Los diagnósticos clínicos del pasado no surgieron del ingenio de una mente aislada; por el contrario, son históricos en la medida en que fueron pensados, forjados y modificados en una atmósfera intelectual específica. La psicopatía autista propuesta por el reconocido pediatra Hans Asperger en su tratado de 1944 refleja mucho del espíritu de una época de segregación racial y asesinatos sistemáticos perpetrados por el régimen del Tercer Reich. Ésta es la propuesta de la historiadora Edith Sheffer en su libro Aspeger’s Children: The Origins of Autism in Nazi Vienna (2018), traducido por editorial Planeta bajo el título Los niños de Asperger. El exterminador nazi detrás del reconocido pediatra (2019). La obra de la catedrática de la Universidad de California, Berkeley, se suma a otras investigaciones que evidencian la participación de Hans Asperger con altos funcionarios higienistas, médicos eugenésicos y psiquiatras supremacistas integrados al sistema de exterminio nazi.1 Sin embargo, Sheffer centra su mirada en historizar las vidas y el destino de los niños a manos de los profesionales que juzgaron sus mentes. El libro tiene como propósito analizar las raíces ideológicas, políticas y culturales que permitieron el descubrimiento, la comprensión y las transformaciones clínicas de la enfermedad autista en el contexto de la Europa de entreguerras. Se trata de una obra que se inscribe en un cruce de caminos: la biografía intelectual, la historia política, la historia social y la historia de la psiquiatría, en razón de que su objeto de investigación está situado en diferentes campos del conocimiento, lo que le imprime agilidad narrativa presentando historias transversales a lo largo de sus capítulos.
Con una sólida evidencia documental integrada por tratados científicos, artículos médicos, memorias de congresos, libros de literatura infantil y juvenil, prensa, fotografías y diarios personales, incluido el del propio Asperger, la autora reconstruye la trayectoria del facultativo antes, durante y después de la caída de Hitler. Examina las redes intelectuales que lo formaron y estudia la conformación de un grupo de expertos empeñados en su cruzada a favor de la salud y el perfeccionamiento del pueblo alemán. Sheffer detalla con precisión que el aparato burocrático estuvo integrado por altos funcionarios sanitaristas, médicos reconocidos, prestigiosos higienistas y psiquiatras acreditados al servicio del Reich, quienes diseñaron, gestionaron y operaron la matanza de niños considerados como “indeseables”. Las ejecuciones fueron realizadas en el emblemático Hospital de Spiegelgrund, en Viena, un laboratorio de segregación y experimentación considerado como el segundo centro más grande de asesinatos de todo el programa de eutanasia infantil. Esto fue posible gracias a la extensión de una trama de complicidades en el interior del nosocomio que involucraron a médicos, enfermeras y personal de vigilancia. Sorprende que, en la mayoría de los casos, la causa oficial de muerte de los niños fue neumonía, hecho que revela uno de los episodios de encubrimiento más estremecedores del periodo. En todo caso, advierte la autora, no es posible estudiar dicho diagnóstico sin tomar en cuenta la exacerbación de los sentimientos colectivos y la voluntad del régimen nacionalsocialista para evaluar, etiquetar y medicalizar la pertenencia social de las personas. Estudiar el proceso de elaboración de la psicopatía autista resulta una tarea imprescindible para los historiadores, estudiosos de las enfermedades mentales y de los profesionales de la salud, porque permite comprender los “valores, las preocupaciones y expectativas de una sociedad” (p. 13).
Mediante una narrativa envolvente, puntual y sobrecogedora, la investigación de Edith Sheffer busca desmitificar la imagen benevolente del pediatra austriaco, erigido por muchos científicos como presunto defensor de la niñez dentro del programa de exterminio. Un lector poco familiarizado con el tema descubrirá que Hans Asperger formó parte de asociaciones e instituciones que promovieron los dogmas y las políticas del régimen nazi y, al hacerlo, hizo posible el sistema de eliminación de la infancia degenerada. Un aspecto a destacar del libro son los magistrales capítulos dedicados a documentar las vidas de los niños y las niñas confinados en Spiegelgrund; para ello, la autora examinó la cotidianidad, los miedos persistentes, las quejas recurrentes, los intentos de fuga y el maltrato que experimentaron incluso después del cierre del nosocomio en 1950. A través de sus historiales clínicos, memorias, cartas de familiares y entrevistas de los sobrevivientes recopiladas por el Centro de Documentación de la Resistencia Austriaca, Sheffer estudió las situaciones desesperadas de aquellos infantes letrados que intentaron contactar con sus familias solicitando su regreso a casa, o la angustia de muchas familias que tras la caída del régimen procuraron saber la situación de sus hijos. Muchos niños confinados en Spiegelgrund carecían de una red de apoyo familiar, otros provenían de familias con padres ausentes o estaban en condiciones de marginación social. Las narrativas epistolares analizadas por la autora muestran historias de anunciada tragedia, pero también de valerosas estrategias de sobrevivencia. El mérito de la investigación radica en explorar la subjetividad doliente de un grupo de niños en situación de abandono y confinamiento forzado.
Cada uno de los diez capítulos que conforman la obra puntualiza la formación de Asperger, sus actividades políticas y afinidades religiosas, así como su participación en congresos de higiene y eutanasia, en charlas impartidas en diferentes universidades y programas sociales implementados por fervientes facultativos nazis luego de la anexión de Austria en 1938. Asperger revisó, evaluó y transfirió a niños y niñas de diversos orfanatos a las Oficinas de Salud Pública, instancias encargadas de remitir a los menores a Spiegelgrund donde fueron objeto de experimentación científica y finalmente asesinados a manos de sus colegas. Para comprender el sistema sanitario y la participación de los profesionales de la salud (médicos, psiquiatras e higienistas), Edith Sheffer delinea la ingeniería psiquiátrica y sus dispositivos institucionales que posibilitaron la evaluación de cientos de “vidas indignas de la vida”; niños, adolescentes y jóvenes que no se ajustaban a las normas éticas, biológicas y culturales del sistema. A lo largo del libro se documenta con claridad que las labores de la psiquiatría infantil nazi estuvieron relacionadas en varios frentes: la clínica, las escuelas, el bienestar social, los tribunales de justicia, la esterilización y el exterminio de menores. Las actividades “científicas” de los expertos estaban en función de formar ciudadanos saludables, soldados y trabajadores con alto espíritu de servicio. Edith Sheffer muestra que varios de los niños exterminados en Spiegelgrund no padecían enfermedades terminales; tampoco los especialistas tenían claridad de que tuvieran alguna enfermedad mental; sin embargo, fueron considerados como una carga para el Estado porque ponían en peligro “las reservas genéticas” de toda Alemania.
Como funcionario público e investigador clínico, sostiene la autora, Asperger observó a niños y niñas con discapacidades físicas, mentales y afectivas, puntualizando en aquellos casos de varones que presentaban problemas de introspección reiterada, aguda inteligencia pero escasa adaptación al medio ambiente. El diagnóstico de Asperger se basó en el reverso de los valores y pautas impuestas por el régimen: fuerza física, atletismo, vigor, un abierto sentimiento nacional y amor irrestricto a los ideales del partido. Varios colegas del médico austriaco que fundaron la Clínica de Educación Curativa comenzaron a observar que la falta de lazos sociales, la ausencia de competencia comunitaria y la poca alienación al “Volk” (pueblo o nación) eran elementos centrales en ciertos niños. Hans Asperger definió la conducta social infantil en términos de asociales, problemáticos, ingobernables y proclives a la criminalidad. De lo anterior se desprende el siguiente argumento: las ideas que defendió Asperger en su tratado de psicopatía autista revelan muchos de los prejuicios del régimen respecto a los niños y adolescentes que no mostraban sentimientos comunitarios o carecían de espíritu social. Una segunda hipótesis sugiere que fueron las exigencias vehementes del contexto, y no la investigación rigurosa, las que moldearon y definieron su propuesta diagnóstica en un periodo de 6 años. Sobre este punto, la autora afirma que el autismo representó “el opuesto psicológico al nazismo” (p. 262).
Finalmente, Edith Sheffer propone una nueva interpretación del periodo bajo el concepto de “régimen de diagnóstico”, según el cual representó la base de la persecución, exterminio y perfeccionamiento de la sociedad a la que aspiraban los nacionalsocialistas. La idea de un régimen de diagnóstico resulta novedosa y pertinente para comprender otros aspectos vedados del nacionalismo extremo; ejemplo de ello es que los ciudadanos de Viena y, en general, de Austria, fueron evaluados en todos los aspectos de su existencia mediante la implementación de un “inventario de la herencia”. El régimen de diagnóstico hace referencia a una forma de etiquetar, evaluar, cuantificar y examinar al conjunto social, su calidad biológica, comportamiento social, actitud mental y situación afectiva, usando como instrumentos de catalogación una red de servicios centralizados destinados a gestionar, organizar e interpretar la información acumulada de las personas. Al inventariar la calidad biológica, conductual y emocional de los menores, el régimen de diagnóstico permitió la generación de archivos infantiles que luego fueron leídos e interpretados desde el gabinete por funcionarios que decidieron su vida y destino.
En suma, Los niños de Asperger es una lectura obligada para entender los intersticios del diagnóstico autista y el contexto ominoso del que emergió. El libro de Edith Sheffer invita a interrogarnos sobre la dimensión ética de los profesionales encargados de salvaguardar la salud física y mental en contextos totalitarios o de estados de excepción, como ocurrió en Austria. Cualquier lector interesado en el régimen de barbarie implementado por el Tercer Reich, encontrará en esta obra la oportunidad de observar con ojo crítico al pasado desde el presente; un presente, vale decirlo, obsesionado con nuevas tácticas biopolíticas proclives a la medicalización de la vida y cuyo efecto inmediato es la mercantilización del sufrimiento de las personas. Hoy como ayer, el diagnóstico clínico detenta un poder que indica, sugiere y decide el valor biopsicosocial de cualquier ciudadano.