Introducción
La mayoría de los estudios sobre deserción universitaria se ocupa de jerarquizar y cuantificar las consecuencias para la sociedad, las instituciones, los alumnos y las familias de quienes abandonan sus estudios. La presente investigación se enfoca más precisamente en considerar las implicaciones de abandonar los estudios superiores en la propia situación laboral del individuo que tomó tal decisión.
En los estudios sobre deserción es habitual referirse al costo privado que soportan quienes abandonan una carrera universitaria en términos de peores oportunidades y condiciones de trabajo. En este sentido, el presente texto plantea el interrogante de ¿cuánto impacto tiene abandonar los estudios superiores sobre los logros laborales de los individuos? Como método para controlar la magnitud de esos efectos en el segmento de población de interés, se tomaron como referencia otros dos grupos comparables: a) quienes terminaron el secundario y no siguieron estudiando; y b) quienes iniciaron una carrera de grado y la terminaron. El primero se supone que no logra acceder a los mismos tipos de empleo que quienes realizaron estudios superiores aún sin completarlos, en tanto el mercado laboral valore más la escolaridad que la experiencia potencial. Por el contrario, los individuos con estudios superiores completos accederían a una situación laboral más favorable que los demás.
Los datos considerados provienen de la Encuesta Permanente de Hogares del cuarto trimestre de 2013, los cuales son representativos de la población residente en los principales conglomerados urbanos de Argentina. Se propuso analizar la calidad del empleo (Infante y Vega, 2001) y su relación con los logros educativos de los individuos, mediante indicadores que, en conjunto, se utilizan por ser estándares y estar disponibles en las estadísticas laborales. La relevancia de utilizar estos indicadores radica en la posibilidad de reflejar la complejidad de contextos donde predominan la dificultad de acceso al mercado laboral, el desempleo y las condiciones frágiles de empleo, como es el caso de Argentina (Jacinto, 2006). En este sentido, se plantearon como objetivos de investigación medir en los tres grupos: a) la tasa de actividad laboral; b) la tasa de desocupación; c) la intensidad de ocupación; d) la categoría ocupacional; e) la formalidad del empleo; f) el horario de trabajo; g) los ingresos (salarios); y por último, h) las condiciones laborales según el momento de abandono de la carrera.
En la siguiente sección se repasan las principales corrientes que explican la relación entre educación formal y logros laborales. Luego, se presenta la muestra de estudio y una descripción general de este conjunto. En el apartado que sigue se describen los indicadores laborales que caracterizan a cada uno de los segmentos mencionados y se destacan las principales diferencias. Finalmente, se indican los hallazgos sobresalientes y se detallan las próximas líneas de profundización del estudio.
Relación teórica entre años de estudio, titulación y logros laborales
Pensar que un mayor nivel educativo se asocia con una diferencia en los resultados en el mercado laboral, en calidad del empleo, condiciones y salarios, parece en principio bastante intuitivo (Eckert, 2006; Muñoz, 2001). Las dificultades para especificar tal relación y verificarla empíricamente son centrales en la economía de la educación. La Figura 1 esquematiza las vertientes teóricas desde las cuales se han propuesto relaciones significativas entre la finalización (o no) de ciclos educativos y los logros en el mercado laboral.
En primer lugar, la teoría del capital humano -cuyo referente es Gary Becker (1983)- explica la decisión de “incorporar” más educación como una inversión. Los individuos optan, en este paradigma, por más educación si los retornos esperados superan a los costos explícitos e implícitos de obtenerla: la decisión se centra en invertir para aumentar la productividad (Cañedo-Villarreal, 2009). Se reconoce, además, el valor de la experiencia en el puesto como determinante adicional de la productividad. Esta perspectiva encuentra al menos dos limitaciones: por un lado, tal como lo señala Spinosa, el análisis del impacto de la educación sobre el crecimiento económico “no termina de explicarse a partir de indicadores agregados y construidos desde perspectivas que asimilan las certificaciones con las calificaciones” (Spinosa, 2006: 100). Por otro lado, se reconoce que en ocasiones la situación laboral puede estar desalineada respecto del nivel educativo obtenido por un individuo, aunque tal desequilibrio tiende a corregirse en la medida en que pasa el tiempo.
Enmarcadas en la teoría del capital humano se destacan dos perspectivas: la teoría del emparejamiento y la de la movilidad profesional. La primera, como indica Pissarides (2000), postula que los desajustes se deben a imperfecciones de información en el mercado laboral. Una vez que se evidencia para las partes involucradas el desajuste -por ejemplo, un trabajador en un puesto que excede a su calificación o, por el contrario, en un cargo inferior a sus estudios-, se corrige por un cambio que impulsa el trabajador cuando percibe que está sobrecalificado, o el empleador cuando se da cuenta de que aquél está subcalificado para la función. Estos mecanismos permiten lograr, tras los ajustes si hace falta, una situación donde los logros educativos se ordenan en correlación con las condiciones de empleo que consiguen los individuos. Por su parte, la segunda perspectiva señala que cada individuo transita distintos puestos, de forma ascendente, con el fin de lograr la mejor situación posible, dadas sus habilidades. Aquí, los desajustes corresponden a una etapa en la que los trabajadores ocupan posiciones transitorias que, si bien no son acordes con sus niveles educativos, permiten un ascenso posterior a los puestos que realmente desean ocupar (Sicherman y Galor, 1990).
En segundo lugar, el credencialismo (Collins, 1989) enfatiza que la educación representa, más que un mecanismo de aumento de la productividad de los individuos, una señal para los reclutadores en un contexto de información asimétrica. Quienes logran culminar sus estudios de cierto nivel educativo tienen las características, no observables, que los empleadores buscan en los candidatos a ciertos puestos. Por ello, los contratantes se guiarían por los certificados (títulos logrados), y no por los conocimientos asociados con los estudios en sí mismos. Este proceso de selección explica la posibilidad de una sobre-educación para determinados puestos (desajustes).
En tercer lugar, las posturas denominadas radicales se concentran en la propiedad de los factores productivos. Dentro de estos enfoques, se destaca la visión de Bowles y Gintis (1975), quienes afirman que la educación está subordinada a la producción y, en consecuencia, el sistema educativo se utiliza “como elemento que legitima la reproducción social de las clases dirigentes” (Rahona, 2008: 33). En tal sentido, los autores señalan que si bien el nivel educativo se asocia con diferencias en los ingresos de los trabajadores y en las condiciones laborales, la explicación de tales contrastes debería incluir, además, el efecto de la procedencia socioeconómica del individuo. De este modo, se descarta que la educación promueva la movilidad social y la igualdad de oportunidades.
La decisión de continuar (o abandonar) los estudios superiores podría generar ventajas (o desventajas) desde los primeros años de la actividad laboral del individuo hasta el cese de la misma en edades avanzadas. El presente trabajo se enfoca en la educación superior y su relación con los logros laborales en el corto y mediano plazos, es decir, durante la juventud y los primeros años de la adultez. La tradición sociológica muestra un marcado interés en la juventud desde diferentes planos: como pasaje en el ciclo vital, en la reproducción de clases, en la movilidad social (Charlot, 2009). Los abordajes, especialmente desde el estudio de las juventudes, destacan la complejidad del trayecto educación-trabajo. Tal aproximación hace uso del concepto de trayectorias. Casal, Merino y García (2010) discuten los enfoques más utilizados desde la disciplina, priorizando la biografía. Otero (2011) se ocupa de los cambios en el paso de la juventud a la adultez, en manifiesta evolución durante las últimas décadas, y cómo se vinculan en dicho tránsito educación y trabajo. En cuanto a estas transiciones, Politi (2011: 109) habla de “secuencias no lineales caracterizadas por etapas de afiliación difusa o intermitente en el sistema educativo o en el mercado de trabajo”. Raffe (2011) prefiere el concepto de itinerarios, procesos más largos y complejos, con amplias posibilidades de utilización para el diseño e implementación de políticas específicas.
Investigaciones recientes en la región se ocupan de la relación estudio-trabajo en el ámbito de la población joven adulta. De Ibarrola (2014) analiza, entre otros interrogantes, los resultados para el caso de México de la relación entre la escolaridad y las características del empleo y su remuneración; señala que las hipótesis de la teoría del capital humano resultan simplistas para explicar el fenómeno. Perelman y Vargas (2013) muestran, a partir de un análisis de caso para Argentina, un ejemplo de la explicación credencialista: el acceso a cierto tipo de puesto está asociado con la exigencia de titulación, lo cual termina aportando principalmente a la reproducción de clase más que a la promoción social.
Jacinto observa que en América Latina es notoria la segmentación laboral: a qué puestos como máximo acceden los jóvenes que finalizan el nivel medio: “cadenas de fast food, alquiler de videos, cines, vendedores de centros comerciales” (Jacinto, 2002: 79-80), frente a las oportunidades laborales de quienes finalizan el nivel superior: “mejor remunerados y con mejores condiciones de trabajo, pero muchas veces igualmente transitorios” (Jacinto, 2002: 79-80).
Otero y Miranda (2007) detallan, para el caso de Argentina, la evolución de la inserción laboral en un periodo extendido. Además, muestran las diferencias del momento vital de la inserción laboral, fuertemente segmentado por origen socioeconómico.
A partir de estos enfoques teóricos y casos de aplicación se disparan interrogantes acerca de la incidencia cuantitativa de haber abandonado los estudios superiores.1 Luego nos concentramos en un conjunto acotado de hipótesis relativas a esta problemática. Por un lado, si la relación obedece al modelo de la teoría del capital humano, se verificaría que los individuos con nivel superior completo tienen mejores condiciones laborales o calidad del empleo. En segundo lugar, deberían posicionarse quienes iniciaron pero no completaron estudios superiores, porque si bien no lograron recibirse, cada año adicional de escolaridad aporta conocimientos que -vía aumento de la productividad- repercuten en mejoras en el salario y otros aspectos monetarios y no monetarios. En consecuencia, quienes no iniciaron estudios superiores deberían ser quienes exhiban, en el conjunto del estudio, las peores condiciones relativas en sus indicadores laborales. Si en cambio prevalece la tesis credencialista, la distancia debería ser muy marcada con quienes terminaron los estudios superiores, pero la diferencia entre quienes iniciaron programas universitarios sin completarlos y quienes no iniciaron sería exigua o inexistente.
La metodología y los datos
El trabajo tiene en cuenta los datos correspondientes a la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) correspondiente al cuarto trimestre de 2013. Este documento se basa en una muestra representativa de la población de los principales conglomerados urbanos de Argentina.2
La muestra analizada alcanza un total de 8,872 individuos. Este conjunto permite expandir probabilísticamente los resultados en unos 4 millones 824 mil personas de entre 25 y 44 años,3 residentes en las principales ciudades argentinas. Las muestras de trabajo tienen los tamaños especificados en la Tabla 1.
Tabla 1 Tamaño de muestras consideradas
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Fuente: elaboración propia con datos de la Encuesta Permanente de Hogares 2013 del Instituto Nacional de Estadística y Censos (EPH-INDEC).
En primer lugar, se clasifica a los individuos de interés en grupos mutuamente excluyentes: el grupo uno corresponde a quienes lograron completar la educación secundaria -trece años de escolarización en los niveles inicial, básico y secundario-; en tanto que el grupo dos se integra por las personas que iniciaron sus estudios superiores sin completarlos -catorce años de escolarización o más-; finalmente, el grupo tres incluye a quienes iniciaron y completaron sus estudios superiores -catorce años4 de escolarización o más, dependiendo de la carrera elegida-. Después se analizan comparativamente indicadores -promedios y proporciones- determinando en qué casos las diferencias son estadísticamente significativas.
Dado que para Argentina no se dispone de información de las trayectorias escolares-laborales en la muestra de individuos, se considera el estatus de trabajo puntual como una variable proxy de un estado más bien permanente, al menos en términos probabilísticos. Esta manera de plantear la utilización de los datos implica que si, en cierto momento, los sujetos analizados son encontrados en una condición laboral específica, se supone que se trata de un estado representativo, dadas las características del individuo. Ello no implica dejar de reconocer la esencia cambiante del mercado de trabajo ni las transformaciones que las personas experimentan a lo largo de su vida laboral. Por el contrario, los hallazgos representan un primer esbozo con el fin de que las conclusiones dinámicas puedan profundizarse en estudios de paneles y/o comparación de sucesivas muestras transversales con la misma metodología.
El 44 por ciento de los individuos incluidos en la muestra tiene estudios secundarios completos y no inició estudios superiores; el 24 por ciento tiene estudios superiores incompletos; en tanto que el 32 por ciento restante logró finalizar una carrera de nivel superior.
Si bien se pueden presentar diferencias al interior del grupo,5 se considerarán en un mismo segmento quienes realizaron estudios superiores, ya sean universitarios o terciarios no universitarios. Esta agrupación se realiza debido a que los tamaños de muestra resultantes en caso de subdividir el segmento entre estudios universitarios y superiores no universitarios no sería la óptima para detectar diferencias significativas.
La muestra presenta una proporción de mujeres levemente superior a la de varones (54 y 46 por ciento, respectivamente). La población general en el segmento de edades de interés tiene una distribución algo menos feminizada: 52 por ciento de mujeres. Este dato permite afirmar que, aunque en una pequeña proporción, hay más varones con baja escolarización en la población urbana argentina que mujeres en la misma situación. Cabe destacar que en el país, desde mediados de los noventa, las mujeres son mayoría entre quienes inician y desarrollan estudios superiores (Papadópulos y Radakovich, 2003; Marrero, 2006; Aponte-Hernández, 2008).
Casi el 85 por ciento de los integrantes de la muestra se encuentra activo; de éstos, el 95 por ciento está ocupado y el cinco por ciento restante desempleado. Entre los ocupados predominan los trabajadores en relación de dependencia (82 por ciento), seguidos por los cuentapropistas (15 por ciento) y, en una menor proporción (2.9 por ciento), los patrones o empleadores.
Resultados
A continuación se detallan las características de los tres grupos con respecto a sus indicadores de situación laboral, especialmente aquellos que dan cuenta de la calidad del empleo.
Tasa de actividad
El primer indicador propuesto en los objetivos refiere a la tasa de actividad, que mide la proporción de la población activa laboralmente; es decir, quienes se encuentran ocupados o están sin empleo, pero buscando uno de manera activa. El resto de los individuos, quienes no tienen un empleo y no buscan conseguirlo, son considerados inactivos (por ejemplo, amas de casa, jubilados, pensionados o estudiantes de tiempo completo).
La tasa de actividad (Tabla 2) de quienes terminaron el secundario y de quienes dejaron inconclusos sus estudios superiores supera el 80 por ciento, y no arroja una diferencia estadísticamente significativa. El segmento que presenta mayor tasa de actividad es el que posee estudios superiores completos. En general, se asocia la más amplia participación laboral de éstos con el mayor costo de oportunidad, debido a la inversión realizada previamente, por lo que se deja de ganar si no se participa del mercado laboral.
Tabla 2 Tasa de actividad según logro de estudios superiores
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Fuente: elaboración propia con datos de la EPH-INDEC. *Diferencias significativas al 0.05.
Por una parte, entre las mujeres es más marcada la diferencia en la tasa de actividad laboral de quienes culminaron sus estudios superiores frente a los otros grupos. En las etapas vitales consideradas es frecuente que muchas mujeres se dediquen de manera exclusiva a las tareas de reproducción social (crianza de niños y actividades hogareñas). Por otra parte, entre los varones, en las edades consideradas no son notorias las diferencias de participación.
Tasa de desocupación
Entre quienes están activos laboralmente, la tasa de desocupación mide la proporción de individuos que permanece sin poder conseguir un empleo. Este indicador se toma como una de las referencias para evaluar si los diferentes segmentos de interés presentan situaciones discrepantes en cuanto a su inserción en el mercado laboral. En particular en las edades más jóvenes, la tasa de desocupación es uno de los indicadores que revela la segmentación asociada con la escolarización, el origen social y la calificación (Abdala, 2002).
El periodo considerado tiene un nivel bajo del desempleo en general, y en particular para los jóvenes (Alegre y Gentile, 2013). No obstante, como puede apreciarse en la Tabla 3, las diferencias en las proporciones de individuos activos que no consiguen un empleo son notorias entre los segmentos de análisis: quienes menos expuestos están a la desocupación en el lapso observado son los que tienen estudios superiores completos, mientras que aquellos que exhiben la mayor tasa de desocupación son quienes no completaron dichos estudios, aún por encima de quienes completaron sólo el secundario y no siguieron estudiando.
Tabla 3 Condición de desocupación según logro educativo, en individuos activos de cada segmento
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Fuente: elaboración propia con datos de la EPH-INDEC. *Diferencias significativas al 0.05.
En todos los segmentos la situación tiene la misma relación cuando se analizan por separado varones y mujeres. No obstante, el nivel de desocupación de las mujeres en cada uno de los segmentos duplica al correspondiente en los varones.
Intensidad de la ocupación
Se toma en consideración la definición convencional de intensidad de la ocupación (Tabla 4); esto es, si trabaja menos de 35 horas semanales se le considera subocupado; si trabaja entre 35 y 44 horas semanales es un ocupado pleno; y si trabaja 45 horas o más por semana se trata de un sobreocupado. Se tiene en cuenta, para el caso de los subocupados, si tienen intención de trabajar más horas, pero no logran aumentar la carga horaria de su empleo (subocupados demandantes).
Tabla 4 Intensidad de la ocupación según logro educativo, en individuos ocupados de cada segmento
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Fuente: elaboración propia con datos de la EPH-INDEC. *Diferencias significativas al 0.05.
Desde la perspectiva de la calidad del empleo se consideran situaciones subóptimas tanto la de quienes trabajan una reducida cantidad de horas y quisieran trabajar más, como la de quienes trabajan una cantidad de horas muy elevada. Esta última situación está contrapuesta con una mejor calidad de vida, que implica más tiempo libre para otras actividades no laborales.
Por un lado, quienes tienen estudios secundarios o superiores incompletos presentan proporciones similares de ocupados con una reducida carga laboral que quisieran trabajar más horas (subocupados demandantes). Estos segmentos también tienen proporciones similares de individuos que trabajan más de 45 horas semanales: aproximadamente cuatro de cada diez personas en cada uno de esos grupos. Por otro lado, quienes tienen estudios superiores completos se encuentran en una mejor situación relativa: sólo una cuarta parte de ellos está sobreocupada. Además, la subocupación demandante es algo menor a la de los demás grupos.
Categoría ocupacional
La composición por categoría ocupacional (Tabla 5) no difiere significativamente entre segmentos; sólo se observa una leve mayor participación de los empleadores entre quienes tienen estudios superiores completos o incompletos, y una menor participación de la categoría de cuenta propia. Cabe señalar que las actividades por cuenta propia tradicionalmente se suelen asociar con el autoempleo de subsistencia.
Formalidad en el empleo
Se dispone de información acerca de la percepción o no de aguinaldo; si tiene días de vacaciones pagadas; si le cubren los días que estuvo ausente por enfermedad; y si cuenta con cobertura de salud (obra social o prepago). Como puede observarse en la Tabla 6, no aparecen diferencias en el porcentaje de empleados con puestos formales entre quienes poseen estudios superiores, completos o incompletos. Únicamente el segmento integrado por quienes tienen estudios secundarios es el que posee menor proporción de asalariados en condiciones de formalidad: apenas el 61.4 por ciento posee un puesto con descuento jubilatorio y otros beneficios sociales.
Horario de trabajo
Se toma en cuenta este indicador (Tabla 7) y se asigna peor calidad de empleo al que tiene horario nocturno o rotativo durante la semana, frente a los que son básicamente diurnos. El horario de trabajo puede utilizarse como una señal de las condiciones del empleo, considerando que horarios nocturnos o rotativos suelen ser los menos preferidos.
Mientras menos escolaridad han alcanzado, es mayor el porcentaje de individuos que trabaja en un horario considerado a priori como poco deseable: 12.3% de quienes tienen sólo estudios secundarios trabaja de noche o en horario rotativo.
Tabla 7 Horario de trabajo según logros educativos, entre individuos ocupados en relación de dependencia
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Fuente: elaboración propia con datos de la EPH-INDEC. *Diferencias significativas al 0.05.
Quienes tienen estudios superiores, completos o no, presentan una menor incidencia del empleo rotativo, respecto del grupo que posee sólo estudios secundarios. Si se considera el horario nocturno en particular, las diferencias entre los tres segmentos no son significativas.
Ingreso laboral
Los retornos económicos son la medida más habitual de medir el resultado de la inversión educativa y, en sí mismos, de evaluar la conveniencia de un empleo. En este caso, se dispone de información del ingreso total del individuo en cualquiera de las modalidades de ocupación. La limitación más importante en el análisis del ingreso es que se trata de una variable sujeta a omisiones elevadas y a subdeclaraciones (Roca y Pena, 2001; Feres, 1997). Los valores medios no deberían, por lo tanto, ser comparados de manera directa con las remuneraciones promedio vigentes captadas por otras fuentes; por ejemplo, de las cuentas nacionales, del sistema de seguridad social, etcétera. En este sentido, se considera el ingreso mediano como información adicional al ingreso medio.
Los registros señalan una mayor similitud entre quienes tienen estudios secundarios y quienes no terminaron los superiores (Tabla 8). En el caso de los que obtuvieron su título, el promedio de ingreso resulta cerca de 24 por ciento superior que el correspondiente a quienes iniciaron pero abandonaron el nivel superior y casi 40 por ciento más elevado que quienes tienen sólo educación secundaria.
Tabla 8 Ingreso promedio mensual según logro de estudios superiores
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Fuente: elaboración propia con datos de la EPH-INDEC. * La diferencia en ingreso promedio de los individuos con estudios superiores completos es significativamente mayor (0.01) a los demás segmentos.
La dispersión de los ingresos en todos los segmentos es elevada para la totalidad de los casos. No obstante, entre quienes no completaron el nivel secundario presenta un valor superior a los demás segmentos (coeficiente de variación cercano al 80 por ciento).
Se observa, por lo tanto, una relación entre titulación e ingresos. El hallazgo de un promedio superior con menor dispersión entre quienes poseen un título implica una diferencia con lo señalado por Muñoz (2001) para el caso de México, para quien dicha relación no era lineal ni fuerte.
Condiciones laborales según el momento de abandono de la carrera
Un interrogante adicional que surge en relación con quienes comenzaron pero no completaron su carrera universitaria consiste en considerar si las condiciones laborales son diferentes entre quienes aprobaron distinta cantidad de años antes de la deserción. A priori, desde la perspectiva del capital humano, es de esperar que alguien que abandona al inicio logró acumular menos y por lo tanto debería tener resultados inferiores en el mercado laboral que quienes lo hicieron en etapas más cercanas a la culminación de sus estudios.
En cuanto a los datos disponibles para el análisis mencionado, se cuenta con una aproximación del tiempo total cursado, definido como la cantidad de años aprobados antes de abandonar la carrera. Esta es una medida parcial, en tanto no permite captar diferentes programas que un mismo individuo inició y no concluyó.
Como permite observar la Tabla 9, la desocupación es menor entre los individuos que abandonaron sus estudios superiores y completaron más años. La diferencia es máxima si se compara a quienes aprobaron cinco o más años versus los que desertaron sin aprobar ningún curso. En cuanto a la intensidad de la ocupación, las diferencias más importantes también se registran entre quienes completaron cinco o más años y el resto del segmento.
Tabla 9 Síntesis de indicadores de condiciones laborales según años completos
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Fuente: elaboración propia con datos de la EPH-INDEC. *Los valores promedio para las categorías no diferencias significativas. **El segmento presenta diferencias significativas al 0,05.
Los individuos del segmento con mayor cantidad de años aprobados son básicamente más asimilables a los de otros segmentos del estudio parecidos a ellos: las condiciones laborales de quienes no completaron ningún año en los estudios superiores se parecen más a las de los que sólo cursaron estudios secundarios. En cambio, las de quienes tampoco los completaron, pero aprobaron cinco o más años, son más semejantes a las de los que sí lograron un título.
Segmentos por logros educativos y sexo
En la Tabla 10 se advierte cómo afecta de manera conjunta el máximo nivel educativo alcanzado y el sexo del individuo. Sólo entre quienes lograron un título superior es indistinto el sexo en la situación de subocupación. Tanto para las personas que no cursaron estudios superiores como las que iniciaron pero no terminaron este nivel, la situación de subocupación de las mujeres es más desfavorable que la de los varones.
Tabla 10 Indicadores laborales según logros educativos y sexo
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Fuente: elaboración propia con datos de la EPH-INDEC.
La división de roles que hombres y mujeres adoptan en los hogares determina, para todos los niveles educativos, que las mujeres son quienes enfrentan en menor medida la sobreocupación. Mientras menor es el nivel educativo que se analice, la proporción de mujeres con empleos formales es menor.
La brecha de ingreso promedio por nivel educativo persiste cuando se clasifican los individuos por sexo. Esta diferencia no significa que en algún momento desaparezca la discriminación entre varones y mujeres: en todos los niveles educativos las mujeres en promedio obtienen un ingreso inferior a sus pares varones.
En el segmento de quienes no completaron estudios superiores, la relación de ingresos entre mujeres y varones muestra que los salarios de ellas son entre 32 y 35 por ciento menores que la remuneración que perciben ellos, mientras que en el segmento de quienes lograron un título, esta diferencia se reduce al 24 por ciento. La Gráfica 1 muestra la relación de salario entre mujeres y hombres para cada nivel educativo.
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Fuente: elaboración propia con datos de la EPH-INDEC.
Gráfica 1 Relación de salario mujer/hombre en cada nivel educativo
Si denominamos “prima de ingresos” al diferencial entre el ingreso de un segmento menos el del otro segmento que estemos comparando, se puede evidenciar otra particularidad al considerar el sexo en el análisis. En el caso del ingreso promedio de quienes lograron completar el nivel superior, los varones obtienen 43 por ciento más que quienes sólo terminaron el secundario y 33 por ciento más que quienes iniciaron pero no completaron sus estudios superiores.
Como puede observarse en la Gráfica 2, las mujeres con estudios superiores completos, como cabía esperar, también logran ingresos medios más elevados que quienes se encuentran en otros segmentos, pero las diferencias se magnifican. Frente a quienes sólo completaron el nivel secundario logran el 61 por ciento más y con respecto a quienes no se titularon, el 56 por ciento.
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Fuente: elaboración propia con datos de la EPH-INDEC
Gráfica 2 Prima de ingreso promedio entre niveles educativos por sexo
En cuanto a las horas semanales trabajadas, en todos los segmentos la diferencia entre varones y mujeres es notoria: en promedio, un varón ronda la sobreocupación, más de cuarenta horas semanales, en todos los segmentos; mientras que las mujeres con similar nivel educativo laboran en promedio 35 horas. Esta circunstancia refleja que una proporción relativamente elevada de las mujeres en cada segmento posee una ocupación sólo de tiempo parcial. Tales diferencias se explican principalmente por la división de roles al interior de los hogares: los varones como proveedores y las mujeres a cargo, aun si trabajan, de las tareas de reproducción social, como el cuidado del hogar y la crianza de los hijos.
Finalmente, podemos sintetizar diciendo que haber culminado los estudios superiores ubica a los individuos en una posición laboral más deseable en todos los aspectos considerados. La Figura 2 resume la situación relativa en cada segmento.
Se puede observar que quienes tienen estudios superiores completos poseen los indicadores más elevados en todos los aspectos considerados, en tanto que quienes iniciaron pero no completaron estudios superiores logran en algo más de la mitad de los indicadores una situación intermedia o mejor que quienes sólo completaron el nivel secundario.
Conclusiones
El trabajo presenta resultados con el fin de discutir dos hipótesis bajo consideración: la explicación de la teoría del capital humano y la del credencialismo. Se observa mayor disparidad asociada con la hipótesis credencialista -poseer o no título- frente a la idea de la retribución creciente en relación con los años de escolaridad. Sin embargo, la situación laboral de los individuos con estudios secundarios y superiores incompletos es notoriamente más similar entre sí que frente a quienes tienen un título, lo cual avala la segunda postura.
Los resultados en general sugieren que sistemáticamente los logros en el mercado laboral de los individuos con estudios superiores completos son mejores que los que consiguen los grupos con menos escolarización. En línea con lo detectado por Bucheli (2000) para el caso uruguayo, las personas con estudios superiores incompletos no logran diferenciarse en el mercado laboral (incluso en algunos aspectos son superadas) respecto de quienes sólo terminaron el nivel secundario.
La realización de algunos años de estudios superiores, sin alcanzar un título, impactan de manera negativa en los resultados laborales a futuro frente a los resultados de quienes sí completan esta etapa. Este hecho da cuenta de que se valora o premia más el poseer un título que el hecho de tener experiencia.
Quienes tienen estudios superiores incompletos se encuentran notoriamente peor que quienes completaron ese nivel en las distintas variables consideradas. En promedio, los primeros están en una situación de desventaja en cuanto a tasa de desocupación (94% más elevada), en intensidad laboral (47% de mayores cargas), en horario laboral (37% más desfavorable), y en remuneración promedio (20% por debajo).
Además, el segmento de trabajadores que abandonó sus estudios se ubica sólo un cinco por ciento mejor en cuanto a intensidad laboral; un 28 por ciento más alto en el grado de formalidad del puesto; un 20 por ciento arriba en horario; y un doce por ciento mejor en ingresos que quienes sólo terminaron sus estudios secundarios. En cuanto a la desocupación, los que abandonaron se encuentran incluso en peor situación que el segmento de estudios medios.
Las diferencias debidas al logro de titulación son más elevadas que las que tienen que ver con los años completados por quienes abandonan. De alguna manera, la hipótesis credencialista parece indicar mejor la relación entre escolaridad y logros laborales. Cabe preguntarse si las decisiones de abandono de una carrera serían las mismas si el estudiante pudiera prever, en términos promedio, cuál sería su situación de desventaja en el mercado laboral en relación con quienes terminan.
En futuros abordajes será posible profundizar, aún con las limitaciones que implica, la cuantificación a través de ecuaciones de ingreso tipo Mincer y, si se dispone de datos más completos sobre clase de institución de educación superior, pública o privada, introducir preguntas sobre las posibilidades diferenciales entre ambas formas de gestión educativa.
Un planteo que aún no permite captar la información disponible se asocia con la percepción de calidad del empleo, lo cual podría formular nuevos interrogantes a este tipo de investigación. Así, si diferentes generaciones valoran otros aspectos en lo que se define como “buen empleo”, más allá de los considerados actualmente por los sistemas estadísticos, los parámetros de interés podrían modificarse y dar respuestas diferentes a la controversia planteada