En marzo del año 2002 el Comité Organizador del Primer Centenario de la Modernización del Puerto Artificial de Veracruz 1902-2002 inauguró una serie de eventos conmemorativos. Uno de los principales eventos fue la inauguración de un conjunto de estatuas del escultor Humberto Peraza. Las dos estatuas centrales representaban a Porfirio Díaz, cuyo gobierno había encargado las obras, y el contratista-empresario-político británico Weetman Pearson, quien había conseguido el contrato para las obras portuarias en 1895. El significado simbólico, político y hasta diplomático de las ceremonias conmemorativas se subrayaba por la invitación que se extendió al presidente Vicente Fox, a representantes de la compañía Pearson de Londres, y al heredero del trono británico, Carlos, príncipe de Gales, que incorporaba una visita a Veracruz como parte de un tour muy breve por América Latina. La misma brevedad de su visita a México -de sólo dos días- refleja también la gran diferencia entre las relaciones anglo-mexicanas de hoy en día y las que existían en la época de Pearson.
El escultor Peraza, a quien se le había encargado anteriormente una escultura del cómico mexicano Mario Moreno Cantinflas, seguramente no esperaba la comedia que se desarrollaría en las semanas anteriores a la ceremonia prevista para marzo. En lo que únicamente se podría identificar como un ataque de despecho tanto emocional como revolucionario-priista, el gobernador de Veracruz y anfitrión de los eventos Miguel Alemán Velasco declaró que no sólo no estaba dispuesto a inaugurar una estatua de Díaz, sino "si puedo, quito la estatua en una semana ".1 Al mismo tiempo, acusó a Díaz no sólo de ser traidor y vendepatrias, sino también del asesinato de su abuelo, Miguel Alemán González, sin darse cuenta, aparentemente, de que su abuelo se había suicidado en 1929, 14 años después de la muerte de Díaz -a raíz de su participación en el fracasado pronunciamiento del general Gonzalo Escobar en contra del presidente Emilio Portes Gil, en 1929.2
A raíz del alboroto que de ahí surgió, que provocó numerosos comentarios en la prensa mexicana, no se cancelaron las ceremonias, pero se reorganizaron apresuradamente. El príncipe Carlos llegó pero se quedó unas pocas horas en Veracruz, canceló su discurso -al aparecer ni abrió la boca- antes de ser despachado a una visita a las obras de restauración del Centro Histórico de la ciudad de México, y, después, de manera muy apropiada, al santuario de la mariposa monarca en Michoacán -apropiada no solamente por ser las únicas monarcas en América Latina, sino porque es bien conocido en Inglaterra que al príncipe le gusta mucho convivir y conversar con las plantas y los animales.3
A pesar de su valor como anécdota, como ejemplo de farsa política digna de una opereta de Gilbert y Sullivan, la intervención apasionada del gobernador Alemán sirve para destacar la persistencia de distorsiones fundamentales en la historiografía del Porfiriato. En primer lugar, la propuesta de que Porfirio Díaz fue traidor a su patria, y que su régimen representaba el ejemplo mayor de tiranía y dictadura en toda la historia del México independiente.4 Segundo, que la relación entre el régimen y los empresarios extranjeros como Pearson representó un pacto diabólico o faustiano entre elites corruptas y extranjeros rapaces para saquear los recursos de México para su beneficio egoísta y personal. Estas acusaciones claramente derivan del saldo (y de la resaca) de la historiografía nacionalista, estructuralista, dependentista y posrevolucionaria, que todavía mantiene un alto grado de rentabilidad académica tanto en las Américas como en Europa. Según esta corriente, ya muy conocida como el poder marítimo sin rival que perseguía una política de comercio libre, la reducción de aranceles y la moneda "dura", Gran Bretaña consiguió un "imperialismo informal" (en la famosa postulación de Gallagher y Robertson),5 o, más recientemente, un "domino honorario", según la postulación de Peter Cain y Anthony Hopkins (en su ambicioso libro British imperialism 1688-2000, reeditado por la casa editorial Longman en 2002).6 La tesis central ha resaltado la complicidad británica en el proceso de explotación neocolonial y el subdesarrollo dependiente en América Latina, lo cual aparentemente explica de por sí el éxito empresarial británico en el siglo XIX.
No propongo aquí reanudar (o recalentar) el debate largo entre dependentistas y antidependentistas que ya lleva más de una generación en su lucha fratricida y apasionada. Como buen discípulo de la escuela empiricista y pragmática británica, no propongo descartar por completo las aportaciones de las escuelas estructuralistas, pero voy a proponer aquí que el rotundo éxito de Pearson en México entre 1889 y 1919 se debió más que nada a una serie de factores coyunturales (algunos estructurales, otros no) tanto en la Gran Bretaña victoriana como en el México porfiriano.
Tengo aquí, por ende, un doble propósito: primero, un esbozo corto del contexto en el cual se desarrolló la carrera de Pearson en el ámbito doméstico e internacional, y segundo, una contextualización de la llegada y el arraigamiento de Pearson en México en el ámbito de la política económica en el Porfiriato tardío, sobre todo su papel en el cumplimiento, por incompleto que fuese, de una estrategia de desarrollo nacional como punto clave en la construcción del Estado y de la nación, un proyecto que hasta el régimen de Díaz habían perseguido infructuosamente todos los gobiernos postindependientes.
Hay que aclarar primero que las actividades de Pearson no se restringieron a sus intereses en México, pero, tampoco cabe duda de que, después de la segunda mitad de la de década de 1890, México representó el epicentro, el meollo de su creciente imperio empresarial. En resumen, la fortuna que sacó Pearson de sus empresas mexicanas, sobre todo de su empresa petrolera El Águila, no sólo lo convirtió en uno de los individuos más ricos de la Gran Bretaña -de hecho, según el obituario en el Daily Sketch de Londres en 1927, ocupaba el número seis en la lista de los británicos más ricos de la época- sino que le permitió extender y diversificar la empresa -siempre controlada por la familia Pearson- desde sus orígenes en la construcción y la contratación hasta, hoy en día, su consolidación como empresa que se dedica exclusivamente a los medios de comunicación, prensa, televisión y casas editoriales que actualmente comprende la compañía Pearson (inter alia, Thames Television, The Financial Times, The Economist, Penguin, Longman, Gredos y Addison Wesley).7
Los orígenes de la compañía -llamada S. Pearson & Sons- son mucho más humildes. Era de su abuelo Samuel, y se dedicaba a la construcción y a la fabricación de ladrillos en el pueblo industrial de Huddersfield, Yorkshire. En 1856, el año del nacimiento de Weetman, su padre trasladó la sede de la empresa a Bradford, después de haber conseguido un contrato para la construcción del ferrocarril de Lancashire a Yorkshire -el sector ferrocarrilero era sin duda la industria más dinámica de la economía victoriana hasta la década de los setenta del siglo XIX-. Weetman se incorporó a la empresa familiar en 1876 a los 20 años, y, tres años más tarde, fue nombrado socio junior. Fue el ambicioso Weetman quien trasladó la empresa de Yorkshire a Londres, después de haber conseguido su primer contrato (para un desagüe en el sur de Londres, en Deptford) para el Metropolitan Board of Works, en 1884, en busca de contratos de obras públicas más rentables. Su éxito fue rápido, hasta meteórico. En los cuarenta años entre 1880 y 1920, consiguió (y cumplió) más de ochenta contratos de obras públicas a nivel mundial, desde proyectos poco glamorosos de drenaje y aguas negras hasta prestigiosos proyectos de ingeniería como el Admiralty Harbour en Dover (1898), los East River Tunnels debajo de río Hudson en New York (1889 y 1904) y la Presa Sennar en Sudán (1922). La lista es muy larga e incluye ferrocarriles y obras portuarias en Irlanda, España, Canadá, Chile, Brasil y Colombia.8
Una de las claves para entender el éxito de la carrera de Pearson es un análisis de sus dos vertientes fundamentales -no sólo la de empresario sino, también, la de político-. Como empresario, aprovechó las nuevas oportunidades para el capital y la empresa británicos que se presentaron en la época victoriana; éstas fueron, sin lugar a duda, si no óptimas, ciertamente sin precedentes. En una época en la cual el volumen del comercio internacional se cuadruplicó, la participación británica, tanto en términos de exportaciones como en cuanto a la expansión de la marina mercante, fue la más significativa de cualquier nación. Ya hacia 1885 las exportaciones británicas representaron 38% del comercio internacional, y la marina mercante británica transportaba más de la mitad del comercio mundial. Al mismo tiempo, el flujo de inversiones británicas de ultramar llegó a niveles sin precedentes. Hacia 1900, las inversiones británicas fueron del doble de las de sus rivales europeos Alemania y Francia, y veinticuatro veces más que las de origen estadounidense. Según K. Theodore Hoppen, se podía identificar a Gran Bretaña como la "primera nación industrial, la primera economía y la nación mercante número uno en el mundo moderno".9
Es necesario calificar esta narrativa imperialista triunfalista en algunos aspectos importantes, y también pertinentes para la carrera de Pearson: por un lado, Hoppen, entre muchos otros, identifica las disparidades, las contradicciones y las oportunidades perdidas dentro de la economía victoriana que llevarían pocos años después a una depresión fuerte en el mundo de la posguerra; por otro, un estímulo muy importante para la internacionalización del contratismo británico en la década de los ochenta del siglo XIX no fue el resultado de la expansión sin límites de la economía británica sino de una recesión fuerte. En esta época la política económica británica, que tanto había abogado por el libre comercio, empezaba a sufrir los vientos fríos de la competencia industrial de las economías industriales proteccionistas de Estados Unidos, Alemania y Japón. La recesión tuvo repercusiones profundas sobre todo en el sector de ferrocarriles y transportes, y, por ende, en las empresas contratistas como la de Pearson. De ahí se puede entender el interés de Pearson en el traslado de su empresa a Londres, y su búsqueda cada vez más diligente de contratos fuera de Gran Bretaña -primero en España, en 1888, y, sólo un año después, en México.10
También es muy importante subrayar que, a pesar de las favorables condiciones objetivas y las múltiples oportunidades para los empresarios británicos que se presentaron en la época, el éxito nunca fue garantizado. A pesar del éxito notorio de ciertos individuos (por ejemplo Thomas Brassey, John Aird, John Norton-Griffiths, y, en el ámbito latinoamericano, el "nitrate king" John Thomas North en Chile y Anthony Gibbs en el Perú -Gibbs amontonó literalmente su fortuna con montones de guano peruano-), se registró una cantidad mucho mayor de fracasos empresariales y de aspiraciones destruidas. Como señaló Francisco Bulnes en el caso del México decimonónico: "lo que ha perdido el capitalismo extranjero en México, por malos negocios, es muy superior a lo que ha ganado en los buenos negocios".11 Y como también señala el historiador británico Asa Briggs, el contratista británico en la época victoriana tenía que luchar en un mercado sumamente competitivo -no sólo tenía que llevar un conocimiento profundo de sus materiales, sino también la capacidad de dirigir un equipo de trabajo numeroso y heterogéneo, de buscar las fuentes de financiamiento y de manejar los flujos del mercado de capitales, y, además, tenía que manifestar una habilidad política notable, tanto para conseguir contratos como para llevarlos a cabo.12
Este último comentario de Asa Briggs resalta la importancia de la carrera política de Pearson en su éxito empresarial. Los vínculos entre los empresarios victorianos (o, como los llama Jeremy Camplin, los hard-nosed plutocrats, plutócratas de cara dura)13 y el Partido Liberal fueron profundos y coincidieron con una época de auge para el liberalismo en la política británica.14 Pearson ingresó a las filas del Partido Liberal en 1895 al ser electo por el distrito electoral de Colchester (Essex), y se mantuvo como diputado durante los próximos quince años. Su lealtad al Partido Liberal le facilitaron nuevas recompensas. En 1910, el gobierno de Herbert Asquith lo subió a la Cámara de los Lores como barón, y luego, en 1917, como vizconde. Escogió asociar su título con la propiedad (the Cowdray Estate) que había adquirido; de ahí llevaba el título de Lord Cowdray.
Aunque a Pearson nunca le agradó la práctica de la política -confesó a su esposa que la Cámara de Comunes fue una "pérdida de tiempo"-, le sirvió de manera significativa en el desarrollo de los intereses de su empresa.15 Tan sólo a dos años de su ingreso a la Cámara cambió el registro de su empresa al de una sociedad anónima y abogaba por una ley en 1897 que permitiría la solicitud de contratos gubernamentales a tales empresas. Su más exitoso contrato gubernamental en Gran Bretaña fue el de 1914 para suministrar el combustible a la marina británica. Al principio el contrato suponía una cantidad limitada de 200 000 toneladas al año -pero a raíz del aumento de la demanda por las necesidades de guerra, para 1918 la Mexican Eagle había suministrado más de tres millones de toneladas al gobierno británico-. Quizá, irónicamente, las décadas de la Revolución Mexicana y de la Guerra Mundial representarían oportunidades económicas importantes para Pearson.
A pesar de la importancia de los múltiples proyectos internacionales de Pearson, no cabe duda de que el catalizador para la expansión de su imperio empresarial fue la serie de contratos que el gobierno de Porfirio Díaz otorgó a S. Pearson & Sons entre 1889 y 1905 para obras públicas importantes y de gran envergadura (los más importantes fueron el Gran Canal del Desagüe en el valle de México; las obras portuarias de Veracruz, Salina Cruz y Coatzcoalcos, así como el Ferrocarril Nacional de Tehuantepec). Para el gobierno mexicano estas obras representaron no sólo componentes clave en el desarrollo de una infraestructura económica, sino también símbolos prominentes de la visión de la elite política porfiriana de un país con ambiciones de alcanzar la modernidad y el progreso, además de pruebas tangibles de que los diablos obstaculizadores de las primeras décadas de vida independiente se habían conquistado.
Para Pearson fueron contratos muy lucrativos.16 Estos contratos, financiados por el erario público, a lo largo de sus treinta años en México permitieron a Pearson reciclar parte de sus ganancias en el desarrollo de una red de empresas extensiva que incluía compañías mineras, de luz y fuerza motriz, de manufactura y de transporte urbano y marítimo (tranvías y barcos de vapor). También le permitieron adquirir (por compra o arrendamiento) hasta 400000 hectáreas de terrenos mexicanos, clave para sus múltiples exploraciones petroleras a través de la Compañía Mexicana de Petróleo El Águila, que llegaron a ser, después de 1905, su mayor obsesión, y, después de 1911, sin duda sus empresas más rentables.17 Según el propio Pearson, el grado de confianza que existía entre su empresa y el gobierno mexicano era tal que, en una ocasión, Pearson se jactó ante el embajador norteamericano en Londres de que su compañía había sido considerada "one of the minor departments of State".18
Los estudios anteriores sobre las actividades de Pearson en México se han desarrollado en el contexto de los debates nacionalista y dependentista que buscaban analizar (y satanizar) el papel de los inversionistas extranjeros en el desarrollo económico del Porfiriato, y el de la competencia entre capital y capitalistas británicos y sus contrincantes estadounidenses.19 En la última década se ha empezado a estudiar más profundamente y de manera más científica la carrera de Pearson en México. Priscilla Connolly ha investigado el papel de Pearson como contratista de obras públicas como modelo y precursor del contratismo constructor en México a través de un estudio muy detallado de sus dos primeros contratos -el Gran Canal del Desagüe y las obras portuarias de Veracruz-.20 Manuel Perló Cohen también ha estudiado el proyecto del Gran Canal, pero más bien desde el punto de vista de su importancia política y simbólica como proyecto modernizador y progresista.2121
En este ensayo no propongo entrar en los detalles de sus principales obras -por interesantes que sean- sino explorar los fac tores que explican el éxito de Pearson en México. Como ya se ha dicho arriba, no me convencen las explicaciones estructurales que clásicamente se han utilizado para explicar el éxito de empresarios británicos como Pearson -el imperialismo informal o el "dominio honorario "-. En el caso del último, Cain y Hopkins explican que, para que se "calificara" a un país con el status de sujeto "honorario" del imperialismo británico, tenía que ser "heavily dependent upon British trade and credit [... and ...] obliged to accommodate to British political and economic liberalism".22Esto seguramente no fue el caso de México en el Porfiriato, dado el aislamiento esforzado de los mercados financieros europeos que México tuvo que enfrentar durante casi sesenta años, sobre todo después de la suspensión de relaciones en 1867. Por otro lado, México se queda descalificado por sus vínculos económicos fuertes con el capital estadounidense durante la República Restaurada.
Propongo que hay cinco factores sobresalientes o clave; los dos primeros -el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre México y Gran Bretaña en 1884, y la restauración del crédito mexicano en la Bolsa de Londres (y la renegociación de la famosa "deuda inglesa" en 1886)- explican el contexto de la llegada de Pearson a México en 1889. Sabemos bien que las relaciones anglo-mexicanas desde la independencia de México fueron difíciles -una descripción que se queda muy corta- debido fundamentalmente a la serie de negociaciones frustradas y frustrantes para implementar el pago de intereses a los súbditos británicos que habían invertido su dinero en los préstamos de 1824 y 1825. El reciente estudio de Silvestre Villegas demuestra claramente cómo el problema de la deuda entre 1824 y 1884 no sólo restringió el desarrollo de la economía mexicana, sino que perjudicó seriamente la soberanía nacional, el desarrollo del Estado y la formación de la misma nación.23
Como explica Michael Costeloe, siguiendo la versión clásica de Turlington, hasta 1850 el Foreign Office había considerado la deuda como asunto privado entre las dos partes, pero a la renegociación o reconversión del monto de la deuda en ese año se le dio el carácter de convenio (o tratado), y por ende, el apoyo diplomático a un sector de los tenedores de bonos, aunque no a todos.24 A riesgo de simplificar una historia complicada, este reconocimiento diplomático llevó directamente a la participación británica en la intervención militar de México en 1861, a raíz de la suspensión del pago de deuda por el gobierno de Benito Juárez, una decisión que tuvo consecuencias desastrosas para las relaciones anglo-mexicanas. En 1867 se suspendieron formalmente las relaciones diplomáticas, y, de mayor gravedad para el crédito mexicano, se le negó el acceso a la Bolsa de Londres (y a las bolsas europeas) durante las siguientes dos décadas.
La resolución de esta crisis entre las relaciones diplomáticas, comerciales y financieras entre México y Gran Bretaña se encontró finalmente en la década de los ochenta del siglo XIX- y se obtuvo precisamente porque los dos adversarios tenían gran interés en encontrarla. Por el lado británico, la presión que ejercía el Committee of Mexican Bondholders al Foreign Office se complementaba en la demanda creciente de la Association of the Chambers of Commerce, y la restauración de relaciones diplomáticas beneficiaría al comercio británico en el desarrollo de nuevas oportunidades que se identificaban en México. Por ejemplo, cito un documento de 1883 que esta asociación mandó al Foreign Office en nombre de los representantes de todas sus 55 organizaciones locales (que incluía la representación de las asociaciones de Huddersfield y Bradford, sedes originales de las operaciones de Pearson):
while other commercial countries [se referían aquí a los Estados Unidos, Alemania y Francia] are arranging fresh treaties of commerce with a nation consisting of 10000 000 of people, Great Britain is the only State precluded from the possibility of availing herself of so large and advantageous a market for her goods by being prevented from entering into any negotiations on equal terms with other powers in consequence of having no diplomatic relations with the Republic of Mexico.25
Por el lado mexicano, los estudios de Paolo Riguzzi han subrayado que, al mismo tiempo que se buscaban relaciones económicas y políticas más cercanas con los Estados Unidos desde 1867, se buscaba el capital europeo como contrapeso a una dependencia excesiva de la creciente influencia norteamericana.26 Pero es importante también subrayar que el deseo de fortalecer y de proteger la soberanía mexicana ante tal amenaza no solamente se expresaba en el discurso de los científicos en las décadas de los 1890 y 1900, sino mucho antes, y de hecho, fue un estímulo importante para la reanudación de la relación bilateral con la Gran Bretaña. Se expresaba claramente en los informes que mandaba el embajador británico en Francia, vizconde Lyons, al Foreign Office, en los cuales citaba las conversaciones que había tenido con el primer ministro mexicano nombrado después de la reanudación de relaciones franco-mexicanas en 1880, Emilio Velasco.
Cito un informe que mandó Lyons al secretario del Foreign Office Earl Granville en 1882, donde se demuestra de manera explícita que, a pesar de las concesiones que los gobiernos de Porfirio Díaz y Manuel González habían ofrecido voluntariamente a sus vecinos , la envergadura y la preponderancia de los intereses estadounidenses en México ya representaban una amenaza a la independencia y a la soberanía nacional que se tenía a fuerzas que contrarrestar:
The one consideration, the one anxiety which overruled all others in the minds of Mexicans was, Velasco said, the maintenance of the independence of their country against encroachments from their all powerful neighbour. The United States' Government was not, in general, inclined to war, and the Mexicans did not apprehend any actual invasion or attempt at conquest, unless important commercial or other material interests should be at stake. The object of the Mexicans had therefore been to endeavour to ward off interference from the United States' Government by giving it full satisfaction with regard to commerce and to the employment of the capital of its citizens in enterprises in Mexico. They had, in particular, encouraged the construction of railroads between the two countries, and had endeavoured in various ways to give United States ' citizens an interest in the preservation of the existing state of things in Mexico. They had even gone so far as to denounce their commercial treaties with other countries, in order that the most-favoured nation clauses in them might not be an obstacle to granting special advantages to the United States.
However [...] it had become apparent to the more reflecting among the Mexicans that this policy was being carried too far, that the magnitude and predominance of United States' interests in Mexico were growing into a serious danger to the independence of the country, and that endeavours should be made to redress the balance by attracting European sympathy and fostering European interests [.] Mexico had already resumed diplomatic relations with France, and was now anxious to renew them with England [.] [because...] they should derive very great moral support from the mere fact of the existence of friendly political relations and of active commercial and other intercourse with the great nations of Europe. They were, consequently, most particularly desirous to resume diplomatic relations with England, and to attract English commerce and English capital to Mexico.27
A pesar de estos temores generalizados, el gobierno modernizador de Manuel González (1880-1884) tenía razones más específicas y apremiantes para reanudar las relaciones bilaterales y crediticias con Londres. La crisis económica del último año de su cargo lo obligó a buscar nuevos préstamos para cumplir con las generosas subvenciones que su gobierno había contratado con numerosas compañías ferrocarrileras como parte de su ambicioso proyecto de gobierno.28
Aunque los historiadores británicos generalmente enfatizan que el gobierno británico se negaba a entrometerse en los asuntos que consideraban netamente comerciales, en el caso de México en los años ochenta del siglo XIX hay una convergencia clara entre los intereses diplomáticos, financieros y comerciales. Fue el gobierno británico, entonces, el que tomó la iniciativa de entablar negociaciones para resolver tanto el impasse diplomático como el financiero. Se reanudaron las relaciones diplomáticas en 1884, y, dos años más tarde, el ministro de Finanzas Manuel Dublán pudo sacar un acuerdo (la Conversión Dublán) muy favorable para México en la renegociación de la deuda inglesa, no sólo porque redujo de manera significativa la deuda acumulada, sino que, por primera vez en más de sesenta años, abrió el paso a la Bolsa de Londres para nuevos préstamos.
La importancia de la Conversión Dublán se manifestaba tanto en la prensa financiera londinense como en las nuevas inversiones que de allí surgieron. Los comentarios adversos (y abiertamente hostiles y racistas en relación con México) de esta prensa antes de 1886 se convirtieron en un reconocimiento -todavía cauteloso- de nuevas oportunidades. Por ejemplo, comentó el periódico financiero Money en 1883: "We have never had any belief in the alleged Mexican prosperity, nor did we ever entertain for a moment any confidence in the integrity of the officials of the Republic [...] for all the world knows how poverty-stricken and faithless Mexico is".29
Seis años después, en septiembre de 1889, y de manera significativa sólo tres meses antes de la primera visita de Pearson a México en diciembre del mismo año, el periódico Mexican Financier comentó: "In Mexico, English capital is clearly in preponderance, and almost every week sees a new company organised in London".30
Era claro, entonces, que las oportunidades que se presentaban a un ambicioso empresario británico a finales de la década de los años ochenta del siglo XIX eran mucho mejores que en cualquier momento en la vida independiente de México en todo ese siglo. Pearson fue el beneficiario de una coyuntura de circunstancias muy favorables. El préstamo municipal (2.4 millones de libras esterlinas) de 1889 que negoció Dublán fue la fuente principal de financia-miento del Gran Canal del Desagüe, y fue solamente el segundo nuevo préstamo negociado por Dublán después de la conversión de 1886. Aunque las cláusulas no especificaron que el contrato se diera a un contratista británico, Manuel Perló Cohen demuestra claramente que, según el agente financiero en Londres, Benito Gómez Farías, la concesión a un contratista británico proporcionaría "un apoyo moral importante para el éxito de la obras".31
Es importante también subrayar que los talentos que Pearson demostraba en la realización de sus proyectos, aliados a su visión personal de un liberalismo desarrollista -con su preocupación por el progreso material bajo el liderazgo de una elite tecnócrata en contraste con el liberalismo constitucional y su insistencia en la estructura política de gobierno representativo-, cuadraban fuertemente con la visión de la elite política porfiriana en su búsqueda de una solución a los múltiples problemas de desarrollo nacional que había enfrentado México durante todo el siglo XIX -un aparato estatal débil, un déficit fiscal permanente, un sistema de transporte costoso e inadecuado, así como una escasez crónica de capital y de infraestructura financiera-.32 De hecho, los paralelismos entre los "free trade liberals" de la Gran Bretaña de finales del siglo XIX, como Pearson, y sus homólogos científicos en el México porfiriano todavía no se han estudiado a fondo, pero son más cercanos de lo que se supone. Al final de su vida, Pearson hizo explícitos los ejemplos del "progreso material" que más le había inspirado durante su larga carrera. En primer lugar, citó "the perfect model of a small township, with its factories, institutes, schools, almshouses, libraries and housing amenities" que se encontraba en el pueblo industrial de Saltaire en West Yorkshire, construido por el empresario Titus Salt en las afueras de Bradford, en la década de los cincuenta del siglo XIX. En segundo, citó sus experiencias de joven viajero (de diecinueve años) en los Estados Unidos en 1875, mandado por su padre en búsqueda de nuevas oportunidades para la empresa familiar. Regresó con un admiración intensa por "their progress during a short 100 years of existence as a nation [...]; their methods of work were instructive, their energy and ambition infectious. I returned to England seeing no reason why the great things being done in America could not be done elsewhere".33
Una aportación reciente para nuestra comprensión del discurso científico en la última década del siglo XIX, en México, sobre la construcción del Estado y el papel de los intereses extranjeros en el desarrollo nacional es el estudio de Richard Weiner, en el que propone el análisis del concepto de mercado para explorar las variedades del discurso de la elite pofirista.34 Weiner demuestra que el papel y el significado del mercado representaban mucho más que una cuestión de desarrollo económico , y que fue un ingrediente vital de un proyecto político y cultural que buscaba la paz política, la harmonía social, la integración nacional y el desarrollo nacional en una época de transformación global e inseguridad amplia. Cita Weiner a voceros científicos (con más frecuencia a Justo Sierra, Rafael Reyes Spíndola, Carlos Díaz Dufoo y Francisco Bulnes), que, en sus distintas maneras, diseccionaron los problemas nacionales mediante un discurso biológico-cultural sobre la raza, el género, y, sobre todo, el problema fundamental del "indio" y su integración al desarrollo nacional. También demuestra cómo el debate sobre la política económica y fiscal adoptaba metáforas biológicas para abogar por el mejoramiento del "organismo mexicano " mediante una mayor productividad económica, la extensión del mercado y la atracción de capital (y de sangre) extranjeros -de preferencia, del norte de Europa-. De manera más significativa, Weiner demuestra que la preocupación central de los científicos, que gozaba de un consenso extendido entre la elite porfirista, fue la demanda para un papel primordial y más riguroso del Estado en la protección de la soberanía nacional bajo la amenaza verdadera y auténtica que representaba la apertura de todas las múltiples fronteras mexicanas (territorial, cultural, biológica, política y económica) al capital y migración estadounidense. Era un discurso sumamente contradictorio; era profundamente nacionalista y proteccionista, pero también elogiaba "lo extranjero". Era, en otras palabras, al mismo tiempo xenófilo y xenófobo.
Lo más interesante de este análisis en el contexto del caso de Pearson es el papel que se asignaba en el discurso científico al mercado internacional, por un lado, y, por otro, Europa y los europeos en el imaginario científico: para Justo Sierra, por ejemplo, el contacto con "lo extranjero" en general representaba "una fuerza darwiniana positiva", esencial para el fortalecimiento del organismo social mexicano, un organismo que se consideraba sumamente pobre y débil.35 Al mismo tiempo identificaba Sierra un peligro fundamental que un poder extranjero demasiado fuerte (como el mercado internacional) podría destruir el organismo, y por ende, era muy necesario reglamentar y controlar los intereses extranjeros. Limantour, por su parte, identificaba el capital y el comercio norteamericano como los peligros mayores contra la soberanía nacional -de ahí la necesidad del contrapeso del capital y el comercio europeo.
A pesar de las ventajas coyunturales de las que se beneficiaba Pearson en su arraigamiento en México, el último factor que se debe considerar es el propio modus vivendi que adoptó en sus negocios, y su propia respuesta a las oportunidades que a él se le presentaron. En primer lugar, durante sus treinta años de experiencia en México, y a pesar del discurso darwiniano y spenceriano que caracterizaba la época, no denigraba nunca ni a México ni a los mexicanos. Así discrepaba fuertemente su actitud del discurso de muchos de sus compatriotas británicos que visitaron América Latina en el siglo XIX, como empresarios, diplomáticos, científicos, viajeros o escritores. Una reseña breve de la literatura británica de viajes demuestra que la denigración de la región y su población en general es una tradición larga y deshonrosa, que presentaba una serie de estereotipos conocidos. Los comentaristas británicos repetían sus temas favoritos ad nauseam: abundaban la falta de la ley, la corrupción, los olores feos, la intolerancia religiosa y la pereza congénita -o como lo ha descrito Alan Knight "smells, bells, and lazy natives"-.36 En contraste, Pearson se demostró muy progresista, hasta ilustrado.
Es también importante subrayar que Pearson se había adaptado fácilmente a las normas o modales empresariales y sociales de la época. Varios miembros de la familia Díaz visitaron a menudo las residencias de Pearson en la ciudad de México y en Veracruz. En su correspondencia Pearson presumió a menudo del hecho de que en las juntas directivas de sus varias empresas en México se encontraron "the most influential political and financial men in Mexico". Es bien sabido que Porfirito Díaz, el hijo del presidente Díaz, fue uno de los directores de la compañía S. Pearson & Son Sucesores, la compañía encargada de las obras del Ferrocarril Nacional de Tehuantepec. Para garantizar un trato favorable, pagó anticipos y honorarios a varios individuos para evitar lo que Pearson llamó, de manera eufemística "the inadvisability of making enemies of politicians". Además pagó comisiones muy generosas ("special expenses") como recompensa por servicios en pro de la compañía.37
Quizá el factor más importante es que Pearson se mostró profundamente enterado (y a favor) de la estrategia desarrollista y nacionalista del gobierno, de sus preocupaciones del gobierno sobre la cuestión de la soberanía. Por ejemplo, en relación con el contrato para el Ferrocarril Nacional de Tehuantepec, su propuesta original en 1896 para la reconstrucción del Ferrocarril Nacional de Tehuantepec identificaba que una de sus grandes ventajas respecto a otras propuestas era que podía ofrecer "la libertad completa del control [norte]americano y la certeza de que el comercio inglés estaría más dispuesto a utilizar una ruta bajo el control inglés".
Pearson era sumamente consciente de las ventajas de la política nacionalista para empresarios británicos, y para sus propios intereses. Como explicó Pearson en una entrevista con la revista londinense The Westminster Gazette en 1901: "in Mexico English capitalists meet with exceptional favour by the government. It is true [that] American capital is pouring into the country, but Mexicans are a little afraid of a too-pronounced American invasion".38
En abril de 1909, en vísperas de la fundación de su Compañía Mexicana de Petróleo El Águila, S. A., que se encargaría de una parte de sus intereses petroleros, comentó a su esposa:
I am sure a Mexican business should be partly owned by Mexicans [...] a Mexican company would be assured of financial support much more than a foreign company, and I should feel our investment consequently would be on a safer basis than if entirely owned by us [...]. I should like what further money is needed to be found in this country and not by us.
Concluyó, con una frase característicamente terca: "This strategy is wise, quite apart from it being convenient".39
El mismo mes, en correspondencia con Limantour, reveló el grado de apoyo y de colaboración de parte del gobierno mexicano en su empresa petrolera -un negocio en el cual no tenía ninguna experiencia, y el único donde él había invertido su propio dinero: Escribió: "Without the sympathy of the government I should never have incurred the stupendous expenditure this huge enterprise has needed; [...] if I had to lose the government's sympathy and support I shall not be justified in personally continuing to bear its responsibility".40
Se pude concluir que, como en el caso de sus otros proyectos en México, estaba dispuesto a apoyar la estrategia nacionalista del gobierno mexicano -en este caso, desafiar el monopolio de Standard Oil- con tal de que sacara un beneficio personal. No tuvo que esperar mucho. Como ya se planteó arriba, después de 1910, a raíz del descubrimiento del pozo petrolero más productivo en México durante la Revolución (el Potrero del Llano, cerca de Tuxpan), después de 1914, a raíz de la demanda que surgió en la primera guerra mundial, El Águila llegó a ser su empresa más lucrativa.
A pesar del éxito de su empresa petrolera durante la década revolucionaria, es también el caso que la Revolución representó una línea divisoria tanto para los intereses de Pearson en México como para las relaciones anglo-mexicanas en general. A pesar de sus vínculos íntimos con el régimen de Díaz, pronto estableció buenas relaciones con la administración maderista (sobre todo con Ernesto Madero). Pero después de 1913, su apoyo al régimen de Huerta (aunque fue, en realidad, un apoyo muy ligero) no le permitió mantener ilesa su política de la no-intromisión en la política doméstica mexicana, y, como consecuencia, fue el blanco de una campaña de prensa muy hostil, tanto en México como en los Estados Unidos, que lo identificó como contrarrevolucionario y corrupto.41 Además lo desmoralizaba progresivamente la actitud del gobierno británico de indiferencia y hasta hostilidad hacia sus intereses en México si se percibía en el Foreign Office que éstos discrepasen de los de los Estados Unidos. Demostró su frustración con la actitud del gobierno británico en una carta al secretario de Estado Balfour en 1918: "After 30 years unequalled activities in Mexico, to now see our work, day by day, wasted, is simply killing me".42
Como resultado, ya desde 1912, empezó a buscar su salida de México. En 1918 vendió la mitad de las acciones de El Águila, y entregó la dirección de la compañía a su Nuevo socio Royal Dutch Shell.43 También la ruptura y el trastorno del comercio internacional ocasionado por la guerra mundial y la inauguración del canal de Panamá en 1914 afectaron seriamente la rentabilidad del Ferrocarril Nacional de Tehuantepec, y en 1918 el gobierno de Carranza puso fin a la asociación entre Pearson y el gobierno mexicano.
Conclusiones
Como consecuencia del tiempo que pasó en México, y también en reconocimiento de la importancia de sus intereses mexicanos, a Weetman Pearson se le conocía en el parlamento británico como el diputado por México. También como reflejo de su respeto para México -y sin duda como reflejo también de la fortuna que México le había proporcionado-, cuando tuvo que escoger su escudo de armas al subirse a la Cámara de los Lores en 1910, incorporó una representación simbólica de un peón mexicano.44
Sin embargo, Pearson sigue siendo una figura de controversia, porque se le juzga de manera inevitable, en el contexto de lo que sigue siendo una polémica nutrida sobre el papel de la empresa extranjera en el desarrollo nacional -un papel no sólo de interés histórico sino de resonancia contemporánea en una época de neoliberalismo. En la historiografía se detectan dos interpretaciones polarizadas. Para los británicos, representa el empresario audaz, dinámico y hasta heroico de la edad de oro del imperio cuando la empresa británica dominaba el mundo. Al otro extremo del espectro historiográfico, para la corriente nacionalista en México fue un agente siniestro del imperialismo británico en su afán de saquear los recursos mexicanos y distorsionar el desarrollo nacional.45 Ambas perspectivas, para mí, son igualmente distorsionadas. En breve, Pearson fue menos un agente del imperialismo británico que un agente de la modernización científica porfiriana en su proyecto de (espero que la metáfora no sea demasiado barroca) amarrar la soga del capital y de la tecnología de ultramar al caballo del desarrollo nacional.
La Revolución y sus consecuencias convertirían esta visión del desarrollo de México en un sueño cruel, y pretexto para una condena profunda y larga durante la mayor parte del siglo XX. Irónicamente, el mismo proyecto resurgiría, aunque en distinta forma y bajo distintas reglas, en las décadas posrevolucionarias. El Estado posrevolucionario -y la historiografía posrevolucionaria- reivindicaba como suyo el proyecto de modernización como producto exclusivo de la Revolución, e interpretó las obras públicas porfirianas como pacto criminal entre las elites corruptas y los extranjeros rapaces.
En la historiografía profesional, en cambio, una interpretación más sensata está convirtiéndose en una nueva ortodoxia. Como recordaba el mismo Pearson en 1917 a su antiguo contrincante Limantour en su exilio parisino, en un momento de reflexión filosófica inusitada para él, el juicio de la historia es lento y sin recompensa.
History will do justice to you, to whom Mexico is indebted to an extent that can only be appreciated by those (like myself) who had the opportunity of knowing your brilliantly able and self-sacrificing work. But waiting for history to vindicate one's character or to realise one's worth is neither satisfying nor very comforting.46