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Literatura mexicana

versión On-line ISSN 2448-8216versión impresa ISSN 0188-2546

Lit. mex vol.21 no.2 Ciudad de México  2010

 

Estudios y notas

 

De una singular leche alabastrina: el pulque en la literatura mexicana del siglo XIX

 

About that unique alabastrine milk: pulque in Mexican literature of the 19th century

 

Rafael Olea Franco

 

El Colegio de México

 

Fecha de recepción: 6 de noviembre de 2009
Fecha de aceptación: 27 de enero de 2010

 

Resumen

En este ensayo se analiza el pulque como motivo en la literatura mexicana, empezando por dos de sus representaciones más extensas: las Leyendas mexicanas de José María Roa Bárcena y Los bandidos de Río Frío de Manuel Payno. De este modo se describe cómo el primer escritor se basa en el mito y la leyenda, mientras el segundo ensaya un exhaustivo registro costumbrista basado en la amplia presencia del pulque en la cultura cotidiana del siglo XIX. Al final, mediante el examen de un ensayo de José Vasconcelos y de un pasaje narrativo de Martín Luis Guzmán, se expone el ocaso literario del pulque a principios del siglo XX en la cultura mexicana.

Palabras clave: José María Roa Bárcena, Manuel Payno, literatura mexicana siglo XIX, literatura mexicana siglo XX, el pulque en la literatura.

 

Abstract

In this essay pulque is analyzed as a motif in Mexican literature, beginning with two of its most extensive representations: the Leyendas mexicanas by José María Roa Bárcena and Los bandidos de Río Frío by Manuel Payno. In this manner it is described how the first writer based his work on myth and legend, while the second performed an extensive costumbrist review based on the broad presence of pulque in the daily culture of the 19th century. In closing, by examining an essay of José Vasconcelos and a narrative passage of Martín Luis Guzmán, the literary decline of pulque is revealed at the beginning of the 20th century in Mexican culture.

Keywords: José María Roa Bárcena, Manuel Payno, 19th century Mexican literature, 20th century Mexican literature, pulque in literature.

 

Para Margo Glantz, por sus contagiosas clases sobre
Los bandidos de Río Frío

Si no me equivoco, la mayoría de los mexicanos que crecimos en las ciudades posrevolucionarias fuimos educados en medio de tenues pero reiteradas diatribas contra la bebida popular por excelencia: el pulque. Por ello, la primera vez que leí Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno, me sorprendió descubrir que en el siglo XIX, esta bebida típica cruzaba todos los ámbitos sociales, desde el más humilde hasta el más encumbrado. Por ejemplo, al hablar de las trascendentes festividades del12 de diciembre asociadas al sermón sobre la Virgen de Guadalupe, el narrador detalla con deleite la comida y la bebida que se brinda ni más ni menos que al Presidente de la República; en contraste con la morosa descripción de los manjares, el texto despacha el tema de las bebidas con unas cuantas palabras, donde se describe el pulque mediante una innecesaria aunque reveladora frase adversativa: "Pocas botellas de vino carlón y de jerez, pero unas jarras de cristal llenas de pulque de piña con canela y de sangre de conejo con guayaba, capaces de resucitar a un muerto" (Payno: I, 62).

Este primer descubrimiento en Los bandidos de Río Frío, novela sobre la cual volveré más abajo, ha acicateado mi curiosidad cada vez que encuentro una mención literaria al pulque, o incluso cuando me topo con su mera alusión, como sucede con un pasaje de La sombra del Caudillo, de Martín Luis Guzmán, que no he logrado dilucidar si se refiere o no a ese néctar. Pero como conviene empezar por un registro literario donde su presencia es explícita, examinaré primero el nunca reimpreso libro Leyendas mexicanas, publicado en 1862 por José María Roa Bárcena (18271908). En sus textos, el autor intentó rescatar y reelaborar el acervo de tradiciones y leyendas acumuladas durante siglos en la cultura mexicana, ejerciendo una labor pionera para forjar eso que poco después Altamirano denominó como "literatura nacional"; en el fondo, este interés, común a muchos escritores de la época, deriva de la creencia romántica europea de que existe un alma nacional visible en las leyendas populares, algunas de ellas rescatadas por medio de la cultura letrada. Consecuente con su afirmación de que para imprimir color local a una literatura "no queda más arbitrio que recurrir a la historia y a las tradiciones especiales de cada país" (Roa Bárcena: 6), en la parte central de su libro el autor se sirve sobre todo de argumentos ajenos para elaborar lo que él denomina "leyendas aztecas", donde desfilan personajes como Xóchitl, Nezahualcóyotl, Papantzin, etcétera. En una carta enviada al escritor, Marcelino Menéndez y Pelayo calificó como "exóticas" estas leyendas y criticó la dura sonoridad de esos nombres prehispánicos, presentes en versos escritos en castellano: "A lo cual contribuye quizá la rareza y áspera estructura de los nombres indígenas, y la falta de relación de las tradiciones y creencias de aquellos pueblos con todo lo que vino después de la conquista" (citado en Montes de Oca: 53-54). Disiento de la contundente aseveración del polígrafo español respecto de la falta de nexos entre el mundo prehispánico y lo que ahora conocemos como el México colonial; sospecho que la reacción del crítico español obedece más bien a la falta de pericia poética del autor, cuyas habilidades formales le impidieron encontrar el modo apropiado para insertar esos nombres prehispánicos en un contexto donde predomina la lengua española (mejores resultados había obtenido la virtuosa sor Juana en el siglo XVII). En fin, aunque sin duda él es uno de los fundadores del cuento moderno en México, como lo prueban la serie de relatos Noche al raso (1865) y el magistral cuento "Lanchitas" (1877), sus ejercicios poéticos no fueron igualmente afortunados, en particular por su trabajosa versificación, donde a veces acude a figuras de hipérbaton muy forzadas o a rimas apenas audibles.

En el prólogo a su Ensayo de una historia anecdótica de México en los tiempos anteriores a la conquista española (1862), Roa Bárcena declara haber consultado la Historia antigua de México de Francisco J. Clavijero (1731-1787) y la Historia antigua de México de Mariano Veytia (1718-1780), obra que circuló en forma manuscrita a fines del siglo XVII, aunque se imprimió hasta 1836. Si bien en el prólogo a sus Leyendas mexicanas no dice haberse basado en esas obras, es obvio que así fue, tanto por la coincidencia en la fecha de publicación de ambos libros suyos, como por las múltiples huellas de Clavijero y Veytia patentes en sus leyendas. Por ejemplo, en el capítulo que Veytia dedica al gobierno del rey tolteca Tecpancaltzin y a su enamoramiento de una "noble doncella", aparece un pasaje que muy probablemente es la base de la leyenda "Xóchitl" de Roa Bárcena:

A este tiempo, y en un año que señalan con el jeroglífico de doce casa, y corresponde en nuestras tablas al de 1049, dícese que [Tecpancaltzin] se hallaba retirado un día en lo interior de su palacio, cuando le avisaron que quería hablarle un señor de los principales y deudo suyo, llamado Papantzin. Mandole entrar al punto, y éste lo ejecutó llevando consigo una hija suya, doncella de quince años, llamada Xóchitl, de extremada hermosura, la cual vestida y adornada a su usanza, llevaba en las manos un azafate, y en él algunos regalos comestibles, siendo el principal un jarro de miel de maguey, cuya fábrica acababa de inventar Papantzin, y por cosa nueva y nunca vista la llevó a presentar al rey, sirviéndose de la hija para portadora del regalo, muy ajeno de imaginar que de ello pudiera resultarle agravio.

Pareciole muy bien al rey la nueva invención de la miel, pero mucho mejor la que la llevaba, y habiendo expresado a Papantzin con las más vivas demostraciones cuán agradable le había sido su regalo, le dijo que de cuando en cuando continuase a enviarle la miel, pero sin que para esto se tomase el trabajo de venir personalmente; sino que aquella niña, acompañada de alguna criada, podría conducírsela. Esta expresión del rey la construyó Papantzin como favor que le hacía, muy lejos de sospechar malicia en sus intentos (183-184).

Como se ve, luego de mencionar la invención del pulque, el relato se centra en desarrollar su escabroso presagio sobre las relaciones entre el rey y la doncella. Si no me equivoco, al redactar su texto, Veytia tenía presente la obra histórica de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (ca. 1568-1648), cuyos manuscritos había podido leer e incluso copiar antes de su difusión en formato de libro en 1829 (esto último gracias a la labor de rescate de Carlos María Bustamante). En efecto, el citado fragmento de Veytia remite a la que quizá sea la versión historiográfica disponible más antigua sobre la invención del pulque, transmitida por Fernando de Alva Ixtlilxóchitl durante la primera mitad del siglo XVII:

Habiendo heredado el señorío de los tultecas, Tecpancalsin, de allí a diez años que gobernaba, vino una doncella en su palacio, muy hermosa, que había venido con sus padres a traer cierto regalo para él, y aún dicen y se halla en la historia, que era la miel prieta del maguey y unas chiancacas, azúcar de esta miel, que fueron los primeros inventores de esto, y como cosa nueva se lo trajeron al rey a presentar, siendo estos caballeros de sangre noble y de su propio linaje; se holgó el rey de verlos, y les hizo muchas mercedes, y tuvo en mucho este regalo, y se aficionó mucho de esta doncella, que se decía Xóchitl, por su belleza, que quiere decir, rosa y flor, y les mandó que le hicieran placer de hacerle otra vez este regalo, y que su hija lo trajera ella sola con alguna criada, y los padres, no cayendo en lo que podía suceder, se holgaron mucho y le dieron la palabra de que así lo harían, y pasados algunos días, vino a palacio la doncella con una criada cargada de miel, chiancaca y otros regalitos de nuevo inventados o por mejor decir, conservas de maguey (274-275).

Cabe notar que este discurso pretende validarse aludiendo a dos supuestos orígenes, el oral y el de la historia, según se percibe en la equívoca frase "y aún dicen y se halla en la historia", porque en realidad no se cita ninguna fuente historiográfica (aunque la palabra "historia" también podría ser aquí sinónimo de "relación oral"). En el resto del relato, Alva Ixtlilxóchitl completa la trama de seducción de la joven, insinuada en la frase "no cayendo en lo que podía suceder". Durante la segunda visita de Xóchitl, ya sola, el rey de hecho la retiene a la fuerza, con la promesa de conceder mayores beneficios a sus padres, luego de lo cual la convierte en su amante (rasgo que el texto elide con habilidad y elegancia refiriéndose después a ella como "señora" en lugar del inicial "doncella"); ambos procrean un hijo ilegítimo, llamado Meconetzin (que en náhuatl significa "niño del maguey"), quien a la postre asume el trono tolteca, en cuyo desempeño se muestra ineficiente, en gran medida por su excesiva afición al pulque, por lo que resulta un gobernante incapaz de impedir la debacle del reino de Tula frente a las invasoras fuerzas chichimecas.

A partir de la versión de Alva Ixtlilxóchitl mediada por Veytia, Roa Bárcena erige un dilatado argumento. En su leyenda, el noble Papantzin primero entrega al rey de Tula, acompañado por su bella hija, ciertas "conservas" derivadas del maguey.

Papantzin, noble ilustrado,
diose a agrícolas faenas,
y cultivando el maguey
que siembra en largas hileras,
extrajo a fuerza de industria
el aguamiel de sus pencas;
luego a pasta la redujo
y con ella hizo conservas,
si agradables a la vista,
al paladar lisonjeras.
Quiso de todo un presente
que pule, adorna y apresta,
llevar al rey, esperando
que su alabanza merezca;
que ha sido en épocas todas
y latitudes extremas,
cuando no el oro, la fama
cebo de humanas empresas
(15-16)

La complacencia inicial del soberano concita la codicia del vasallo, quien piensa en obtener mayores beneficios desarrollando todavía más su producto; al mismo tiempo, el relato enfatiza la conducta alevosa y lasciva del rey, quien pide expresamente a Papantzin que la próxima vez envíe los productos con su hija Xóchitl, acompañada tan sólo por una criada. Con ello, el texto, fiel a una costumbre literaria decimonónica, se funda en una actitud moralizante que pretende lacerar los vicios de algunos miembros de la sociedad, en este caso la codicia del súbdito y la lascivia del monarca. En un pasaje central del tercer canto de esta larga leyenda, se narra cómo Papantzin mejora la calidad de las "conservas" del maguey, hasta inventar por fin el pulque:

En Papantzin, por su mal,
redobla industrioso empeño
el ya comenzado sueño
de la privanza real.

Y, tras conservas mejores
que con la miel condimenta
y cuyo mérito aumenta
en trasperencia y sabores;

queriendo agradar al rey
más y más, con nuevo ardor
estudia, y hace licor
con el jugo del maguey.

Es cual leche alabastrina
el líquido fermentado,
y al débil y desganado
fortaleza y medicina
(21)

Obviamente, en estos versos Roa Bárcena aprovecha una falacia popular de viejísima raigambre: asimilar el pulque a una medicina o a un beneficioso alimento (ya se sabe: el dicho popular de que a esa bebida sólo le falta un grado para ser carne). Esta creencia fue combatida a fines del siglo XVIII por José Ignacio Bartolache (1739-1790) en El Mercurio Volante, con una serie de tres artículos sobre el pulque que proporciona información histórica fundamental. El primero de ellos, del 9 de diciembre de 1772, se titula "Uso y abuso del pulque para curar enfermedades". No obstante este admonitorio aviso, Bartolache plantea una perspectiva más amplia sobre "esta bebida regional de nuestra América que desde los tiempos más inmediatos a la conquista comenzó a hacerse famosa y ha dado motivo de repetidas consultas, informes, providencias y escritos en pro y en contra" (76). Por ello, en lugar de centrarse en el asunto anunciado en el título, construye una especie de memoria histórica del pulque en México, según enfatiza el 23 de diciembre en el propio encabezado del segundo artículo: "Prosigue la historia del pulque". De este modo, él nos legó una detallada descripción general del proceso para obtener el pulque, así como datos precisos sobre su traslado y comercio. En lo que respecta al primer punto, el autor intenta disipar algunos chismes sobre los métodos de elaboración del pulque, aunque me temo que su reticencia final acaba por fomentarlos:

No se carece de fundamento lo que se dice de las supercherías de los taberneros que componen el pulque en los jacales adobándolo para fortificarlo con algunos ingredientes cuya noticia no podría servir de otra cosa en mi papel que de darlos a conocer a aquellos que ignoran semejantes secretos y tal vez abusarían de ellos en primera ocasión. Mas habiendo yo averiguado con suma diligencia lo que hay en esto, hallé que no se adultera siempre esta bebida, ni en todas las tabernas, ni con tanta multitud de drogas como se ha creído. Las pocas de que rara vez se usa tampoco son muy nocivas a la salud. No obstante sería bien excusarlas y el único medio es que se regulase la entrada del pulque fresco, de manera que siempre faltase que beber en el día y sobrasen bebedores (91).

La recomendación final emitida por Bartolache se relaciona con las dificultades para trasladar el pulque a la Ciudad de México, desde una distancia de hasta 25 leguas (más de 100 km), lo cual propiciaba que el producto fermentara en el camino. Debido a ello, a veces los arrieros destapaban los contenedores de cuero para dejar salir el aire, circunstancia que aprovechaban para beber el líquido o para venderlo; el faltante lo reponían añadiendo agua (como se ve, las prácticas comerciales han sido siempre semejantes). Llegada la bebida a sus lugares de expedición, no se despachaba toda el mismo día, por lo que el pulque viejo y más fermentado solía mezclarse con el nuevo o fresco recibido en la capital del país por la mañana. Según él, la solución para este problema relacionado con la calidad de la bebida, era que hubiera menos pulque diario que la cantidad solicitada por los consumidores, lo cual evitaría cualquier rezago (es decir, en modernos términos económicos, que la demanda superara a la oferta).

Sólo hasta el 30 de diciembre, en su tercer y último artículo ("Experimentos y observaciones físicas del autor en el pulque blanco"), Bartolache se acuerda de lo que había anunciado en el primero, pues discute, refutándolas o atenuándolas mucho, las supuestas capacidades medicinales del pulque para combatir las diarreas o bien sus propiedades diuréticas. En cuanto a lo primero, afirma que la calidad del pulque expedido en la ciudad, el cual está mezclado o contaminado, imposibilita ese uso: "Así pues se entenderá que hablo del pulque compuesto de generoso y tlachique, esto es, de bueno y malo, de aguado y puro, de reciente y rezagado; en una palabra, hablo del peor que puede tenerse en México, cualquier día del año, para usos medicinales" (97-98). En lo que respecta al segundo punto, en una nota dictamina: "N. B. No asiento yo en manera alguna a la opinión que atribuye una virtud diurética al pulque. Cualquiera puede observar que es una orina muy cruda la que se vuelve con él y dentro de tan poco tiempo después de beberlo, que parece imposible que tocase en la masa de la sangre, ni haya filtrádose en los tubos de los riñones" (107). En suma, las creencias populares sobre las virtudes del pulque se derrumban sin salvación posible.

Ahora bien, confieso que cuando leí por vez primera la citada leyenda "Xóchitl", me atrajo la singular y poética frase "leche alabastrina" con la que se alude poéticamente al pulque. Pero no a todos los lectores les ha parecido simpática esta expresión. Por ejemplo, con desmedida irritación, en 1913 el obispo Ignacio Montes de Oca, gran amigo de Roa Bárcena y enjundioso difusor de su obra, opinaba: "No obstante la bella descripción de la prosaica bebida, al leer los anteriores versos vendrán a la imaginación del lector de Méjico, las largas hileras de indias ebrias que caen a la cárcel cada mañana, después de haber libado con profusión aquella leche alabastrina (59). Para aquilatar la impugnada frase, tal vez sea pertinente recordar que Alva Ixtlilxóchitl se refirió a "la miel prieta del maguey". Sospecho que no en balde los orígenes raciales y la filiación cultural de Alva Ixtlilxóchitl y de Roa Bárcena son tan disímiles, pues lo que para el historiador mestizo de apellido indígena había sido una humilde "miel prieta", se convierte en el escritor criollo en la aristocrática "leche alabastrina" (expresión que, por cierto, augura el vocabulario usado por los autores modernistas y por sus epígonos en la cultura popular, como Agustín Lara).

Si Roa Bárcena compone su texto a partir de los orígenes legendarios del pulque, Manuel Payno (1820-1894) escribe Los bandidos de Río Frío entre 1888 y 1891 con base en un exaltado afán costumbrista que propicia la presencia constante de ese néctar en su relato, según he adelantado. Estoy seguro de que en la literatura mexicana no hay otra novela donde sea más visible la profusión del pulque, incluyendo su proceso de elaboración y distribución. Ante la ingente cantidad de referencias susceptibles de análisis, escojo un significativo pasaje, relacionado con el personaje más execrable de la novela, el tornero Evaristo.

El narrador elegido por Payno describe con minucia las costumbres de los diversos sectores sociales que convergen en la novela, con base en una intención totalizadora que induce a Carlos Monsiváis a ironizar sobre la casi infinita tipología de personajes que intervienen en Los bandidos: "Y sólo se quedaron fuera de la novela los de los siglos anteriores o venideros" (302). Gracias a este rasgo, la obra nos legó la más completa y maravillosa representación literaria de las costumbres decimonónicas, entre ellas el clásico y entrañable San Lunes, institucionalizado desde entonces por la sociedad mexicana. Cuando Evaristo no soporta más a Tules, la humilde y trabajadora joven que ha tenido la desgracia de casarse con él, las discusiones hogareñas arrecian; así, la mujer expresa sus temores por las consecuencias del gusto excesivo de Evaristo por el pulque denominado "sangre de conejo", es decir, el curado hecho con tunas rojas: "—Eso es lo que precisamente me da miedo, la sangre de conejo. Ya sabes que ese pulque es muy traicionero, se sube a la cabeza, y el hombre que se emborracha es un loco, no sabe lo que hace..." (I, 170). Naturalmente, Evaristo desecha la advertencia femenina y se larga a su pulquería favorita, descrita con deleite por el narrador:

Todo el ancho de la pared, ocupado con grandes tinas llenas de pulque espumoso, pintadas de amarillo, de colorado y de verde, con grandes letreros que sabían de memoria las criadas y mozos del barrio, aunque no supieran leer: "La Valiente", "La Chillona", "La Bailadora", "La Petenera". Cada cuba tenía su nombre propio y retumbante, que no dejaba de indicar también la calidad del pulque. Algunos barriles a los costados, una mesa pequeña de palo blanco y varias sillas de tule. El suelo estaba parejo, limpio y regado, y esparcidas hojas de rosa. El domingo era día clásico. El lunes lo era más; se podía decir de gala.

Tal era la antigua y afamada pulquería de los "Pelos".

Afamada por sus pulques, que eran los mejores y más exquisitos de los Llanos de Apan; afamada por la mucha concurrencia diaria, mayor el domingo y en toda su plenitud los lunes; y afamada, en fin, por los muchos pleitos, heridos, asesinatos y tumultos (I, 172).

Por cierto que el prestigio de esa pulquería durante la primera mitad del siglo XIX es irrefutable, pues también Guillermo Prieto (1818-1897) la menciona en sus póstumas Memorias de mis tiempos (1906), obra cuyo referente se ubica entre 1828 y 1853:

Aunque me interrumpa y pierda su interés, si lo tiene esta narración, quiero describir una pulquería de aquel tiempo, ya que sin oste ni moste se ha atravesado en los puntos de mi pluma.

El marqués de Mancera desterró en su tiempo las pulquerías del centro de la ciudad, y las permitió en los suburbios con determinadas condiciones, vendiéndose, no obstante, en fondas y bodegones, el blanco licor.

Algunas pulquerías quedaron a las orillas de la población, y a sus puertas se vendían enchiladas, envueltos, quesadillas y carnitas con salsa picante.

Pero la pulquería de rumbo y de trueno se instaló en los suburbios, como se ha dicho, siendo las más famosas, como hemos apuntado, "La Nana", "Los Pelos" y "Tío Juan Aguirre" [...]

A dos varas de distancia de la pared del fondo, y dando el frente a la galera, se ostentaba soberbia una hilera de tinas de pulque angostas abajo, anchas arriba, de más de dos varas de altura, pintadas exteriormente de colores chillantes y unos rubros que ponían de punta los pelos, como La no me estires, El Valiente, La Currutaca, El Bonito, etc., etc. (1958: 48-49).

Tanto el narrador autobiográfico de las Memorias de Prieto como el de Los bandidos labran con moroso regocijo el ambiente de la pulquería, espacio donde Evaristo no sólo se emborracha sino que apuesta y pierde el dinero obtenido por sus trabajos artesanales, a la vez que es golpeado por un adversario. Hundido en la humillación, al regresar a su casa asume una típica y cobarde actitud machista, pues en medio de la borrachera no sólo apalea a su mujer, sino que acaba por asesinarla de la forma más salvaje e inhumana, usando las herramientas de su profesión. Apenas consumado el asesinato, el narrador dice: "Evaristo con los ojos saltándosele, chorreándole sangre por la cara; permaneció un momento con el brazo levantado, con el formón sangriento hasta el mango, y después, como una torre, se desplomó junto a Tules, deponiendo, arrojando por ojos, boca y narices, la sangre de conejo, la mistela de naranja y la sangre que de su pobre mujer había derramado inicuamente" (I, 181). La analogía no podía ser más directa: "sangre de conejo", "sangre de mujer"; se construye así una relación de causalidad entre el consumo de la bebida y los sucesos que propicia. Ese acto de salvajismo extremo marca la definición del personaje, quien luego de abandonar su noble profesión de artesano, se convierte en líder de una banda de ladrones y asesinos sin el más mínimo escrúpulo o moral. En este pasaje, Payno ficcionaliza los prejuicios de la sociedad pudiente de la época sobre los parroquianos regulares de las pulquerías, que solían ser tipificados como "vagos", categoría definida por las leyes como un vicio, pues remitía más a un tipo social que a un delito específico; por ejemplo, una ley de 1856 estipulaba que quienes fueran encontrados en alguna pulquería "más del tiempo necesario para el consumo del pulque comprado, los que se embriagaran o participaran del juego, baile, comida o música en estos ámbitos, serían enjuiciados por vagos" (Teitelbaum: 89). Evaristo pertenece al sector de la sociedad más afectado por este tipo de reglamentos, ya que los artesanos podían ser fácilmente acusados de no practicar su oficio en horas de trabajo.

Ahora bien, aunque he seleccionado este oscuro y terrible pasaje de Los bandidos de Río Frío para compararlo con la leyenda de Roa Bárcena, debo aclarar que el consumo del pulque no suele tener consecuencias de tal magnitud en la novela, porque sólo en contadas ocasiones provoca que los hombres se pongan un tanto "alegres". En este aspecto coincide de nuevo con Guillermo Prieto, quien en los versos de "Convite", poema de su Musa callejera (1883), representa el néctar del maguey como un elemento indispensable para la sana y alegre convivencia entre los miembros de ciertos estratos sociales:

Óyense sonar los platos
los vasos forman repique;
dejen que el pulque se explique,
y lo bueno se verá.
La risa incendia las almas;
con la bulla tiembla el viento,
retoza el entendimiento
(1940: 63)

En Payno esta bebida acompaña sin mayores consecuencias las comidas regulares de casi todos los personajes, incluyendo a las mujeres del pueblo y al encumbrado juez Don Pedro Martín de Olañeta, quien la selecciona como una de sus raciones diarias: "A las diez en punto su almuerzo: arroz blanco, un lomito de carnero asado, un molito, sus frijoles refritos y su vaso de pulque" (I, 292). Nótese que, de todos modos, las diferencias de clase permanecen, porque mientras este prominente individuo de la alta sociedad bebe el pulque en un "vaso" y en la intimidad y la comodidad hogareñas, la gente común del pueblo lo hace en una "jícara" dentro de la pulquería, lo cual implica una socialización mayor. Por cierto que la edición original de Los bandidos, impresa en España sin año preciso en la década de 1890, incluye una nota del autor destinada a los probables lectores peninsulares, donde se describe así la labor del "jicarero" en las pulquerías: "Se llama en México jicareros a los dependientes encargados de expender el pulque, y se sirven de calabazas cortadas por la mitad, en forma de tazas grandes. En España llaman jícara a los pocillos para el chocolate, y se dice una jícara de chocolate" (I, 173).

Como resulta visible, Roa Bárcena y Payno comparten la neoclásica concepción literaria del siglo XIX, según la cual el arte debe ser un medio para la educación del pueblo (aunque por fortuna la imponente fuerza narrativa de Los bandidos de Río Frío desplaza a un segundo plano esa intención moralizante). En sus textos, ese rasgo común de la época se asocia con otro proveniente de la antigua cultura mexica, cuya sociedad consideraba como punible en alto grado el abuso en el consumo de bebidas embriagantes, según refiere fray Bernandino de Sahagún (ca. 1499-1590) en su Historia general de las cosas de la Nueva España (escrita entre 1547 y 1577):

Los mancebos que se criaban en la casa del telpochcalli tenían cargo de barrer y limpiar la casa; y nadie bebía vino, más solamente los que eran ya viejos bebían el vino muy secretamente y bebían poco, no se emborrachaban; y si parecía un mancebo borracho públicamente o si le topaban con el vino, o le veían caído en la calle o iba cantando, o estaba acompañado con los otros borrachos, este tal, si era macegual castigábanle dándole de palos hasta matarle, o le daban garrote delante de todos los mancebos juntados, porque tomasen ejemplo y miedo de no emborracharse; y si era noble el que se emborrachaba dábanle garrote secretamente (211).

Es decir, la única diferencia era el grado del castigo y si la vergüenza se verificaba en público o en privado, porque ya se sabe que las clases altas están obligadas a preservar a toda costa algo de lo que supuestamente carecen las clases inferiores: el honor. Sahagún, claro está, se refiere al "vino" mexicano, o sea al pulque, cuyo consumo se liga a uno de los primigenios mitos prehispánicos, legible en diversos códices, por ejemplo en el manuscrito Cuauhtitlan traducido por Ángel María Garibay (1892-1967). En un pasaje de este códice, varios "magos" visitan a Quetzalcóatl para ofrecerle comida y una bebida que acaban de inventar: "Y como allí había magueyes, le pidieron a Maxtla y por cuatro días prepararon el licor del maguey y lo estuvieron refinando. Ellos mismos habían descubierto unas ollitas de miel silvestre, y con ellas mezclaron el licor" (29). Al principio, Quetzalcóatl se rehúsa a beber, pero ante la insistencia de los magos, cede con relativa facilidad:

—No ciertamente: eso no lo beberé. Yo soy un hombre abstinente. Eso quizá es embriagante. Eso quizá es mortífero.

Ellos dijeron:

—Con el dedo al menos pruébalo. Es de fuerza, está reciente.

Quetzalcóatl lo probó con el dedo y le supo bien y dijo:

—Beberé, abuelo mío, beberé hasta tres veces.

Y los magos le dijeron:

—Aun cuatro las beberás.

Y le dieron hasta cinco (29-30).

Ya sumido en la embriaguez, Quetzalcóatl ordena traer a su hermana para que beba con él, aunque en el códice Cuauhtitlan no se alude, como en otros, a ninguna relación incestuosa entre ellos (ignoro si esta ausencia proviene de una actitud pudorosa de Garibay). En última instancia, el resultado final de todas las versiones es el mismo, pues la transgresión de Quetzalcóatl rompe una implícita ley divina, lo cual motiva su decisión inquebrantable de abandonarlo todo y partir hacia rumbo desconocido.

En síntesis, Roa Bárcena y Payno trabajan con referentes muy arraigados en los diversos ámbitos de la cultura mexicana, por lo que pueden apoyarse en el mito y la leyenda, o bien intentar el escrupuloso registro costumbrista de todos los estratos de la sociedad. Sus obras representan un momento climático en el que el pulque, pese a sus numerosos y cada vez más crecientes detractores, sigue siendo la bebida de mayor consumo en el país, en particular entre la gente del pueblo. Sintomáticamente, Los bandidos de Río Frío también consigna la paulatina intromisión de la cerveza en la sociedad mexicana, patente en este exótico personaje: "Educado en la sociedad de los cocheros yanquis [.] Mateo hablaba inglés al estilo burdo, amanerado y casi ininteligible de la gente del campo de los Estados del Sur, fingía haber olvidado el español, y de intento o por hábito decía mil disparates. Bebía grandes jarras de cerveza [.] y comía su rosbif casi crudo, pocas tortillas, y pulque jamás" (I, 470-471). Payno escribió su novela desde una doble distancia: geográfica, porque entonces se encontraba en Europa y no en México, y temporal, puesto que su argumento ficcionaliza sucesos relacionados con la primera mitad del siglo XIX y no con el período de su escritura (entre 1888 y 1891). No obstante, gracias a su memoria nostálgica y a su capacidad descriptiva de raigambre costumbrista, construyó un testimonio literario que coincide puntualmente con el registro histórico de una estampa titulada "El pulquero", incluida en el volumen de 1855 denominado Los mexicanos por sí mismos, donde José María Rivera observa con alarma un inminente cambio en la sociedad:

Hoy el pulquero tiene un enemigo formidable, y que bien puede llamarle su república vecina. Este individuo es el cervecero, cuya maldita cerveza ha desalojado al pulque de las mesas aristocráticas, compite con él la clase media, y tiene ya algunos adeptos entre el pueblo bajo. Exceptuado al fabricante del brebaje intruso, el pulquero vive en paz con todo el mundo, y va pasando sus días encerrado en su casilla desde las siete de la mañana hasta las oraciones de la noche (19-20).

Bastarán tan sólo unos decenios para que "el brebaje intruso", como lo llama despectivamente Rivera, destituya de su sitio de honor a la bebida nacional del siglo XIX. En Ulises criollo (1935), primer volumen de sus memorias, José Vasconcelos (1882-1959) describe la vida en la frontera entre Eagle Pass y Piedras Negras hacia fines del siglo XIX e inicios del XX, que implicó este ajuste en los usos cotidianos:

Antiguamente, las tabernas del pueblo servían a la clientela sendos vasos de vino tinto, extraídos de barricas procedentes de España y de Francia, por Galveston. En los hogares se bebía los vinos blancos de Burdeos. Pronto venció, sin embargo, la cerveza. Cantinas o bares, mostrador de caoba, espejos biselados, fina cristalería, hielo picado y brebajes de mezclas bárbaras, "whiskeys" y "bocks". Al principio, el gusto educado les hacía un gesto; preferían los nuestros el buen Madera, el Oporto o Jerez. Pero la baratura y la abundancia, la facilidad para obtener el "cocktail", los obsequios de vasos a propósito para la cerveza, la complicidad del calor, todo concurría a la derrota del vino. Pronto, aun en los hogares, iniciada la comida, aparecía la criada que de vuelta de la esquina traía la jarra de cristal rebosante de espumas exudadas por el frío, de un líquido que parece oro y que sabe a cocimiento sin endulzar (2000: 49-50).

Con actitud desenfadada, hasta aquí he asegurado que el pulque era la bebida "nacional". Sin embargo quizá habría que atemperar la enjundia con que nos inclinamos a calificar un fenómeno con un término tan abarcador e indiscriminado, pues el hispanófilo Vasconcelos, nacido en Oaxaca pero criado en el norte de México, atestigua que en esta última zona el vino fue desplazado por la cerveza, y naturalmente no menciona para nada el producto del maguey. Y aunque se podría argüir que él se refiere a los gustos de otros estratos sociales, lo cierto es que el pulque no circulaba con profusión a lo largo del país, sino sobre todo en las regiones centrales, que poseían una vigorosa herencia indígena azteca.

De cualquier modo, hacia la década de 1920, mediante una campaña de publicidad que incluyó el desprestigio del pulque y la exaltación de la cerveza como saludable e higiénica, ésta sustituyó en el gusto general a las otras bebidas de baja graduación alcohólica. Así, en junio de 1921, desde su autorizada voz como Rector de la Universidad Nacional, Vasconcelos publicó en la revista El Maestro su famoso artículo "Aristocracia pulquera". Según él, durante la Revolución era imposible hallar buenos soldados entre la población de gran parte de la zona central del país (Distrito Federal, Estado de México, Puebla, Hidalgo), donde en cambio pululaban indígenas que ingerían pulque desde la mañana hasta la noche. Esto se debía a un hecho doloroso (y en esencia aún vigente):

En todos los lugares civilizados del mundo, el Gobierno cuida de vigilar la calidad de la leche, la calidad de los alimentos de uso común; en ninguna parte del mundo es más mala la leche ni más cara que en la zona del maguey; en ninguna parte es más escaso el pan y en ninguna parte es mayor el hambre; un hambre tan desaforada, y tan perversamente disimulada, que cada vez que se debate la cuestión del pulque, se ha recurrido a médicos que en nombre de una falsa ciencia, declaran que el pulque es alimento, que no es malo para el indio, para el pueblo, como si el indio y el pueblo tuvieran intestinos diversos del resto de los hombres (1921: 215-216).

Como se aprecia en este ensayo, pese a los esfuerzos de Bartolache, las creencias populares sobre los atributos del pulque no sólo no habían desaparecido, sino que incluso habían adquirido visos de seudo ciencia. Luego, Vasconcelos desgranaba, una por una, las razones socioeconómicas que contribuían a mantener a los indígenas en la embriaguez permanente: el acceso más fácil y más barato a un vaso de pulque que a un vaso de leche; la voracidad de los hacendados, quienes convertían en tierras para el cultivo del maguey los probables sembradíos de pasto o maíz; la venalidad de los jueces, que habían revocado la orden gubernamental de cerrar las pulquerías y cantinas los domingos; la indiferente voracidad del fisco, beneficiario de los mil doscientos pesos diarios de impuestos generados por el pulque que entraba a la Ciudad de México. Al final de su texto, el autor arremetía contra los hacendados que formaban la "aristocracia pulquera" aludida en su título; desde su perspectiva, se trataba de una industria manejada por mexicanos que nunca habían participado en las luchas cívicas o en las guerras contra los extranjeros, pero que siempre estaban dispuestos a adular al vencedor; de hombres que no habían ganado fama en las letras o en las artes, pero que eran conocidos entre la gente por el mal gusto y la extensión desmesurada de sus casas, en las que incluso ejercían el agio. En su conclusión, el ánimo beligerante de Vasconcelos lanzaba una prédica que de hecho incitaba al combate:

Tan sólo por esto son conocidos los que entre ellos se reputan aristócratas. Sus obras son los tinacales donde fermenta el pulque. Haciendo todo esto llevan siglos y sin embargo son ellos los amos, y si pasa el tiempo y no se toman medidas justas, nuestro pueblo tendrá que volver a hablarles como antes, con el sombrero en la mano. A ellos, familias sin gloria, pergaminos de maguey, aristocracia pulquera. Mientras subsistan no será posible educar, no será posible salvar a la población del centro de México (1921: 217).

Aunque en este tono asoma ya con fuerza la actitud apostólica de Vasconcelos, que al final de su vida lo llevaría a un conservadurismo católico extremo y a apoyar regímenes fascistas, sin duda sus intenciones reformistas y sus razones sociológicas son irrefutables. El problema señalado por él era de tal magnitud que subsistió por lo menos hasta la década de 1930, según se percibe, en el plano literario, en El resplandor (1937), novela de Mauricio Magadaleno, o bien en una anónima nota periodística de 1935 que arremetía contra las pulquerías, a las que consideraba como sitios nocivos para la sociedad, pero sobre todo "antirrevolucionarias":

La pulquería envenena a las ciudades de la meseta central. Es antirrevolucionaria. Es anacrónica. Los días que vivimos son de lucha social y en esta lucha el pueblo debe poner todo su cerebro y todos sus brazos. El pulque, en diversas épocas de nuestra historia, ha sido la mejor arma empleada por gobiernos caducos para provocar el embrutecimiento de los pueblos. Pero ahora es incongruente con el Régimen, porque la más alta aspiración revolucionaria es despertar totalmente a las masas; llevarlas a la expansión de sus fuerzas vitales y ponerlas dentro del ritmo de los progresos humanos. De allí que la Secretaría de Agricultura juzgue que no se deba seguir tolerando el lamentable vicio y, mucho menos, fomentar el cultivo del maguey en vastas regiones del país [...] La defensa pública que se ha hecho del pulque en los últimos días ha provocado declaraciones del laboratorio bioquímico de la Secretaría de Agricultura: no es verdad —ha dicho más o menos— que el "mal comprendido licor" sea alimento ni mucho menos que tenga propiedades semejantes a las de la leche. Es veneno, tal cual se expende en nuestras ciudades. Y es la causa determinante de nuestra criminalidad; del lamentable espectáculo callejero; de la ruina muscular e intelectual de muchos de nuestros hombres, y de su agresividad inmotivada que los lleva con frecuencia a lamentables excesos (Anónimo: 1).

Cabe destacar el optimismo del redactor anónimo, cuya ingenuidad lo induce a asegurar que el "Régimen" está imbuido de la "más alta aspiración revolucionaria": "despertar a las masas". Quizá esta actitud se explique porque la nota se escribió en los albores del progresista gobierno de Lázaro Cárdenas, pero también porque el texto apareció en el oficialista periódico El Nacional. Asimismo, contra la aseveración de que el pulque "es la causa determinante de nuestra criminalidad", podría argüirse que si bien ha habido bebidas alcohólicas en cualquier cultura registrada por la historiografía (y donde no se haya encontrado una, culpa será de los arqueólogos, no de esa cultura), felizmente no en todos los casos se ha producido su uso alienador para mantener a las masas sumergidas en la embriaguez ignorante y en el conformismo indolente.

En fin, para los propósitos de este ensayo, resulta sustancial destacar que el destierro del pulque en el consumo de los mexicanos, sobre todo en el centro del país, implicó también su ocaso literario, pues en la cultura letrada fue sustituido por referencias a otros caldos. Cuando excepcionalmente el pulque aparece de nuevo en la literatura, suele ser como mera alusión tangencial. Por ejemplo, una secuencia narrativa de Pedro Páramo (1955) marca con claridad que se trata de una bebida fabricada y consumida por la población indígena de los alrededores de Comala, grupo que intenta vender sus escasos productos agrícolas a los criollos y mestizos que constituyen el eje del argumento de la novela:

Sobre los campos del valle de Comala está cayendo la lluvia. Una lluvia menuda, extraña para estas tierras que sólo saben de aguaceros. Es domingo. De Apango han bajado los indios con sus rosarios de manzanillas, su romero, sus manojos de tomillo [...] Tienden sus yerbas en el suelo, bajo los arcos del portal, y esperan [.] Los indios esperan. Sienten que es un mal día [...] Platican, se cuentan chistes y sueltan la risa. Las manzanillas brillan salpicadas por el rocío. Piensan: "Si al menos hubiéramos traído tantito pulque, no importaría; pero el cogollo de los magueyes está hecho un mar de agua. En fin, qué se le va a hacer" (263-264).

Al inicio de este ensayo mencioné una probable alusión a la bebida típica presente en La sombra del Caudillo, novela publicada en 1929 por Martín Luis Guzmán (1887-1976). En un pasaje tangencial para la trama de esta obra, se efectúa un mitin político donde participa un gran número de "acarreados" (nótese que éstos existían antes de la formación oficial, en 1929, del Partido Nacional Revolucionario, antecedente del PRI); ellos no acuden por convicción política, sino seducidos por la promesa de recibir alimentos. Sospecho que el siguiente párrafo, redactado con la impecable sintaxis de Guzmán, sigue siendo válido como una síntesis del ejercicio de los derechos cívicos en México, donde lamentablemente no ha podido enraizarse una cultura y una conciencia políticas que orienten a las depauperadas mayorías a emitir un voto razonado e informado (es decir, una verdadera democracia); como se ve, los asistentes al mitin están constreñidos a subsanar la más inmediata y material necesidad humana: combatir el hambre diaria:

Quince minutos después, en el jardín de la gran casa incautada, los manifestantes desfilaban frente a las mesas de los manjares prometidos. A cada hombre le daban algo del montón de comida que había sobre las tres mesas: en la primera, un taco de barbacoa; en la segunda, un taco de guacamole, y en la última, un taco de frijoles. Luego se señalaba a los manifestantes el sitio donde podían recibir, si las pedían, más tortillas; y más allá, en torno de unos barriles, les daban de beber. Todo ello, ni muy suculento ni muy abundante; pero junto a la miseria diaria, un banquete (92).

Como adelanté, hasta ahora no he podido esclarecer si la bebida que se suministra a los manifestantes "en torno de unos barriles" es o no pulque, pero me inclino a pensar que así es (sobre todo si se considera que el mitin sucede en Toluca). En contraste con esa elusiva mención, en la trama de la obra pululan el cognac, la cerveza, el vino y hasta el entonces modesto pero ahora prestigioso tequila. Durante el banquete que funciona como contraparte de la mísera pitanza ofrecida a la gente del pueblo, el iletrado pero enriquecido gobernador Catarino Ibáñez agasaja, en el mejor restaurante de Toluca, a quienes hasta entonces pertenecen a su bando político. Este personaje representa a la perfección la victoria de la cerveza sobre otras bebidas en ciertos estratos sociales, pues al ordenar que se abran todas las cajas de vino previstas para sus invitados, confiesa con burdo orgullo: "Beba cada quien lo que guste y de lo que guste, como yo. Yo, ni vinos tintos ni vinos blancos: mientras más caros, menos me gustan. Yo pura cerveza de Toluca, y para aluego, eso sí, mis coñaques..." (96). Pero como el consumo excesivo también puede estimular actos de barbarie, la reunión termina abruptamente cuando los dos grupos políticos presentes, uno de la Ciudad de México y el otro de Toluca, se enfrentan a balazos luego de una nimia disputa verbal que, no obstante, simboliza el paso de la complicidad mutua al antagonismo extremo; sólo la fugacidad de los hechos, así como la impericia y borrachera de los adversarios, auxiliados por la intervención de esa diosa secreta que llamamos casualidad, propician que felizmente no haya muertos. Sin embargo, al final de La sombra del Caudillo, en una secuela narrativa donde no interviene como pretexto o catalizador el consumo de ninguna bebida embriagante, el candidato presidencial Ignacio Aguirre y doce hombres más son asesinados a sangre fría, en medio de una salvaje disputa por el poder presidencial. Esto demuestra que el grado de barbarie del que son capaces los seres humanos no está directamente regido por el consumo de ninguna bebida alcohólica, sino que depende, por desgracia, de la terrible y acechante naturaleza humana.

Pero mi deseo de finalizar con un tono menos sombrío me impele a citar una simpática frase proveniente del imaginario oral y popular donde se ha refugiado el producto del maguey, luego de su marginación de la cultura letrada: "No tiene la culpa el pulque, sino el briago que lo bebe" (También podría concluir transcribiendo otra composición popular, que si bien será juzgada como blasfema por algunos creyentes católicos, ilustra la enorme capacidad creativa y paródica de la colectividad anónima:

PADRENUESTRO PULQUERO

Padre nuestro
que estás en las pencas,
clarificado sea tu jugo,
y hágase un tinacal,
aquí en la tierra
como en el cielo.
Pulque rico del maguey
dánoslo hoy,
y cúranos nuestras crudas,
así como nosotros curamos
las de nuestros amigos;
no nos dejes caer en la prisión,
y eternamente líbranos
del mal mezcal,
amén.)

 

Bibliografía

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INFORMACIÓN SOBRE EL AUTOR

Rafael Olea Franco: Investigador de tiempo completo en El Colegio de México y profesor de asignatura del Posgrado en Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Además de varios estudios sobre la obra de Jorge Luis Borges, ha publicado el libro En el reino fantástico de los aparecidos: Roa Bárcena, Fuentes y Pacheco; ha preparado la edición crítica de La sombra del Caudillo de Martín Luis Guzmán y publicado numerosos artículos sobre escritores mexicanos, como: José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Juan Rulfo, Juan José Arreóla, José Revueltas, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Federico Gamboa, Rafael Delgado, Ignacio M. Altamirano, y otros.

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