Introducción
El presente trabajo aborda la relación entre el fenómeno de la migración a Estados Unidos de adultos mayores y la necesidad de servicios de cuidados como fenómeno global. Para ello, se considera que señalar la migración de adultos mayores forma parte de los cambios de los flujos migratorios de las últimas dos décadas. El resultado es que esto se puede ver como la incorporación de nuevos sujetos sociales a la migración, a partir de fenómenos que se originan en las transformaciones del trabajo y la movilidad de la mano de obra a nivel internacional: la reunificación de familias de migrantes en el lugar de destino en la década de 1990; la incorporación de mujeres de hogares migrantes a mercados laborales, el surgimiento de la necesidad de servicios de cuidados como fenómeno de la actual dinámica del capital (Ehrenreich y Hochschild 2003; Pérez Orozco 2011).
El proceso de investigación en el cual se basa el presente trabajo es amplio y se ha llevado a cabo desde 2009. Así, partimos de la información generada en dicho proceso, aunque aquí ilustramos con sólo dos casos y referencias de otros que nos permiten adelantar algunas conclusiones sobre el tipo de relaciones que hemos señalado. Los casos refieren a personas adultas mayores que migran de manera circular y algunos de manera permanente, y cuyo lugar de origen es alguna comunidad del municipio de Ecuandureo, Michoacán, y como destino alguna ciudad o pueblo en Estados Unidos. Esto se ha dado desde hace al menos veinticinco años.
La atención es puesta en el análisis de las condiciones que permitieron que este sector se haya incorporado como nuevo sujeto social en la migración hacia Estados Unidos. En este sentido, una idea fundamental del presente trabajo es considerar que la migración de adultos mayores se ha vuelto hoy cada vez más extensiva, especialmente, en el contexto de la fragmentación y reunificación familiar, resultado de diversas condiciones sociopolíticas y económicas que han marcado la historia de las naciones expulsoras y receptoras de migración en el último siglo.
Existe diversidad de temas que podrían entrar en la relación migración y vejez, por lo cual en este trabajo se delimita que se trata del tema de la migración de personas adultas mayores que se fueron quedando solos en el lugar de origen a causa de la migración de los miembros de sus grupos domésticos: hijos, hijas, nietos, nueras. Y que en un momento dado toman la decisión de comenzar a viajar al Norte, práctica que posteriormente se volvió parte de un ciclo migratorio con diversas aristas, cuyas características dejan ver la forma en que esta práctica se va convirtiendo en una manera de migrar y que podríamos considerarlo como parte de lo que los estudiosos del fenómeno llamaron circuitos migratorios.
Ser abuela o abuelo es una construcción sociocultural que se socializa en el marco de las relaciones sociales. A la vez, enmarcada en las identidades de género que norman el deber ser de hombres y mujeres, añadiéndose el rol social y familiar en diversas etapas de la vida de los individuos. El cambio en las dinámicas inter e intrafamiliares, como consecuencia de la migración de algunos de sus miembros, produce que el sentido o las formas de reproducción de los roles se transformen. Pero la significación se mantiene: ser abuela o abuelo a pesar de la separación de la familia. El contexto en el cual este tipo de transformaciones se dieron en el caso que mostramos aquí es el de una experiencia migratoria añeja que hoy marca a muchas localidades.
Por lo tanto, hemos considerado la construcción de una categoría de análisis, la cual referimos como: abuelas de la migración. El término se había usado anteriormente, pero hacía referencia a las abuelas que se quedaban en contextos de alta migración. La literatura, al abordar estas variables, puso énfasis en las abuelas que se quedaron en el lugar de origen y que cumplían el rol de cuidadoras y criadoras de nietos, principalmente, por la migración femenina (Hondagneu-Sotelo 2001; Marroni 2000). En el presente trabajo, ser abuela en el contexto de la migración ha implicado la movilidad de este sujeto. Así como cambios en la posición que ocupan en los hogares migrantes.
Al pensar en el término de ser abuela como una construcción sociocultural, identificamos que los criterios no sólo están fundados en la edad, sino en las formas de significación de las tareas que corresponden a este rol, así como las relaciones familiares y la posición dentro de ellas. En el caso que se analiza aquí, se observó la existencia de casos de mujeres que se vuelven abuelas a temprana edad. Algunos de nuestros casos abuelearon1 a los cuarenta años, esto es el resultado de otro fenómeno muy extendido en toda la región: formación de hogares a temprana edad (Seefoó Luján 1992). De tal modo, la edad para ser abuela no siempre está relacionada con la edad de volverse adulto mayor, especialmente, si consideramos los criterios de las políticas de población que establecen que se adquiere esta condición a partir de los sesenta años. Algunas abuelas declararon que sus hijos o hijas las “volvieron abuelas muy jóvenes”.
La idea que tienen tanto abuelos como abuelas sobre sí mismos está enmarcada en las relaciones sociales y de género en la localidad. Pero el proceso que los insertó en la migración como nuevos sujetos se conecta con cambios amplios que produjeron la migración de mujeres jóvenes. Consideramos que el proceso que hace que se inserten las abuelas a la migración está relacionado con la creación de necesidades de servicios de proximidad y de cuidados que trajo consigo la globalización y la crisis de cuidados (Pérez Orozco 2005). El resultado fue el encadenamiento de estas condiciones que configuraron viejos y nuevos sujetos sociales en el marco del capitalismo actual (Ehrenreich y Hochschild 2003; Salazar Parreñas 2005). La migración de mujeres, madres principalmente, en este caso, obedece no sólo a la necesidad de ingreso, sino también a un fenómeno propiciado por la política migratoria de Estados Unidos a mediados de los ochenta. El fenómeno de las abuelas cuidadoras, el cual ha sido estudiado, principalmente, como parte de procesos de envejecimiento, o en procesos de migración masculina y femenina y como consecuencia del surgimiento de las necesidades de cuidados en diversos países (Mestre-Miquel, Guillen-Palomares y Caro-Blanco 2012; Robles Silva 2001; Villalba Quesada 2002).
El caso que aquí se analiza se identifica como parte de otro fenómeno propio de la migración: la reunificación familiar a partir de la década de 1990. Esto puso a las abuelas en contextos de migración en diversos escenarios y dinámicas que se estaban desarrollando como parte de la globalización y el capitalismo desde 1970. Las llamadas cadenas de cuidados son para algunos parte de las características de la feminización de la migración y las transformaciones de los estados de bienestar (Pérez Orozco 2011) donde el énfasis en la familia integra a los abuelos como cuidadores, sea en contextos de migración o a partir de la inserción a los mercados laborales de hombres y mujeres en edad reproductiva y económicamente activos.
Existen en diversas latitudes y conglomerados sociales muchas otras condiciones y formas como las personas adultas mayores se ven afectadas por dichos procesos amplios. Nosotros sólo proponemos un fenómeno específico, cuyas variables son la migración y las necesidades que el capitalismo va creando, como condiciones que contribuyen a la migración de las abuelas, en el marco de lo que llamamos reunificación familiar.
En un estudio reciente acerca del trabajo de cuidados (Carrasco, Borderías y Torns 2011) las autoras se preguntan por el papel que asumen las personas (adultos) mayores como cuidadoras, a la vez que también requieren de cuidados. Partiendo de esta reflexión, consideran pertinente indagar el incremento de lo que se ha dado en llamar servicios de cuidados. Se refieren a un sector de la población que requiere y ofrece dicha prestación, remunerada o no. En el presente trabajo esta inquietud resulta relevante debido a que “las personas ancianas no han sido nunca únicamente receptoras de cuidados, sino también proveedoras de los mismos” (Carrasco, Borderías y Torns 2011, 28), como señalan las autoras citadas. Para nuestro caso, la migración resulta un planteamiento central debido a que buscamos analizar la movilidad de este sector en un mundo global, caracterizado por un dinámico e intenso desplazamiento de las personas más allá de las fronteras nacionales. El fenómeno de la migración ha producido un vasto campo de estudio, de sus actores y de los procesos involucrados; el de la vejez, también vinculado a él, que abarca diferentes líneas de interpretación, pero su estudio desde las ciencias sociales es reciente, es posible que tenga apenas un par de décadas, no obstante el giro hacia el análisis de los procesos sociales de la migración a mediados de la década de 1980 (Massey, Alarcon et al. 1991).
Nuestro trabajo pretende contribuir a la comprensión de la dinámica en la que se insertan los adultos mayores que por diversas razones deben cambiar de residencia. El caso que estudiamos se centra en el análisis de su papel en el cuidado y crianza de miembros menores de edad en el lugar de destino. Esto es parte del proceso que describimos y analizamos aquí. Vemos esto como resultado no sólo de la toma de decisiones individuales, sino también como parte de la creciente demanda de este tipo de servicios por parte de familias de migrantes mexicanos que a partir de los noventa del siglo XX se reunificaron en Estados Unidos.
La migración de personas adultas mayores ha crecido, pero, como fenómeno de cambio de la migración, ha recibido poca atención en la investigación en México (Montes de Oca, Molina y Avalos 2008). Existe poca atención al tema del envejecimiento en México y poca diversificación de temas cuando hay discusión sobre éste. Se ha puesto mayor interés en la población joven. No obstante, lo que observamos es que el envejecimiento de la población comienza a alterar la estructura de la pirámide de edades debido al aumento progresivo de personas mayores de 60 años. Como se ha señalado ampliamente, el envejecimiento de la población no es sólo un fenómeno relacionado con la progresiva presencia numérica de personas mayores en la sociedad, sino que abarca dimensiones sociales, económicas, sanitarias y psicosociales amplias.
En este trabajo presentamos el análisis de la situación de las mujeres adultas mayores a partir de describir lo que ocurre en el Valle de Ecuandureo, Michoacán. Se trata de una región de migración tradicional donde, desde hace varias décadas, se expresa una cultura migratoria particular. Nuestro universo de estudio se refiere, en primer lugar, a migrantes cuyo estatus migratorio es regular; como tal, es factible que se desplacen continuamente entre los dos países, aspecto que reafirma la categoría de circularidad migratoria.2 En segundo lugar se trata de mujeres adultas en plena madurez o que se encuentran en las distintas etapas del ciclo final de vida llamada vejez. No las ubicamos a partir de su edad biológica, sino de los papeles que la cultura migratoria les atribuye como abuelas de la migración, categoría que Leticia Díaz (2014) concibió para explicar la realidad que estudió en el Valle de Ecuandureo. En tercer lugar, las caracterizamos como mujeres que portan sus atributos de género en su ir y venir, en su dinámica de desplazamiento entre las comunidades del Valle y la ciudad de Fort Worth, en el estado de Texas.
Vejez y migración femenina
Entre México y Estados Unidos se encuentra el mayor corredor migratorio del mundo y el flujo más emblemático de los procesos de desplazamiento del sur al norte. En 2013, de los 231 millones 522 mil 215 migrantes del planeta reconocidos en las estadísticas, 45 millones 785 mil 90 se encontraban en los Estados Unidos (UNSD 2014), de éstos, al menos en 2010, 12 millones 189 mil 158 eran mexicanos, según una fuente afín (OIM 2013). Así, cerca de 10% de la población de México reside en los Estados Unidos, lo que significa una alta sangría demográfica, según criterios especializados.3 De la población migrante, cerca de cinco millones tienen su residencia legal; pero como parte de los estudios migratorios recientes, este sector no ha recibido la atención necesaria, por lo que se desconocen sus características y problemática particulares, dado el mayor interés por investigar el crecimiento explosivo y los efectos de la migración irregular.
En términos del perfil demográfico, la población mexicana entre los 50 y 64 años representaba 9 % del total de migrantes en 1990, y 16 % para 2011. Por su parte, la población migrante de 64 años pasó de 5 % a 7 %.4 Otros cálculos estiman que el segmento de los migrantes asentados en el país vecino entre las edades de 45 a 64 años creció 15 % sobre el total en 1995, y 28.8 % en 2013, en tanto que la población mayor de 64 años pasó de 4.6 % a 7.1% en el mismo periodo (Bancomer 2014). Los grupos de edad menores de 45 años disminuyeron su participación en el total, por lo que la edad promedio de los migrantes mexicanos en Estados Unidos transitó de 32.7 años a 40.1 en el lapso de tiempo abordado por el estudio.
El hilo conductor de este artículo se desarrolla a partir de la categoría de vejez para incluir posteriormente los fenómenos migratorios en una perspectiva de la división sexual del trabajo. Sorprende cómo la vejez, un fenómeno descrito mediante expresiones afines (anciano, adulto mayor, tercera edad y cuarta edad), sintetiza una complejidad superior a la que con frecuencia le asociamos. Los fenómenos del ciclo biológico -sobre todo, medidos en número de años vividos- son tan naturalizados e institucionalizados que se conciben a partir de los indicadores construidos para ello. Sin embargo, desde hace décadas, las ciencias sociales cuestionaron este tipo de construcciones.
Remi Lenoir (1993) destaca en una discusión sobre los sujetos sociológicos que la edad es una construcción que está condicionada por el contexto donde adquiere sus significación y parte del principio del conflicto entre las generaciones. Por lo mismo, no se puede tratar la edad de los individuos como una propiedad independiente del contexto en el que adquiere sentido. Y concluye:
El objeto de la sociología de la vejez no consiste en definir quién es viejo y quién no lo es. O en fijar la edad a partir de la que los agentes de las diferentes clases sociales se convierten en viejos, sino en describir el proceso mediante el cual se designa a los individuos socialmente como tales (Lenoir 1993, 68).
Estos procesos han variado a lo largo del tiempo y de las sociedades, por lo que sería difícil definir de manera ahistórica y descontextualizada un criterio único de vejez. La mayoría de los autores atribuye un componente biológico o psicológico a esta categorización, asociado de manera distinta o jerárquica con otros factores. En esta tesitura, para Peter Laslett (1996b) la vejez es una construcción social donde los factores biológicos y psicológicos son determinantes, pero no se limita a ellos; las personas se aceptan y son aceptadas como tales en un contexto social específico. Es este autor introduce el término de tercera edad (Laslett 1996a).
La complejidad del tema de vejez propicia la discusión entre disciplinas modernas dedicadas tradicionalmente al estudio de la temática, como la geriatría y la gerontología. Pero hay puntos que no han podido resolver y la sociología, la antropología y otras disciplinas sociales hacen aportaciones. Uno de los debates propiciados por este contexto, tiene que ver con la articulación de los conceptos vejez y abuelo o abuela. En nuestra sociedad estos términos se encuentran vinculados, pues, constituyen una posición dentro de la sociedad y una condición en las etapas del ciclo vital de cada individuo, aunque no siempre ambos estén en concordancia. En nuestro estudio se observa una coincidencia de estas categorías pero no de manera absoluta o lineal. Si consideramos los planteamientos de Halbwachs (citado en Lenoir 1993), debemos tener en cuenta que en esta etapa -tal vez más que en ninguna otra- la edad es una construcción social. En ese sentido, las abuelas aquí estudiadas podrían ser incluidas en la categoría de la vejez, pero no en todos los casos, debido a que en el medio rural del cual provienen se suele volverse abuela prematuramente -según nuestros parámetros-, por lo que las mujeres menores de cincuenta años ya se encuentran en esta condición, pero ya entran en la categoría de abuelas, por la significación que toman del hecho de que alguno de sus hijos o hijas comienza a tener descendencia. Estas observaciones traen a debate uno de los aspectos más controvertidos sobre el tema: las dimensiones del envejecimiento productivo en contextos transnacionales. Las personas que alcanzan esta etapa de la vida no muestran siempre un declive en su actividad productiva e intelectual (Miralles 2010).
El discurso biológico que asocia la etapa de vejez con el fin de la vida productiva de los individuos no ha estado exento de polémica. Como ya señalamos, desde la demografía la categoría de envejecimiento no es un dato absoluto, sino una relación entre la estructura poblacional y las tasas de mortalidad y natalidad que alteran la relación entre los diversos estratos de población con una predominancia progresiva de aquellos individuos mayores de 60 años, para las políticas del estado 65 años es el criterio aceptado (Castillo Fernandez y Vela Peon 2005). Existen diferencias sustanciales en el fenómeno de acuerdo a las regiones geográficas y circunstancias históricas, así como las distintas etapas que ocurren en cada país. Se observa una diacronía en los procesos ocurridos en el caso europeo y los países latinoamericanos. Roberto Ham ha señalado que los niveles de envejecimiento que a los países europeos les tomó más de dos siglos alcanzar, en México se lograrán en apenas media centuria. Esta mayor velocidad hacia el envejecimiento está ligada a la mayor rapidez con la que se han movido sus determinantes demográficas; esto es la baja en la mortalidad y el descenso en la fecundidad.
Así, el proceso de envejecimiento en México y la velocidad con que se desarrolla contienen una buena parte de elementos creados en otras partes y mucho antes de iniciar nuestro propio proceso. Esto implica que no estamos viviendo las mismas circunstancias, ni disponiendo de los mismos tiempos, para adaptar nuestros sistemas a las circunstancias del envejecimiento, como lo han experimentado y dispuesto en las sociedades ya envejecidas (Ham Chande 1999, 46).
A la par, se ha incluido la fórmula que relaciona vejez con condición física y biológica en declive, que sobrelleva al aumento en los requerimientos de servicios para la atención de los adultos mayores. Más allá de esto, los adultos mayores representan un sector activo que está articulado con las dinámicas laborales, sociales y familiares de tal forma que les permite reconocerse como elementos clave en la reproducción material y social.
La vejez tampoco es una categoría neutral en tanto que existe el mandato de género, y son demasiadas las referencias de que ser hombre o ser mujer implica una forma distinta de internalizar y externalizar ser abuelos. Es por eso que ponemos énfasis en las abuelas, puesto que en ellas se ha expresado de manera más clara la dimensión significativa de ser abuela y tener que reconfigurarse como sujeto en un contexto de migración de las familias.
Esta combinación de ser abuela y tener a la familia lejos, se convierte en un punto crítico en los estudios sobre migración, especialmente, porque este tema no se había advertido como parte de los resultados por los cambios en los flujos y políticas migratorias. No es que las mujeres adultas hayan estado ausentes de los estudios migratorios -aunque puede darse el caso-, más bien esta ausencia se deriva de una postura ideológica dominante que se refleja en nuestras propias investigaciones: lo común es ubicarlas a un lado del fogón o de la cuna de sus retoños, celosas guardianas de un capital humano y social indispensable para la reproducción de la vida: sus nietos. Las describimos siempre a la espera de que ellos crezcan, que sus padres regresen y asuman sus responsabilidades para con ellos o manden a buscarlos para establecerse en el otro lado. Percibimos su depresión, el vacío que amenaza su existencia cuando el cierre del ciclo migratorio familiar les sustrae de su influencia y de su mundo cotidiano. En muchos estudios se advierten los conflictos y contradicciones de este modelo (Marroni 2009), no obstante, nos resulta difícil observarlas cumpliendo otra función. Asimismo, en los estudios migratorios se refuerza el imaginario de la vejez asociada a un bajo perfil, dependencia, vulnerabilidad e improductividad, aun cuando podemos encontrar una realidad distinta. Lo más sobresaliente de estos atributos es el papel preponderante que desempeñan en las actividades de reproducción del grupo familiar; actividades entendidas en su más amplio sentido (reproducción biológica, fuerza de trabajo y reproducción social), con la premisa, siempre, de que la separación de las esferas producción/reproducción, trabajo remunerado/no remunerado son dicotomías inadecuadas dentro de los procesos migratorios aquí analizados.
En este contexto, como se ha señalado ampliamente la feminización de la migración, asociada a la globalización y a las políticas migratorias, produce una nueva refuncionalización de los roles tradicionales de las mujeres asociados a la división sexual del trabajo que se trasplanta con la propia mundialización del mercado de trabajo. En concreto, consideramos que este proceso amplio genera a su vez el incremento en la demanda de otros servicios como los cuidados para personas adultas mayores y menores de edad. En cierta medida, este tipo de trabajos son considerados femeninos. En diversos lugares, los servicios de cuidados han producido migración, en el caso que estudiamos propició que las mujeres adultas mayores también se incorporen a este mercado de manera sui generis, que es lo que pretendemos analizar en este artículo.
Contextualización de la migración en el valle de Ecuandureo
El municipio de Ecuandureo está ubicado en la parte noroeste del estado de Michoacán. Su historia se remonta a las primeras décadas de conquista española y presenta constantes transformaciones. Es una zona agropecuaria y su orientación ha estado encaminada al suministro de alimento y ganado para regiones cercanas como Guadalajara, Guanajuato, así como al interior del estado: Zamora, Morelia, La Piedad.
El carácter rural de las localidades del Valle es el marco en el cual se desarrolló una propensión hacia la migración a Estados Unidos, también llamado Norte. Es posible que a partir de los años cincuenta se consolidara en esta región dicha característica. A la postre, esta tendencia se convirtió en una plataforma que identificó a sus habitantes e influyó en sus prácticas de vida cotidiana. Por ello, la región representa un pequeño laboratorio social donde se observan las transformaciones producidas por el fenómeno migratorio. Desde el punto de vista de aquellos que estudian el fenómeno migratorio, podría considerarse a esta región como de migración tradicional.
La migración de michoacanos hacia Estados Unidos se presenta desde inicios del siglo XIX y se intensifica partir del siglo XX (Uribe Salas y Ochoa Serrano 1990). No en todos los lugares la migración se dio tan temprano, pero el fenómeno se ha podido construir a partir de las historias de las localidades y de los municipios. Para el caso de las localidades del municipio de Ecuandureo, la salida de los primeros migrantes se presentó en la década de los veinte del siglo XX. Paradójicamente, los primeros migrantes fueron los fundadores del ejido en el Valle y algunos peones sin tierra; aunque el proceso tuvo características diferentes a las oleadas posteriores, sentó las bases de lo que se convertiría en toda una tradición (Zendejas Romero 2003). El tipo de migración que se estableció al principio en esta zona fue de carácter circular. Hoy existe una tendencia creciente hacia la migración permanente por al menos dos factores generales: la violencia en la región y el estado; y la reunificación familiar en el Norte. Cuando los hombres iban por temporadas a trabajar al otro lado, se volvió común la frase “va y viene”. Si bien es cierto que durante el periodo inicial se crearon las primeras redes de migración, fue hasta la instauración del segundo programa bracero (1942-1964) cuando el fenómeno cobró una importancia mayor en la región. Durante la primera oleada migratoria se observa que las remesas se destinan al campo; pero en la segunda y tercera se comienza a invertir en la modificación del paisaje de las comunidades, además de ser parte fundamental de sus ingresos que garantizan el sustento. Esto se refleja en la cultura material de los pobladores: más vehículos, enseres y artículos de uso cotidiano. Asimismo se presenta un aumento de capital cultural y social que produce una reconfiguración de las localidades (Díaz Gómez 2000).
Durante décadas, la migración internacional de la región mantuvo un patrón de movilidad netamente masculina. Muchos migrantes fueron empleados en los distintos programas braceros surgidos en la primera mitad del siglo XX. El proceso dio como resultado que varias generaciones de migrantes se trasladaran al vecino país a trabajar; pero lo más importante fue que esto representó la creación de una cultura de la migración cuyas prácticas y formas de organización reestructuraron la vida social al interior de sus comunidades. Una de ellas se refiere a la organización que se desarrolla en el grupo doméstico, en el que destaca la ausencia del varón y en el que el trabajo y el cuidado están a cargo de los adultos y jóvenes que se quedan en el grupo doméstico donde radicará la familia del migrante, que casi siempre ha sido el hogar de los padres de él. Así, la esposa y abuelos son los que reorganizan la dinámica intradoméstica.
Los Estados Unidos tuvieron una presencia importante de mano de obra desde principios del siglo XX, especialmente en el sector agrícola. El Programa Bracero cambió el rostro de las políticas migratorias en dicho país, fue lo que llamaron un programa de trabajadores huésped, entre 1942 y 1964 (Mummert 1999b). Periodo que comprende más de veintidós años. El Mexican Farm Labor Program, informalmente conocido como Programa Bracero, patrocinó el cruce de unos 4.5 millones de trabajadores huésped provenientes de México (Schaffhauser 2012).
Hacia los años ochenta la política migratoria en Estados Unidos abrió la posibilidad de legalización para aquellos migrantes que ya tenían algunos años de vivir en ese país. Con ello se presenta la oportunidad de facilitar el proceso de reunificación familiar. Desde los años sesenta tanto las políticas migratorias como los procesos amplios de la globalización permitieron que los sujetos adquirieran múltiples experiencias y una variedad de percepciones acerca del significado de migrar. Esto marcó cambios profundos en las relaciones intergeneracionales: aquellos que se volvían viejos se incorporaron al cuidado de la familia, en tanto que las generaciones jóvenes buscaron, por diversos medios, acceder a las redes de migración.
El contexto descrito asentó las bases de las prácticas culturales y la tradición de migrar. Al mediar la década de los ochenta, la política migratoria generó un contexto de resignificación de la migración, que en el mediano plazo transformó los hogares en el lugar de origen y de destino. En 1986, el gobierno de Estados Unidos aprobó la Ley de Reforma y Control de Inmigración, también llamada IRCA o Ley Simpson Rodino, que permitió que 2.3 millones de mexicanos obtuvieran su estancia documentada a la vez que restringiría la entrada de extranjeros. La política migratoria fue parte de las negociaciones de la legislación de esa época. Los mexicanos que nacieron en 1974 crecieron en familias cuyos padres iban y venían de Estados Unidos prácticamente sin restricciones, la mayoría procedentes de estados como Jalisco, Michoacán y Zacatecas (Castillo G. 2000). Este proceso de legalización de la residencia permitió un fenómeno demográfico llamado reunificación familiar, que consistía en que las familias de los hombres migrantes se reunirían con ellos en el lugar de destino, esto incluía a hijos y esposa. No obstante, los hogares migrantes estaban integrados también por los abuelos y, especialmente, las abuelas, quienes habían tenido un papel importante como cuidadoras y educadoras de sus nietos.
A mediados de los noventa, la crisis económica llevó a muchos jóvenes a buscar mejores oportunidades en el Norte. Según el Consejo Nacional de Población antes de 1986 había una pérdida neta de 120 mil mexicanos y para 1995 fue de 350 mil (CONAPO 1998); y mientras aumentaban los flujos migratorios también lo hacían las medidas restrictivas.
De esta manera se distingue un doble sentido en los flujos migratorios: la migración indocumentada no se acabó y se regulariza la condición de estancia en Estados Unidos de muchos migrantes. Esto sería clave en lo que algunos académicos consideraron como una nueva era en la migración mexicana al Norte (Durand, Massey y Parrado 1999). En el caso que analizamos, los cambios se reflejaron en el incremento significativo de la salida de las esposas de los migrantes, a la vez que se fue añadiendo la de los hijos (principalmente menores de edad). Esto generó una condición estructural después de mediados de los noventa: la promoción de la ley de amnistía IRCA permitió que, diez años después de su promulgación, los trámites de regularización de familiares de migrantes dieran resultados positivos y la reunificación familiar entró en auge.
Hacia finales de los noventa, las localidades experimentan formas de abandono que no se habían visto desde los ochenta. En algunas localidades de Ecuandureo las viviendas se advierten solas; pasan de ser comunidades habitadas por niños, mujeres y ancianos a ser verdaderamente tierras desoladas. Las casas se cierran por meses por lo que la maleza las invade. En este momento, las decisiones de los abuelos, quienes se habían quedado en la localidad y al margen de estos cambios, se orientan hacia la idea de viajar al Norte por temporadas. Los abuelos regresan de esos viajes, pero pronto se vuelven a ir. Así se inicia lo que será la nueva dinámica de la vida de los abuelos y abuelas de la migración, que transforma los contenidos y sentidos que tiene este fenómeno en sus vidas.
Hacerse migrante en la vejez
La idea principal de este apartado es a partir de los cambios que se dieron en la migración a partir de mediados de los ochenta, los abuelos y abuelas comienzan a tener otro papel dentro de este fenómeno. Después de lo que llamamos reunificación familiar, producida por la política migratoria de mediados de los ochenta, en al menos una década la sociedad migrante reajustó sus prácticas y formas de participación. En el caso que estudiamos, aquellos sujetos que se quedaron fueron los y las abuelas, que al advertir que sus hijas, nueras y nietos estaban obteniendo documentos para poder reunirse como familia en el Norte, se produce una forma de reflexividad que les hace ver que se encuentran solas. Así, el sentido de su rol social y cultural se ha visto trastocado y sienten un proceso de abandono. En poco tiempo comenzaron a extrañar a sus familias: dejaron de ver a sus nietos y dejaron de venir sus familiares de manera regular. Habían estado acostumbrados a convivir con aquellos que se quedaban, nueras, hijas, nietos y otras abuelas.
Una de las primeras acciones que llevaron a cabo las abuelas fue informarse sobre las opciones existentes para posibilitar sus primeros viajes a Estados Unidos. Las formas tradicionales de pasar la frontera tenían sus riesgos; pasar sin documentos contratando un “coyote”; usar los documentos de otra persona. El resultado fue que tanto los familiares como las abuelas se dieron cuenta que el ser personas mayores tenía implicaciones logísticas distintas. No podían pasar con coyotes por las mismas vías que los migrantes jóvenes, ya que los riesgos eran mayores. Las implicaciones legales de hacer uso de documentos falsos tampoco los alentaba mucho. No obstante, existieron algunos casos que llevaron a cabo estas estrategias. Ninguno de los pocos que se dieron en Ecuandureo tuvo un final desagradable. La otra posibilidad era tramitar una visa estadounidense.
Las abuelas tramitaron visa, algunas más rápido y con menos obstáculos que otras. Al mismo tiempo, los familiares de las abuelas iniciaron trámites de legalización. Hoy muchas abuelas cuentan con un estatus de residentes y otras siguen viajando con su visa de manera regular. Las primeras visas permitieron a las abuelas viajar desde principio de los noventa. El carácter de estos primeros encuentros fue el de “visitar a la familia”. Fueron viajes cortos donde las abuelas, y en muchos casos también los abuelos, comenzaron a conocer lo que llaman el Norte. Su estancia podía durar desde unos días hasta un par de meses, aprovechaban para visitar a otros familiares y conocer lugares. Antes del regreso, en acuerdo con los familiares se planeaba un nuevo viaje, esto se comenzaría a volver una constante: ir y venir del Norte. En el año y bajo esta condición, las abuelas llegaban a realizar hasta tres viajes al año.
El proceso que permitió a las abuelas iniciar el constante ir y venir de Estados Unidos también fue transformando las características históricas y estructurales que mantenía la familia y la organización social en el lugar de origen y de destino. En el contexto descrito de la migración internacional las abuelas se reacomodan y reconfiguran su estatus dentro de dicho marco, se vuelven un sujeto que contribuye a la transformación del flujo migratorio que desde una perspectiva de “los que se quedan” habían conocido.
Se debe señalar que abuelas de la migración es una categoría analítica que permite condensar las transformaciones, configuraciones de los sujetos sociales dentro del fenómeno migratorio. Hacerlo así nos ha permitido observar detalles de los diversos espacios y dinámicas que rodean a los abuelos migrantes. Queremos poner énfasis en que esta categoría da cuenta de un tipo de sujeto social en un contexto histórico y sociocultural que lo reconfigura y lanza a la toma de decisiones y a la creación de imágenes de sí mismo en dicho contexto. En otros trabajos existe la relación de una condición de envejecimiento y migración, pero señalan el envejecimiento en contextos de migración ( Montes de Oca 2008).
Los destinos donde arribaron las abuelas se ubican en los estados estadounidenses de Texas, California, Washington, Illinois, Oregon y Nevada. Destaca de manera especial la ciudad de Fort Worth, Texas, donde se encuentra la mayoría de población emigrada de la región de Ecuandureo. Es ahí donde se localiza la mayoría de casos de abuelas que van a cuidar nietos.
Los abuelos y las abuelas de la migración son un tipo de migrante que, en su mayoría, desarrolla una práctica específica de movilidad. La forma de viaje ha cambiado con el transcurso de los años; en ese lapso crearon o recrearon saberes y movilizaron capitales sociales y culturales que les permiten desplazarse entre fronteras internacionales con destrezas, librando los obstáculos propios del cruce de la línea fronteriza entre México y Estados Unidos. Cuando las abuelas comenzaron a viajar a Estados Unidos fue común que lo hicieran en avión, especialmente, desde mediados de los noventa hasta el 2005. Los costos de este tipo de transporte y las condiciones que imponen las aerolíneas han hecho que ésta sea una de las opciones de menor frecuencia. Antes realizaban en promedio un viaje al año, pero hoy la mayoría viaja en promedio tres veces, por lo que han optado por viajar en autobús. El viaje en avión se ha vuelto una especie de recurso que se usa en casos de emergencia o cuando los precios del boleto bajan y pueden costearlo. Por lo regular, el traslado es asumido por los familiares de los abuelos, lo que permite que se puedan realizar más visitas. Las abuelas señalaron que eligen más el viaje en autobús porque casi no hay restricciones de equipaje. En el caso del viaje en avión, esto se modificó de manera importante después de los ataques que sufrieron los edificios del World Trade Center en Nueva York en 2001.
Cuando las abuelas llegaron al lugar de destino comenzaron a participar activamente en muchas ocupaciones de la vida cotidiana. Colaborar de manera destacada en las dinámicas diarias de la familia y la comunidad que las rodea representó una reformulación de sus tiempos y actividades de acuerdo con las convenciones de la vida en aquel país. De esta manera, podemos encontrar personas mayores que desempeñan tareas, algunas remuneradas y otras no: el cuidado de enfermos, la producción de manualidades, comercio, atención de la casa de los familiares y el cuidado de los niños. También llegan a realizar de manera voluntaria y con fines altruistas actividades poco frecuentes como apoyar en tareas de la Iglesia y faenas en la limpieza de las calles. De vuelta a sus lugares de origen desempeñan labores relacionadas con la reproducción social y material, por género, de sus grupos domésticos, tales como trabajos en la parcela, elaboración de artesanías, reparación de cercas de piedra, elaboración de sillas de mecate, entre muchas otras.
Servicios de cuidados y nuevos sujetos en la migración al Norte: una apreciación casuística
En este trabajo, el concepto de cuidados se refiere a las acciones de las abuelas hacia los nietos para atender las necesidades básicas y la crianza durante la ausencia temporal de ambos padres. Se suma a esta idea, que estas acciones se vuelven una necesidad de las familias que han migrado a Estados Unidos. Estas acciones se habían llevado a cabo en el lugar de origen, especialmente, antes de la reunificación familiar (Mummert 1999a). El papel de las abuelas como criadoras de nietos ya ha sido señalado, principalmente, como cuidadoras en el lugar de origen, especialmente cuando las madres migran, sea temporal o de manera permanente (Marroni 2010). Esto no es exclusivo en México, existen estudios que dan cuenta del fenómeno de las abuelas cuidadoras en Europa y en Sudamérica (Mestre-Miquel et al. 2012; Micolta León y Escobar Serrano 2010; Robles Silva 2001; Villalba Quesada 2002). Lo que se plantea aquí es que, con el proceso de reunificación familiar en los noventa, las abuelas comenzaron a migrar y a incorporarse en su rol de cuidadoras en un contexto de creación de necesidad de servicios de cuidados de las familias migrantes de la región de Ecuandureo. En este proceso, fue clave la significación de la construcción de identidades de género, la necesidad de cuidados y la soledad de las abuelas en el lugar de origen. Estos elementos se combinaron para hacer surgir una nueva práctica en la migración.
En otras latitudes, el fenómeno de los cuidados estaba emparejado con otro que tenía un carácter laboral distinto, que era el de los servicios domésticos, que muchas veces incluían servicios de cuidados. En el caso de España, algunos análisis buscaban visibilizar esta fenomenología para dar cuenta de que se trataba de nuevas formas de explotación laboral en el marco de la globalización de la llamada crisis de cuidados (Monleón Pradas 2010)
Es claro que el tema de cuidados está conectado con procesos amplios de transformaciones económicas y de la migración (Herrera 2005).
Como hemos visto, el caso que aquí se trata es el de mujeres adultas mayores que mantienen la condición de ser abuelas en una región de migración tradicional con estatus migratorio regular y con desplazamientos circulares en dirección a Estados Unidos. En este apartado presentamos la situación de dos abuelas migrantes y su entorno familiar, en el entendido de que estos testimonios han sido rescatados del trabajo de campo donde se desarrollaron y aplicaron trabajo etnográfico, observación participante, entrevistas en profundidad y la participación efectiva del investigador en el propio escenario de estudio. Con ello, pudimos tener una perspectiva integral y, al mismo tiempo, complementaria de los fenómenos macrosociales.
El primer caso es el de la señora Lucha. Una mujer de 68 años, originaria de una pequeña localidad rural del Valle de Ecuandureo. Actualmente va y viene a Estados Unidos, de tal modo que reparte su tiempo entre Ucácuaro; Fort Worth, Texas; Reno, Nevada; y la ciudad de Chicago. En dichos lugares viven sus hijos, hijas y sus nietos. Sus nueras e hijas, se fueron al Norte a reunirse con sus maridos entre finales de la década de los ochenta y principios de los noventa. Así, doña Lucha es una de esas abuelas que se fue quedando sola en el contexto de los cambios del flujo migratorio de finales de siglo XX.
La migración para doña Lucha no es ajena y forma parte de su propia historia de vida desde que tiene memoria. Recuerda que su padre y sus hermanos fueron migrantes, así como su esposo, quien falleció hacia los primeros años del siglo XXI. Sin embargo, la referencia que tiene es que quienes migraban eran los hombres; las mujeres se quedaban a atender a los hijos y los asuntos administrativos y productivos del grupo doméstico. Podría decirse que se volvían hogares transnacionales, puesto que la comunicación con los emigrados era constante y determinaba parte del rumbo del hogar en el lugar de origen (Mummert 1999a).
Dos eventos dieron a doña Lucha los elementos para pensar en irse a Estados Unidos: el fallecimiento de su esposo y la migración de las mujeres y niños de su círculo más cercano (hijas, nueras y nietos). Ella comenzó a ir al Norte al final de los noventa. En la actualidad podemos pensar que ella ya se ha engranado en una dinámica de migración con las características del fenómeno que involucra a personas de su condición.
En las entrevistas que nos concedió expresaba de manera clara que los cambios en la dinámica de su entorno familiar producido por la migración de sus hijos, le dio otra perspectiva de su experiencia como abuela. En ese momento, la dinámica de su hogar ya había sufrido modificaciones, pues, a partir de que sus hijas y sus nueras comenzaron a irse para reunirse con sus respectivas parejas, el sentido de ser abuela se transnacionalizó. Esto significaba ser abuela en un rancho (localidad rural) sin nietos. Consciente de esta nueva situación en la que el contexto migratorio la colocaba, declaró que hubo momentos en que se cuestionó: “¿qué hago aquí? Mejor me voy al Norte… aquí no hay trabajo”. Más allá de la ocupación, el trasfondo de esta expresión revelaba que se sentía sin utilidad alguna, lo que no ocurría cuando sus hijos residían en la localidad. Este sentimiento surgía también por el cambio en el rol como abuela, como cuidadora y criadora de nietos.
Existe otra situación que favoreció la decisión de doña Lucha de viajar al Norte. En Estados Unidos ya habían nacido otros nietos, a quienes sólo conocía a través de fotografías. Algunas de sus hijas aludían que necesitaban ayuda con sus hijos, mencionaban que no confiaban los cuidados de éstos a cualquier persona y no estaban acostumbrados a llevarlos a instituciones donde los cuidaran. Esto forma parte de los cambios en la organización de la familia. Podemos decir que la estructura familiar en el lugar de destino ya se había acomodado y conformado pero no adaptado. Doña Lucha comenzó a sentir que el lazo que la unía con sus familiares migrantes se transformaba. Sintió la necesidad de ir a verlos; quería saber cómo estaban sus nietos.
Doña Lucha, antes de comenzar a viajar a Estados Unidos, comenzó a realizar otras actividades, comentaba que era para distraerse y para generar ingreso, ya que el envío de remesas había disminuido, especialmente, porque en el lugar de destino los gastos familiares habían aumentado. Comenzó a trabajar en una congeladora5 que se instaló cerca de la localidad. En épocas pasadas había trabajado como jornalera en el campo. La experiencia anterior indica que la dinámica doméstica y laboral a la cual se incorporan los abuelos está relacionada con la percepción que tienen de sí mismos. La señora Lucha comentó: “¡no me gusta estar de más; y si me ofrecen trabajo y voy a ganar un dinerito, qué mejor!” Esto lo atribuye a que en su infancia y adolescencia: “siempre tuvimos que trabajar, le ayudábamos a mi papá en la siembra, era una forma de salir adelante”.
Este caso ilustra que las abuelas habían tenido el rol de cuidadoras en el lugar de origen, y que con los cambios en los flujos migratorios, este rol se ve trastocado, lo cual provoca un reacomodo de la familia en términos transnacionales. En consecuencia, vemos que la migración genera una recomposición de la posición de los sujetos: por la propia dinámica del desplazamiento de los diversos miembros del hogar, la intensificación de sentimientos y afectos que produce este desplazamiento, y la distancia que se interpone entre ellos.
Fue en 1994 cuando doña Lucha ingresó a territorio estadounidense por vez primera. Se trasladó con dos de sus hijos, Jorge y Lucía. Su hijo Pedro, quien ya estaba en el Norte y residía en Fort Worth, Texas, fue quien les envió dinero para llegar a la frontera. Una vez que estuvieran ahí, un coyote los pasaría por el cerro. Por las implicaciones de tal trance, debieron viajar únicamente con lo que vestían y una chamarra para no pasar frío. Durante el viaje soportaron hambre, sed y el miedo de que en cualquier momento se presentaran agentes de migración, además de otros peligros. El coyote fue contratado por los hijos que estaban en Estados Unidos. Aquella ocasión doña Lucha permaneció en el Norte por un lapso de seis meses. Pero estaba preocupada por su hija Tania, una joven de doce años. Su hijo Sergio y su esposa Teresa se hicieron cargo de ella, mientras doña Lucha cruzaba la frontera para conocer a sus nietos. Logró pasar y llegar a su destino.
Una vez allá, en Estados Unidos, se dio cuenta que las dinámicas eran un tanto distintas. Tanto los hombres como las mujeres salían a trabajar, los niños se quedaban solos o a veces alguien los cuidaba. Mientras el trabajo de la casa se iba acumulando. Así, doña Lucha durante sus estancias ayudaba en el hogar. Realizaba los quehaceres domésticos, cuidados y, con el tiempo, llegó también a incorporarse en algún trabajo remunerado. Dedicaba una parte de su tiempo a la elaboración de alimentos y cuidaba a sus nietas mientras Pedro y su esposa Lorena salían a trabajar. Su nuera, quien se ocupa de la limpieza de casas de entrada por salida, la invitó a ir a trabajar con ella, lo cual le representaba también un ingreso. Aunque, en muchos casos, estas formas de ingreso de las abuelas a los diversos mercados laborales son vistas como simples distracciones, con el tiempo se suelen volver más formales.
Doña Lucha guardaba su dinero y una parte la gastaba para comprar ropa. Aprendió a adquirir artículos aprovechando las ofertas en las tiendas, consiguió prendas que estaban fuera de temporada a bajos precios. La mercancía que obtenía la regalaba a sus familiares y amigos de su lugar de origen; también compró objetos para adornar su casa. Cuando regresó a México, los hijos cooperaron para sufragar el boleto de avión.
El modo en que se incorporaron los abuelos a los diversos mercados laborales, o a las actividades que les proporcionaban ingresos, estuvo condicionado por los vínculos con sus familiares, pero cuando se formalizan las relaciones con dichos mercados, se puede pensar en una incorporación de los abuelos a los flujos migratorios y sus implicaciones. El trabajo en el hogar, cuidando niños propios y ajenos, o realizando otras labores fuera de casa, da cuenta de que el papel de los abuelos ha cambiado. Los abuelos se comienzan a volver una necesidad para los hogares allá en el Norte. En este proceso se reacomodaron papeles y funciones que cumplen los abuelos y las familias migrantes: los abuelos ingresan al ciclo migratorio, especialmente, por el proceso de reunificación familiar, doña Lucha comienza a ir y venir periódicamente cuando consiguió su visa, pero pocos años después consiguió su tarjeta de residente.
Hoy en día, doña Lucha cuenta con documentos de residencia que le permiten entrar y salir del territorio estadounidense regularmente. Puede traer a sus nietos cada verano, cuidarlos en el “rancho”, y regresarlos cuando van a entrar a la escuela. Mientras está en el rancho atiende los pendientes de su casa y le da “una manita de gato”, como ella le llama al mantenimiento.
El otro caso que presentamos aquí es el de doña Teresa. Éste ilustra la forma como van internalizando los cambios en sus hogares a partir de los cambios en los flujos migratorios. En alguna entrevista expresó su sentir cuando se quedó sola por la partida de sus hijos e hijas, especialmente, desde la década de los noventa, cuando nueras e hijas se reunieron con sus familias: “¡a qué me quedo aquí, si allá están todos!”
En este caso, como en muchos otros, las abuelas que se quedaron en el lugar de origen vieron fragmentado el ciclo migratorio de sus familiares, que era de carácter circular. Las políticas restrictivas a la migración, el sellado de la frontera y su militarización obstaculizaron sensiblemente los viajes de los migrantes a sus regiones de origen y las visitas a México se espaciaban cada vez más. A esto se suma el proceso de reunificación familiar de los noventa, donde no se incluía a las abuelas. Esta exclusión de la trama migratoria que vivían las abuelas permitió que la idea de irse al Norte creciera. Fue constante escuchar que en ese contexto la preocupación y nostalgia por ver a sus familiares fue determinante para su decisión.
Doña Teresa tiene 69 años y permanece gran parte del año en Fort Worth, Texas. Viaja con su esposo, Daniel. Ambos disfrutan estar allá en determinados periodos, en especial, por la convivencia con sus nietos. En este caso, a don Daniel no le gusta estar mucho tiempo en el Norte. Constantemente se preocupan por sus parcelas, su siembra y su casa. Esta situación es constante en los abuelos, son ellos quienes se regresan en menos tiempo que las abuelas. En los casos en que el abuelo fallece, la abuela comienza quedarse casi de manera permanente en Estados Unidos, en cambio, hay algunos casos de abuelos viudos que prefieren estar en el rancho, y son las hijas las que vienen a verlos al menos una vez al año. Esto muestra que las mujeres suelen adaptarse y adoptar mejor las implicaciones de incorporarse a la migración en esta etapa de su vida. Comentan algunas abuelas que en aquel país pueden llegar a tener mejores condiciones de atención, especialmente, médicas. Esto ha contribuido en una transnacionalización de la vida familiar, doña Teresa atiende muchas de sus enfermedades con médicos de allá, y dice que el servicio y el trato es mejor, aunque para poder gozar de estos beneficios sus hijos deben pagarle el seguro médico.
En el caso de doña Teresa, sus viajes comenzaron desde mediados de los ochenta, pero sus estancias toman un sentido definido a partir de los años noventa, pues, dejan de ser visitas y se vuelven parte de su cotidianidad. Es una mujer de complexión robusta, estatura baja, tez blanca. Tiene una personalidad dominante, sus hijos la describen como “mal encarada” y desconfiada. Viste de manera formal (falda a la rodilla, blusa, zapato de piso) y acostumbra pintarse el cabello.
La transformación que ha vivido doña Teresa abarca varios ámbitos. El primero tiene que ver con su aspecto personal, pues, señala que hoy “se viste mejor” y que puede comprar algunas cosas que la hacen “lucir mejor” que antes. El segundo es el económico, la experiencia le permitió tener su propio dinero, sea a partir de lo que le pagan sus hijos por cuidar a sus nietos o por la ropa que trae del Norte y la vende en la localidad. El tercero está relacionado con su posición dentro de la familia, a partir de que viaja con su esposo, también se ha vuelto una especie de administradora del dinero de las cosechas de las parcelas y es la ahorradora de los ingresos familiares. Sin embargo, aún quedan algunas preocupaciones que doña Teresa expresa, principalmente, relacionados con la forma en que garantizan acceso a atención médica e ingresos regulares. Comentaron ambos que en caso de tener una enfermedad grave, no tendrían un respaldo monetario para solventar el gasto; aunque ambos tienen seguro social, si la enfermedad es grave o la sufren en Estados Unidos sienten que se complicaría, además, como mucha gente, desconfían del servicio de las instituciones mexicanas.
Desde que ambos pasan más tiempo en el Norte, aprovechan el sistema de asistencia médica del seguro para atender cualquier enfermedad. Él tiene diabetes y ella artritis. Esto propicia que sus visitas al médico sean más frecuentes. En este sentido, las estancias en la localidad de origen dependen de las citas programadas con sus médicos en Estados Unidos, pero también lo determinan los ciclos agrícolas y la entrega de recursos del Programa de Apoyos Directos al Campo (PROCAMPO).6
En 1988, doña Teresa fue a Fort Worth a visitar a sus hijos Arturo, Patricia, Gonzalo y Consuelo. Pero la principal causa fue ir a cuidar a Rocío, la esposa de Arturo, que acababa de tener a su tercer hijo. Ambos tenían que trabajar y quien se quedaba al cuidado de los hijos era doña Teresa. La duración de sus estancias en Estados Unidos fue de al menos seis meses. Durante su estancia, sus otros hijos la visitaban en la casa de Arturo o la invitaban a pasar unos días con ellos. Las hijas, en sus días de descanso, se encargaban de llevarla a pasear y de compras. Visitaban algunas tiendas y así conoció el concepto de special (rebajas u ofertas) en las tiendas departamentales. De esta manera, doña Teresa conseguía ropa que compraba hasta por un dólar para traerla a México y revenderla. La región de Ecuandureo es un mercado constante para los productos traídos desde Estados Unidos por comerciantes medianos o por este tipo de comercio de pocas piezas.
En una entrevista en la localidad donde vive parte del año, su hija Pilar comentó en alguna entrevista que cuando su madre se iba al Norte ella se quedaba con resentimiento porque tenía que quedarse al cuidado de su padre: “es que mi mamá siempre se va a visitar a mis hermanos, se va pa’l Norte y me deja a mi papá y yo tengo qué atenderlo. Tengo que hacer el desayuno, de comer, de cenar, de lavar la ropa y todo el quehacer de la casa. Yo por eso no me caso”.
Esta situación llegó a ocasionar conflictos entre la hija y la madre, pues, ésta considera que la hija tiene la obligación de cuidar y atender a don Daniel. Pilar tendría la responsabilidad de atender y cuidar a su padre en la comunidad hasta el momento en que ella se casara e iniciara su propia familia.
En casos como éste siempre hay negociaciones que permiten limar los conflictos: regalos y dinero que la propia doña Teresa y los hermanos mandaban a Pilar atenuaban esa sensación de quedarse y asumir el cuidado del padre y los quehaceres de la casa. Así, doña Teresa, a finales de los noventa, dedicaba su tiempo en visitar a sus hijos, apoyarlos y mantener los vínculos familiares en función de la separación ocasionada por las fronteras. Fue a partir de 1994, cuando su hijo Jesús logró la ciudadanía y comenzaron a arreglarles papeles a ella y a don Daniel.
Los traslados al Norte dependían de los periodos de siembra y cosecha. Al terminar de cultivar, encargaban la parcela con un familiar o un conocido de confianza y viajaban al Norte. Sólo regresaban para la cosecha. Después se volvían a ir. A veces don Daniel sembraba garbanzo o sorgo, la decisión estaba supeditada al precio que regía en las bodegas acaparadoras de granos.
En la actualidad, su hija Pilar también se encuentra en Fort Worth; es ella quien ahora vincula a su madre con los lugares de trabajo de limpieza de casas. A esta dinámica particular se agregan sus dos hijas, Patricia y Consuelo, quienes le piden que también les venda ropa o artículos de belleza, bolsas y zapatos. Esta labor de compra-venta la posiciona aún más al reforzar su habilidad para insertarse en las dinámicas de comercio dentro del circuito migratorio.
En ambos casos, las abuelas se reposicionaron dentro de la dinámica de la familia en Estados Unidos, aun cuando viene periódicamente, su papel como abuelas y ahora como migrantes fue fundamental.
Hemos presentado estos dos casos para ilustrar algunos elementos que se fueron combinando en el proceso de inserción de las abuelas a la migración. La investigación estuvo sustentada en el análisis de al menos dieciséis casos de familias que siguieron este proceso. Esto sólo en la localidad de Ucácuaro. Este proceso también se observó en familias de la cabecera municipal y en algunas de otras localidades del municipio. En este espacio, no traemos todos los casos, pero tratamos de ilustrar en forma general como se llevó a cabo la relación entre las abuelas que comenzaron a migrar y las necesidades de cuidados que se crearon en las familias migrantes después de la década de los noventa.
Reflexiones finales
Después de las amargas experiencias de cruzar la frontera sin documentos y enfrentar el trámite de la visa en el consulado norteamericano, las abuelas comenzaron a volverse cada vez más hábiles y conocedoras de las implicaciones de ir y venir de Estados Unidos. En el mediano plazo, algunas lograron regularizar su ingreso ya con documentos de residencia y ciudadanía, sólo en algunos casos se regresaron por falta de documentos o se quedaron sin retornar por la misma situación. Aquellas que tienen una práctica de migración circular son a las que vemos con mayor frecuencia en su lugar de origen. Aquellas abuelas que cruzaron la frontera sin documentos se fueron quedando de manera permanente, conforme la frontera se endurecía. Todo esto da cuenta del cambio en el flujo migratorio. Se vuelven migrantes circulares, conscientes de las implicaciones. Las estancias se hacen más largas y se amplía el número de actividades que realizan. El paso hacia la regularidad del trabajo remunerado es síntoma de la forma en que los abuelos y las abuelas se incorporan a la migración.
Los casos presentados en el apartado anterior tienen la función de ilustrar a nivel micro -con las metodologías propias de este abordaje- la complejidad con que los fenómenos macro se manifiestan en el nivel cotidiano de la reproducción de la vida individual y familiar. En los relatos de los abuelos, el abandono, el aislamiento y la soledad que viven y padecen son constatados en varios estudios sobre la vejez; a ello se les agregan las circunstancias de los contextos migratorios, lo que llevó a Leticia Díaz (2014) a hablar de la categoría “abuelos de la migración”. Dos características se destacan para particularizar esta categoría: por un lado, el papel preponderante que ejercen los abuelos en el grupo familiar, especialmente, las abuelas, y del que son despojados cuando sus descendientes, hijos y nietos, se establecen en los Estados Unidos; y, por otro, la existencia de una frontera que obstaculiza o impide una convivencia, aunque sea parcial o temporal, de las tres generaciones que constituían una unidad bajo la forma de familia extensa.
Ubicamos estos relatos en sus dimensiones más amplias, constituidas por prácticas políticas, imaginarios e ideologías, propios del proceso migratorio México-Estados Unidos. Reiteramos que nuestro análisis se centra en señalar la presencia de un sector de la población sólo marginalmente visibilizado en los estudios migratorios. El material aquí presentado busca posicionar ese sector en el corpus de los estudios migratorios, especificando alguna de sus características: a) el fortalecimiento de las redes familiares constituidas a partir de la relación de tres generaciones; b) los procesos de transición de una migración irregular a regular, asentada en una tradición migratoria larga y continua, propia del occidente del país y de estados como Michoacán; c) a partir de esto, la conformación de un padrón de circularidad migratoria con claros tintes transnacionales; d) la inserción de este padrón en una dinámica macroestructural, en un modelo de internacionalización del mercado de trabajo, y la transformación en su composición con el incremento de la demanda de los sectores de servicios, en especial, los de cuidado, lo que a su vez propició mayor migración femenina; e) las transformaciones en las relaciones bilaterales México-Estados Unidos.
La presencia de otros sujetos como los adultos mayores muestra que las conexiones entre las tendencias del proceso de globalización de las crisis y la creación de nuevas necesidades que atrae o reconfigura a dichos sujetos. Esto converge con las tendencias demográficas de México, donde el envejecimiento de la población es un elemento que requiere atención.
Observamos en ello los retos, obstáculos y oportunidades que se presentan a los individuos y familias, donde la presencia de una población adulta mayor es ineludible; verificamos, en este caso, la capacidad de agencia de los sujetos para transformar las circunstancias de su vida y utilizar los procesos migratorios a su favor como lo están haciendo “los abuelos de la migración” en el Valle de Ecuandureo. Enfatizamos, en este sentido, los aspectos positivos de estos procesos. Una forma de capitalizar esta experiencia, que de oídas hemos encontrado en más lugares en el país, principalmente, en regiones de migración tradicional, sería establecer una política verdaderamente binacional, donde el papel central lo tenga la formación de un tipo de familia que va más allá del modelo nuclear.