En el marco de la agenda conmemorativa de la Universidad Nacional Autónoma de México por los 500 años de la caída de Tenochtitlán y la fundación de la Ciudad de México se publica la Colección México 500. Su contenido sitúa nuevos problemas, otras miradas comprensivas y enfoques explicativos para darle significados históricos renovados a viejos espacios del Valle del Anáhuac y en un año clave, 1521. En este volumen, Miranda quien es historiador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, centra su atención, esta vez, desde la historia urbana en las grandes problemáticas y conflictos que han resultado de la relación histórica de las ciudades con el ambiente natural, y en las transformaciones y cambios socioambientales presentes a distintas escalas en el paisaje y ambiente de la cuenca y la Ciudad de México.
A partir de su fundación española, la Ciudad de México comenzó a experimentar diversos procesos de gran complejidad en los cuales la percepción y acción dominante sobre la naturaleza expresaron en buena medida la materialidad urbana que le ha dado significado a múltiples prácticas, ideas, prejuicios y estructuras sociales desde la derrota de Tenochtitlan. En el camino por entender la producción de un ambiente construido, el autor nos muestra el tránsito y la magnitud con que se llevaron a cabo algunos proyectos y obras que se relacionaron con el ambiente lacustre y el desagüe de la Ciudad de México, ordenada la larga historia en unas cuantas páginas, hasta su consumación en la primera mitad del siglo XX.
La obra se reparte en seis apartados que abordan algunos de los impactos socioambientales más significativos a los que se ha enfrentado la cuenca y Ciudad de México, destacando la percepción de sus habitantes y las prácticas de resolución aliadas con los saberes técnicos y científicos desde la fundación de Tenochtitlán en 1325 hasta los tiempos contemporáneos y posrevolucionarios. En esta larga duración se identifican actores sociales como gobiernos, científicos, empresarios y burocracias que, desde 1521, ajustaron la ciudad a sus intereses, aspiraciones y planes con efectos e impactos ambientales significativos que condicionaron, hasta la fecha, a los habitantes de la cuenca de México.
Con la llegada de los mexicas al Valle de México, el ambiente natural comenzó a modificarse para fundar la ciudad indígena. Utilizando a favor el ambiente lacustre, se alteró de forma permanente el paisaje de la cuenca para dar paso al complejo sistema hidráulico de calzadas, diques, puentes, embarcaderos y caminos que adaptó los cinco grandes lagos del valle a las necesidades sociales del centro urbano, como la defensa militar, la contención de inundaciones, el uso de suelo habitacional y productivo, entre otros, que transformaron las condiciones naturales de la cuenca hasta antes de la presencia europea (capítulo 1).
Para 1521 la guerra había afectado las calzadas, los diques y todo el sistema hidráulico por lo que las consecuencias fueron adversas sobre el equilibrio ecológico del valle en los años posteriores. Junto con el levantamiento de la ciudad española sobre las ruinas de la ciudad mexica (capítulo 2), prontamente las aguas del valle se convirtieron en pantanos dadas las condiciones naturales de salinidad que tenía el lago de Texcoco y el afán europeo para imponerse sobre el valle. Esto significó, dice Miranda, el tránsito de la adaptabilidad inicial a la acción transformadora del ambiente.
Como se muestra en el tercer capítulo, esto fue el inicio de grandes obras que llevaron a la elite social a fundar la Ciudad de México con graves problemas socioambientales, sobre todo, en lo que respecta a las inundaciones (como la de 1629), escasez de agua potable, sequías, epidemias, tolvaneras, entre otros eventos que transformaron el paisaje y el ambiente en proporciones geológicas. Así también sugerimos revisar lo que Martín, Escalona y Güereca (2021) han escrito en el volumen 10 de esta serie, pues ahí vemos, en el siglo XVI, el inicio de las transformaciones colonizadoras del ambiente. Por ejemplo, atribuido al lecho pestilente de los lagos el virrey Luis de Velasco ideó planes para el desagüe de la cuenca. Estos se indicaron de manera formal en la propuesta de Francisco Gudiel sobre Huehuetoca al cabildo en 1555 (p. 42), en la que señalaba la pertinencia de desaguar las lagunas mediante un sistema de diques. Las obras se prolongaron durante los próximos siglos, la producción del ambiente y del espacio urbano tuvieron los mismos síntomas tras las inundaciones ocurridas entre 1623 y 1634 pero, bajo el régimen colonial, el restablecer la convivencia con las aguas no era opción para Europa pues comprometía la superioridad racial que le otorgaban las riquezas del Nuevo Mundo.
Así, las intervenciones ambientales más latentes, paralelas a las obras de desagüe, fueron la comercialización de las tierras y recursos naturales que se liberaban una vez que disminuía el agua sobre la cuenca, los conflictos con el ambiente construido de la ciudad hicieron que los propietarios adinerados especularan con las zonas alejadas y a mayor altura de la ciudad, en periferias como Coyoacán, Tacubaya y Tlalpan se presentaron disputas entre hacendados y comunidades campesinas debido al acaparamiento de las tierras del valle. Asimismo, las condiciones de salubridad e higiene ocasionaron el rechazo social hacia la convivencia con el agua. Para el régimen independiente de 1824, las costumbres antihigiénicas heredadas habían ocasionado un efecto de descontento en la población pues los canales de navegación se habían convertido en el drenaje de muchas casas y la basura acumulada en las calles de la ciudad era notoria (capítulo 4), por lo que décadas después el gobierno de México lanzó una convocatoria nacional para recibir proyectos sobre el arreglo de estos problemas y facilitar el desagüe del valle.1
Hasta aquí, es preciso evidenciar que el deterioro socioambiental del valle y de la Ciudad de México se prolongó y magnificó durante siglos más a causa de las acciones humanas que por obra de las fuerzas naturales (Miranda, 2019). Como se lee en el penúltimo capítulo, en el imaginario de la ciudad independiente, sólo se establecieron relaciones pragmáticas y utilitarias con la naturaleza y, para el siglo XIX encontraría una razón “científica”. La teoría intelectual fue dominaba bajo estos preceptos, al igual que Maximiliano de Habsburgo, Porfirio Díaz trabajó en darle continuidad al desagüe completo de la cuenca, hasta su finalización en 1900. Pero, para 1950 se veía el Frankenstein urbano, la metáfora monstruosamente humana de Gonzálo Blanco para la Ciudad de México (p. 102) fuera de control y jamás resolvió sus patologías lacustres.
Para terminar, se reconoce el uso de materiales cartográficos con que el autor acompaña las interpretaciones narrativas y explicativas sobre el paisaje cambiante de la cuenca. La historia urbana y ambiental de la ciudad se hacen legibles. Destaca la consulta de la Mapoteca Manuel Orozco y Berra,2 la cual resguarda invaluables obras sobre el territorio nacional como el plano elegido para la portada de esta obra, del ingeniero Francisco de Garay de 1856.
Hoy, más allá de la imagen publicitaria, las grandes avenidas como Paseo de la Reforma, los hoteles de prestigio histórico, las colonias de renombre que se establecieron tras la reducción de las aguas en el valle como la Condesa, la Roma, San Rafael y Cuauhtémoc, así como la zona periférica a las que se enviaron las aguas del valle son evidencia de la conflictiva interacción entre sociedad y naturaleza. Bajo la actualidad de este enfoque que propone Miranda, la discusión sobre esta relación se amplia y torna en nuevas interpretaciones que emergen desde los archivos, los mapas, las crónicas, los informes, el grabado en el que confluye la mirada urbana y ambiental en el espacio. Todo un tema de interés actual pues la comprensión del proceso ambiental aclara nuestras dificultades para enfrentar la emergencia que vivimos hoy día en la caótica Ciudad de México, la ciudad monstruo, como la llama el historiador.