a raíz de la epidemia y 191 enfermos fueron enviados a las haciendas para su recuperación.108 Bustamante minimizó la crisis sanitaria cuando señaló 300 pacientes en el convento de San Diego.109 El 8 de mayo Echegaray desmintió estos números:
De entre las ruinas salía un fetor insufrible proveniente de los cadáveres de hombres y bestias mezclados unos con otros, de la inmundicia y basura que observaba en todas partes: los ayes y clamores de los que andaban por las calles solicitando extenuados y reducidos al último extremo de la miseria exigían la compasión de todos: en los conventos de Santo Domingo y San Diego estaban ocupadas sus habitaciones con enfermos sin distinción de sexo ni edad, las Sacristías, las iglesias y aun las torres. Se encontraron en el primero 223 y en el segundo 362 ¡Que tristeza infundía encontrar entre ellos cadáveres de dos o tres días, otros de menos tiempo y los que acababan de fallecer, mirar a otros agonizar, oír los lamentos y quejidos de los que agobiados de las enfermedades sólo esperaban hallar consuelo en la misma muerte!110
Los prisioneros indígenas enterraron los cadáveres que no paraban de aparecer. En julio el subdelegado insistía en los estragos de la epidemia: “Aún dura la peste y es lo peor que aquí se carece de cirujano, botica y eclesiásticos que es lo que todos claman”.111 La situación de Cuautla era desoladora porque, después de la demolición:
Nadie quiere vivir en el pueblo de Cuautla aun ofertándoles los solares desiertos pero no es de extrañar tanto por lo espantoso que está como porque permanece un fetor insoportable. El tenientazgo del pueblo de Cuautla estará mucho tiempo inhabitable por residir allí algunas partidas [insurgentes].112
El 28 de julio el subdelegado publicó un bando invitando a la población a retornar. El subdelegado denostaba a Morelos y sus huestes quienes, según él, trajeron la peste, el hambre, profanaron templos, violaron doncellas, sacrificaron niños y sembraron la tierra con cadáveres. Finalmente, exhortaba a “vosotros infelices indios, seducidos, buscadme, y os señalaré sitios en el mismo pueblo, en que podáis redificar buenas chozas, que es cuanto os puedo por ahora decir, en obsequio de vuestra comodidad y en fuerza de mis deberes”.113 Si bien algunos habitantes regresaron a los alrededores de Cuautla, éstos temían “que vuelvan los bandidos y esta es la causa de que muchos aún están remontados [sic]”.114
¿Por qué los cuautlenses huyeron hacia los montes y quiénes eran los supuestos bandidos? Ducey alude que ante la incertidumbre, revuelta o represión realista, el monte ofrecía protección, un lugar para tejer vínculos comunitarios y tomar decisiones.115 Los cuautlenses, quienes en un principio apoyaron directa e indirectamente al cura Morelos, ahora temían la insurgencia porque había provocado el advenimiento de los cuatro jinetes del Apocalipsis. El subdelegado comunicó al virrey que:
Me aseguran los indios y aun muchos de razón, que las gentes no bajan a sus casas, temerosos de que esta división [realista] se retire, y así no quieren quedar expuestos a que los bandidos los sorprendan, y los lleven forzados, es mucho lo que temen, a los que antes amaban tanto. En Cuautla no hay quien viva, pues habiéndome valido del arbitrio de darles solar en que vivan, por si esto les servía de estímulo para que se fueran avecindando algunos indios por principio, nada he logrado, pues lo rechazan alegando que es imposible vivir allí, y que aquello apesta mucho, como que en efecto es así, y que mejor vivirán en otra parte. En las haciendas están igualmente temerosos, así algunos que van ocurriendo, y están empezando a trabajar en ellas.116
Llama la atención la promesa de tierras que el subdelegado de Cuautla hizo a los indígenas. Conociendo el descontento agrario, el subdelegado ofreció solares para atraer a los campesinos molestos con el expansionismo de las haciendas, pero sin éxito; Cuautla resultaba inhabitable. Por otro lado, los rumores sobre los pobladores de la cañada, entre Cuautla y Cuernavaca, y su simpatía hacia la insurgencia, ocasionaron incertidumbre entre los cuautlenses.117
El problema del despoblamiento persistía en noviembre ya que Antonio de Elías Sáenz, comandante militar de Texcoco, invitó a los antiguos habitantes, con ayuda de algunos eclesiásticos, a regresar a sus hogares. Los pobladores ofrecieron “vivir en lo sucesivo quieta y pacíficamente” e incluso informar sobre la situación militar de Cuautla.118 Sin embargo, la crisis demográfica continuó. Sánchez Santiró estima que hacia finales del siglo XVIII había 59 825 habitantes.119 En 1826 fray Manuel Zavalza y Valencia, cura párroco de Cuautla, señaló que algunos cuautlenses habían retornado para trabajar en las haciendas, pero que otros murieron sin confesión en las barrancas cercanas.120 Parece ser que la población no se recuperó por las epidemias que azotaron al país como las del cólera de 1833 y 1853. Según Von Mentz, en 1873 Cuautla sólo poseía 4 000 almas.121 Si atendemos estas cifras, el sitio representó junto a otros factores, el descenso de 93.31 % de la población cuautlense.
Desde la perspectiva política, el subdelegado de Cuautla removió a los gobernadores que el cura Morelos había designado. Estos nuevos funcionarios:
Repugnaban [a] todos por temor de los insurgentes, pero luego que recibían los Bastones ellos mismos como cosas de relámpago, despojaban a los alcaldes de las varas, diciendo algunos sin poder contenerse; ya no más pícaros y ponían otros nuevos a su satisfacción echándoles todos […], y a los pueblos sus exhortaciones. Ellos no dejan de estar desengañados, pues se les oye decir en los corrillos a todos en su idioma, que los Gachupines no son tan malos, que peor estarían sin ellos.
Otros dicen que el Padre [Morelos] es [un] judío que los engañó, que lo malo sería si vuelve.122
La “lealtad vertical” entre gobernadores y pueblos de indios se había fracturado tras el sitio y la huida de Morelos invirtió los papeles ideológicos. La hispanofobia disminuyó mientras la figura del cura Morelos decayó porque los jinetes del Apocalipsis causaron estragos en una población creciente, pujante e interconectada con los mercados regionales. Morelos era tildado ahora de “judío”, uno de los insultos más despectivos en la Nueva España porque deslegitimaba, ofendía y retrataba a una persona como un mal cristiano y hasta como un ente diabólico,123 en contraposición a los primeros días del dominio insurgente cuando Morelos era un “oráculo bajado del Cielo para su felicidad”.
Otro problema fue el espiritual. La parroquia “después de cerrada ha sido saqueada” y, ante la falta de nosocomios, “las dos iglesias son hospitales [de] apestados”.124 La situación se agravó pues los curas huyeron junto a Morelos, aunque algunos resultaron aprehendidos. Ante la falta de ministros de lo sagrado, el 11 de junio de 1812 el virrey Venegas comunicó al M. R. P. prior del convento de Santo Domingo sobre:
La falta que hay de sacerdotes en el partido de Cuautla Amilpas de cuyas resultas están careciendo los vecinos de aquellos pueblos y haciendas, así del Santo Sacrificio de la Misa, como la administración de los Sacramentos en medio de la epidemia que padecen; y a fin de proveerlos de Ministros caritativos, de probada conducta y adhesión a la justa causa, espero del acreditado celo y patriotismo de V. R. que con la brevedad posible haga trasladar a aquel rumbo competente número de Religiosos que reúnan dichas calidades [¿cualidades?] y merezcan su confianza.125
Finalmente, Cuautla sufrió estragos económicos porque las haciendas adyacentes estaban en pésimo estado. El subdelegado comunicó al virrey que a la del Hospital “sólo le han quedado las paredes” mientras que las de Guadalupe, Mapastlán y Tenextepango permanecían abandonadas. Tanto indígenas como hacendados, sembraban poco por temor a una nueva expedición insurgente. Por ello esperaban que el ejército realista les diera garantías para preservar su patrimonio.126 Sin embargo, Sánchez Santiró demuestra que en 1828 las haciendas de Cuernavaca-Cuautla se habían recuperado.127 Si bien concentrar a la principal fuerza de Morelos en Cuautla hizo germinar una epidemia y devastó la demografía en 1812, protegió la estructura agrícola de la región. A mediano plazo, los empresarios azucareros se beneficiaron del sitio de Cuautla porque conservaron casi intacta su infraestructura económica.
Consideraciones finales
La batalla por Cuautla representa un complejo crisol de “lealtades verticales”. El porqué los trabajadores de las haciendas se unieron a la contrarrevolución mientras los pueblos de indios se aliaron con Morelos en un principio se debe a que los primeros, como afirma Coatsworth, establecieron una relación clientelar que menguaba las fricciones entre ambas partes.128 Los pueblos de indios, por el contrario, sufrieron la expansión de las haciendas y, por consiguiente, la pérdida de tierras, agua y bosques.
La llegada de Morelos pudo ser concebida como un cambio positivo para los campesinos. Sin embargo, como señala Van Young, la insurgencia fue un movimiento campesino sin demandas agrarias.129 Además, debe considerarse el carácter centralizado y jerárquico que Morelos estableció en las zonas bajo su control, socavando las demandas sociales y priorizando los esfuerzos para la guerra. En efecto, el Sitio de Cuautla se convirtió en una lucha por la sobrevivencia frente a los cuatro jinetes del Apocalipsis que cabalgaron sobre sus campos, la cual le dio a Morelos el mote de genio militar a cambio de la desolación del poblado.